Capítulo 30
TRACIE era una mujer con una misión, en medio de una cruzada. Desafortunadamente, cuando se cruzaba con alguien, al «¡Hola!» de rigor le seguían frases como «¡Vaya corte de pelo!», «¿Te han descendido las orejas, verdad?» o simplemente le preguntaban «¿Tracie?», como si no la reconocieran. Su pinta actual no era la que hubiera elegido para entrar en el campamento enemigo, pero se consolaba imaginando que era Juana de Arco. Y las voces le decían «Hay que bajarle los humos a Jon». Y no le preocupaba el hecho de que tendría que usar a otra enemiga de las mujeres para conseguir su objetivo.
Se detuvo ante el despacho de Allison. No se podía negar que la chica era guapísima. Estaba estudiando unos papeles, y el pelo le caía recto como una plomada desde la coronilla hasta la superficie de la mesa, enmarcando sus pálidas mejillas. Estaba tan concentrada en su trabajo que no advirtió la presencia de Tracie. Y ella, sin esperar a que la invitaran a entrar, fue hasta la mesa.
—Hola, Allison. ¿Podrías hacerme un favor? — preguntó Tracie.
Allison la miró con una expresión que indicaba su escasa disposición a ello. Tracie, automáticamente, se llevó la mano a su cortísimo pelo.
—Ya sé, no me lo digas, llevo el pelo demasiado corto — dijo, previendo la primera puñalada de Allison.
—¿Sí? ¿Has cambiado de peinado? — preguntó ella, y Tracie se sintió aún más insultada que cuando Tim le dijo que parecía una mala copia de Sinead O'Connor. Pero no se movió, y se dijo que Allison seguramente era una de esas mujeres que jamás notan los cambios en otras mujeres.
—He conseguido invitaciones para el concierto de Radiohead, invitación a los camerinos incluida, y le he dicho a un amigo que iría con él, pero mi novio se ha puesto furioso. Así que he pensado que. ¿A ti te molestaría ir con mi amigo?
Era la primera vez que Tracie veía una expresión de interés en la cara de Allison.
—Es una broma, ¿verdad? — repuso y abrió aún más los ojos, si eso era posible—. Desde hace dos semanas estoy tratando de conseguir entradas para la prensa. He hecho de todo.
Tracie recordó las maniobras de la joven con Marcus, y se preguntó si ese «de todo» incluía favores sexuales. Pero pensándolo mejor, se dijo que Allison era de aquellas que prometían pero no cumplían. Con ella, los hombres obtenían la promesa del sexo, pero no la realidad.
—Me muero por ir — añadió Allison.
—¡Perfecto! Entonces irás con mi amigo Jonny.
De repente, los ojos de la mujer se entrecerraron como los de un gato siamés.
—¡Eh, espera un momento! ¿No me estarás arreglando una cita con un primo tonto o algo por el estilo?
Tracie sospechaba que a Allison solamente le gustaban los hombres de otras mujeres.
—Ja, de eso nada — rió Tracie—. Si fuéramos parientes, lo nuestro sería incesto. En verdad, Beth dejó a Marcus por este tío.
—¿De verdad? No sabía que Beth había tenido un lío con Marcus — dijo Allison, pero luego se traicionó—: Vaya, yo pensaba que la había dejado él.
—No conozco los detalles — dijo Tracie, con su mejor tono de indiferencia, aunque el impulso de coger una maquinilla de afeitar y rasurar los perfectos rizos de Allison era casi incontenible—. Lo único que sé es que Jonny salió una o dos veces con Beth, y que las chicas de la sala de redacción están locas por él. Yo estoy saliendo con él, pero mi novio no lo sabe. Así que tú vas al concierto, calientas mi asiento, y si quieres, él antes te llevará a cenar.
Los ojos de Allison se iluminaron como si les hubieran encendido una cerilla dentro. En verdad, todo su rostro comenzó a resplandecer. Tracie estaba segura de que si la frente de Allison hubiera sido transparente, habría podido ver la calculadora con que comenzaba a medir las ganas de robarle un hombre a Tracie con el riesgo de que Marcus la descubriera.
—Sí, claro. Me parece bien — dijo por fin.
Como si al pensar en él lo hubiera conjurado, Tracie oyó un carraspeo a sus espaldas. Se dio la vuelta y vio a Marcus en la puerta del despacho. ¿Cuánto tiempo llevaba allí? Tal vez era ella y no Allison la que estaba arriesgando su puesto.
