17
—Sinann, deberías estar acostada.
Con la mano apoyada en el vientre, Sinann miró a Moira y meneó la cabeza.
—No podía dejar que mi padre se marchara sin despedirme de él. O de ti. —Sinann echó un vistazo alrededor del patio, donde hombres, caballos y dragones se preparaban para el viaje—. Todo esto parecerá tan vacío ahora, con tan pocos de nosotros dentro de estos muros.
Sinann consiguió esbozar una leve sonrisa al ver que su padre alzaba a su nieto en el aire.
—Volveremos y el ruido será ensordecedor.
—Moira, por favor, tráelos de regreso al castillo. —La tensión comenzaba a filtrarse ahora a través de sus ojos, de su voz—. A mi padre, a mis hermanos, haz que vuelvan a mí.
Moira cogió los brazos de Sinann.
—Haré todo lo que pueda para cumplir tus deseos.
Sinann apretó la mano de Moira contra su vientre.
—Aquí hay vida. ¿Puedes sentirla? Dile a Phelan que has sentido cómo se movía su hijo.
—Lo haré.
—Yo cuidaré tus plantas en el invernadero y mantendré una vela encendida hasta que todos hayáis regresado a casa. Moira, ¿cómo lo sabremos? ¿Cómo haremos para saber si vosotros…?
—Lo sabréis —prometió Moira—. Si los dioses no os envían una señal de nuestra victoria, entonces lo haremos nosotros. Te lo prometo. Ahora ve a besar a tu padre y yo besaré a todos tus otros hombres por ti cuando los vea.
Moira se acercó a su tía y apoyó la mano sobre el brazo de Deirdre.
—He hablado con los hombres que puedo dejar con vosotros para que os protejan. Mis órdenes son claras y sencillas y deben seguirse al pie de la letra. Las puertas del castillo deben permanecer cerradas y nadie debe abandonarlo, ya sea de día o de noche, hasta que se reciban noticias de que la guerra ha terminado. Cuento con vos como cabeza de mi familia que queda aquí para que esas órdenes se cumplan. Sois mi regente hasta que yo haya regresado. O en el caso de mi muerte…
—Oh, Moira.
—En el caso de que yo muera, vos reinaréis hasta que sea elegido el legítimo sucesor al trono. —Se quitó un anillo que había pertenecido a su madre y lo puso en el dedo de Deirdre—. Éste es el símbolo de vuestra autoridad, en mi nombre.
—Honraré tus deseos, tus órdenes y ese nombre. Te lo juro, Moira. —Cogió las manos de su sobrina entre las suyas—. Lamento que discutiésemos.
—Yo también.
Aunque sus ojos estaban húmedos, Deirdre consiguió esbozar una trémula sonrisa.
—Aunque ambas nos separemos creyendo que teníamos la razón de nuestra parte.
—Y así es. Pero no os amo menos por ello.
—Mi niña. —Deirdre la atrajo hacia sí—. Mi dulce niña. Todas las plegarias que conozco te acompañarán. Regresa a nosotros. Diles a mis hijos que tienen mi corazón y mi orgullo.
—Lo siento —las interrumpió Blair tocando el hombro de Moira—. Todo está preparado para la marcha.
—Me despido de vos, Blair. —Deirdre avanzó unos pasos para besarla en las mejillas—. Y confío en que sepáis mantener a mi hijo mayor a salvo.
—Haré todo lo posible.
—Será necesario. Larkin es muy difícil de controlar. —Abrió la boca para añadir algo más y, luego, inspiró profundamente—. Iba a decir que tengáis cuidado, pero no es eso lo que los guerreros quieren oír. De modo que os digo que luchéis bien.
—Podéis contar con ello.
Montaron en caballos y dragones sin pompa ni ceremonias de ninguna clase. Los niños estaban reunidos en grupos, controlados por sus madres, que permanecían detrás de ellos. Los ancianos se apoyaban en bastones o en los brazos de los más jóvenes.
Las lágrimas brillaban en los ojos de todos. Aunque a través de ese húmedo velo estuviesen mirando a los seres queridos que los dejaban atrás, Moira sabía que también la estaban mirando a ella.
Traedlos de regreso a mí. ¿Cuántos albergaban en sus corazones y en sus mentes ese único y desesperado deseo? No todos lo verían satisfecho, pero ella, tal como le había jurado a Sinann, haría todo lo posible.
