Where girls are so pretty,
I first set my eyes on sweet Molly Malone,
As she pushed her wbeelbarrow
Through streets broad and narrow,
Crying, «Cockles and mussels, olive, alive oh!›.
«Molly Malone» James Yorkston (1880 aprox.)
LO QUE ESTAMOS VIENDO; LO QUE PODEMOS PERCIBIR
Si tuviéramos que empezar esta historia por el principio deberíamos remontarnos a 1815. Evidentemente, no vamos a hacerlo: ni yo dispongo de espacio ni ustedes, seguramente, de tiempo, pero valga un apunte sobre ese pasado. (Por cierto, ¿qué historia? Pues la historia del sistema económico en el que nos movemos: esa cosa que un día fue denominada sistema capitalista, aunque ya nadie lo denomine así.)
En 1815, en Viena tuvo lugar una reunión que marcó los casi dos siguientes siglos. Las guerras napoleónicas (siete, nada menos), desde 1792, habían ido sumiendo a Europa en una especie de catarsis que tan sólo funcionó a medias. (El ejemplo lo tenemos en España: la guerra de la Independencia: un arabesco lateral del puzzle europeo.)
Unas décadas antes, la burguesía, harta de las veleidades de una monarquía despótica y de una nobleza absentista que concentraba todo el poder político sin permitir la más mínima libertad (económica tampoco, claro), se había rebelado contra ese estado de cosas. En el ámbito político perdió, pero en el económico consiguió que las monarquías reunidas en Viena le concediesen el plácet para «ir haciendo sus cosas» (a cambio de que dejaran en paz a los reyes y a los suyos); fruto de eso nació el sistema capitalista.
Los sistemas económico-sociales son elementos muy curiosos: con ligerísimas variaciones, todos tienen una duración de 250 años, todos se caracterizan por modos de hacer específicos (lo que se denomina el modo de producción: hablaremos de eso más adelante), cada uno es evolución del anterior, en todos se han producido crisis más o menos importantes y crisis que afectan de forma irreversible a la esencia del sistema: las denominadas crisis sistémicas; y todos finalizan con una supercrisis que arrasa todo lo anterior y que sume el presente, durante al menos un par de décadas, en la negrura más absoluta; siempre ha sido así. Se lo adelanto: la crisis que se iniciará con el crash que da título a este libro, la crisis del 2010, no será una crisis de final de sistema, pero sí una crisis sistémica, una más de las dieciocho que se han producido en los últimos dos mil años; deducirán, por tanto, que lo que viene no es cualquier cosa.
Si un sistema muere sumido en el caos y de ese caos emerge el siguiente, se podrán imaginar cómo fue, allá por 1820, el nacimiento del sistema capitalista: un horror; auténtico, total; nada que ver con lo que estamos viviendo. Ahora bien, si trajésemos al presente a aquellos primeros burgueses de Man-chester o de Brujas que malvivían para reinvertir todo lo que ganaban, o a aquellos primeros proletarios sumidos en la más absoluta miseria, sin esperanza ni futuro, literalmente no creerían lo que estarían viendo, no creerían lo bien que hoy se vive en Manchester y en Brujas, no entenderían que a lo que hoy está sucediendo lo denominemos crisis. ¿Por qué?
En última instancia, la intensidad de una crisis es, en gran medida, una cuestión de percepción, y la percepción siempre se halla matizada por numerosos parámetros, entre ellos el estado en que se encuentra la economía: la del país, la macroe-conomía, claro, pero sobre todo la personal en el momento en que la situación de crisis se manifiesta. También abordaremos más adelante este punto.1
En Dorset, un condado del sudoeste de Inglaterra, en la localidad de Tolpuddle, existe un museo cuyo nombre ya dice mucho: Tolpuddle Martyrs Museum. Recoge la historia de un grupo de residentes en la zona que, entre 1829 y 1830, se levantaron contra una situación de explotación laboral insostenible; diecinueve fueron ejecutados y más de quinientos fueron deportados a Australia. La represión se produjo porque entonces estaba prohibida la protesta contra las condiciones de trabajo: si un empleado no estaba conforme con sus condiciones laborales sólo podía abandonar su puesto; el hecho de que en otro taller manufacturero las condiciones fueran las mismas, o peores, poco importaba. Y ¿cómo eran las condiciones de trabajo?
