5
Moira se despertó temprano y llena de energía. Todo el día anterior había arrastrado un enorme peso, como si lo hubiese llenado encadenado a la pierna. Ahora la cadena estaba rota. No importaba la lluvia que caía desde un cielo gris oscuro y apagaba hasta el más mínimo vestigio de sol. Volvía a tener la luz en su interior.
Se vistió con lo que llamaba sus ropas de Irlanda: vaqueros y una camiseta. El tiempo de la ceremonia y el recato había pasado, y al diablo con las susceptibilidades hasta que pudiese dedicar tiempo a mitigarlas otra vez.
Ella podía ser una reina, pensó mientras se peinaba haciéndose una larga trenza, pero sería una reina trabajadora. Sería una guerrera. Se ató las botas y se sujetó la espada a la cintura. Reconoció y aprobó a esa mujer que veía reflejada en el espejo. Era una mujer con un propósito, con poder y conocimientos. Se volvió y estudió la habitación. La cámara de la reina, pensó.
En una época había sido el santuario de su madre, y ahora era el suyo. La cama era grande y estaba bellamente adornada con colgaduras de terciopelo azul oscuro y encaje blanco, porque a su madre le había gustado todo lo suave y hermoso. Los postes eran gruesos, de roble de Geall barnizado, y profusamente tallados con símbolos del reino. Las pinturas que cubrían las paredes también representaban Geall, sus campos y colinas y bosques.
En una mesilla junto a la cama, había un pequeño retrato enmarcado en plata. El padre de Moira había velado por su madre todas las noches… ahora velaría por su hija.
Miró hacia las puertas que daban al balcón de su madre. Las cortinas aún estaban corridas y Moira las dejaría así. Al menos por el momento. No estaba preparada para abrir esas puertas y pisar las piedras donde su madre había sido asesinada. Recordaría, en cambio, todos los momentos felices que había vivido junto a ella en esas habitaciones.
Salió de la estancia y se dirigió hacia el aposento que ocupaban Hoyt y Glenna, y llamó. Al cabo de unos pocos minutos, cayó en la cuenta de la hora que era. Estaba a punto de retirarse, esperando que no hubiesen oído el golpe en la puerta, cuando ésta se abrió.
Hoyt aún se estaba vistiendo. Tenía desgreñada su larga cabellera oscura y los ojos aún llenos de sueño.
—Oh, perdón —dijo Moira—. No pensé…
—¿Ha ocurrido algo?
—No, no, nada. No me he dado cuenta de lo temprano que es. Por favor, vuelve a la cama.
—¿Qué ocurre? —Glenna apareció detrás de Hoyt—. ¿Moira? ¿Hay algún problema?
—Sólo con mis modales. Me he despertado y levantado muy temprano, y no he tenido en consideración que los demás aún estarían en la cama, especialmente después de la celebración de anoche.
—No te preocupes. —Glenna apoyó una mano en el brazo de Hoyt para indicarle que se apartase—. ¿Qué necesitabas?
—Sólo hablar un momento contigo. La verdad es que pensaba preguntarte si querías desayunar conmigo en las habitaciones de… en mi sala de estar, para poder comentarte un asunto.
—Dame diez minutos.
—¿Estás segura? No me importa esperar hasta más tarde.
—Diez minutos —repitió Glenna.
—Gracias. Me encargaré de que preparen el desayuno.
—Moira parece… preparada para algo —comentó Hoyt cuando Glenna fue a lavarse.
—Puede ser.
Glenna metió las manos en el agua, concentrada. Allí no existían duchas y, desde luego, no pensaba bañarse en agua fría.
Hizo lo que pudo con lo que tenía a mano, mientras Hoyt se encargaba de avivar el fuego. Luego, cediendo a la vanidad, se permitió un pequeño conjuro.
