18

Moira sentía algo duro en el centro del pecho, como un puño preparado para golpear. Le costaba respirar, pero permaneció junto a Cian, en el borde del Silencio.

—¿Qué es lo que sientes? —le preguntó.

—Siento que tiran de mí —contestó Cian—. No debes tocarme.

—¿Tirando de ti cómo?

—Como con cadenas en los tobillos, alrededor de la garganta, tirando en direcciones opuestas.

—Dolor.

—Sí, pero es un dolor mezclado con fascinación. Y sed. Puedo oler la sangre en la tierra. Es densa y rica. Puedo oír los latidos de tu corazón, saborear tu olor.

Sus ojos, sin embargo, eran los ojos de Cian, pensó ella. No ardían rojos, como lo habían hecho la noche en que fue allí con Larkin.

—Ellos serán más fuertes aquí que en otro lugar.

Cian la miró y se dio cuenta de que debió saber que ella entendería eso.

—Sí, ellos serán más fuertes aquí. Habrá más de ellos que de vosotros. Impulsados por lo que ha sido procreado en este sitio, así como por el poder de Lilith sobre ellos, la muerte no significará para ellos lo mismo que para los vuestros. Ellos llegarán y seguirán llegando sin pensar por un instante en su propia supervivencia.

—Crees que perderemos. Que moriremos aquí, todos nosotros.

«La verdad —pensó él— la protegerá mejor que las evasivas».

—Creo que las posibilidades de derrotarlos disminuyen.

—Es posible que tengas razón. Te diré lo que yo sé de este lugar, lo que he leído y lo que creo que es verdad de todo ello.

Ella miró nuevamente a través de esa tierra salpicada de hoyos llamadas dunas.

—Hace mucho, mucho tiempo, antes de que los mundos se separasen y donde en vez de muchos había uno, sólo había dioses y demonios. El hombre aún debía aparecer para interponerse entre ellos, para luchar contra unos u otros, para tentar a unos u otros. Unos y otros eran fuertes, codiciosos y salvajes, y unos y otros querían el dominio. Pero aun así, los dioses, a pesar de su crueldad, no querían cazar y matar a los de su propia especie, ni querían cazar y matar a los demonios para divertirse o alimentarse.

—¿De modo que ésa era la frontera entre el bien y el mal?

—Tiene que haber una línea, aunque sólo sea eso. Hubo una guerra. Eones de guerra que condujeron a este lugar. Aquí tuvo lugar su última batalla. Y creo que fue la más sangrienta, la más cruel y la más estéril de todas las que se habían librado. No hubo victoria para ninguno de los dos bandos. Sólo un océano de sangre en este valle inhóspito; con el paso del tiempo, la sangre fue desapareciendo y empapando la tierra cada vez más profundamente.

—¿Por qué aquí? ¿Por qué en Geall?

—Creo que cuando los dioses crearon Geall, pensaron que viviría durante siglos en paz y prosperidad, y este valle fue el precio. El equilibrio.

—¿Y ahora hay que pagar?

—Siempre se ha tratado de eso, Cian. Ahora los dioses encargan a los humanos la tarea de librar la batalla contra ese demonio que comenzó como humano. Vampiros contra los que son su origen y su presa. Aquí todo se equilibra o todo se derrumba. Pero Lilith no entiende lo que puede suceder si ella gana esta guerra.

—Que nos extinguiremos. Mi especie. —Cian asintió al haber llegado a la misma conclusión que Moira—. Nada prospera en el caos.

Ella se quedó callada por un momento.

—Ahora estás más tranquilo porque estás pensando.

Él dejó escapar una breve risa.

—Tienes razón. Aun así, es el último lugar en este mundo, o en cualquier otro, donde yo quisiera organizar una comida campestre.

—La tendremos a la luz de la luna después de Samhain. Hay un lugar que es el favorito de Larkin y mío. Está…

Aunque él le había dicho que no lo tocase, ahora cogió la muñeca de Moira.

—Chis. Algo…

Sin decir nada, Moira llevó una mano a la aljaba que cargaba a la espalda y sacó una flecha.

Entre las sombras, Davey sonrió y sacó su preciosa espada. Lucharía de la manera en que se suponía que debía luchar un príncipe. Cortaría y clavaría y mordería.

