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--No corras --dijo Oliver en voz baja--. Los leones son animales bastante conservadores. Estos nunca han atacado a personas. Puede que se lo piensen dos veces.
--¿Cómo sabes que no han atacado a nadie antes?
--Como te dije, el Nairobi Park está dentro de los límites de la ciudad --dijo él--. Si hubieran matado a alguien, el departamento de caza ya los habría sacrificado.
De repente, a Lara se le ocurrió una idea.
--¿Qué pasaría si caminase muy despacito?
--¿Hacia el coche? --le preguntó él--. Probablemente nuestra vieja amiga del techo se te eche encima si te acercas demasiado y se siente amenazada.
--No --dijo Lara--. Hacia el cadáver del árabe.
--Probablemente no pase nada --dijo Oliver--. Pero si me equivoco tendrás menos de tres segundos hasta que el que esté más cerca te salte encima.
--Merece la pena intentarlo --dijo ella--. Recuerda que están hambrientos y nosotros estamos cubiertos de sangre de topi. No van a quedarse ahí mirando todo el día.
Lara dio un primer paso, después un segundo y después un tercero. La leona líder se paró y la observó con curiosidad.
Dos pasos más y llegó al cuerpo del árabe. Se arrodilló muy despacio sin quitarles los ojos de encima a los leones, tanteó bajo el cadáver del hombre y finalmente encontró lo que buscaba.
Se enderezó muy despacio con la Magnum de Oliver en la mano.
--Tiene demasiado retroceso para ti --dijo Oliver--. Y aunque tuvieras un golpe de suerte y mataras al primero, los otros tres estarán sobre ti antes de que puedas volver a apuntar.
--No voy a dispararles --dijo Lara mientras las dos leonas se empezaban a acercar con cautela. De repente, la leona que estaba encima del coche saltó con agilidad al suelo a menos de veinticinco metros.
--¿Entonces para qué has cogido el revólver?
--Calla --dijo ella--. Tengo que concentrarme. --Se dio la vuelta, levantó la Magnum con las dos manos y apuntó al rinoceronte que, como sabía que los leones no lo molestarían, comía tranquilamente a unos noventa metros de ellos--. No lo puedo matar a esta distancia, ¿verdad?
--No --respondió Oliver--. Pero puedes ponerlo de muy mala leche.
--¡Bien! --dijo ella mientras apretaba el gatillo.
Los leones saltaron y rugieron al oír el sonido. Lara vio que el rino comenzaba a galopar directo hacia ella, levantando una nube de polvo a su paso. Ella permaneció en su sitio mientras la enorme criatura se acercaba cada vez más. Los leones, al no saber que el rinoceronte cargaba contra Lara y no contra ellos, corrieron en busca de refugio.
Lara gritó al rino para asegurarse de que no se volviera y diera a los leones la oportunidad de reagruparse. El animal resopló, bajó la cabeza y aumentó la velocidad... y ella lo esquivó como los toreros que había visto en las plazas de toros de Madrid y Barcelona. Como había hecho antes, el rinoceronte siguió corriendo y esta vez desapareció por una cresta cercana.
Lara y Oliver corrieron al coche y consiguieron ponerse a salvo dentro antes de que los leones salieran de su refugio y regresaran. Oliver metió la llave en el contacto y salió de allí. Lo último que pudo ver Lara fue cómo los leones se acercaban con cautela al árabe muerto, decididos a comer lo que fuera esa mañana.
--Has estado rápida de reflejos --dijo Oliver--. Supongo que no querrás asociarte conmigo en el negocio de los safaris, ¿no?
--En alguna otra vida --contestó ella--. Sólo quiero llegar a las Seychelles.
--Llegaremos allí, no te preocupes.
Condujeron hasta la puerta Langata, donde Oliver detuvo el coche y se acercó al puesto del guarda. Pasó unos momentos hablando con él, después volvió al coche y salieron del parque.