En la década de 1840, un obrero inglés podía percibir un salario semanal medio de entre 9 y 10 chelines. Los gastos mínimos, absolutamente mínimos, de una familia ascendían a 13 chelines y 9 peniques, por lo que era incuestionablemente imprescindible que varios miembros de la familia trabajasen (se recomendaba que lo hicieran los niños a partir de los nueve años).2
Hoy, de un mes para otro es posible percibir cambios de toda índole; antes no; antes, las cosas podían permanecer inalteradas durante décadas. Lo expuesto en el párrafo anterior era fruto de una situación en la que la estructura del gasto personal era muy semejante a la existente un par de siglos atrás. Evidentemente, ninguna semejanza puede encontrarse entre esa estructura de gasto del siglo XVII y una de finales del XX. Veamos.
En 1688, en Inglaterra, la alimentación se llevaba el 25,7% de los ingresos de un ciudadano medio (el 6,5 % en 1996); a vestido y calzado la ciudadanía dedicaba el 19,2 % de sus ingresos (el 3,7 % tres siglos después); vivienda, educación, salud, transporte y ocio ocupaban el 9,8% de las rentas medias (el 49,9 % a finales del siglo xx). En gran medida, ello era debido a que, en 1688 y medido en dólares de 1990, el producto interior bruto per cápita (PIB pc) inglés ascendía a 1.411 dólares, mientras que en 1996 alcanzó los 17.891.3
Evidentemente, en los cambios experimentados por la estructura de gasto ha influido el aumento habido a lo largo de esos años en el PIB pc, pero otros elementos han influido más que eso: el crédito y el sector servicios.
Fíjense en el gráfico I del «Anexo I»: muestra, por años y sectores, la población ocupada en Estados Unidos. Reparen: el sector agrario, omnipresente a principios del siglo XIX, ha hundido su necesidad de factor trabajo casi hasta cero, de tal modo que puede decirse que hoy la agricultura estadounidense es, en realidad, puro capital. El sector industria alcanza un máximo parcial hacia 1850, otro máximo parcial en 1950 y, a partir de este punto, declina con más o menos altibajos. Sin embargo, el sector servicios muestra desde el inicio una senda imparable al alza. Y aquí viene lo mágico: un sector que produce elementos inmateriales ocupa a una creciente población activa desplazada de los sectores productores de bienes tangibles y materiales.
Volviendo al Reino Unido, la evolución de los ingresos medios de la ciudadanía británica ha sido asombrosa: 1.706 dóla-res4 en 1820; 3.190 en 1870; 4.921 en 1913. En 1950, 6.939; 12.025 en 1973; 2.0.127 en 2.001. 5 Tal evolución ha sido posible por el espectacular aumento habido en la productividad, pero sobre todo por el espectacular incremento que ha experimentado el endeudamiento de compañías, familias y personas en los últimos sesenta años, especialmente en los últimos veinte.6
La pregunta, por tanto, la verdadera pregunta, la pregunta fundamental, no es si tal o cual tecnología es más o menos eficiente. La pregunta con mayúsculas es la que inquiere por el mecanismo que consigue la vinculación entre producción de bienes y servicios, consumo, ingresos y endeudamiento. Y ese mecanismo existe: el subsector financiero.
El subsector financiero es hoy un gigante aquejado de gigantismo: actualmente todo es financiero, todo está tocado por lo financiero. Lo financiero posibilita la inversión, anticipa y paga aplazadamente el consumo, mueve los capitales alrededor de planeta, asegura inversiones, cobros, pagos, apalanca riesgos, cubre compras, emite medios de pago. En este mundo, al final de la película todo son meras estimaciones imposibles de contrastar: se dice que, por cada dólar que se mueve en el mundo sustentado por la economía real, se mueven 300 en la financiera, se cuenta que sumando todas las formas y manifestaciones del subsector financiero, el volumen que alcanza un monto resultante equivale a entre 25 y 30 veces el PIB del planeta. «Se dice», «se cuenta»: prácticamente todo son estimaciones, porque se trata de un mundo del que la mayor parte de lo que se conoce son imágenes parciales, retazos de información, rumores, suposiciones.
