Capítulo 36
TRACIE había corrido hacia la casa, pero igualmente se había empapado. Ahora estaba temblando frente a su puerta, y buscaba las llaves. Tenía que darse prisa. Había oído que Jon la llamaba, y lo había visto de reojo cuando entró en el vestíbulo, pero no quería verlo en este estado... o quizá no quería verlo nunca más. Solo deseaba entrar en su piso, cerrar la puerta con llave y meterse en la cama por siempre jamás. Pero a Tracie le temblaban las manos, y Jon salió del ascensor y estuvo junto a ella antes de que alcanzara a abrir la puerta.
—Tracie... —dijo, pero ella fingió no oírlo y continuó intentando abrir la puerta.
Jon se acercó un poco más. Estaba todavía más mojado que ella, pero Tracie no se volvió, ni siquiera cuando sintió el pecho de él pegado a su espalda. Él quiso cogerle la mano, pero ella la apartó bruscamente. ¿Cómo se atrevía a tocarla?
Abrió por fin la puerta y trató de entrar dejándolo a él fuera, pero Jon fue más rápido y encajó el hombro para que Tracie no pudiera cerrar.
—Vete — dijo ella, sin mirarlo—. ¡Fuera de aquí!
—Tracie, comprendo que estés furiosa, pero tienes que.
—¡No quiero saber nada de ti!
—Pero yo.
Ella se volvió para mirarlo. No le importaba que Jon la viera con esa pinta. Después de todo, él no significaba nada para ella.
—¿Te has operado otra vez de apendicitis? — le preguntó con su voz más malvada—. Esa sería la única disculpa que podría aceptar.
—¿No te parece que estás exagerando?
—No — respondió Tracie, y trató de cerrar la puerta contra el hombro de Jon.
—¡Ay! — se quejó él, y la abrió de un empujón.
—No entres, no serás bien recibido — le advirtió ella, y miró buscando a Laura y a Phil. Nunca estaban cuando los necesitaba—. Me has ofendido, lo que has hecho me ha herido de verdad.
—Lo siento, de verdad que no era esa mi intención — dijo él, tratando de apaciguarla.
—¿Con quién estabas? ¿Con Beth? ¿Te la estabas follando por lástima? ¿O era Ruth? Si no era ella, sería Carole de San Francisco. — Le dio la espalda a Jon y fue hasta el fregadero. Tenía hipo. Una mujer que hipa ha perdido la dignidad—. Ah, puede que te estuvieras tirando a Enid. Seguro que era algo muy aeróbico.
El hipo volvió a sacudirla; Tracie llenó un vaso de agua en el grifo e iba a bebería cuando Jon le respondió.
—Estaba con Allison, pero también tuve que ir a ver a mi... — Tracie, sin detenerse a pensarlo, le arrojó el vaso a la cara. Jon se cubrió con el brazo como para evitar un golpe—. Me lo merezco — dijo tras un instante en que ambos se quedaron inmóviles y en silencio—. Sé que me he portado muy mal, pero tienes que reconocer que tú también tienes tu parte de culpa.
—Sí, claro, ahora échame la culpa. La próxima vez violarás a una chica y dirás que ella te provocó. — Jon la cogió de los hombros—. Suéltame — dijo Tracie, y trató de apartarse.
—No te soltaré hasta que no te calmes, me escuches y hablemos como corresponde.
—Vete a hablar con Allison — le espetó Tracie.
Trató de soltarse, pero él era demasiado fuerte. Ya no podía soportar más aquello. Se sentía tan decepcionada, tan furiosa y avergonzada, que volvió la cabeza, se cubrió el rostro con las manos y se echó a llorar. Jon aflojó entonces la presión y finalmente, como si hubiera estado esperando durante años, la besó, primero con suavidad y luego apasionadamente. Tracie, asombrada, se resistió, pero al final le devolvió el beso. Aquello era el paraíso. Era... todo. Comenzó a temblar. Jon le besó el rostro, y luego las lágrimas todavía prendidas a sus pestañas. Las pestañas de él estaban mojadas por la lluvia, y Tracie las sintió contra su mejilla, acariciándole los labios y la frente. Después él buscó otra vez la boca de ella con la suya.
Tracie tembló aún más, y no sabía si era de frío o de calor. Las ropas empapadas de Jon se apretaban contra el cuerpo de ella, pero también sentía el calor del cuerpo de él que las traspasaba. La joven no podía pensar, solamente sentir, y todo le resultaba natural y al mismo tiempo muy extraño e inesperado. Y luego desapareció cualquier rastro de algo que semejara un pensamiento racional.
—Estás helada — dijo Jon, la cara de ella entre sus manos—. ¿No sabes que no hay que salir cuando llueve?
