20 de junio
Fuego oscuro
AL LLEGAR A LA BASE de los riscos, nos escondimos detrás de una formación rocosa a pocos metros de la caverna. Dos Íncubos custodiaban la entrada. Hablaban en voz grave. Reconocí a uno de ellos, tenía una cicatriz y había asistido al entierro de Macon.
—Genial. —Dos Íncubos de Sangre y ni siquiera habíamos entrado.
Evidentemente, el resto de la Banda no estaría lejos.
—Dejádmelos a mí. Aunque será mejor que no miréis —dijo Leah haciendo una señal a Bade, que se puso a su lado.
El báculo brilló en el aire como un relámpago. Los Íncubos ni siquiera lo advirtieron. Leah tumbó al primero en cuestión de segundos y Bade se lanzó al cuello del segundo. Leah se levantó, se limpió la boca en la manga y escupió, dejando una marca sanguinolenta en la arena.
—Sangre vieja. Entre setenta y cien años.
Link se quedó boquiabierto.
—¿No esperará que nosotros hagamos eso?
Leah se inclinó sobre el cuello del segundo Íncubo y así estuvo casi un minuto antes de dirigirse a nosotros.
—¡Adelante!
No me moví.
—¿Qué hacemos… qué hago?
—Luchar.
La entrada de la cueva resplandecía como si el sol brillara dentro.
—No puedo hacerlo.
Link se asomó. Estaba nervioso.
—¿Qué dices, amigo?
Miré a mis amigos.
—Creo que deberían dar media vuelta, chicos. Es demasiado peligroso. No tendrían que haberlos obligado a venir.
—A mí nadie me ha obligado. He venido para… —dijo Link y se interrumpió para mirar a Ridley. Luego volvió a mirarme—: Acabar con esta historia.
Ridley sacudió su embarrado pelo con gesto dramático.
—Yo desde luego no he venido por ti, Malapata. No te hagas ilusiones. Por mucho que me guste su compañía, zumbado, estoy aquí por mi prima. —Miró a Liv—. ¿Qué excusa tienes tú?
—¿Crees en el destino? —dijo Liv con calma. La miramos como si se hubiese vuelto loca, pero le dio igual—. Yo sí. Llevo observando el cielo Caster desde hace tanto tiempo que ya ni me acuerdo y, cuando cambió, lo vi. La Estrella del Sur, la Decimoséptima Luna, mi selenómetro, del que todo el mundo se burla… este es mi destino. Yo tenía que estar aquí, aunque… bueno, eso no importa.
—Lo he cogido yo —dijo Link—. Aunque se fastidie todo, aunque acabes limpiando letrinas. Porque hay veces en las que hay que hacer lo que hay que hacer.
—Algo así.
Link trató de chasquear los nudillos.
—Bueno, ¿cuál es el plan?
Miré a mi mejor amigo, el mismo que había compartido su chocolatina conmigo en el autobús del colegio un lejano día de segundo curso. ¿De verdad iba a dejar que se internara conmigo en una cueva en la que sólo podía morir?
—No hay ningún plan y no puedes venir conmigo. Yo soy el Wayward y esta es mi responsabilidad, no la de ustedes.
Ridley me miró con menosprecio.
—Evidentemente, no te han explicado bien todo ese asunto del Wayward. Tú no tienes superpoderes, niño. No puedes superar edificios de un salto ni vencer a los Caster Oscuros con tu gata mágica. —Lucille, que estaba detrás de mí, me dio con la pata—. Básicamente, eres un guía turístico venido a más tan poco equipado para enfrentarse a una panda de Caster Oscuros como mi amiga Mary Poppins.
—Ya, igual que Aquaman —dijo Link carraspeando y guiñándome un ojo.
Habló Liv, que llevaba un rato callada.
—No se equivoca, Ethan. No puedes hacer esto solo.
Me daba perfecta cuenta de lo que se habían propuesto hacer, o, mejor dicho, no hacer. Marcharse. Negué con la cabeza.
—Chicos, son idiotas.
Link sonrió.
