Voces
[Kevin T. Stein]
—Voces.
—¿Has dicho voces? —preguntó Anda-anda. Hacía bastante rato que él y Ojosclaros estaban sentados en aquella colina, y Anda-anda comenzaba a percibir un curioso gorgoteo en la barriga. Desde luego, no era la primera vez que oía aquel sonido, pero sí que era la primera vez que lo oía ese día.
Ojosclaros desplegó los dedos uno a uno hasta que su mano quedó abierta, y dejó a la vista un guijarro de color purpúreo que había encontrado. Volvió la mano y el guijarro cayó al suelo, donde se confundió con los incontables otros. Se pasó los dedos por el nudo, castaño rojizo, de la coronilla.
—¿Tú oyes alguna vez… voces?
—¡Claro! Siempre que hablas tú.
—No, no, no —dijo Ojosclaros—. Ya sabes a qué me refiero. Una voz… dentro de la cabeza.
Los ojos de Anda-anda se abrieron de par en par.
—¿Quieres decir que oyes una voz dentro de la cabeza? ¡Qué suerte tienes! ¿Qué dice?
—Dice… —comenzó Ojosclaros, pero descubrió que no podía trasladar bien las palabras de la voz a las suyas propias—. Principalmente habla cuando estoy a punto de hacer algo.
—¿Como qué, por ejemplo?
—Ya sabes, las cosas normales. Correr al interior de cuevas oscuras, hablar con monstruos peligrosos, tironear de las túnicas de los hechiceros…
—Bueno, y todo eso ¿qué tiene de malo? —quiso saber Anda-anda con rara incredulidad kender.
—Nada, supongo —replicó Ojosclaros con un encogimiento de hombros—, pero esta voz…, últimamente ha estado diciéndome que pare.
—¿Y lo has hecho?
—¿Hacer qué? —preguntó Ojosclaros, confuso.
—Parar.
—¿Lo harías tú?
—No —replicó Anda-anda, tras pensarlo durante un momento.
—Tampoco yo lo he hecho —replicó Ojosclaros—. Al menos no siempre.
Anda-anda fijó sus pensativos ojos en el suelo, mientras cavaba con un dedo del pie un agujero en forma de arco. Cuando habló, lo hizo con el tono de alguien que se siente herido.
—¿Cómo es que yo nunca he oído esa voz?
—Comenzó durante el viaje desde Kendermore —dijo Ojosclaros tras responder a la pregunta con un encogimiento de hombros.
—¡Kendermore! —gritó Anda-anda—. ¡Tal vez sea la voz de un antepasado muerto! ¡Una vez le oí decir a mi hermano Earwig que, a veces, los espíritus de nuestros antepasados regresan de entre los muertos para contarnos cosas realmente interesantes!
En realidad, Ojosclaros pensaba que las voces podrían ser la maldición de la gran hembra de Dragón Rojo Malystryx, que había destruido Kendermore. Esperaba que entonces desaparecería puesto que se encontraba en Hylo, su nuevo hogar.
—No sé qué hacer con esta voz que me hace… bueno, advertencias, supongo. Que me dice que tenga… ¿cómo es esa palabra que usan los humanos?
—¿Qué palabra?
—Ya sabes —insistió Ojosclaros—. Ésa que usan ellos, cuando quieren decirnos lo que debemos hacer si estamos a punto de hacer algo valeroso.
—Ah, te refieres a ésa —exclamó Anda-anda al tiempo que se daba un golpe en una rodilla—. «Cuidado».
—¡Sí, eso mismo! —asintió Ojosclaros—. Cuidado. La voz no deja de decirme que tenga cuidado.
—Parece una voz divertida.
—Ay no, no lo es —le contestó Ojosclaros con un gesto de preocupación.
—Ya vuelves a poner esa cara de zarigüeya —dijo Anda-anda.
Ojosclaros arqueó la espalda y estiró los brazos. La tibieza del sol le producía una sensación agradable.
—Bueno, con cara de zarigüeya o sin cara de zarigüeya, he estado pensando una cosa.
Anda-anda se sacudió un poco de tierra de la camisa de seda y se sentó en el suelo junto a su amigo. Lo que tenía en él bolsillo, cualquier cosa que fuese, tintineó sonoramente.
—¡Oigamos qué es!
Ojosclaros recogió un guijarro y lo alzó en el aire para que su amigo lo viera.
—¡Humm!… esto va a ser difícil de explicar —comenzó—. He estado pensando esto mientras atravesábamos las tierras humanas, cuando llegábamos de Kendermore.
Anda-anda asintió con la cabeza para animarlo a continuar.
—Veamos, imagínate que este guijarro representa a una persona. Esta persona podría ser cualquiera, pero no lo es. Se trata de un héroe. Es una leyenda, como uno de los gemelos, Raistlin o Caramon Majere, o Sturm Bridgeblade, o Tanis el Semielfo, o…
—¡El tío Tas! —intervino Anda-anda con una sonrisa.
—Como el río Tas —asintió Ojosclaros—. ¿Conoces la diferencia entre una leyenda y una persona corriente?
—¿Que una es una leyenda y la otra no lo es? —preguntó Anda-anda después de pensar con ahínco.
—¡No, no, además de eso!
Anda-anda pensó que más ahínco aún, pero Ojosclaros vio que su amigo no iba a encontrar la respuesta. No le sorprendió, dado que a él mismo le había hecho falta bastante tiempo para que se le ocurriese la idea.
—La diferencia es ésta —dijo al fin—: la razón por la que algunas personas se convirtieron en leyendas, es porque formaban parte de la lucha entre los dioses. ¡Uno no puede evitar convertirse en leyenda cuando trabaja de una u otra forma para Paladine o Takhisis!
—¿Intentas decirme —intervino Anda-anda, cuyos pensamientos se formaban con lentitud—, que los héroes como Caramon y Tanis no tuvieron otra elección?
