20 de junio
Sangre y carne
—¡MACON!
Me costó no correr hacia él para abrazarlo. Él, por su parte, me miraba con tranquilidad mientras limpiaba el hollín de su esmoquin. Sus ojos me turbaban. Estaba acostumbrado a los ojos negros de Macon Ravenwood el Íncubo, unos ojos vacuos que sólo te devolvían tu propio reflejo. Y ahora estaba ante mí y tenía ojos verdes de Caster de Luz. Ridley no apartaba la vista de él, pero no decía nada. Eran raras las ocasiones en que se quedaba sin palabras.
—Estoy en deuda con usted, señor Wate —dijo Macon girando el cuello y estirando los brazos, como si despertara de una larga siesta.
Me agaché y cogí el Arco de Luz, que estaba sobre la arena.
—Yo tenía razón. Has estado en el Arco todo este tiempo.
Pensé en las muchas veces que lo había cogido y confiado en que me guiara, en lo familiar que había llegado a ser su cálido tacto.
A Link también le costaba hacerse a la idea de que Macon estaba vivo. Sin pensar, hizo intención de tocarlo. Macon le cogió por el brazo. Link hizo una mueca.
—Lo siento, señor Lincoln. Me temo que mis reflejos son algo… irreflexivos. Últimamente no he salido mucho.
Link se frotó el brazo.
—No tenía por qué hacer eso, señor Ravenwood. Yo sólo quería, ya sabe, creía que era…
—¿Un Sheer? ¿Un Vex, quizá?
Link se estremeció.
—Usted sabrá señor.
Macon abrió los brazos.
—Adelante, pues. Cuando guste, señor Lincoln.
Link extendió el brazo poco a poco, como si jugara a la gallinita ciega. Cuando su dedo llegó a unos centímetros de la ajada chaqueta de Macon, se detuvo.
Macon suspiró y cogió la mano de Link y la colocó sobre su pecho.
—¿Lo ve? Sangre y carne. Ahora usted y yo tenemos eso en común.
—Tío Macon —dijo Ridley acercándosele, por fin preparada para hablar con él—, ¿eres tú?
Macon la miró a los ojos.
—Has perdido tus poderes.
Ridley asintió con los ojos llenos de lágrimas.
—Tú también.
—Algunos sí, pero sospecho que he adquirido otros —dijo Macon. Quiso coger la mano de su sobrina, pero ella la apartó—. Aún es pronto para saberlo. —Sonrió—. Me siento como un adolescente por segunda vez.
—Pero tienes los ojos verdes.
Macon negó con la cabeza mientras estiraba y encogía los dedos.
—Es verdad. Mi vida de Íncubo ha terminado, pero la transición todavía no es completa. Aunque tengo los ojos de un Caster de Luz, aún queda oscuridad en mí. Todavía no ha sido exorcizada del todo.
—Yo no atravieso ninguna transición. No soy nada, una Mortal —dijo Ridley como si se tratara de una maldición. La tristeza de su voz era real—. Ya no tengo lugar en el Orden de las Cosas.
—Estás viva.
—Siento que no soy yo misma. Estoy indefensa.
Macon reflexionó unos momentos, como si intentara determinar el estado en que Ridley se encontraba.
—Debes de estar atravesando tu propia Transición, a no ser que seas víctima de uno de los trucos más impresionantes de mi hermana.
A Ridley le brillaron los ojos.
—¿Quieres decir que podría recuperar mis poderes?
Macon estudió sus ojos azules.
—Creo que Sarafine es demasiado cruel para eso. Quiero decir que tal vez aún no seas plenamente Mortal. La oscuridad no nos abandona tan fácilmente como cabría esperar. —Macon tiró de Ridley, que apoyó la cabeza en su pecho. Parecía una niña de doce años—. No es fácil ser Luz cuando has pertenecido a la Oscuridad. Es demasiado pedir para cualquiera.
Intente detener el caudal de preguntas que se agolpaban en mi cabeza y me limité a la primera.
—¿Cómo?
Macon me miró. La luz recién descubierta de sus ojos me quemó.
