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VOLVÍ a Los Ángeles después de la medianoche del domingo (o sea la madrugada del lunes) sintiendo los efectos de la retardación que producen los jets, los de la conciencia sucia y los de la constante repetición de mi conversación nocturna con Penny sobre los motivos adolescentes que me hacían seguir en esa profesión: Si abandonaba todo esto, Penny sería mía sin duda alguna. ¿Qué era de todos modos esta rutina del detective privado? Quince años en la policía, y otros diez yendo detrás (¿cómo lo había expresado Penny?) de los trapos sucios de otra gente. Por cierto que Penny hacía que pareciera absolutamente infantil. ¿Era que en verdad yo sólo era una versión ligeramente madura de E. Howard Hunt, haciendo sonar mantos y dagas en un armario? Un investigador de armarios. Un investigador de ropa sucia. ¿Y me era tan querido todo esto que no lo podía abandonar? Por una mujer adorable como Penny, cuyo único crimen (de acuerdo a ella misma) era que quería que yo actuara de acuerdo a mi edad, a cambio de lo que me había virtualmente ofrecido, ser la compañera de mis años de vejez.

No tenía mejores respuestas para estas preguntas que las que había tenido en Nueva York, salvo que me había entrado la sospecha durante los últimos cuatro mil quinientos kilómetros de que yo realmente no quería conocerlas.

¿Por qué? Estaba ocupándome de esta pregunta mientras desempacaba y apilaba al lado de la cama la ropa sucia (ropa sucia otra vez) y había llegado a la conclusión de que era demasiado tarde y yo estaba demasiado cansado como para darle el tratamiento que se merecía, cuando sonó el teléfono. Era Bunny.

—Tengo que verlo. Ahora.

—¿Ahora? Es bastante tarde. ¿No puede ser luego? —Me senté en el borde de la cama, agotado.

—No, imposible. Traté de comunicarme con usted todo el día el sábado. Es muy importante.

Miré el reloj. Casi la una de la mañana.

—De acuerdo. ¿Dónde nos encontramos?

—Aquí. Tiene que venir a buscarme.

—¿Buscarla? Bunny, ¿por qué no podemos...?

—Por favor, Mark. No se lo pediría si no fuera importante. Estaré esperándolo abajo —agregó, y colgó.

Me quedé recostado sobre el borde del colchón durante varios minutos, luego me levanté con un esfuerzo y me tiré una chaqueta encima. Al menos no era tan tropical que necesitara usar un machete aquí. Fui al estacionamiento del auto otra vez y bajé la capota. No fue muy inteligente porque la lona se estaba poniendo demasiado vieja para intentar juegos raros, pero pensé que el aire nocturno podría reanimarme.

Bunny me esperaba tal como lo había prometido, y en cuanto llegué frente a la puerta principal, salió de la casa y se sentó en el asiento a mi lado.

—¿Qué es tan importante? —le pregunté.

—Vayamos a algún lado donde podamos hablar y le diré qué es tan importante —dijo con el mismo acento nervioso y entrecortado que había usado en la conversación telefónica. Las manos le temblaban al tratar de encender un cigarrillo...

—Bien, vayamos a mi oficina.

—¡No! Quiero decir, no, vayamos a otro lugar.

—¿Mi departamento?

Sacudió la cabeza.

—¿No hay algún lugar público? ¿Uno de esos puestos de hamburguesas que están abiertos toda la noche o algo por el estilo?

—Conozco un lugar en Van Nuys —le dije con ironía—. ¿Le gustaría ir allí?

—Van Nuys es apropiado.

—Bunny, está...

—Por favor. Por favor, Mark. Haga lo que le digo. —Me dirigió una mala imitación de lo que se suponía debía ser una sonrisa reconfortante.

Así que tomamos la supercarretera de San Diego en dirección al norte, salimos por el Boulevard Victory y seguimos durante casi un kilómetro hasta una cafetería Deny's que yo sabía que estaba abierta las veinticuatro horas del día. Bunny llevaba el cabello suelto (le llegaba a los hombros) y el viento se lo estaba enredando sin compasión.

—Debió haberme dicho que íbamos a ir con la capota baja —se quejó, buscando una banda elástica en la cartera—. Me hubiera puesto un pañuelo.

—Ese no puede ser el mayor de sus problemas —contraataqué.

—Créamelo, no lo es.

Seguimos en silencio, salvo por sus ocasionales pedidos de que fuera más despacio, que me pusieron más furioso que todo lo que ella había hecho esta noche. Estaba en ese grado de cansancio cuando suelo perder la paciencia por tonterías.

