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‹BROTHER, CAN YOU SPARE A DIME?», 73
La Gran Depresión, 75 El espejo en el que mirarnos, 87
«THE WAY WE WERE»,137
PRÓLOGO
«La Bohéme» Charles Aznavour (1965)
Estimado lector:
Pienso que, cuando se planteó la lectura de estas páginas, usted se hizo dos preguntas: ¿qué va a contar este libro? y ¿qué voy a encontrar en él? En estas primeras líneas voy a tratar de ofrecer una aproximación a sus respuestas (las posibles, claro: nunca se tiene la certeza completa ante una pregunta).
En primer lugar: lo que cuenta este libro es «dónde estamos» y «por qué hemos llegado hasta aquí». Me explico. Aunque por los medios de comunicación (cualquier medio de comunicación de cualquier país) pueda llegarse a la conclusión de que las cosas suceden a partir del capricho de las personas poderosas, al chasquido de cuyos dedos se construyen imperios y derriban ciudades, lo cierto es que muy pocas cosas importantes -por no decir ninguna- se dejan al azar o dependen de los malos humores con que esas personas poderosas puedan despertarse una mañana (otro asunto es que se pretenda transmitir esa idea).
Nosotros, la humanidad, nuestros vecinos y amigos, todos, hemos llegado a donde estamos debido a que un buen día, hace diez mil años, a una serie de personas que deambulaban por el norte de Mesopotamia se les ocurrió que podían establecerse en un lugar y tratar de obtener por ellas mismas, a través de unos procesos que reproducían los de la naturaleza, las plantas que hasta ese momento habían ido recolectando en su deambular; poco tiempo después repitieron la experiencia con algunos animales. Estaban naciendo la agricultura y la ganadería, lo que posibilitó algo muy importante: el paso del nomadismo al sedentarismo.
A partir de ahí se pusieron en marcha una serie de dinámicas cada vez más complejas, cada vez más sofisticadas, unas dinámicas que iban implicando cada vez más territorios, más culturas, y requerían una mayor y más elaborada organización; unas dinámicas que -y esto es lo verdaderamente fundamental- eran capaces de generar un mayor valor económico y que, como contrapartida, precisaban un mayor consumo de valor económico. Por valor puede entender usted lo que prefiera: riqueza, dinero, bienes, producción o ese concepto que hoy con tanta profusión se utiliza: producto interior bruto (PIB).
El Imperio romano, el Imperio carolingio, el Imperio británico, el español o, más modernamente, el soviético y el estadounidense, en su momento fueron y han sido poderosos porque fueron y han sido capaces de generar una enorme cantidad de valor económico, de alcanzar unos volúmenes de producción espectaculares; cómo lo hicieron y lograron y sus implicaciones no importa; lo único indiscutible es que esas potencias marcaron un camino evolutivo, fijaron una senda por la que el resto de culturas y civilizaciones tuvieron que caminar, de buen grado o de forma forzada; tampoco importa eso ahora.
Resumiendo: la dinámica histórica no es algo que haya ido sucediendo al azar; cada paso, cada hecho trascendental ha respondido a unas necesidades, se ha llevado a cabo en el momento conveniente por las personas adecuadas, y ha tenido unas implicaciones que han determinado todo lo que ha acontecido después. Cuando el 15 de junio del año 1215 la nobleza inglesa obligó al rey Juan, un normando, a firmar la Magna Charta, cierto es que estaba lavando un siglo de afrentas, pero la firma de ese rey significó el principio del fin de un sistemaeconómico que llevaba tres siglos en funcionamiento: el feudalismo.
Eso que hemos denominado dinámica histórica -lo ha adivinado- no es una línea continua e infinita: se halla dividida en fragmentos, en etapas, y en cada una de ellas todas las cosas se hacen de una determinada manera de acuerdo con unas reglas que, en el fondo, son bastante simples. Siguiendo con el ejemplo anterior, ese acto de fuerza de la nobleza inglesa no fue gratuito, sino parte de una contra-dinámica por la que se comenzaron a cuestionar con la razón las verdades inmutables que la fe estaba obligando a aceptar desde hacía mil años, en la que el poder cotidiano -la nobleza- comenzó a cuestionar también los caprichos de unos reyes cada vez más alejados de los problemas del día a día, y en la que la realeza empezó a cansarse de que la Iglesia tuviese que legitimar todos sus actos para que gozaran de fuerza legal.