Y bebería, bebería, bebería.

Se inclinó sobre la silla de montar dispuesto a lanzar un grito de guerra, cuando Lilith apareció delante de él.

—¡Davey!, quiero que des la vuelta inmediatamente con este pony y que regreses a casa.

La expresión de fiereza de su rostro se convirtió en un puchero infantil.

—¡Estoy cazando!

—Cazarás cuándo y dónde yo te diga. No tengo tiempo para estas tonterías, para esta preocupación. Tengo una guerra que librar.

Ahora, en el rostro de Davey apareció una expresión obcecada que hizo aparecer arrugas en su frente. Sus ojos brillaron intensamente en la oscuridad.

—Voy a luchar. Voy a matar a los humanos y entonces dejarás de tratarme como a un bebé.

—Yo te hice y puedo deshacerte. Harás exactamente lo que yo… ¿qué humanos?

Davey hizo un gesto con la espada señalando hacia adelante. Cuando ella se volvió, y vio a Cian y Moira, un miedo cerval atenazó el estómago de Lilith. Trató inútilmente de coger las riendas del pony, pero su mano pasó a través del cuello del animal.

—Escúchame, Davey. Sólo uno de ellos es humano. El hombre es Cian. Es muy poderoso, muy fuerte, muy viejo. Tienes que escapar de aquí. Haz que este pony corra a toda velocidad. No debes estar aquí. No debemos estar aquí ahora.

—Estoy hambriento. —Sus ojos empezaron a cambiar de color y deslizó la lengua sobre los labios y los colmillos—. Quiero matar al viejo. Quiero beber la sangre de la mujer. Ellos son míos, son míos. ¡Soy el Príncipe de la Sangre!

—¡Davey, no lo hagas!

Pero con un violento golpe de sus talones, Davey se lanzó al galope con su pony.

Fue todo tan rápido como un relámpago, pensó Moira. El sonido de la espada de Cian al salir de la vaina, el movimiento de su cuerpo para colocarse delante del suyo a modo de escudo. El jinete salió de la oscuridad como una exhalación, pero ella tenía el arco preparado para disparar.

Entonces vio que se trataba de un niño, un niño pequeño montado sobre un pony fuerte y ruano. Su corazón dio un pequeño vuelco y su cuerpo se sacudió. La flecha erró el blanco.

El niño gritaba, aullaba, gruñía. Un cachorro de lobo de caza.

Lilith volaba detrás del pony, un demonio en verde esmeralda y dorado, atravesando el aire con las manos convertidas en garras y los colmillos brillando en la oscuridad.

La segunda flecha de Moira pasó a través de su corazón y se perdió en el aire.

—¡Ella no es real! —gritó Cian—. Pero el niño sí lo es. Monta en el dragón y lárgate de aquí.

Cuando ella buscó una tercera flecha, Cian la empujó a un lado y saltó sobre el pony.

Un niño pequeño, pensó Moira. Un niño pequeño con los ojos rojos y ardientes y los colmillos como puñales. Agitaba en la mano una espada en miniatura mientras refrenaba su pony. Los gritos de Lilith eran como lanzas de hielo que atravesaron el cerebro de Moira cuando el niño cayó del pony y su cuerpo golpeó con violencia contra el suelo rocoso.

Sangraba donde las rocas lo habían golpeado y arañado, y Moira vio que lloraba como lo haría un niño que se hubiese caído.

Contuvo el aliento negando, cuando Cian avanzó con la imagen ilusoria de Lilith tratando de clavarle las uñas con sus manos intangibles. Con el corazón y la mente descompuestos, Moira bajó el arco.

El segundo jinete emergió como una furia de la oscuridad iluminada por la luna. Ahora no se trataba de un niño, sino de un hombre armado para el combate, su ancha espada de dos filos hendiendo el aire.

Cian giró sobre sí mismo y enfrentó el ataque.

Las espadas chocaron con violencia, la música mortal de los aceros resonando a lo largo del valle yermo. Cian saltó y desmontó al jinete con un terrible golpe en la garganta.

Al no tener un disparo limpio, Moira lanzó el arco al suelo y sacó la espada. Antes de que pudiese correr a luchar junto a Cian, el niño se apoyó sobre manos y rodillas. Alzó la cabeza y la miró con ojos brillantes.