—No sé nada — susurró ella, y apoyó su cabeza en el pecho de él.
Se sintió sorprendida pero también agradecida cuando él la levantó, la llevó al dormitorio y le quitó la chaqueta y la camisa mojadas. Tiernamente, la cubrió con la colcha.
—Tú también estás temblando — dijo Tracie.
—Sí, pero no de frío — respondió él.
—Ven aquí — dijo ella, y Jon se quitó la ropa mojada, y se metió en la cama. Ella lo rodeó con sus brazos, y por un momento se quedaron quietos y en silencio bajo la manta. Tracie sentía la cadera de él contra su muslo. La respiración de Jon era agitada. Tracie advirtió que la de ella también. Y ambos, como si estuvieran programados, se dieron la vuelta para mirarse. Tracie sintió que a él se le había puesto dura, y volvió a estremecerse.
—¿Todavía tienes frío? — preguntó Jon, y ella, por toda respuesta, lo besó.
Tracie despertó, embargada por el bienestar que da el sexo cuando es maravilloso. Volvió la cabeza. Jon estaba despierto a su lado, mirándola con amor y admiración.
—Eres tan hermosa — dijo.
—¡Anda, vamos! Yo.
Él le cubrió la boca con la mano.
—Eres muy hermosa. Hermosísima — repitió, y Tracie, que había pensado que ya no le quedaban más lágrimas, sintió que se le humedecían los ojos. Él la acarició desde las costillas hasta la cintura, y siguió por la curva de la cadera—. Tus pechos son perfectos, tan suaves e indefensos. Me recuerdan a unos cachorros recién nacidos, ciegos pero llenos de vida, y tan sensibles.
—¡Cachorros! — rió Tracie—. ¿De dónde has sacado esa idea?
—No lo sé. Mi madre me ha dicho que debo hacerme con un perro.
Ambos rieron, y él la besó otra vez, larga y apasionadamente. Tracie se apartó.
—Jon, he sido una estúpida.
—Eres adorable. — Y pronunció la frase tal como ella había anhelado oírla toda su vida.
Pero debía hablar con él; tenía que disculparse por lo ridícula que había sido. Y ciega, y tonta.
—No. No. Yo no sabía lo que quería. Molly me dijo huevos revueltos. — ¿Pero cómo explicárselo?—. Yo no veía que...
Jon la besó. Fue otro beso perfecto. Después la miró.
—¿En la universidad te graduaste de guapa? ¿O todavía estás estudiando? ¿Sabes que me encantan los lóbulos de tus orejas? Siempre me han gustado. — Le mordisqueó la oreja suavemente, y Tracie se estremeció—. Son adorables.
Él se desperezó con un gesto de placer.
—Me siento como si fuéramos las dos únicas personas en el mundo. Como Adán y Eva en una balsa. — Jon calló un momento, y luego se levantó, apoyándose en un codo—. ¿Ahora me dejarás comer huevos escalfados?
—¿Ahora mismo? — preguntó ella.
Sabía que era bastante guapa, pero Jon era espectacular.
—Bueno, aún no. Antes quiero comer otra cosa.
—¿Otra vez? — preguntó Tracie, y lo abrazó. Se sentía tan feliz que le dolía el corazón. Y entonces se le ocurrió un pensamiento muy raro: hubiera querido morirse en ese mismo instante, y ser así feliz para siempre—. Puedes comer lo que quieras. Pero prométeme que nunca me dejarás — dijo mirándolo a los ojos.
—Pues tendré que dejarte — le dijo él mirándola muy serio—. Tengo que ir a hacer pis.
—Muy bien, pero solo por esta vez — rió ella—. Y date prisa.
Jon, camino del lavabo, pasó junto a la mesa de Tracie. Y vio todas las polaroid que ella había pegado en la pared. Estaban dispuestas en dos series, antes y después. Tracie abrió mucho los ojos. Se sentó en la cama. ¡Dios mío! No le he dicho nada. Recordó todo lo que tenía en la mesa, cada estúpida y superficial observación, cada adjetivo tonto, y lo peor de todo, la apuesta.
Cerró los ojos y rogó al cielo que Jon continuara hacia el lavabo, pero él no lo hizo. El joven leyó unos cuantos post-its. Después vio el borrador del artículo. Ella volvió a rogar en silencio que no lo cogiera para leerlo. Y eso fue precisamente lo que Jon hizo. Y se puso muy, muy serio.
Tracie no podía creer que hubiera pasado de la felicidad total a la más completa desesperación en menos de un minuto. Quería llorar, decirle que dejara el artículo, que no le hiciera caso. Pero sabía que debería haberle hablado de aquello mucho antes.
