26

`

--Bueno, ¿adónde vamos? --le preguntó Lara a Oliver mientras el coche de safari subía por la serpenteante calle.

--Primero vamos a pasar por mi casa --respondió Oliver--. Allí tengo mi viejo rifle de caza, y Max está allí también.

--¿Quién es Max?

--Es mi perro... un Jack Russell terrier. Tiene una boca de miedo. Créeme, no hay forma de que alguien entre a escondidas si Max está cerca.

Ella miró por la ventanilla.

--La verdad es que no puedo verlo muy bien, pero el paisaje parece precioso.

--Lo es --dijo él--. Los antiguos terrenos de Karen Blixen están sólo a unos tres kilómetros de aquí.

--¿Y dónde vives tú? --le preguntó ella--. Nunca he visitado tu casa.

--Siempre estábamos fuera, en medio de la naturaleza --dijo él--. No pagabas por ver una casa. Pero está muy cerca, en la calle Windy Ridge.

--¿Windy Ridge?

--"Cresta del viento". Es un buen nombre --contestó Oliver--. La forma en que sopla el viento por aquí, especialmente en la estación de las lluvias, dejaría a Chicago en ridículo.

--Si tú lo dices, tendré que creerte --dijo Lara--. ¿Cuánto terreno tienes?

--Cuatro acres, unos dieciséis mil metros cuadrados --respondió él--. Un par de leopardos locales vive en el barrio, pero Max siempre me avisa cuando andan cerca.

--¿Leopardos? --repitió ella sorprendida.

--Esto no es Nairobi --respondió él con una sonrisa--. Estas eran tierras de cultivo. Ahora está lleno de expatriados británicos y se ha convertido en los "exurbios", un área residencial para ricos más allá de los suburbios, y está todo lo urbanizada que puede llegara estar. Y, mientras haya lugares donde esconderse y perros y caballos que comer, habrá leopardos. Son como los coyotes en América; justo cuando piensas que ya se han ido, cuando llevas un año sin ver ninguno y has registrado cada palmo del campo y declarado el lugar libre de ellos, de repente te encuentras con un leopardo en el regazo.

--Ahora veo por qué guardas tu rifle.

--El rifle es para los bandidos --contestó él--. Bueno, he disparado por encima de las cabezas de los leopardos un par de veces para ahuyentarlos, pero mis días de caza se han acabado. He llegado a la conclusión de que las pieles de leopardo le quedan mucho mejor a los leopardos, y de que el marfil queda mucho mejor dentro de la boca de un elefante.

Torció a la derecha y Lara vio un pequeño cartel anunciando que estaban en Windy Ridge. Medio kilómetro después paró frente a una vieja casa de madera bastante grande, rodeada de terrazas y patios y con unos terrenos inmaculados.

--Es precioso --comentó Lara.

--Me gustaría poder decir que tengo algo que ver en ello, pero la compré hace sólo unos años y los jardines venían con la casa. --El coche se paró y salieron--. Curioso --dijo Oliver.

--¿El qué?

--Max. Siempre sale a recibirme.

--Quizá esté durmiendo.

Él negó con la cabeza.

--Algo va mal.

--¿Por qué no lo buscas en la casa y yo compruebo el patio? --sugirió Lara.

--De acuerdo.

--Un Jack Russell terrier, ¿no?

--Sí.

Mientras Oliver entraba en la casa, Lara comenzó a andar por el exterior. No había alumbrado, pero cuando se encendía la luz de una habitación proyectaba algo de luz sobre el terreno. Fue al llegar a la parte trasera de la casa cuando se encontró en medio de una oscuridad casi absoluta.

Podía ver la silueta de una pequeña cabaña de madera a unos cuarenta y cinco metros de la casa, así que decidió ir hasta ella y ver si el perro estaba allí. Estaba a punto de abrir la puerta cuando oyó un sonido susurrante tras ella y se dio la vuelta para averiguar de qué se trataba.

Se encontró frente al leopardo más grande que hubiera visto nunca. Fue a coger sus pistolas y se dio cuenta de que todavía estaban empaquetadas. Sacó el Escalpelo de Isis, preparada para ponérselo lo más difícil posible al felino.

Y entonces, en vez de saltar sobre ella, el leopardo habló. La boca no se movió, pero Lara pudo escuchar el mismo tono vacío, la misma voz insustancial que le había dicho que buscara la carta de Gordon.

¿Por qué estás aquí?, le preguntó a Lara, Tu camino te lleva a otra parte, al otro lado del mar. Encuéntrame, libérame y te proporcionaré el control sobre la vida de los hombres.

--Estoy en camino --dijo ella--, pero...

No hables en voz alta, dijo el leopardo en silencio. Puedo oír lo que piensas.

