Capítulo 4
TRACIE alzó la cabeza, tratando de ver el reloj. Lo consiguió, pero no le sirvió de nada, puesto que lo habían desconectado para que Phil pudiera enchufar su guitarra. No era extraño que él siempre llegara tarde a todas partes.
El piso de Phil era el horror típico de un músico y poeta. Lo compartía con otros dos tíos, y daba la impresión de que ninguno de los tres había oído hablar de bayetas limpiadoras, aspiradoras, o al menos del descubrimiento del líquido lavavajillas. Tracie cerró los ojos, se dio la vuelta para no ver la suciedad y se acurrucó contra el tibio cuerpo de Phil. Sabía que tenía que levantarse, vestirse y acudir a su cita con Jon —como todos los domingos por la noche—, pero se estaba muy bien allí. Y hoy era el día de la Madre. Un intenso sentimiento de autocompasión se apoderó de ella. Se dijo que solo quería permanecer unos instantes en esa zona gris entre el agotamiento sexual y el sueño. Tras unos segundos volvió a dormirse, y cuando despertó ya se habían encendido las luces de la calle y se dio cuenta de que era muy tarde.
Comenzó a salir de entre las revueltas sábanas con cuidado de no despertar a Phil. Pero cuando consiguió levantarse, Phil, medio dormido, la cogió con sus largas, largas piernas, y la devolvió a la cama.
—Ven aquí, tú — dijo, y la besó. Olía muy bien, a sueño y masa de pan, y ella respondió, pero después, con un sentimiento de culpa, se apartó.
—Vuelvo enseguida — prometió, y Phil murmuró algo y se dio la vuelta. Tracie, se vistió y fue corriendo a comprar el periódico dominical. ¡Ya eran las nueve y cuarto! ¡Dios! Con razón estaba muerta de hambre. Iría a comprar café, huevos y pan para unas tostadas. Pero cuando pensó en el estado de la cocina de Phil, renunció a la idea. Sería mejor que trajera un par de pastas rellenas de queso. Para cocinera ya estaba Laura. Tracie buscó dinero en el bolsillo de la chaqueta. No necesitaba más que unos dólares. Lo que más deseaba, en verdad, era comprar el periódico del domingo y ver cómo había quedado su artículo sobre el día de la Madre.
Era curioso, hacía cuatro años que trabajaba en el Times, pero aún se emocionaba al ver su firma en un artículo. Tal vez por eso continuaba en el periodismo. Sabía que ganaría mucho más si conseguía un trabajo como redactora en Micro/Con o en cualquiera de las otras compañías de alta tecnología de Seattle, pero no le interesaba escribir manuales de electrónica, o anuncios publicitarios. El placer de trabajar en un artículo y verlo publicado — con su nombre arriba de todo— un día o dos después, la tenía enganchada.
Se dirigió al delicatessen más cercano al domicilio de Phil. No era muy limpia, ni la comida muy buena pero, como decían del Everest, estaba allí. En la puerta habían pegado un cartel, escrito a mano, que decía FELIZ DÍA DE LA MADRE. Tracie pidió dos cafés y un cartón de zumo Tropicana, pero no cayó tan bajo como para llevarse alguna de las pastas rancias que se veían en la vitrina. Fue a buscar un periódico y dio por terminadas las compras. No pudo resistirse a leer su artículo allí mismo. Lo buscó en la sección donde debía aparecer. No estaba en la primera página. Siguió buscándolo. Tampoco en la página dos de la sección, ni en la tres. Ni en las dos siguientes. Lo encontró por fin en la página seis. Corregido, cortado y abreviado. ¡Trepanado! Lo habían cortado y pegado como al monstruo de Frankenstein. Sintió que se le revolvía el estómago. ¡Joder! Volvió a leerlo. Quizá no estuviera tan mal como le había parecido. Pero lo estaba. Y aún peor.
