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--Será mejor que pensemos en esto detenidamente --dijo Omar. El viento seguía lanzando arena por el aire--. Obviamente no podemos continuar con nuestra ruta. Por lo que sabemos, los próximos seis u ocho oasis y pozos están envenenados.

--¿Por qué se iban a molestar? --preguntó Hassam--. Supondrán que hemos muerto aquí.

--¿Seguirán suponiéndolo cuando lleguen a recoger el amuleto por la mañana y no encuentren más cadáveres que el del camello? --le preguntó Lara con sarcasmo.

--Es un gran tirador --dijo Omar con una sonrisa divertida, al tiempo que Hassam bajaba la mirada avergonzado y se apoyaba incómodo en uno y otro pie.

--Creo que lo primero que deberíamos hacer es enterrar al camello y ver si hay alguna otra forma de esconder el hecho de que hemos estado aquí --sugirió Lara--. Si no saben que averiguamos que el agua estaba envenenada, si piensan que teníamos prisa y pasamos de largo, puede que esperen a que lleguemos al siguiente oasis o pozo antes de perseguirnos, mientras que si saben que descubrimos que este oasis estaba envenenado, se imaginarán que somos todos lo bastante listos como para no seguir de oasis en oasis.

--Todos menos uno, al menos --dijo Hassam, todavía humillado.

--Llevas razón, por supuesto --le dijo Omar a Lara--. Tenemos que regresar al lago Nasser.

--No me gusta --dijo Gaafar.

--Necesitamos agua --respondió Lara--. Y ahora podemos hacer uso de las ruedas de repuesto --añadió señalando a los dos camellos que les acompañaban desde que comenzaran el viaje.

--No vamos a hacer mucho uso de ninguno --dijo Omar.

--Vamos a comprar una faluca, ¿no? --dijo Lara con una sonrisa.

--Falso --dijo Omar--. Vamos a robar una.

--¿Por qué arriesgarnos? --le preguntó Lara--. Tengo dinero más que de sobra.

--Los mahdistas buscan a una mujer inglesa que se dirige hacia el sur siguiendo el lago Nasser y el Nilo --le explicó Omar--. Si la compramos, aunque ni siquiera hables, alguien se imaginará quién eres. Aunque no les importen los mahdistas, no tienen motivos para mantener tu identidad en secreto... y te aseguro que los mahdistas les darán motivos más que suficientes para que se la revelen. No, es mucho mejor robarla en mitad de la noche y dejarles pensar que ha sido un ladrón de un pueblo vecino.

--Deja sitio --dijo Lara con ironía tras volverse hacia Hassam--. Tienes compañía.

--No entiendo --dijo Hassam--. ¿Sitio en dónde?

--No importa. Se pierde con la traducción. --De repente, Lara se dio cuenta de que Omar la miraba fijamente a la débil luz de la luna--. ¿Ocurre algo? --le preguntó por fin.

--Como dije, no hace falta que abras la boca para que te identifiquen como inglesa. Ninguna musulmana vestiría con pantalones cortos... y menos como los tuyos... ni tampoco llevaría pistolas. --Fue hacia sus alforjas, sacó una túnica y se la lanzó--. Ponte esto. Mi talla se parece más a la tuya que la de Gaafar o Hassam.

Lara se puso la túnica y se quedó quieta mientras Gaafar le envolvía la cabeza.

--¿Qué tal? --preguntó cuando hubieron acabado.

--Arrastra por el suelo --observó Omar.

--¿Qué más da? --preguntó Gaafar--. Estará sentada en una faluca.

--Si nadie se acerca demasiado --dijo Omar--, si te ven desde la orilla mientras estemos en el bote, si no se nos acerca ninguna barca de pescadores...

--Funcionará --dijo Gaafar tajante--. Esconde su forma lo suficiente. Puede hacerse pasar por un chico adolescente.

--Me da la impresión de que Omar no opina lo mismo --contestó Lara indecisa.

--Sí que lo hace --dijo Gaafar--. Pero el trabajo de Omar consiste en esperar lo inesperado de forma que estemos preparados para cualquier eventualidad. --Volvió a mirarla y repitió:-- Funcionará.

--Sí, probablemente sí --dijo Omar. Echó un vistazo al oasis--. Me equivoqué --anunció--. No tiene sentido enterrar al camello o limpiar la zona de huellas. Cabalguemos hasta el lago Nasser. Con un poco de suerte podemos llegar allí unas cuantas horas antes del amanecer, y estar a unos cuantos kilómetros, de distancia antes de que nadie note que falta un bote.

--Bien --coincidió Lara con un movimiento de cabeza--. Y no te equivocaste tú; la sugerencia fue mía. No lo pensé a fondo.

