9
La lluvia se convirtió en un crepúsculo saturado de humedad que extendió una neblina brumosa a escasos centímetros del suelo. Cuando llegó la noche, la luna y las estrellas no pudieron atravesar la oscuridad con su luz.
Moira se metió entre el manto de niebla que cubría el patio para reunirse con Glenna.
—Ya están cerca de casa —musitó Glenna—. Más tarde de lo que esperábamos, pero ya casi han llegado.
—He dispuesto que enciendan el hogar en tu habitación y en la de Larkin, y también les han preparado el baño. Llegarán empapados y con mucho frío.
—Gracias. No había pensado en eso.
—Cuando estábamos en Irlanda, eras tú la que se encargaba de todos los detalles relacionados con el confort. Ahora me corresponde a mí hacerlo. —Moira, al igual que Glenna, elevó la vista al cielo—. He ordenado que lleven comida al salón familiar, a menos que quieras cenar a solas con Hoyt.
—No. No. Seguramente querrán informarnos inmediatamente de lo que han visto. Luego ya tendremos tiempo de estar a solas. —Alzó la mano para coger su cruz y el amuleto que usaba con ella—. No sabía que fuese a estar tan preocupada. Nos hemos visto metidos en peleas en las que nos superaban en número, y nunca he estado tan obsesionada.
—Porque estabas con él. Amar y esperar es peor que una herida.
—Ésa es una de las lecciones que he aprendido. Ha habido muchas. Tú has estado preocupada por Larkin, lo sé. Y ahora por Tynan. Él tiene sentimientos hacia ti.
Moira entendió que Glenna no se estaba refiriendo a Larkin.
—Lo sé. Nuestras respectivas madres esperaban que pudiésemos formar una pareja.
—¿Pero?
—Cualquier cosa que se necesite para ello, yo no la tengo. Y él es un gran amigo. Tal vez no tener ningún amante a quien esperar, ningún amante a quien perder, hace que me resulte más fácil soportar estar carga.
Glenna esperó un momento.
—¿Pero?
—Pero —prosiguió Moira con una media sonrisa—. Envidio la tortura que significa para ti esperar al tuyo.
Desde donde se encontraba, Moira vio a Cian, su forma acercándose a través de la penumbra. Venía de las caballerizas, advirtió. En lugar de las capas que usaban los hombres de Geall para protegerse del frío y la lluvia, él llevaba una similar a la de Blair. Larga, negra y de cuero.
La capa se arremolinaba en la niebla mientras Cian se acercaba a ellas, haciendo apenas ruido con sus botas contra las húmedas losas de piedra del patio.
—No llegarán antes porque vosotras estéis esperando a la intemperie —les dijo Cian.
—Ya están cerca de casa. —Glenna volvió a mirar el cielo como si así pudiese conseguir que se abriera y Hoyt cayera desde las alturas—. Él sabrá que le estoy esperando.
—Pelirroja, si tú estuvieses esperándome a mí, en primer lugar, no te habría dejado.
Con una sonrisa, Glenna inclinó la cabeza hasta apoyarla en el hombro de Cian. Cuando él la rodeó con el brazo, Moira vio en ese gesto el mismo afecto que ella sentía por Larkin, la clase de afecto que nace del corazón a través del parentesco.
—Allí —dijo Cian suavemente—. Hacia el este.
—¿Los ves? —Glenna se estiró hacia adelante—. ¿Puedes verlos?
—Dentro de un minuto tú también podrás.
En cuanto lo hizo, su mano apretó la de Moira.
—Gracias a Dios. Oh, gracias a Dios.
El dragón atravesó la densa atmósfera; un resplandor de oro con jinetes en su lomo. Mientras se posaba en tierra, Glenna corrió sobre las losas de piedras del patio. En cuanto desmontó, Hoyt abrió los brazos para recibirla.
—Es un hermoso espectáculo —susurró Moira mirando a Hoyt y Glenna abrazarse—. Han sido tantos los que se han despedido esta mañana y los que lo harán mañana —prosiguió en voz más alta—, que es hermoso ver que alguien regresa a los brazos que lo estaban esperando.