Pronto estaré en la isla de Praslin, pensó Lara.

Muchos intentarán detenerte.

Lo sé, pensó ella. Y después: Parece que quieres que te encuentre. ¿Me protegerás?

El leopardo gruñó.

Ardo en deseos de que me encuentren, de que me usen como Mareish deseaba. Pero no protejo a nadie. Si eres merecedora de poseerme, vendrás a mí. Si pueden detenerte, entonces no eres la Única.

--Parece justo --dijo ella en voz alta--. Pero, entonces, no me entorpezcas.

La reunión ha concluido. Márchate, porque cuando libere al animal hará lo que le plazca. Ya ha matado al perro al que buscas.

Lara retrocedió unos cuantos metros y tropezó con el cobertizo.

--Bien --se dijo a sí misma--. Esperaré dentro hasta que te vayas o hasta que Malcolm te vea y te vuele en pedazos con su rifle.

Entró en la cabaña y, mientras buscaba a tientas la pared trasera, tocó uno de los viejos rifles de caza de Malcolm. Comprobó el cerrojo para ver si estaba cargado. No lo estaba, pero localizó varias cajas de cartuchos en un pequeño estante.

Abrió uno y lo introdujo en el rifle, sólo para comprobar que no era del tamaño apropiado.

Miró a través de la puerta al leopardo y, por la expresión de los ojos y por su comportamiento en general, pudo saber que ya había recuperado la posesión de su cuerpo. Empezó a acercarse a ella entre la hierba con la cabeza gacha.

Deslizó otra bala en el rifle y esta vez sí encajó. Intentó apuntar al leopardo lo mejor que pudo en la oscuridad; después se quedó inmóvil mientras él acechaba más cerca y más cerca, con el rabo moviéndose nerviosamente.

Al fin, cuando supo que el leopardo estaba a punto de saltar sobre ella, disparó el rifle por encima de su cabeza. El leopardo saltó hacia atrás gruñendo y se precipitó en la oscuridad cuando volvió a levantar el rifle.

Oliver salió corriendo de la casa con un fusil en la mano.

--¿Qué ha pasado? --gritó--. ¿Estás bien?

--Estoy bien, Malcolm --dijo ella--. Sólo ha sido un encuentro con un leopardo.

--¿Lo heriste? --preguntó Malcolm con urgencia.

Lara negó con la cabeza.

--Yo también pienso que la piel de los leopardos le queda mejor a sus propietarios originales. Disparé para ahuyentarlo.

--Me sorprende que ese viejo rifle no te rompiera el hombro --dijo él--. Es un Nitro Express .550. --Miró a su alrededor--. ¿Has visto a Max? Espero que no se encontrara con ese leopardo.

--No --dijo ella con sinceridad--. No lo he visto.

--Supongo que se ha marchado en su propia expedición de caza --dijo Oliver--. Lo hace de vez en cuando. Bueno, no tiene sentido estar esperándolo toda la noche, quizá todo el fin de semana. Tengo mi rifle; para eso vinimos.

Volvieron al coche, donde lo primero que hizo Lara fue sacar sus pistolas y colocarse la pistolera alrededor de las caderas. Tiró el bolso de viaje en el asiento trasero y después salieron de Ngong Hills. Pronto volvieron a estar al nivel de la carretera.

Al cabo de unos cuantos kilómetros, Lara se volvió hacia Oliver y le dijo:

--Vas a Rift Valley, ¿por qué?

--No vamos tan lejos --contestó él--. Ésta es la vieja carretera de Limuru. Sólo la seguimos hasta Banana Hill.

--Nunca he oído hablar de ella.

--Está a unos treinta kilómetros de Nairobi --respondió Oliver.

--¿Qué hay allí?

--Un pequeño mesón muy agradable, muy tranquilo y casi desconocido llamado Kentmere Club.

--¿Kentmere Club? --repitió ella--. ¿No comimos ahí una vez de vuelta de un safari?

--¿Te llevé allí? --preguntó él--. No me acuerdo.

--Bueno, yo sí me acuerdo --dijo Lara--. La especialidad de la casa era el pato y también tomé un rollo de chocolate estupendo de postre.

--Ése es el lugar, no hay duda.

--Pero sólo es un restaurante.

--La mayoría de la gente lo cree --respondió Oliver--, pero en realidad es un hotel. Tiene una docena de habitaciones.

--Vale --dijo ella--. ¿Por qué allí?

--No está en Nairobi, no está en Naivasha, no está en Nanyuki, no está en Nyeri, no está en ninguna ciudad. Y, como te he dicho, muy poca gente sabe que es un hotel.

--¿Podemos escondemos allí hasta el martes? --le preguntó ella poco convencida.

