8
Glenna frunció el cejo por encima de su taza de té mientras Cian, con el estímulo de Moira, relataba su interludio con Lilith. Los tres habían decidido desayunar en privado.
—Es similar a lo que le pasó a Blair, y a mí en Nueva York. Esperaba que Hoyt y yo hubiésemos podido bloquear esa clase de cosas.
—Posiblemente lo hayáis conseguido con humanos —dijo Cian—. Puede que de vampiro a vampiro sea algo completamente diferente. En especial…
—Cuando quien interviene es el creador. —Glenna acabó la frase por él—. Sí, lo entiendo. Aun así, tendría que haber alguna forma de dejarla fuera.
—No vale la pena que gastes tu tiempo y tus energías en ello. No es un problema para mí.
—Eso dices, pero te perturba.
Cian miró a Moira.
—«Perturbar» es una palabra muy fuerte. En cualquier caso, Lilith se marchó podríamos decir que de pésimo humor.
—Algo bueno se puede deducir de todo esto —continuó Glenna—. El hecho de que Lilith haya venido a verte, tratando de llegar a un acuerdo contigo, indica que no debe de estar tan segura como le gustaría.
—Al contrario, ella está absolutamente convencida de que ganará. Su mago se encargó de mostrárselo.
—¿Midir? Anoche no dijiste nada de eso —intervino Moira.
—No surgió el tema —replicó Cian tranquilamente. En realidad, había pensado mucho en ello antes de decidir si debía contarlo—. Ella afirma que Midir le mostró su victoria y, en mi opinión, Lilith está convencida de que así será. Sean cuales sean las bajas que hasta ahora le hayamos causado, tienen poca importancia para ella. Contratiempos momentáneos, bofetadas en el orgullo. Nada más.
—Nosotros construimos el destino con cada oportunidad, con cada elección. —Moira sostuvo la mirada de Cian—. Esta guerra no está ganada hasta que no haya sido ganada, por ella o por nosotros. Su mago no ha hecho más que decirle, mostrarle, lo que ella quiere oír, lo que quiere ver.
—Estoy de acuerdo con Moira —dijo Glenna—. ¿De qué otro modo, si no, iba a conservar su pellejo?
—No diré que estáis equivocadas ninguna de las dos. —Encogiéndose de hombros como en él era habitual, Cian cogió una pera—. Esa clase de certeza absoluta puede ser un arma muy peligrosa. Y las armas pueden volverse contra quien las sostiene.
Cuanto más profundo pinchemos debajo de la piel de Lilith, más imprudente puede volverse.
—¿Y qué podemos utilizar a modo de aguja? —preguntó Moira.
—Estoy trabajando en ello —contestó Cian.
—Yo tengo algo que podría funcionar. —Glenna entornó los ojos mientras removía el té—. Si su Midir puede abrir la puerta para que ella entre en tu cabeza, Cian, yo también puedo hacerlo. Me pregunto si a Lilith le gustaría recibir una visita.
Cian se apoyó en el respaldo de su sillón y mordió la pera.
—Vaya, eres una chica inteligente.
—Sí, lo soy. Te necesitaré. A ambos. ¿Por qué no acabamos el desayuno con un pequeño y agradable conjuro?
No era pequeño ni tampoco agradable. A Glenna le llevó más de una hora preparar sus utensilios e ingredientes. Molió fluorita y turquesa y las dejó a un lado. Juntó anciano y acebo y ramitas de tomillo. Marcó velas con amarillo o morado. Luego encendió el fuego debajo de su caldero.
—Estos ingredientes vienen de la tierra, y ahora se mezclarán con el agua. —Comenzó a echar los ingredientes dentro del caldero—. Para palabras soñadoras, para la visión, para la memoria.
Moira, ¿podrías colocar las velas formando un círculo alrededor del caldero?
Ella continuó trabajando mientras Moira hacía lo que le había indicado.
—De hecho, he estado pensando en esto desde lo que le sucedió a Blair. He estado tratando de resolver cómo hacerlo.
—Ella te ha sacudido con dureza cada vez que has utilizado la magia para echar un vistazo dentro de sus bases —le recordó Cian—. De modo que debes estar segura de lo que haces. No me gustaría que Hoyt intentase lanzarme otra vez desde la cima de un acantilado por permitir que algo te sucediera. No seré yo… al menos no en primera línea. —Glenna se echó el pelo hacia atrás al tiempo que lo miraba fijamente—. Serás tú.