—Antes de que ella apareciera en su vida, Hoyt siempre había preferido regresar a la soledad. Las mujeres cambian las cosas.
Moira lo miró.
—¿Sólo las mujeres?
—La gente entonces. Pero ¿las mujeres? Ellas alteran universos enteros sólo por el hecho de ser mujeres.
—¿Para bien o para mal?
—Eso depende de la mujer, ¿no crees?
—Y del premio, o el hombre, sobre quien hayan puesto los ojos.
Una vez dicho esto, se apartó de su lado para correr hacia Larkin.
Lo abrazó con fuerza a pesar de que estaba empapado.
—Tengo comida, bebida, agua caliente, todo lo que puedas desear. ¡Me alegro tanto de verte! A todos vosotros.
Pero cuando fue a darse la vuelta para dar la bienvenida a los demás, su primo le apretó la mano con fuerza.
Moira sintió que el alivio se le convertía en miedo.
—¿Qué? ¿Qué ha pasado?
—Deberíamos entrar. —La vo2 de Hoyt era controlada pero tensa—. Deberíamos entrar y protegernos de esta humedad.
—Dime qué ha ocurrido.
Moira se apartó de Larkin.
—Las tropas de Tynan han sido atacadas; a mitad de camino del punto más cercano —explicó él.
Moira sintió que todo su interior se congelaba.
—¿Oran, Tynan?
—Están vivos. Tynan ha resultado herido, pero no de gravedad. Otros seis hombres…
Ella clavó los dedos en el brazo de Larkin.
—¿Muertos o capturados?
—Cinco muertos, uno hecho prisionero. Varios más heridos, dos gravemente. Hemos hecho lo posible por ellos.
La sensación de frío no la abandonó, como si tuviese el corazón cubierto de hielo.
—¿Sabes sus nombres? ¿De los muertos, los heridos, del que se han llevado?
—Sí, tenemos sus nombres. Moira, se han llevado al joven Sean. El hijo del herrero.
El estómago le dio un vuelco al pensar que ese joven se enfrentaría a algo que era peor que la muerte.
—Yo hablaré con sus familias. No le digas nada a nadie hasta que lo haya hecho.
—Iré contigo.
—No. Esto es algo que me corresponde hacer a mí. Tú necesitas secarte, calentarte y comer. Debo hacerlo yo, Larkin. Es mi deber.
—Apuntamos los nombres. —Blair sacó un pedazo de papel del bolsillo—. Lo siento, Moira.
—Sabíamos que esto pasaría. —Guardó el papel dentro de su capa—. Iré al salón tan pronto como me sea posible para que me contéis todos los detalles. Ahora las familias necesitan oír esto de mis labios.
—Una gran responsabilidad —comentó Blair cuando Moira se alejó.
—Ella lo soportará. —Cian la siguió con la mirada—. Eso es lo que hacen las reinas.
Moira pensó que ese peso la aplastaría, pero consiguió soportarlo. Y lo hizo, mientras madres y esposas lloraban en sus brazos. No sabía nada acerca del ataque, pero a todos y cada uno, les dijo que su hijo o esposo o hermano había muerto como un valiente, como un héroe.
Era lo que necesitaban oír.
Fue peor con los padres de Sean, peor ver la esperanza reflejada en los ojos del herrero, las lágrimas de esa esperanza empañando los de su esposa. Moira no se veía capaz de quitársela, de modo que los dejó con ella, y con las plegarias para que su hijo consiguiera escapar pronto de alguna manera y regresar a casa.
Cuando hubo terminado su penosa tarea, subió a sus habitaciones a guardar el papel con los nombres dentro de una caja pintada que desde ese momento conservaría junto a su cama. Sabía que habría otras listas. Esa era solamente la primera. Y el nombre de cada uno de los que diesen su vida quedaría escrito y guardado en esa caja.
Junto con la lista, colocó un ramito de romero para la memoria y una moneda como tributo.
