Capítulo 31

JON se había sentido tan mal cuando Tracie se marchó furiosa del Java, The Hut, que había ido a visitar a su madre. Se había dicho que le debía una visita, pero en verdad iba a verla porque la necesitaba, no para cumplir con sus obligaciones de buen hijo. Ella, sin que él se lo pidiera, le había preparado pollo con macarrones, una de sus comidas favoritas.

—Cariño — le había dicho acariciándole el pelo—, pareces muy cansado. ¿Tienes mucho trabajo? — Él no le había dicho la verdad, que últimamente trabajaba muy poco, y se había limitado a asentir con la cabeza—. Jonathan, ¿por qué no te consigues un perro? — le había preguntado ella.

Era una de esas preguntas absurdas que hacen las madres. Pero ella la hacía movida por el cariño y las mejores intenciones. Y Jon, de repente, deseó tener el afecto incondicional, la lealtad y el cariño de un perro. Estuvo a punto de contarle a su madre la disputa con Tracie, pero se sentía demasiado avergonzado por su comportamiento en los últimos días.

Y como pensaba que Tracie no iba a llamarlo en mucho tiempo, decidió llamar él para disculparse. Le había hecho feliz que ella se alegrara de oírlo, y su felicidad fue aún mayor cuando supo que Tracie le había arreglado una cita. Jon había pensado que su amiga estaba verdaderamente furiosa con él, y estaba dispuesto a hacer lo que fuera para reconciliarse con ella. Le encantaba la frenética actividad sexual de las últimas semanas, y no pensaba renunciar a ella, pero quería seguir siendo amigo de Tracie. La necesitaba. Ella era su única amiga íntima, y la única que sabía quién era el verdadero Jon. Y la cita con la Muchacha Estupenda parecía algo demasiado bueno para ser verdad, pero Jon no estaba nada nervioso. Tenía las entradas para el concierto en el bolsillo, se había puesto una camisa nueva de Armani, y la chaqueta mágica, que obraba milagros. No se había afeitado desde el lunes, y sabía que estaba guapo. No estaba tan seguro de sí mismo como para sentarse en el bar, pero cuando se lo habían cruzado, varias mujeres se habían vuelto a mirarlo.

De todas formas, con Tracie de nuevo al mando de las operaciones, se sentía mejor. Ella se había puesto furiosa en el bar, y Jon aún no entendía por qué, pero ir a verla a su oficina le había devuelto la tranquilidad. Tracie no se había disculpado, ni le había ofrecido ninguna explicación, pero puede que arreglar la cita fuera su manera de hacer las paces. Tracie nunca podía reconocer que no tenía razón. Pero Jon, para reconciliarse, no necesitaba que ella le dijera «Siento mucho lo del otro día» o «No debía haberte hecho pagar a ti mi rabia contra Marcus». Ella se había comportado como de costumbre — no, un poco más simpática— cuando él había pasado a buscar las entradas. Y le había elogiado la ropa, y le había acomodado el cuello de la camisa antes de enviarlo a la cita. Todo estaba en orden, pues.

Jon no estaba muy interesado por Radiohead. En verdad, lo único que recordaba haber escuchado de ellos era Karma Pólice. Pero Tracie le había hablado de la pasión que la Chica Estupenda sentía por Thom Yorke, y lo único que Jon lamentaba era no tener tiempo para mirar la MTV y estudiar los movimientos de Yorke. Si había podido imitar a James Dean, seguro que también podía hacerlo con el tío de Radiohead. Esta chica —y por un momento no pudo recordar si se llamaba Alexandra o Allison, pero pensó que podía llamarla Ali para no cometer un error — tendría que conformarse con el estilo James Dean, igual que sus otras conquistas. Sonrió con malicia. Se le había ocurrido que era mejor no haberse enterado antes de que esto era tan fácil; si lo hubiera sabido hace años seguramente no habría conseguido graduarse.

Se sentó en una mesa del bistró, pidió una cerveza y se preparó para esperar a la Chica Estupenda. No tenía reloj, pero sabía que él había llegado tarde. ¿A qué hora iba a llegar ella? Por un momento pensó que se había equivocado de restaurante, o que Tracie le había informado mal. Pero no, este era el lugar de la cita. Qué diablos, si Ali no aparecía, llamaría a Ruth, o a Beth, y le diría que tenía un par de entradas para un concierto fantástico.