—Vaya, eso es perfecto.
—Es una empresa arriesgada, así que eres tú quien debe estar seguro.
—Bueno, se trata de todo ese asunto de las agallas y de la gloria, ¿no? —Se acercó a echar un vistazo dentro del caldero—. ¿Y qué es lo que debo hacer?
—Al principio, sólo observar. Si decides establecer contacto… dependerá sólo de ti. Y necesito que me des tu palabra de que romperás el contacto si las cosas se ponen feas. De otro modo, te traeremos de regreso… y no será una experiencia agradable. Es probable que sufras la madre de todas las jaquecas y unas incontenibles náuseas.
—Muy divertido.
—La diversión es sólo el principio.
Glenna abrió una cajita. Luego sacó de ella una pequeña figura tallada en cera.
Cian alzó las cejas con un gesto de sorpresa.
—Un gran parecido. Eres lista.
—La escultura no es mi fuerte, pero soy capaz de hacer una muñeca. —Glenna hizo girar la figura de Lilith para que Moira pudiese verla—. Generalmente no suelo hacerlos… es algo intrusivo y peligroso para el tío al que has capturado. Pero la regla de no-dañar-a-nadie no se aplica a los muertos vivientes. Con excepción de los presentes.
—Se agradece —dijo Cian.
—Sólo hay una pequeña cosa que necesito de ti.
—¿Qué?
—Sangre.
Cian se mostró resignado.
—Naturalmente.
—Sólo unas gotas, después ligaré la muñeca. No tengo nada de ella… pelo, recortes de uñas. Pero vosotros dos mezclasteis la sangre una vez. Creo que eso será suficiente. —Dudó un momento mientras hacía girar entre los dedos la cadena de su medallón—. Quizá ésta sea una mala idea después de todo.
—No lo es. —Moira colocó la última vela alrededor del caldero—. Es hora de que entremos en su mente, lo mismo que Lilith lo ha hecho en las de todos nosotros. Eso será una buena y ardiente aguja debajo de su piel, si queréis saber mi opinión. Y Cian merece poder darle un poco de su propia medicina.
Moira se levantó.
—¿Podremos mirar?
—¿Sedienta de un poco de venganza? —preguntó Cian.
Los ojos de Moira eran dos pequeñas nubes de humo frío.
—Muy sedienta. ¿Podremos ver lo que está sucediendo?
—Sí, si todo sale como debiera. —Glenna respiró profundamente—. ¿Estás preparado para un poco de proyección astral? —le preguntó a Cian.
—Como siempre.
—Entrad los dos en el círculo de velas. Cian, necesitarás alcanzar un estado meditativo. Moira y yo seremos tus vigilantes y las observadoras. Mantendremos tu cuerpo en este plano mientras tu mente y tu imagen viajan por el espacio.
—¿Es verdad —le preguntó Moira— que a un espíritu viejo le ayuda a mantenerse en la seguridad de su mundo llevar consigo algo de una persona de ese mundo?
Glenna se echó nuevamente el pelo hacia atrás.
—Es sólo una teoría.
—Entonces lleva esto contigo. —Se quitó la cinta de cuero y cuentas que mantenía sujeta su trenza—. Para el caso de que la teoría resulte ser cierta.
Después de fruncir el cejo con gesto dubitativo, Cian se guardó la cinta en el bolsillo.
—Bien, voy armado con baratijas para el pelo. Glenna cogió un pequeño cuenco de bálsamo.
—Concéntrate, abre tus chakras —dijo mientras le frotaba la piel con el bálsamo—. Relaja el cuerpo y abre la mente.
Glenna miró a Moira.
—Ahora crearemos el círculo. Visualicemos luz, una luz suave y azul para protección.
Mientras creaban el círculo, Cian se concentró en una puerta blanca. Era el símbolo que elegía siempre que meditaba. Cuando estuviese preparado, la puerta se abriría. Y él la atravesaría.
—Tiene una mente fuerte —le dijo Glenna a Moira—. Y mucha práctica. Me contó que estudió en el Tíbet. Bah, no me hagas caso —añadió con un gesto de la mano—. Estoy ganando tiempo. Estoy un poco nerviosa.