--De acuerdo --dijo Oliver--. Hemos limado asperezas y le he contado la trola de que estábamos siguiendo a un furtivo famoso. Hasta le disparamos un par de veces, pero se escapó, lo que al menos explica los tiros si alguien pregunta por ellos.
--¿Y el árabe muerto?
--Los leones no dejarán mucho de él y los carroñeros se ocuparán del resto. Mañana no quedará ni rastro de él.
De repente, salió de la carretera y se detuvo junto a una pequeña mercería.
--¿Porqué paramos aquí? --preguntó Lara cuando se detuvieron junto a la puerta.
--¿No recuerdas que estamos cubiertos de sangre? --dijo Oliver--. No hay carnívoros ni en el aeropuerto ni en el avión, pero no vamos a oler muy bien.
--La verdad es que se me había olvidado por completo --dijo Lara mientras salía del coche y entraba con él en la tienda.
Los dos compraron trajes color caqui, el de él bastante soso, el de ella más elegante y ajustado; después de otros cinco minutos llegaron al aparcamiento del Wilson Airport.
--Parece animado --comentó Lara mientras aterrizaba un avión y otro despegaba unos segundos después.
--Casi todos los vuelos nacionales despegan y aterrizan aquí --contestó Oliver mientras se dirigían a la entrada--. Hay vuelos programados para Mará, Samburu, Lamu y media docena de sitios más. Y decenas de vuelos charter salen de aquí todos los días.
--Bueno, ¿dónde está nuestro piloto? --preguntó ella mirando a su alrededor cuando entraron al pequeño aeropuerto.
--Ni idea --dijo Oliver--. No quedamos a una hora fija... sólo a última hora de la mañana. Estos acuerdos suelen ser bastante informales.
--¿Qué hacemos ahora?
--Esperaremos donde hay más probabilidades de que nos busque.
La llevó hasta un pequeño bar-restaurante en uno de los extremos del edificio.
--Se llama Dambusters 77 Club --le informó Oliver mientras se sentaban en un reservado de cuero--. Se supone que es sólo para miembros, pero cualquiera puede ser miembro por un día.
Ella vio a varios hombres sentados en el bar, la mayoría vestidos con chaquetas de cuero a pesar del calor.
--Supongo que esos tipos son los pilotos, ¿no? --dijo.
Él asintió.
--Sí, ese es el uniforme, claro. Aquí es donde pasan el rato. Si nuestro hombre no aparece pronto veré si podemos contratar a uno de esos.
No tuvo que molestarse. Un hombre alto y delgado se les acercó pocos minutos después y se presentó como Milo Jacobi. Por su acento averiguaron que era americano.
--Encantado de conoceros --dijo--. Acabo de traer a una pareja del Cráter Ngorongoro en Tanzania. Tengo combustible de sobra para llegar a Mombasa, así que podemos irnos cuando queráis. Cuando hayamos repostado en la costa, podremos ir directos a las islas. Las Seychelles están a unos mil seiscientos kilómetros al este de la costa y viajaremos a unos trescientos kilómetros por hora, así que me imagino que serán unas cinco horas desde Mombasa... y llegaremos a Mombasa en una hora y media. He guardado unos sandwiches en el avión por si os da hambre, y unos cuantos refrescos.
--Por mí bien --dijo Lara--. Vámonos.
Él los condujo hasta el campo de vuelo y al poco rato estaban junto al avión.
--Tiene cinco asientos --dijo él--, así que podéis sentaros detrás los dos o uno de vosotros se puede sentar delante conmigo.
--Yo me quedaré detrás --dijo Lara.
--Yo también --dijo Oliver--. No me importa volar, pero odio mirar por la ventana delantera... cuando ves las nubes zigzaguear a ambos lados te das cuenta de cómo empuja el viento.
Jacobi se rió divertido.
--De acuerdo, que sea el asiento trasero. ¿Tenéis equipaje?
--Sólo mi mochila --respondió Lara--. Compraremos lo que haga falta cuando lleguemos allí.