—Creía que ibas a decir «valientes como diablos», por lo menos por mí.
Avanzamos junto a las paredes de la caverna guiados por la luz de la luna. Al doblar a la esquina, los rayos adquirieron un brillo imposible y pudimos ver la pira por debajo de nosotros. Se elevaba en el centro de la cueva con llamas doradas que ardían en círculo consumiendo una pirámide de árboles cortados. Había una gran roca que semejaba un altar maya. Se mantenía en equilibrio sobre la pira como si estuviera suspendida de unos cables invisibles. Unas escaleras gastadas por la erosión conducían al altar. El círculo enroscado de los Caster Oscuros estaba pintado en la pared del fondo.
Sarafine estaba tendida sobre el altar igual que en la aparición del bosque. En cuanto a lo demás, nada era como aquella visión. Rayos de luna entraban por la abertura superior de la caverna e iban a dar directamente sobre su cuerpo irradiando en todas las direcciones, como si lo refractara un prisma. Era como si retuviera la luz de la luna que había convocado antes de tiempo: la Decimoséptima Luna de Lena. Llevaba un vestido dorado que parecía hecho de mil escamas de refulgente metal.
—Nunca había visto nada parecido —dijo Liv.
Sarafine parecía sumida en una especie de trance. Su cuerpo levitaba a algunos centímetros de la roca y los pliegues de su vestido caían en cascada como agua rebasando el borde del altar. Estaba en el proceso de acumular un inmenso poder.
Larkin se encontraba en la base de la pira. Se desplazó hacia la escalera, acercándose a…
Lena.
Pareciera que se hubiera desplomado. Sus ojos estaban cerrados extendía los brazos hacia las llamas. Tenía la cabeza apoyada en el regazo de John Breed, como si hubiera desfallecido. John no parecía el mismo, sino más bien un autómata, o quizás estuviera, como Sarafine, en medio de algún trance.
Lena temblaba. A pesar de la distancia, percibí el frío cortante que irradiaba fuego. Debía de estar congelada. Un círculo de Caster rodeaba la pira. No los reconocí, pero supe que eran Oscuros por la enloquecida luz amarilla que irradiaban sus ojos.
¡Lena! ¿Me oyes?
De pronto, Sarafine abrió los ojos. Los Caster entonaron un cántico.
—Liv, ¿qué ocurre? —pregunté en un susurro.
—Están convocando a la Luna de Cristalización.
No era necesario entender lo que decían para darse cuenta de lo que estaba ocurriendo. Sarafine convocaba la Decimoséptima Luna para que Lena tuviera que tomar su decisión bajo el influjo de un Hechizo Oscuro. O bajo el peso de la culpa, que es otro Hechizo Oscuro.
—¿Qué hacen?
—Sarafine recurre a todo su poder para canalizar su propia energía y la del Fuego Oscuro hacia la luna.
Liv miraba fijamente la escena como si tratara de memorizar todos los detalles. La Guardiana que había en ella la impelía a registrar la historia en el momento que estaba ocurriendo.
Los Vex sobrevolaban la caverna amenazando con echar abajo las rocas: trazaban espirales y ganaban fuerza y volumen.
—Tenemos que bajar.
Liv asintió y Link cogió de la mano de Ridley.
Descendimos pegados a las rocas y al abrigo de las sombras hasta llegar al suelo de arena mojada. Los cánticos habían cesado. Los Caster guardaban silencio paralizados, sin quitar los ojos de Sarafine y la pira, como si todos estuvieran bajo los efectos de un hechizo que los aturdía.
—¿Y ahora qué? —preguntó Link, que estaba pálido.
Alguien se dirigió al centro del círculo. Lo reconocí de inmediato porque llevaba el mismo traje y la misma corbata que en mis visiones. Con aquel atuendo completamente blanco parecía totalmente fuera de lugar entre los Caster Oscuros y los Vex.
Era Abraham, el único Íncubo lo bastante poderoso para convocar a tantos Vex del subsuelo. Larkin y Hunting avanzaban detrás de él y todos los Íncubos de la caverna se hincaron de rodillas. Abraham alzó los brazos hacia el cielo.
