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A última hora de la mañana, Lara se sentía ya lo bastante fuerte como para salir del camarote. Mason se oponía por las razones que le había dado anteriormente, pero ella se negó a quedarse en su estrecho alojamiento ni un minuto más.
--Si temes que alguien nos vea --dijo Lara mientras andaba hacia la puerta-- puedes quedarte aquí. Después de todo, están buscando a una pareja.
--Buscan a una chica cuya cara parezca haber sido usada como saco de boxeo --le respondió Mason--. Estés sola o conmigo, no vas a poder esconder esos moratones.
--Entonces tendré que arriesgarme --le dijo ella con brusquedad--. He estado enterrada en una tumba, me han atacado en un hospital, me han disparado dentro de un coche y ahora estoy en una habitación del tamaño de una despensa. Tengo que tomar aire fresco. Agradezco tu ayuda, pero estoy acostumbrada a cuidar de mí misma. Tengo la impresión de que no serías ni la mitad de atento si yo fuera un hombre.
--Eso me ha dolido.
--Que te duela todo lo que quieras --dijo ella--. Pero no lo niegues. Quiero que dejes de darme órdenes y de tratarme como si fuera una valiosa pieza de porcelana que pudiera romperse en cualquier momento.
--De acuerdo --dijo Mason con tristeza--. Pero al menos deja aquí tus pistolas. Llamaran la atención aún más que tu cara.
--No las llevaba ni cuando me llevaste al hospital ni cuando escapamos de él --contestó Lara--. ¿Por qué iban a servir para identificarme?
--Si no lo hacen, al menos son lo que yo llamaría un reclamador de atención --la miró fijamente y después se encogió de hombros--. Qué demonios. Probablemente seas la única mujer occidental a bordo y además eres bastante llamativa. Supongo que las pistolas no van a hacerte destacar más.
Lara se abrochó la pistolera, introdujo las Black Demon tras hacerlas rotar sobre sus dedos y abrió la puerta.
--¿Estás seguro de que no quieres venir conmigo?
--Ya he visto el barco --dijo Mason con una mueca--. No merece una segunda visita --salió a cubierta tras ella--. Creo que voy a echarme una siesta. Despiértame cuando hayas tomado suficiente aire fresco... que, déjame que te diga, está a más de treinta y ocho grados de temperatura y subiendo --hizo otra mueca--. Estamos mucho más seguros aquí, pero al menos un crucero de mayor nivel hubiera tenido aire acondicionado.
Lara salió a cubierta, cerró la puerta detrás de ella y se dispuso a explorar el Amenhotep. El primer vistazo le dijo que no iba a tardar mucho.
Había diez puertas de cara al lado de babor. La mayoría mostraban daños evidentes causados por el moho y la humedad. Un par de ellas estaban plagadas de termitas. La cubierta de madera estaba combada y necesitaba reparaciones. Más allá de las habitaciones había un restaurante que tendría problemas para pasar una inspección de sanidad en cualquier lugar del mundo. Había una pequeña zona descubierta al fondo del bote (le costaba pensar en él como en un "barco") con tres sillas de madera desvencijadas y dos tumbonas rotas.
Miró al otro lado de la barandilla oxidada. El bote se hundía poco, por lo que no debía de llevar mucha carga. Su primer pensamiento fue que llevaba material de contrabando, pero rápidamente concluyó que no podía ser nada más pesado que drogas, y en un lugar tan empobrecido como Egipto simplemente no se obtenían beneficios traficando con drogas al sur de El Cairo. Por supuesto, podían transportar algunas antigüedades robadas si eran lo bastante pequeñas y ligeras... Pero ella nunca confiaría artefactos valiosos a un barco tan ruinoso, y estaba bastante segura de que nadie más lo haría.
Probablemente, concluyó mientras miraba a tres hombres con túnica sentados en las sillas de madera, el único cargamento era el de seres humanos. ¿De qué tipo? Sopesó las posibilidades. Podrían ser criminales en fuga, hombres que habían pagado para ir desde Luxor hasta Asuán, o incluso más al sur. Quizá fueran terroristas. O, concluyó encogiéndose de hombros, quizá la respuesta más probable era la correcta: eran pasajeros que no podían permitirse un transporte mejor que el Amenhotep.