Jon había palidecido. Dejó el borrador del artículo sobre la mesa. Se dirigió luego hasta la pila de ropa húmeda junto a la cama, se puso los calzoncillos y el tejano.
—No, Jon —dijo ella estúpidamente.
—Tengo que irme —repuso él con voz helada. Después la miró por primera vez desde que había visto las fotos—. No me gusta quedarme a pasar la noche — dijo—. Me gusta dormir solo.
Tracie reconoció las frases que ella le había enseñado. Brincó de la cama y se envolvió en la sábana.
—¿Te estás haciendo el chico malo conmigo? — le preguntó.
Después se le ocurrió que tal vez todo lo que había pasado — dejarla plantada, seguirla luego hasta su casa y seducirla— podía no ser más que otro episodio en la vida del nuevo Jon. ¿Era eso, pues? ¿Nada más que un acto, una dosis de su propia medicina? Comenzó a temblar otra vez.
—¿Qué soy yo para ti? ¿Una muesca más en tu disquete? — le preguntó.
—¿Y yo para ti? ¿La posibilidad de convertirte en la nueva Anna Quindlen? — replicó Jon. Se puso la chaqueta, cogió el artículo y lo arrojó sobre la cama—. ¿Me has hecho esto solamente para promocionarte? — preguntó.
—Claro que no. Lo hice porque tú me lo pediste. — ¿Cómo podía Jon pensar que ella era tan mezquina? Y aunque hubiera algo de verdad en lo que él decía, ¿acaso lo que había pasado entre ellos no hacía que todo lo demás dejara de tener importancia?—. Empecé a escribir el artículo porque...
Jon abandonó el dormitorio. Tracie corrió detrás de él, cubierta por la sábana.
—¡Jon, espera!
Él ya estaba en la puerta, pero se volvió.
—No puedo creerlo. Soy un artículo, con fotos y todo. «El bobalicón.» ¿Así es cómo me veías? ¿«Una pilila corporativa»? Muy halagador.
—Jon, cuando empecé a escribirlo me di cuenta de que jamás iba a publicarlo.
—Ya, pero así era como me veías — dijo él mirando una de las fotos que todavía llevaba en la mano. Meneó la cabeza, arrugó la foto y la tiró al suelo—. ¿Sabes una cosa? Cuando hacíamos el amor, tenía un poco de miedo de que te hubieras acostado conmigo por razones equivocadas. Pero hasta ahora no había pensado que yo fuera simplemente una oportunidad de avanzar en tu carrera. — Esbozó una sonrisa amarga que Tracie nunca había visto antes—. ¿Y lo de hoy qué representa? ¿El clímax de tu artículo?
—Jon, yo...
—Dices que me amas pero te has burlado de mí y me has usado para escribir ese estúpido artículo. Seguro que te habrás reído mucho con Marcus a mi costa. ¿Y qué pasa con Beth? ¿Ella también estaba en el ajo? ¿Y Laura? ¿Lo ha leído? ¿Y Phil? ¿Lo habéis leído juntos en la cama?
—Jon, al principio pensé que era una buena idea. Y he puesto todo mi amor por ti en ese artículo. Y es bueno. Pero lo echaré a la papelera. Pensaba pedirte permiso, pero luego el asunto se puso delicado y...
—¡Delicado! ¡Ja, eso sí que es cómico! El día en que algo sea delicado para ti habrá un programa especial en Nightline. Tú eres la que me ha enseñado a herir a la gente — le recordó—. Tú eres la que me ha enseñado a ser el señor si-te-miento-te-podré-follar-y-olvidarte-después. ¿Te parece delicado?
—Olvida el artículo.
—¡Olvídalo tú! — replicó Jon, y se volvió para marcharse.
—¡Espera! Hace cinco minutos me has prometido que nunca me dejarías. Has sido mi amigo durante siete años. Ya te he dicho que el artículo fue un error y que iba a echarlo a la papelera. ¿Y ahora me tratas así?
Él avanzó hacia la puerta.
—Eso es lo que a ti te gusta. ¿No recuerdas tus lecciones? ¿Todos los trucos que me has enseñado? A las mujeres les gusta sufrir, ¿no? Quieren que las traten mal. Soy un buen estudiante, a pesar de que no me dejabas tomar notas.
—Jon, por favor. Yo te quiero.
—¿Qué significa para ti el amor? ¿Traición? Olvídalo. esto no ha sido nada. — Abrió la puerta y se volvió a mirarla—. ¿Se lo contarás a Phil?
—¿Qué le voy a contar? Acabas de decir que no ha pasado nada.
Jon salió y cerró la puerta. Y Tracie apenas pudo esperar a que él ya no pudiera oírla para echarse a llorar.