--No lo sé --contestó Oliver--. Espero que sí. Supongo que depende de lo bien organizado que esté el enemigo. Eso lo sabes tú mejor que yo.

Si esperaba respuesta no la consiguió, porque Lara se quedó callada. Minutos después se detuvieron frente a una encantadora mansión antigua estilo Tudor que parecía sacada de Surrey o Tumbridge Wells. Oliver se acercó al mostrador de recepción, habló en voz baja en suahili y después se volvió hacia Lara.

--¿Tienes algunos chelines kenianos? --le preguntó.

Ella sacó un fajo, cogió la mitad y se la dio al recepcionista.

--Creía que te conocían por aquí --le dijo Lara a Oliver mientras subían las escaleras hasta sus habitaciones contiguas.

--Y me conocen --respondió él.

--Entonces, ¿por qué te han hecho pagar por adelantado? ¿Y por qué no aceptan tarjetas de crédito?

--Las tarjetas de crédito pueden rastrearse --dijo él--. Y no he pagado por adelantado.

--¿De qué iba todo eso entonces?

--Un tercio del dinero era para mantenerles la boca cerrada si alguien viniera preguntando por nosotros.

--¿Y los otros dos tercios?

--Para que finjan no haberte visto entrar con un par de pistolas --dijo él con una sonrisa--. Puede que a ti te parezcan parte de tu traje, pero suelen poner a la gente un poco nerviosa.

--¡Mierda! ¡Me había olvidado de ellas!

--No hay problema. Ya está solucionado. --Se pararon frente a una pesada puerta de roble y Oliver le pasó una llave--. Ahora te sugiero que pases la noche durmiendo a pierna suelta. Te veré en el desayuno.

Lara entró en la habitación. Necesitaba más decoración y modernizarla un poco, pero estaba limpia y eso le bastaba. Se dio una ducha rápida; después se tumbó y se quedó dormida en cuanto la cabeza tocó la almohada.

`

* * *

`

Se despertó con el canto de los pájaros. Se vistió, se acercó a la ventana y miró fuera. El sol estaba alto, un grupo de comensales se sentaba en las mesas del césped y la vista y el olor de la comida parecían haber atraído la atención de todos los pájaros de los alrededores.

Bajó las escaleras y salió fuera, donde se encontró con Oliver, que ya estaba sentado tomando una taza de café.

--¿Café? --dijo ella levantando una ceja.

--Sé que es pecado para un inglés --explicó él--, pero he tenido tantos clientes americanos que insistían en comenzar el día con esto que al final me he acostumbrado.

Un camarero kikuyu con chaqueta blanca se les acercó y le preguntó a Lara qué deseaba tomar.

--Todavía no he visto la carta --dijo ella--. Tomaré un poco de té cuando la traiga.

--Sí, Memsaab --dijo él con una leve inclinación; después se dirigió a la cocina.

--Tómate un plátano o un poco de melón mientras esperas --le sugirió Oliver mientras señalaba el cuenco de fruta del centro de la mesa.

Lara alargó la mano para hacerlo y un pequeño estornino comenzó a chillar.

--¿Y a ti qué te pasa? --le preguntó Lara--. ¿Nadie te ha dicho nunca que es de mala educación pedir en la mesa? --Nadie se lo había dicho, así que el pájaro caminó atrevidamente hacia ella--. De acuerdo --dijo Lara mientras cogía una pequeña uva y se la sostenía.

El estornino observó la uva durante un momento y después se inclinó hacia delante y se la quitó de la mano.

--¿Cómo has dormido? --preguntó Oliver a Lara.

--No había dormido tan bien en muchos días --contestó ella--. Estaba agotada y la cama era muy cómoda. Ahora estoy lista para comer. ¿Qué tenemos hoy en la agenda?

--Nos vamos --dijo Oliver poniéndose tenso de repente.

--¿Cuándo?

--En este preciso momento.

--¿Qué pasa con el desayuno?

--No lo quieres --dijo Oliver señalando al estornino; el pájaro yacía en el suelo sacudiéndose débilmente. Mientras Lara se volvía para mirarlo, murió.

--No, no lo quiero --afirmó Lara mientras se ponía de pie.

--¡Vámonos! --dijo Oliver con urgencia.

--Un minuto --dijo ella--. Alguien ha intentado matarnos. Averigüemos quién fue.

--Ellos saben quién eres. Tú no sabes quiénes son ellos ni cómo te han encontrado, ni siquiera cuántos son. Un jugador no aceptaría esa apuesta.

Ella lo pensó durante un momento y después asintió.

--Tienes razón. Salgamos de aquí.

A Lara le resultó realmente sorprendente que pudieran llegar hasta el coche sin que nadie les disparara.

`

`

`

`