Arrojó el resto del periódico sobre el mostrador, se dio la vuelta y salió con las páginas del dominical todavía en la mano. Estuvo a punto de arrugarlas y echarlas en el primer cubo de la basura que vio, pero estaba tan furiosa que necesitaba que alguien las viera, compartir su enfado con Phil. Regresó al apartamento. ¿Por qué Marcus le hacía esto? ¿Por qué se molestaba en encargarle un artículo, si después él lo iba a reescribir? Estaba segura de que lo hacía para fastidiarla. ¿Cuál era su objetivo? Que ella nunca pudiera utilizar el artículo como muestra de su trabajo. Sus potenciales jefes pensarían que era una tonta. ¿Qué le pasaba a Marcus? ¿Y qué le pasaba a ella, que seguía trabajando con él? ¿Y por qué se molestaba y luchaba por hacer su trabajo lo mejor posible? ¿Por qué no le entregaba a Marcus la primera versión de sus artículos y dejaba que los revisara y corrigiera todo lo que quisiera?
Ya había llegado a la puerta de Phil cuando se dio cuenta de que se había dejado el zumo y el café, pero no le importó. Solo quería meterse en la cama y olvidarse de todo. Era una lástima que tuviera que ver más tarde a Jon. A Tracie siempre le ilusionaban sus encuentros a medianoche, pero ahora tenía ganas de estar sola, de meterse en un agujero y no ver a nadie. No podía ir a su piso porque estaba Laura, tan alegre y activa. Y, claro, cuando le mostrara el periódico su amiga se pondría aún más furiosa que ella, y Tracie tendría que ocuparse de tranquilizarla. Laura le diría que se marchara, que buscara otro trabajo donde reconocieran su valía. Pero no era fácil conseguir un trabajo de periodista en uno de los grandes periódicos. Sin un bonito dossier de artículos muy bien escritos para mostrar, el valor de Tracie en el mercado laboral era en la actualidad más bajo que cuando se graduó en la universidad con un master en periodismo.
Tracie suspiró mientras subía la sucia escalera hasta el apartamento de Phil. Quería que la acunaran como a un niño. Cruzó el salón, esforzándose por no ver las montañas de platos sucios, las pilas de ropa usada y de estuches de CD, y los variados desperdicios producidos por aquellos tres patéticos hombres-niño. Entró en el dormitorio de Phil.
—Eh, ¿dónde has ido? — preguntó él—. Has tardado tanto que se me han enfriado los pies. ¿Y dónde está mi café?
Tracie suspiró. A veces Phil era increíblemente egoísta.
—Hola, Tracie. ¿Qué tal has dormido? ¿Te pasa algo? ¿No te sienta bien el día de la Madre? — dijo ella, imitando su voz y su manera de hablar—. ¿Así que Marcus, el cretino de tu editor, te ha cortado el artículo y lo ha arruinado? Lo siento muchísimo. ¡Con todo lo que habías trabajado!
Phil no mostró remordimiento, pero se sentó en la cama y abrió los brazos.
—Eh, nena, ven aquí.
Tracie vaciló, pero el periódico arrugado bajo su brazo la hacía sentirse tan mal que la necesidad de consuelo venció a su orgullo. Cuando Phil la miraba de aquella manera, todo parecía mejor. Él la necesitaba, y Tracie se sintió tan deseada que en un segundo el trabajo perdió toda importancia. Se hizo un ovillo junto a él. Phil la besó apasionada, profundamente. Tracie se derritió entre sus brazos.
—La vida del artista es muy difícil, cariño — le dijo Phil, y la abrazó con fuerza y comenzó a acariciarle la espalda—. Sabes, he terminado otro cuento.
—¿De verdad?
Tracie sabía que Phil solamente podía escribir si estaba inspirado; él no creía en los plazos fijos para entregar un trabajo. «Matan tu creatividad», decía.
—¿Y de qué trata tu cuento? — le preguntó con timidez; siempre había deseado, sin confesarlo, que Phil escribiera algo sobre ella. Hasta el momento, él no lo había hecho.
