Capítulo 2


TODAVÍA deslizándose por debajo del horizonte, Maia, el sol de Hermes, arrancaba destellos a los campanarios y torres de Starfall. Cuando surgió sobre la bahía del Amanecer, su luz se derramó hacia el oeste por encima del río Palomino, siguiendo por la Avenida Olímpica hasta la colina de los Peregrinos. Allí su resplandor se perdió entre árboles, jardines y edificios; la masa de piedra gris del Viejo Registro, las fluidas líneas del Registro Moderno con sus paredes cubiertas por numerosos paneles de cristal, la austera esbeltez de la Estación de Señales. Uno de sus rayos traspasó los cristales de una de las terrazas superiores del Registro Moderno y llegó hasta la cama de Sandra Tamarin-Asmundsen.

Ella se despertó de sus sueños. —Pete, querido —susurró, inclinándose para alcanzarle.

Al abrir los ojos se acordó de que estaba sola, y la soledad se apoderó de ella por un instante.

Pero habían pasado ya más de cuatro años del accidente que le había costado la vida a Pete Asmundsen, aquel hombre grande, jovial, fuerte, pero sobre todo dulce. El tiempo había aliviado el dolor, el tiempo y el trabajo que representaba ser la Gran Duquesa, la cabeza de un planeta donde moraban cincuenta millones de personas resueltas. Se sentó y se obligó a sentir el placer del aire fresco y la suave luz.

Como de costumbre, su despertador aún no había sonado. Lo apagó, se levantó y salió a la terraza. Su piel desnuda fue acariciada por la brisa, el rocío y los macizos de flores. No vio a nadie más por allí, aunque desde lo alto de la colina se divisaba la ciudad, detrás la bahía y más allá, el océano Boreal. Un nidifex pasó volando, agitando sus alas de mil colores y cantando estridentemente.

Al cabo de un minuto, Sandra volvió al interior, conectó su teléfono con la televisión y comenzó su media hora diaria de gimnasia, en la que tenía más fe que en los tratamientos antisenectud, a pesar de que los estuviese siguiendo dócilmente al encontrarse a medio camino entre los cincuenta y los sesenta. No es que su gran cuerpo hubiese cambiado mucho desde la juventud, ni tampoco que hubiese demasiadas arrugas sobre su amplio rostro de pómulos anchos, la mayoría eran patas de gallo alrededor de los ojos verdes de cejas oscuras. Pero su cabello rubio sí se había vuelto plateado.

Se movía automáticamente, y para escapar al aburrimiento concentró su atención en la primera edición de noticias. Lo primero fue la crisis de Mirkheim.

«Rumores muy extendidos de que Babur ha dado a conocer una nueva declaración de la cual ha llegado un ejemplar a Hermes. Los portavoces de la corona no han querido confirmarlo ni negarlo, aunque prometieron un próximo comentario oficial».

»Los rumores se basan en el aterrizaje ayer en Williams Field de una nave rápida que se sabe estaba destinada a Valya. Repasaremos brevemente la situación. Los baburitas han entregado sus tres últimas declaraciones en el planeta primitivo Valya, en lenguaje ánglico y mediante una nave que se ha colocado en órbita alrededor de aquel planeta y transmite los mensajes al puesto científico enclavado en el planeta, junto con una petición para que distribuyan el contenido de los mensajes lo más ampliamente posible. Por tanto, varios gobiernos, incluido el nuestro, mantienen varias naves allí y se han puesto de acuerdo para no permitir a ninguna agencia de noticias hacer lo mismo. Este es todo el contacto que se ha tenido con esa raza no humana, y los portavoces dicen que pueden derivarse malos resultados de una divulgación prematura.