—Bueno, podría decirse que la tuvieron y no la tuvieron —replicó Ojosclaros, que ese punto no lo tenía aún claro en propios pensamientos—. He estado leyendo algunos libros que recogí por el camino. Son libros escritos por esa gente que se llaman sabios, y hablan de eso que llaman libre albedrío.
—Así que dices que por el camino aprendiste algo en esos libros —concluyó Anda-anda, dubitativo.
Ojosclaros suspiró al tiempo que se pasaba una mano por el copete.
—Lo que estoy diciendo es que las cosas ya no son como eran cuando existían esas leyendas.
—¡Pero nosotros todavía tenemos leyendas! —afirmó Anda-anda con fuerza—. Quiero decir que aún hay hechiceros y sanadores, y los que pueden luchar.
—Pero, para ser una leyenda hace falta más que… no sé, lanzar bolas de fuego o aplastar cabezas. Es algo que tiene que ver con el propósito, supongo.
Los oscuros ojos de Anda-anda se entrecerraron debido a la concentración, y destellaron en el sol que se debilitaba. Luego sacudió la cabeza de un lado a otro.
—Bueno, ¿y qué estabas diciendo acerca de ese guijarro, cara de zarigüeya?
Ojosclaros hizo caso omiso de la burla de su amigo, pues estaba muy seguro de que su cara no era la de una zarigüeya.
—Ahora la ves —dijo al tiempo que volvía la mano del revés y la piedra caía y se perdía entre las otras—. Ahora no laves.
—Está allí mismo.
—¿El qué?
—Tu guijarro —respondió Anda-anda al tiempo que señalaba hacia abajo—. Está allí mismo.
—Lo único que estoy diciendo es que, con los dioses desaparecidos, la era de las leyendas se ha terminado. Ahora todos somos iguales, todos estamos igualmente perdidos en la multitud.
—Sí, pero ¿qué me dices de los que saben luchar?
Ojosclaros hizo un gesto despectivo con una mano.
—Siempre están los que pueden luchar, construir, hablar y sanar… —Dejó que sus palabras se apagaran y le dieran tiempo para contemplar el hermoso paisaje de su nuevo hogar. Se pasó ambas manos con lentitud por entre los largos cabellos.
Anda-anda recogió el guijarro que su amigo había dejado caer, y lo miró muy de cerca.
—Creo que todo esto de lo que estás hablando tiene que ver con la voz que tienes dentro de la cabeza. Te aseguro que es una de las cosas más raras que jamás he oído.
Ojosclaros cogió el guijarro de la mano tendida de su amigo, y lo alzó en el aire.
—¿Quieres saber qué significa este guijarro? —preguntó—. Significa que una sola persona ya no puede cambiar el mundo. Significa que no puedes realmente elevarte por encima de tus problemas. Significa… que todo eso era material de leyenda.
—Eso es tan…, no sé…, triste —dijo Anda-anda alargando las palabras. Pasado un momento, recuperó el guijarro de manos de Ojosclaros y lo dejó caer con gestos muy teatrales en el bolsillo superior de su chaleco, sobre el corazón—. De todas formas, es un guijarro fantástico.
Ojos claros volvió a poner cara de zarigüeya.
—¿Ahora estás oyendo la voz?
Ojosclaros prestó mucha atención, pero no oyó más que el canto de los pájaros y el susurro de las hojas de los árboles en la brisa.
—No.
El sol tiñó el cielo de un color naranja oscuro que hizo más profundas las sombras de las colinas de extraña forma. Una ciudadela volante se había estrellado contra el flanco de la montaña, y los kenders que iban a bordo fundaron la nación de Hylo justo después de la Segunda Guerra de los Dragones. La ciudadela sobresalía por encima de las copas de los árboles que moteaban la montaña. Ojosclaros contempló las elevaciones e imaginó que podía ver la vaga silueta de un castillo con sus torres y torreones.
Una idea se formó con lentitud en sus pensamientos, aunque se desvaneció de modo súbito al darse cuenta de que se les hacía tarde.
—¡No llegaremos a la cena con Belladonna!
Ojosclaros se volvió hacia Anda-anda y sacudió la tierra de las ropas de alegres colores y bien cortadas de su amigo, el cual alzó una mano y le pellizcó la nariz.
—¿Sabes lo que decía siempre el tío Tas acerca de los libros? —preguntó Anda-anda.
—La verdad es que no.
—Que el aprendizaje nunca le enseñó nada, y que los libros eran lo peor.
Ojosclaros se echó a reír y empujó a Anda-anda en dirección a su punto de destino.
***
A la luz de un confortable fuego, Belladonna había preparado una deliciosa comida campestre para Ojosclaros y Anda-anda, no lejos de la ciudadela estrellada contra la montaña. La idea engendrada por la visión del castillo permanecía en el fondo de los pensamientos de Ojosclaros. La visión de Belladonna, ataviada con seda color púrpura oscuro, botas negras y cortas que reflejaban la luz de las llamas, y una cinta de oro en torno al copete de color castaño rojizo, no contribuyó mucho a centrar sus procesos mentales. Ojosclaros y la mujer que ahora gobernaba a los kenders de Hylo, se habían enamorado locamente el uno del otro en el largo camino desde Kendermore. Además de la atracción física que ejercía sobre él, Ojosclaros admiraba y respetaba la fuerza de carácter y de propósito de ella. Por mérito propio, Belladonna se había convertido en gobernante de todos los kenders. En ese momento tenía planes para ellos y jamás permitiría que volviesen a sufrir ningún daño. Ojosclaros estaba seguro de que ella lucharía personalmente contra cualquier cosa de Krynn para mantener a su pueblo a salvo de todo mal.
—¡Galletitas! —gritó Anda-anda al tiempo que dejaba caer su Jupak sobre la manta amarilla y, luego, su propia persona—. Mis preferidas —añadió mientras extendía miel con un cuchillo de plata que sacaba de un potecito a juego.