—Ha llegado la hora.
¡Lena! ¡Despierta!
Crecieron las llamas que rodeaban la pira y John Breed invitó suavemente a Lena a levantarse.
¡L! ¡Huye!
Lena miró a su alrededor desorientada. No reaccionó a mi llamada, aunque yo no estaba seguro de que me estuviera oyendo. Sus movimientos eran lentos y vacilantes, como si no supiera dónde estaba.
Abraham se acercó a John y alzó su mano lentamente. John se sobresaltó y cogió en brazos a Lena, elevándose como si un hilo tirase de él.
¡Lena!
Lena ladeó la cabeza y cerró los ojos. John la llevó escaleras arriba. Había perdido su altivez por completo y parecía un zombie.
Ridley se acercó.
—Lena está totalmente desorientada. Ni siquiera se da cuenta de lo que ocurre. Es el efecto del fuego.
—¿Por qué la querrán en ese estado? ¿No tendría que estar consciente para Cristalizar? —pregunté. Creía que se daba por supuesto.
Ridley contemplaba la pira. Estaba, raro en ella, completamente seria y evitaba mirarme a los ojos.
—La Cristalización requiere voluntad. Es ella quien tiene que tomar la decisión —dijo con voz extraña—. A no ser que…
—¿A no ser que qué? —No tenía tiempo de pararme a interpretar las palabras de Ridley.
—A no ser que lo haya hecho ya.
Al abandonar Gatlin, al desprenderse del collar, al fugarse con John Breed.
—No lo ha hecho —dije sin pensar. Conocía a Lena. Existía una razón para su comportamiento—. No lo ha hecho.
Ridley me miró.
—Espero que estés en lo cierto.
John llegó al altar. Larkin que había subido detrás de él, ató a Sarafine y a Lena juntas bajo la luz de la Decimoséptima Luna.
Me palpitaba el corazón.
—Tengo que llegar hasta Lena. ¿Pueden ayudarme?
Link cogió dos piedras grandes. Liv hojeó apresuradamente su cuaderno. Ridley sacó un chupachups.
—Nunca se sabe —dijo, encogiéndose de hombros.
A mi espalda oí otra voz.
—No podrás llegar hasta el altar si antes no te ocupas de todos esos Vex. Pero eso es algo que no recuerdo haberte enseñado.
Sonreí antes de volverme.
Era Amma y esta vez venía acompañada de personas vivas. Arelia y Twyla estaban a su lado. Parecían las tres Parcas. Sentí un gran alivio y me di cuenta de que creía que nunca volvería ver a Amma. Le di un gran abrazo que ella me devolvió descolocando el sombrero. En ese momento vi a la abuela de Lena, que asomó por detrás de Lena.
Cuatro Parcas.
—Señora —dije y la saludé con un asentimiento de cabeza que ella me devolvió como si fuera a ofrecerme un té en el porche de Ravenwood. En ese momento me entró pánico, porque no estábamos en Ravenwood y Amma, Arelia y Twyla no eran las tres Parcas, sino tres ancianas damas del Sur con medias para mejorar la circulación que tal vez sumaran doscientos cincuenta años entre las tres. Y la abuela de Lena no era mucho más joven. En medio de aquel campo de batalla, mis cuatro Parcas particulares tenían poco que hacer.
Claro que, pensándolo bien, me dije, lo mismo podría opinarse de mí.
—¿Qué hacéis aquí? ¿Cómo nos habéis encontrado?
—¿Que qué hago aquí? —dijo Amma con un bufido—. Mi familia llegó a estas islas desde Barbados antes de que tú fueras un pensamiento en la mente del buen Dios. Conozco este lugar mejor que mi cocina.
—Esta es una isla Caster, Amma. No una de las Islas del Mar.
—Pues claro que lo es. ¿Dónde si no esconderías una isla que no se puede ver?
Arelia apoyó la mano en el hombro de Amma.