Miró hacia la orilla e intentó orientarse. Si habían pasado Luxor, estarían llegando a Esna y Edfu en poco tiempo, después Kom Ombo y finalmente Asuán. Los principales barcos turísticos sólo iban y venían entre Luxor y Asuán, pero le daba la impresión de que este seguiría el Nilo hasta adentrarse mucho más hacia el sur. Después de todo, si había miles de mahdistas tras ellos, no tenía mucho sentido que Mason eligiera un bote cuya ruta terminara en una ciudad importante como Asuán, y tenía todavía menos sentido volver a Luxor.
Anduvo hasta la parte delantera del barco, asintió con amabilidad al capitán que le devolvió la sonrisa desde los viejos mandos situados en el interior de una cabina de madera y cristal, y después cruzó hacia el lado de estribor. Había diez habitaciones más casi idénticas a las de babor, salvo porque faltaba una puerta y la barandilla de hierro estaba, si acaso era posible, todavía más oxidada.
Como había hecho en el lado de babor, observó el Nilo y el árido paisaje al otro lado, intentando encontrar un lugar conocido que le dijera exactamente dónde se encontraban. Pasaron por un pequeño pueblo en el que una docena de críos jugaba al fútbol por la única y sucia calle del lugar. Después, el pueblo se acabó tan bruscamente como había empezado y pudo ver tierra cultivada en los dos kilómetros siguientes.
Es increíble, pensó. Aquí, a lo largo del Nilo, la tierra de cultivo es como la británica, verde, rica y fértil. Pero si avanzas un par de kilómetros hacia el interior en cualquier dirección, es casi indistinguible de los desiertos del Sahara o del Gobi.
Saludó con la mano a una faluca que llevaba a cuatro pescadores locales. Ellos respondieron al saludo. Uno de los hombres se levantó tambaleante, recuperó el equilibrio, señaló sus pistolas e hizo como si desenfundara. Ella se rió, le apuntó con el dedo y fingió dispararle. Él se agarró el pecho y cayó teatralmente al Nilo, lo que pareció divertir a sus compañeros una barbaridad. Al final lo sacaron del agua justo cuando pasaba el Amenhotep, cuya estela casi hace zozobrar al barquito pesquero.
La pesca debía de haber sido buena, concluyó Lara, porque empezaron a pasar a un buen número de botes con pescadores. Se quedó junto a la barandilla, todavía buscando lugares de referencia y devolviendo los saludos y las sonrisas de los pescadores, disfrutando del simple hecho de estar lo bastante fuerte como para permanecer de pie y sentir la brisa en la cara inflamada.
Había notado que varios hombres árabes con túnica habían entrado y salido del restaurante, y que todos ellos se la habían quedado mirando, algunos con abierta hostilidad, otros con lujuria y un par de ellos con simple curiosidad. Ninguno se le había acercado y ella no sentía necesidad de iniciar un contacto. Por lo que sabía, cualquiera de ellos podía traicionarla a los mahdistas. Incluso podían ser mahdistas. Así que siguió sola, satisfecha de estar junto a la barandilla y observar el transcurso del paisaje egipcio.
Se acercó otra faluca con dos pescadores, uno con túnica y el otro sólo con un taparrabo. Ambos llevaban turbantes. El del taparrabo la saludó a voces, dándole patadas a la gramática.
--¡Hola, señorita! --dijo mientras movía la mano--. ¡Eres mujer más bonita que veo en todo el mes!
--Gracias --contestó Lara.
--¿Eres inglesa? ¿Sí?
--Sí.
--Yo estado en Londres --dijo el hombre con orgullo--. El Puente de Londres, el Palacio de Buckingham, Piccadilly Circus.
--Y yo he estado en El Cairo --respondió Lara--. Las pirámides, la esfinge, la Mezquita de Ibn Tulun.
--Eres buena viajera, señorita --rió el hombre.
--Una viajera habitual, más bien.
--¿Qué pasó en tu cara? --le preguntó el hombre--. Tu marido, ¿te encontró con otro hombre?
--Me di con una puerta.
La faluca se acercó más.
--Puerta muy dura --dijo el hombre mientras le observaba los ojos morados. De repente, descubrió sus pistolas--. ¿Por qué llevar pistolas, señorita? --le preguntó--. ¿Disparas a hombre egipcio si se pone fresco?
--Ponte fresco y lo sabrás --dijo ella con una sonrisa.