En mayor o menor medida, en todos los países y en todas las economías la penetración de lo financiero ha sido imparable, mayor cuanto más desarrollado era el país; penetración que, absolutamente siempre, tiene su reflejo en el mundo real. Nuestra percepción del mundo es material, tangible, pero, al estar imbricada por la virtualidad de lo financiero, tal realidad equivale a las sombras de la caverna platónica, de modo que lo financiero pasa a parecer más real que la realidad. Aunque en todas partes esa pujanza ha sido imparable, posiblemente sea Irlanda el país en el que más rápida e intensamente se ha producido.
En 1960 Irlanda era una de las economías más pobres de Europa; igualando a 100 la renta per cápita media europea7 a Irlanda le correspondía una renta en 60,8 (a España, un 60,3). En 1970 poco habían variado las cosas, aunque a peor, para Irlanda: 59,5 (España: 74,7). En 1980, ligera mejora irlandesa: 64,0 (España: 74,2). Poca variación doce años después, en 1992: 68,9 para Irlanda (79,9 para España). La economía irlandesa parecía absolutamente estancada: en treinta y dos años su renta per cápita tan sólo había mejorado 8,1 puntos respecto a la media europea; en cambio, la española había avanzado 19,6 puntos.
En 1991 y medido en ecus (el antecedente del euro), mientras que el PIB pe medio europeo ascendía a 15.43 2, el irlandés alcanzaba los 10.315, y el español, los 11.964, pero entre 1993 y 1994 algo sucedió. En 1993, el crecimiento medio de la UniónEuropea (UE) fue del -0,50%, y en 1994,del 1,25%.En los mismos años, las tasas de crecimiento irlandesas fueron del 2,25% y del 5,50% respectivamente (-0,50% y 1,25% las españolas). La irlandesa era una economía desequilibrada, de emigración histórica, pobre, pero desde mediados de los años noventa se trastocó toda la realidad del país.
Aunque con crecimientos reales apreciables de su PIB (en L990, 8,5%), en 19918 quedó de manifiesto que el modelo tradicional no daba más de sí. En 1991 el incremento real del PIB de Irlanda había sido del 1,9%; sin embargo, en 1995 fue del 9,6%, y en 1996, del 8,3%; de hecho, hasta el año 2001, el crecimiento real del PIB irlandés no bajó del 6 % en ningún año, una exageración; de ahí el calificativo con que fue bautizada Irlanda: «el Tigre Celta». En 2007, referenciando a 100 el PIB pe medio de los 27 miembros de la Unión Europea, el de Irlanda alcanzaba el nivel 146,3, siendo superado tan sólo por Luxemburgo: 276,4 (España, 106,9).9 ¿Qué posibilitó que la economía irlandesa experimentase este cambio tan espectacular? ¿Qué hizo que una economía que en los 80 se hallaba arruinada y que generaba masas de emigrantes se convirtiese en una máquina de generar PIB?
El cambio arranca en 1987. El gobierno surgido de las elecciones acometió una triple política: recortó drásticamente el gasto público, promovió la competencia en numerosos sub-sectores y solicitó permiso a la Comisión Europea para reducir el impuesto sobre los beneficios empresariales; el gobierno irlandés obtuvo la autorización, de modo que, si en 1993 la tasa del impuesto estaba situada en el 40%, a partir de 1997 se situó en una tasa comprendida entre el 10,0% y el 12,5%.
Las consecuencias de estas políticas no se hicieron esperar.