—Puede que sólo desee hablar del programa de adiestramiento previsto para hoy. —Glenna se puso unos pendientes que tendría que recordar quitarse cuando comenzaran a ejercitarse—. Te expliqué que Moira ofreció un premio, una de nuestras cruces, a la mujer que consiga derribarla hoy en un combate.
—Fue muy lista al ofrecer un premio, pero me pregunto si es el mejor uso que se le puede dar a la cruz.
—Había nueve cruces —le recordó Glenna mientras se vestía—. Cinco para nosotros, y la de King, por supuesto, que hacía la sexta. Luego las dos que convinimos en darles a la madre y a la hermana encinta de Larkin. Hay un propósito para la novena.
Quizá sea éste.
—Ya veremos lo que nos depara el día. —Hoyt sonrió mientras se ponía un jersey gris por la cabeza—. ¿Cómo es, aghrá, que pareces más encantadora cada mañana?
—Tú tienes amor en los ojos. —Se refugió entre sus brazos cuando Hoyt se acercó a ella… y miró la cama con añoranza—. Mañana lluviosa. Sería agradable quedarse abrazados durante una hora y hacer lo que quisiera contigo. —Alzó la cabeza para que él la besara—. Pero al parecer desayunaré con la reina.
Cuando Glenna entró, Moira, como era costumbre en ella, estaba sentada junto al fuego con un libro en las manos. Alzó la vista y sonrió avergonzada.
—Siento haberte separado de tu esposo y de tu cama caliente a una hora tan temprana.
—Es el privilegio de la reina.
Moira se echó a reír y señaló un sillón.
—El desayuno llegará en un momento. Un día, si las semillas que traje y planté consiguen desarrollarse, podré tener zumo de naranja cada mañana. Echo de menos ese sabor.
—Yo mataría por un café —admitió Glenna—. Y, ya puestos, por un café, un pastel de manzana, el TiVo[2] y todas las cosas humanas. —Se sentó en el sillón y estudió a Moira—. Tienes buen aspecto —dijo—. Descansada y, como dijo Hoyt, preparada.
—Lo estoy. Ayer tenía tantas cosas en el corazón y la cabeza que todo me resultaba demasiado pesado. La espada y la corona eran de mi madre y ahora son mías sólo porque ella está muerta.
—Y no tienes tiempo para el duelo.
—No, no lo tengo. A pesar de todo, sé que ella hubiese querido que hiciera las cosas como las he hecho, por Geall, por todos, y que no me encerrase en mí misma en alguna parte a llorar su muerte. Y también tuve miedo. Qué clase de reina seré, y en un momento como éste. —Moira miró con satisfacción sus gastados pantalones y sus botas—. Bueno, sé qué clase de reina intentaré ser. Fuerte, incluso impetuosa. No hay tiempo para sentarse en el trono y discutir cuestiones de Estado. La política y el protocolo tendrán que esperar, ¿no crees? Ya hemos tenido nuestra ceremonia y nuestra celebración, y eran necesarias. Pero ahora ha llegado el momento del sudor y la mugre.
Se levantó cuando llegó el desayuno. Habló con el muchacho que lo había traído —que aún tenía los ojos soñolientos— y con la criada que estaba con él.
Moira conversaba con soltura, observó Glenna. Los llamaba a ambos por sus nombres mientras colocaban los platos y servían la comida. Y, aunque los dos parecían desconcertados por el atuendo que había elegido su reina, Moira ignoró esa circunstancia, les dio las gracias y les dijo que podían retirarse y que su huésped y ella no debían ser molestadas.
Cuando se sentaron, Glenna advirtió que Moira, que durante días apenas había picoteado la comida, comía ahora con un apetito capaz de rivalizar con el de Larkin.
—Estoy pensando que hoy será un día de entrenamiento duro y fangoso —comenzó Moira— y eso está bien. Una buena disciplina. Quería decirte que, aunque yo también participaré de los ejercicios, y probablemente lo haga todos los días desde hoy, Blair y tú seguís estando a cargo de todo. Quiero que todos vean que me estoy preparando igual que el resto de ellos. Que me ensuciaré y me golpearán.