Y no les dejaría ni los guiaría con lágrimas en los ojos.
Moira le hizo una señal a Niall, que se encargaría de comandar las fuerzas terrestres. Cuando ordenó que se elevasen las puertas, alzó la espada de Geall hacia arriba, y, al frente de las últimas tropas del castillo de Geall, disparó un arco de fuego hacia el pálido cielo de la mañana.
Los jinetes de los dragones fueron los primeros en llegar a destino y movilizar a las tropas. Éstas abandonarían la primera base para emprender la siguiente etapa de la marcha hacia el campo de batalla. Se cargaron suministros y armas, y los hombres montaron en caballos y dragones. Los que marchaban a pie eran flanqueados por los jinetes… por aire y por tierra.
Y así siguieron viajando a través de las tierras y el cielo de Geall.
Al llegar a la siguiente parada, descansaron y dieron de beber a sus monturas.
—Aquí tenéis té, mi señora.
Ceara se reunió con Moira cerca de un arroyo donde bebían los dragones.
—¿Qué? Oh, gracias.
Moira cogió la taza.
—Nunca he visto un espectáculo semejante.
—No. —Moira continuó observando a los dragones, y se preguntó si alguno de los que allí estaba volvería a ver otra vez ese espectáculo—. Cabalgarás junto a tu esposo, Ceara.
—Lo haré, mi señora. Ya estamos casi listos.
—¿Dónde está la cruz que ganaste, Ceara? La que llevas es de cobre.
—Yo… —Ceara se llevó la mano a la cruz de cobre—. Se la dejé a mi madre. Majestad, quería que mis hijos estuviesen protegidos si…
—Por supuesto que lo hiciste. —Rodeó la muñeca de Ceara con sus dedos y se la apretó—. Por supuesto.
Se volvió cuando Blair se acercó a ellas.
—Es hora de reunidos a todos. Las monturas están descansadas y abrevadas. Las armas y los suministros han sido cargados, excepto lo que dejaremos aquí con los hombres que protegerán esta base hasta mañana.
—Las tropas que vienen detrás de nosotros deberían llegar bastante antes de que el sol se haya puesto. —Moira miró el cielo—. ¿Cuentan con protección suficiente si se produce un cambio en el tiempo? ¿Natural o de otra clase?
—Es posible que Lilith tenga algunos francotiradores y exploradores repartidos por esta zona, pero nada que nuestras tropas no puedan resolver. Tenemos que seguir adelante, Moira. Avanzar de esta manera, alternándonos unos y otros, impide que los soldados queden expuestos y sean vulnerables a los ataques del enemigo durante la noche, pero lleva tiempo.
—Y tenemos un horario que cumplir —convino Moira—. Puedes dar la orden entonces y continuaremos viaje.
Ya había pasado el mediodía cuando los primeros llegaron a su destino final. Por debajo de donde ella sobrevolaba, los hombres dejaron lo que estaban haciendo y les saludaron alborozados. Vio que Larkin salía de la casa y alzaba la vista. Luego se convirtió en dragón y ascendió para reunirse con ellos.
Moira vio también la tierra oscura de las tumbas recién excavadas.
Larkin voló alrededor de ellos con movimientos rápidos y llamativos, luego se colocó al lado del dragón que montaba Blair. Moira se quedó sin aliento cuando Blair se puso de pie sobre el lomo de su dragón y luego saltó al vacío. Los vítores de los que estaban en tierra se elevaron como un trueno cuando Blair aterrizó sobre Larkin y lo guió hacia abajo.
Como si fuese un festival, pensó Moira, mientras otros jinetes ejecutaban vistosos giros y picados. Quizá necesitaban el espectáculo y las tonterías durante esas últimas horas de luz. La noche caería pronto.
Ella se habría encargado de su propia montura, como lo había hecho durante todo el viaje, pero en cuanto tocó tierra, Larkin la alzó, la hizo girar y la besó.
—Con eso no conseguirás endulzarme —dijo ella—. Tengo una cuestión pendiente contigo. Se suponía que debíais recorrer las bases, recoger información y quedaros en un lugar seguro. No salir a buscar problemas.