—Hola, Bella —susurró Ojosclaros, usando el auténtico nombre de Belladonna. Le dio un beso en la mejilla, y ella le dedicó una fugaz sonrisa. Su incipiente relación no era algo que los demás kenders pudieran sospechar. Al menos eso esperaban ellos.
Cuando se habían conocido, Belladonna le había dicho a Ojosclaros que su vida personal debería quedar en un segundo plano con respecto a la campaña que tenía intención de librar contra los Señores de los Dragones. Él lo comprendía; para que pareciese que estaba dedicada a su causa, en especial ante los caballeros solámnicos que vivían en Ergoth y ante los esporádicos emisarios de los Caballeros de Takhisis, era mejor que la vieran como independiente y fuerte en todas las áreas de la vida. Estaba más que dispuesto a soportar aquella inconveniencia por esta mujer y la causa que ambos compartían.
Anda-anda engulló con rapidez la primera galletita y se dispuso a preparar otra.
—¿Sabes que parece que este cuchillo hace juego con el potecito? —comentó, mientras indicaba el pequeño contenedor de plata lleno de miel.
—¿Ah, sí? —inquirió Belladonna.
—Bueno —dijo entonces Anda-anda, al tiempo que se encogía de hombros—. Es sólo que parece raro, nada más. Por lo general no tenemos muchas cosas que hagan juego.
—Es para invitados especiales —replicó ella.
Ojosclaros vio que Belladonna movía ligeramente los hombros, y la miró con aire de preocupación mientras pensaba en las cicatrices hechas por el ardiente aliento de Malys la Roja. En una ocasión había visto por accidente la extensión de las heridas mientras ella nadaba en lo que creía un sitio que le proporcionaba privacidad: las quemaduras le cubrían toda la parte trasera del cuerpo, desde el cuello a los tobillos.
—¡Vamos a comer! —propuso Ojosclaros al tiempo que hacía un gesto hacia los alimentos y sacudía la cabeza para librarse de aquel recuerdo.
Belladonna alisó la manta, se sentó frente a Anda-anda, y cogió una servilleta a juego de las que había en un montón colocado en el centro. Ojosclaros dirigió la mirada a las montañas ocultas por la oscuridad. La nueva estrella roja de Krynn brillaba justo encima de la ciudadela. Se suponía que era un símbolo de esperanza.
Su esperanza era conseguir que aquella estúpida voz callara de una vez.
Algo pasó deslizándose a toda velocidad entre las piernas de Ojosclaros y por encima de su bota izquierda. Éste profirió un chillido de sorpresa y retrocedió de un salto, con una mano sobre su nueva daga.
—¡Conque aquí estás! —dijo Belladonna con una ancha sonrisa, al tiempo que tendía los brazos. Un gato pequeño, con el pelo del mismo tono plateado que la escarcha reciente, le saltó a los brazos y le hizo una caricia en la mejilla con el hocico.
Ojosclaros se metió las manos en los bolsillos y contempló con aire desconsolado al gato, que continuaba haciéndole arrumacos a Belladonna mientras su sinuoso cuerpo se frotaba entre los brazos de ella.
—¡Platarreal! ¿Dónde has estado? —lo regañó Belladona, y lo sacudió con suavidad.
La reacción del gato fue dar media vuelta y fustigar con su fina cola un lado de la cabeza de ella al tiempo que contemplaba con mirada fija y directa, aparentemente celosa, a Ojosclaros. El kender se dio cuenta de que existía al menos una criatura que estaba al tanto de la relación secreta que tenía con Belladonna. Por fortuna, estaba seguro de que el gato no se lo contaría a nadie.
—¡Eh, Platarreal! —masculló Anda-anda a través de la galleta que estaba masticando. Extendió una mano hacia el gato, pero éste saltó para situarse fuera de su alcance y se puso a rondar la comida con aire de curiosidad mientras mantenía una celosa vigilancia sobre Ojosclaros. Anda-anda tragó sonoramente y cogió un poco de fruta confitada.
—Aún no me has contado dónde encontraste un gato tan maravilloso. ¿Supones que es mágico?
Belladonna también cogió un trozo de fruta confitada. Platarreal arqueó el lomo para que lo acariciara cuando una mano de ella le pasó cerca, y lo curvó más aún cuando ella rozó con los dedos su perfecto pelaje.
—¿Mágico? —preguntó Belladonna a su vez—. ¿Crees realmente que es posible que lo sea?
Ojosclaros buscó más al fondo de uno de sus bolsillos, sacó una pequeña pelota de tela rellena con hierba gatera que había hecho para una oportunidad exactamente como la que se presentaba, y la arrojó sobre la manta. Platarreal olvidó de inmediato cualquier afecto que pudiese sentir por Belladonna y se lanzó tras la pelota, enviándola aún más lejos de un golpe. La pelota rebotó y fue a parar dentro del bote que contenía miel. El felino la siguió de inmediato y hundió el hocico profundamente en el dulce líquido. Retrocedió sorprendido y resopló con la intención de quitarse aquella sustancia pegajosa del hocico, al tiempo que frotaba la cara por la manta para limpiarse los bigotes.
—¿Mágico? —inquirió Ojosclaros, que esperaba que en su rostro brillase la inocencia—. Bueno, todo es posible.
Los Caballeros de Takhisis tenían razón: la venganza era dulce. Pero, a pesar de la rivalidad existente entre ellos, Ojos-claros sabía lo mucho que Platarreal significaba para Belladonna. El gato había aparecido como por arte de magia en el camino hacia Hylo; en un momento no tenían nada cerca de los pies, y al siguiente había allí un gato plateado. A veces daba la impresión de que sólo aquel gato podía hacer aflorar una sonrisa al rostro de Belladonna. Por eso, el gato le gustaba mucho. Por lo demás, Platarreal había dejado muy claros sus sentimientos de celos, y esos sentimientos eran mutuos, así que no tenía muchas esperanzas en que llegasen a ser amigos. Ojosclaros volvió a fijar la mirada en la ciudadela caída y la estrella roja.