Y si no encontraba a ninguna de las dos, quizá fuera un rato al bar. Seguro que había muchas chicas enamoradas de Thom Yorke.

Aburrido, cogió el menú. Había los platos de costumbre: hamburguesas de diseño, patatas fritas, escalopes de pollo. Justo cuando dejaba el menú sobre la mesa, la vio. Estaba al otro lado del salón, buscándolo. No era la Chica Estupenda, sino mucho más. Era un ángel. Jon supo al instante que esa era la mujer de la cita, y se lo agradeció a Tracie con todo su corazón. Todos los hombres y mujeres del salón la estaban mirando. Y luego, como en un sueño, pero también tan inexorable como la propia muerte, ella se dirigió hacia donde estaba él. Era alta y muy esbelta, y sus piernas empezaban en el suelo y seguían y seguían. Su pelo era de un rubio platino, y Jon hubiera dado la vida por acariciarlo.

Mantén la calma, se dijo. A Thom Yorke o a James Dean no se les movería un pelo si una mujer así se les acercara. Todas las lecciones de Tracie pasaron como un relámpago por su mente. Alzó la copa de cerveza, y bebió para tranquilizarse.

—Tú debes de ser Ali — dijo cuando ella estuvo junto a la mesa.

—Allison — corrigió la joven. Lo observó con mirada experta, y Jon sintió que estaba pasando un examen—. Y tú debes de ser Jonny.

Asintió con la cabeza, porque era mejor no hablar hasta controlar las cuerdas vocales. Ella quitaba la respiración, y había algo en su tez que le recordaba el suave brillo de la pantalla de su nuevo ordenador portátil. ¿Qué se le dice a una diosa? Descubrió que tenía la lengua tan trabada como cuando se encontró con Samantha en el vestíbulo de Micro/Con. Por Dios, no podía permitirse un fallo justo ahora, cuando la Chica Estupenda estaba sentada frente a él. Ya estaba a punto de fastidiar las cosas y preguntarle si le gustaba trabajar en el Times, o si se había graduado en periodismo, o cuál era su signo del zodiaco, cuando recordó una de las lecciones: no hablar mucho. Apretó la mandíbula a la manera de James Dean, cogió la cerveza y volvió a beber. Esperaría a que ella moviera ficha.

Y lo hizo muy bien. Porque Allison debía de haber tenido docenas — no, cientos— de hombres tratando de impresionarla, pero no estaba acostumbrada a otros silencios que no fueran los propios. Cuando ella habló, Jon ya tenía los nudillos de las manos blancos, pero eso le dio tiempo de recuperar la calma y volver a su nueva personalidad.

—¿Y tú qué haces? — le preguntó ella.

—Depende — le contestó, y ella parpadeó. Luego sonrió apenas. Sus labios, que habían sido perfectos en reposo, eran aún más deseables cuando se abrían. ¡Y los dientes! Miles de ortodoncistas soñaban con una dentadura así para enseñarla como modelo a sus futuros clientes.

Charlaron un rato, y ella le preguntó por su trabajo, su familia, el modelo de coche que tenía y otras cuestiones por el estilo. Pero mientras hablaban, Jon se dio cuenta de que había aprendido perfectamente a jugar aquel juego estúpido, y que con una mujer como Allison podía graduarse definitivamente. ¿Por qué habrías de necesitar otras mujeres, si ella quería rodearte con sus brazos, poner sus labios contra los tuyos, dejarte que acariciaras unos centímetros de su perfección?

Jon, sentado frente a Allison en la media luz del bistro, contestó con éxito todas sus preguntas, pero no conseguía recuperarse de la impresión que le causaba su belleza. Era el mejor ligue de su vida.

Vino la camarera a tomarles nota. Él pensó que por esta vez no aplicaría el procedimiento de costumbre con la chica, que comparada con Allison solo era una pálida sombra. Pero algo en su interior le hizo actuar de otra manera. Ni siquiera lo había planeado, simplemente sucedió. ¡Tenía puesto el piloto automático!

—¿Verdad que tiene los ojos más maravillosos que hayas visto jamás? — le preguntó a Allison, cogiendo a la camarera del brazo.