12
Davey había sido de Lilith durante casi cinco años. Ella había matado a sus padres y a su hermana pequeña en Jamaica, una tranquila noche. El viaje de vacaciones fuera de temporada —billetes de avión, hotel y desayuno continental incluido— había sido un regalo sorpresa del padre de Davey a su esposa por su treinta cumpleaños. En su primera noche allí, aturdidos por el espíritu festivo y los vasos de ron gratuitos, habían concebido a su tercer hijo.
Ellos, por supuesto, aún no eran conscientes de ese hecho, y si las cosas hubiesen seguido un curso diferente, la perspectiva de un nuevo miembro en la familia les habría impedido disfrutar de unas vacaciones tropicales durante algún tiempo.
Aquéllas serían las últimas vacaciones de la familia.
Había sido durante una de las breves y apasionadas separaciones de Lilith y Lora. Lilith había elegido Jamaica siguiendo un impulso, y se entretenía escogiendo entre los habitantes de la isla y el turista ocasional. Pero se había cansado del sabor de los hombres que vagaban por los bares.
Quería algo diferente… algo un poco más fresco y dulce. Y en esa joven familia encontró precisamente lo que estaba buscando.
Había acabado con las risas de la madre y de su pequeña hija de un modo rápido y cruel durante un paseo por la playa a la luz de la luna. La había impresionado la lucha aterrada e inútil de la mujer, y su movimiento instintivo para proteger a su hija. Una vez satisfecho su apetito, Lilith hubiese podido dejar al hombre y al niño, que jugaban un poco más lejos con la espuma de las olas, ignorantes de lo que había ocurrido. Pero quiso ver si el padre lucharía también por su hijo. O si imploraría, del mismo modo que lo había hecho la madre.
El hombre lo había hecho… y le había gritado a su hijo que corriese. «¡Corre, Davey, corre!», había dicho. Y el terror que sentía por el chico había enriquecido su sangre, haciendo que la cacería fuese mucho más sabrosa.
Pero el niño no había echado a correr. Él también había luchado, y eso la había impresionado aún más. Había pateado y mordido, incluso había tratado de subirse a su espalda para salvar a su padre. Había sido lo salvaje de su ataque, combinado con su rostro de rasgos angelicales, lo que la decidió a convertirlo en un vampiro en lugar de vaciarle la sangre y seguir su camino.
Cuando presionó la boca del pequeño contra la sangre que manaba del corte practicado en su pecho, Lilith había sentido en su interior algo que jamás había sentido antes por nadie. Esa sensación casi maternal la había fascinado y encantado.
De modo que Davey se convirtió en su mascota, su juguete, su amante.
Y le agradó la forma tan rápida y natural en que Davey había encajado la transformación. Cuando ella y Lora se reconciliaron, como siempre acababan haciendo, Lilith le dijo que Davey era su Peter Pan vampírico. Un niño que siempre tendría seis años.
No obstante, como cualquier niño de esa edad, Davey necesitaba ser atendido, entretenido y enseñado. Sólo que más, puesto que, en opinión de Lilith, su Davey era un príncipe. Como tal, él tenía un gran privilegio y una gran obligación.
Ella consideraba que esta cacería específica reunía ambas condiciones.
Davey temblaba de excitación mientras ella lo vestía con las ropas bastas de un niño campesino. Lilith soltó una carcajada al ver sus ojos brillantes cuando le manchó la cara con barro y sangre para completar el disfraz.
—¿Puedo mirar? ¿Puedo mirar en tu espejo mágico y verme? ¡Por favor, por favor!
—Por supuesto.
Lilith lanzó a Lora una mirada rápida y divertida… de un adulto a otro adulto. Siguiendo el juego, Lora se estremeció al coger el preciado espejo.
—Tienes un aspecto aterrador —le dijo Lora a Davey—. Tan pequeño y débil. ¡Y… humano!
El niño cogió con cuidado el espejo mágico y contempló su imagen reflejada en el cristal. Y desnudó sus colmillos.
—Es como un disfraz —dijo y se echó a reír—. Podré matar a uno de ellos yo solo, ¿verdad, mamá? Yo solo.
—Ya veremos. —Lilith cogió el espejo y se inclinó para besar su mejilla sucia—. Tienes que interpretar un papel muy importante, querido. El papel más importante de todos.
