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--¿Cuánto falta para llegar a Asuán? --preguntó Lara mientras el sol de la tarde arrojaba ya largas sombras sobre cubierta.
--Yo diría que llegaremos sobre las dos o las tres de la mañana --respondió Mason.
--Eso nos da tiempo de sobra para bajarnos --dijo Lara con una inclinación de cabeza.
--¿Bajarnos? --repitió Mason incrédulo--. ¡He pagado nuestro billete hasta Sudán! Nunca llegaremos hasta allí a pie.
--Oh, cogeremos el Amenhotep hasta Sudán --dijo Lara--. Pero no estaremos en él cuando llegue a Asuán. Demasiados ojos curiosos.
--Si tienes algún plan en mente, me gustaría que lo compartieras conmigo.
--Vi un par de botes salvavidas colgando por la borda, justo antes de la popa. Cogeremos uno prestado cuando oscurezca, remaremos hasta pasar la Gran Presa al sur de Asuán y volveremos a bordo mañana por la mañana, cuando el Amenhotep haya pasado a través de uno de esos canales al oeste de la presa y entre al lago Nasser.
Mason lo consideró unos segundos.
--Podría funcionar --admitió--. Todo depende de ti.
--¿De mí?
--Tendremos que remar río arriba, contra la corriente. Hace cuarenta y ocho horas ni siquiera sabía si seguirías viva hoy. ¿Eres capaz de hacerlo?
--Si los inspectores o la policía suben a bordo en Asuán, ¿cuáles son nuestras posibilidades de escondernos de ellos? --le preguntó ella.
--Cero.
--Entonces, ¿qué otra opción tenemos?
--Ninguna --admitió él.
--El sol no se pone en África --dijo Lara mirando al cielo--. Cae a plomo. Diría que oscurecerá en noventa minutos.
--De acuerdo --contestó Mason--. Te espero aquí, digamos, ¿en dos horas?
--Yo te espero aquí, digamos, en siete horas --dijo ella con una sacudida de cabeza.
--¿Siete? ¿Estás segura? --ahora le tocaba a él fruncir el ceño.
--Bueno, si quieres puedes venir dentro de dos horas, pero no bajaremos el bote hasta dentro de siete.
--¿Por qué no?
--¿Por qué vamos a remar kilómetros sin necesidad? --dijo Lara--. Pasaremos Isla Elefantina unos tres kilómetros antes de llegar a la antigua presa de Asuán. Cuando la veamos, sabremos que es el momento de meternos en el bote salvavidas.
--Tiene sentido --admitió él.
--Puede que incluso nos proporcione una forma mejor de pasar Asuán de largo --continuó ella--. La Isla Elefantina es una atracción turística que cuenta con un precioso jardín botánico. Puede haber un par de lanchas motoras aparcadas que podamos tomar prestadas.
--También puede haber dos o tres guardias armados --sugirió Mason.
--Puede... pero estará oscuro y el bote salvavidas es silencioso. No sabrán que estamos allí hasta que estemos bien lejos de la isla y, aunque lo sepan en ese momento, ¿cómo nos van a seguir?
--En otra lancha.
--¿A las tres de la mañana? --dijo ella--. Creo que preferirán informar del robo y reclamar el seguro.
--No puedes estar segura de eso.
--Lo único de lo que estoy segura es de que nos vamos por la borda en siete horas --dijo Lara--. Lo organizaremos sobre la marcha desde ese punto.
--Te estás haciendo cargo de mucha toma de decisiones, ¿no? --dijo él intentando no sonar petulante.
--¿Por qué no? --le soltó ella--. Es a mí a quien persiguen.
Él pareció a punto de responder, pero se lo pensó mejor.
--Qué demonios, cuando tienes razón, tienes razón --miró el reloj--. Son casi las cinco. Te veo a medianoche.
--No te quedes dormido.
--No soy yo el que se recupera de una conmoción --dijo Mason con una sonrisa--. No te quedes dormida tú.
--He dormido lo bastante en los dos últimos días --le aseguró Lara--. No voy a dormir nada.
--Entonces te veré después --dijo él mientras se alejaba hacia el camarote contiguo al de Lara. Empujó la puerta, entró y cerró la puerta tras él.
Lara decidió que tenía hambre otra vez y entró en el pequeño restaurante. Había seis mesas. Tres de ellas estaban ocupadas por ocho hombres, todos con túnicas de diversos tipos. La miraron en silencio mientras ella entraba y se aproximaba a la mesa más alejada. Había media docena de insectos luchando por unas migajas sobrantes del almuerzo, así que eligió otra mesa rápidamente.
Un hombre pequeño con un caído bigote negro salió de la cocina y fue hacia su mesa.
--¿Qué tienes? --le preguntó ella.