Después de cerrar la caja, enterró su necesidad de soledad, de duelo, y bajó al salón para oír los detalles de lo que había pasado.
La conversación se interrumpió cuando ella entró, y Larkin se levantó rápidamente.
—Mi padre acaba de marcharse. Iré a buscarle si lo deseas.
—No, no. Deja que se quede con tu madre y tu hermana.
Moira sabía que el esposo de su prima, que estaba embarazada, estaría al mando de las tropas que partirían al día siguiente.
—Te calentaré un poco de comida. Vas a comer —le dijo Glenna a Moira cuando ésta abrió la boca para protestar—. Considéralo una medicina.
Mientras Glenna colocaba comida en un plato, Cian sirvió una generosa cantidad de licor de manzanas en un vaso y se lo dio también a Moira.
—Bebe esto primero. Estás pálida como la cera.
—Con esto tendré color, pero también una cabeza que me dará vueltas.
Sin embargo, se encogió de hombros y bebió el licor como si fuese agua.
—Tengo que admirar a una mujer que puede beber un trago de esa manera.
Impresionado, Cian cogió el vaso y volvió a sentarse.
—Ha sido horrible. Al menos aquí, ante vosotros, puedo admitirlo. Ha sido horrible. —Moira se sentó a la mesa y luego se presionó las sienes con los dedos—. Mirarles a la cara y ver transformarse su expresión, y saber que lo que les he dicho va a cambiarlas para siempre. Pensar en lo que les he arrebatado…
—Tú no has hecho nada. —La ira tino la voz de Glenna al tiempo que apoyaba con fuerza un plato delante de Moira—. Tú no les has arrebatado nada.
—No me refería a la guerra, o a la muerte, sino a lo que les he quitado con las noticias de ellas. Lo más duro ha sido dar las del joven que fue capturado. El hijo del herrero, Sean. Sus padres aún tienen esperanzas. ¿Cómo podía decirles que su hijo está peor que muerto? No podía cortar ese último hilo de esperanza, pero me pregunto si no hubiese sido mejor que lo hiciera.
Dejó escapar el aire lentamente y luego se irguió en su silla. Glenna tenía razón, debía comer.
—Contadme lo que sabéis.
—Estaban bajo tierra —comenzó a explicar Hoyt— como cuando emboscaron a Blair. Tynan dice que no eran más de cincuenta, pero sus hombres fueron cogidos por sorpresa. Ha añadido que a esos monstruos parecía no importarles si les liquidaban, que seguían atacando y luchando como animales enloquecidos. Dos de nuestros hombres han caído casi al instante y, en la confusión de la batalla, se han quedado con tres de nuestros caballos.
—Casi la tercera parte de los caballos que llevaban.
—Cuatro, quizá cinco de ellos han cogido al hijo del herrero, con vida, según han contado los hombres que trataron de salvarlo.
Se lo han llevado en dirección este, mientras el resto mantenía las líneas y luchaba. Los nuestros han matado a más de veinte de ellos, el resto se ha dispersado y huido al cambiar su suerte.
—Ha sido una victoria. Tenéis que verlo así —intervino Blair—. Tenéis que hacerlo. Vuestros hombres han acabado con veinte de sus enemigos en el primer enfrentamiento. Vuestras bajas han sido pocas en comparación con las suyas. No estoy diciendo que una muerte no sea importante —añadió rápidamente—. Lo es. Pero ésta es la realidad. El entrenamiento de los hombres ha dado sus frutos.
—Sé que tienes razón —dijo Moira—, y yo me he dicho lo mismo. Pero también ha sido una victoria para ellos. Querían un prisionero. No hay ningún otro motivo para que se llevaran a uno de los nuestros. Su misión debía de consistir en atrapar a uno vivo, no importaba el precio que tuvieran que pagar por ello.
—Tienes razón, no voy a discutirlo —convino Blair—. Pero yo no lo veo como una victoria de su columna. Ha sido una acción estúpida, y también un desperdicio. Veinte de ellos por un prisionero. Si esos vampiros se hubiesen quedado y luchado, podrían haberse llevado a más de los nuestros, vivos o muertos. Mi opinión es que Lilith ha ordenado ese ataque porque estaba furiosa, o bien ha sido un impulso. En cualquier caso, una pésima estrategia.