—Hacemos lo que tenemos que hacer cuando debemos hacerlo. —Larkin volvió a besarla—. Y todo está bien, ¿verdad?
—¿Lo está?
—Sí. Él lo está. Puedes entrar. Aquí hay muchos hombres que pueden encargarse de los caballos y los dragones. Habéis hecho un viaje muy largo. Blair me ha dicho que no habéis tenido problemas durante el camino.
—No, ningún problema.
Moira dejó que Larkin la condujese al interior de la casa.
En el hogar, había una olla con estofado cociéndose a fuego lento y el olor a comida, a hombres y a fango impregnaba el aire.
Había varios mapas desplegados sobre una mesa alrededor de la cual imaginó que acostumbraba a reunirse una familia. Las cortinas que cubrían las ventanas eran caseras y alegres, y las paredes estaban limpias y encaladas.
Había armas junto a cada puerta y ventana.
—Si quieres descansar un rato, hay una habitación arriba.
—No, estoy bien. Pero bebería un poco de whisky si tenéis.
—Tenemos.
Moira pudo ver por la expresión de Larkin que Blair estaba ya dentro de la casa.
—Ya se han encargado de las monturas —explicó Blair—. Han descargado las provisiones y las armas. Hoyt está en ello. ¿Cuál es la situación aquí?
—Tenemos tropas instaladas en el establo, el granero, el palomar y el ahumadero además de aquí. Hay un desván bastante espacioso, y lo estamos utilizando como una especie de barracón.
Larkin sirvió el whisky mientras hablaba, hizo un gesto interrogativo hacia Blair con la cabeza pero ella meneó la suya.
—El salón se ha convertido en el arsenal principal —continuó Larkin—. Y tenemos armas almacenadas en todos los edificios. Los hombres montan guardia por turnos día y noche. El entrenamiento continúa a diario. Se han producido incursiones, como ya sabes, pero ninguna desde que llegamos Cian y yo.
—Os encargasteis de que así fuera, ¿verdad? —preguntó Moira antes de beber.
—Así es y le dimos a Lilith una buena patada en el culo. Ayer perdimos a otro hombre, uno que había resultado herido durante el ataque que mató a Tynan. Su muerte no fue rápida.
Moira clavó la mirada en su whisky.
—¿Hay más heridos?
—Sí, pero todos pueden caminar. Hay una especie de sala que da a la cocina y la hemos estado utilizando para atender a los heridos.
—Glenna les echará un vistazo y dispondrá las cosas como lo considere mejor. Bien. —Bebió el resto del whisky que le quedaba en el vaso—. Sabemos que no hay sitio para que todas las tropas estén a cubierto. Esta noche hay aquí casi mil hombres y en los próximos días llegarán otros tantos.
—Entonces será mejor que nos pongamos manos a la obra para montar un campamento —dijo Blair.
Había algo de orgullo en todo ello, descubrió Moira, al ver a tantos de los suyos —hombres y mujeres, viejos y jóvenes— trabajando juntos. Las tiendas de campaña comenzaron a desplegarse sobre el terreno mientras se juntaba leña y turba para hacer fuego para cocinar. Las provisiones fueron descargadas de los carros y apiladas.
—Ya tienes tu ejército —dijo Glenna a su lado.
—Espero que un día, aquí se plante grano en lugar de tiendas. Hay tantas. Nunca ha habido tantas tiendas antes. ¿Puedes contenerlas a todas dentro de un círculo protector?
El rostro de Glenna se endureció con una expresión de absoluta determinación.
—El perro de Lilith se las ingenió para proteger toda su base, espero que no estés sugiriendo que Hoyt y yo no somos capaces de estar a su altura.
—Jamás se me ocurriría tal cosa.
—Es un círculo jodidamente grande el que debemos crear —reconoció Glenna—. Y el sol ya se está ocultando, de modo que debemos comenzar a hacerlo ya. Podríamos contar con tu ayuda.
—Esperaba que lo hicieras.
Moira recorrió el terreno de un extremo a otro junto a Glenna y Hoyt y, tal como Glenna le había pedido, recogió hierbas, piedras pequeñas y puñados de tierra. Los tres se reunieron nuevamente en el centro.
Al extenderse el rumor de que harían magia, los hombres guardaban silencio. En medio de esa quietud, Moira oyó los primeros susurros de poder.