Lanzó un gruñido.

—No lo hagas. —Moira retrocedió un paso cuando Davey se agachó para saltar sobre ella—. No quiero hacerte daño.

—Te cortaré la garganta. —Davey mostró los dientes mientras caminaba alrededor de ella—. Y beberé y beberé. Deberías huir. Me gusta más cuando tratan de huir.

—No huiré. Pero tú sí deberías hacerlo.

—¡Davey, corre! ¡Corre ahora!

Davey giró la cabeza hacia Lilith y gruñó como un perro rabioso.

—¡Quiero jugar! ¡Al escondite! ¡A la peste!

—No jugaré contigo.

Moira giraba con él, tratando de mantenerlo a distancia agitando la espada.

Davey había perdido su pequeña espada al caer del pony, pero Moira se dijo que usaría la suya si saltaba sobre ella porque él no estaba desarmado; ningún vampiro lo estaba nunca. Y sus colmillos refulgían, afilados y puntiagudos.

Ella giró y lanzó una patada, apuntando hacia abajo para golpear a Davey en el estómago y obligarle a retroceder.

La forma ilusoria de Lilith se agazapó sobre él siseando como una serpiente.

—Te mataré por esto. Te arrancaré la piel de los huesos antes de acabar contigo. ¡Lucio!

Éste intentó asestarle una estocada a Cian. Ambos estaban manchados de sangre, y también tenían los ojos inyectados en ella. Los dos saltaron y chocaron violentamente en el aire.

—¡Corre, Davey! —gritó Lucio—. ¡Corre!

Davey dudó y algo apareció en la expresión de su rostro. Moira pensó por un instante que estaba viendo al niño que el demonio había devorado. El miedo, la inocencia, la confusión.

Echó a correr como lo hacen los niños, cojeando con las rodillas arañadas. Y cogió velocidad, con esa elegancia pavorosa de que disponen los vampiros, mientras se dirigía hacia las espadas afiladas.

Moira dejó caer la suya y recogió el arco. Un segundo demasiado tarde, ya que Davey saltó sobre la espalda de Cian y lo atacó con colmillos y puños. Si disparaba, la flecha podía atravesar al niño y clavarse en Cian.

Un chasquido. Más fogonazos de tiempo. El niño salió despedido por el aire, impulsado por un golpe feroz. Apoyó las manos sobre sus ojos ardientes y se echó a llorar llamando a su madre.

Lilith volvió a gritar:

—¡Lucio, el príncipe! ¡Ayuda al príncipe!

Su lealtad, sus años de servicio le costaron caro. Cuando Lucio giró la cabeza una fracción de segundo hacia Lilith, Cian se la cortó con un solo golpe de su espada.

Davey se levantó con el terror pintado en el rostro.

—Acaba con él —gritó Cian cuando Davey echó a correr—. Dispárale.

Ahora los fogonazos de tiempo se ralentizaron. Gritos salvajes, llanto salvaje, resonando a través del aire. La figura de un niño corriendo con sus piernas cansadas y cubiertas de sangre. Lilith, con el rostro lleno de horror y miedo, de pie entre Moira y el niño, los brazos extendidos en un gesto de defensa o de súplica.

Moira miró a Lilith a los ojos mientras los suyos se empañaban.

Luego, con el corazón desgarrado, parpadeó hasta ver con claridad y lanzó la flecha.

Cuando la flecha pasó a través de Lilith, el chillido fue horriblemente humano. El grito siguió y siguió mientras la flecha continuaba su vuelo, recto y preciso, hasta encontrar el corazón de quien una vez había sido un niño pequeño que jugaba en la cálida espuma de las olas junto con su padre.

Luego, Moira estaba de nuevo sola con Cian en el borde de un valle que parecía susurrar con el hambre de más sangre.

Cian se agachó y recogió las espadas.

—Tenemos que salir de aquí. Ahora. Ella ya debe de haber enviado soldados.

—Ella le quería. —La voz de Moira sonó extraña y débil a sus propios oídos—. Ella amaba a ese niño.

—El amor no es algo exclusivo de los humanos. Tenemos que irnos.

Con la mente ofuscada, Moira trató de concentrarse en Cian.

—Estás herido.

—Y no tengo intención de dejar más sangre aquí. Monta.