—El mago de Lilith no es más fuerte que tú. Lo que él pueda hacer, también puedes hacerlo tú.
—Eso es jodidamente cierto. A pesar de todo, debo decir que espero que Lilith esté durmiendo. Debería estarlo, realmente debería estarlo. —Glenna miró la tenue lluvia a través de la ventana—. Lo averiguaremos muy pronto.
Había dejado un hueco en la muñeca de cera y se dispuso a rellenarlo con granos de tierra del cementerio, romero, artemisa y amatista y cuarzo molidos.
—Tienes que controlar tus emociones para la ligazón, Moira. Aparta tu odio y tus temores. Nosotros deseamos justicia y visión. Lilith puede ser herida y podemos emplear la magia para conseguirlo, pero Cian será sólo un conducto. No quisiera que nada negativo lo afectase.
—-Justicia entonces. Es suficiente.
Glenna cerró el hueco de la muñeca con un tapón de cera.
—Convocamos a Maat, la diosa de la justicia y el equilibrio, para que guíe nuestra mano. Con esta imagen, enviamos la magia a través del aire, a través de la tierra. —Colocó una pluma blanca sobre la muñeca y envolvió ésta con una cinta negra—. Concede a la criatura cuya imagen sostengo sueños y recuerdos antiguos.
Le entregó el puñal ritual a Moira y asintió.
—Sellada por la sangre que ella derramó, ligada ahora con estas gotas de rojo.
Cian no demostró reacción alguna cuando Moira le hizo un corte en la palma con el cuchillo.
—Mente e imagen de la vida que ella arrebató se unen a ella para que él pueda mirar. Y mientras nosotras observamos, lo mantenemos a salvo con mano y corazón hasta que él decida partir. A través de nosotras y hacia ella dirigimos estos haces de magia.
Lleva a nuestro mensajero dentro de su sueño. Abre las puertas para que podamos ver. Que así sea.
Glenna sostuvo la muñeca encima del caldero y, al soltarla, ésta quedó suspendida con su voluntad en el aire.
—Coge la mano de Cian —le dijo a Moira—. Y aférrala con fuerza.
En cuanto Moira estrechó su mano, Cian no atravesó la puerta, sino que salió propulsado a través de ella. Mientras volaba a través de una oscuridad que ni siquiera sus ojos podían abarcar, Cian sintió la mano de Moira aferrando la suya. Oyó su voz en su mente, suave y tranquila.
—Estamos contigo. No te soltaremos.
Había luz de luna, titilando a través de la oscuridad y acercándole manchas brumosas de forma y de sombra. Había olores, flores y tierra, agua y mujer. Humanos.
Hacía calor. La temperatura significaba muy poco para Cian, pero podía sentir su cambio con respecto al frío húmedo que había dejado atrás. Un calor abrasador, atenuado sólo por una brisa que llegaba del agua.
El mar, corrigió. Era un océano con olas que lamían la arena. Y había altas colinas que se alzaban desde la playa. Los olivos se extendían por sus laderas, y en la cima de una de ellas —la más alta— había un templo, blanco como la luz de la luna, con sus columnas de mármol dominando el océano, los árboles, los jardines y los estanques.
Dominando también al hombre y la mujer que yacían juntos sobre una manta blanca ribeteada en oro sobre la refulgente arena, y cerca de donde se formaba la espuma del agua. Oyó la risa de la mujer, el sonido ronco de una mujer excitada. Y supo que era Lilith, supo que era el recuerdo de Lilith, o el sueño en el que él había caído. De modo que permaneció allí y observó cómo el hombre deslizaba la túnica blanca desde sus hombros e inclinaba la cabeza hacia sus pechos.
Dulce, tan maravillosamente dulce, sus labios sobre ella. En su interior, igual que la marea, todo era flujo y reflujo. ¿Cómo podía estar prohibida semejante belleza? Su cuerpo había sido creado para aquello. Su espíritu, su mente, su alma habían sido creados por los dioses como pareja de los de él.
El cuerpo de ella se arqueó, ofreciéndose sin reparos, mientras sus dedos se deslizaban con suavidad por el pelo de su compañero, aclarado por el sol. Él olía a olivos y a ese mismo sol que hacía que sus frutos madurasen.