—¿Podría concretar un poco más, señor Wate? ¿Cómo no me he convertido en veintisiete mil fragmentos de ceniza en una urna de la sepultura de los Ravenwood? ¿Cómo no me estoy pudriendo a la sombra de un limonero en el empapado suelo del Jardín de la Paz Perpetua? ¿Cómo llegue a ser prisionero de una bola de cristal que guardabas en tu mugriento bolsillo?
—Dos —dije sin pensar.
—¿Cómo dices?
—Dos, en tu tumba hay dos limoneros.
—Cuanta generosidad, con uno habría bastado —dijo, y esbozó una sonrisa cansada, lo cual resultaba extraño considerando que había pasado cuatro meses en una cárcel sobrenatural del tamaño de un huevo—. O ¿tal vez te preguntas por qué yo morí y tú viviste? Porque he de decirte que, en lo que a los «cómo» respecta, es una historia sobre la que tus vecinos de Cotton Bend podrían pasarse toda la vida hablando.
—Sólo que usted no murió, ¿verdad señor?
—Acierta usted, señor Wate. Estoy y siempre he estado vivito y coleando, por así decirlo.
Liv se adelantó. Aunque probablemente ya no podría ser guardiana, habitaba en ella una Guardiana llena de curiosidad que saciar.
—Señor Ravenwood, ¿le importa que le haga una pregunta?
Macon ladeó la cabeza ligeramente.
—¿Quién eres tú querida? Supongo que has sido tú la que me ha convocado para salir del Arco de la Luz.
Liv se sonrojó.
—Así es, señor. Me llamo Olivia Durand y me estaba formando con la profesora Ashcroft antes que…
—Antes de pronunciar el Ob Lucem Libertas.
Liv, avergonzada, asintió. Macon la miró con pena, y sonrió.
—En ese caso, ha renunciado a mucho para salvarme, señorita Olivia Durand. Estoy en deuda con usted, y yo siempre pago mis deudas. Será un honor responder a su pregunta.
Aún, a pesar de llevar meses encerado, Macon no había dejado de ser un caballero.
—Evidentemente, sé como ha salido usted del Arco, pero ¿cómo entro? Un Íncubo no pude entrar en su propia cárcel, especialmente cuando, según todos los testimonios, usted estaba muerto.
Liv tenía razón. Él no podía haberse metido sólo en el Arco. Alguien había tenido que ayudarlo. Por mi parte, en el mismo momento en que la bola lo liberó, supe quien había sido. Una persona a quien ambos amábamos tanto como a Lena, incluso en la muerte.
Mi madre, amante de los libros y las antigüedades, de la rebeldía, la historia y la complejidad. Mi madre que había amado a Macon hasta el extremo de alejarse de él cuando este se lo pidió aunque no pudiera soportarlo, aunque una parte de ella nunca llegara a abandonarlo del todo.
—Fue ella, ¿verdad?
Macon asintió.
—Tu madre era la única que sabía a existencia del Arco de la Luz. Yo se lo di. Cualquiera habría sido capaz de matarla con tal de destruirlo. Era nuestro secreto, uno de los últimos que compartimos.
—¿Llegaste a verla? —pregunté, mirando al mar.
A Macon le cambió la expresión. Su semblante reflejó dolor.
—Sí.
—Parecía… ¿Qué? ¿Feliz? ¿Muerta? ¿Ella misma?
—Estaba tan bella como siempre. Igual que el día que nos dejó.
—Yo también la he visto. —Recordé el cementerio de Buenaventura y se me hizo un nudo en la garganta.
—Pero ¿cómo es eso posible? —Liv no trataba de desafiarlo, sencillamente, no lo comprendía. Ninguno comprendía.
La tristeza ensombrecía el rostro de Macon. Hablar de mi madre le resultaba tan difícil como a mí.
—Algún día se darán cuenta que lo imposible es posible más a menudo de lo que pensamos, particularmente en el mundo Caster. Pero si quieren emprender un último viaje conmigo, puedo mostrárselos.
Me tendió una mano a mí y otra a Liv. Ridley se acercó y me tomó la mano libre. Con vacilación Link se acercó cojeando y completó el círculo.
Macon me miró, y antes que pudiera interpretar la expresión de su cara, el aire se llenó de humo.