Los rumores eran ciertos, aunque en realidad no valía la pena tanta excitación. La «autarquía de Babur Unido», que nadie sabía qué significaba, se había limitado a repetir sus pretensiones. Mirkheim estaba muy cerca, los supermetales eran de una importancia estratégica incalculable, y Babur no podía tolerar, y no toleraría, que ese globo cayese en poder de ninguna potencia que hubiese demostrado hostilidad contra la legítima actividad espacial de Babur. La única novedad consistía en que esta vez estas potencias hostiles eran llanamente identificadas como el Mercado Común Solar y la Liga Polesotécnica. Siguiendo los apremios de sus consejeros, Sandra había suspendido la publicación de la nota hasta que un comité de xenólogos pudiese examinarla en busca de nuevas implicaciones. Ella dudaba de que encontrasen alguna más.

«Ayer se recibió también una cinta de un discurso del primer ministro del Mercado Común Solar, Lapierre, en una convención del Partido de la Justicia. Sostuvo que su gobierno está dispuesto a negociar, pero que hasta ahora Babur no ha hecho ninguno de los movimientos preliminares de costumbre, como negociar un intercambio de embajadores. Dijo también que el Mercado Común no cederá bajo ninguna circunstancia ante lo que denominó “descarada agresión”. Admitió sombríamente que Babur parecía contar con una gran fuerza naval. Recordó que un grupo de oficiales humanos fueron invitados a contemplar una concentración de naves de guerra, poco después de que una nave “baburita” radiase su primera declaración sobre Mirkheim en órbita alrededor de la Tierra, en una asombrosa demostración de insolencia. Dijo que, aunque la información de que se dispone no es completa ni mucho menos, parece que, de alguna forma, Babur ha ido construyendo una flota aún mayor de la que mostró a los oficiales, durante un largo período y sin ser advertida por nadie. Sin embargo, Lapierre insistió en que el Mercado Común se mantendrá firme y tomará, si llegase el caso, “medidas de fuerza”. Cita textual».

Sandra ahogó un juramento. Aquello era un antiguo mal. La nave más rápida dotada de hipermotor tardaba más de dos semanas, del calendario terrestre, en viajar desde el sol de la Tierra al de Hermes, el de Babur o el de Mirkheim. Entre dos de estos sistemas, todos en el mismo sector, aún se contaba por días el tiempo de viaje. Sociedades enteras podían acabar colisionando por pura falta de información. Amargamente, deseó que existiese algún equivalente de la radio más rápido que la luz.

Aunque también podía argumentarse que, a causa del aislamiento, los primeros colonos de Hermes habían podido desarrollar libremente un nuevo estilo de civilización que, en conjunto, ella encontraba bueno…

Aunque no a todo el mundo le gustaba. El programa transmitió un informe gráfico del último acto del Frente de Liberación. Había tenido lugar la noche anterior en un punto de los Longstrands. La violencia de los oradores y el tamaño y entusiasmo de la multitud resultaban preocupantes. Si todos aquellos Travers estaban dispuestos a acudir en persona a aquella costa helada, ¿cuántos más lo verían aplaudiendo desde sus hogares?

Cuando el noticiario pasó a tratar asuntos de menor importancia, ella escuchó los memorándums que sus secretarios habían grabado durante la noche. De repente algo atrajo su atención con tanta fuerza que, olvidándose de la gimnasia, se acurrucó en el suelo y contempló fijamente la imagen de su primer secretario.

«Alrededor de la medianoche aterrizó en Williams Field una nave perteneciente a la Compañía de Supermetales —dijo la voz—. El capitán se identificó ante las autoridades del aeropuerto y me localizó en mi casa. Solicitó una entrevista privada urgente con vos, Madame, y pensé en despertaros, pero confío en haber hecho bien concertando una entrevista a las 9.30, pendiente de vuestra aprobación. Mientras tanto, y como precaución, ordené que toda la tripulación permaneciese a bordo de la nave».

»El comandante es un wodenita del orden superior llamado Nadi —las imágenes mostraron una gran forma moviéndose entre los humanos—, que encabeza la pequeña fuerza de defensa que la Compañía de Supermetales mantiene alrededor de Mirkheim. Seguramente recordaréis cómo, cuando capturaron la nave del reciente redescubridor del planeta, Leonardo Rigassi, Nadi ordenó en seguida que la liberasen, ya que el secreto se había descubierto, y mantener prisioneros solo produciría mala voluntad sin retrasar gran cosa lo inevitable.