—Sé lo que debo hacer. —Se balanceó sobre las puntas de los pies—. He practicado y practicado.
—Lo sé. Has trabajado muy duro. Estoy muy orgullosa de ti.
Lilith dejó el espejo a un lado, boca abajo, obligándose a no mirarse ella también. Las quemaduras de Lora aún estaban en carne viva y su reflejo era tan perturbador que Lilith sólo se miraba en el espejo encantado cuando Lora no estaba delante.
Se volvió cuando llamaron a la puerta.
—Debe de ser Midir. Hazle pasar, Davey, y luego sal y espera fuera con Lucio.
—¿Nos iremos pronto?
—Sí. En unos minutos.
Davey corrió hacia la puerta y luego se detuvo, con los hombros muy rectos, mientras el hechicero lo saludaba con una pequeña reverencia. Davey abandonó la habitación, el pequeño soldado de Lilith, dejando que Midir cerrase la puerta tras él.
—Majestad. Mi señora.
—Levántate. —Lilith hizo un gesto indiferente con la mano—. Como has podido ver, el príncipe está preparado. ¿Lo estás tú?
Midir se levantó, y sus habituales ropas negras susurraron al rozarse con el movimiento. Su rostro era duro y atractivo, enmarcado por su melena plateada. Los ojos, negros e intensos, se encontraron con los fríos y azules de Lilith.
—Él estará protegido. —Midir desvió la mirada hacia el gran arcón que había al pie de la cama y el bote plateado que estaba abierto encima de él—. ¿Le habéis aplicado la poción, como os indiqué?
—Sí, lo he hecho, y si falla pagarás con tu vida, Midir.
—No fallará. La poción, y el conjuro que utilizaré, lo protegerán del acero y la madera durante tres horas. Davey estará tan seguro como si estuviese entre vuestros brazos, majestad.
—Si no es así, yo misma te mataré, y del modo más desagradable posible. Y para asegurarme, tú nos acompañarás en esta cacería.
Por un instante, Lilith advirtió una expresión de sorpresa y fastidio en el rostro de Midir. Luego inclinó la cabeza y habló con humildad.
—Como vos ordenéis.
—Preséntate ante Lucio. Él te conseguirá una montura.
Lilith se volvió, dando así por terminada la conversación.
—No deberías preocuparte. —Lora se acercó a ella y la rodeó con sus brazos—. Midir sabe que su vida no vale nada si algo le ocurre a nuestro dulce niño. Davey necesita esto, Lilith. Necesita el ejercicio, la diversión. Y también exhibirse un poco.
—Lo sé, lo sé. Está inquieto y aburrido, no puedo culparle de ello. Todo saldrá bien —dijo como para tranquilizarse a sí misma—. Yo estaré allí con él.
—Déjame ir. Cambia de opinión y déjame ir contigo.
Lilith meneó la cabeza y rozó con los labios la mejilla quemada de Lora.
—Aún no estás preparada para una cacería. Aún estás débil, querida, y no quiero que corras ningún riesgo. —Cogió los brazos de Lora y se los sujetó con fuerza—. Te necesito en Samhain, luchando, matando, saciándote. Esa noche, cuando hayamos inundado el valle de sangre y cogido lo que es nuestro por derecho, quiero que Davey y tú estéis a mi lado.
—Odio la espera casi tanto como Davey.
Lilith sonrió.
—Te traeré un regalo de la pequeña diversión de esta noche.
Davey montó junto con Lilith a la grupa del caballo y cabalgaron a través de la noche iluminada por la luna. Él había querido montar en su poni, pero su madre le había explicado que no era lo bastante veloz. Y a él le gustaba viajar velozmente, sintiendo el aire en la cara, volando hacia la caza y la matanza. Era la noche más excitante que podía recordar.
Era incluso mejor que el regalo que le había hecho para su tercer cumpleaños, cuando lo había llevado a través de la noche estival a visitar un campamento de Boy Scouts. ¡Y eso había sido tan divertido! Los gritos, las carreras, los llantos.
Era mejor que cazar a los humanos dentro de las cuevas, o que quemar a un vampiro que se había portado mal. Era mejor que cualquier cosa que pudiese recordar.
