10
MI PRIMERA SENSACIÓN FUE DE RIGIDEZ. Cada articulación de mi cuerpo parecía congelada, y me hizo falca un enorme esfuerzo de voluntad el mover los dedos.
Luego, a medida que iba recuperando poco a poco la sensibilidad, se apoderó de mí el hambre: abrumador, voraz, insaciable.
Por último, surgió la luz, golpeando mis párpados y forzando a mis ojos a llorar antes de poder abrirlos. Intenté limpiarme las lágrimas de la cara con la mano y descubrí que no era capaz de doblar lo suficiente el brazo.
De repente, una voz, distante y remota, penetró en mi conciencia.
- Bienvenido de regreso -dijo-. Espero que hayas dormido bien.
Traté de preguntar dónde me encontraba, pero mis labios no respondieron a mis órdenes mentales y todo lo que salió fue un ruido ininteligible.
- Todavía no intentes hablar o moverte -indicó la voz, que reconocí como la de Valentine Heath-. Estás despertando. Te encontrarás bien dentro de dos o tres minutos.
Abrí un ojo a la fuerza y traté de mirarle; sin embargo, la pupila estaba completamente dilatada y no conseguí enfocarlo.
- ¿Dónde estoy? -logré farfullar a medida que recuperaba más sensibilidad.
- A bordo de mi nave espacial -contestó Heath.
- ¿Y dónde está tu nave?
- A unas tres semanas de Carlomagno, o a cuatro horas de Aquerón, depende de la dirección en que vayas.
Finalmente, pude tocarme la cara con la mano, me limpié las lágrimas y, con cuidado, me palpé la cabeza.
- ¿Qué me ocurrió? -pregunté.
- Has echado un sueñecito.
- ¿Durante cuánto tiempo?
- Casi tres semanas.
- No lo entiendo.
- Te puse en la cámara de Sueño Profundo un par de horas después de marcharnos de Carlomagno -contestó-. Te estabas convirtiendo en un caso serio de inestabilidad emocional. No parabas de divagar sobre el deshonor y la miseria. Cuando exigiste que desviara la nave y te llevara a Benitarus II, tomé la decisión de que lo mejor sería ponerte en Sueño Profundo hasta que llegáramos a Aquerón.
De repente, recordé todo: la policía, la huida del edificio de Heath, el hecho de que ahora yo era un fugitivo de la justicia. Sorprendentemente, me mantuve muy tranquilo ante la aparición de esos recuerdos, una condición que, sin duda, era atribuible a mi debilitado estado fisiológico. Intenté sentarme, pero los dolores me atravesaron la cabeza y la espalda. Emití un grito sobresaltado.
- No trates de moverte aún -dijo con voz suave Heath-. A tu cuerpo le hace falta otro par de minutos antes de recuperar la normalidad. Y, si eres como yo, estarás muerto de hambre: la cámara de Sueño Profundo frena el metabolismo; sin embargo, y a pesar de ello, pasadas unas semanas se siente un apetito voraz. ¿Hago que la cocina de la nave te prepare algo de comer?
- Sí, por favor.
- Lo único que contiene son productos de soja; no obstante, es capaz de hacer que tengan el sabor de cualquier cosa. -Calló, pensativo-. Como los Bjornn descienden de las presas en vez de los predadores, supongo que un filete queda descartado, ¿no?
- Con unas verduras bastará -respondí.
- ¿Quieres un aliño para ensalada?
- No.
Mi visión se había despejado lo suficiente como para verle encogerse de hombros.
- Verduras serán -contestó, alargando el brazo para transmitir las órdenes a la cocina por medio de una terminal de la computadora.
Por último, fui capaz de sentarme, y saqué con cuidado las piernas por encima del borde del módulo de plástico. Sentí un momentáneo mareo, aunque se desvaneció en seguida.
- Son cosas muy útiles estas cámaras de Sueño Profundo -comentó Heath-. No me imagino por qué las líneas comerciales no las instalan. Te ayudan a no volverte loco de aburrimiento durante los viajes largos. -Sonrió-. Puse la mía para que me despertara seis horas antes que tú, por si todavía te sentías angustiado.
Se trataba de una respuesta típicamente humana, y me fue imposible ofenderme.
- ¿Seguimos siendo fugitivos? -pregunté.
- No tengo ni idea -contestó Heath-. Después de todo, uno no se pone en contacto con la policía para preguntarles si aún te están buscando. -Una luz resplandeció en su terminal-. ¡Ah! Tiene que ser tu ensalada. ¿Te sientes con fuerzas para ir hasta la cocina?
- Lo intentaré -dije, poniéndome de pie con cuidado. Para mi sorpresa, me noté muy bien, incluso algo renovado.
- Te dije que sólo hacían falta unos minutos. Además, disfrutas de la ventaja añadida de haber envejecido sólo un día durante las tres últimas semanas.
