Epílogo
ÉSTA, ENTONCES, ES LA CRÓNICA DE LA DAMA OSCURA.
Sin embargo, también es la crónica de Leonardo, quien continúa vagando por la galaxia, desterrado y solo; cuyo nombre jamás podrá ser pronunciado por ningún miembro de su Casa o su Familia, y cuyos pecados son incontables.
Muchas veces después de dejar Solitario en compañía de Valentine Heath pensé en realizar el ritual del suicidio; pero siempre me vi compelido éticamente a aguardar el término de la suspensión de Clairborne y el cumplimiento de mi contrato. Finalmente, cuando llegó ese día en que mi trabajo quedó oficialmente concluido, me di cuenta de que si ya no era un Bjornn, tampoco se requería de mí vivir de acuerdo con las costumbres Bjornn.
Heath y yo fuimos de planeta en planeta durante tres años, siempre un paso por delante de la policía, mientras yo me instruía en el único oficio para el cual estaba cualificado. Fue durante esa época -más por el aburrimiento de viajar en la pequeña nave que por cualquier otro motivo, o eso pensé- cuando comencé a dibujar una serie de bocetos de la Dama Oscura, intentando sin éxito capturar su elusiva belleza.
Entonces, un día Heath fue capturado y yo me encontré completamente solo. Creo que por fin comprendí cuál podía ser mi verdadera misión en la vida, por qué los acontecimientos habían conspirado para situarme en Solitario aquel día fatal, por qué ella se me había aparecido en una visión y qué era lo que deseaba de mí.
Habían existido muchos retratos de ella, y siempre había sido plasmada con esa perenne expresión triste en la cara. Con Kobrynski y Venzia muertos, y Heath en prisión, sólo yo era capaz de pintarla como había aparecido por última vez y como lo haría hasta el fin del Tiempo.
Me llevará muchos intentos y muchos años, pues soy torpe para la pintura, igual que para muchas otras cosas. Pero un día lo conseguiré… Y sólo entonces, con la consumación del último retrato de la Dama Oscura y su yuxtaposición sobre todos los otros, finalmente habrán terminado las odiseas de los dos.