Su amor, su único amor. Susurró esas palabras en su oído antes de que sus labios volvieran a encontrarse de nuevo. Una vez y otra, con un deseo que superaba todo lo tolerable. Sus ojos estaban llenos de él cuando, finalmente, su cuerpo se unió al de ella. La ola de placer hizo que los ojos se le llenasen de lágrimas brillantes, convirtió sus suspiros en jadeos desvalidos. El amor la inundó, golpeó su corazón con un millar de puños de seda. Estrechó al hombre con fuerza contra ella, expresando su dicha con un abandono que se atrevió incluso a que los dioses la escuchasen.
—Cirio, Cirio. —Ella acunó su cabeza entre sus pechos—. Mi corazón. Mi amor.
Él alzó la cabeza, rozando su cabellera dorada.
—Hasta la luna palidece ante tu belleza, Lilia, mi reina de la noche.
—Las noches son nuestras, pero también quiero tener el sol contigo; el sol que dora tu pelo y tu piel, que te toca cuando yo no puedo hacerlo. Quiero caminar a tu lado, orgullosa y libre.
Cirio se limitó a rodar sobre su espalda.
—Mira las estrellas. Ellas son nuestra antorcha esta noche. Deberíamos nadar bajo su luz. Quitarnos este calor en el mar.
Una mueca de instantáneo disgusto endureció la dicha soñolienta de su rostro.
—¿Por qué no quieres hablar de ello?
—Es una noche demasiado calurosa para hablar y preocuparse —dijo él casi con indiferencia, mientras cogía un puñado de arena y dejaba que se escurriese entre sus dedos—. Seremos como delfines y jugaremos entre las olas.
Pero cuando fue a cogerla de las manos para levantarla de la arena, ella las apartó con un gesto brusco.
—Pero debemos hablar. Debemos hacer planes.
—Querida, nos queda tan poco tiempo esta noche.
—Podríamos tener la eternidad, todas las noches si quisiéramos. Sólo tenemos que irnos de aquí, huir juntos. Podría ser tu esposa, darte hijos.
—¿Irnos? ¿Huir? —Él echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada—. ¿Qué clase de tontería es ésa? Venga, vamos, sólo me queda una hora. Nademos un rato y te cabalgaré entre las olas.
—No es ninguna tontería. —Ahora ella apartó la mano de golpe—. Podríamos embarcarnos desde aquí, viajar a cualquier lugar que nos apeteciera. Estar juntos sin escondernos; a plena luz del día. Quiero algo más que unas horas en la oscuridad contigo, Cirio. Tú me prometiste más.
—¿Huir de aquí, como si fuésemos ladrones? Mi hogar esta aquí, mi familia. Mi trabajo.
—Tus arcas —añadió ella con maldad—. O más bien las de tu padre. —qué hay de malo en ello? ¿Crees acaso que mancharía el nombre de mi familia huyendo con una sacerdotisa del templo, viviendo como mendigos en cualquier tierra extraña?
—Dijiste que podrías vivir sólo con mi amor.
—Las palabras brotan fácilmente en los momentos de pasión. Debes ser razonable. —Con gesto halagador, deslizó un dedo sobre sus pechos desnudos—. Nos damos placer mutuamente. ¿Por qué tiene que haber más?
—Yo quiero más. Te amo. He roto mis votos por ti.
—Voluntariamente —le recordó Cirio.
—Por amor.
—El amor no alimenta el estómago, Lilia, y tampoco se compra en el mercado. No quiero que estés triste. Te compraré un regalo. Algo dorado como tu pelo.
—No quiero nada que puedas comprar. Sólo la libertad. Quiero ser tu esposa.
—No puedes. Si cometiésemos semejante locura y nos descubriesen, nos matarían a ambos.
—Preferiría morir contigo que vivir sin ti.
—Por lo visto yo valoro más mi vida que tú las nuestras. —Parecía a punto de bostezar, tan perezosa era su voz—. Puedo darte placer y la libertad que éste conlleva. Pero en cuanto a ser mi esposa, tú sabes muy bien que ya han escogido una para mí.