—¿En qué estás pensando? —preguntó Belladonna.
Ojosclaros parpadeó. Aquella idea que había tenido se encontraba aún demasiado lejos para que lograse concretarla.
—No estoy seguro —respondió al tiempo que volvía los ojos hacia el rostro de ella—. Acerca de algo relacionado con… la venganza.
—Ven… ¿qué? —inquirió Anda-anda, que alzó los ojos de Platarreal, a quien había intentado acariciar otra vez—. No te he oído.
—Mejor así —masculló Ojosclaros para sí, y sacó las manos de los bolsillos.
—¿Por qué no te sientas y comes algo? —lo invitó Belladonna señalando, con un gesto, hacia la manta.
Ojosclaros se pasó una mano por el copete, sin saber muy bien qué quería.
—¿Qué tal han ido las negociaciones con los caballeros?
—¿Con los buenos o con los malos? —preguntó ella no sin ironía.
—Con los malos —replicó al tiempo que le lanzaba una mirada a Anda-anda, el cual había vuelto a dedicar su atención a los cuencos de frutas confitadas.
Belladonna tendió las manos hacia Platarreal, pero el gato retrocedió porque aún estaba limpiándose la cara.
—Quieren utilizar a los kenders en sus planes —replicó ella con un suspiro—. Dicen tener conexiones con otros caballeros en Kendermore. Se supone que ellos defienden allí algún tipo de puesto avanzado.
—Puesto avanzado —repitió Ojosclaros. Había oído aquel término entre los caballeros de ambos bandos. Tenía algo que ver con dejar hombres en un lugar peligroso para recoger información o dar la alarma—. Y hablando de eso, ¿se sabe algo de los que se quedaron atrás?
Anda-anda disparó un hueso de fruta hacia la oscuridad con su jupak.
—¿De Kronn Thistleknot? ¿El héroe?
—Ni una palabra de él —replicó Belladonna que, con el entrecejo fruncido en un gesto muy humano, añadió—: Supongo que es mejor así, ya que no estamos preparados para entrar en otra batalla… todavía. Me pregunto por qué parece haber tantos goblins por los alrededores. Apenas la semana pasada, uno de nuestros… ¡Ojosclaros, quieres sentarte!
—No, creo que lo que haré…
—¡Sí, siéntate! —Anda-anda le dio un ligero golpecito a Ojosclaros en la parte trasera de una pierna con su jupak, éste chilló y se la sacudió, pero le pateó las costillas accidentalmente a Platarreal. El gato gritó y saltó a los brazos de Belladonna, y desde allí profirió un sonoro bufido, pero que no iba dirigido contra Ojosclaros.
—¡Platarreal! —gritó Belladonna, y Ojosclaros se volvió a tiempo de ver que el gato salía huyendo en dirección opuesta a los arbustos.
—Vaya —dijo Anda-anda.
—Yo lo cogeré —prometió Ojosclaros.
—No, ya volverá él —replicó Belladonna, cuyo ceño aún estaba fruncido—. Siempre regresa.
Anda-anda se puso en pie de un salto con la jupak en las manos.
—¡Te ayudaré!
Ojosclaros aferró a su amigo por una manga y lo empujó hacia el bosque y la oscuridad.
—Ya lo creo que lo harás —masculló.
Con gran rapidez, la noche se cerró en torno a ambos, y entonces la voz habló.
No tan rápido, Ojosclaros. Piensa en lo que estás haciendo. Ten cuidado.
Ojosclaros se dio cuenta de que en el bosque podía haber cualquier cosa, desde animales enormes hasta… Se dijo que cuando regresara comenzaría sin demora a intentar utilizar las peligrosas armas humanas.
Pero, antes de eso, estaba decidido a convertir el ceño fruncido de Belladonna en una sonrisa, aunque necesitara toda la noche para lograrlo.
***
Ojosclaros se tensó cuando le pareció que algo color plateado pasaba a toda velocidad entre los arbustos, pero no fue más que un efecto visual. La voz no dejaba de fastidiarlo.
—¿Por qué no te callas ya?
—Yo no he dicho nada —replicó Anda-anda.
—¡No hablo contigo!
—¿Otra vez la voz?
—Sí, la voz otra y… ¿Qué es ese ruido? —preguntó Ojos-claros. Estaba seguro de que había oído una especie de sonido de caña, aflautado, que parecía proceder de todas partes y cesó al responder Anda-anda.
—¡Soy yo! Estoy silbando.
—Anda-anda —dijo entonces Ojosclaros al tiempo que hacía una mueca ante el volumen del silbido—, ¿no crees que asustarás al gato? —susurró, con la esperanza de que su amigo lo entendiera, pero no fue así.
—¿Yo? ¿Asustar al gato? ¡No con esta cancioncilla tan alegre!
Ojosclaros se pasó una mano por el nudo de la coronilla y alzó la mirada. La nueva estrella roja quedaba oculta por las copas de los árboles mientras los dos kenders hacían todo lo posible para hallar el rastro de aquel condenado gato. Por fortuna, la nueva luna, que entre los supervivientes de Kendermore no tenía otro nombre que el de «Nueva Luna», estaba llena y se había elevado ya por encima de los picos montañosos desde donde iluminaba el bosque con manchas irregulares de blanca luz. Ojosclaros calculó que hacía ya dos horas que buscaban, y confió que Belladonna no hubiese decidido esperarlos durante toda la noche, sino que hubiese hecho lo único inteligente que le quedaba: marcharse a casa.
—¿Crees que estamos muy lejos de Hylo? —preguntó Anda-anda con voz potente.