»Dice —continuó el secretario del Gran Ducado— que la compañía ha decidido apelar a Hermes pidiéndole que establezca un protectorado sobre Mirkheim, y esto es lo que quiere discutir con vos.

Sandra se tensó. «¡Vaya un chorro al rojo vivo que me dejan caer en la palma de la mano!». Se forzó a sí misma y terminó sus ejercicios, lo que la tranquilizó un poco, tarea completada por una ducha de agua fría. Se tomó además todo el tiempo necesario para trenzarse el cabello y vestirse. Se vistió con un estilo más cuidado que de costumbre: una túnica en la que los únicos colores brillantes eran los de la familia de los Tamarin sobre una insignia en el hombro. Con pasos tranquilos, se dirigió a desayunar.

Sus dos hijos más jóvenes, los que le había dado Peter, se encontraban aún en la cama. Eric estaba en la mesa, vaciando a fieros tragos su taza de café. La cámara rebosaba fragancias de la cocina. La pared oriental era un panel de vitrilo que permitía ver todo aquel lado de la Colina de los Peregrinos, los últimos edificios de Starfall y una campiña de un verde intenso. Sobre el horizonte, flotaba pálido el pico del Gloudhelm.

Como todos los hombres de Hermes cuando entraba una mujer, Eric se levantó al penetrar Sandra en la estancia. Vestía su túnica fresca, pero tenía el aspecto del que no ha dormido en toda la noche. ¿Habría ido aquella noche de juerga? Su primogénito y probable heredero era generalmente un individuo bastante sobrio, pero a veces le afloraba la sangre de su padre. «No, esta vez no», decidió ella, después de escudriñar los rasgos del muchacho.

—Buenos días, madre —estalló él—. Escucha, me enteré de lo de Nadi y he estado hablando con él y su tripulación… ¿Aprovecharemos la oportunidad? Se nos está escapando a toda velocidad.

Sandra se sentó y se sirvió de la cafetera.

—Baja de la estratosfera —le aconsejó.

—¡Pero podemos hacerlo! —Eric comenzó a dar grandes zancadas de un lado para otro, haciendo resonar sus suelas sobre el parquet—. A pesar de sus bravatas, Babur, el Mercado Común y la Liga vacilan, ¿no es verdad? Todos tienen miedo a dar un paso en falso. Un solo movimiento decisivo…

El camarero apareció con las bandejas llenas de comida.

—Siéntate y come —dijo Sandra.

—Pero… mira, madre, ya sabes que no tengo ninguna descabellada idea de que seamos una gran potencia imperial. Nunca podremos hacer frente a ninguno de los otros. Pero si estamos en posesión de Mirkheim, firmemente aliados con sus primitivos descubridores, que son los que tienen más derechos moralmente, ¿no crees que los demás se echarían atrás?

—No lo sé. La moralidad no parece contar demasiado en estos tiempos. Siéntate. Tu comida se enfriará.

Eric obedeció haciendo gestos con la mano derecha mientras la izquierda formaba un apretado puño.

—Somos los árbitros naturales de esta situación. Nadie tiene por qué temernos. Podríamos encargarnos de que todo el mundo obtuviese una porción justa —el fuego ardía bajo su fea cara—. ¡Pero, maldita sea, primero tenemos que estar allí! ¡Y rápido!

—Alguien ha sugerido a la Liga Polesotécnica para ese mismo papel —le recordó Sandra.

—¿Esos? —en su desprecio cortó el aire—. Si están demasiado corrompidos, demasiado divididos para controlar a sus propios miembros según las reglas éticas que ellos mismos se impusieron… Estás bromeando, ¿no?

—No lo sé —le respondió Sandra lentamente—. Cuando yo era joven, la Liga era una fuerza para la paz, porque, a largo plazo, la paz es más provechosa que la guerra. Ahora… a veces me estremezco. Y a veces sueño despierta con que pueda ser reformada a tiempo.