—Me parece que es lo que estás buscando.
—Los dioses saben que sí. —Moira cogió con una cuchara los huevos que le había indicado a la cocinera que preparase como a menudo lo hacía Glenna. Revueltos con trozos de jamón y aros de cebolla—. ¿Recuerdas el día en que Larkin y yo llegamos a Irlanda a través del Baile de los Dioses? Podía colocar una flecha donde quisiera, nueve de cada diez veces, pero cualquiera de vosotros me podía tirar al suelo sin apenas esfuerzo.
—Tú siempre te levantabas.
—Sí, yo siempre me levantaba. Pero ahora ya no es tan fácil derribarme. Y eso es algo que también quiero que todos vean.
—Ya les demostraste lo que era un guerrero cuando luchaste con ese vampiro y lo mataste.
—Es verdad. Y ahora les mostraré a un soldado que aguanta todo lo necesario. Y hay algo más que quiero de ti.
—Eso imaginaba. —Glenna sirvió más té para ambas—. Dispara.
—Nunca he explorado la magia que poseo. No es gran cosa, como todos habéis podido ver. Un ligero don para curar y una especie de poder que puede ser trabajado y ensanchado por otros que poseen más. Como Hoyt y tú. Sueños. He estudiado los sueños y leído libros acerca de sus significados. Y, por supuesto, libros sobre la propia magia. Pero me parecía que no había un propósito real en lo que yo tenía salvo ofrecer un poco de alivio a quien sufría dolor. O una forma de saber qué dirección tomar para encontrar un ciervo cuando sales de caza. Cosas pequeñas. Cuestiones sin importancia.
—¿Y ahora?
—Ahora —repitió Moira asintiendo— creo que hay un propósito y también una necesidad. Creo que necesito todo lo que tengo, todo lo que soy. Cuanto más conozca lo que hay dentro de mí, mejor podré usarlo. Cuando toqué la espada, cuando apoyé la mano en la empuñadura, se derramó sobre mí la certeza de que era mía, de que siempre había sido mía. Y un poder asociado a ella, como un viento fuerte soplando hacia mí. Más a través de mí, creo. ¿Lo entiendes?
—Perfectamente.
Moira volvió a asentir y continuó comiendo.
—He negado ese aspecto porque no tenía un interés particular en él. Yo quería leer y estudiar, salir a cazar con Larkin, montar a caballo.
—Todas las cosas que disfruta una muchacha —la interrumpió Glenna—. ¿Por qué no deberías haber hecho lo que te gustaba? No sabías lo que te esperaba.
—No, no lo sabía. Me pregunto si lo habría sabido si hubiese mirado más profundamente.
—No podrías haber salvado a tu madre, Moira —dijo Glenna suavemente.
Moira alzó la vista con los ojos muy claros.
—Puedes leer mis pensamientos con mucha facilidad.
—Creo que es porque, si estuviese en tu lugar, yo tendría los mismos. No podrías haberla salvado. Y, además…
—No estaba escrito que yo debiera salvarla. —Moira acabó la frase—. Estoy empezando a aceptarlo en mi corazón. Pero si yo hubiese explorado lo que tengo, podría haber sido capaz de ver algo de lo que se estaba acercando. No importa cuál hubiese podido ser la diferencia. Lo mismo que Blair, yo también he visto el campo de batalla en mis sueños. Pero, a diferencia de ella, yo no me enfrenté a ello. Le volví la espalda. Eso también ha terminado. Ya no voy… espera. —Moira buscó la expresión correcta—. ¿A torturarme con ello? ¿Sí?
—Sí, eso es.
—Ya no me torturo con ello. Estoy tratando de cambiarlo. De modo que te pido si puedes dedicar algo de tu tiempo a ayudarme a perfeccionar cualquier don que pueda tener, así como he perfeccionado mis habilidades para el combate.