—Ahora ¿puede por favor decirme de qué se trata? ¿Por qué todo este drama? —le pregunté secamente cuando nos hubimos sentado a una mesa y pedido sandwiches y café. Las únicas otras personas en la cafetería eran jóvenes matronas de la zona del valle, con ruleros apenas escondidos debajo de chillones pañuelos, sentadas juntas chismorreando en voz baja, y camioneros que comían solos, en el mostrador, masticando la comida como si rumiaran, con la mirada perdida en el vacío. Me sentía igual que ellos.

—Primero dígame sus noticias y luego le diré las mías. —Bunny echó una mirada en derredor sin curiosidad. Yo estaba demasiado cansado para discutir, de modo que le hice un resumen de mis encuentros con Lewis Browne y Jacob Fairfield, e incluí la novedad que Penny me había dicho, o sea que Tony Bruno estaba por retirarse del Ejército, o ya lo había hecho, para presentarse como candidato al Congreso.

—Ya lo sé —dijo distraída—. Dígame ¿cuáles son sus conclusiones, si tiene algunas? Sobre Rollo.

—Bueno, son tentativas —contemporicé, tratando de poner mis pensamientos en orden y de soñar despierto—. Pero a primera vista parece haber muy poca evidencia, en realidad ninguna evidencia en absoluto hasta el momento, de que su hermano colaborara con los norvietnamitas, o se comportara de algún modo que se pudiera considerar deshonroso o siquiera cuestionable. Aquí están sus cartas, de paso. Fueron de gran ayuda. —Las saqué y se las alcancé. No las miró, sino que continuó con la mirada fija en mí con intensidad.

—¿Qué quiere decir eso?

—Bueno, eso es algo más difícil. Una inferencia posible que se puede extraer es que Rollo se mató porque no podía tolerar la publicidad y la humillación, o que no quería flirtear con una corte marcial militar, aunque supiera que era inocente.

—¿Es ésa su convicción? —Sus ojos, realmente más grises que azules en ese momento, ardían intensamente en los míos. Era imposible romper

el encantamiento de esa mirada y empezar a comer mi sandwich.

—No me satisface —dije francamente—. Coincide con lo que sé acerca de su hermano tan poco, como si hubiera descubierto que era un colaborador del Vietcong.

—¿Qué iba a recomendarme?

—Eso iba a ser su decisión —conseguí apartar los ojos de los de ella y levantar la taza de café—. Usted podría querer continuar la investigación, o podría estar satisfecha con mis servicios en este momento, cuando la evidencia es que Rollo no colaboró, y que si se mató, lo hizo por vergüenza y no por miedo. Si continuamos por supuesto, hace falta más dinero.

—¿Si se mató? —Repitió mis palabras casi con los dientes apretados—. ¿Dijo si?

—¿Lo hice? —Estaba más cansado de lo que me parecía—. No sé qué quise decir con eso. Estoy muy cansado.

—Quizás esto lo despierte y le dé algo en qué pensar. —Tomó su cartera, sacó un sobre comercial, y me lo alcanzó por sobre la mesa—. Recibí esto con el correo del sábado a la mañana. Era un sencillo sobre blanco con el nombre y la dirección de Shelly Rollins escritos a máquina y una estampilla de ocho centavos ligeramente torcida, con la cara de Lincoln. El sello del correo indicaba que la habían despachado el viernes a la tarde en North Hollywood. Lo abrí y saqué una única hoja de papel escrita a máquina.

Estimada Miss Rollins:

Por su propia salud y bienestar, es extremadamente conveniente que retire a su detective privado de la investigación del desgraciado suicidio de su hermano. Si persiste en este insensato comportamiento, sólo usted será culpable de lo que pueda ocurrir.

La firmaba: "Un amigo".

—¿Recibió esto el sábado? —La puse a la luz para ver si tenía marca de agua.

—Y desde entonces estuve tratando de llamarlo. ¡Oh Cristo, no sabe qué asustada estuve! Y eso no es todo. —Se inclinó sobre la mesa y se aferró a mi muñeca—. Esta tarde me llamaron por teléfono. —Lo dijo de un modo que me hizo entender que se trataba del mismo tipo de comunicación—. Mark, fue horrible. Quien fuera que habló tenía un tartamudeo espantoso. No sé qué hacer. Tiene que ayudarme. Me estoy volviendo loca de miedo.

—Bueno, cálmese. La estoy ayudando ¿no? Es por eso que usted me paga ¿recuerda?

—Pero no pensé que fuera así —protestó, hablando en un susurro lleno de ira y mirando por sobre su hombro con ansiedad—. No sabía que hubiera ningún tipo de... ni siquiera sé cómo llamarlo... ningún tipo de complicación rara. No creí que hubiera ningún asunto raro en esto. Mark, tiene que decirme qué debo hacer. ¿Debo prescindir de usted?