Moira masticó un bocado que no podía saborear mientras pensaba en lo que Blair había dicho.
—La forma en que envió a King de regreso a nosotros, en Irlanda, fue algo despreciable y perverso. Pero divertido para ella. Lilith piensa que estas cosas minarán nuestra moral, que debilitarán nuestro espíritu. ¿Cómo puede conocernos tan poco? Tú has vivido la mitad del tiempo que ella —le dijo a Cian—. ¿Qué puedes decirnos?
—Yo encuentro a los humanos interesantes. Ella los encuentra… apetitosos en el mejor de los casos. No necesitas conocer la mente de una vaca para conseguir de ella unos buenos filetes.
—Especialmente si tienes a toda una pandilla para que se encargue de enlazar y conducir el ganado —dijo Blair—. Yo le hice daño a su chica, de modo que necesita que alguien pague por ello. Ayer destruimos tres de sus bases y esta mañana hemos explorado los segundos dos emplazamientos.
—Estaban vacíos —intervino Larkin—. Lilith no se había molestado en colocar trampas allí y tampoco había dejado de guardia a ninguno de sus soldados. Además, Glenna nos ha explicado que habéis estado jugando con ella mientras estábamos fuera.
—El resumen es que ha sido un empate. Pero ella pierde más que nosotros. Aunque eso no es ningún consuelo para las familias de los que han muerto —añadió Blair.
—Y mañana enviaré más hombres. A Phelan. —Moira miró a Larkin—. No puedo retenerle. Hablaré con Sinann, pero…
—No, yo lo haré. Espero que nuestro padre ya haya hablado con ella, pero iré a verla de todos modos.
Moira asintió.
—¿Y Tynan? ¿Cómo está?
—Tiene un corte en la cadera. Hoyt ha tratado a los heridos. Tynan estaba bien cuando nos marchamos. Están seguros y protegidos para pasar la noche.
—Muy bien entonces. Rezaremos para que mañana haga sol.
Moira tenía otra obligación que atender.
Sus damas de compañía tenían una sala de estar junto a sus habitaciones donde podían descansar, leer, hacer sus labores o cotillear. La madre de Moira había convertido esa estancia en un lugar alegre y placentero, intensamente femenino, con telas de colores suaves, muchos cojines y plantas de flor.
Allí, el fuego se encendía habitualmente con madera de manzano para perfumar el ambiente, y también había candelabros de pared en forma de bonitas hadas aladas.
Cuando fue coronada, Moira autorizó a sus damas de compañía a que cambiasen lo que les apeteciera. Pero la habitación estaba como la recordaba de siempre.
Las mujeres estaban allí entonces, esperando a que ella se retirase a sus habitaciones hasta el día siguiente o que, simplemente, les diese permiso para irse a descansar.
Todas se levantaron e hicieron una pequeña reverencia cuando entró.
—Nada de reverencias, en esta sala, ahora somos todas sólo mujeres.
Abrió los brazos hacia Ceara.
—Oh, mi señora. —Los ojos de Ceara, rojos e hinchados ya por el llanto, se desbordaron mientras corría a los brazos de Moira—. Dwyn está muerto. Mi hermano está muerto.
—Lo siento. Lo siento mucho. Ven, siéntate.
Acompañó a Ceara hasta uno de los sillones sin dejar de abrazarla. Y lloró junto con ella como lo había hecho con la madre de Ceara y con todos los demás que habían perdido a uno de sus seres queridos en la batalla.
—Han enterrado a Dwyn allí mismo, en un campo junto al camino. Ni siquiera han podido traerlo de vuelta a casa. No ha tenido velatorio.
—Haremos que un hombre santo consagre esa tierra. Y levantaremos un monumento para honrar a todos los que hoy han caído.
—Él estaba ansioso por ir, por luchar. Se ha vuelto y me ha saludado con la mano antes de marcharse.