A partir de 1987 la inversión exterior, en gran medida estadounidense, comenzó a llegar a Irlanda, y se aceleró desde 1997: entre dicho año y 2006, Irlanda, con menos de 4,5 millones de habitantes -angloparlantes- y con ansias de progreso, y en una posición privilegiada entre unos Estados Unidos en expansión y una Europa continental beneficiada por el mercado único, atrajo 88.000 millones de dólares en inversión exterior,10 casi como Italia, con una población trece veces superior; dicha inversión exterior estaba orientada a la fabricación de bienes y a la elaboración de servicios dirigidos a la exportación. Esto, junto con un gasto público que se mantuvo reducido y el impacto que supusieron las transferencias de fondos europeos, que ascendieron al 4% del PIB irlandés, aceleró el mercado inmobiliario -16% del PIB y 12% del empleo-, cebado por una demanda en alza. El Tigre Celta se puso en marcha, comenzó a atraer emigración -polaca y rusa, en gran medida- y a ejercer un efecto retorno para irlandesas e irlandeses emigrados en años anteriores. De ensueño, ¿no?
En el verano de 2007, mi esposa y yo buscábamos tranquilidad y la encontramos en Irlanda: en un resort situado junto a Bodyke, un pueblo (lo de pueblo es un decir) del condado de Clare, una zona que se encuadra en la parte centro-oeste del país. A pesar de desear desconectar de la realidad, del día a día, me resultó imposible no fijarme en si Irlanda sería como lo que las estadísticas decían que era: el miembro de la UE con el PIB pc más elevado de los 27 después de Luxemburgo. La pregunta que me hice en cuanto aterrizamos en Dublín: ¿se correspondería ese PIB pc con lo que se vería en las calles de las localidades y en las carreteras del país?, ¿se correspondería con lo que se percibiría hablando con las gentes de la república? Al final de nuestra estancia la respuesta fue un no rotundo; rotundo y sin matices.
En Irlanda, como en todas partes, ese PIB pe es el resultado de dividir el PIB entre la población total del país, pero la distribución y la manifestación de ese PIB no casa con el estándar de vida de los irlandeses. Podría contarles muchas cosas al respecto pero, a fin de no ocupar demasiado espacio, voy a contarles tan sólo una.
En la carretera de Limerick a Tarbert hay un museo que vale la pena visitar: el museo que recoge la historia del puerto de hidroaviones de Foynes, de cuando, en los años treinta, la localidad era destino y punto de partida de una línea aérea que unía Estados Unidos con Irlanda. Tras recorrer el museo nos enteramos de que en Loughill, el municipio más cercano a Foynes, dirección a Tarbert, se hallaban unos jardines espectaculares de visita imprescindible, y hacia allí nos dirigimos.
Llegando a la localidad, nos sorprendió que unos jóvenes ocupasen la carretera aprovechando unas señales indicativas de obras en la calzada que obligaban a aminorar la marcha. Pertrechados de unos cubos de dimensiones semejantes a los que en los cines sirven para las mayores raciones de palomitas de maíz, estaban realizando una colecta. ¿Para qué?, ustedes se preguntarán. Eso es lo que mi esposa y yo preguntamos, y la respuesta fue simple: a fin de adquirir un desfibrilador para el pueblo.
¿Se corresponde con el segundo PIB pc más elevado de Europa el hecho de que los ciudadanos tengan que realizar una colecta para adquirir un desfibrilador? Ésa es la realidad, la verdadera situación, de Irlanda; todo lo demás, sus carencias en comunicaciones y el disparado nivel de deuda hipotecaria de su ciudadanía, queda en segundo término.
Lo de la deuda hipotecaria es otro de los temas que me dediqué a «investigar» durante los días que estuvimos en Irlanda. Es conocido que en el país se ha producido un boom en la construcción muy similar al habido en España, es archiconoci-do que los precios de la vivienda en Dublín han alcanzado cotas estratosféricas. Pero ¿qué ha sucedido en el resto del país?
Aunque mi esposa y yo nos establecimos en el condado de Clare, también nos dedicamos a recorrer el condado de Cork, y para ello utilizamos un automóvil que, a nuestra llegada, alquilamos en el aeropuerto de Dublín.
Dos sorpresas nada más tomar la primera carretera en cuanto dejamos el aeropuerto. La primera, el número de carteles clavados (literalmente) en las fachadas de abundantes viviendas anunciando el clásico «For sale», número que se tornaba plaga a medida que íbamos aproximándonos a nuestro destino. Posteriormente, en los múltiples desplazamientos que realizamos, constatamos que la cantidad de viviendas en venta era monstruosa.