Como un Bjornn se preocupa por la calidad de su vida en vez de la extensión, callé y le seguí hasta la cocina, donde un recipiente de materia vegetal me aguardaba. Estaba tan hambriento que cogí algunos de los trozos más grandes y me los metí ansiosamente en la boca antes de llegar a sentarme.
- ¿Ya te sientes mejor? -inquirió Heath cuando terminé toda la comida.
- Sí.
- Bien.
- Debo hablar contigo.
- Adelante -indicó.
- Debo retornar de inmediato a Benitarus II.
- ¿Vas a empezar de nuevo con eso?
- He sido corrompido por mi asociación con seres humanos -dije-. He sido humillado por mi empleador, y ahora me busca la policía y, en mi ignorancia, no sé cómo tuvo lugar ninguna de esas situaciones. Lo único que sé es que a cada momento que permanezco lejos de Benitarus me arriesgo a recibir más desgracias y a llevarle un mayor deshonor a mi Casa.
- Leonardo, nos encontramos a cuatro horas de Aquerón. Probablemente estamos a seis semanas de Benitarus.
- No obstante, un mayor contacto contigo es moralmente contaminante. Debo regresar a mi hogar y volver a sumergirme en la costumbre y ritual de la vida Bjornn.
Sacudió la cabeza.
- Queda descartado. No es sólo que Benitarus se encuentra a media galaxia de distancia, sino que será el primer lugar donde a la policía se le ocurrirá buscarte.
- ¿Sí? -pregunté, dominado por el pánico.
- Sí.
- ¡No podemos permitir que suceda! ¡Mi Madre de Patrón no debe verse obligada a hablar con la policía humana! -De repente, se me ocurrió un pensamiento aterrador-. ¡Quizá ya estén allí!
- Si es así, es demasiado tarde para preocuparse por ello.
- ¡No lo entiendes! -grité-. ¡Ésta será la humillación definitiva!
- Mira -comentó-, en cuanto acabemos aquí, yo iré contigo a Lejano Londres. Podrás entregarle la pintura a Abercrombie y yo le explicaré la situación a Tai Chong, quien será capaz de arreglar las cosas con la policía de Carlomagno. Entonces, podrás ir a cualquier lugar que desees.
- ¡Quizá sea demasiado tarde! -insistí.
Se encogió de hombros.
- De acuerdo -dijo con tono apaciguador-. La llamaré ahora, mientras nos acercamos a Aquerón. ¿Te haría eso más feliz?
Asentí, incapaz de hablar de momento. Heath pasó los siguientes minutos enviándole un mensaje subespacial a Tai Chong, resumiendo lo que había pasado y exculpándome de cualquier acto, al tiempo que le pedía que transmitiera el mensaje a mi Madre de Patrón.
- ¿Satisfecho? -preguntó al terminar.
- ¿Por qué haces esto por mí? -inquirí.
- Porque soy una persona excepcionalmente decente y atenta.
- Muy pocos Hombres realizan actos de caridad sin la esperanza de algún beneficio -indiqué-. No has hecho nada durante nuestro período de asociación que me indique que eres uno de ellos.
Heath pareció divertido.
- Qué cínico te has vuelto, Leonardo. De hecho -añadió-, yo también siento mucha curiosidad por la Dama Oscura. Has conseguido que su historia resulte muy intrigante.
- ¿Tanto como para que me transportes aquí y luego a Lejano Londres, corriendo con todos los gastos y sin pensar en una recompensa? -pregunté incrédulo.
- Digamos que mi interés en ella no es del todo filantrópico, y dejémoslo ahí -contestó.
De repente, la nave se sacudió y yo casi me caí.
- Estamos frenando a una velocidad sublumínica -anunció Heath-. Ya deberíamos poder ver algo. -Activó la pantalla visora-. Ahí está. Incluso parece caliente. Deja que obtenga una lectura.
Le ordenó a la computadora que le proporcionara los datos esenciales de Aquerón, un mundo rojizo de unos ocho mil kilómetros de diámetro, con dos pequeños océanos y casi ninguna capa de nubes. La superficie mostraba cicatrices de cráteres, los polos tenían el mismo color que el ecuador y poseía una única luna, de apenas cuarenta kilómetros de diámetro, que corría por el cielo como si tratara de escapar del inhóspito mundo de abajo.
- ¿Por qué alguien elegiría vivir aquí? -pregunté, mirando el planeta por la pantalla.
- Solía ser un mundo minero -contestó Heath.
- ¿Ha sido agotado?
Sacudió la cabeza.
- No. Sencillamente, encontraron otros mundos más ricosy lo abandonaron.
- Entonces, ¿quién vive aquí?
Observó los datos de la lectura.
- Casi nadie. La población es inferior a trescientos habitantes. Ahora sólo es un mundo fronterizo, un punto de parada para comerciantes y mineros.