Moira asintió, recogiendo sus armas antes de subir a lomos del dragón.

—Ella lo había matado —murmuró Moira mientras Cian montaba detrás de ella—. Pero le amaba.

No dijo nada más mientras se alejaban volando del campo de batalla.

Glenna se hizo cargo de ellos en cuanto regresaron al castillo, llevándolos a ambos al salón para una primera cura.

—No estoy herida —insistió Moira, pero se dejó caer pesadamente en un sillón—. No me han tocado.

—Quédate sentada. —Glenna comenzó a desabrochar la camisa de Cian—. Fuera la camisa, guapo, para que pueda echarle un vistazo a las heridas.

—Unos cortes, algunos pinchazos. —Reprimió un gesto de dolor mientras se quitaba la camisa—. Ese tío era bueno con la espada, y muy rápido.

—Yo diría que tú has sido mejor y más rápido que él. —Blair le alcanzó un vaso de whisky—. Esa mordedura que tienes en la espalda es una mordedura muy fea, amigo. ¿Qué pasa? ¿Ese tío peleaba como una chica?

—Ha sido el niño —dijo Moira antes de que Cian pudiese contestar. Meneó la cabeza ante el vaso de whisky que Blair le ofrecía—. El niño de Lilith, el que ella llamaba Davey. Nos ha atacado montado en un pony y agitando en el aire una espada no más grande que una de juguete.

—No era un niño —la contradijo Cian rotundamente.

—Sé lo que era.

Moira cerró los ojos.

—¿Un pequeño vampiro te ha hecho todo esto? —preguntó Blair.

—No. —Cian la miró con el cejo fruncido—. ¿Por quién me tomas? El soldado, veterano y entrenado, que Lilith había enviado tras su cachorro es quien me lo ha hecho, excepto esa mordedura.

—¿Cómo debo tratarla? —le preguntó Glenna—. ¿La mordedura de un vampiro a otro vampiro?

—Como cualquier otra herida. Puedes ahorrarte la jodida agua bendita. Se curará rápidamente como las otras.

—Ir allí ha sido correr un riesgo estúpido —dijo Hoyt.

—Era necesario —replicó Cian—. Para mí. Y nuestras buenas noticias son que lo que sea que haya en ese lugar no ha impedido que convirtiese a otro vampiro en un montón de polvo. Moira.

—Cian esperó hasta que ella abrió los ojos y lo miró—. Tenías que hacerlo. Podía haber habido otros que viniesen detrás del que Lilith llamaba Lucio. Si yo hubiese ido tras ese niño, me habría llevado tiempo y te hubieses quedado sola. No era menos enemigo para ti porque fuese pequeño.

—Sé lo que era —repitió Moira—. Él era lo que mató a Tynan, lo que trató de matar a Larkin. Lo que nos habría matado esta noche a los dos si las cosas hubiesen salido de otro modo. Sin embargo, he visto su rostro… debajo de lo que era. Era joven y dulce. He visto el rostro de Lilith y era el de una madre aterrada por la suerte de su hijo. Le alcancé con una flecha cuando huía llamando a su madre. No importa lo que pueda suceder a partir de ahora, nada de lo que haga será peor que eso. Y sé que puedo vivir con ello.

Dejó escapar el aire mientras su cuerpo se estremecía.

—Creo que ahora aceptaré ese whisky después de todo. Me lo llevaré a mi habitación si no os importa. Estoy cansada.

Cian esperó a que Moira abandonase el salón.

—Lilith irá a por ella. Es posible que no pueda entrar físicamente en la casa, pero lo hará en sueños o como una ilusión.

Hoyt se levantó.

—Me encargaré de ello, me aseguraré de que la protección que tenemos es lo bastante fuerte.

—Moira no querrá verme ahora —murmuró Larkin—. A ninguno de nosotros —añadió mirando a Cian—. Necesitará quedarse a solas con todo esto durante un rato. Y podrá vivir con ello, tal como ha dicho. —Ahora Larkin se sentó frente a Cian—. ¿Dices que el que luchó contra ti se llamaba Lucio?

—Así es.

—Fue con él y con el niño vampiro con quienes tuve aquella escaramuza cuando estuve en las cuevas. Yo diría que has liquidado a uno de los hombres más importantes de Lilith. Lucio era una especie de general. Me parece que ésta será una noche muy dura para Lilith, gracias a ti y a Moira.