La firma de la Magna Charta se encuadra en un tránsito: en el paso de la fe como razón única y última a la razón como fuente de verdad; por tanto, es parte de una transición de sistema, transición que hubiese sido imposible sin el auge económico que en el norte de Europa supuso la expansión de la Hansa a partir de mediados del siglo XVIII, y si Felipe IV de Francia no hubiera impuesto el concepto de poder central soberano.
Estábamos en la respuesta a la primera pregunta. Lo que cuenta este libro es en virtud de qué estamos donde estamos; pero no partiremos del Imperio carolingio, sino de un hecho mucho más reciente pero que tuvo una importancia semejante a la firma del documento que la nobleza inglesa obligó a firmar al rey Juan: el crash de 1929 y la Depresión de los años treinta, la Gran Depresión. Partiremos de ese momento porque fue crucial: el mundo no sería como es si no hubiese tenido lugar la Gran Depresión, un hecho tremendo y, sin embargo, inevitable. Hablaremos de esto.
Segunda pregunta: lo que va a encontrar en este libro. Es mi intención, mi deseo, que en este libro encuentre la explicación de lo que hoy, ahora, está sucediendo a nivel económico y social, la explicación de por qué el sistema actual ha llegado al punto en que se halla, y la plasmación de las tendencias por las que, en función de la evolución habida hasta estos momentos, la economía y la sociedad postglobal en la que vivimos van a transitar.
Usted lleva tiempo recibiendo noticias de que «las cosas no van bien»: cada vez mayor desempleo, creciente número de compañías que suspenden su actividad, entidades financieras con problemas, volatibilidad bursátil en aumento, incer-tidumbre, descontento, poder adquisitivo a la baja, práctica imposibilidad de obtener un crédito financiero, precios que suben más de lo que usted percibe que suben sus ingresos, cotizaciones monetarias que oscilan y oscilan, conglomerados empresariales que se tambalean, gobiernos que nadan en la in-certidumbre…
Usted es consciente de que desde hace un tiempo este tipo de noticias han ido en aumento, si bien no recuerda cuándo comenzaron exactamente; le saco de la duda, aunque, en el fondo, no es demasiado importante: fue en septiembre de 2007, cuando salió a la luz la gigantesca problemática económica que un producto financiero, las llamadas hipotecas de alto riesgo, las subprime, llevaban tiempo creando. A partir de aquí empezó a generarse una maraña de deudas impagables, capacidades de endeudamiento agotadas, fuentes crediticias cerradas, desconfianza, temor, caída de la actividad económica, miedo social, desempleo…
Esta evolución está conduciéndonos a una crisis de proporciones gigantescas, estructuralmente muy parecida a la Depresión de los años treinta, a un crash que en 2010 reproducirá la situación de derrumbe que se produjo en 1929. Un crash, una crisis por otro lado inevitable, porque es parte de la evolución en la que la dinámica histórica lleva inmersa diez mil años.
Ciertamente, desde 1950 hemos vivido muy bien, en Occidente mejor, claro: la edad dorada y, luego, los felices 2000, como los felices años veinte, sí. Pero las cosas se acaban; no por nada mágico, sino porque lo que vivimos forma parte de la evolución de esas mismas cosas. Magistralmente lo expresa Charles Aznavour en «La Bohéme»: «Montmartre semble triste / Et les lilas sont morts». Al igual que para aquel pintor que hace años vivió intensamente una pasión en un barrio repleto de lilas, nuestro barrio parece ahora distinto, y las flores, marchitas. La evolución de las cosas, de nuestras cosas, nos ha llevado a un punto de ruptura trágico pero inevitable.
Será duro, durísimo, pero se superará, ¡evidentemente! No será el fin del mundo: nunca lo es; pero las cosas, nuestras cosas, nunca volverán a ser como fueron. Eso ya no es posible, es consecuencia de la evolución, es parte del precio que hay que pagar por ésta. Y ese precio supondrá que no volvamos a sentir un Montmartre igual de dichoso a como lo sentimos, ni a percibir las lilas en todo su esplendor.