—Puedo hacerlo. Me encantaría.
—Te lo agradezco.
—No me agradezcas nada todavía. Habrá que trabajar mucho. La magia es un arte y un oficio. Y un don. Pero si lo comparamos con tu entrenamiento físico no es muy diferente. También es, bueno, como un músculo. —Glenna le dio unas palmadas en los bíceps—. Tienes que ejercitarla y construirla. La magia que practicamos es como la medicina, es decir, que nunca se sabe suficiente.
—Cada arma que lleva al campo de batalla será otro golpe contra el enemigo. —Moira flexionó el brazo con las cejas enarcadas—. De modo que construiré el de la magia igual que éste, convirtiéndolo en tan fuerte como pueda. Quiero aplastarla, Glenna.
Más que derrotarla, quiero aplastarla. Por muchas razones. Mis padres, King, Cian —añadió después de una breve pausa—. ¿Eso no le gustaría nada a Cian, verdad, saber que pienso en él como una víctima?
—Él no se ve a sí mismo de esa manera.
—No, no lo hace, se niega a hacerlo. Ésa es la razón por la que prospera, a su manera. Él se ha construido su… No puedo decir paz, ya que no es de la clase pacífica, ¿verdad? Pero ha aceptado su suerte. Supongo que, de algún modo, Cian la ha abrazado.
—Yo diría que lo conoces tanto como es posible conocerlo.
Ahora Moira dudó un momento, demorándose mientras jugueteaba con la comida que había quedado en su plato.
—Él me besó otra vez.
—Oh. Oh. —Y después de una pausa—: Oh.
—Yo hice que me besara.
—No es que pretenda menospreciar tu encanto o tus poderes, pero no creo que nadie pueda conseguir que Cian haga nada que realmente no desee hacer.
—Podría ser que él lo deseara, pero no lo hubiese hecho si yo no lo hubiese presionado. Yo estaba un poco bebida.
—Hmmm.
—Pero estar bebida no fue lo peor —dijo Moira con una risa que mostraba algún nerviosismo—. En realidad, no. Eso sólo fue un poco de relajación de modales, por decirlo de alguna manera, y mayor decisión. Necesitaba aire y un poco de tranquilidad, de modo que subí y salí a una de las almenas. Y allí estaba Cian.
Ella volvió a representar la escena en su mente.
—Él podría haber ido a cualquier parte y, sin duda, yo podría haber ido a otra parte, pero ninguno de los dos lo hizo, de modo que ambos coincidimos en el mismo lugar al mismo tiempo. En la noche —dijo tranquilamente—. Con música y luz tenue.
—Romántico.
—Sí, supongo que lo era. Con la lluvia anunciándose y que comenzaba a perfumar el aire, y la fina hoz de la luna muy blanca contra el cielo. Cian está rodeado de un misterio que quiero seguir estudiando hasta encontrar todas sus piezas.
—No serías humana si no lo encontrases fascinante —comentó Glenna. Ambas sabían lo que ella no había dicho. El no lo era. Cian no era humano.
—El se estaba comportando de un modo muy afectado, como suele hacerlo conmigo, y me resultaba irritante. Y, bueno, lo reconozco, provocativo. A veces me ocurre cuando estoy con él. Lo mismo que me pasa con el conocimiento o la magia. Es algo que va en aumento.
Moira apoyó con fuerza una mano sobre el vientre y luego fue ascendiendo hasta el corazón.
—Algo que… va subiendo desde el centro de mí misma.
Nunca había tenido sentimientos tan intensos, de ese tipo, hacia ningún hombre. Pequeños atisbos de ellos, ¿sabes? Sentimientos confortables e interesantes, pero no fuertes y calientes. Hay algo en él que me atrae de un modo irresistible. Es tan…
—Sexy —acabó Glenna la frase—. A un nivel increíble.