- ¿Llueve alguna vez?
- No muy a menudo -contestó. De nuevo leyó los datos-. Veamos. La temperatura media en el ecuador es de treinta y cuatro grados Celsio, y la media en el polo norte es de veintinueve grados Celsio. La media anual de lluvia en el ecuador, quince centímetros; en los polos, cero. -Hizo una mueca-. La gravedad es un poco más ligera que a la que estamos acostumbrados… no tanto como para que demos saltos al caminar, pero lo suficiente como para que no gastemos demasiada energía, lo cual nos ayudará a compensar el calor. Razas inteligentes: ninguna. Fauna local: ninguna. Flora local: escasa y primitiva. -Alzó la vista y me miró-. Me sorprende que pudieran encontrar tres personas que vivieran aquí, y menos trescientas.
- ¿Cuál es el contenido atmosférico?
Comprobó la pantalla.
- Escaso, pero respirable. Dados algunos de estos elementos, tengo la horrible premonición de que olerá como restos crudos de alcantarilla.
Nos pasamos las siguientes horas recuperándonos de los efectos de la cámara de Sueño Profundo y observando a medida que el globo rojo se hacía más y más grande, hasta que, por último, llenó toda la pantalla.
- Nos acercamos bastante -comenté-. ¿No deberías solicitar permiso para aterrizar?
- No da la impresión de que tengan un espaciopuerto. Los sensores de la nave han localizado un pueblo pequeño con unas doce naves aparcadas al norte. Imagino que es ahí donde se espera que nos posemos.
- Ojalá que no lo vean como un acto de agresión.
Se rió.
- ¿Qué tienen que alguien pueda llegar a querer?
Entramos en la atmósfera unos momentos más tarde; casi inmediatamente después, bajamos a las afueras de un pueblo destartalado que poseía una sola calle, compuesto esencialmente de casas y almacenes protegidos con cúpulas que habían sido enterrados a medias en la tierra y cubiertos con capas de barro seco con el fin de darles un mayor aislamiento de los abrasadores rayos del sol. Las entradas, como los mismos edificios, se hallaban por debajo del nivel del suelo, y consistían en rampas en vez de escaleras. En una ocasión hubo dos calles laterales; pero ahora se encontraban desiertas, alineadas únicamente con los restos esqueléticos de edificios en ruinas.
Cuando salimos de la nave, vimos que un hombre pequeño, de cabello y ojos oscuros, vestido con un traje pasado de moda y cubierto de polvo, nos aguardaba.
- Bienvenidos a Aquerón -dijo, ignorándome y alargando la mano en dirección a Heath-. Me llamo Justin Peres. Soy el alcalde.
- Valentine Heath -dijo Heath, estrechando la mano-. Y éste es mi asociado, Leonardo. -Observó una nube de polvo que recorría el centro de la calle vacía-. Me sorprende que Aquerón necesite un alcalde.
- Y no nos hace falta -reconoció Peres-. Sin embargo, sí necesitamos suministro de comida, y esos burócratas idiotas de Deluros VIII no lo pagan a menos que tengamos un gobierno oficial. -Sonrió-. Delante vuestro está. -Primero miró a Heath y, luego, a mí-. Por todos los demonios que no parecéis cazarrecompensas.
- No lo somos -contestó Heath.
- Vaya, ese es un agradable cambio. ¿Qué os trae aquí?
- Estoy buscando a un amigo -dijo Valentine-. Posiblemente, le conozcas.
- Si se encuentra en Aquerón, seguro que le conozco -respondió Peres-. ¿Cómo se llama?
- Sergio Mallachi -contesté.
Se mostró sorprendido.
- ¿Así que hablas terrano? -Me observó-. Muchacho, nadie lo diría al mirarte…
- Respecto a Mallachi… -continuó Heath.
- Habéis llegado demasiado tarde.
- ¿Sabes dónde está? -preguntó Valentine.
- Sí.
- ¿Estarías dispuesto a compartir la información con nosotros?
- No creo que os sirva de mucho -comentó Peres-. Se encuentra en el cementerio, en el extremo sur del pueblo. -Miró fijamente a Heath-. ¿Seguro que no sois cazarrecompensas?
- Soy agente artístico -dijo-. Vendí un retrato que pintó Mallachi, y he venido a entregarle su dinero.
- ¿Y el alienígena qué es? -inquirió Peres, señalándome con el pulgar, pero sin molestarse en mirarme.
- Como ya he dicho, es mi asociado.
Peres se encogió de hombros.
- Bueno, ésta es la Frontera -comentó con tono de desaprobación-. Yo no puedo indicarte con quién debes hacer negocios. -Calló un instante-. ¿Dices que has venido a pagarle por una pintura?
- Así es.
- ¿Seguro que no te has equivocado de Sergio Mallachi?