—Tú me elegiste a mí. Dijiste…
—¡Basta, basta! —Cirio alzó las manos, pero parecía más aburrido que enfadado por la conversación—. Yo te elegí para esto, igual que hiciste tú. Estabas deseosa de que alguien te tocase. Pude verlo en tus ojos. Si has tejido una fantasía en la que ambos huimos navegando a través del mar, es sólo tu propia creación.
—Tú me diste tu palabra.
—Mi cuerpo. Y no cabe duda de que has hecho un buen uso de él. —Al levantarse, se ajustó el cinturón de la túnica—. Hubiese sido feliz de conservarte como amante, pero no tengo tiempo ni paciencia para las ridículas exigencias de una ramera del templo.
—Ramera. —El rubor de la ira desapareció, dejando su rostro blanco como las columnas que se alzaban en la ladera de la colina— Tú tomaste mi inocencia.
—Tú me la entregaste.
—No puedes estar hablando en serio. —Ella se arrodilló con las manos entrelazadas como si estuviese rezando—. Estás enfadado porque te he presionado. No hablaremos más de ello esta noche. Nadaremos, como has dicho, y olvidaremos todas estas palabras duras.
—Ya es tarde para eso. ¿Acaso crees que no soy capaz de leer lo que hay en tu mente en este momento? Me fastidiarás hasta la muerte por algo que nunca podrá ser. Da lo mismo. Ya hemos desafiado a los dioses durante demasiado tiempo.
—No puedes estar diciendo en serio que vas a dejarme. Yo te amo. Si me dejas, iré a ver a tu familia. Les contaré…
—Si dices una sola palabra de esto, yo juraré que estás mintiendo. Te quemarán por ello, Lilia. —Cirio se inclinó y deslizó un dedo por la curva de su hombro—. Y tu piel es demasiado suave, demasiado dulce para el fuego.
—No me abandones. Todo será como tú digas, como a ti te guste. Nunca volveré a hablar de huir de aquí. No me dejes.
—Implorar sólo sirve para estropear tu belleza.
Ella pronunció su nombre con la voz rota por la conmoción y la tristeza, pero Cirio se alejó como si no la oyese.
Lilia se dejó caer sobre la manta, llorando desconsoladamente y golpeando la arena con los puños. El dolor que sentía en ese momento era como el fuego que él había mencionado, quemándola tan profundamente que sus huesos parecían haberse convertido en cenizas. ¿Cómo podría vivir con ese dolor?
Su amante la había traicionado, utilizado y echado a un lado. El amor la había convertido en una estúpida. Y, sin embargo, su corazón estaba lleno de él.
Se lanzaría al mar y se ahogaría. Ascendería a la cima del templo y se arrojaría al vacío. Podría morir allí mismo de vergüenza y dolor.
—Pero antes lo mataré —farfulló en medio de su furia—. Primero lo mataré y luego me mataré yo. Sangre; la suya y la mía juntas. Ese es el precio del amor y la traición.
Oyó un movimiento, apenas un susurro en la arena, y se levantó llena de alegría. ¡Él había vuelto a sus brazos!
—Mi amor.
—Sí. Lo seré.
Su pelo era negro y le caía sobre los hombros. Llevaba una larga única negra como la noche. Sus ojos eran del mismo color, tan oscuros que parecían brillar.
Ella cogió su túnica y se cubrió los pechos con ella.
—Soy una sacerdotisa de este templo. No tenéis permiso para caminar por aquí.
—Yo camino por donde me apetece. Eres tan joven… —susurró mientras su negra mirada se deslizaba sobre su cuerpo semidesnudo—. Tan fresca…
—Debéis marcharos de aquí.
—Cuando sea el momento. Os he estado observando estas tres últimas noches, Lilia, a ti y a ese muchacho con quien te marchitas.
—¡Cómo os atrevéis!
—Tú le diste amor, él sólo mentiras. Ambos son valiosos. Dime, ¿cómo te gustaría desquitarte del regalo que te ha hecho? Ella sintió que algo se agitaba en su interior, los primeros jugos de la venganza.
—Él no merece nada de mí, ni él ni ningún otro hombre.
—Eso es muy cierto. Por eso me entregarás a mí lo que ningún hombre merece. El miedo la hizo estremecer y se alejó corriendo. Pero, no supo cómo, él estaba de nuevo frente a ella, con una sonrisa helada en los labios.
—¿Qué sois vos?