—Ahora beberéis un poco de té. —Con los ojos también enrojecidos por el llanto, Isleen dejó el recipiente sobre la mesa—. Beberás un poco de té, Ceara, y vos también, mi señora.
—Gracias. —Ceara se pasó la mano por las mejillas para secarse las lágrimas—. No sé qué hubiera hecho sin Isleen y Dervil estas últimas horas.
—Es bueno que tengas a tus amigas. Pero ahora te beberás el té y luego irás a reunirte con tu familia. Os necesitaréis mutuamente. Tienes mi permiso para ausentarte todo el tiempo que quieras.
—Hay algo más que quiero, su majestad. Algo que os pido que me deis, en nombre de mi hermano.
Moira esperó, pero Ceara no dijo nada más.
—¿Me pedirías que te concediese algo sin saber qué es lo que estoy concediendo?
—Mi esposo se marcha mañana.
Moira sintió que se le hundía el estómago.
—Ceara. —Moira se acercó a ella y le pasó la mano por el pelo—. El esposo de Sinann también se marchará al amanecer. Ella lleva en su vientre a su tercer hijo y, aun así, no puedo evitar que parta con el resto de los hombres.
—No os pido que impidáis que se marche. Os pido que me permitáis irme con él.
—Irte… —Moira, atónita, se dejó caer en el sillón—. Ceara… tus hijos.
—Ellos se quedarán con mi madre, tan bien y seguros como pueden estarlo aquí. Pero mi hombre se marcha a la guerra y yo me he entrenado en la lucha tanto como él. ¿Por qué debo quedarme sentada esperando? —Ceara extendió las manos—. Inquietarme mientras bordo, pasear por el jardín mientras él se marcha a combatir. Vos dijisteis que todos teníamos que estar preparados para defender Geall y los mundos que hay más allá. Yo me he preparado. Su majestad, mi señora, os ruego que mañana me permitáis marchar junto a mi esposo.
Moira se levantó sin decir nada. Fue hasta una de las ventanas para mirar hacia la oscuridad. La lluvia, finalmente, había cesado, pero la niebla se extendía como si fuesen nubes.
—¿Has hablado con él de esto? —preguntó Moira al fin.
—Sí, lo he hecho, y su primer pensamiento ha sido para mi seguridad. Pero entiende que mi decisión está tomada y por qué.
—¿Por qué?
—El es mi corazón. —Ceara se levantó y apoyó una mano en su pecho—. No dejaría a mis hijos sin protección, pero confío en que mi madre haga todo lo que pueda por ellos. Mi señora, ¿acaso nosotras, las mujeres, nos hemos entrenado y revolcado en el fango todo este tiempo sólo para sentarnos junto al fuego?
—No. No ha sido para eso.
—No soy la única mujer que desea ir a luchar.
Moira se volvió.
—¿Has hablado con otras mujeres? —Miró a Dervil e Isleen—. ¿Vosotras también queréis? —Asintió—. Veo que estaba equivocada al reteneros aquí. Se harán los arreglos necesarios entonces. Me siento orgullosa de ser una mujer de Geall.
Por amor, pensó Moira mientras se sentaba para hacer otra lista de combatientes. Por amor tanto como por deber. Las mujeres marcharían con los hombres y lucharían por Geall. Pero era por sus esposos y enamorados, por las familias que dejaban allí por quienes querían empuñar la espada.
¿Y ella por quién luchaba? ¿El calor de quién buscaría la noche anterior a la batalla, quién era su razón para luchar?
Los días pasaban, y Samhain acechaba como un hacha ensangrentada pendiendo sobre su cabeza. Y allí estaba ella, sentada sola, como cada noche. ¿Buscaría otro libro, otro mapa, otra lista? O bien vagaría de nuevo por la habitación, por los jardines y los patios, deseando…
Deseándole a él, pensó. Deseando que volviese a poner las manos sobre su cuerpo y la hiciera sentir plena, viva, radiante. Deseando que compartiese con ella lo que había visto la noche en que tocó aquel instrumento y cuyo sonido agitó su corazón tanto como él había agitado su sangre.