Macon trató de resistir, pero había empezado a apagarse. Sobre él, unas llamas naranjas surcaban un cielo de ébano. No podía ver a Hunting, pero sentía sus dientes calvados en el hombro. Cuando Hunting sació su sed, lo soltó y cayó al suelo.
Cuando volvió a abrir los ojos, Emmaline, la abuela de Lena, se arrodillaba a su lado. Recorría su cuerpo y él sentía el calor de sus poderes curativos. Ethan también estaba allí. Macon intentó hablar, pero no estaba seguro de que pudieran oírle. Busquen a Lena, eso quería decirles. Y tal vez Ethan lo escuchara, porque se levantó y se internó en el humo y el fuego.
El chico era como Amarie, terco y temerario. Y como su madre leal y honrado. Y estaba preparado para el dolor que implicaba amar a una Caster. Macon todavía pensaba en Jane cuando su mente se durmió.
Cuando volvió a abrir los ojos, el fuego se había apagado. El fuego, el ruido de las llamas y la munición, todo había terminado. Sumido en la oscuridad, sintió que flotaba, aunque no como al viajar. Aquel vacío era pesado y lo arrastraba. Se miró las manos. Eran trasparentes, y materializadas sólo en parte.
Estaba muerto.
Lena debía haber tomado su decisión. Había elegido la Luz. Incluso en el Otro Mundo, lo invadió una sensación de calma. Todo había terminado.
—Aún no, para ti no.
Macon reconoció la voz de inmediato y se volvió. Lila Jane, como una luz en el abismo. Resplandeciente y hermosa.
—Janie hay tantas cosas que quiero contarte.
Jane negó con la cabeza. El cabello le caía sobre los hombros.
—No tenemos tiempo.
—Sólo tenemos tiempo.
Jane le tendió la mano. Le brillaban los dedos.
—Toma mi mano.
En cuanto Macon la tocó, la oscuridad empezó a sangrar a colores y luz. Vio algunas imágenes, figuras y formas familiares flotaron a su alrededor. Pero no podía retenerlas. Y entonces se percató que se encontraban en el archivo, un lugar especial para Jane.
—Jane, ¿qué ocurre?
La vio extender el brazo, pero todo estaba borroso. Y oyó las palabras que él le había enseñado.
—En estas paredes sin tiempo ni espacio, vinculo tu cuerpo y a la tierra lo suprimo.
Tenía algo en la mano. El Arco de Luz.
—¡Jane, no lo hagas! Quiero estar aquí contigo.
Lila Jane levitaba delante de él, aunque ya había empezado a desvanecerse.
—Te prometí que si llegaba el momento lo usaría. Cumplo ahora con mi promesa. No puedes morir. Te necesitan. —Desapareció y sólo quedo su voz—. Mi hijo te necesita.
Macon quería decirle todo cuanto no le había dicho en vida, pero era demasiado tarde. Sentía la atracción imposible de evitar del Arco de la Luz. Al caer al abismo, oyó que Lila Jane sellaba su destino.
Comprehende, Liga, Cruci Fige.
Captura, Jaula, Crucifijo.
Macon soltó mi mano y la visión nos liberó. Yo, sin embargo, no quería dejarla escapar y no la olvidé. Mi madre lo había salvado con el arma que el propio Macon le había dado para que se protegiera de él. Había renunciado a la oportunidad de estar juntos por fin y lo había hecho por mí. ¿Sabía que era nuestra única oportunidad?
Abrí los ojos. Liv estaba llorando y Ridley fingiendo que no lo estaba.
—Oh, por favor ya basta de dramas —dijo, y una lágrima resbaló por su mejilla.
Liv se limpió las lágrimas.
—No tenía ni idea que un Sheer pudiera hacer algo así.
—Te sorprendería saber de lo que somos capaces cuando la situación lo requiere —dijo Macon, apoyando la mano en mi hombro—. ¿No es verdad, señor Wate?
Era su forma de darme las gracias. Sin embargo, al mirar a mi alrededor y ver nuestro círculo roto, sentí que no las merecía. Ridley había perdido sus poderes, Link estaba maltrecho y dolorido, y Liv había destruido su futuro.
—Yo no he hecho nada.