Y ella vendrá con más fuerza ahora debido a ello. Hemos destruido o dañado a los más cercanos a ella, y Lilith vendrá a buscar su maldita venganza.

—Dejemos que venga —dijo Blair.

Por ella, habría ido en ese mismo momento; tan demencial era su furia, su desesperación, su dolor. Se necesitaron seis guardias y la magia de Midir para inmovilizarla mientras Lora le hacía tragar una dosis de sangre narcotizada.

—¡Os mataré a todos! A cada uno de vosotros por esto. Quitadme las manos de encima antes de que os las corte y las arroje a los lobos.

—¡Que no se mueva! —ordenó Lora, y obligó a Lilith a beber más sangre—. No puedes ir a su base esta noche. No puedes ir allí y atacarlos sin el ejército. Todo lo que has trabajado y planificado se perdería.

Todo se ha perdido. Ella lo ha atravesado con una flecha.

Lanzó la cabeza hacia adelante, con los colmillos desnudos, y los hundió en una de las manos que la sujetaban. Sus propios gritos se mezclaron con los alaridos de dolor del herido.

—Si la sueltas, yo me encargaré de algo más que de tu mano le advirtió Lora—. Ya no hay nada que podamos hacer por él, mi amor, querida mía.

—Es un sueño. No es más que un sueño. —Lágrimas de sangre corrían por las mejillas de Lilith—. No puede estar muerto.

—Ya, ya, así. —Haciendo una seña a los guardias para que se apartasen, Lora cogió a Lilith entre sus brazos—. Dejadnos solas. Todos vosotros. ¡Fuera de aquí!

Se sentó en el suelo, meciendo a Lilith, acunándola mientras sus lágrimas se mezclaban.

—Él era mi tesoro —sollozaba Lilith entre sus brazos.

—Lo sé. Lo sé, y el mío.

—Quiero que encuentren a ese pony. Y lo quiero muerto.

—Así se hará.

—Davey sólo quería jugar. —Buscando consuelo, frotó la nariz contra el hombro de Lora—. En unos días yo le habría dado todo. Ahora… arrancaré la piel de los huesos de esa mujer y verteré su sangre en una tina de plata. Me bañaré en esa sangre, Lora, lo juro.

—Nos bañaremos juntas mientras bebemos de ese renegado que mató a Lucio.

—Lucio, Lucio. —Las lágrimas corrieron más abundantes por sus mejillas—. Él ha entregado su eternidad tratando de salvar a nuestro Davey. Haremos una estatua de él, de ambos. Moleremos los huesos de los humanos y la levantaremos con su polvo.

—Ellos estarían encantados. Ahora ven conmigo. Necesitas descansar.

—Me siento tan débil, tan agotada… —Con la ayuda de Lora se puso de pie—. Encárgate de que todos los humanos que tenemos en existencia sean ejecutados y vaciados. No, no, torturados y vaciados. Lentamente. Quiero oír sus gritos mientras duermo.

Moira no soñó. Simplemente cayó en el vacío y se quedó allí flotando. Tenía que agradecerle a Hoyt esas horas de paz, pensó mientras comenzaba a despertarse. Unas horas de paz en las que no había visto el rostro de un niño confundido con el de un monstruo.

Ahora había trabajo que hacer. Los meses de preparación se habían reducido a días que podían contarse por horas. Mientras la reina de los vampiros lloraba su pérdida, la reina de Geall haría todo lo que fuese necesario hacer en cada momento.

Se desperezó y se sentó en la cama. Y vio a Cian sentado en el sillón, junto al fuego que ardía lentamente.

—Todavía no ha amanecido —dijo él—. Podrías dormir un poco más.

—Ya he dormido suficiente. ¿Cuánto tiempo llevas aquí?

—No llevo la cuenta del tiempo.

Ella había dormido como los muertos, pensó. Él no había llevado la cuenta del tiempo transcurrido, pero sí la de los latidos de su corazón.

—¿Y tus heridas?

—Curándose.

—Podrías haber recibido menos, pero fui débil. No volverá a pasar.

—Te dije que te fueras. ¿No confiabas en que fuese capaz de enfrentarme a dos de ellos, especialmente cuando uno era de la mitad de mi tamaño? Menos aún.