Ella había luchado y sangrado y volvería a luchar y sangrar. Entraría en el combate como reina, con la espada de los dioses en la mano. Pero en esos momentos allí estaba, sentada sola en su habitación, deseando, como una doncella ruborizada, la caricia y el calor del único que había hecho que su pulso se acelerara.
Aquello era absurdo y una pérdida de tiempo. Y también un insulto para cualquier mujer de cualquier parte.
Se levantó y comenzó a pasearse por la habitación mientras reflexionaba sobre ello. Sí, era insultante y mezquino. Ella se quedaba allí sentada, deseando, por las mismas razones por las que se había abstenido de enviar a las mujeres a la marcha. Porque lo tradicional era que el hombre viniese a la mujer. Lo tradicional era que el hombre se encargara de la protección y la defensa.
Pero las cosas habían cambiado, ¿verdad?
¿Acaso no había pasado semanas en un mundo y un tiempo en los que las mujeres, como Glenna y Blair, se habían mantenido firmes sin ceder terreno —o algo más— en cada ocasión?
De modo que si ella deseaba las manos de Cian sobre su cuerpo, debía encargarse de que él las pusiera allí, y no había más que hablar.
Cuando estaba a punto de abandonar la habitación, se acordó del asunto de su apariencia. Podía hacerlo mejor. Si estaba a punto de embarcarse en la aventura de seducir a un vampiro, debía ir bien armada.
Se quitó el vestido. Habría deseado tomar un baño —o más bien la ducha de agua maravillosamente caliente de Irlanda—, pero lo suplió lavándose con el agua perfumada que había en la jofaina.
Cubrió su piel con crema, e imaginó que eran los largos dedos de Cian los que la esparcían por su cuerpo. El calor ya estaba formando una bola de fuego en su estómago y latiendo a lo largo de sus nervios mientras escogía su mejor bata de noche. Mientras se cepillaba el pelo, deseó por un momento haberle pedido a Glenna que le enseñase a hacer un sencillo conjuro. Le pareció que sus mejillas comenzaban a ruborizarse, y sus ojos brillaban. Se mordió los labios hasta que le dolieron, pero pensó que se habían hinchado y enrojecido muy bien.
Se apartó del gran espejo y se estudió cuidadosamente desde cada ángulo. Esperaba tener un aspecto deseable.
Cogió un candil y abandonó la habitación con la firme determinación de no regresar a ella siendo virgen.
En su habitación, Cian estudiaba con atención varios mapas. Era el único miembro del círculo al que se le había negado una visión del campo de batalla, ya fuese en la realidad o bien en sueños. Pero él iba a corregir esa situación.
El tiempo era un problema, cinco días de marcha, aunque él podía recorrer esa distancia en dos, quizá en menos. Pero eso significaba que necesitaría un lugar seguro donde poder acampar durante el día.
Una de las bases que los otros habían instalado serviría para ese propósito. Una vez que hubiese hecho su inspección del terreno, podría instalarse en una de esas bases y esperar la llegada de Samhain.
Largarse así del jodido castillo y alejarse de su tentadora reina.
Habría objeciones a su plan… lo que resultaría irritante, pero no iban a encerrarlo en una mazmorra y obligarlo a quedarse quieto. Los demás partirían al cabo de aproximadamente una semana. El se largaría antes.
Podía marcharse con las tropas que iban a salir por la mañana, si el sol estaba oculto. O, simplemente, esperar a la puesta del sol.
Se sentó y bebió un trago de sangre que había mezclado con whisky, su propia versión de un cóctel para ayudarlo a dormir. Incluso podía irse en aquel mismo instante, ¿verdad? Así se ahorraría las discusiones con su hermano y los demás; simplemente largándose del castillo.
Supuso que tendría que dejar una nota. Era extraño que hubiese gente que realmente se preocupase por su bienestar, y de alguna manera también era agradable, si bien le añadía algunas responsabilidades.