«¿Por hombres como Nicholas van Rijn, tu padre, Eric? —se preguntó a sí misma—. No es que ese se sintiera llamado alguna vez a llevar a cabo una misión sagrada, simplemente querría preservar su independencia por cualquier medio que además le produjese más beneficios».

»¿Es demasiado tarde para eso?

Un rápido resumen de la historia pasó por su mente, le era tan conocida como si fuera su propia vida, pero la repasó una vez más con la vaga esperanza de hallar alguna solución.

«El comercio interestelar estaba destinado a florecer debido a las abundancias de energía nuclear, a las naves espaciales con hipermotor, relativamente baratas y fáciles de operar, y a los restantes desarrollos tecnológicos. En teoría, cualquier planeta habitable debía ser autosuficiente, capaz de sintetizar todo lo que no produjese naturalmente. En la práctica, a menudo era más económico importar bienes, especialmente en vista de las restricciones sobre la industria para preservar el medio ambiente. Además, cuanto más rica se hacía la civilización Técnica, más comerciaba con productos de lujo, artes, servicios y otras exquisiteces que no podían ser duplicadas».

»Las empresas privadas acaparaban la mayor parte de la economía Técnica, se extendían sobre extensiones del espacio mayores que las que estaban sujetas a cualquier gobierno, frecuentemente en zonas donde no existía gobierno alguno, y pronto se hicieron más ricas que cualquier nación. Las compañías fundaron la Liga Polesotécnica como una asociación para ayudarse mutuamente y hasta cierto punto, para imponerse disciplina unas a otras. Por las estrellas se extendió la “Paz Mercatoria”.

»¿Cuándo se vició? ¿Fue debido a los propios defectos de sus virtudes?

»Teniendo que servir a menudo como sus propios magistrados, legisladores, comandantes navales, tratándose siempre de individualistas ingobernables y adquisitivos, con unos egos gigantescos, los grandes mercaderes de la Liga comenzaron a vivir cada vez más como reyes antiguos. Los abusos se hicieron más corrientes: coacciones, venalidad, explotación sin escrúpulos. Aparentemente era imposible impedir gran parte de estas cosas, debido a la gigantesca escala de las operaciones y a la tremenda velocidad del flujo de información.

»No, espera. La Liga podría haberse vuelto a controlar a sí misma de todas formas… si no se hubieran formado dos poderosas fracciones, que con el paso de los años se fueron haciendo cada vez más diferenciadas.

»Por un lado estaban las compañías, cuyos negocios se hallaban principalmente en el interior del Sistema Solar: Cibernética Global, General Atómica, Unidad de Comunicaciones, Sintéticos Terrestres, Biológicos Planetarios. Su relación con los principales sindicatos se había ido estrechando cada vez más: Técnicos Unidos, Trabajadores de Industrias y Servicios, la Asociación Científica del Mercado Común, etc…

»Y, por otra parte, estaban los Siete del Espacio: Promotora Galáctica, Sistemas XT, Transportes Interestelares, Ingenieros Sánchez, Estelar de Metales, Seguros el Lazo del Tiempo, Empresas Abdallah…, titanes unidos entre los otros soles.

»El resto, como Solar de Especias y Licores, permanecían en abierta competencia y precaria independencia. La mayor parte eran feudos de un solo hombre o una sola familia. “¿Tienen algún futuro? ¿O no son más que fósiles de una era anterior, más libre? Oh, Nick, pobre diablo”.

—Déjate de filosofías y mandemos a Mirkheim un representante de Hermes —dijo Eric—. Piensa en la baza que nos daría eso para negociar con los Siete, aunque solo fuera eso. Ya han estado abusando de nosotros durante demasiado tiempo. No debemos temer que el Mercado Común nos hiciese la guerra. La opinión pública no soportaría una guerra entre humanos, mientras Babur se ríe al fondo.