—Tiene razón. La Frontera está oculta entre las Islas del Mar. Puede que Amarie no sea Caster, pero comparte el don de las Visión con mi hermana y conmigo.
Amma negó con la cabeza con tanta determinación que pensé que la extremidad iba a salir despedida.
—No pensarías en serio que iba a permitir que te metieras hasta el cuello en estas arenas movedizas tú solito, ¿verdad?
Le eché los brazos al cuello y volví a abrazarla.
—¿Cómo ha sabido dónde estábamos, señora? A nosotros nos ha costado mucho encontrar este sitio. —Link siempre iba un paso por delante o un paso por detrás de los demás. Las cuatro mujeres lo miraron como si fuera tonto.
—¿Abriendo esa bola llena de problemas como ustedes, muchachos, han hecho? ¿Con un hechizo más viejo que la madre de mi madre? ¿O tal vez llamando al teléfono de emergencias del condado de Gatlin? —respondió Amma y se acercó a Link, que retrocedió para evitar problemas. Las palabras de Amma, sin embargo, no me engañaron. Supe perfectamente lo que en realidad estaba diciendo: te quiero y no podría estar más orgullosa. Aparte de: los voy a encerrar a los dos en el sótano durante un mes cuando volvamos a casa.
Ridley se acercó a Link.
—Piensa un poco. Una Necromancer, una Diviner y una Vidente. No teníamos las más mínima posibilidad.
Amma, la abuela de Lena, Arelia y Twyla se volvieron para mirar a Ridley, que se sonrojó e inclinó la cabeza en señal de respeto.
—No me puedo creer que estés aquí, tía Twyla —dijo Ridley tragando saliva—. Hola, abuela.
La anciana cogió a Ridley por la barbilla y miró sus brillantes ojos azules.
—Así que es cierto. Me alegro de que hayas vuelto, niña —dijo, y besó a Ridley en la mejilla.
—Te lo dije —intervino Amma, engreída—, lo supe por las cartas.
—Yo por las estrellas —dijo Arelia.
Twyla las miró a las dos con desdén.
—Las cartas —dijo entre susurros— muestran sólo la superficie de las cosas. Ahora hemos de enfrentarnos a algo muy profundo, del tuétano del hueso, y que pertenece al otro lado. —Una sombra cruzó su rostro.
—¿Cómo vamos a hacerlo? —pregunté. Twyla sonrió y la sombra se disipó.
—Necesitas alguna ayuda de La Bas —dijo.
—El Otro Mundo —tradujo Arelia.
Amma se arrodilló, extendió un palo lleno de huesos y amuletos. Parecía un médico preparando los útiles quirúrgicos.
—Llamar a quienes puedan ayudarnos es mi especialidad.
Arelia sacó una carraca y Twyla se sentó. Los demás mirábamos expectantes, preguntándonos a quién iba a despertar. Amma distribuyó los huesos sobre el paño y sacó una jarra de arcilla.
—Tierra de cementerio de Carolina del Sur, la mejor que hay y traída directamente de casa —dijo. Cogí la jarra y la abrí recordando la noche que la seguí hasta los pantanos—. Podemos ocuparnos de esos Vex. No puedo reducir a Sarafine, para eso contamos con Melchizedek, pero sí hacer que disminuya su poder.
La abuela de Lena observó los oscuros Vex que alimentaban el fuego.
—Dios mío, no exagerabas, Amarie. Hay muchísimos.
A continuación se fijó en Sarafine y en Lena, y frunció el ceño. Ridley soltó su mano, pero siguió a su lado.
—Amigo, no había dicho nada —dijo Link con un suspiro de alivio—, pero estaba pensado exactamente lo mismo.
Amma terminó de extender la tierra bajo sus pies.
—Vamos a tener que mandarlos de vuelta al lugar al que pertenecen.
—Y luego me las veré con mi hija —dijo la abuela tirando de su chaqueta.
Amma, Arelia y Twyla se sentaron con las piernas cruzadas en las húmedas rocas y se cogieron de la mano.