—Ya te lo daré a leer en otro momento — respondió él, y le dio un masaje con las dos manos a ambos lados de la columna vertebral. Era muy relajante. Él era mucho más fuerte que ella, y era muy agradable que la apretara contra su pecho robusto, que la rodeara con sus brazos. Tracie lo acarició con los labios. Después, él le dio la vuelta—. Nadie besa como tú — le dijo—. ¿Me quieres?
Tracie asintió con la cabeza, y ella también lo abrazó.
—Y también sé planchar — añadió—. Pero ahora tengo que irme. He quedado con Jon.
—Que se joda Jon — dijo Phil, y luego, bajando la voz—: Y tú, jode conmigo. — Le acarició la oreja con los labios—. Te deseo — susurró.
—Phil, tengo que irme o llegaré tarde. Tengo que encontrarme con...
—Ya sé, con el pequeñín de los ordenadores — Phil hizo que todo su cuerpo quedase pegado al de Tracie—. ¿Por qué, en vez de irte con él, no te quedas con mi pequeñín?
—Hablo en serio, Phil. Tengo que.
Él volvió a cogerla y la apretó contra su cuerpo.
—Estás tan sexy.
—Eso solo me lo dices cuando estás caliente.
—Yo estoy caliente todo el tiempo, así que tú siempre me pareces sexy.
Forcejearon hasta que él estuvo encima de Tracie. Ella lo besó apasionadamente.
¡Cómo le gustaba que él la acariciara! Cuando Phil comenzó a abrirle la blusa, Tracie dejó de resistirse. Él no siempre estaba tan caliente, y ella era lo bastante lista para saber que a veces Phil no hacía el amor a propósito. Tracie pensaba que era otra de sus estrategias para ejercer poder: cuando estaba seguro de que ella quería follar, él se hacía el aburrido.
Lo peor del asunto era que cuanto más se hacía desear Phil, más lo deseaba ella.
Casi todos los hombres de su edad que Tracie conocía se hubieran sentido muy felices de poder follársela. Phil era el primero que se contenía hasta que ella estaba poco menos que dispuesta a suplicárselo de rodillas. La joven se estremeció apenas, pero él estaba lo bastante cerca como para percibirlo.
—Sé que me deseas — susurró—. No puedes evitarlo, ¿verdad?
—No — murmuró Tracie, y Phil le levantó las caderas y le quitó los téjanos como si ella no pesara más que un niño; después la acarició con la lengua desde las rodillas hasta los pechos.
—Toda de color rosa y tan bonita — dijo, y ella sintió un escalofrío desde el cuello hasta la entrepierna. Phil enganchó el pulgar bajo el elástico—. Tus bragas siempre me recuerdan esas bandejas de papel donde ponen los pasteles — continuó él, y la besó otra vez—. Ven aquí, pastelillo mío.
Y durante un segundo los pasteles caseros que tanto le gustaban ocuparon la mente de Tracie, pero cuando Phil empezó a mover el pulgar, volvió a ocuparse del asunto que tenían entre manos.
Un asunto que acabó muy bien, por cierto.
Tracie abrió los ojos. No había pensado volver a dormirse, pero el sexo había sido tan bueno, y era tan placentero quedarse dormida en los brazos de Phil después de un orgasmo realmente satisfactorio, que no había podido resistirse. No estaba mal pasar así el día de la Madre, o cualquier otro día, en verdad.
Tracie se acordó de Jon. Se sentó y empezó a recoger su ropa. Phil gruñó, se dio la vuelta y la sujetó. Después apoyó la mejilla en el hueco de la nuca de la joven, de tal forma que su boca quedaba justo sobre la oreja de ella.
—Si no tuvieras que irte — le susurró al oído mientras le acariciaba el brazo—, te besaría aquí. — Le besó la nuca y el hombro, y su respiración se hizo más agitada—. Y después bajaría hasta tus pezones, y luego...