—Ah, eres muy perceptiva. Sabía que mi elección había sido acertada. Soy lo que era antes de que tus dioses débiles y anticuados fuesen vomitados fuera del paraíso.
Ella echó a correr otra vez, con un grito ahogado en la garganta. Pero allí estaba él de nuevo, bloqueándole el paso. Su miedo se había convertido en auténtico terror.
—Tocar a una sacerdotisa del templo significa la muerte.
—Y la muerte es un comienzo fascinante. Estoy buscando una compañera, una amante, una mujer, una alumna. Y ésa eres tú. Tengo un regalo para ti, Lilia.
Esta vez, cuando ella corrió, él se echó a reír. Seguía riendo cuando la levantó en vilo y la lanzó al suelo.
Ella luchó, arañó, mordió, imploró, pero él era demasiado fuerte. Ahora tenía la boca sobre su pecho, y ella sollozó de vergüenza mientras hundía las uñas en su mejilla.
—Sí. Sí. Es mejor cuando luchan. Ya lo aprenderás. Su miedo es un perfume; sus gritos son música para los oídos.
Le cogió el rostro entre las manos y la obligó a mirarlo.
—Ahora mírame a los ojos. Dentro de ellos.
Él la penetró. El cuerpo de Lilia se estremeció, vibró, corcoveó, por la conmoción. Y por la indescriptible excitación.
—¿Te ha llevado él alguna vez hasta estas alturas?
—No. No.
Las lágrimas comenzaron a secarse en sus mejillas. En lugar de golpear y clavar las uñas, sus manos se hundieron en la arena, buscando un punto de apoyo. Atrapada en sus ojos, su cuerpo comenzó a moverse al compás del suyo.
—Toma más. Quieres más —le dijo él—. El dolor es tan… excitante.
Y la penetró con más fuerza, tan profundamente que Lilia temió partirse en dos. Pero su cuerpo continuaba moviéndose al ritmo del suyo, sus ojos seguían atrapados en los de él.
Cuando vio que se le ponían rojos, su corazón dio un vuelco con renovado temor y, sin embargo, ese miedo estaba contenido por un puño de terrible excitación. Él era tan hermoso… Su amante humano palidecía ante aquella belleza oscura y mortal.
—Te entrego el instrumento de tu venganza. Te entrego tu comienzo. Sólo tienes que pedírmelo. Pídeme mi regalo.
—Sí. Dadme vuestro regalo. Dadme la venganza. Dadme…
Su cuerpo se agitó violentamente cuando sus colmillos se hundieron en su carne. Y todo el placer que había conocido o imaginado se volvió insignificante frente a lo que entonces corría por su interior. Allí, allí estaba la gloria que jamás había encontrado en el templo, el floreciente poder negro que siempre había sabido que existía, comenzaba justo en las yemas de sus dedos.
Allí estaba lo prohibido que había anhelado durante tanto tiempo.
Contorsionándose en ese placer y poder, lo llevó a él al clímax. Y, sin que nadie se lo dijese, alzó la cabeza para beber la sangre que había hecho brotar de su mejilla con sus uñas. Sonriendo con sus labios ensangrentados, Lilia murió. Y despertó en su cama dos mil años después del sueño. Sentía el cuerpo blando, como golpeado, y la mente brumosa. ¿Dónde estaba el mar? ¿Dónde estaba el templo?
—¿Cirio?
—¿Una romántica? Quién lo hubiese dicho. —Cian salió de entre las sombras—. Llamas al amante que te despreció y te traicionó.
—¿Jarl? —Era el nombre con el que había llamado a su creador. Pero cuando el sueño se separó de la realidad, ella vio que se trataba de Cian—. Vaya, después de todo has venido. Mi oferta…
Pero no estaba muy claro.
—¿Qué fue del chico?
Como si se estuviese preparando para una charla agradable, Cian se sentó en un costado de la cama.
—¿Qué chico? ¿Davey?
—No, no, no el cachorro que creaste, sino tu amante, el que tuviste cuando estabas viva.
Los labios de Lilith temblaron al comprender el sentido de las palabras de Cian.
—¿De modo que juegas con mis sueños? Bueno, ¿qué puede importarme eso? —Pero estaba profundamente conmocionada—. Se llamaba Cirio. ¿Qué crees que fue de él?