—Yo quería saber si sería igual que la vez anterior, la única vez, cuando los dos estábamos tan furiosos y él me besó. Le dije que volviera a hacerlo y que no aceptaría un no como respuesta.
—Ahora Moira alzó la cabeza, como si estuviese resolviendo un acertijo—. ¿Sabes?, creo que lo puse nervioso. Ver que estaba ligeramente turbado, y tratando de demostrar que no lo estaba, fue tan embriagador como lo había sido el vino.
—Oh, Dios, sí. —Glenna respiró profundamente y levantó su taza de té—. Ya lo creo que tuvo que serlo.
—Y cuando él me besó, fue como la vez anterior, sólo que más. Porque yo lo estaba esperando. En ese momento él estaba tan cautivado como yo. Lo supe.
—¿Qué estás buscando de él, Moira?
—No lo sé. Tal vez sólo ese calor, sólo ese poder que él posee. Ese placer. ¿Está mal?
—No puedo decirlo. —Pero le preocupaba—. Cian nunca podría darte más. Tienes que entenderlo. Él no se quedaría aquí y, aunque lo hiciera durante un tiempo, tú nunca podrías tener una vida con él. Estás pisando un terreno muy peligroso.
—Cada día desde ahora hasta Samhain será un terreno peligroso. Sé que lo que estás diciendo es bueno y tiene sentido, pero yo lo sigo deseando en mi corazón y en mi mente. Necesito que ambos se asienten un poco antes de saber qué debería hacer con este asunto. Pero sé que no quiero entrar en combate habiendo dejado esto de lado sólo porque temo lo que pueda llegar o no a ser.
Después de un momento de reflexión, Glenna suspiró.
—Tal vez lo que dices tenga sentido, y dudo mucho que yo siguiera mi propio consejo si estuviese en tu lugar.
Moira se acercó a ella y le cogió la mano.
—Ayuda poder hablar con otra mujer. Ser capaz de decirle a otra mujer lo que hay en mi mente y mi corazón.
En otra parte de Geall, en una casa protegida incluso contra la luz débil y brumosa, otras dos mujeres estaban sentadas y hablaban.
Era el final de su día, no el comienzo, pero estaban compartiendo una tranquila comida.
—Tenías razón. —Lora se reclinó hacia atrás, limpiándose delicadamente la sangre de los labios con una servilleta de lino. El hombre estaba encadenado a la mesa, entre ellas. Lilith había insistido en que su compañera herida se sentase y comiera en lugar de quedarse en la cama, bebiendo la sangre de una taza—. Levantarme y disfrutar de una matanza civilizada era lo que necesitaba.
—¿Lo ves?
Lilith sonrió complacida.
El rostro de Lora aún estaba gravemente quemado. El agua bendita que le había arrojado la maldita cazadora de vampiros le había causado un daño terrible. Pero estaba curándose, y la comida fresca la ayudaría a recuperar las fuerzas.
—Pero me gustaría que comieses un poco más.
—Lo haré. Has sido tan buena conmigo, Lilith. Y yo te fallé.
—No, no lo hiciste. Era un buen plan, y estuvo a punto de dar resultado. Eres tú quien ha tenido que pagar un precio muy alto por ello. No puedo soportar pensar en el dolor que sufriste.
—Hubiese muerto de no haber sido por ti.
Las dos habían sido amantes y amigas, rivales y adversarias. Lo habían sido todo para la otra durante cuatro siglos. Pero las heridas de Lora, la proximidad de su fin, las había unido más que nunca.
—Hasta que no te hirieron, no sabía cuánto te amaba y te necesitaba. Aquí tienes, querida, un poco más.
Lora obedeció, cogiendo el brazo flácido del hombre y hundiendo profundamente los colmillos en la muñeca.
Antes de sufrir las quemaduras en el rostro, Lora había sido muy guapa, una rubia joven y fresca, elegante. Ahora tenía el rostro despellejado y rojo, dañado por las quemaduras a medio curar. Pero el brillo vidrioso de dolor había desaparecido de sus grandes ojos azules y su voz volvía a exhibir la fuerza de antes.
