ESPAÑA

Oigo, patria, tu aflicción, y escucho el triste concierto que forman tocando a muerto la campana y el cañón.

Bernardo López García

«Oda al Dos de Mayo»

(1866)

Y España, ¿qué papel desempeña en toda esta historia? Sería maravilloso poder decir que uno muy importante, ¡esencial!, pero lo único cierto es que el papel de la economía española ha sido de suplente, de suplente de última hora.

España llegó muy tarde a la fiesta del crecimiento económico, aunque podría haber llegado muy pronto: fue el primer Estado europeo en disponer de plata en una abundancia nunca antes imaginada en Europa. Durante todo el siglo XVI fue el proveedor involuntario de plata de toda Europa: la plata que España extraía de América.

Así, durante más de un siglo España tuvo un poder absoluto porque controló el material con el que entonces se fabricaban los sueños, y lo dilapidó en construir palacios, iglesias fastuosas, monasterios, en importar manufacturas preciosas, en pagar los tercios con los que pretendía dominar una Europa que se le escapaba de entre los dedos y en financiar la Contrarreforma. Del siglo XVI España obtuvo dos cosas: el triunfo -para consumo interno- en esa guerra de religión que los Habsburgo tomaron como propia, y una inflación del tamaño de los templos que la realeza ordenaba construir; a finales de siglo era más barato importar bienes del exterior que fabricarlos en España.

España era temida: «Duérmete o vendrá el duque de Alba», decían las madres a sus hijos en los Países Bajos; pero no era respetada: cuando en el siglo XVII se redujo el flujo de metal se fue reduciendo en la misma proporción el poder español, hasta tener que recurrir al gato por liebre: acuñaciones de cobre reselladas para incrementar ficticiamente una oferta monetaria cuyo valor era ya prácticamente nulo. El resultado: una inflación de más del 400% a finales del siglo XVII y una guerra entre dos familias para quedarse con los restos de un imperio en declive.

De esa guerra salieron victoriosos los Borbones, que trajeron a España los problemas franceses, pero ninguna de sus ventajas. En el contexto europeo se da un retroceso español continuado: en parte por su posición excéntrica, España se halla en todos los sentidos en un extremo de Europa, alejada de su núcleo de poder económico.

Evidentemente, la Revolución francesa no llegó a España: era un país agrícola inmerso aún en el régimen señorial con dos manchas manufactureras -tenues y discontinuas, muy tenues y muy discontinuas- en Cataluña, en Vizcaya y en Guipúzcoa; lo demás eran trigales enormes y un inmenso desierto industrial. (¿El modelo Málaga? Una anécdota.)

Cuando en 1815 las potencias europeas se reunieron en Viena para deliberar sobre la Europa del presente, España ni siquiera fue invitada. Perdió su imperio, mantuvo Cuba y Filipinas (dos testimonios), y se quedó en un extremo de Europa recordando pasadas glorias. Entre 1812 y 1959, un montón de cuartelazos, un golpe de Estado, una guerra civil, muchísimos muertos, mucha hambre, y poco más.

A partir de 1959, en plena dictadura del general Franco, España empieza a crecer: su PIB comienza a aumentar. Ese crecimiento se sustenta sobre tres patas: las remesas que los emigrantes españoles en Europa enviaban a sus familias, el gasto que la naciente clase media-baja europea empezó a realizar en las playas del Mediterráneo español, y la inversión extranjera que comenzó a llegar a una España pacificada por la policía franquista. Y, ¡oh milagro!, España comenzó a crecer, a crecer y a dibujar un modelo de crecimiento muy particular y que, con escasas variaciones, ha pervivido hasta nuestros días, un modelo económicamente pobre. Pero, en honor a la verdad, es preciso decir que las causas venían de lejos (vuelvan a leer los párrafos anteriores).