—No lo sé. ¿Estamos perdidos?
—No lo sé —respondió Anda-anda con los ojos abiertos de par en par—. Es posible que lo estemos, aunque no podemos estar tan perdidos si consideramos que nos encontramos en una isla y que si continuamos caminando en una misma dirección llegaremos al agua o a las montañas, en el peor de los casos, y…
Ojosclaros se volvió con la daga desenvainada cuando algo grande —sin duda más grande que un gato—, agitó los arbustos a unos seis metros de distancia. Forzó la vista, pero no pudo distinguir nada.
—Anda-anda —dijo con un suave susurro—, me parece que no estamos solos.
—Claro que no —replicó Anda-anda con otro susurro—. Estamos el uno con el otro.
Una ramita se partió detrás de los dos kenders, que se volvieron a la vez con las armas preparadas. Un «algo» diferente del que acababan de oír, salió corriendo de entre la maleza, les pasó entre las piernas y siguió su carrera en dirección a las montañas.
—¡Platarreal! —gritó Anda-anda, que dejó caer su jupak cuando saltó tras el gato.
—¡Blunga! —chillaron varias voces graves y gruñentes. Seis siluetas negras, aproximadamente del mismo tamaño que el kender pero achaparradas y de pesados movimientos, salieron corriendo del bosque, derribaron e hicieron rodar a Ojosclaros y le pasaron por encima a Anda-anda.
—¡Ufff! —masculló Anda-anda al tiempo que escupía tierra. Se incorporó sobre los codos, con aire más alegre—. ¡Eh! ¡Es la primera vez que me pasan por encima! No creo que me guste mucho.
Mientras ayudaba a su amigo a levantarse, Ojosclaros no apartaba los ojos del punto del bosque por el que habían desaparecido los intrusos que perseguían a Platarreal. Aún tenía la daga desenvainada y, al forzar el oído, percibió un ruido de pasos que se desvanecía bosque adentro.
En el momento en que Anda-anda estuvo de pie, salió tras quienes lo habían atropellado.
—¡Vamos por ellos!
No tan rápido, dijo la voz.
Ojosclaros retuvo a Anda-anda con una mano.
—¡Espera!
Ojosclaros soltó a su amigo, y Anda-anda permaneció quieto a la espera de que él se moviese primero.
—¿Qué pasa?
—Nada —mintió Ojosclaros—. Sólo quiero saber qué vamos a perseguir. —Se inclinó y miró las huellas dejadas por los intrusos. Había seis rastros, sin duda, y llevaban botas—. ¿Crees que son…?
—¿Goblins? Reconocería su repugnante hedor dondequiera que estuviesen —lo interrumpió Anda-anda al tiempo que se frotaba la nariz con una mano sucia de tierra, gesto con el cual se oscureció aún más el rostro.
Los dos kenders oyeron un sonoro aullido animal a lo lejos. Definitivamente, era el de un gato.
—¿Qué demonios quieren de Platarreal? —preguntó Anda-anda.
—¡No lo sé, pero será mejor que lo averigüemos pronto!
***
Por notablemente dotados que estuviesen los goblins para rastrear al gato, no eran muy buenos para cubrir su propio rastro. Los kenders siguieron con facilidad al pequeño grupo, y finalmente treparon a un alto árbol y los observaron desde arriba.
Eran seis e iban todos vestidos de negro. Uno de ellos, también vestido de negro pero cuyas ropas estaban adornadas por trozos de piel, plumas y algunas ramitas, era obviamente el jefe. Sus feos rostros estaban cubiertos por capuchas oscuras con agujeros para los ojos.
—¿Qué lleva ése alrededor del cuello? —preguntó Anda-anda al tiempo que lo señalaba con un dedo. Ojosclaros, contento por el hecho de que su amigo hubiese aprendido por fin a hablar con susurros, observó al jefe con más atención.
—Parece una llave.
—Me pregunto si le gustaría trocarla por algo —comentó Anda-anda.
El jefe alzó las manos hacia el cielo y giró con lentitud sobre sí mientras murmuraba un canto goblin. Platarreal volvió a aullar, pero su grito sonó amortiguado, y Ojosclaros vio que los goblins habían metido al gato dentro de un grueso saco negro del que intentaba liberarse con las uñas, sin conseguirlo.
—¡Acabemos con ellos! —dijo Anda-anda mientras colocaba en la honda de la jupak un trozo de fruta que había sacado de un bolsillo.
¿Acabar con todos? —se burló la voz—. No lo creo posible.
—No sería buena idea —respondió Ojosclaros al tiempo que lo obligaba a bajar la jupak con una mano—. Nunca podríamos acabar con los seis a la vez.
—¡Bah! Yo sólito podría derribarlos a todos de una vez. Te he invitado nada más que por cortesía.
—¡Anda-anda! —siseó Ojosclaros—. Hay demasiados… —Dejó que su voz se apagara.
El jefe goblin cesó de cantar, cogió el saco que contenía al pataleante Platarreal, se lo echó sobre un hombro y les hizo una señal a los otros. Todos gruñeron y asintieron con la cabeza, y el jefe señaló a uno en particular que asintió otra vez, gruñó para variar y, luego, se dejó caer sentado al suelo, donde comenzó a trazar el torpe dibujo de un dragón con un palito sobre la tierra. El resto de los goblins y su líder se alejaron con la bolsa donde estaba encerrado Platarreal, caminando pesadamente mientras murmuraban un canto.
—Ahora —dijo Ojosclaros.
La jupak de Anda-anda chasqueó sonoramente y la fruta salió disparada con gran fuerza y precisión. La cabeza del goblin chasqueó a su vez, éste se la frotó y se desplomó.
—¡Muy bien! —gritó Anda-anda al tiempo que saltaba al suelo. Ojosclaros tardó un poco más en bajar del árbol. A continuación, los kenders ataron con rapidez las manos y pies del goblin con una cuerda que Anda-anda llevaba en un bolsillo, y lo apoyaron contra un árbol.