Dejando la bebida a un lado, decidió que sí, que prepararía sus cosas y se marcharía. Sin ruido. Y así no tendría que volver a ver a Moira hasta que ellos lo alcanzaran.
Cogió la cinta de cuero con cuentas que no le había devuelto a su dueña y jugó con ella. Si se marchaba esa noche, no tendría que verla, olería, o imaginar cómo sería tenerla debajo de él en la oscuridad.
Y tenía una imaginación jodidamente buena.
Se levantó para decidir qué equipo resultaría más útil para el viaje y frunció el cejo cuando alguien llamó a la puerta.
«Probablemente sea Hoyt», pensó. Desde luego, no le hablaría de sus planes; de ese modo se evitaría un largo e irritante debate sobre el asunto. Consideró la posibilidad de no abrir la puerta, pero el silencio y una puerta cerrada no detendrían a su hermano el hechicero.
Supo que era Moira en el momento en que su mano tocó el cerrojo. Y maldijo para sí. Abrió la puerta con intenciones de hacer que siguiera rápidamente su camino, de modo que él pudiese seguir el suyo.
Moira vestía de blanco, un blanco fino y vaporoso, con algo por encima casi del mismo gris de sus ojos. Olía como la primavera… joven y llena de promesas.
La necesidad se enroscó dentro de él como si fuesen serpientes.
—¿Es que nunca duermes? —preguntó él.
—¿Y tú?
Moira entró en su habitación, y Cian se quedó tan sorprendido por el gesto, que no atinó a bloquearle el paso.
—Bueno, adelante, hazte cuenta de que estás en tu casa.
—Gracias.
Moira lo dijo educadamente, como si las palabras de Cian no hubiesen destilado sarcasmo. Luego dejó el candil sobre la mesa y se volvió hacia el hogar, cuyos leños él no se había molestado en encender.
—Veamos si puedo hacerlo. He practicado hasta que estuvieron a punto de sangrarme las orejas. No hables. Me distraerías.
Extendió una mano hacia la chimenea. Se concentró, imaginó. Empujó. Una llama pequeña y débil asomó en la turba, de modo que entornó los ojos y empujó con más fuerza.
—¡Mira!
Su voz sonó absolutamente encantada cuando el fuego se encendió.
—Vaya, ahora estoy rodeado de jodidos magos.
Cuando Moira se volvió, su pelo ondeó y la delicada bata se abrió como un abanico.
—Es una habilidad muy útil, y pretendo aprender más.
—Pues aquí no encontrarás un tutor en hechicería.
—No. —Moira se echó el pelo hacia atrás—. Pero estoy pensando en otras cosas. —Regresó a la puerta y pasó nuevamente el cerrojo. Luego se volvió hacia él—. Quiero que me lleves a la cama.
Cian parpadeó ya que, si no, los ojos se le habrían salido de las órbitas.
—¿Qué?
—No tienes ningún problema de audición, de modo que me has oído perfectamente. Quiero acostarme contigo. Había pensado que podía tratar de mostrarme reservada y seductora, pero luego me ha parecido que sentirías más respeto por las palabras directas y francas.
Las serpientes que estaban enrolladas dentro de él comenzaron a retorcerse. Y morder.
—Aquí tienes una palabra franca y directa: vete.
—Veo que te he sorprendido. —Se paseó por la habitación deslizando un dedo sobre una pila de libros—. Eso no es algo fácil de conseguir, así que, como dice Blair, puntos para mí. —Se volvió otra vez y sonrió—. Soy una novata en estas cosas, de modo que dime una cosa, ¿por qué se enfadaría un hombre si una mujer quisiera acostarse con él?
—No soy un hombre.
—Ah. —Moira levantó un dedo reconociendo ese punto para él—. Pero tienes necesidades, deseos. Tú me has deseado.
—Un hombre pondría su mano sobre cualquier mujer.
—Tú no eres un hombre —replicó ella, y luego sonrió—. Más puntos para mí. Te estás rezagando.