—No estoy segura de eso. Ni tampoco de que Babur permaneciera pasivo. Francamente, ese imperio me da miedo.

—Es una fanfarronada.

—Ni lo sueñes. Siempre se dio por supuesto que nunca habría conflictos serios entre seres que respiran oxígeno y seres que respiran hidrógeno porque no necesitan el mismo tipo de productos y son demasiado extraños mutuamente para disputar por ideologías. Por eso se prestó tan poca atención a Babur, por eso es tan misterioso todavía… Pero los informes que he podido obtener presentan a la Banda Imperial de Sisema como un agresor poderoso que se ha apoderado de todo el planeta, y aún no se ha saciado. Y Mirkheim es una propiedad que todo el mundo quiere.

«Y por pura avaricia —la mente de Sandra siguió adelante—. Los supermetales ya comienzan a revolucionar la tecnología en la electrónica, las aleaciones, los procesos nucleares, no sé cuántas cosas más. Si Babur se apoderase de su única fuente, podría negárselos a la humanidad».

—Estoy de acuerdo en que los humanos deberíamos dejar a un lado nuestras diferencias durante cierto tiempo —dijo—. Quizá Hermes debiera cooperar con el Mercado Común.

—Puede ser. Pero ¿no ves madre que si nos hacemos cargo de Mirkheim primero podríamos fijar las condiciones nosotros…? De otra forma, si nos dejamos estar, tendremos que coger lo que a cualquiera le apetezca dejarnos.

A Sandra le recordaba a su padre, no por la chispa de idealismo que había en él, sino por su airada impaciencia por pasar a la acción.

Las laringes debían estar zumbando por todo Starfall, porque un wodenita no pasaba lo que se dice desapercibido entre humanos. Pero nadie más escucharla lo que ella y Nadi dijesen aquella mañana. La sala donde se conocieron estaba destinada a conferencias confidenciales: larga, con paneles de madera oscura, con balcones que daban a un césped donde un mastín hacía la guardia. Ella la había convertido en algo suyo adornándola con souvenirs de los viajes de su juventud: fotografías de escenas exóticas, extrañas obras de arte, armas destinadas a manos que no eran humanas, todo esto se alineaba sobre las paredes. Entró unos minutos antes de la hora de la cita y sus ojos se fijaron en un hacha de batalla de Diomedes. Su espíritu volvió hacia Nicholas van Rijn en una cuenta atrás por los años.

Nunca había amado al mercader. Lo encontró siempre insoportablemente primitivo, en muchas formas, aun en aquella despreocupada fase de su vida. Pero aquella misma fuerza bruta había salvado las vidas de ambos en Diomedes. Y ella estaba buscando un hombre que fuera su compañero, ni dominante ni servil hacia una mujer que era la sucesora más probable al trono de Hermes. (Por aquel entonces, el Gran Duque Robert era viejo y no tenía hijos, y su sobrina Sandra era la salida natural para los electores, puesto que poco bueno podía decirse en favor de los otros miembros de la familia Tamarin). No había conocido en Hermes a nadie que la hubiese emocionado demasiado, lo que era una de las razones de sus giras. A pesar de sus fallos, van Rijn no era un hombre del que pudiese sentirse despreciativa, ninguno de sus romances anteriores había estado tan plagado de tormentas y terremotos… ni de tantos recuerdos para reírse o exaltarse después. Al cabo de un año, ella sabía que él no pensaría nunca en el matrimonio ni en cualquier otra cosa que ella pudiese desear si él no lo deseaba. En aquel tiempo ella era una naturalista ardiente y Eric estaba en su vientre ya, pero a pesar de ello se marchó. Van Rijn no hizo ningún esfuerzo para detenerla.

Su separación no fue del todo acre, y después intercambiaron algunas comunicaciones de negocios, cuyo tono no había sido del todo hostil. Con el paso de los años ella llegó a recordarlo con más dulzura que al principio…, esto es, cuando pensaba en él, lo que no sucedía muy a menudo después de conocer a Peter Asmundsen.