--Sé que me arrepentiré de preguntarlo --dijo Hassam--, pero, ¿por qué no intentamos ocultar que estuvimos aquí y que sabemos que el agua está envenenada?

--Si pasamos tres o cuatro horas dejando el oasis prístino, no llegaremos al lago Nasser antes de que se haga de día --contestó Omar--. Queremos robar un bote, no adquirir uno en una batalla campal a tiros.

--Además --añadió Lara--, el viento amainará pronto. Puede que cubra los primeros kilómetros de huellas que dejemos, pero estamos a más de treinta del lago. A no ser que sepas una forma de cubrir todas las huellas que vamos a dejar, los mahdistas no tardarán mucho en imaginarse hacia dónde vamos.

--No podemos hablar mientras montamos --dijo Omar-- y el tiempo es esencial. Tenemos que llegar al lago antes de que salga el sol.

--¿Cuánto tardaremos en llegar? --preguntó Lara tras darle el último sorbo a la cantimplora. El Khobar se levantó y se colocó tras el camello de Gaafar, con el de Omar a su lado y el de Hassam en la retaguardia.

--Puede que cinco horas, quizá seis --contestó Omar--. Con suerte llegaremos cuatro horas antes de amanecer, lo que nos vendría muy bien ya que no sabemos con seguridad si habrá un pueblo en el punto donde lleguemos al lago. Puede que tengamos que seguir por la orilla unos cuantos kilómetros más.

--Seis horas. --Lara miró la cantimplora y después se encogió de hombros y se la echó al hombro--. No es mucho tiempo sin beber.

--Te lo advertí antes --le dijo Omar--. Puede que esa agua te ponga enferma.

--También me informaste de la alternativa --dijo Lara con desagrado--. Dejemos que los camellos conserven el agua que ya se han bebido.

--Eso se hacía en situaciones muy desesperadas --dijo Omar con una carcajada--. Puede que nuestra situación sea desesperada, pero por suerte no de esa manera. Nos persiguen nuestros enemigos. Si nos coger o nos hacen frente, tenemos rifles y pistolas y podemos devolver los disparos. ¿A quién puedes disparar cuando estás perdido en el desierto y no tienes agua?

--Me has cogido --admitió Lara--. Háblame de los mahdistas.

--¿Qué deseas saber?

--El nieto del Mahdi, cuyo nombre no consigo recordar... --comenzó Lara.

--Sadiq al Mahdi --la ayudó Omar enseguida.

--Sadiq al Mahdi --repitió ella--. Fue elegido Primer Ministro de Sudán en los sesenta, ¿no?

--En 1965 --dijo Omar--. Pero su gobierno cayó en 1967.

--Pero entonces volvió a ser elegido, ¿no?

--Fue elegido en 1986 --respondió Omar--. Y lo echaron por segunda vez tres años más tarde.

--Entonces mi pregunta es sencilla: dado que todavía quedan descendientes directos del Mahdi, y dado que uno de ellos fue lo bastante popular como para ser elegido no una, sino dos veces, ¿por qué los mahdistas no apoyan a uno de los descendientes del Mahdi para que gobierne el país? ¿Por qué tantos esfuerzos por intentar encontrar el amuleto?

--A Sadiq al Mahdi lo eligieron dos veces debido a su parentesco y lo echaron dos veces debido a su actuación en el gobierno --le respondió Omar--. Esto probó a los mahdistas que tener la sangre del Mahdi original no era suficiente. Su tan esperado líder debe tener también el poder, y ese poder reside en el amuleto.

--Si lo encontraran antes que nosotros, ¿se lo darían a un descendiente del Mahdi?

--El que lo posea será el Mahdi --le explicó Omar--. El nieto y otros lo adoptaron como nombre de familia, pero el Mahdi original se llamaba en realidad Muhammad Ahmad. La palabra Mahdi significa El Elegido; en tu cultura, sería el equivalente del Mesías.

--Ya veo --dijo Lara--. ¿Así que los mahdistas en realidad no tienen ningún vínculo con el clan Mahdi actual?

--No --respondió Omar--. De hecho, si los mahdistas lograran hacerse con el amuleto, creo que matarían a todos los que llevaran ese nombre por herejes, igual que a todos los que no aceptemos al poseedor como el verdadero Mahdi.

--Entonces, los que llevan la sangre del Mahdi deberían estar dispuestos a ayudarnos, ¿no?