Ella se apoyó en el respaldo de la cama.

—Muy inteligente de tu parte tratar de convertir esto en una cuestión de falta de confianza mía en tus habilidades para el combate en lugar de falta de temple por mi parte.

—Si hubieses tenido menos temple y más juicio, te habrías marchado cuando te dije que lo hicieras.

—Y una mierda. El tiempo de huir ya ha pasado, y yo jamás te hubiera dejado solo. Te amo. Tendría que haber acabado con ese niño vampiro con la espada, rápidamente. En cambio, tuve un momento de vacilación y traté de encontrar alguna manera de ahuyentarlo para no tener que ser yo quien lo matase. Ese momento de debilidad podría habernos costado la vida. Puedes creerme cuando te digo que eso me consume.

—¿Y la culpa equivocada que acompaña esa muerte?

—Eso puede que me lleve un poco más de tiempo, pero no interferirá en lo que deba hacer. Sólo nos quedan dos días. Dos días. —Miró hacia la ventana—. Todo está en silencio. En este momento, justo antes del alba, todo está en silencio. Lilith mató a un niño y llegó a amar aquello en lo que lo había convertido.

—Sí, pero eso no hace que sean menos monstruosos.

—Dos días —repitió ella, casi en un susurro. Algo en su interior ya había comenzado a morirse—. Si ganamos, te marcharás cuando todo esto haya terminado, si no lo hacemos, volverás a atravesar el Baile de los Dioses. Nunca volveré a verte, a tocarte, o a despertarme y ver que has estado velándome en la oscuridad.

—Me marcharé —fue todo lo que Cian dijo.

—¿Te vas a acercar, me abrazarás ahora, antes de que salga el sol?

Cian se levantó y se acercó a la cama. Se sentó junto a Moira y la cogió entre sus brazos de modo que su cabeza quedó apoyada en su hombro.

—Dime que me amas.

—Como no he amado nunca a nadie. —Cuando Moira alzó la cabeza, él la besó en los labios.

—Tócame. Saboréame. —Cambió de posición de modo que quedó encima de él, con el cuerpo estremecido y los labios buscándolo—. Tómame.

¿Cómo podía no hacerlo? Ella lo estaba envolviendo, saturando sus sentidos, atizando sus necesidades hasta hacer que ardiesen. Ofreciendo tanto como pedía mientras apretaba los labios de él contra sus pechos.

—Toma más. Más y más.

Sentía la boca de ella caliente y desesperada mientras se quitaba la ropa, sus dientes mordisqueando su barbilla con mordiscos rápidos y afilados mientras su aliento se estremecía.

Ahora estaba viva, ardiendo y viva, con todo lo que crecía en su interior y la lastimaba. ¿Cómo podía apartarse de aquello? ¿Del amor, del calor, de la vida?

Si estaba destinada a morir en la batalla lo aceptaría. Pero ¿cómo podría vivir, día tras día, noche tras noche, sin corazón?

Se colocó a horcajadas sobre Cian, tomándolo dentro de ella, con las caderas agitándose violentamente mientras trataba de sentir más, de tomar más. De saber más.

Sus ojos brillaron intensamente, casi con locura, y permanecieron fijos en los de Cian. luego se inclinó sobre él y su pelo cayó, cubriéndoles a ambos, atrapándolo a él en su textura y fragancia.

—Ámame.

—Lo hago.

Sus dedos se hundieron en sus caderas mientras ella lo conducía hacia el borde dentado de la cumbre.

—Tócame, saboréame, tómame. —Con un grito, ella bajó la garganta hacia sus labios, apretó aquella carne suave y blanda, con su sangre palpitando contra él—. Transfórmame.

Estaba más allá de su control detener la marea que surgía a chorros a través de él, caliente, intensa, turbulenta… y también a través de Moira; él lo sabía mientras el cuerpo de ella se agitaba y estremecía. Y, temblando, ella frotó ese pulso palpitante contra sus labios.

—Conviérteme en lo que eres. Dame la eternidad contigo.

—Basta. —Mientras su cuerpo también se estremecía, la apartó de él con suficiente fuerza como para casi lanzarla al suelo—. ¿Usarías lo que soy contra mí?