Ese modelo de crecimiento diseñado por España habla de una economía especializada en fabricar bienes y en elaborar servicios de medio-bajo y bajo valor añadido, una economía con una muy baja productividad porque tanto las empresas españolas como la mayor parte de las establecidas en España no tienen incentivos ni para realizar inversiones masivas en bienes de capital para elevarla, ni para aumentar el nivel de cualificación de la mayor parte del factor trabajo que emplean. ¿Por qué no? Pues porque para obtener el valor añadido que buscan es suficiente la dotación de capital con que cuentan y el nivel formativo de la mano de obran que contratan.

¿Datos? Toneladas, pero quédense con uno: tomando como índice 100 el valor medio de la producción obtenida en una hora de trabajo en Estados Unidos, el nivel que España había alcanzado en el año 2005 era el que correspondía a Sue-cia en… 1973.z

España se fue configurando como una economía de tamaño respetable por volumen de PIB: la octava o la novena del mundo, según cálculos y fuentes, pero cada vez más retrasada, cada vez más dependiente, cada vez más pobre. España fue la única economía de los veintisiete miembros de la Unión Europea cuya tasa de crecimiento anual medio de la productividad por persona ocupada decreció entre los años 1996 y 2005.z

¿Qué estaba sucediendo? Pues que la economía española crecía a base de crear empleo generador de bajo valor, es decir, poco productivo: en los períodos en los que el empleo aumentaba, el PIB crecía y la tendencia de la productividad se reducía, de modo que, para que la tendencia de la productividad cambiara de signo, el empleo debía reducirse, lo que suponía un menor crecimiento económico.

Y, claro, año tras año la foto fija de España fue mostrando una posición mucho peor que la media europea en inversión en I+D, en inversión en conocimiento, en innovación, en formación permanente… Para colmo, España dependía totalmente del exterior en todo lo relacionado con energía: en una escala de 1 a 100, mientras que el índice medio de dependencia energética de la Europa de los 27 era, en 2006, de 53,8, el de España era de 81,4.3

¿En qué se traduce todo lo anterior? En un bajo nivel salarial: en el año 2006, mientras que el salario anual medio en paridad de poder adquisitivo de los países que integraban la OCDE era de 24.380 euros, el español era de 18.369; también se traduce en un reducido nivel de protección social en comparación con los países del entorno de España: en el año 2005 y en términos porcentuales sobre el PIB, en Suecia era del 32,0%, en la UE, del 27,8%, y en España, del 20,8%.5

La pregunta, entonces, es ¿cómo ha podido alcanzar España el nivel de bienestar del que hasta ahora ha disfrutado? Para responderla es preciso volver sobre el modelo productivo español.

Desde finales de los años noventa, pero sobre todo desde la recesión del 2000, prácticamente la mitad de la economía española ha pivotado sobre tres subsectores: la construcción y todas las actividades directa e indirectamente vinculadas a ella; el automóvil, sus suministradores y sus gastos derivados, y el turismo y el entorno con él asociado. Eso por el lado de la oferta. Por el de la demanda, el crédito que desde las entidades financieras ha ido fluyendo sin interrupción hacia familias y empresas.

El crédito, esencial para posibilitar el incremento de PIB que se ha producido en todas las economías, ha sido esencial también en la española. En términos de PIB, la evolución de la deuda privada española ha sido espectacular: 105% en el año 2000, 133% en el 2003, 161% en el 2005, 215% en el segundo trimestre de 2007;6 lo que no ha sido óbice para que la tasa de pobreza de España fuese del 20% en el año 2005,7 habiéndose mantenido prácticamente inalterada desde 1982, y que la tasa de pobreza infantil haya sido del 24% en el año 2007.8

Las entidades financieras españolas han tenido que convertirse, a su vez, en prestatarias: el calendario de vencimientos de entidades financieras españolas, en millones de euros, era el siguiente a mediados de 2008: entre el 1 de enero de 2008 y el 31 de diciembre de 2010: 227.801; entre el 1 de enero de 2011 y el 31 de diciembre de 2012: 117.176; a partir del 1 de enero de 2013: 502.286.9

Cuando, en septiembre de 2007, se manifestó el problema de los activos tóxicos identificados en las subprime, las «hipotecas basura», el gobierno español y las autoridades monetarias del país rápidamente aseguraron la ausencia de tales elementos en el sistema financiero español debido a la mucho mayor regulación que el Banco de España había exigido a las entidades financieras españolas en comparación con la exigida en Europa y, sobre todo, en Estados Unidos, lo que era absolutamente cierto.