Invocaron a los guardianes, este y oeste, norte y sur. A su patrona, Morrigan. Ella recitó la invocación junto con ellos, como Hoyt y Glenna le habían enseñado.
—En este lugar y en esta hora, invocamos a los antiguos poderes para que atiendan nuestras necesidades y escuchen nuestra súplica de que protejan a todos en esta compañía. Sobre esta hierba, esta tierra, esta piedra, concedednos protección ante cualquier daño. Sólo la vida en toda su expresión puede cruzar este anillo, y ninguno puede entrar si su intención es causar perjuicio. En el interior de este círculo que ha sido trazado, no pueden entrar el enemigo ni sus armas. Noche o día, día o noche protegerá la tierra y el aire dentro de su luz. Ahora, nuestra sangre sellará este escudo y rodeará este círculo.
Tanto Hoyt como Glenna y Moira se hicieron un corte en la palma de la mano con una daga ceremonial y luego cerraron el puño para que la sangre cayese en la tierra, la hierba y las piedras que habían juntado en el terreno.
El calor —el suyo y el de Hoyt y Glenna— latió y se estremeció violentamente dentro de Moira, y el viento que levantaron sopló en círculos cada vez más amplios, azotando las tiendas, cantando a través de la hierba, hasta que se arremolinó en torno a los bordes del terreno en un ciclón de luz.
Los tres arrojaron hacia arriba la tierra empapada en sangre, y el suelo tembló bajo sus pies cuando brotaron tres llamas pequeñas que se extinguieron poco después. Luego, cuando se cogieron de las manos, sus cuerpos se arquearon hacia atrás a causa de la fuerza que los había unido.
—Elévate y rodea —gritó Moira con Hoyt y Glenna—, rodea y cierra y obstruye este lugar a todos nuestros enemigos. Aquí la sangre y el fuego se mezclan libremente, como lo haremos nosotros, que así sea.
Las llamas se elevaron alrededor del terreno, y cuando la tierra quedó calcinada, describiendo un círculo blanco perfecto, las llamas se extinguieron con un estallido.
A Moira se le nubló la vista, y las voces que le hablaban también parecieron empañarse, como si el mundo se encontrase súbitamente debajo del agua.
Cuando volvió en sí, estaba de rodillas. Glenna la cogía de los hombros y repetía su nombre.
—Estoy bien. Estoy bien. Es sólo que… ha sido demasiado. Necesito recuperar el aliento.
—Tómate tu tiempo. Es un conjuro muy poderoso, y más aún porque hemos utilizado sangre.
Moira se miró el corte que tenía en la palma de la mano.
—Cualquier cosa es un arma —afirmó—. Como dice Blair. Cueste lo que cueste, siempre que funcione.
—Yo diría que ha funcionado —opinó Hoyt.
Siguiendo la dirección de su mirada, Moira vio a Cian de pie, fuera del círculo. Aunque la capa lo protegía de los últimos rayos de sol, podía ver sus ojos y la furia que había en ellos.
—Muy bien. Dejaremos que los hombres terminen de montar el campamento.
—Apóyate en mí —le dijo Glenna—. Estás blanca como una sábana.
—No, prefiero no hacerlo. —Sus rodillas todavía parecían de gelatina—. Los hombres no pueden ver que me derrumbo ahora. Sólo tengo el estómago revuelto, eso es todo.
Mientras ella atravesaba el campamento, Cian giró sobre sus talones y echó a andar de regreso a la casa.
Estaba esperando dentro de la casa y algo de su humor había debido de traslucirse, ya que estaba solo.
—¿Acaso estáis tratando de matarla antes de que Lilith tenga oportunidad de hacerlo? —preguntó—. ¿En qué estabais pensando, arrastrándola hacia esa clase de conjuros mágicos lo bastante poderosos como para crear un huracán?
—La necesitábamos —contestó Hoyt simplemente—. No es una tarea sencilla tender una red sobre un área tan extensa y que contiene a tanta gente. Y el conjuro funciona, ya que te ha mantenido en el borde del círculo.
No sólo lo había detenido allí, sino que le había enviado descargas eléctricas. Le sorprendía no tener los pelos de punta.