--Los descendientes de Muhammad Ahmad creen que la autoridad sobre la gente y los asuntos de Sudán debería pertenecerles por derecho de nacimiento. Se oponen a los mahdistas por el amuleto, pero se oponen a nosotros porque no pensamos que su sangre les dé derecho a gobernarnos --Omar sonrió--. En este caso --concluyó--, los enemigos de mis enemigos no son mis amigos.

--¿Cuántos mahdistas hay exactamente?

--¿Quién puede saberlo? Cien mil, un millón, cinco millones. Están repartidos por todo el norte de África y llegan incluso hasta Estambul. En todos los lugares donde haya gente aguardando al Esperado, habrá mahdistas.

--¿Y cuántos antimahdistas sois?

--Existen los antimahdistas, que no desean que se encuentre el amuleto, pero no nos llamamos por ese nombre --dijo Omar--. De hecho, no nos llamamos por ningún nombre. Somos unos cuantos miles, como mucho. Nos unimos cuando supimos de la visita del Coronel Stewart al Templo de Horus. Antes de eso simplemente no había nada que hacer, porque nadie sabía dónde estaba el Amuleto. Una vez supimos que todavía existía, encontrarlo y destruirlo se convirtió en nuestra misión sagrada.

--En el Templo no había nada --dijo Lara.

--Pero los mahdistas no lo saben.

--Ese detalle me lo han dejado muy claro --dijo ella ceñuda.

--Y por eso tenemos que encontrarlo ahora y no sólo evitar que cualquier otro lo haga --continuó Omar--. De lo contrario, te matarán a ti y a tu amigo Kevin Mason --hizo una pausa--. La única ventaja que tenemos es que pronto llegarán a la conclusión de que no encontraste el amuleto, y creo que se contentarán con esperar mientras tú y Mason lo buscáis en Sudán. Después de todo, ¿por qué iban a matar a las dos personas con más probabilidades de encontrar lo que ellos tanto desean?

--Pensaba que me había metido en un buen lío cuando quedé sepultada en la tumba --dijo Lara. Hizo una mueca al recordar su confrontación con el horrible dios Set--. Ahora pienso que el destino sólo me daba una oportunidad para descansar antes de ponerme realmente contra la pared.

Siguieron cabalgando a través de la noche. Lara le preguntaba de vez en cuando a Omar sobre Sudán, mientras que Hassam y Gaafar escudriñaban constantemente la oscuridad en busca de enemigos. Finalmente, llegaron a la orilla del lago Nasser. Lara desmontó de El Khobar y llenó la cantimplora.

--Impresionante, ¿verdad? --dijo mientras se enderezaba y miraba al lago.

--Es el mayor lago artificial del mundo, creado cuando construyeron la Gran Presa --dijo Omar--, pero sigue siendo el agua del Nilo. No hay nada comparable.

--Existe otro lago --contestó Lara--. El lago Kariba en Zimbabue, construido al levantar una presa en el Zambeze.

--No he estado nunca allí, pero he visto los mapas. No es ni la mitad de grande que el lago Nasser.

--No --coincidió ella--, pero es mucho más profundo. De hecho, el peso del agua hizo que el fondo del lago se hundiera. Se lo conoce como el lago que abolló la Tierra.

--El Zambeze no es el Nilo --dijo Omar, convencido de que si eso era una discusión, acababa de ganarla.

--Será mejor que nos pongamos en marcha de nuevo --dijo Gaafar tras acercarse a ellos--. Tenemos que encontrar un bote antes de que salga el sol.

Omar asintió, y un momento después cabalgaban hacia el sur a lo largo de la orilla del río. Al cabo de cinco kilómetros llegaron a un pequeño pueblo y, en silencio, levantaron en vilo una faluca y la llevaron hasta el agua.

--Ataremos los camellos y los dejaremos aquí como pago --dijo Omar.

--¿No llamaran los del pueblo a las autoridades?

--Cinco camellos valen por una flota entera de falucas --dijo Omar con una sonrisa--. Se considerarán bendecidos por Alá y no se lo dirán a nadie, por miedo a que el gobierno les confisque algunos camellos en lugar de impuestos.

Gaafar y Hassam terminaron su trabajo y trasladaron a la faluca las sillas, los sudaderos, las fundas de los rifles y el resto del equipo que llevaban los camellos. Una vez Omar hubo atado las patas delanteras de los camellos, él, Lara y Hassam subieron a bordo y Gaafar, el más fuerte de los cuatro, empujó el bote, lo alejó de la costa y saltó dentro.

--Adiós, El Khobar --dijo Lara en voz baja mirando hacia los camellos--. Estarás mucho más seguro sin mí.

El Khobar volvió la cabeza brevemente al oír su voz y dio un bufido, como si estuviera totalmente de acuerdo con ella.

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