—¿Qué tal tu goblin? —le preguntó Ojosclaros a su amigo.
—Yo no tengo un goblin —replicó Anda-anda con una ancha sonrisa—. ¡Es una broma! Lo hablo un poco.
—Igual que yo.
La criatura sacudió la cabeza e intentó moverse. Miró en torno de sí, con aire aturdido y, por último, posó la vista sobre los dos kenders; sus ojillos rojos se abrieron de par en par para entrecerrarse luego.
—¿Es macho o hembra? —preguntó Anda-anda.
Ojosclaros se encogió de hombros, mientras el goblin caía de lado al luchar para librarse de las ligaduras. Al darse cuenta de que no tenía escapatoria, reptó con rapidez hacia el dibujo del dragón trazado sobre la tierra, pero Anda-anda plantó su jupak en el camino del goblin, y éste gimoteó.
—Eh —dijo Anda-anda al tiempo que se reclinaba sobre el arma para impedir el avance del goblin—, ¿no se supone que todos los goblins sois unos auténticos zoquetes sedientos de sangre?
—Parece que lo único que quiere éste es dibujar su dragón. ¿Por qué no le dejamos que lo haga?
Anda-anda alzó la jupak y se apartó a un lado. El goblin profirió un gruñido de satisfacción y acabó de dibujar el dragón con los dedos de los pies, para luego caer nuevamente de lado, como si estuviese exhausto.
—Uh… —comenzó Ojosclaros al tiempo que hacía girar al agotado goblin para encararse con él. Hizo una pausa y luego le habló a Anda-anda—. ¿Qué debo preguntarle?
—¡Pregúntale por Platarreal!
—Buena idea. Muy bien, goblin, ¿qué creéis que estáis haciendo con nuestro gato? —inquirió Ojosclaros en su mejor goblin.
—¿Ur? —preguntó el goblin.
—Me parece que igual le has preguntado por su ropa interior —comentó Anda-anda.
Ojosclaros hizo caso omiso de su amigo y apuntó con un dedo el rostro del goblin.
—¿Hablas nuestro idioma?
—Yo hablo mejor que vosotros —gruñó el goblin al tiempo que asentía.
—¿Qué queréis de nuestro gato? —inquirió Ojosclaros, que volvía a poner cara de zarigüeya.
—No vuestro gato —replicó el goblin con una carcajada—. Es gato mágico. Nosotros haber oído vosotros fuertes. ¡Pertenecemos al as número uno, antigua hermandad goblin rastreadora de gato!
—¿De qué estás hablando? —le preguntó Anda-anda al goblin, fascinado.
—¡Es gato mágico! Sólo uno como ése —repitió el goblin, en voz alta, a través de la capucha que le cubría el rostro—. ¡Chamán goblin sacrificará gato en alta montaña caída del cielo, y dragones morirán entonces!
Ojosclaros y Anda-anda se miraron el uno al otro durante un momento. Luego estallaron en carcajadas.
—¡Es verdad! —dijo el goblin con agitación—. Es antigua leyenda goblin. Chamán sacrifica gato mágico a dios goblin con cuchillo especial, y todos los dragones mueren. En especial los nuevos, más grandes. Y también es mejor noche para hacerlo.
Ojosclaros se llevó a Anda-anda a un lado, al tiempo que se cogía el mentón con una mano.
—¿Este… tipo ha dicho que Platarreal es una especie de gato mágico, y que su chamán va a sacrificarlo en la ciudadela volante que se estrelló en la montaña porque creen que eso matará a los dragones del Mal?
—En resumen, eso parece.
El rostro de Anda-anda asumió una expresión contemplativa mientras se frotaba el mentón con una mano.
—No me importaría ver eso.
—Tampoco a mí —le aseguró Ojosclaros—, pero no podemos permitir que ese chamán goblin mate a Platarreal, porque eso le partiría el corazón a Belladonna. Vamos.
—¿Qué hacemos con él? —inquirió Anda-anda al tiempo que señalaba con su jupak al goblin atado.
Ojosclaros miró al goblin y cortó la ligadura que le rodeaba los pies. El prisionero logró ponerse de pie tras una corta lucha, y se encaró con ambos kenders.
—Piedad —dijo.
—De acuerdo —replicó Ojosclaros con un encogimiento de hombros, y le giró la capucha al goblin de modo que los agujeros para los ojos quedasen hacia la nuca.
—¡Ciego! ¡Yo ciego! —aulló el goblin mientras los dos kenders se adentraban en la noche.
***
Ojosclaros y Anda-anda siguieron con facilidad al grupo principal de goblins que ascendía por la ladera de la montaña. Tanto la nueva luna como la estrella roja habían descendido por debajo del nivel de los picos y el área se encontraba iluminada tan sólo por la luz de las estrellas, así que el ruido de los goblins cantando y los aullidos de Platarreal resultaron útiles para indicarles la dirección.
En lugar de tomar una ruta directa, cosa que Anda-anda pensaba que era lo mejor, ambos siguieron otro camino que decidió Ojosclaros, o más bien la voz que le sonaba dentro de la cabeza. Describieron así un rodeo en torno a los goblins, a una altura algo superior de la ladera. De vez en cuando, Ojosclaros creía ver algo que se parecía a las piedras de la muralla de un castillo, pero no estaba seguro.
Un fuego, desde el cual les llegaron los gritos de Platarreal, fue apareciendo con lentitud en la oscuridad, y Anda-anda lo señaló.
—Espero que se dispongan a comer ahora. Empiezo a tener hambre.