—Moira, tú no eres lo bastante fuerte para…
—No me digas para qué no soy lo bastante fuerte. He hecho lo que era necesario hacer. ¿Y no es eso lo que tú me dirías si yo osara preguntarte por tu temerario viaje por el valle? Ambas cosas ya están hechas, y los dos estamos aquí para discutir sobre ellas, de modo que yo diría que ambas han estado bien hechas. Me han dicho que dispongo de una habitación en la parte superior de la casa. ¿Alguien sabe dónde puede estar?
—La primera puerta a la izquierda —contestó Cian.
Cuando ella subió la escalera, con aire arrogante pensó él, Cian maldijo y la siguió.
Moira se sentó en un sillón, con la cabeza entre las rodillas, junto a un fuego que aún no habían encendido.
—Estoy mareada, y no necesito que me eches un sermón. Volveré a ser yo misma dentro de un momento.
—A mí me pareces bastante tú misma. —Cian vertió un poco de agua en un cuenco y lo bajó para que ella pudiera verlo—. Bebe esto. He visto cadáveres que tenían más color que tú.
—Un comentario realmente encantador.
—La verdad raramente es bella.
Ella se recostó en el sillón y lo estudió mientras bebía el agua.
—Estás enfadado, y eso es bueno, puesto que yo también estoy enfadada contigo. Sabías que estaba aquí, pero no has bajado.
—No, no he bajado.
—Eres un estúpido, eso es lo que eres, si has pensado que te ibas a desembarazar de mí, que yo dejaría que lo hicieras. Sólo disponemos de unos días antes de acabar este asunto, de modo que adelante, da todos los pasos necesarios para alejarte de mí. Yo continuaré acercándome hasta arrinconarte. No sólo he aprendido a pelear, también he aprendido a no pelear limpio. —Moira se estremeció—. Hace frío. Después del conjuro no me ha quedado energía para encender el fuego.
Cian se acercó al hogar y, antes de que se inclinase para buscar el yesquero, ella le cogió la mano y la apretó contra su mejilla.
Ese gesto lo quebró, casi pudo oír un crujido como de cristal al romperse. La levantó del sillón y la sostuvo a varios centímetros del suelo mientras su boca devoraba la de Moira. Ella le rodeó el cuerpo, desenfrenadamente, con brazos y piernas.
—Sí, eso está mejor —dijo ella casi sin aliento—. Mucho más calor ahora. Las horas se me han hecho interminables desde el instante en que te vi marchar. Tan poco tiempo, tan poco, para la eternidad.
—Mírame. Sí, aquí está ese rostro.
Él la abrazó de modo que la cabeza de Moira se apoyó sobre su hombro.
—¿Has echado de menos mi rostro?
—Sí. No hace falta que pelees sucio, ya estás metida dentro de mí.
—Es más fácil estar enfadado. Duele menos. —Ella cerró los ojos con fuerza por un momento y luego, cuando Cian volvió a depositarla en el suelo retrocedió—. He traído aquella especie de violín. Pensé que te gustaría tenerlo, tocarlo. Deberíamos tener música, lo mismo que deberíamos tener risas y luz, y todas aquellas cosas que sirvan para recordarnos por qué estamos dispuestos a morir.
Moira se acercó a la ventana.
—El sol se está ocultando. ¿Volverás a ir el campo de batalla esta noche? —Miró tras ella cuando vio que Cian no respondía—. Vimos cómo lo visitabas con Larkin, hace dos noches, y te vimos anoche, cuando fuiste solo.
—Cada vez que voy a ese lugar me siento un poco más fuerte. No será bueno para ti y tampoco para mí si lo que empapa esa tierra me transforma.
—Tienes razón y esta noche iré contigo. No pierdas el tiempo discutiendo, Cian —dijo Moira cuando él intentó protestar—. Iré. Después de todo, Geall es mío, así como cada centímetro de su suelo, no importa lo que se pueda ocultar debajo. No he visitado ese lugar desde que era niña, excepto en mis sueños. Necesito verlo otra vez, y hacerlo de noche, como será durante Samhain. De modo que iré contigo, o iré sola.
—Pero ¡yo quiero ir! Quiero hacerlo. ¡Por favor, por favor, por favor!
Lilith se preguntó si su cabeza realmente podía estallar a causa de los incesantes gemidos y ruegos de Davey para conseguir lo que deseaba.