—Creo que tu amo dispuso que él fuese tu primera víctima.
Ella sonrió con uno de sus recuerdos más dulces.
—Cirio se orinó encima cuando Jarl lo arrastró hasta mí, y gimoteó como un niño mientras imploraba por su vida. Yo estaba recién transformada, y sin embargo tenía control para mantenerlo con vida durante horas… mucho después de que implorase por su muerte. Contigo lo haré mucho mejor. Te daré años de dolor.
Lanzó un manotazo y maldijo cuando sus uñas afiladas pasaron a través de él.
—Divertido, ¿verdad? ¿Y Jarl? ¿Cuánto tiempo pasó antes de que lo liquidases?
Ella se recostó en la cama, levemente resentida. Luego se encogió de hombros.
—Casi trescientos años. Tenía mucho que aprender de él. Jarl comenzó a temerme, porque mi poder crecía cada vez más. Podía oler el miedo que me tenía. Si no lo hubiese matado yo antes, él habría acabado conmigo.
—Te llamabas Lilia… Lily.
—El patético ser humano que era, sí. Él me puso Lilith cuando desperté. —Se enroscó un mechón de pelo en el dedo mientras miraba fijamente a Cian—. ¿Tienes acaso la absurda esperanza de que conociendo mis comienzos descubrirás cuál será mi final?
Lilith apartó las mantas y se levantó para caminar desnuda hacia una jarra de plata.
Al verter la sangre en una copa, sus manos temblaban.
—Hablemos francamente —sugirió Cian—. Sólo estamos tú y yo… lo cual es bastante extraño. ¿Es que hoy no duermes con Lora o el chico o alguna otra elección?
—Incluso yo, ocasionalmente, busco la soledad.
—Muy bien. Para serte franco, es extraño, ¿no crees?, es desconcertante volver a ser humano en sueños. Ver tu propio final, tu propio comienzo, como si acabase de suceder. Sentirse humano otra vez o, en el mejor de los casos, recordar lo que se siente al ser humano.
Casi como si se le acabase de ocurrir, Lilith se cubrió con una bata.
—Yo volvería a ser humana.
Cian enarcó las cejas.
—¿Tú? ¿En serio? Ahora me sorprendes.
—Me gustaría tener nuevamente ese momento de muerte y renacimiento. La maravillosa y estremecedora excitación de ese momento. Volvería a ser débil y ciega sólo por la posibilidad de experimentar el don otra vez.
—Por supuesto. Sigues siendo previsible. —Cian se levantó— Ahora quiero que sepas una cosa. Si tú y tu mago volvéis a perturbar mis sueños, yo te devolveré el favor multiplicado por tres. No tendrás descanso de mí, ni de ti misma.
Cian se desvaneció, pero aún no regresó con Moira y Glenna. Aunque podía sentir los tirones de la mente de Moira, de la voluntad de Glenna, decidió retrasar el regreso. Quería ver lo que Lilith haría a continuación.
Ésta estrelló contra la pared la copa con el resto de sangre que quedaba en ella. Aplastó una caja llena de baratijas y golpeó la pared hasta que le sangraron los puños.
Luego gritó para que acudiese un guardia.
—Quiero que traigas a ese mago inútil ante mí. Y quiero que lo traigas encadenado. Tráelo… No, espera. Espera. —Se alejó unos pasos en un obvio esfuerzo por controlar su furia—. En este momento lo mataría si se cruzara conmigo, ¿y qué ganaría entonces con ello? Tráeme a alguien para comer. —Se volvió de cara al guardia—. Un hombre. Joven. Veintitantos. Rubio, si tenemos uno. ¡Ve!
Cuando volvió a quedarse sola se frotó la sien.
—Lo mataré otra vez —dijo—. Entonces me sentiré mucho mejor. Lo llamaré Cirio y volveré a matarlo.
Cogió su precioso espejo de la cómoda. Y al ver reflejado su rostro en el cristal, recordó por qué debía mantener a Midir con vida. Él le había hecho ese regalo.
—Aquí estoy —dijo Lilith suavemente—. Tan bella. La luna palidece ante mi belleza, sí, sí, lo hace. Estoy justo aquí. Siempre estaré aquí. El resto son fantasmas. Y yo estoy aquí.