--No servimos a mujeres sin acompañante --dijo el hombre.
Un instante después miraba de frente los cañones de las Black Demon .32.
--Permíteme que te presente a mis acompañantes --dijo Lara.
--Buenos acompañantes --dijo él rápidamente, con las rodillas temblorosas.
--Repito, ¿qué hay en el menú?
--Cordero.
--¿Qué más?
--El resto del cordero.
--Siendo ese el caso, tomaré cordero --dijo Lara--. ¿Que hay para beber?
--Agua.
--Tráeme un poco de agua.
--Sí, señora. --El camarero se volvió para marcharse.
--Un momento --dijo ella bruscamente. El camarero se detuvo de golpe y se volvió--. No soy tan estúpida como para beber del Nilo si hay otra alternativa. Quiero que hiervas el agua, que la pongas en una taza y le añadas una bolsa de té.
--No tenemos bolsas de té.
--Encontrarás una --dijo Lara amartillando la pistola.
--La encontraré --dijo él tragando saliva.
--Muy amable de tu parte --dijo ella. Hizo girar la pistola y volvió a colocarla en su pistolera. El camarero se escabulló hacia la cocina y Lara se volvió para mirar a los hombres que habían observado la pequeña escena. Seis de ellos la miraban con abierto desprecio. Los dos de la mesa cerca de la puerta, un par de hombres grandes y fornidos, parecían divertirse--. ¿Cómo está el cordero? --les preguntó.
--Lo mejor que se puede decir de él es que está muerto --contestó uno de los hombres grandotes.
--Probablemente --añadió el otro.
--¿Probablemente esté muerto, o probablemente sea lo mejor que se puede decir de él? --preguntó ella con una sonrisa.
--Sí --dijo él devolviendo la sonrisa.
Ella se rió y después el camarero volvió con un trozo de carne poco apetecible en un plato sucio.
--Me alegra ver que no te arriesgaste a quemarla --dijo ella con agudeza.
--No entiendo --contestó el camarero.
--Me gusta la carne cocinada --dijo ella--. Vuelve a llevártela y cocínala como es debido.
--Está cocinada.
--¿Vamos a tener que pasar por todo esto otra vez? --dijo ella con un suspiro. De repente, el camarero se encontró mirando de nuevo a las pistolas--. Llévatela y cocínala.
--¡Me la llevo y la cocino! --gritó él, prácticamente corriendo hacia la cocina.
Uno de los hombres barbudos murmuró ofendido una palabrota, se levantó y salió airado del restaurante.
--No hagas caso --dijo el hombre más grande de los dos que le habían hablado antes--. De todas formas, ya había terminado.
--Entonces imagino que no tendré que sentirme culpable, después de todo --contestó. Esta vez no se rió ninguno de los dos hombres y ella supuso que el inglés de los árabes no acababa de cuajar con su propio humor ácido. El camarero volvió y le puso el plato delante. Lara inspeccionó la comida y asintió con aprobación--. No te olvides del té --dijo cuando el hombre comenzaba a retirarse.
El té llegó justo cuando ella masticaba el primer trozo de cordero, que ya había decidido sería el último. Se había encontrado con dietas extrañas en sus viajes, había comido cosas que le habrían revuelto el estómago a la mayoría de sus compatriotas, pero ni por todo el oro del mundo podría comprender cómo nadie podía sobrevivir a la cocina del Amenhotep.
Se bebió el té y se levantó.
--¿Has terminado? --le preguntó el camarero, que la había estado observando desde la puerta de la cocina y ahora se le aproximaba de nuevo con pies de plomo.
--He terminado --dijo ella--. Tiraría el cordero al Nilo pero, ¿para qué matar peces inocentes?
Esta vez los dos hombres grandes sí se rieron entre dientes, pero el camarero la miró desconcertado. Consideró la posibilidad de entrar en la cocina y coger una tajada del melón que había comido por la mañana, pero no le agradaba la idea de compartirlo con todos los insectos del barco, así que simplemente colocó la silla en su sitio y salió a cubierta.
El sol estaba ya bajo, pero el ambiente no se notaba mucho más fresco. Una vez llegada la noche, la temperatura bajaría dieciséis grados o más, pero todavía quedaba al menos una hora de calor.
No soportaba la idea de volver a su diminuto y agobiante camarote, así que anduvo hacia el fondo del barco. Las tres sillas estaban ocupadas y recibió otra andanada de miradas hoscas. Entonces se le ocurrió que podía matar dos pájaros de un tiro: tomar algo de aire y preparar a todos los que estuvieran rondando por la cubierta después de medianoche, para que pensaran que no había nada raro en que la inglesa loca estuviera dentro de uno de los botes salvavidas.