—Ha sido maravilloso, Lilith. —Se recostó nuevamente en el sillón—. Pero soy incapaz de beber una sola gota más.
—Entonces ordenaré que se lleven el resto y nos sentaremos un momento junto al fuego antes de acostarnos.
Lilith hizo sonar una campanilla de oro e hizo señas a uno de los criados para que se llevase lo que quedaba en la mesa. Sabía que los restos de comida no serían desperdiciados.
Se levantó para ayudar a Lora a cruzar la habitación hacia donde ya había dispuesto cojines y una manta ligera sobre un sofá.
—Es más confortable que las cuevas —comentó Lilith—. Pero, no obstante, me alegrará abandonar este lugar y disponer de un alojamiento adecuado.
Acomodó a Lora en el sofá antes de sentarse, regia con su vestido rojo y su pelo dorado recogido para añadir un toque de glamour a la velada.
Su belleza no había disminuido ni un ápice desde su muerte, hacía más de dos mil años.
—¿Te duele? —le preguntó a Lora.
—No. Casi me siento yo misma otra vez. Lamento haberme comportado como una chiquilla ayer por la mañana, cuando esa perra voló por encima de nosotros en ese ridículo hombre-dragón. Cuando la vi, todo volvió como una marea, todo el miedo, la agonía.
—Pero le dimos una sorpresa, ¿verdad? —Lilith alisó la manta, envolviendo a Lora con ella—. Imagina su confusión cuando sus flechas chocaron contra el escudo de Midir. Tuviste razón al convencerme de que no lo matase.
—La próxima vez que vea a esa perra, no me echaré a llorar ni me esconderé debajo de las mantas como una niña asustada. La próxima vez que la vea, la mataré con mis propias manos. Lo juro.
—¿Aún sientes el deseo de transformarla y convertirla en una compañera para ti?
—Nunca le concederé semejante regalo a esa puta. —Los labios de Lora se tensaron con un gruñido—. Ella sólo recibirá de mí la muerte. —Luego, con un suspiro, apoyó la cabeza en el hombro de Lilith—. Nunca habría sido lo que tú eres para mí. Pensaba divertirme un tiempo con ella. Y también pensé que podría servirnos como entretenimiento en la cama; toda esa energía y esa violencia que tiene en su interior resultaban muy atractivas. Pero nunca podría haberla amado como te amo a ti.
Ahora inclinó la cabeza y sus labios se unieron en un beso largo y dulce.
—Soy tuya, Lilith. Eternamente.
—Mi dulce niña. —Lilith la besó en la sien—. La primera vez que te vi, sentada sola en las oscuras y húmedas calles de París, llorando, supe que me pertenecerías.
—Yo pensaba que amaba a un hombre —susurró Lora—. Y que él también me amaba. Pero me utilizó, me despreció y me dejó por otra mujer. Pensé que se me había roto el corazón. Y entonces apareciste tú.
—¿Recuerdas lo que te dije en aquel momento?
—Nunca olvidaré esas palabras. Dijiste: «Mi dulce y triste niña, ¿estás sola?». Te dije que mi vida se había terminado, que a la mañana siguiente estaría muerta de pena.
Lilith se echó a reír y acarició el pelo de Lora.
—Tan dramática. ¿Cómo podía resistirme a ti?
—O yo a ti. Estabas tan hermosa, como la reina que eres. Ibas vestida de rojo, como esta noche, y tenías el pelo brillante, lleno de rizos. Me llevaste a tu casa y me diste pan y vino, escuchaste mi triste historia y enjugaste mis lágrimas.
—Eras tan joven y encantadora… Parecías tan segura de que ese hombre que te había despreciado era todo lo que podías desear en la vida…
—Ya no recuerdo su nombre. Tampoco su rostro.