—Davey, he dicho que no. Samhain está demasiado cerca y es muy peligroso que abandones la casa.
—Soy un soldado. —Su pequeño rostro adoptó una expresión firme y malvada—. Lucio lo dijo. Tengo una espada.
Davey desenvainó la pequeña hoja que Lucio había forjado para él —algo de lo que Lilith ahora se arrepentía— después de su primera muerte en el campo de batalla.
—Es sólo una partida de caza —comenzó a decir Lilith.
—¡Yo quiero cazar, quiero luchar! —Davey agitó su pequeña espada en el aire—. ¡Quiero matar!
—Sí, sí, sí. —Lilith hizo un gesto con la mano para que se retirase—. Y lo harás a tus anchas. Después de Samhain. ¡Y no quiero oír una palabra más!
Lilith escupió la orden mientras el blanco de sus ojos se teñía de rojo.
—Ya he tenido suficiente por un día. Eres demasiado joven y demasiado pequeño. Y no se hable más de este asunto. Ahora vete a tu habitación y juega con ese maldito gato al que quieres tanto.
Los ojos de Davey relampaguearon con un fulgor rojo, y sus labios se tensaron con un gruñido que hizo desaparecer incluso la máscara de la inocencia humana.
—No soy demasiado pequeño. Odio a ese gato. Y te odio a ti.
Abandonó la habitación furioso, sus pequeñas piernas temblando de ira. Mientras se alejaba, blandía su espada violentamente, cortando el torso de un criado humano que no fue lo bastante rápido para apartarse de su camino.
—¡Maldición! Mira ese desastre. —Lilith alzó las manos hacia la sangre que salpicaba las paredes—. Este niño me está volviendo loca.
—Necesita una buena paliza, si quieres mi opinión.
Lilith, con el rostro lívido, se volvió hacia Lora.
—¡Cierra la boca! No me digas lo que necesita. Soy su madre.
—Bien sur. Pero no la tomes conmigo porque él sea un mocoso malcriado. —Lora, enfurruñada, se dejó caer en un sillón. Su rostro ya estaba casi curado, pero las cicatrices que le quedaban la quemaban por dentro como un veneno—. Veremos adonde lo lleva su jodida actitud.
Lilith comenzó a cerrar una de sus manos, sus uñas rojas, curvadas como garras.
—Tal vez eres tú quien necesita una buena paliza.
Sabiendo que, en el estado de ánimo que tenía, Lilith podía hacerle algo peor que darle una paliza, Lora se encogió de hombros.
—No he sido yo quien te ha estado machacando durante la última hora, ¿verdad? Yo te he apoyado con Davey y ahora tú la tomas conmigo. Es posible que todos estemos nerviosos e irritables, pero tú y yo deberíamos mantenernos unidas.
—Tienes razón, tienes toda la razón. —Lilith le pasó las manos por el pelo—. Davey me ha provocado un horrible dolor de cabeza. Imagínate.
—Él sólo está, ¿cómo se dice?, representando un papel. Se siente muy orgulloso de sí mismo por haber provocado esa muerte en el campo de batalla.
—No puedo permitir que salga.
—No, no. —Lora agitó una mano—. Has hecho lo que era correcto. Hemos perdido una partida de caza y un pelotón de ataque, fuera no es un lugar seguro para Davey. Y sigo diciendo que deberías haberle dado una buena bofetada por contestarte como lo ha hecho.
—Es posible que aún reciba una. Encárgate de que alguien limpie esto. —Hizo un gesto vago en dirección al cuerpo sin vida del criado al que Davey había matado—. Luego asegúrate de que la partida de caza se ponga en marcha. Tal vez esta noche tengan más suerte y encuentren el rastro de esos humanos. Los soldados ya están cansados de beber sangre de oveja.
—Ah, una última cosa —dijo cuando Lora se marchaba—. Me gustaría comer algo… para calmarme. ¿Nos queda algún niño?
—Lo comprobaré.
—Algo pequeño, en cualquier caso. No tengo mucha hambre esta noche. Haz que lo envíen a mi habitación. Necesito tranquilidad.