—Lo más probable es que estén preparándose para el sacrificio —replicó Ojosclaros. Espió la zona a través de la maleza y vio que el único goblin que se encontraba junto al fuego era un chamán, el mismo al que le sobresalían trozos de piel y ramitas de la ropa, el que llevaba a Platarreal en el saco. Tuvo la impresión de que todos los demás goblins estaban dibujando en la tierra, probablemente más dibujos de dragones—. ¿Qué vamos a hacer?
—¡Echemos a correr y rescatémoslo!
—Ésa no sería una idea muy buena —dijo Ojosclaros, con lo que cortó en seco a la voz de su cabeza antes de que pudiera hablar. Lo estaba irritando de verdad, con sus constantes intromisiones.
—¿Qué propones, entonces?
Ojosclaros calibró la situación. Los demás goblins formaban más o menos un círculo en torno al jefe chamán. Si lograban derribar a dos de ellos, podrían coger a Platarreal y escapar por el espacio que hubiera quedado en el círculo. Parecía un buen plan, y la voz no tenía nada más que decir al respecto. Le describió su plan a Anda-anda, y ambos se pusieron en marcha.
Se acercaron al desprevenido goblin más cercano. Antes de llegar hasta él, sin embargo, se dieron cuenta de que el siguiente se encontraba a unos quince metros y tenía una línea de visión directa sobre ellos. Le señaló este particular a Anda-anda, ambos se aplastaron más contra el suelo y avanzaron muy poco a poco.
—¡Espera! —siseó Ojosclaros.
—¿Por qué?
—No será un ataque muy sorpresa si no incluye una sorpresa de verdad —replicó Ojosclaros—. Primero tenemos que distraerlo, atraerlo hacia nosotros. —Anda-anda pensó durante un momento.
—¿Qué me dices del famoso Truco de la Piedra Kender?
—¿Ése en que arrojas una piedra y esperas que alguien vaya a investigar el ruido que hace? —preguntó Ojosclaros a su vez—. Nadie es tan estúpido.
—Recuerda que estás hablando de goblins.
—Hmmm. Tienes razón.
Ojosclaros recogió una piedra de buen tamaño y estaba a punto de lanzarla cuando se dio cuenta de que no sabía en qué dirección debía hacerlo. Se volvió a mirar a Anda-anda, lleno de confusión, y su compañero pareció comprender el problema.
—Bueno, ¿qué dice esa estúpida voz, cara de zarigüeya?
—Parece que sólo habla cuando no la necesito —replicó Ojosclaros tras escuchar durante un momento—. ¡Y deja de llamarme así! —Alzó la mano y tomó una decisión rápida. Dejó caer la piedra a sus pies, donde aplastó algunas hojas secas y ramitas, pero el goblin no se movió.
—Tal vez no pueden oír a través de las capuchas —sugirió Anda-anda, que se reclinó contra su jupak, obviamente aburrido.
Ojosclaros recogió la piedra y volvió a arrojarla contra el suelo una y otra vez. Al quinto intento, el goblin alzó la cabeza del dibujo que estaba haciendo, y Ojosclaros suspiró de alivio porque ya se había quedado sin ramitas y hojas con las que hacer ruido. Los dos kenders se separaron con rapidez y se ocultaron detrás de unos árboles.
El goblin no pensó en ser cauteloso, sino que avanzó sin más y se apartó del círculo de luz de la hoguera y de la vista de su compañero. Para gran sorpresa de Ojosclaros, el goblin encontró la piedra, se la acercó a un oído y la sacudió. La jupak de Anda-anda le rompió la crisma al goblin, que quedó de inmediato fuera de combate, y Ojosclaros lo atrapó en medio de la caída para dejarlo en el suelo sin hacer ruido. A la voz parecía gustarle cómo estaban saliendo las cosas, ya que por lo visto contenía la lengua, o lo que tuvieran las voces que sonaban dentro de las cabezas.
—Ahora el otro —dijo Ojosclaros, al tiempo que lo señalaba—. Antes de que se dé cuenta de que éste ha desaparecido. —Anda-anda recogió la piedra que el goblin aún tenía en una mano, y Ojosclaros casi pudo leer el pensamiento de su amigo—. No estarás pensando en usar otra vez el Truco de la Piedra, ¿verdad? —preguntó.
—¿Por qué no? —replicó Anda-anda con un encogimiento de hombros—. Funcionó la primera vez.
Ojosclaros miró hacia lo alto con expresión de paciencia y empujó a su amigo para que avanzara, al tiempo que procuraba permanecer en la zona de sombras. El hecho de que no oyera la voz ni hubiera surgido ningún problema, le dio una cierta confianza en que el Truco de la Piedra funcionaría esta segunda vez. Los dos kenders ocuparon posiciones detrás de un par de árboles cercanos y volvieron a intentarlo.
—¡Se me está cansando el brazo! —se quejó Anda-anda tras la décima vez.
La voz empezó a susurrarle, pero Ojosclaros no se permitió escucharla.
—Tal vez deberíamos intentar alguna otra cosa —le dijo a Anda-anda.
—¿Como qué? —quiso saber su amigo al tiempo que le lanzaba una mirada feroz a la piedra con la que parecía mantener una discusión silenciosa.
Ojosclaros pinchó a su amigo en las costillas con un codo.
—Como hacer el sonido que hace un gato.
—Ah, entiendo.
—Entonces, adelante, inténtalo.
—La idea es tuya. Hazlo tú, el sonido de gato.
—¿Yo? —replicó Ojosclaros—. Tú lo harás mucho mejor que yo.
—Pero éste es tu plan. Hazlo tú —respondió Anda-anda al tiempo que agitaba un dedo.
Ojosclaros permaneció en silencio durante un momento. No quería hacer él el sonido de gato porque la voz no dejaba de repetir:
Si fallas, os descubrirán y podríais morir.
No quería ni pensar en eso. Se pasó una mano por el nudo de la coronilla e inspiró profundamente.
—Eh… Miiiauuuuu —dijo, con poca convicción.