Tracie sintió la erección de Phil contra su pierna.
—Qué, ¿todavía te haces el chico duro?
—Parcialmente duro, en todo caso. ¿Y sabes por qué? Por ti, nena.
Tracie llevó su mano a la entrepierna de Phil.
—Hmmmm, sí — susurró. Le cogió una mano y empezó a besarle los dedos. Pero se detuvo de repente—. ¿Qué es esto? — preguntó levantándole la mano; Phil tenía garrapateado en la palma de la mano, con bolígrafo azul, un número de teléfono.
—Ah — hubo una breve pausa, tan breve que solamente una novia experimentada podía advertirla.
¿Era una pausa para recordar, o para inventar una mentira convincente?
—Es el teléfono de uno de los chicos del grupo. Ha cambiado de número — dijo Phil.
—¿Uno que empieza con 807? ¿Me estás diciendo que este es el número de teléfono de uno de los Glándulas? ¿Es el de Frank? ¿O el de Jeff? No te creo. ¿Desde cuándo viven en Centralia? — dijo Tracie, y miró fijamente a Phil, esperando confirmar que le estaba diciendo la verdad.
—Jeff se ha mudado hace poco —dijo él, y se apartó. Se sentó en el colchón y cogió un cigarrillo de la mesilla de noche—. Tengo que llamarlo mañana para hablar del ensayo.
—¿De quién es este número, Phil? — insistió ella; cogió el teléfono y se preparó para marcar.
—Es de Jeff —dijo él, dándole la espalda; encendió un cigarrillo y le dio una calada.
En ese instante, Tracie lo odiaba. Ella no era ninguna estúpida. Seguro que era el número de aquella chica tan flaca del viernes por la noche. Comenzó a marcarlo.
—Phil — dijo—, si marco este número y no me responde Jeff, te cortaré la mano y tu polla perderá a su mejor amiga.
—Adelante, cariño — dijo él muy tranquilo mientras exhalaba el humo—. Pensarán que eres una zorra psicópata, y yo quedaré como un estúpido, pero no me importa, tú llama a ese número.
Tracie se quedó inmóvil. ¿Sería verdad que Phil no le daba ninguna importancia, o estaría fingiendo? No podía saberlo. Phil dio otra profunda calada y exhaló el humo.
—Quiero decir, yo no tengo la culpa si te atiende la novia de Jeff y se cabrea. Detesta que lo llamen a casa, y más si son mujeres. Y es muy tarde.
—¿Tarde? ¡Si son las diez y media! ¡Dios, iba a llegar tarde a su cita con Jon!
—¿Por qué no te tranquilizas, vienes conmigo y recibes lo que realmente quieres? — le preguntó Phil.
Tracie a veces lo odiaba. Él apagó el cigarrillo y le abrió los brazos.
—Ya te estoy echando de menos, y aún no te has ido — dijo, y se puso encima de ella y la besó.
Su largo cuerpo no era lo bastante pesado como para inmovilizarla contra la cama, pero a ella le gustaba la sensación de estar casi prisionera de él. La boca de Phil sabía a tabaco, pero su lengua era muy tibia y vivaz y se movía dentro de la boca de Tracie como un pequeño y amistoso hámster buscando una casa. Tracie dejó el teléfono y buscó la botella de agua que tenía siempre en la mesa de noche.
—Yo también quiero — dijo Phil, y se apoyó en los codos.
—Es toda tuya — respondió ella, y le arrojó el agua encima. Por si le había mentido.
Él chilló, pero ella no le hizo caso. No tenía tiempo de seguir investigando, y posiblemente tampoco quería saber la verdad. Iba a llegar terriblemente tarde a la cita con Jon. Se vistió y se puso los zapatos.
—¡Me marcho! — dijo sonriendo desde la puerta, y le echó una última mirada a Phil, que se esforzaba por librarse de la sábana mojada.