—Si has estado bebiendo otra vez…
—No he bebido nada. Sabes que no he estado bebiendo. Pero he estado pensando. Iré a la guerra, entraré en combate. Es posible que no salga de él con vida. Quizá ninguno de nosotros lo haga. Hoy han muerto hombres buenos, entre el barro y la sangre, y han dejado muchos corazones destrozados detrás de ellos.
—Y el sexo reafirma la vida. Conozco la psicología de esa situación.
—Eso es bastante cierto. Pero a un nivel más personal, estaré condenada, lo juro, si muero virgen. Quiero saber lo que es eso. Quiero sentirlo.
—Entonces, majestad, escoged a un semental de entre vuestros súbditos. Yo no estoy interesado.
—No quiero a nadie más. Nunca quise a nadie antes de ti, y no he querido a nadie desde la primera vez que te vi. Me estremeció poder albergar esa clase de sentimientos hacia ti sabiendo lo que eres. Pero están dentro de mí y no desaparecerán. Tengo necesidades, como cualquiera. Y bastantes estratagemas creo, para vencer tu resistencia si es necesario… aunque ya hayas dejado de ser un joven lujurioso.
—Has encontrado tus pies, ¿verdad? —musitó él.
—Oh, siempre los he tenido. Sólo que soy muy prudente hasta saber bien dónde piso. —Mientras lo miraba, midiéndolo, deslizó la mano por uno de los pilares de la cama—. Dime, ¿qué diferencia podría suponer para ti? Una hora o dos. Creo que no has estado con una mujer desde hace algún tiempo.
Cian se sentía como un idiota. Tenso, estúpido y necesitado.
—Eso no es de tu incumbencia.
—Podría serlo. He leído que cuando un hombre no ha estado con una mujer durante un tiempo, esa circunstancia puede afectar a su rendimiento. Pero no deberías preocuparte por eso, ya que no tengo nada con qué compararlo.
—¡Menuda suerte para mí! O lo sería si yo te deseara.
Moira alzó la cabeza y lo único que él pudo ver en su rostro fue curiosidad y confianza.
—Crees que insultándome conseguirás que me marche. Me apuesto lo que quieras a que en este momento estás duro como una piedra. —Se acercó a él—. Deseo tanto que me toques, Cian. Estoy cansada de soñar con eso y quiero sentirlo.
La tierra se estaba desmoronando bajo sus pies. Y lo había estado haciendo, él lo sabía, desde que ella había puesto el pie en su habitación.
—No sabes lo que estás pidiendo, lo que estás arriesgando. Las consecuencias de ese acto se te escapan.
—Un vampiro puede acostarse con un humano. No me harás daño.
Moira alzó los brazos, pasó la cadena de la cruz por encima de su cabeza y la dejó sobre la mesa.
—Alma cándida.
Cian intentó ser sarcástico, pero el gesto de Moira lo había conmovido.
—Confiada. No necesito ni quiero un escudo contra ti. ¿Por qué nunca pronuncias mi nombre?
—¿Qué? Por supuesto que lo hago.
—No, no lo haces. Te diriges a mí, pero nunca me miras ni dices mi nombre. —Sus ojos tenían ahora el color del humo y estaban llenos de sabiduría—. Los nombres tienen poder, tomado o concedido. ¿Acaso temes lo que yo podría quitarte?
—No hay nada que puedas tomar.
—Entonces, di mi nombre.
—Moira.
—Otra vez, por favor.
Ella le cogió una mano y se la apoyó en el corazón.
—No hagas esto.
—Cian. Ese es tu nombre pronunciado por mí. Cian. Creo que si no me tocas, si no me tomas, una parte de mí morirá antes de entrar en batalla. Por favor. —Enmarcó el rostro de él con sus manos y vio, finalmente, lo que necesitaba ver en sus ojos—. Di mi nombre.
—Moira. —Perdido, le cogió la muñeca y le besó la palma de la mano—. Moira. Si no estuviese ya condenado, esto me enviaría directamente al infierno.
—Yo trataré de llevarte primero al cielo, si me enseñas cómo hacerlo.
Se puso de puntillas y lo atrajo hacia ella. Tembló cuando los labios de Cian se unieron a los suyos.