—Sí. —Su pecho ardía con las lágrimas que se derramaban a través de su voz—. Cualquier cosa, a cualquiera. ¿Por qué debíamos encontrar esto sólo para perderlo? Dos días, sólo quedan dos días. Quiero más.

—No podemos tener más.

—Podríamos tenerlo. Lilith amaba lo que había creado, yo lo vi. Tú me amas ahora, y yo te amo. Eso no dejará de ser así con la transformación.

—Tú no sabes nada de eso.

—Sí, sí lo sé. —Ella cogió la mano de Cian cuando éste salía de la cama—. No hay nada que yo no haya leído. ¿Cómo podemos simplemente separarnos y seguir adelante? ¿Por qué debería elegir la muerte en el campo de batalla en lugar de por tu mano? No sería una verdadera muerte si tú me transformas.

Cian se liberó de su mano y luego pareció suspirar. Con una ternura que ella no podía ver en sus ojos, él le cogió el rostro entre las manos.

—Por nada del mundo.

—Si me amases…

—Esa frase es un pobre truco femenino. No es digno de ti. Si te amase menos, podría hacer exactamente lo que me pides. Lo he hecho antes.

Cian se acercó a la ventana. El amanecer estaba sobre ellos, pero no había necesidad de correr las cortinas, pues había llegado acompañado de lluvia.

—Una vez, hace mucho tiempo, hubo una mujer que me importaba. Ella me amaba, o amaba lo que creía que yo era. Yo la cambié porque quería conservarla a mi lado. —Se volvió hacia donde Moira estaba arrodillada en la cama, llorando en silencio—. Era inteligente, divertida y hermosa. Pensé que seríamos unos buenos compañeros. Y lo fuimos durante casi una década, hasta que ella se topó con una antorcha certera.

—No sería así.

—Ella era el doble de asesina que yo. Le gustaban sobre todo los niños. Era inteligente, divertida y hermosa… y la transformación no había cambiado un ápice esas características. Sólo que, una vez que fue igual que lo que yo era, utilizó esas cualidades para atraer a los niños.

—Yo nunca podría…

—Sí podrías —dijo él categóricamente—. Y sin duda lo harías. No convertiré en un monstruo a la luz más radiante de mi vida. No, nunca te veré como yo soy.

—Yo no veo a ningún monstruo cuando te miro.

—Volvería a serlo si hiciera lo que me pides. No serías sólo tú quien cambiase, Moira. ¿Acaso quieres volver a condenarme?

Ella apretó las manos contra sus ojos.

—No. No. Quédate entonces. —Dejó caer las manos—. Quédate conmigo, tal como somos. O llévame contigo. Una vez que Geall esté a salvo, puedo dejarlo en manos de mi tío, o…

—¿Y qué? ¿Vivir conmigo en las sombras? No puedo darte hijos. No puedo darte ninguna clase de auténtica vida. ¿Cómo te sentirás dentro de diez, veinte años, cuando hayas envejecido y yo no? ¿Cuando te mires en el espejo y veas en tu naturaleza lo que nunca podrás ver en la mía? Ya hemos robado estas semanas. Tendrán que ser suficientes para ti.

—¿Pueden serlo para ti?

—Estas semanas han sido más de lo que nunca tuve o soñé tener. No puedo ser un hombre, Moira, ni siquiera para ti. Pero puedo sentir cuando me lastiman, y ahora tú lo estás haciendo.

—Lo siento, lo siento. Es como si estuviesen oprimiendo todo lo que hay en mi interior. Mi corazón, mis pulmones. No tenía derecho a pedirte eso, lo sé. Lo sabía incluso mientras lo hacía cuando lo hice. Sabía que era algo egoísta y equivocado. Y débil —añadió—, cuando había jurado que no volvería a ser débil. Sé que no puede ser. Sé que no es posible. Lo que no sé es si puedes perdonarme.

Cian se acercó y se sentó junto a ella.

—La mujer a la que transformé no sabía lo que yo era hasta aquel momento. Si lo hubiese sabido, habría huido lanzando alaridos de terror. Tú sabes lo que soy. Me lo has pedido porque eres humana. Yo no necesito pedirte que me perdones por ser lo que soy, por tanto, tú no necesitas pedirme que te perdone por ser lo que eres.