Era de Hermes, no de las familias pero sí de una respetable familia de los Leales. Había organizado y conducido personalmente empresas sobre planetas gemelos del sistema de Maia y varias hazañas le habían convertido en un héroe popular. Cuando se casó con Sandra Tamarin y adoptó legalmente a Eric, el escándalo que había rodeado su regreso se acalló. Aunque tampoco fue demasiado el escándalo, bajo la influencia de la Liga y del Mercado Común, la aristocracia de Hermes habían desarrollado una actitud tolerante hacia los asuntos personales. Pero era probable que su consorte hubiese tenido mucho que ver con su elección al trono tras la muerte del Duque Robert. Y después que Pete murió… ella imaginaba que nunca querría a nadie más.

«¿Entonces por qué estoy pensando en Nick cuando debería estar pensando en lo que voy a hacer con Nadi? Supongo que tiene que ver con Eric. Para bien o para mal, Eric heredará este mundo tal y como yo haya ayudado a formarlo. Por supuesto, lo mismo pasará con Joan y Sigurd, pero sobre Eric quizá recaiga el liderazgo».

«Si es que queda algo que gobernar». Dio una inquieta vuelta alrededor de la cámara, se detuvo ante el hacha y dejó que sus dedos se curvaran alrededor del mango. Cómo deseaba poder salir con aquel día tan hermoso, cazar, jugar, esquiar, navegar, conducir su hoverciclo a velocidades que horrorizaban a sus «bienpensantes» súbditos. O podría visitar la troupe teatral que patrocinaba; su fascinación quizá comprendáis mejor nuestra posición si conocéis sus orígenes.

Ella se recostó en su asiento. Él tenía razón. Aunque no consiguiese otra cosa, una explicación del fondo de la crisis daría a sus nervios tiempo para relajarse y a su cerebro tiempo para prepararse.

—Adelante —invitó.

—Hace dieciocho años —dijo Nadi—, David Falkayn, como sin duda recordaréis, era aún un explorador comercial para la Compañía Solar de Especias y Licores. Junto con sus compañeros salió en secreto, buscando deliberadamente un mundo como Mirkheim. El análisis de los datos astronómicos le indicaba que posiblemente un planeta así existía y si eso era así, dónde estaría aproximadamente. Además lo encontró. En lugar de notificárselo a su jefe —continuó Nadi—, como se supone que debe hacer un explorador comercial cuando encuentra un nuevo territorio prometedor, Falkayn fue a otros lugares. Se entrevistó con líderes bien escogidos entre los pueblos subdesarrollados, los pueblos pobres, las razas humildes cuyo abandono y abuso por la Liga había despertado su indignación. Fue él quien consiguió que formasen un consorcio con el propósito de extraer y vender las riquezas de Mirkheim, para que los beneficios pudiesen ir a sus pueblos.

Sandra asintió… Los portavoces de Supermetales habían estado defendiendo su causa en términos parecidos desde la expedición de Rigassi. Recordó a un hombre que había hablado en público en Starfall.

«… Cómo planetas como Woden, Ikrananka, Ivanhoe, Vanessa. ¿Cómo llegarán a las estrellas los habitantes de planetas así? ¿Cómo llegarán a compartir la tecnología que facilita el trabajo, preserva la salud, impide el hambre, educa, da el control sobre una naturaleza indiferente? Apenas tienen nada que vender: unas especias, un tipo de pieles, un estilo de arte, posiblemente unos cuantos recursos naturales como aceites o minerales fácilmente accesibles. Así no podrán ganar bastante para comprar naves espaciales, plantas energéticas, autómatas, laboratorios de investigación, escuelas. La Liga no tiene interés en concederles subsidios. La caridad pública y privada hacen ya frente a más peticiones de las que pueden atender. ¿Deben entonces razas enteras pasar por milenios de una angustia que se puede evitar para desarrollar solos cosas que hace ya tiempo que se conocen en otros lugares?».