Sin embargo, muy pocos hablaron del enorme peso que sobre los ingresos del factor trabajo representaban los pagos de las cuotas de los créditos tan alegremente concedidos en años anteriores, ni de la precariedad que en su contratación exhibía la población ocupada española (la tasa de temporalidad más elevada de Europa: más del 30%), ni de la mucho mayor dependencia de España del crédito en relación con otras economías desarrolladas, tanto en el aspecto de las personas físicas -consumo- como en el de las jurídicas -inversión-, como de las entidades financieras que debían conceder esos créditos. A medida que avanzaba el año 2008 se fue poniendo de manifiesto que España se hallaba en una auténtica trampa crediticia.

¿Por qué? Por su modelo productivo: intensivo en un factor trabajo de salarios medios reducidos debido a su relativamente baja productividad, compuesto por numerosas compañías con una reducida capacidad de generación de cash flow y, por su baja productividad, con un bajo nivel de competiti-vidad; también con un conjunto productivo-consuntivo extraordinariamente dependiente del crédito para alimentar un proceso como, por fuerza (porque no existía otra posibilidad, porque otra posibilidad ya no era posible), el escogido: construcción, automóvil, turismo y consumo; con una crónica -y lógica- tendencia al déficit por cuenta corriente. En cuanto se produjeron las primeras restricciones crediticias, el modelo de crecimiento español empezó a gripar.

España va a padecer especialmente esta crisis en la que a pasos agigantados ya estamos adentrándonos. Como hemos visto, su modelo de crecimiento está basado en actividades de bajo valor añadido, y es muy dependiente del exterior tanto en energía como en capital, por lo que, cuando en el exterior comenzaron los problemas, España acusó el golpe muy rápidamente. Por otra parte, España tiene un número de ciudadanos y residente extranjeros hoy insostenible para el valor que es capaz de generar (aunque sin ellos el boom del ladrillo hubiese sido imposible), un valor bajo, con una baja productividad e intensivo en mano de obra, muy sensible, por tanto, al negativo impacto que en el empleo están causando situaciones como las presentes. Y, para concluir, se trata de un modelo muy dependiente del crédito, una posición extremadamente débil en las circunstancias actuales.

¿Expectativas para la economía española en los próximos años? Deduzca usted mismo.

Como apunte: el viernes 16 de enero de 2009, el Ministerio de Economía presentó la «Actualización del Programa de Estabilidad España 2008-2011»,10 donde se publican las revisiones a las previsiones que sirvieron de base para la elaboración de los presupuestos:

Tasas porcentuales____________________ 2009 2010 2011

PIB (variación anual) Ocupación (variación anual) Tasa de desempleo

Muchas preguntas despiertan estas cifras. Recuperación fulminante: 2,8 puntos porcentuales en PIB entre 2009 y 2010. ¿Por qué?, ¿basándose en qué?, ¿debido a qué?; 4,2 puntos porcentuales, también en PIB, entre 2009 y 2011. Dudoso, sabiendo que las demás economías también van a estar mal, con una ocupación que no se recupera, con una tasa de desempleo estancada. Pienso que la realidad va a ser peor, mucho peor.

Dos días después, en una entrevista11 que será histórica, el ministro de Economía, el señor Pedro Solbes, presentaba la posición más realista mostrada por el gobierno hasta ese momento ante la situación económica; mi resumen: a) hay que estar tranquilos: estamos mal (nosotros y todos) pero pronto lo superaremos (a finales de 2010, decía), y b) el gobierno ya no puede hacer nada más para paliar la situación.

Creo que en lo segundo podía tener razón, pero no en lo primero: la auténtica crisis está por llegar, aunque bien es verdad que para todos.