—Hablando del hombre que vuelve locas a la mitad de las chicas de la sala de redacción... —bromeó Tracie, pero Marcus no sonrió. Las dos mujeres lo miraron en silencio; Tracie con una ligera molestia en el estómago.
—¿Puedo hablar un momento contigo, Tracie? — dijo Marcus, y le indicó que lo siguiera.
Tracie iba tras él por el pasillo. ¿Habría oído todo lo que ella había dicho? ¿Hasta la mentira sobre Beth dejándolo plantado por otro hombre? Tracie decidió que si la despedía, le pondría un pleito. No tenía claro el motivo, pero aquel tío se lo merecía.
La caminata a través de la sala de redacción se le antojó interminable, y cuando llegaron al despacho de Marcus, Tracie por poco temblaba. Varias cabezas se habían vuelto a su paso, pero nadie dijo nada.
—He oído un rumor — fue lo primero que dijo él después de sentarse y apoyar los pies encima de la mesa.
Tracie también se sentó, tras dudar si debía hacerlo. Por Dios, ¿la reñiría por haber arreglado la cita de Beth y Jon? ¿O acaso iba a chillarle por su idea de usar a Allison como correctivo? ¿O la habría oído quejarse por haber perdido el artículo sobre los veteranos de guerra? Claro que también podía haberse enterado sobre lo que ella decía de Allison y de su manera de conseguir los artículos. Tracie se cogió con fuerza las manos y usó todo su dominio de sí misma para no tirarse del pelo, tan patéticamente corto.
—Me han dicho que estás pensando vender artículos a otras publicaciones —continuó Marcus.
—¿A otras publicaciones? — repitió Tracie como una idiota. Pero aquello era un golpe bajo. ¿Cómo lo sabía? ¿La habría delatado alguien del Seattle Magazine? ¿Los lobos de distintas jaurías intercambiaban información en las fiestas elegantes de Seattle?
—Como empleada de plantilla de esta empresa, tienes estrictamente prohibido ofrecer trabajos que no nos hayas propuesto antes a nosotros.
Tracie no podía creer lo que oía. ¿Estaba fastidiándola por un artículo que él mismo había rechazado? Por primera vez Tracie no sintió miedo de Marcus, y comenzó a notar que por debajo de su habitual agresividad había algo más en él. ¿Inquietud, miedo tal vez? Pero ¿de qué podía tener miedo Marcus? ¿Y cómo se había enterado de las cartas que ella había enviado a otros medios ofreciendo su artículo?
—Aún no sé si voy a ofrecer algún artículo a otra revista — dijo Tracie, intentando ser veraz y mantener la calma al mismo tiempo—. Pero si lo hiciera, querría ante todo publicarlo aquí. — Hizo una pausa y trató de sonreír, aunque lo que realmente deseaba era morderle la punta del zapato hasta clavarle los dientes en el dedo grande del pie—. De todas formas, Marcus, mi único proyecto de trabajo (aparte del artículo que me has encargado) es aquella nota que tú rechazaste sobre la transformación de un hombre.
—¿De qué transformación hablas? — preguntó, y se puso de pie.
Empezó a pasearse de una punta a otra de la pared acristalada que había detrás de su mesa. Tracie observó que de perfil era todavía bastante guapo, aunque un comienzo de papada hacía perder fuerza a su vigoroso rostro. Marcus cruzó los brazos, se dio la vuelta y la pilló mirándolo descaradamente. Le tocó el turno de sonreír a él, y para hacerla sentir aún más incómoda, salió de detrás de la mesa y comenzó a pasearse detrás de la joven.
—¡Ah!, ¿estás hablando de la tecno-transformación de Buen Tío a Tío Bueno mediante la inversión de una sola palabra? —Tracie estiró el cuello, pero cuando conseguía verlo, él se daba la vuelta y caminaba en la dirección opuesta. Decidió ignorar el frenético paseo de Marcus, mirar por la ventana, y no decir nada—. Quizá mi rechazo fue un tanto prematuro — dijo él—. Me gustaría echarle un vistazo.
Tracie sabía que debería decir que no, que tenía que publicar en otra parte, sin los habituales cortes que le imponía Marcus, pero no estaba segura de poder hacer frente a su jefe.
—Solo tengo un borrador — dijo, con el ruido de fondo de los incansables pasos de él.
—No importa — respondió Marcus y, poniéndose detrás, la cogió suavemente por los hombros. Tracie dio un respingo y él se apartó de inmediato.
—De acuerdo — dijo ella, y se sintió como el personaje de Mary Tyler Moore cuando la sorprendía el señor Grant—. Te lo traigo ahora mismo. — Y salió pitando del despacho.