Macon apretó mi hombro y me obligó a mirarlo.
—Tú has sabido ver lo que la mayoría había pasado por alto. Tú me has traído aquí, tú me has sacado del Arco de la Luz. Tú has aceptado tu destino de Wayward y encontrado el camino hasta aquí. Y nada ha sido fácil —dijo. Luego miró a su alrededor: a Ridley, Link y Liv, en quien detuvo su mirada unos momentos antes. Antes de volver a mirarme—: Para nadie.
Tampoco para Lena.
Me costó mucho decírselo, pero debía hacerlo, porque no estaba seguro de que lo supiera.
—Lena se cree responsable de tu muerte.
Guardó silencio unos instantes. Cuando habló lo hizo con la mayor tranquilidad.
—¿Por qué?
—Aquella noche, Sarafine me clavó un cuchillo a mí, pero fuiste tú quien murió. Me lo contó Amma —dije—. Lena no se lo perdona. Y eso la ha cambiado. —Tal vez no me estuviera explicando bien, pero Macon necesitaba saber—. Tuvo que tomar una decisión que le partió el corazón, aunque en ese momento no se diera cuenta.
—Sin duda.
—Recurrió al Libro de las Lunas señor Ravenwood —dijo Liv llevada por su impaciencia—. Lena estaba desesperada, quería salvar a Ethan, y pensó en el libro. Hizo un pacto, su vida por la de Ethan. Lena no sabía lo que ocurriría, porque no hay forma de controlar el libro, que es la razón de que los Caster no lo puedan custodiar.
Nunca había oído a Liv hablar de ese modo. Parecía una bibliotecaria Caster.
Macon agachó la cabeza ligeramente.
—Comprendo —dijo—. Olivia.
—Sí, señor.
—Con el debido respeto, este no es momento para una guardiana. Hoy será necesario emprender ciertas acciones que es mejor no consignar en ningún documento o, como mínimo, de las que no deberíamos hablar en el futuro, ¿lo entiendes?
Liv asintió. Por su expresión supe que, en efecto, lo entendía, y tal vez más de lo que Macon era consciente.
—Ha dejado de ser Guardiana —dijo Macon.
Liv le había salvado la vida y destruido a suya entretanto. Cuando menos, merecía el respeto de Macon.
—Después de lo que ha sucedido, es lo más probable —dijo Liv con un suspiro.
—Todo ha cambiado —dije.
Macon miró a Liv unos instantes y luego de nuevo a mí.
—Nada ha cambiado. Al menos, nada importante. Podría cambiar, pero todavía no lo ha hecho.
Link se aclaró la garganta.
—Pero ¿qué podemos hacer? Quiero decir, ¿los han mirado? —Hizo una pausa—. Ellos cuentan con un ejército entero de Íncubos y quien sabe qué más.
Macon nos miró, valorando nuestras posibilidades.
—¿Con que contamos? Con una Siren privada de sus poderes, una Guardiana renegada, un Wayward perdido y… con usted señor Lincoln. Una pandilla variopinta pero con iniciativa, de eso no hay duda. —Lucille maulló—. Sí, también contamos con usted, señora Ball. —Me di cuenta de lo maltrechos que estábamos: magullados, sucios y exhaustos—. Y sin embargo han llegado hasta aquí y me han liberado del Arco de Luz, lo cual no es una hazaña precisamente menor.
—¿Está usted diciendo que podemos vencerlos? —preguntó Link con la misma mirada que ponía cuando Earl Petty empezaba una pelea contra el equipo de fútbol americano del Summerville High al completo.
—Estoy diciendo que, por mucho que yo disfrute de su compañía, no tenemos tiempo de quedarnos aquí parados charlando. Tengo que ocuparme de unas cuantas cosas, como, por ejemplo, mi sobrina, que es la primera y más importante —dijo Macon y se dirigió directamente a mí—. Wayward, muéstranos el camino.
Macon dio un paso, pero las piernas no le sostuvieron y cayó levantando una nube de polvo. Se incorporó y se quedó sentado en la arena con su esmoquin chamuscado. Aún no se había recobrado de su estancia en el Arco de la Luz. Al parecer yo no había convocado a un pelotón de marines. Necesitábamos un plan B.