Una vez que se quedó a solas, Lilith comenzó a pasearse por su cuarto como si estuviese enjaulada. Tenía los nervios destrozados, lo reconocía. Tenía tantas cosas en la cabeza, tantos detalles, tantas responsabilidades ahora que finalmente el final del círculo se acercaba…
La pérdida de tropas era algo exasperante y preocupante. Los desertores también habían sido un problema, pero ella había enviado carroñeros todas las noches para que los cazaran y destruyeran. Simplemente no era posible que dos pelotones enteros hubiesen desertado.
¿Más trampas humanas?, se preguntó. Le estaban haciendo mucho daño… pero a los humanos les costaría mucho más cuando hubiese acabado con ellos.
Nadie era capaz de entender la presión a la que estaba sometida, el peso de su responsabilidad. Tenía mundos que arrasar. Su destino comenzaba a pesarle y estaba rodeada de imbéciles e incompetentes.
Ahora su dulce Davey, su propio y querido niño, se estaba comportando como un mocoso insoportable y caprichoso. Realmente le había replicado en forma impertinente, algo que no aceptaba de nadie. No estaba segura de si debía sentirse orgullosa o furiosa.
A pesar de todo, pensó, a Davey se lo veía tan guapo y feroz blandiendo aquella espada en miniatura. ¿Y acaso no había casi cortado en dos a aquel estúpido criado para luego alejarse bailando, casi jactándose, sin siquiera mirar atrás?
Era irritante, desde luego, pero ¿cómo podía no sentirse orgullosa?
Caminó hasta la puerta y salió de la habitación para poder sentir cómo la noche se deslizaba sobre ella, dentro de ella. Se sentía atrapado dentro de aquella casa, pobre Davey. Ella también. Pero pronto…
¡Por supuesto, por supuesto, era una madre horrible! Dispondría una caza allí mismo, en los terrenos protegidos. Sólo ellos dos. Eso le serviría para estimular su apetito, su ánimo. Y Davey estaría encantado.
Satisfecha con la idea, entró nuevamente en la casa y, pasando por encima del cuerpo ensangrentado del criado, subió al piso de arriba.
—Davey. ¿Dónde está mi pequeño niño malo? Tengo una sorpresa para ti.
Abrió la puerta de su habitación. Percibió primero el olor. Había una cantidad considerable de sangre, en el suelo, en las paredes, en la ropa de cama que ella misma había hecho para él con seda azul cobalto.
Había trozos de gato esparcidos por toda la habitación. Era, recordó, un gato muy grande.
Suspiró y luego sintió que la risa crecía en su interior. ¡Qué carácter tenía su querido niño!
—Davey, eres un niño travieso. Sal de dondequiera que te hayas escondido o podría cambiar de idea acerca de la sorpresa que te tengo. —Puso los ojos en blanco. Ser madre era un trabajo muy duro—. No estoy enfadada contigo, mi amor. Últimamente he tenido muchas cosas en la cabeza y me he olvidado de ti, necesito un poco de diversión.
Mientras hablaba, iba recorriendo la habitación buscando a Davey, luego, al no encontrarlo, frunció el cejo. Al salir de ella sentía pequeñas punzadas de preocupación. Lora apareció arrastrando a una mujer detrás de ella por una argolla que llevaba al cuello.
—Nos hemos quedado sin niños, pero esta mujer es pequeña.
—No, ahora no. No encuentro a Davey.
—¿No está en su habitación? —Lora echó un vistazo—. Ah, muy creativo. Se está escondiendo en alguna parte porque estás enfadada con él.
—Siento algo… —Lilith apoyó una mano sobre su vientre—. Algo anudado dentro de mí. Quiero que lo encuentren. Ahora mismo.
Organizaron una búsqueda, registraron a fondo la casa principal, los edificios anexos, los campos dentro del área protegida. La tensión en el estómago de Lilith aumentó, hasta convertirse en un nudo sofocante cuando descubrieron que el pony de Davey había desaparecido.
—Se ha ido. Se ha escapado. Oh, ¿por qué no me he asegurado de que estuviese en su habitación? Tengo que encontrarlo.
—Espera. Espera —insistió Lora, y cogió con fuerza el brazo de Lilith—. No puedes arriesgarte a salir del área protegida.
—Davey es mío. Tengo que encontrarlo.
—Y lo encontraremos. Lo encontraremos. Enviaremos a nuestros mejores rastreadores. Usaremos a Midir. Iré yo misma.