Cogió un cepillo y comenzó a peinarse, y a cantar. Con los ojos llenos de lágrimas.
—Bebe esto.
Glenna acercó una copa a los labios de Cian, pero él la apartó de inmediato.
—Estoy bien. No necesito whisky, como si me hubiese desvanecido.
—Estás pálido.
Cian torció los labios.
—Forma parte del paquete de los muertos vivientes. Bien. Yo diría que ha sido todo un viaje.
Aunque él lo había rechazado, Glenna bebió un pequeño sorbo de whisky y luego le pasó el vaso a Moira.
—Ella no nos ha percibido —le dijo a Moira—. Me gustaría creer que mis bloqueos y ligazón han sido suficientes, pero pienso que, en gran medida, se ha debido a que Lilith estaba demasiado alterada como para sentir nuestra presencia.
—Ella era tan joven. —Moira se sentó—. Tan joven y enamorada de ese inútil. No sé en qué idioma hablaban, pero podía entender lo que decían. Aunque parezca extraño, no conocía la lengua que usaban. —Griego. Ella comenzó siendo sacerdotisa del culto de alguna diosa. La virginidad forma parte de los requisitos del trabajo.
—Cian quería beber sangre, pero buscó agua—. Y podéis ahorraros vuestra piedad. Estaba madura para lo que le sucedió.
—¿Como lo estabas tú en su momento? —replicó Moira—. Y no finjas que no has sentido nada por ella. Estábamos conectados. Yo he percibido tu compasión. Su corazón estaba destrozado y, un momento después, es violada y apresada por un demonio. Puedo despreciar lo que es Lilith y sentir compasión por Lilia.
—Lilia ya estaba medio loca —declaró Cian rotundamente—. Quizá la transformación sea lo que la ha mantenido relativamente cuerda todo este tiempo.
—Estoy de acuerdo contigo. Lo siento —le dijo Glenna a Moira—. Aunque no siento ningún placer al ver lo que le sucedió. Pero había algo en sus ojos, en el tono de su voz… y Dios, en la forma en que acabó respondiendo ante Jarl. Ella no estaba muy bien, Moira, ya entonces.
—Pero podría haber muerto por su propia mano, o haber sido ejecutada por matar al hombre que la utilizó para luego abandonarla. Entonces habría tenido una muerte limpia. —Moira suspiró—. Y nosotros no estaríamos aquí discutiendo este asunto. Todo esto te provoca una jaqueca si lo piensas detenidamente. Tengo una pregunta muy delicada que responde más que nada a mi propia curiosidad.
Moira se aclaró la garganta antes de interrogar a Cian.
—La forma en que ella respondió ante Jarl, como ha dicho Glenna, ¿es algo inusual?
—La mayoría luchan o se quedan paralizados de miedo. Ella, en cambio, participó después de la… la delicadeza no es mi fuerte —admitió Cian—. Después de que comenzara a sentir placer al ser violada. Fue una violación, de eso no cabe duda, y ninguna mujer en su sano juicio siente placer cuando es forzada y tratada con brutalidad.
—Ella ya le pertenecía antes de que la mordiese —murmuró Moira—. Él sabía que sería sí, pudo percibirlo. Ella sabía además lo que tenía que hacer para transformarse… beber la sangre de Jarl. Todo lo que he leído afirma que la víctima debe ser forzada o hay que decirle lo que le va a ocurrir. Es algo que se le ofrece. En cambio ella lo tomó. Entendía lo que estaba pasando y lo deseaba.
—Ahora sabemos más que antes, algo que siempre resulta muy útil —comentó Cian—. Y el episodio la ha alterado profundamente, un beneficio añadido. Después de haber conseguido eso, dormiré mejor. Ya es hora de que me vaya a la cama. Señoras.
Moira le miró mientras se alejaba.
—Él siente. ¿Por qué crees que llega a tales extremos para fingir que no es así?
—Los sentimientos causan dolor la mayor parte del tiempo. Creo que cuando has hecho y visto tantas cosas, los sentimientos pueden ser como un dolor constante. —Glenna apoyó una mano sobre el hombro de Moira—. La negación es otra forma de supervivencia.
—Reprimir los sentimientos puede ser un bálsamo o un arma. ¿Cómo serían los sentimientos de Cian, se preguntó, si los dejase completamente libres?