La segunda sorpresa: el estado de las carreteras. Aceptable en las proximidades de Dublín, iba empeorando a medida que nos alejábamos de la capital hasta convertirse en algo patético en los parajes alejados de las rutas principales. La anchura de la mayor parte de las carreteras era insuficiente o muy insuficiente, pero lo peor era el estado del asfalto. Supongo que el Estado irlandés está haciendo mucho por mejorar su red de carreteras (no quiero ni imaginar cómo sería antes de que se pusiera a la labor), pero la calidad de las actuales vías de comunicación de Irlanda, en general, ni remotamente se corresponde con un país que ostenta la marca de poseer el segundo PIB pe de la Europa de los 27.
Las condiciones de las carreteras, junto con la colecta para obtener el desfibrilador, me llevan a confirmar lo ya sabido: que el Estado de Irlanda gasta muy poco en su población, sobre todo por cuestiones políticas, pero también porque el nivel de ingresos públicos tampoco se corresponde con el PIB pe del país.
No se ven automóviles espectaculares; la población no viste con diseños de París; los restaurantes de calidad no abundan; entonces ¿dónde está ese PIB pe tan espectacular que la población irlandesa, según las estadísticas, ha alcanzado? La explicación es simple: ese PIB ni es tan elevado en relación con lo que llega a la población, ni llega tanto como el guarismo que el PIB pe indica. El truco de Irlanda está en el origen de ese PIB; la reducción de impuestos y el bajo gasto público, y la concentración de la generación de la mayor parte de ese PIB en unos lugares muy concretos, que en gran parte se hallan próximos a Dublín.
No obstante, la renta ha crecido (la de unos pocos mucho más que la de la mayoría), pero sobre todo ha aumentado la capacidad de endeudamiento de la población, y de ese incremento sí existen manifestaciones: las casas (no apartamentos: los irlandeses los odian) de las familias irlandesas. Casas grandes o enormes, la mayor parte no ostentosas, pero sí grandes y bien cuidadas, jalonan las vías irlandesas (en Clare son multitud), unas ya construidas, otras en construcción; sin embargo, a la vez, un enjambre de carteles pregona que muchas de ellas se hallan en venta. (En Limerick, en Ennis y en Cork, también bastantes locales comerciales.)
Investigué eso, lo de las casas grandes, y, hablando con la gente de a pie, obtuve que al irlandés medio le gustan las casas grandes porque son símbolo de bienestar (aquí, supongo, mucho influirá la historia de privaciones que el pueblo irlandés ha arrastrado durante siglos). Como, desde hace unos quince años, la renta y la capacidad de endeudamiento han ido aumentando, la familia irlandesa media se ha lanzado a la compra masiva de viviendas «más grandes» y mejores; pero, para adquirir una casa, la mayoría de compradores han de vender la que tienen.
El proceso fue a bastante buena velocidad hasta noviembre de 2006. A partir de entonces el mercado inmobiliario irlandés, pura y simplemente, se detuvo, de modo que en el verano de 2007 resultaba archicomplicado vender una casa. (¿Les suena?) Me comentaron que había familias que están pasándolo verdaderamente mal, ahogadas por las deudas hipotecarias que arrastraban, y achacaban sus males al alza de los tipos de interés. (¿Sigue sonándoles?)
Pregunté a las personas con las que hablé si se habían planteado qué podría pasar si se producía un enlentecimiento económico (no me atreví a hablar de crisis) y el empleo se reducía, y qué podría suceder de resultas de ello con la población inmigrante, que se hallaba trabajando mayoritariamente en la construcción. Nadie supo o quiso darme una respuesta.
Aún queda otro elemento que explica el avance económico que ha experimentado Irlanda en estos años, un elemento del que España se ha beneficiado mucho, muchísimo: los fondos comunitarios; éstos siempre levantan recelos, pues su concesión y gasto van asociados a una pregunta: esos fondos ¿son bien empleados? No digo -ni quiero decir- ni que sí ni que no, pero voy a contarles algo al respecto.