—Lo primero es lo primero. Vamos a liberarnos de esos Vex.
La abuela retrocedió para dejar espacio.
—Eso sería fabuloso, Amarie.
Las tres mujeres cerraron los ojos. Amma habló con voz fuerte y clara a pesar del zumbido de los Vex y del rumor de la magia Oscura.
—Tío Abner, tía Delilah, tía Ivy y, abuela Sulla, necesitamos vuestra intercesión una vez más. Los convoco a este lugar. Encontrad el camino a este mundo y llevaos a quienes no pertenecen a él.
Twyla puso los ojos en blanco e inició su mantra.
Les lois, mis espíritus, mis guías,
Quebrad el Puente
Que lleva a estas sombras de vuestro mundo
Al mundo siguiente.
Alzó los brazos por encima de la cabeza.
—Encore!
—Otra vez —tradujo Arelia.
Les lois, mis espíritus, mis guías,
quebrad el Puente
Que lleva a estas sombras de vuestro mundo
Al mundo siguiente.
Twyla continuó el mantra. Su francés de Nueva Orleans se mezclaba con el inglés de Amma y Arelia. Sus voces se superponían como un coro. A través de la abertura del techo de la caverna observé que en torno al rayo de luna, el cielo se oscurecía, como si hubieran acumulado unas nubes y estuviera a punto de desencadenarse una tormenta. Pero no se trataba de nubes. Las Parcas estaban creando otro tipo de huracán. Una sombra giraba en espiral sobre ellas como un tornado perfecto con el vórtice en su pequeño círculo. Por un segundo pensé que aquella inmensa sombra sólo serviría para atraer la atención de los Vex y los Íncubos, que se abalanzarían sobre nosotros y nos matarían.
Pero no tendría que haber dudado de las tres mujeres. Las espectrales figuras de los Antepasados empezaron a surgir: tío Abner, tía Delilah, tía Ivy, y Sulla la Profeta, hechos de arena, tejidos poco a poco, grano a grano.
Nuestras parcas seguían cantando:
Les lois, mis espíritus, mis guías,
quebrad el Puente
Que lleva a estas sombras de vuestro mundo
al mundo siguiente
Al cabo de unos segundos, aparecieron más espíritus del Otro Mundo, Sheers. Surgían de la arena, que giraba en espiral, como una mariposa de su capullo. Los Antepasados y los espíritus atrajeron a los Vex, que se precipitaron contra ellos con los aullidos espantosos que yo recordaba de los Túneles.
Los Antepasados empezaron a crecer. Sulla se hizo tan grande que sus collares parecían sogas. A tío Abner sólo le faltaba un rayo y una toga para parecer el mismo Zeus tonante. Los Vex llegaban velozmente desde las llamas del Fuego Oscuro como negras vetas que rasgaban el cielo. Pero con igual velocidad desaparecían tragados por los Antepasados igual que Twyla se tragó a los Sheer aquella noche en el cementerio.
Sulla la Profeta avanzó y extendió el brazo apuntando con sus dedos llenos de anillos al último de los Vex, que aún giraba y chillaba en medio del viento.
—¡Quebrad el puente!
Los Vex, finalmente, se habían ido y sobre nuestras cabezas no quedó nada excepto una nube negra y los Antepasados, encabezados por Sulla. Temblaba bajo la luz de la luna y pronunció sus últimas palabras.
—La Sangre siempre es Sangre. Ni el tiempo puede acallarla.
Los Antepasados se desvanecieron y la nube negra se disipó. Sólo quedó el humo ondulante del Fuego Oscuro. La pira seguía ardiendo y Sarafine y Lena aún estaban atadas sobre la roca.
La situación había cambiado, pero no sólo porque los Vex hubieran desaparecido. Ya no éramos silenciosos observadores a las espera de una oportunidad para actuar. Todos los Íncubos y Caster Oscuros de la caverna tenían los ojos clavados en nosotros y enseñaban sus colmillos y sus amarillos y refulgentes iris.
Tanto si nos gustaba como si no, ahora formábamos parte de la fiesta.