»¿Y qué pasa con las colonias plantadas por los humanos, o los de Cynthia, u otras especies que viajan por el espacio? No las colonias que han triunfado, que prosperan, como Hermes, sino las tristes, las alejadas, cuyos habitantes poseen poco más que el orgullo de ser independientes. Si pueden comprar los medios para ello, podrán modificar la dureza de su medio ambiente. De otra forma, se arriesgan a la extinción final.

»La Compañía de Supermetales fue organizada en mundos de este tipo por individuos de toda confianza. El provecho que se obtendría con una inversión relativamente pequeña de capital era fantástico. Pero ¿respetarían sus derechos de propiedad los magnates de la Liga? ¿Les dejarían los gobiernos en soberana paz? El precio era demasiado grande para arriesgarlo…

—Hum… ¿Señora? —llegó la voz de Nadi. Ella salió sobresaltada de sus recuerdos.

—Mis disculpas —dijo—. Mi mente se había ido.

—Temo haberos aburrido.

—No, no. Al contrario. De hecho, más tarde me gustaría oír detalles de los trucos que usasteis para mantener escondidos vuestros tesoros. Maniobras de evasión cuando seguían vuestras naves, precauciones contra sobornos, secuestros, chantajes… Es asombroso que hayáis durado tanto tiempo.

—Vimos muy cerca el fin cuando el jefe de Falkayn, Nicholas van Rijn, dedujo que los supermetales debían proceder de un mundo como Mirkheim, y utilizó el mismo método para encontrarlo… ¿Os he molestado?

—No, me sorprendiste. ¿Van Rijn? ¿Cuándo?

—Hace diez años estándar. Falkayn y su futura esposa le convencieron para que guardara el secreto. De hecho, ayudó con mucha amabilidad a nuestros agentes a mantener el asunto confuso, para retrasar el inevitable descubrimiento.

—Si, claro, a Nick le habrá divertido hacer algo así —Sandra se inclinó hacia delante—. Bien, esto es fascinante, pero pertenece al pasado. Como has dicho antes, ya sabía la mayor parte de lo que has contado, y los detalles podemos ponerlos después si es que seguimos en contacto. Yo siento simpatía por vuestra postura, pero comprenderás que mi primer deber es para con mi pueblo de Hermes. ¿Qué puede ganar mi pueblo en Mirkheim que valga la pena el riesgo y el coste?

El gigantesco ser parecía solo e indefenso.

—Os suplicamos vuestra ayuda. A cambio de mantenernos en el negocio, os convertiréis en socios de la riqueza.

—Y en blanco de todos los que quieran esa misma parte o una mayor —Sandra chupó con fuerza su puro—. Quizá no sepáis, capitán Nadi, que soy un gobernante absoluto. El Gran Duque o Gran Duquesa es elegido entre la familia Tamarin, que no puede tener ningún dominio, por los presidentes de todos los dominios de Hermes. Mis poderes son estrictamente limitados.

—Lo sé, señora. Pero me han dicho que podéis reunir una asamblea legislativa, electrónicamente, con una hora de anticipación. Me han dicho que vuestros líderes, que viven en un mundo que aún tiene una frontera salvaje, están acostumbrados a tomar decisiones rápidas.

—Señora, nuestra intervención podría impedir que ejércitos enteros se estrellasen —continuó el wodenita—. Pero os queda muy poco tiempo para actuar. Si no os movéis pronto, entonces lo mejor será que no lo hagáis.

El pulso de Sandra latió con más fuerza.

«Por el cosmos que tiene razón —pensó entre el rumor de su sangre—. Él y Eric, y estoy segura que bastantes más querrán hacerlo. Si tenemos cuidado y mantenemos abierta una línea de retirada, la apuesta no es demasiado alta. Claro que necesitaré más información y más opiniones antes de llamar a los presidentes y hacerles una recomendación; pero creo que, ahora mismo, tenemos alguna probabilidad».

»¡Sí, nosotros! He estado trabajando como una esclava demasiado tiempo y soy la comandante en jefe de la armada. Si Hermes envía una expedición, yo la guiaré.