Los recuerdos que tenía de su familia humana eran muy vagos. Había momentos en los que se despertaba de un sueño y, por un instante, le parecía que estaba en una habitación con fotos de carreras de coches en las paredes y cortinas azules en las ventanas.
En el armario de la habitación había monstruos, y él gritaba hasta que ella venía.
Ella tenía el pelo y los ojos castaños.
A veces, él también venía; el hombre alto con el rostro que pinchaba. Él ahuyentaba a los monstruos, y ella se sentaba en la cama y le acariciaba el pelo hasta que volvía a dormirse.
Si lo intentaba con todas sus fuerzas, podía recordar el chapoteo en el agua, y la sensación de la arena húmeda bajo los pies, y al hombre riendo mientras las olas los salpicaban.
Después el hombre ya no se reía, gritaba. Y gritaba: «¡Corre! ¡Corre, Davey, corre!».
Pero él no intentaba acordarse con todas sus fuerzas, y tampoco muy a menudo.
Era más divertido pensar en cazar y jugar. Si se portaba muy bien, su madre le dejaba tener a uno de los humanos como juguete.
A él le gustaba sobre todo cómo olían cuando tenían miedo, y los sonidos que hacían cuando empezaba a comérselos.
El era un príncipe, y podía hacer cualquier cosa que le apeteciera. Casi.
Esta noche le demostraría a su madre que ya era un niño mayor. Entonces ya no habría más casi.
Cuando frenaron los caballos, él estaba casi enfermo de emoción por lo que vendría. Ahora continuarían a pie desde allí… y entonces sería su turno. Su madre lo llevaba cogido con fuerza de la mano y él deseó que no lo hiciera. Él quería marchar, como Lucio y los otros soldados. Quería llevar una espada en lugar de aquel pequeño cuchillo oculto debajo de la túnica.
Aun así, era divertido ir tan de prisa, más rápido que cualquier humano, atravesando los campos en dirección a la granja.
Volvieron a detenerse, y su madre se agachó para cogerle el rostro entre las manos.
—Hazlo de la forma en que lo hemos practicado, mi dulce niño. Estarás maravilloso. Yo estaré muy cerca de ti, cada minuto.
Davey hinchó el pecho.
—No les temo. Sólo son comida.
Detrás de él, Lucio sonrió.
—Puede que sea pequeño, su majestad, pero es un guerrero hasta los huesos.
Lilith se levantó y su mano continuó apoyada en el hombro de Davey al tiempo que se volvía para mirar a Midir.
—Es tu vida —le recordó tranquilamente—. Empieza.
Midir extendió los brazos cubiertos por la túnica negra y comenzó su conjuro.
Lilith hizo señas para que sus hombres se desplegaran. Luego Lucio, Davey y ella avanzaron hacia la granja.
Una de las ventanas mostraba el brillo oscilante de un fuego encendido para la noche. En el aire se percibía el olor a caballos encerrados en el establo y los primeros indicios de la presencia humana. Eso hizo que el hambre y la excitación se agitasen en el estómago de Davey.
—Prepárate —le dijo Lilith a Lucio.
—Mi señora, yo daría mi vida por el príncipe.
—Sí, lo sé. —Apoyó brevemente la mano sobre el brazo de Lucio—. Por eso estás aquí. Muy bien, Davey. Haz que me sienta orgullosa de ti.
Dentro de la casa, Tynan y otros dos hombres montaban guardia. Ya era casi la hora de despertar a su relevo, y estaba más que preparado para disfrutar de un par de horas de sueño. La cadera le dolía a causa de la herida recibida durante el ataque de los vampiros, el primer día de marcha. Esperaba que, cuando por fin pudiese cerrar sus ojos cansados, no volviesen a asaltarlo nuevamente los recuerdos del ataque.
Buenos hombres perdidos, pensó. Asesinados sin piedad.
Pero llegaría el momento en que vengaría su muerte en el campo de batalla. Sólo esperaba, si tenía que morir allí, haber luchado antes con valor y decisión, y destruido a un número similar de enemigos.
Fue a moverse para ordenar el relevo de la guardia, cuando un sonido hizo que llevase la mano a la empuñadura de la espada.
Su vista y sus oídos se aguzaron. Podría haberse tratado de un pájaro nocturno, pero había sonado tan humano…
—Tynan.