Fue hacia el bote en mejores condiciones para navegar y dio todo un espectáculo al pasar la pierna por encima de la barandilla y subirse a él. Hizo suficiente ruido como para que los tres hombres sentados en las sillas se dieran cuenta, así como un cuarto hombre que salía de su camarote.
Lara se tumbó en el bote y cerró los ojos. No había planeado quedarse dormida, pero cuando abrió de nuevo los ojos fue porque, de repente, tenía bastante frío. Se sentó, miró a una brillante luna llena y estimó por su posición que eran cerca de las once.
Miró el Nilo, pero no vio nada del tamaño de la Isla Elefantina.
Oh, bueno. Se encogió de hombros y se estiró. Estaremos despiertos viajando toda la noche. Al menos así no me dará sueño. Espero.
Se sentó en el bote salvavidas y estuvo acostumbrándose a la fría brisa nocturna durante casi una hora. Después escuchó la voz de Mason.
--¿Lara? --susurró--. ¿Estás en la cubierta?
--Aquí --dijo ella en voz queda.
--¿Aquí dónde?
--En el bote.
Mason se inclinó sobre la barandilla y la miró.
--¿Llego tarde?
--No. Yo llegué un poco pronto.
--¿Te ha visto alguien? --le preguntó.
--No --dijo ella. Era más fácil que explicárselo todo.
Mason trepó a la baranda y se metió en el bote. Después empezó a maniobrar la polea que lo mantenía en su sitio. Un momento después el bote tocaba con suavidad las aguas del Nilo y él cortaba las cuerdas que lo sujetaban.
Comenzó a remar y, al cabo de un rato, miró hacia el Amenhotep.
--¡Mierda! --murmuró.
Lara se volvió para ver lo que le había inquietado. Era el camarero del restaurante que los miraba con curiosidad.
--Las desventajas de la luna llena --dijo Lara.
--Supongo que podríamos abrazarnos románticamente para hacerle pensar que queríamos estar solos --sugirió Mason.
--Teníamos nuestros camarotes si hubiésemos querido una cita --dijo ella--. Sigue remando. Yo me ocupo de esto.
Sacó una pistola y apuntó con ella al camarero. Con la otra mano se llevó un dedo a los labios.
El hombre lo comprendió de inmediato e imitó su gesto, después se puso la mano sobre el corazón para demostrar su sinceridad.
--¿Eso es todo? --preguntó Mason no muy convencido--. ¿Puedes fiarte de ese pequeño cabrón?
--Durante diez o quince minutos --respondió Lara--. Hasta que sepa que no vamos a volver.
--¿Y entonces qué?
--Eso debería darnos el tiempo suficiente. Ya has pagado el viaje completo a Sudán. ¿De verdad crees que el capitán va a desviar el Amenhotep sólo para recuperar un bote salvavidas destartalado?
--Lo siento --dijo Mason tras una risita de disculpa--. Soy un arqueólogo. No peleo del todo mal, supongo, pero no se me da muy bien maquinar este tipo de líos clandestinos.
--Se te dio lo bastante bien como para salvarme la vida --dijo ella--. Eso es más que suficiente para raí.
Llegaron a la Isla Elefantina media hora después y empujaron el bote a tierra.
--¡Gracias a dios! --dijo Mason--. Voy a estar sacándome astillas de las manos una semana entera.
--Quizá más --dijo Lara--. Todo depende de si podemos encontrar una motora.
Mason observo toda la orilla.
--¿Dónde crees que tenemos más posibilidades de encontrar una?
Lara apoyó las manos en las caderas y escrutó la oscuridad.
--¿Ves ese edificio a unos quinientos metros de distancia? ¿El que tiene una sola luz en la ventana?
--Sí.
--Si hay luz quiere decir que hay alguien dentro. Quizá un guardia, quizá algún empleado. Parece razonable pensar que, si tiene una lancha, no la habrá dejado muy lejos. Además --añadió--, la isla mide poco más de kilómetro y medio de largo. Si andamos en esa dirección por la orilla, seguro que encontramos un bote tarde o temprano. Sólo queda esperar que no sea una barca de remos o una faluca. --Anduvieron por la orilla húmeda, medio arena y medio barro, y tras medio kilómetro Mason sintió cómo la mano de Lara le apretaba el brazo--. ¡Ahí está! --susurró.
Miró hacia donde estaba apuntando y vio un pequeño bote que flotaba en el agua amarrado a una palmera.
--¡No veo ni mástil ni remos! --susurró él entusiasmado--. ¡Creo que hemos dado en el blanco! --Corrieron al bote y vieron cómo la luz de la luna brillaba en la fuera borda--. Esperemos que tenga gasolina --dijo Mason.
--Por supuesto que la tiene --contestó Lara--. No hay gasolineras en la isla. El dueño de la lancha tiene pensado volver a casa, así que los tanques no estarán vacíos.