—¿Planeaba hacerlo? ¿Si yo le decía que no había evidencia, eso la hubiera satisfecho... si no hubiera tenido la carta y la llamada?

—Mire, no hablemos en forma académica, si no tiene inconveniente. Lo que intento saber es si debo temer por mi vida o no. ¡Contésteme ahora!

—¿Qué dijo la voz?

—Lo mismo. Me preguntó si había recibido la carta y luego repitió la misma historia.

—¿Usó las mismas palabras?

—Sí... no... diablos, no recuerdo...

—Bueno, piense. Podría ser importante. —Y le daría algo que hacer en vez de dejarse arrastrar por esa oleada de creciente pánico.

—Eh... dijo: "¿Miss Rollins?" Y yo le contesté que sí, sin pensar realmente quién podría ser. Y luego dijo, espero que haya recibido nuestra carta y le haya dado ]a debida consideración...

—¿Nuestra? ¿Dijo nuestra?

Asintió.

—Luego dijo algo así como que sería una pena que algo le pasara a una chica joven como yo, con un futuro por delante, y cosas por el estilo...

—¿Y tartamudeaba durante toda esa charla?

—Tremendamente. A veces apenas si podía emitir las palabras. Esperé hasta que terminó —concluyó tristemente, y luego levantó la vista otra vez—. ¿Cree que deberíamos ir a la policía?

—Es una buena pregunta. Podríamos hacerlo, por supuesto. Esa carta constituye una amenaza, y también la llamada telefónica, aunque sólo tenemos su testimonio sobre ella...

—¿No me cree? —Los ojos se le empezaban a agrandar.

—No es eso. Hablábamos de los elementos que tendrían los milicos. ¿A qué hora fue la llamada, de paso?

—A eso de las dos de la tarde.

—¿Le habló a su madre sobre la llamada? ¿O sobre la carta?

Sacudió la cabeza.

—No quería preocuparla. Y sabía que si lo hacía sólo lo usaría como excusa para insistir en que prescinda de usted.

—Eso implica que si ella no insistía usted no pensaba hacerlo.

Se quedó con la boca abierta.

—¿Sí? Bueno, supongo que es así. Pero ¿qué me dice de la policía? —repitió. Me recosté en el asiento y pensé—. Ahora puede entender por qué tenía miedo de salir de la casa sola o de ir a su departamento o a su oficina —siguió diciendo mientras esperaba que yo pensara—. Pensé qué espantoso sería (cuando no pude comunicarme con usted) si me mataban sólo porque no había tenido posibilidad de despedirlo a usted.

—Pudo haber anunciado que ya no se requerían mis servicios —le indiqué, despertándome al fin y examinando la carta—. Eso parece confirmar mi tesis original de que usted no quiere que abandone ahora. Es cierto que esta carta usa un vocabulario extraño. Muy estirado ¿no le parece?

—Hablábamos sobre si deberíamos recurrir a la policía —me recordó Bunny—. ¿Cree que es una buena idea o no?

—Depende de qué es lo que quiere que hagan. Si usted quiere que la protejan a toda hora durante cierto tiempo, lo harán. Pero no van a descubrir qué le pasó a Rollo. Las pistas están frías igual que el cadáver, y el caso está cerrado. No van a encontrar huellas digitales en la carta o en el sobre. Señalarán la alta incidencia de cartas raras después de acontecimientos sensacionales de este tipo y argüirán que la carta no se refiere en absoluto a la autoría de la muerte de su hermano. La atenderán muy amablemente, pero eso será todo. Y le apuesto mi último dólar a que el fbi no se ocupará tampoco —agregué antes de que pudiera preguntarme.

—Pero ¿suponiendo que dejáramos que la policía hiciera lo que usted dice que haría (protegerme o lo que sea) mientras que usted continúa con el caso? —preguntó con tímida ingenuidad—. ¿Eso no sería...?

—Piense lo que me está preguntando. En pocos minutos la policía y yo chocaríamos, y mientras tanto el que mandó esto la estará vigilando. Y si la amenaza es real, el tipo de protección que le pueden ofrecer los policías no servirá para nada. Por Dios, ni el Presidente es a prueba de balas y usted sabe qué tipo de precauciones se toman. Es cuando se llama a los policías que los delincuentes se vuelven peligrosos. Los policías se cansarán, se aburrirán o se despreocuparán y ésa puede ser la oportunidad. De todos modos, no pueden protegerla indefinidamente. Eso cuesta dinero y la policía tiene cosas más importantes que hacer... desde el punto de vista de ellos —me corregí.