—Sí, lo he oído —le dijo a otro de los hombres que montaban guardia.
—Es como si alguien llorase.
—Permaneced alerta. Nadie debe… —Se interrumpió al advertir que algo se movía—. Allí, cerca del extremo de la dehesa. ¿Lo ves? Ah, en el nombre de todos los dioses, es un niño.
Un chico, pensó, aunque no podía estar seguro. Tenía la ropa desgarrada y cubierta de sangre, y avanzaba tambaleándose, sollozando y con el pulgar metido en la boca.
—Debe de haber escapado de una incursión de los vampiros cerca de aquí. Despierta al relevo y permaneced todos alerta. Yo iré a buscar al niño.
—Nos advirtieron que no abandonásemos la casa después de la puesta del sol.
—No podemos dejar a un niño solo ahí fuera, y herido por lo que parece. Despierta al relevo —repitió Tynan—. Quiero un arquero apostado en esa ventana. Si algo se mueve ahí fuera aparte del niño o de mí, disparad al corazón.
Esperó a que los hombres estuviesen en sus posiciones y vio que el niño se caía. Un chico, ahora estaba casi seguro, y el pobre crío gemía y lloraba lastimeramente mientras se acurrucaba en el suelo.
—Podemos vigilarle hasta que amanezca —sugirió otro de los hombres de guardia.
—¿Acaso los hombres de Geall le temen tanto a la oscuridad que se amontonan dentro de una casa mientras un niño llora y sangra fuera?
Tynan abrió la puerta. Quería moverse de prisa y llevar al niño dentro para protegerlo. Pero se vio obligado a detener su precipitada carrera cuando el pequeño alzó la cabeza y su rostro redondo se quedó paralizado de miedo.
—No te haré daño. Soy uno de los hombres de la reina. Te llevaré dentro de la casa —dijo suavemente—. Se está caliente y hay comida.
El niño gateó hasta levantarse, y entonces comenzó a gritar como si Tynan le hubiese dado un tajo con una espada.
—¡Monstruos! ¡Monstruos!
Luego echó a correr, cojeando pesadamente de la pierna izquierda. Tynan fue tras él. Era mejor asustarlo que permitir que se alejara y, probablemente, se convirtiese en un bocado para algún demonio. Tynan lo alcanzó justo antes de que consiguiera salvar el muro de piedra que separaba el campo contiguo.
—Tranquilo, tranquilo, estás a salvo. —El niño pateó y se revolvió y gritó, provocando nuevos dolores en la cadera herida de Tynan—. Tienes que venir dentro. Nadie te hará daño. Nadie…
Pensó que había oído algo —como un canto— y cogió al niño con más fuerza. Se volvió, listo para salir corriendo de regreso a la casa, cuando oyó algo más, algo que procedía de lo que sostenía en sus brazos. Era un gruñido ronco y salvaje.
El niño sonrió horriblemente, y se lanzó hacia su garganta. Era algo que estaba más allá de la agonía, y que hizo que Tynan cayese de rodillas. No era un niño, no era un niño en absoluto, pensó mientras trataba de librarse de él. Pero aquella cosa lo estaba desgarrando como si fuese un lobo.
Oyó débilmente gritos, alaridos, el sonido de las flechas, el choque de las espadas. Y lo último que percibió fue el espantoso sonido de su propia sangre al ser bebida con avidez.
Usaron fuego prendido en las puntas de las flechas, pero aun así casi una cuarta parte de sus hombres resultaron muertos o heridos antes de que los vampiros se retirasen.
—Coged a ése con vida. —Lilith se limpió delicadamente la sangre de los labios—. Le prometí a Lora que le llevaría un regalo.
Sonrió a Davey, que estaba encima del soldado que había matado. La llenaba de orgullo que su niño continuase alimentándose aun cuando las tropas habían arrastrado el cadáver del soldado, con el pequeño príncipe aferrado a él, fuera del campo de batalla.
Los ojos de Davey estaban rojos y brillantes, y sus pecas resaltaban como el oro contra el tono rosado que la sangre había conferido a sus mejillas.
Ella lo alzó y lo sostuvo por encima de su cabeza.
—¡Contemplad a vuestro príncipe!
Los soldados que no habían sido destruidos en la breve batalla se arrodillaron.