—Tracie, ¿podemos hablar un momento? — Marcus volvió al ataque esa misma tarde. ¿Acaso tengo elección?, se dijo ella. Él estaba en la puerta de su despacho, y entró—. He leído tu borrador sobre la transformación del atontado, y es muy bueno. Tu talento está desaprovechado en esas estúpidas notas de vacaciones. Me gustaría que trabajaras en otro tipo de artículos.
¿Estará hablando en serio? ¿Qué está pasando aquí?, se preguntó Tracie.
—Acompáñame — dijo Marcus. Ella pensó que la había mirado con malicia, pero con él era difícil estar segura, porque casi todas sus expresiones eran igualmente desagradables.
—¿De veras te ha gustado? — preguntó, y de inmediato quiso morderse la lengua. Tenía que aprender a no reaccionar ante sus elogios o sus críticas. ¿Qué soy? ¿Su mascota?
Lo siguió por el largo pasillo de la parte de atrás del edificio. Estaba tan absorta en sus pensamientos que no advirtió que Marcus se había detenido y por poco lo atropella. Él se volvió para mirarla. No había nadie en el pasillo, y él se apoyó contra la pared, y cruzó los brazos con ese gesto autosuficiente que Tracie odiaba.
—¿El protagonista del artículo nos autoriza a publicarlo? — preguntó Marcus.
—Bueno, en cierta manera.
—¿Eso qué quiere decir?
—Quiere decir que aún no tengo su autorización pero puedo conseguirla, porque es un amigo.
—Pues dejará de serlo cuando se publique el artículo. — Marcus rió y echó un vistazo alrededor.
Tracie también miró a un lado y otro, como si el enemigo estuviera escuchando. Y por eso se sorprendió tanto cuando de pronto reparó en que Marcus estaba muy cerca de ella. La empujó contra la pared y estiró los brazos de tal modo que ella quedó atrapada, y a escasos centímetros de su rostro sonriente. Podía sentir su aliento en la frente.
—¿Qué te parece si esta noche. lo corregimos entre los dos?
Tracie no se lo podía creer. ¡Marcus trataba de ligar con ella! Pensó en darle un rodillazo en la entrepierna, pero vivía de su trabajo y tenía que conservarlo.
—Marcus...— empezó. Él se acercó aún más, su boca casi pegada a la suya. Ella se aplastó contra la pared—. No, no creo que pueda.
—Vamos, no te hagas la tímida conmigo. He visto cómo me miras en las reuniones de trabajo.
Ya iba a besarla cuando Tracie le dio un buen empujón, lo bastante fuerte como para hacerle perder el equilibrio. Marcus dio un traspié y ella volvió a empujarlo. Y entonces vio que Tim y Beth estaban justo detrás de él. ¿Cuánto habrían visto? Marcus cayó al suelo. Beth lo miró. Tim, de mala gana, le tendió la mano para que se levantara, pero Marcus, incómodo, la apartó y se puso de pie sin ayuda.
—Antes de que me olvide, necesito el artículo sobre el día del Padre para esta tarde.
—Pero habías dicho...
—Te has confundido — replicó él, y se marchó.
Las entradas para el concierto de Radiohead llegaron más tarde, cuando Tracie estaba terminando el artículo que le había pedido Marcus. ¡Bien, Molly se había portado! En el futuro tendría que dejarle mejores propinas. Llamó a Jon una y otra vez. Tenía que dar con él o no tendría más remedio que darle las entradas a Allison a cambio de nada. Y entonces sonó el teléfono. Una vez, dos, tres.
Lo cogió.
—Aquí Tracie Higgins — susurró.
—Hola, alquimista. ¿Cómo van las cosas? — preguntó Jon.
—Me alegro de que me llames. ¡Te he conseguido una chica para esta noche!
—Esta noche no puedo. He quedado con Ruth.
—Cancela la cita, porque la chica que tengo para ti es algo grande.
—Bueno, supongo que a Ruth no le molestará quedarse colgada por esta vez. Después de todo, practica el alpinismo y está acostumbrada — dijo él y rió—. Pero si cancelo a Ruth, te aseguro que seré despiadado.
—De acuerdo. — Tracie se sonrió. Jon no sabía con quién tendría que vérselas. Esta noche pagaría todos sus pecados—. Ven aquí a las seis y media. Tengo entradas para el concierto de Radiohead. Sube a mi despacho y te daré las instrucciones.
—Muy bien, nos vemos más tarde.