—No. —Haciendo un esfuerzo para tranquilizarse, Lilith cerró los ojos—. No puedo dejar que te arriesgues. Lucio. Busca a Lucio y dile que se reúna conmigo en la madriguera de Midir. Date prisa.
Lilith enfrió su sangre y su mente. Gobernar exigía calor, ella lo sabía, pero también requería hielo. Y ahora lo que más necesitaba era hielo para mantenerse fuerte hasta que el príncipe estuviese otra vez a salvo.
—Dependo de ti, Lucio.
—Mi señora, yo lo encontraré. Os doy mi palabra; daría mi vida para verlo en casa a salvo.
—Lo sé. —Apoyó la mano sobre su hombro—. No hay nadie en quien confíe más que en ti. Trae al príncipe junto a mí y te daré cualquier cosa que me pidas.
Lilith se volvió hacia Midir.
—¡Encuéntralo! ¡Encuentra al príncipe con tu bola de cristal!
—Estoy buscándolo.
En la pared había un gran óvalo de cristal. En él se reflejaba el mago vestido con sus largas túnicas negras, la habitación donde realizaba su magia negra y ninguno de los tres vampiros que lo miraban.
Una nube de humo se deslizó sobre el cristal, giró y se repartió a lo largo del borde. A través de él comenzó a brotar la noche. Y con la noche llegó la sombra de un niño que montaba un pony.
—Oh, ahí está. —Lilith lanzó un breve grito y cogió la mano de Lora—. Mira qué bien que monta, qué erguido va en la silla. ¿Dónde está? ¿Dónde en esta maldita tierra está el príncipe?
—Está detrás de la partida de caza —dijo Lucio mientras estudiaba la visión reflejada en el cristal—. Y se dirige hacia el campo de batalla. Conozco ese terreno, señora.
—De prisa entonces, de prisa. Obstinado chiquillo —musitó—. Esta vez seguiré tu consejo, Lora. Cuando regrese, recibirá una buena tunda. Mantenlo en ese cristal, Midir. ¿Puedes enviarme junto a él, una ilusión de mí?
—Pedís demasiada magia al mismo tiempo, majestad.
Haciendo ondear sus túnicas negras, Midir se acercó al caldero y, moviendo las manos por encima del gran recipiente, hizo surgir un humo color verde pálido.
—Necesitaré más sangre —dijo.
—Humana, supongo.
Los ojos de Midir brillaron.
—Eso sería lo mejor, pero también puedo emplear la sangre de un cordero o una cabra.
—Estamos hablando del príncipe —espetó ella con voz cortante—. No utilizaremos la sangre de un animal. Lora, haz que traigan a esa mujer que iba a ser mi cena. Midir puede usarla a ella.
Davey cabalgaba velozmente en la oscuridad. Se sentía fuerte y feroz y bien. Les demostraría a todos que era el guerrero más grande que jamás había existido. El Príncipe de la Sangre, pensó con un atisbo de sonrisa. Haría que todo el mundo lo llamase por ese nombre. Incluso su madre.
Ella le había dicho que era pequeño, pero no lo era.
Había pensado en seguir el rastro de la partida de caza para luego avanzar entre ellos y ordenarles que le dejasen tomar el mando. Ninguno se atrevería a cuestionar al Príncipe de la Sangre. Y él causaría la primera muerte.
Pero algo lo estaba apartando de ellos, del olor de los de su propia especie. Algo poderoso y tentador. Él no necesitaba quedarse con una partida de caza, seguirles como si fuese un bebé. Todo ellos eran menos que él.
Quería seguir la música que canturreaba en su sangre y el olor de la muerte antigua.
Ahora cabalgaba lentamente y con la excitación bullendo en su interior. En la oscuridad había algo maravilloso. Algo maravilloso y suyo.
Vio el campo de batalla bajo la luz de la luna, y la belleza de ese lugar le estremeció igual que cuando su madre lo dejaba entrar en ella y cabalgarla como si fuese un pony.
Mientras esa sensación lo quemaba por dentro, vio unas figuras en el terreno elevado. Dos humanos, pensó, y un dragón.
Los liquidaría a todos, los mataría, les vaciaría la sangre y llevaría sus cabezas para arrojarlas a los pies de su madre.
Nadie volvería a llamarlo pequeño otra vez.