Si Jacobi lo encontró extraño, no lo dijo. Un par de minutos después corrían por la pista y al cabo de un momento ascendían y ponían rumbo al este. Lara se reclinó en el asiento, se relajó y miró por la ventanilla al despejado cielo azul africano. Bajaron en Mombasa, repostaron y pusieron rumbo a las Seychelles. Cuando ya habían recorrido unos ciento sesenta kilómetros sobre el Océano índico y volaban a unos dos mil doscientos metros de altitud, Jacobi bajó la cabeza y comenzó a susurrar para sí.
--¿Qué haces? --le preguntó Lara con curiosidad.
--Rezar --dijo él. De repente, puso una mano sobre el control de mandos y paró los motores.
--¿Qué demonios has hecho? --le gritó Oliver mientras se inclinaba hacia delante.
--He hecho lo que muchos otros no lograron hacer --respondió--. He matado a Lara Croft.
--¡Nos has matados a todos! --volvió a gritarle Oliver.
--Mejor la muerte que un mundo gobernado por el Mahdi --dijo Jacobi muy sereno.
Lara se lanzó sobre el asiento del copiloto e intentó volver a arrancar los motores. Jacobi le lanzó un puñetazo que le acertó a Lara de lado en la mandíbula.
Ella se sacó el Escalpelo de Isis de la bota y le cortó el cuello de extremo a extremo. Su grito se convirtió en un gorgoteo húmedo. Sin siquiera pararse a mirarlo, Lara se dirigió directamente a los controles.
--¡Lánzalo fuera! --le ordenó a Oliver.
--La puerta está en el otro extremo del avión.
--Entonces baja su ventanilla y empújalo fuera. ¡Perdemos altitud! Tenemos que aligerar el avión y ganar algo de tiempo, aunque sea unos segundos, mientras yo intento arrancar los motores.
A Oliver le llevó unos treinta segundos abrir la ventanilla y el avión casi se dio la vuelta con el cambio de presión, pero Lara consiguió nivelar de nuevo las alas y Oliver se las arregló para deslizar el cadáver del piloto muerto a través de la ventana. Jacobi inició el descenso de mil ciento cincuenta metros hacia el océano.
--¿Puedo ayudar? --preguntó Oliver.
--¿Sabes pilotar un avión?
--No.
--Entonces no puedes --dijo Lara.
--¿Cuánto nos queda hasta estrellarnos?
--Si fuera un 747 tendríamos unos cinco segundos... pero es un avión pequeño, relativamente ligero. Aunque el motor esté apagado y estemos perdiendo altitud, probablemente pueda planear unos tres minutos más antes de que nos estrellemos contra el agua.
Oliver se sentó completamente inmóvil para no distraerla. El altímetro señaló ochocientos cincuenta metros, después setecientos cincuenta, después seiscientos. A los cuatrocientos cincuenta, a Oliver le pareció oír que los motores intentaban encenderse, pero el avión siguió cayendo. A los doscientos cincuenta metros oyó el mismo sonido de nuevo, esta vez durante un rato mayor, antes de que volviera a desvanecerse.
Miró por la ventanilla. El océano parecía correr a su encuentro... y entonces, a los noventa metros, los motores volvieron a encenderse y esta vez ronronearon para quedarse. El avión se niveló y después comenzó a subir lentamente.
--Se acabó la crisis --anunció Lara.
--He tenido más crisis de las que necesitaba --dijo Oliver--. ¿Te importa si me siento delante contigo?
--En absoluto.
Él maniobró con cuidado hasta colocarse en el asiento vacío.
--No sabía que supieras pilotar aviones --dijo.
--Nunca me lo preguntaste --le respondió Lara.
--¿Sabes cómo llegar a las Seychelles?
--Jacobi tenía mapas y estaremos en contacto por radio con el aeropuerto de Mahé dentro de una hora o así.