Lara empezó a trabajar con la cuerda, desató el nudo que sujetaba la lancha al árbol en cuestión de segundos y después miró a su alrededor en busca de un palo largo. Lo encontró y lo hundió en la arena junto al bote.
--¿Qué haces? --le preguntó Mason.
--Dándole las gracias a nuestro benefactor --susurró ella mientras depositaba algunas libras esterlinas y las empalaba en la lanza--. Ahora métete dentro.
Mason caminó por el agua unos metros, después trepó a la lancha y se sentó junto al motor.
--Métete tú --dijo--. Yo arrancaré.
--¡No! --dijo ella rápidamente--. Iremos a la deriva río abajo y después lo arrancaremos. ¿Por qué vamos a hacerle saber al que esté en el edificio que le estamos robando la lancha?
--La oirá cuando pasemos la isla.
--Pasan lanchas por la isla toda la noche --dijo Lara--. Pero no queremos que escuche el motor arrancar justo aquí.
--Lo siento --dijo Mason con aspecto avergonzado--. Como te dije, no suelo pensar en estas cosas.
--Deja de disculparte.
--Lo... --se cortó a tiempo--. Vale.
Flotaron río abajo en silencio durante kilómetro y medio. Entonces Lara hizo un gesto con la cabeza. Mason arrancó el motor y, en poco rato, aceleraban para pasar la isla. En otros cinco minutos alcanzaron Asuán.
--Llegaremos a la primera catarata en cualquier momento --dijo Lara--. Y, suponiendo que la pasemos, todavía tendremos que sortear esos canales al oeste de la antigua presa y detrás de la Gran Presa.
--No me gusta --dijo Mason--. Hay demasiada gente cerca de las presas. Hay mahdistas buscándote, y si el tipo de la isla no quería vender su lancha o piensa que no dejaste suficiente dinero, también habrá policías, quizá incluso militares.
--Estoy de acuerdo. Eso quiere decir que necesitaremos llevarla a cuestas.
--No podemos cargar con esta puñetera lancha --protestó Mason mirándola como si estuviera loca--. Solo el motor pesa setenta y cinco kilos y las presas están a seis kilómetros.
--Ya lo sé --dijo Lara y después hizo una pausa--. Son cerca de las doce y media de la mañana. Eso nos da seis horas para encontrar a alguien con un camión que quiera hacer dinero y no sea muy exigente con la letra pequeña de la ley.
--Supongo que es la única alternativa realmente viable --coincidió Mason--. ¿Qué orilla prefieres?
--La mayor parte de la ciudad está al este. Desembarquemos en el lado de estribor.
Mason hizo girar la lancha hacia la derecha, vio una gasolinera grande abierta veinticuatro horas y empujó la lancha unos cuantos metros al norte de ella.
--Bueno, si vamos a encontrar lo que necesitamos, este es el mejor sitio donde buscar --dijo Mason avanzando hacia la gasolinera.
--Yo iré --dijo Lara--. Tú asegúrate de que no nos roben la lancha.
--Yo iré. Tú te quedas. --Ella pareció a punto de objetar y él levantó la mano para hacerla callar--. Si entras en una gasolinera con tus pistolas en mitad de la noche te dispararán o llamarán a la policía. Y esto es Egipto, no Inglaterra; si una mujer entra ahí sola sin armas, probablemente no se la vuelva a ver.
--Soy más dura de lo que piensas.
--No estés tan segura --dijo Mason--. Ya pienso que eres bastante dura. Pero esto no es una competición. Y no estoy siendo condescendiente. Simplemente tiene más sentido que te quedes tú y protejas la lancha mientras yo voy a organizar el transporte.
Lara vio la lógica del argumento y aceptó quedarse en el bote. Él pasó media hora en la gasolinera charlando con el operario y tanteando a los camioneros que paraban a repostar. Finalmente encontró uno que parecía de fiar, le hizo una oferta, regateó otros diez minutos y regresó con Lara.
--¿Conseguiste lo que necesitamos? --le preguntó ella.
--Es perfecto --contestó Mason--. Transporta un tractor en un camión plataforma. Lo sacará, lo dejará en la gasolinera y nos recogerá.
Con un poco de suerte estaremos de vuelta en el Nilo, al sur de la Gran Presa, en menos de una hora.
Cuando llegó el camión, tuvieron que cargar la lancha en la plataforma entre los tres. Después subieron a la cabina del camión y, como Mason había predicho, estaban de nuevo en el agua una hora después, a unos trece kilómetros al sur de Asuán en el lago artificial de Nasser.
--Bueno, lo hemos conseguido --dijo Mason con un suspiro de alivio.
--Por ahora --contestó Lara--. Sólo nos queda avistar al Amenhotep antes de que los mahdistas nos avisten a nosotros.
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