Al parecer, el sentido auditivo del goblin estaba afinado para todo lo que fuese gatuno, pues dejó de dibujar de inmediato y se irguió al tiempo que escudriñaba el bosque con la mirada.
—Miiiauuuu —repitió Ojosclaros ante los alentadores gestos de Anda-anda. El goblin desvió la mirada hacia el chamán y, luego, volvió a mirar el bosque que tenía al frente. Avanzó con lentitud, pues puso gran cuidado en no pisar su dibujo de dragón.
—¡Miiiauuuuu! —reiteró Ojosclaros, con voz más potente esta vez. Por desgracia, Platarreal también debió de oírlo y escogió ese momento para aullar una respuesta. El goblin giró hacia el sonido del gato y, luego, de vuelta hacia la oscuridad, confuso.
Ay, ay, dijo la voz.
Antes de que Ojosclaros pudiera decirle al otro kender que hiciera algo, Anda-anda le lanzó una piedra con su jupak y dejó seco al goblin. El corazón de Ojosclaros latía a toda prisa.
—¿Y ahora, qué? —preguntó Anda-anda con aire triunfante.
—¡Rápido! —dijo Ojosclaros al tiempo que señalaba hacia el chamán.
Ambos kenders salieron a la carrera de su escondrijo para cubrir fácilmente y con poco ruido la distancia que los separaba del gato. El chamán estaba demasiado ocupado sujetando la vieja llave en alto y murmurando en idioma goblin un pasaje del ritual de sacrificio, para darse cuenta de la presencia de los intrusos antes de tenerlos casi encima. Ojosclaros se apoderó del saco que contenía a Platarreal, el cual aullaba y aullaba, y Anda-anda le atizó en la cabeza al chamán con la jupak. El goblin cayó hacia el fuego, pero Anda-anda lo empujó a un lado y atrapó la llave en el aire antes de que llegase al suelo.
—¡Arriba! —dijo Ojosclaros al tiempo que señalaba hacia un área que parecía una cueva, y luchaba para evitar que Platarreal lo arañase a través del saco.
Los dos treparon para esconderse y, desde lo alto, se asomaron a observar los alrededores de la hoguera. Vieron que el chamán goblin se movía, se levantaba de un salto y llamaba a gritos a los otros goblins. Cuando aparecieron, el chamán hizo gestos frenéticos en una dirección totalmente distinta de la que conducía a la cueva. Salieron todos corriendo y la zona quedó en silencio.
—¿Qué diría el tío Tas de esto? —dijo Ojosclaros al tiempo que le daba una palmada en los hombros a Anda-anda.
—¡Eh! —dijo Anda-anda, con una ancha sonrisa en los labios—. ¡Ya no tienes tanta cara de zarigüeya!
En ese momento, Platarreal maulló lastimeramente dentro del saco e interrumpió la respuesta de Ojosclaros. Éste puso buen cuidado en orientar la boca del saco en dirección contraria a su cuerpo en el momento de abrirla. Platarreal salió más rápido que una flecha y se adentró en la oscuridad.
—¡No, espera! —gritó Ojosclaros, y echó a correr tras el gato.
Se detuvo justo a tiempo para no caer desde el saliente y aterrizar seis metros más abajo. Se quedó mirando al interior de la ciudadela, insuficientemente iluminada a través de ventanas parecidas a cuevas como aquélla por la que habían entrado él y Anda-anda. Platarreal aguardaba pacientemente en el saliente y miraba hacia abajo.
—¿Quieres mirar esto? —le gritó Anda-anda al oído.
—Déjame ver esa llave —pidió Ojosclaros, al tiempo que se tapaba el oído afectado con una mano. Anda-anda se la entregó, y él la observó con atención. Se trataba de una larga llave, de plata, con ciertos grabados, probablemente lo que los magos llamaban runas—. ¡Apuesto a que esta llave abre algo de dentro del castillo!
—Dame.
Ojosclaros apartó la llave de la rápida manotada que le lanzó su amigo.
—Pero tendremos que esperar. Primero hay que llevar a Platarreal de vuelta con Belladonna.
Al oír mencionar su nombre, Platarreal saltó a los brazos de Ojosclaros y luego trepó para instalarse sobre sus hombros, aunque continuó contemplando la ciudadela con fija mirada de sus plateados ojos que no parpadeaban.
—¿Más tarde?
—Tal vez.
Con el gato sobre un hombro y la llave en una mano, Ojosclaros condujo a Anda-anda fuera de aquel lugar y de regreso a la ladera de la montaña. Reía en voz baja cuando volvieron a hallarse en el exterior.
—¿Qué te resulta tan divertido? —quiso saber Anda-anda, un poco abatido por el hecho de que no fuesen a investigar la fortaleza esa misma noche, mientras se preguntaba cómo iba a hacer para recobrar su llave.
—Platarreal —replicó Ojosclaros, con una risilla entre dientes—. Si esos goblins tenían razón, lo único que tenemos que hacer para salvar al mundo, es sacrificarlo esta noche.
—Eso le rompería el corazón a Belladonna —replicó Anda-anda mientras se rascaba la cabeza.
—¡La cuestión no es ésa! —contestó Ojosclaros, que ahora rió en voz alta—. La cuestión es que Platarreal no es mágico.
—Antes dijiste que podría serlo —replicó Anda-anda, algo resentido—. Yo sólo lo pregunté.
El gato que Ojosclaros llevaba sobre el hombro, profirió un maullido contento, y él se volvió de cara a la ciudadela y abrió los brazos de par en par, con la llave en una mano.
—Sólo dije que era posible —declaró, aún entre risas.
La voz no decía nada. Tras volverse y darle un cariñoso codazo a Anda-anda, echó a correr ladera abajo. Anda-anda lo siguió de cerca, también entre risas y gritos, con los ojos fijos en la llave y el gato, mientras sólo se preguntaba…