Había estado inclinada sobre la mesa. Ahora se desplomó en los almohadones con algo que sonó como un suspiro y empezó a juguetear con la cuchara dentro de la taza de café frío.

—De modo que su consejo es dejar la policía afuera.

—Por el momento. Siempre podemos llamarlos si realmente los necesitamos.

—O si estamos muertos.

—O si estamos muertos. Pero si usted los llama ahora, no va a descubrir nada sobre Rollo y probablemente aumente el peligro que corre. No podría hacer nada —continué. Me miró—. Despídame y abandone todo este asunto. Entonces probablemente se vuelvan a sus guaridas y la dejen en paz. ¿Cuánto le importa a usted realmente saber la verdad sobre Rollo?

—Pensaba que tenía mucha importancia. —Hizo una mueca de dolor.— Pero eso fue antes de saber que podría estar arriesgando mi propia vida durante el proceso. No estoy hecha del material del que se hacen los mártires. —Se permitió una risita. Su cabello se veía muy hermoso, como un marco de oro alrededor de la cara.

—Nadie dice que deba estarlo.

—¿Cree que debo olvidarme del asunto? No me dé una argumentación que le permita ganar un par de cientos de dólares más. Le pagaré dos días extras si me da una respuesta sincera.

—Le daré la respuesta sincera gratis. No creo que usted sea el tipo de persona capaz de dejar algo de este tipo a medio terminar. Es obvio que en la muerte de su hermano han intervenido elementos que no son tan simples como se pensó en un principio. Y si usted estaba dispuesta a limpiar el nombre de Rollo, creo que tiene que aclarar todo lo demás también.

—Pero tengo miedo.

—Y yo también. Seríamos tarados si no lo tuviéramos. Tendrá que permanecer encerrada en su casa y no salir si no es con su madrastra, y nunca de noche. No será fácil y quizás ni siquiera resulte seguro, pero ése será el riesgo que tendrá que correr si en verdad siente que necesita saber las respuestas.

—Las necesito —admitió—. ¿Y qué me dice usted?

—¿Yo? —La pregunta me sorprendió. Pensé que estaba más involucrada con su propio problema en este momento—. He sobrevivido hasta ahora. Me arriesgué también, creo.

—A mi hermano lo pueden haber asesinado en ese estudio ¿no es cierto? —Enfocó sus ojos láser en mi longitud de onda otra vez.

—Sí.

—Entonces no me parece que la casa sea un lugar muy seguro.

Pensé en esto.

—No vaya al estudio —le dije, y la llevé a la casa.

Mientras volvíamos elaboramos más precauciones de seguridad para Bunny, incluyendo frecuentes llamadas a mi oficina, más cosas específicas que hacer y qué no hacer (incluyendo el que no fuera a recoger el correo en el parque, un hábito que tenía cuando estaba en su casa) y los modos de hacer que mi servicio telefónico actuara inmediatamente cuando quisiera comunicarse conmigo.

—¿Cuál es su próximo paso? —preguntó cuando me detuve frente a su casa.

—¿Quiere decir después que duerma un rato?

Voy a empezar a trabajar en el caso desde la otra punta.

—¿Qué quiere decir?

—Me mantendré en comunicación con usted. No nos habituemos a descripciones minuciosas.

—De acuerdo. —Se me acercó y me miró tímidamente en la tenue luz de la luna—. Mark. Gracias.

—Sólo estoy,..

—Lo sé —dijo con rapidez— pero gracias. De todos modos.

—No es nada. De todos modos.

Esperé hasta que oí el ruido de la llave, antes de arrancar y dirigirme a mi casa.

Mientras abría la puerta del departamento, oí que sonaba el teléfono. Me cubrió una transpiración fría casi en seguida y dejé caer la llave. ¿Podía haberle pasado algo ya? ¡Había estado loco al dejarla sola, loco al haberle dicho todas esas estupideces sobre afrontar el peligro!

—Hola, Bunny. ¿Estás bien?

—¿M-m-Mister B-b-b-b brill? —La voz era ronca y la respiración entrecortada. La mía también.

—Habla Mark Brill.

—S-s-s-sólo una p-p-palabra am-m-m-mistosa i para ac-c-consejarlo. M-rn-mister B-b-brill. App-pártese del c-c-aso R-r-r-rollins si s-s-sabe q-q-qué le conv-v-viene. Alg-g-guien p-p-podría re-s-s-sultar p-p-perjudicado.

—Escúcheme...

Pero se oyó un click y no había nadie que me escuchara. Era una voz extraña y el tartamudeo tan intenso que parecía falso o intencionalmente cómico.

Pero muy dentro de mí, supe que la amenaza era real.