Lilith lo bajó para besarlo profundamente en la boca.
—Quiero más —dijo Davey.
—Sí, mi amor, y tendrás más. Muy pronto. Echadle sobre un caballo —ordenó con un gesto indiferente, señalando el cuerpo sin vida de Tynan—. Tengo pensado algo para él.
Montó en su caballo y luego extendió los brazos para que Davey pudiese saltar a ellos. Con su mejilla frotándose contra el pelo del niño, Lilith miró a Midir.
—Lo has hecho bien —le dijo—. Puedes elegir los humanos que desees para los propósitos que te apetezcan.
La luz de la luna brilló sobre su cabeza plateada cuando se inclinó ante ella.
—Gracias.
Un viento fresco azotaba a Moira mientras contemplaba a los dragones y jinetes que daban vueltas por encima de su cabeza. Era un espectáculo asombroso, pensó, y en otras circunstancias hubiese alegrado su corazón. Pero aquéllas eran maniobras militares.
A pesar de todo, podía oír cómo los niños gritaban y aplaudían, y más de uno aparentaba ser un dragón o un jinete.
Saludó con una sonrisa a su tío cuando éste se acercó para contemplar el espectáculo junto a ella.
—¿No os sentís tentado de volar? —le preguntó.
—Lo dejo para los jóvenes… y los ágiles. Pero es una vista maravillosa, Moira. Y prometedora.
—Los dragones han animado el espíritu de la gente. Y nos proporcionarán una gran ventaja en la batalla. ¿Veis a Blair? Monta como si hubiese nacido a lomos de un dragón.
—Es difícil no verla —murmuró Riddock mientras Blair guiaba a su montura hacia abajo a una velocidad vertiginosa y luego volvía a remontarse.
—¿Os hace feliz que Larkin y ella vayan a casarse?
—Larkin la ama, y no se me ocurre ninguna otra persona que sea más conveniente para él. De modo que sí, su madre y yo estamos encantados. Y le echaremos de menos todos los días, pero debe ir con ella —añadió Riddock antes de que Moira pudiese hablar—. Es su elección, y yo siento, en mi corazón, que es la elección correcta para él. Pero le echaremos de menos.
Moira apoyó la cabeza en el brazo de su tío.
—Sí, le echaremos de menos.
Ella sería la única que se quedaría, pensó mientras volvía a entrar en el castillo. El único miembro del primer círculo que permanecería en Geall después de Samhain. Se preguntó cómo sería capaz de soportarlo.
El castillo ya se notaba vacío. Muchos ya se habían marchado, y otros estaban ocupados realizando las distintas tareas que se les había asignado. Pronto, muy pronto, ella también emprendería la marcha. De modo que había llegado el momento, decidió, de poner por escrito sus deseos para el caso de que no regresara.
Se encerró en su sala de estar y se sentó, dispuesta a afilar la pluma de ave que utilizaba para escribir. Luego cambió de parecer y cogió uno de los tesoros que había traído con ella de Irlanda.
Redactaría aquel documento, decidió Moira, con un instrumento de otro mundo.
Usaría una pluma estilográfica.
¿Qué era lo que tenía ella de valor, se preguntó, que no perteneciera por derecho al siguiente a quien le correspondiese gobernar Geall?
Algunas de las joyas de su madre, sin duda. Y comenzó a distribuirlas mentalmente entre Blair, Glenna, su tía, sus primas y, finalmente, sus damas de compañía.
La espada de su padre sería para Larkin, decidió, y el puñal que un día llevó con él sería para Hoyt. La miniatura de su padre sería para su tío si ella moría antes que él, ya que su padre y su tío habían sido íntimos amigos.
Había otras cosas, por supuesto. Diferentes objetos que también quería legar.
A Cian le dejaba su arco y la aljaba, y las flechas que había fabricado con sus propias manos. Esperaba que él comprendiese que, para ella, eran algo más que simples armas. Eran su orgullo, y una prueba de amor.
Lo dejó todo escrito con mucho cuidado y luego selló el papel. Le entregaría el documento a su tía para que lo guardase.
Una vez que lo hubo hecho, se sintió mejor. Con la mente más clara y ligera, dejó el papel a un lado y se levantó para afrontar la siguiente tarea. Regresó al dormitorio y se dirigió a las puertas de la terraza. Las cortinas aún estaban corridas, bloqueando la luz, impidiendo ver el exterior. Las descorrió, permitiendo que la cálida luz entrase en la habitación.