--¿Me invitas a ponerme fresco? --dijo él improvisando un pequeño baile que casi le hizo perder el equilibrio.
Ella se rió divertida. Después, por el rabillo del ojo, percibió una agitación al otro lado de la faluca. Mientras el hombre del taparrabo distraía su atención, el de la túnica había sacado un revólver y le apuntaba con él.
Ella se tiró sobre la cubierta, sacó las Black Demon y, mientras la bala del hombre rebotaba en la barandilla oxidada, disparó cinco veces. El hombre se sujetó el pecho, gritó una vez y cayó por la borda.
Lara se volvió hacia el hombre del taparrabo. Tenía una daga en la mano y estaba a punto de lanzarla cuando una bala se la arrancó de la mano. El tipo se miró la mano incrédulo y después se volvió hacia Lara.
--Acércate más --dijo ella, con ambas pistolas apuntándole--. Tengo algunas preguntas para ti.
El hombre abrió la boca como si fuera a responder, pero entonces Lara vio que intentaba coger aire. Después abrió mucho los ojos, se le puso la cara roja y se le salió la lengua, como si unos dedos fantasmas le estrujaran la garganta. Como los hombres del hospital, pensó mientras su agresor se desplomaba en el bote sin hacer ruido.
Se puso en pie y se dio la vuelta, mientras se preguntaba qué tipo de atención habría captado. Pero, para su sorpresa, nadie se le acercaba ni la amenazaba. Algunos hombres con túnica habían salido del restaurante o de sus habitaciones, pero nadie fue hacia ella. Tenían sus propios asuntos que atender, probablemente ilegales, y si los de Lara hacían que tuviera que matar a un par de pescadores, no era asunto suyo.
Mason llegó hasta ella un momento después.
--¿Qué coño ha pasado? --le preguntó echando un primer vistazo a la faluca y lanzando después una mirada furiosa a los hombres del fondo del barco que observaban a Lara.
--Alguien sabe que estamos aquí --dijo ella mientras los hombres desviaban la vista incómodos--. Han intentado matarme.
--¿Han? --repitió Mason--. Sólo hay un hombre en el bote.
--El otro está en el río.
--¡Mierda! --dijo con el ceño fruncido--. Hubiera jurado que nadie nos vio subir al Amenhotep.
--Probablemente nadie nos viera --dijo Lara--. Tengo la sensación de que estaban examinando cada barco que pasaba.
--Tenías que haberte quedado en el camarote, como te dije --insistió Mason.
--Y yo te dije que dejaras de darme órdenes --contestó Lara--. Además, eran sólo dos hombres. De todas formas, si hay cientos o miles de ellos buscándonos por todo el Nilo no podríamos haber seguido escondidos mucho tiempo. Creo que resulta razonable suponer que tendrán hombres subiendo a todos los barcos que paren, o al menos inspeccionándolos. Hay paradas en Edfu y tendremos que parar en Asuán para que bajen pasajeros, así que eso les da al menos dos oportunidades más. --Miró a Mason fijamente--. Quizá sería mejor que me contaras exactamente adónde va este bote.
--Al sur.
--¿Hasta qué punto del sur?
--Depende.
--¿Deque?
--De lo que le pague al capitán --dijo Mason--. Le di lo bastante como para llevarnos hasta la mitad de Sudán. Supongo que nos llevaría hasta Uganda si le doy suficiente dinero.
--A la velocidad a la que avanza este barco, eso está a semanas de distancia --dijo Lara--. Creo que sería mejor atender un problema más inmediato. --Se apoyó en la barandilla y disparó otra media docena de veces sobre el suelo de la faluca. El agua comenzó a entrar y el bote de pesca se hundió con su cargamento humano--. Una cosa hecha --anunció mientras miraba un par de caras barbudas que aparecieron al fondo del barco, hasta que desaparecieron en el restaurante. Después guardó las pistolas en su sitio.
--No estarán ocultos para siempre --dijo Mason--. Tarde o temprano los cadáveres aparecerán.
--No serán los primeros cadáveres que aparezcan en el Nilo --dijo Lara--. Ni los milésimos, probablemente ni siquiera los millonésimos. Para cuando los encuentren e identifiquen habremos resuelto este asunto o... --dejó la frase en el aire.
--¿O que?
--O nos habremos unido a ellos --respondió Lara.
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