—Viniste gustosamente a mis brazos —musitó Lilith—. Te pregunté si querías seguir siendo joven y bella para siempre, si te gustaría tener poder sobre hombres como el que te había hecho tanto daño. Me respondiste que sí, una y otra vez. Incluso cuando te probé, te apretaste a mí y volviste a repetir, sí, sí.
El blanco de los ojos de Lora se tiñó levemente de rojo al recordar aquel maravilloso momento.
—Nunca había sentido una excitación tan profunda.
—Y cuando volví a vivir, tú me lo trajiste para que yo pudiese tener como mi primera presa al hombre que se había burlado de mí. Y lo compartimos, como hemos compartido tantas cosas desde aquel momento.
—Cuando llegue Samhain, compartiremos todo lo que existe.
Mientras los vampiros dormían, Moira se encontraba en el campo de juegos. Estaba sucia y empapada. La cadera le dolía a causa de un golpe que se había colado a través de su guardia y jadeaba después del último asalto.
Se sentía de maravilla.
Le tendió la mano a Dervil para ayudarla a levantarse del suelo.
—Lo has hecho muy bien —dijo Moira—. Casi lo consigues.
Dervil se frotó sus amplias nalgas.
—Creo que no.
Con las manos apoyadas en las caderas y la cabeza cubierta con un sombrero de cuero de ala ancha ahora empapado, Glenna les observaba a ambas.
—Esta vez has aguantado de pie más tiempo y te has levantado más rápido del suelo. —Hizo un gesto de aprobación hacia Dervil—. Estás progresando. Por lo que me han dicho, en el otro extremo de este campo hay varios hombres a los que podrías derrotar.
—En el otro extremo del campo hay muchos hombres a los que ella ya ha derrotado —dijo Isleen, y su comentario provocó un coro de risas obscenas.
—Y sé qué hacer con ellos cuando eso ocurre —replicó Dervil.
—Ocúpate de poner algo de esa energía en tu próximo combate —sugirió Glenna— y podrás ganarlo en lugar de acabar en el barro. Terminemos el día con un poco de práctica de tiro con arco.
Aunque las mujeres respondieron con gestos de alivio al hecho de que la sesión se diese por acabada, Moira agitó una mano.
—Aún no me he enfrentado a Ceara cuerpo a cuerpo. He estado reservando para el final a quien me han dicho que es la mejor. De ese modo, podré retirarme del campo como la campeona.
—Arrogante. Me gusta —dijo Blair mientras avanzaba a través de la lluvia y el barro—. La fabricación de armas sigue adelante —añadió—. Hemos aumentado la producción un nivel. —Echó la cabeza hacia atrás—. Dejadme que os diga una cosa, esta lluvia sienta maravillosamente bien después de un par de horas con el yunque y la forja. Y bien, ¿cuál es el marcador aquí?
—Moira ha derrotado a todas con la espada y en combates cuerpo a cuerpo. Ahora ha retado a Ceara a un asalto antes de que acabemos la sesión con los arcos.
—Muy bien. Puedo llevar a un grupo hasta los blancos mientras vosotras termináis aquí.
Se produjo una sonora protesta por parte de las mujeres, ansiosas como estaban por presenciar el último combate.
—Sedientas de sangre. —Blair mostró su aprobación—. Eso también me gusta. Muy bien, señoras, dejad espacio. ¿Por quién apuestas? —le preguntó a Glenna mientras las dos mujeres se disponían a luchar.
—Moira está caliente y motivada. Ella ha trabajado hoy duramente. Yo apostaría por ella.
—Yo me inclino por Ceara. Es muy mañosa y no teme a los golpes. ¿Lo ves? —añadió cuando Ceara cayó de bruces en el barro y se levantó rápidamente para atacar a Moira.