En su imaginación volvió a verlo todo, la oscuridad, la sangre, el cuerpo destrozado de su madre y los monstruos que la habían mutilado. Sin embargo, esa vez abrió la puerta y se obligó a salir fuera.
El aire era frío y húmedo y, por encima de su cabeza, el cielo estaba lleno de dragones. Líneas y remolinos de color atravesaban el pálido azul. Cómo le habría gustado a su madre esa vista, cómo hubiese disfrutado el sonido de las alas, las risas de los niños en el patio.
Moira se acercó a la balaustrada, apoyó las manos sobre ella y sintió la piedra firme. Y alzando la cabeza como su madre había hecho tantas veces, miró hacia Geall y juró hacer todo lo posible por su pueblo.
Quizá le habría sorprendido saber que Cian había dedicado gran parte de su inquieto día a hacer lo mismo que ella. Sus listas de donaciones e instrucciones eran considerablemente más largas que las suyas y mucho más detalladas. Pero él había vivido bastante más tiempo que ella, y había acumulado por tanto muchas más cosas.
Cian no veía razón para que ninguna de ellas se desperdiciara.
Durante la redacción del documento, había maldecido una docena de veces la pluma de ave y deseado fieramente la facilidad y conveniencia de un ordenador. Pero persistió en su tarea hasta que pensó que había distribuido sus posesiones de un modo satisfactorio.
No estaba seguro de que todo lo dispuesto pudiese llevarse a cabo, ya que parte de ello dependería de Hoyt. Hablarían sobre el asunto, pensó Cian. Si con algo podía contar, era con que su hermana haría todo lo que estuviese en su considerable poder para cumplir con la obligación que él tenía intenciones de dejarle.
Con todo, esperaba que no fuese necesario. Mil años de existencia no significaban que estuviese dispuesto a rendirse. Y no tenía la más mínima intención de ir al infierno sin enviar a Lilith allí antes que él.
—Siempre fuiste bueno para los negocios.
Se levantó de un salto, sacando su puñal con un movimiento rápido al tiempo que se volvía hacia el sonido de la voz. Luego, el puñal cayó al suelo, deslizándose de entre sus dedos flácidos.
Incluso después de un milenio, había situaciones difíciles de asimilar.
—Nola.
Su voz sonó ronca al pronunciar el nombre.
Ella era una niña, su hermana, y estaba exactamente igual que la última vez que la había visto. El pelo oscuro, largo y liso, los ojos profundos y azules. Y sonreía.
—Nola —repitió—. Dios mío.
—Pensaba que tú no tendrías ningún Dios.
—Ninguno que quiera reclamarme. ¿Cómo puedes estar aquí? ¿Estás aquí?
—Puedes verlo por ti mismo.
Nola extendió los brazos y luego dio un pequeño giro.
—Viviste y moriste. Siendo una mujer mayor.
—No conociste a la mujer, de modo que soy como tú me recuerdas. Te eché de menos, Cian. Te busqué, aun cuando sabía que no debía hacerlo. Durante años esperé y os busqué a ti y a Hoyt. Tú nunca viniste.
—¿Cómo podría haberlo hecho? Tú sabes lo que era. Lo que soy. Ahora lo entiendes.
—¿Me habrías hecho daño? ¿O a cualquiera de nosotros?
—No lo sé. Espero que no, pero no veía ninguna razón para arriesgarme. ¿Por qué estás ahora aquí?
Cian intentó tocarla, pero ella alzó una mano y negó con la cabeza.
—No soy de carne y hueso. Sólo soy una aparición. Estoy aquí para recordarte que quizá no seas lo que fuiste cuando eras mi hermano, pero tampoco eres lo que ella quiso hacer de ti.
Necesitaba un momento para pensar, de modo que se inclinó para recoger el puñal y lo guardó en su vaina.
—¿Qué importancia tiene eso?
—La tiene. La tendrá. —Aparición o no, los ojos de Nola eran dulces mientras lo miraban—. Tuve hijos, Cian.
—Lo sé.
—Fuertes, hábiles, dotados. De tu sangre, también.
—¿Fuiste feliz?