Mountshannon es una pequeñísima localidad junto al lago Derg, a cinco kilómetros de Tuamgraney, sita ésta en la carretera que une Ennis y Killaloe. Lugar con un encanto especial, muy tranquilo, con poco más que una calle principal, un pub -The Village Inn-, un hotel con media docena de habitaciones y una tienda de cerámica que vale la pena visitar. Y, en el centro del pueblo, una estructura sorprendente, grande, que combina un laberinto de canales de piedra a distintos niveles y unos jardines, con paneles explicativos de la historia de la zona distribuidos por el conjunto. Tres personas descansaban en su explanada principal mientras cuatro o cinco niños jugaban al escondite en el laberinto.
Pues bien, en la entrada del recinto, un cartel de considerables dimensiones anunciaba que la construcción era un proyecto de la FAS, sigla en gaélico de la Training Employment Authority irlandesa, y que había sido financiada por el NDP, el National Development Plan, a partir de los European Union Structural Funds. Por favor, no diré que tal construcción no fuera necesaria; lo que me pregunté, y aún me pregunto, es si ese gasto era una de las cosas más importantes que Irlanda precisaba en el momento en el que se decidió construirla, sobre todo cuando existen comunidades que han de realizar una colecta pública en plena carretera a fin de conseguir un desfibrilador.
También podría, en relación con el tema de los fondos europeos, hablar de otro de sus destinos: la rehabilitación de iglesias de -pienso- dudoso valor histórico, aunque mejor no mentar un tema ultradelicado en Irlanda: la religión.
Tras un par de semanas pateándonos el país, la conclusión a la que llegué es que Irlanda, más que «el Tigre Celta», ha sido «la China de Europa» (como en su momento y de otra manera, claro, lo fue España). A Irlanda le permitieron bajar los impuestos sobre los beneficios porque a todo el mundo le convino, lo que generó PIB; pero la población, de verdad, es decir, no virtualmente, no se ha beneficiado en especial ni -lo que es más importante- estructuralmente de ese incremento de PIB. La renta de la población ha crecido fundamentalmente porque partía de una posición atrasadísima, y la capacidad de endeudamiento aumentó porque alguien lo alentó.
Por si quedaba alguna duda, el Banco Central Europeo ha publicado datos sobre la competitividad de las exportaciones de una serie de países. Pues bien, entre 1999 y julio de 2007, la competitividad de Irlanda se ha reducido 19,8 puntos. ¿Se corresponde ese dato con la fiereza de un tigre? (¿Qué ha sucedido con la española? Ha bajado 12,6 puntos.) Y las previsiones del FMI para 2009 son malas, muy malas, pero no peores de las que el Fondo habrá ya publicado en el momento en que ustedes lean estas líneas.
Y, como colofón, ¿qué conclusiones pueden sacarse de un país que ostenta el segundo PIB pc de la UE mientras que el 20 % de su población está sumida en la pobreza? (España: idéntica tasa.)
Irlanda es ejemplo del bluff que ha ido generándose a lo largo de estos años, un bluff inevitable, que comienza en 1991 y se acelera en 2003, a partir del hundimiento de los tipos de interés; la última reacción, la última oportunidad de un sistema que empezó a agotarse en 1973 y que hoy afronta su penúltima crisis sistémica. Un bluff cuya, última vuelta de tuerca ha sido el hiperconsumo, el hiperendeudamiento y el recurso al sector servicios como panacea para emplear a una población activa paulatinamente menos necesaria; y todo ello con la especulación financiera como combustible y lubricante del sistema.
Un bluff que desde septiembre de 2007, cuando comenzaron a manifestarse las consecuencias de las ingenierías financieras realizadas globalmente en los últimos cinco años, se hizo más y más evidente, a medida que la dependencia exterior iba volviéndose agobiante: ¿se imaginan lo que puede significar el cierre de la planta que Dell posee en Limerick? 3.000 empleos perdidos en una de las áreas tradicionalmente más pobres de Irlanda.
¿Las previsiones para la economía irlandesa? Descorazo-nadoras: a principios de 2009 la Comisión Europea estimaba para Irlanda una evolución del PIB del -5,0% y un déficit público del 13%. Pienso que a 31 de diciembre estas estimaciones quedarán superadas por la realidad. Irlanda, el Tigre Celta: ¿quién se acuerda hoy de él?