Hizo una finta, girando en el último momento, luego lanzó el pie hacia arriba y alcanzó a Moira en el pecho. La reina salió disparada hacia atrás a causa del fuerte impacto, consiguió mantener el equilibrio y esquivó el siguiente golpe. Embistió con fuerza y lanzó a Ceara por encima del hombro. Pero cuando se dio la vuelta, Ceara no estaba caída de espaldas en el barro, sino que se había apoyado en las manos para lanzar ambos pies hacia adelante y derribar a Moira.
Ésta se levantó rápidamente y con los ojos brillantes.
—Vaya, veo que tu reputación no es exagerada.
—Voy a por el premio. —Ceara se agachó y comenzó a girar alrededor de Moira—. Estáis advertida.
—Ven a buscarlo entonces.
—Buena pelea —comentó Blair mientras volaban los puños y los pies—. ¡Ceara, mantén los codos levantados! Glenna golpeó a Blair en el costado con el suyo.
—No se puede dar instrucciones desde el gallinero.
Pero estaba sonriendo, no sólo porque era un buen combate, sino porque el resto de las mujeres gritaban y aconsejaban a las dos contendientes.
Se habían convertido en una unidad.
Moira cayó hacia atrás, lanzó las piernas hacia adelante en una llave de tijera y barrió a Ceara. Pero cuando rodó sobre sí misma para inmovilizar a su rival, Ceara la cogió y la lanzó por encima de su cabeza.
Se oyeron numerosas expresiones de compasión cuando Moira aterrizó con un ruido seco. Y antes de que pudiese volver a levantarse, Ceara estaba sentada a horcajadas encima de ella, con un codo en el cuello de Moira y un puño apoyado a la altura del corazón.
—Estáis estaqueada.
—Maldita sea, lo estoy. Apártate, por el amor de Dios, me estás aplastando los pulmones.
Moira respiró profundamente mientras hacía un esfuerzo para colocar en posición sentada su cuerpo aún tembloroso. Ceara se sentó en el barro junto a ella, y las dos permanecieron jadeando y mirándose mutuamente.
—Eres una jodida perra en el combate —dijo Moira finalmente.
—Lo mismo os digo, con todo respeto, mi señora. Ahora tengo magulladuras encima de las magulladuras y bultos encima de éstas.
Moira se quitó un poco de barro de la cara con el antebrazo.
—No estaba descansada —dijo.
—Eso verdad, pero también podría derrotaros si lo estuvieseis.
—Creo que tienes razón. Has ganado el premio, Ceara, y en buena lid. Me siento orgullosa de haber sido derrotada por ti.
Le ofreció la mano y, después de estrechársela, se la alzó en el aire.
—Aquí está la campeona del combate cuerpo a cuerpo.
Hubo vivas y abrazos a la manera de las mujeres. Pero cuando Ceara le tendió la mano para ayudarla a que se levantase, Moira la rechazó.
—Me quedaré sentada un momento hasta recuperar el aliento. Ve a buscar tu arco. Disparando no podéis vencerme ni tú ni nadie.
—No podríamos conseguirlo ni en mil años. ¿Majestad?
—¿Sí? Oh, Dios, no podré sentarme en una semana —añadió, frotándose la cadera dolorida.
—Nunca he estado más orgullosa de mi reina.
Moira sonrió para sí, luego se quedó sentada, haciendo un inventario de sus magulladuras y dolores. A continuación, su mirada se dirigió hacia la almena donde había estado con Cian la noche anterior.
Y allí estaba él, de pie en mitad de la penumbra y la lluvia, mirándola. Ella podía sentir su fuerza a través de la distancia, la fascinación que exudaba, pensó, como ningún otro hombre.
—¿Qué es lo que estás mirando? —le preguntó en voz baja—. ¿Te divierte verme con el culo en el barro? Probablemente, decidió, ¿y quién podía culparle? Imaginó que había ofrecido un buen espectáculo.
—Tarde o temprano, combatiremos tú y yo. Entonces veremos quién vence a quién —masculló.
Se puso en pie y apretó los dientes para no cojear. De modo que pudo alejarse erguida y sin volver la vista atrás.