--¿Crees que debemos informar de lo que le ha pasado a Jacobi?
--¿Quién es Jacobi? --preguntó ella con inocencia--. Alquilamos el avión en Mombasa. Se lo devolveremos a tu amigo cuando acabemos con él.
Oliver sonrió y sacudió la cabeza con asombro.
--Te estás acostumbrando a salvar a toda la gente que en teoría debería protegerte --dijo con ironía.
--No a toda --contestó ella--. Kevin Mason me ha salvado la vida más de una vez.
--Cuéntame más cosas sobre ese erudito de segunda generación que te rescató de entre las ruinas de la tumba --dijo Oliver--. Hemos estado tan ocupados intentando permanecer vivos que no he tenido oportunidad de preguntarte por él.
--Pasó la mayor parte de su vida adulta buscando el amuleto --contestó ella--. Es brillante, parece culto y es sorprendentemente bueno con los puños.
--Creo que mencionaste algo sobre eso.
--Entonces, ¿qué más quieres saber sobre él? --le preguntó ella--. Es el hijo de uno de los arqueólogos más famosos del mundo, es muy atractivo y parece no tener miedo a nada. Al menos, estaba más que dispuesto a arriesgar su vida por salvar la mía.
--Parece todo un personaje --dijo Oliver.
--Supongo que lo es.
--¿Y es guapo? --le preguntó él.
--¿Qué te hace pensar eso?
--Sólo un presentimiento.
--Sí --admitió ella--. También es guapo.
--¿Algo más?
--Sólo que odia lo que él llama "líos clandestinos"... pero eso no le impide hacer lo que haya que hacer. --Oliver sonrió--. ¿Qué te parece tan divertido? --le preguntó Lara.
--Parece una versión masculina de ti misma --dijo él--. Al menos lo será si él también es rico. ¿Lo echas mucho de menos?
--Eso no es asunto tuyo.
--¿Tanto? --dijo él divertido--. Si tienes razón respecto al amuleto, deberíamos acabar nuestros negocios aquí en un día o dos, y después podrás verlo de nuevo.
--Tengo razón --dijo Lara con certidumbre.
--Bueno, si te equivocas siempre puedes hacerte bailarina o quizá corredora de fútbol americano --dijo Oliver--. Esquivaste a ese rino como si hubieras nacido para ello. La mayoría de la gente pierde el valor la primera vez... Y claro, si lo hacen no suele haber una segunda vez.
--Es increíble --dijo ella--. Nunca había oído que los rinocerontes hicieran eso.
--Ya nadie los caza --dijo Oliver--. Pero es uno de los animales más malhumorados que hay. Hoy en día los furtivos se limitan a ametrallarlos con sus AK-47, pero en los viejos tiempos, cuando todavía se consideraba un deporte, tenías que esperar a que el riño embistiera, después te hacías a un lado y le metías una bala en la oreja cuando pasaba junto a ti. --Se encogió de hombros--. Sé que a los no iniciados les parece aterrador, pero la verdad es que tiene bastante de rutinario.
--Cállate, Malcolm --dijo Lara--. Intento hacerte un cumplido.
--No es necesario --contestó él--. Hay muchas cosas que desconozco. Soy un completo ignorante en cuanto al arte, la música y la mayor parte de la literatura. Me cargaron las mates en el colegio. Hace treinta años que no veo una película y mucho más que no veo una obra de teatro. Pero si hay algo de lo que sí sé es de mi propio negocio.
--De todos modos, estoy impresionada.
--No hay por qué --dijo Oliver--. ¿Qué clase de guía sería si me perdiera en el monte o no supiera nada sobre mis animales?
--Vale, tú ganas --dijo ella con una sonrisa--. Me equivoqué. La verdad es que no eres nada del otro mundo.
Y, de repente, casi pudo oír un clic en su cabeza cuando la pieza final del rompecabezas, el que la había preocupado en el viaje desde Jartún a Nairobi, por fin encajó en su sitio.
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