—Oh, sí. Amé a un hombre y él me amó. Tuvimos esos hijos y una buena vida. Pero sin embargo, mis hermanos dejaron un vacío en mi corazón que nunca pude llenar. Un pequeño dolor dentro de mí. Te veía a ti, y a Hoyt, a veces. En el agua, o en la niebla, o en el fuego.
—He hecho cosas que es mejor que no hubieses visto.
—Te he visto matar y comer. Te he visto cazar humanos del mismo modo que una vez cazaste venados. Y te he visto junto a mi tumba, bajo la luz de la luna, dejando flores sobre ella. Te visto luchar junto al hermano que ambos amamos. He visto a mi Cian.
¿Recuerdas cómo me subías a tu caballo y cabalgábamos sin parar?
—Nola. —Se frotó la frente con los dedos. Todo aquello le dolía demasiado como para pensar en ello—. Los dos estamos muertos.
—Y los dos hemos vivido. Una noche, ella vino a mi ventana.
—¿Ella? ¿Quién? —En su interior todo se volvió frío como el invierno—. Lilith.
—Los dos estamos muertos —le recordó Nola—, pero tus manos se convierten en puños y tus ojos se vuelven afilados como tu puñal. ¿Pretendes seguirme protegiendo?
Cian se acercó al hogar y pateó ociosamente la turba que ardía lentamente.
—¿Qué ocurrió?
—Habían pasado más de dos años desde que Hoyt nos dejara. Padre había muerto, y nuestra madre estaba enferma. Yo sabía que ella nunca volvería a ponerse bien, que moriría. Yo estaba muy triste, muy asustada. Me desperté en la oscuridad y vi que había un rostro en mi ventana. Un rostro hermoso. Tenía el pelo dorado y una sonrisa muy dulce. Ella me susurró y me llamó por mi nombre. «Invítame a entrar», me dijo, y me prometió un regalo.
Nola se echó el pelo hacia atrás, y en su rostro se dibujó una expresión de desprecio.
—Ella pensó que como yo no era más que una niña, la más pequeña de nosotros, sería una tonta fácil de engañar. Me levanté, fui hasta la ventana y la miré a los ojos. Había poder en ellos.
—Hoyt debió decirte que no corrieras esos riegos. Él debió…
—Hoyt no estaba allí, y tú tampoco. Pero en mí también había poder. ¿Lo has olvidado?
—No. Pero eras una niña.
—Yo era vidente, y la sangre de los cazadores de demonios corría por mis venas. La miré a los ojos y le dije que sería mi linaje el que acabaría con ella. Mi linaje el que libraría a los mundos de su presencia. Y que para ella no habría eternidad en el infierno ni en cualquier otro lugar. Su condena sería el final de todo. Ella se convertiría en polvo, y su espíritu no sobreviviría.
—Seguramente no se sintió encantada con tus palabras.
—Su belleza permanece incluso cuando muestra su verdadero ser. Ése es otro poder. Yo levanté la cruz de Morrigan que siempre llevaba alrededor del cuello. La luz brotó de ella como un rayo de sol. Lilith gritaba mientras huía.
—Siempre fuiste una niña valiente —dijo él.
—Ella nunca regresó mientras yo estuve viva, y sólo lo hizo cuando Hoyt y tú volvisteis a casa juntos. Eres más fuerte de lo que eras sin él, y él lo es más contigo. Ella teme eso, odia eso. Envidia eso.
—¿Podrá Hoyt sobrevivir a esto?
—No puedo saberlo. Pero si cae, lo hará como ha vivido. Con honor.
—El honor es un frío consuelo cuando estás muerto en el campo de batalla.
—Entonces, ¿por qué mantienes el tuyo? —preguntó ella con un atisbo de impaciencia en la voz—. El honor es lo que te ha traído hasta aquí. El honor que llevarás a la batalla junto con tu espada. Ella no pudo arrebatártelo todo, y lo poco que te dejó fue suficiente para que tú lo recuperases. Tú escogiste. Y aún tendrás que escoger más veces. Acuérdate de mí.
—No. No te marches.
—Acuérdate de mí —repitió ella—. Hasta que volvamos a vernos.
Cuando se quedó solo, Cian se sentó y escondió la cabeza entre las manos. Y recordó demasiadas cosas.