- Absolutamente.
- ¿El cazarrecompensas?
- Sí.
- Bueno, supongo que tendrás que buscar a su familia y entregarle el dinero a ella -dijo Peres-. ¿De verdad pintaba retratos?
- Uno sólo -contestó Heath.
El alcalde sacudió la cabeza con incredulidad.
- Vaya, se aprende algo nuevo cada día. Apuesto a que era un retrato de su amiga.
- ¿Una mujer de cabello oscuro? -inquirió Heath con súbito interés-. ¿De piel pálida, ojos oscuros?
- Es la misma, así es -Peres se detuvo-. Lamento que hayas tenido que venir hasta aquí por nada.
- Forma parte del negocio. Pero, como hemos recorrido todo este trayecto, a mí me gustaría tomar un trago antes de que emprendamos el largo viaje de regreso. A mi asociado y a mí nos encantaría que fueras nuestro invitado.
- ¿Él también bebe? -preguntó Peres. Pareció considerar la proposición. Por último, dijo-: Bien puedo aceptar. Sin duda es más seguro que estar aquí de pie.
- ¿Estar aquí de pie es inseguro por algún motivo? -pregunté nervioso.
- Podría serlo -contestó, dirigiéndose hacia el pueblo, que se hallaba a unos cuatrocientos metros.
A pesar de la gravedad más ligera, el calor pronto me pasó su factura, y apenas pude mantener la estela de los dos humanos. De repente, vi un fugaz movimiento en uno de los techos. Parpadeé para cerciorarme de que no era un espejismo y, luego, volví a mirar… y me encontré observando a un hombre vestido de gris que se acomodaba en la sombra proyectada por el edificio un poco más alto que tenía al lado.
Llegamos a la calle, y de nuevo me pareció percibir figuras que acechaban en los oscuros interiores de las estructuras. Adelantando el torso para no sobresalir en el desolado paisaje, aceleré el ritmo, ya que mis instintos me urgieron a unirme a los dos humanos que tenía delante.
- ¿Qué sucede, Leonardo? -preguntó Valentine, notando súbitamente mi postura-. ¿Te has hecho daño?
- No.
- Entonces, ¿qué pasa?
- Nada -contesté, sin desear discutir lo que había observado en presencia de Peres.
Heath me miró, se encogió de hombros y prosiguió andando. Un momento después llegamos a la taberna; agradecido, entré en su fresco interior. Se hallaba relativamente vacía, con dos grupos de hombres arracimados en torno a dos mesas grandes, bebiendo y enfrascados en una falsa conversación. Alrededor de la periferia de la sala se sentaban otros tres hombres a unas pequeñas mesas individuales, con expresiones duras y serias, vestidos con ropas indeterminadas de colores marrón y gris. Uno de ellos jugueteaba con una copa de whisky, el segundo hacía un solitario y el tercero, algo mayor que los otros dos, estaba, sencillamente, apoyado con los codos en la mesa, el sombrero sobre la frente y los ojos cerrados. Algo en ellos me fascinó y aterró, y me acerqué a Heath, mirando a hurtadillas a cada uno por vez.
- Bien, señor Peres -dijo Heath, dirigiéndose hacia una mesa vacía-, ¿qué bebe uno en Aquerón?
- Yo tomaré brandy -indicó cuando él y yo nos reunimos con Heath y nos sentamos a la mesa-. Sin embargo, los visitantes suelen preferir la cerveza; por lo menos, hasta que se adaptan al clima. -Me miró directamente-. No sé qué demonios bebes tú.
- Creo que Leonardo toma una solución de glucosa -comentó Valentine-. Nunca te he visto tan pálido. Debes estar deshidratado.
Mi tonalidad reflejaba mi miedo, por supuesto, pero no me atreví a mencionarlo.
- Me encontraré bien tan pronto como me recupere del calor -contesté-. Me gustaría un vaso de agua, por favor.
- Agua será -dijo Heath; después observó la terminal de la computadora de la superficie de la mesa y frunció el ceño-. Veo los botones para el brandy y la cerveza; sin embargo, no veo el del agua.
- En cualquier caso, no funciona -indicó Peres-. Pocas cosas funcionan en Aquerón. Yo me ocuparé.
Fue hasta la barra y regresó un momento después, con varias bebidas en una bandeja que depositó delante de Heath, un poco más allá de mi alcance. Valentine, que parecía más divertido que ofendido por esa actitud hacia los no humanos, sencillamente me pasó el vaso de agua.
- Bueno, -empezó Heath, y se bebió la mitad de la cerveza de un solo trago-, ¿cómo murió Mallachi?
- Fue muerto en esta misma taberna.
- ¿Por algún asesino al que perseguía?
- Supongo que se podría decir así -contestó Peres.
- Suena corno una respuesta muy ambigua -indicó Heath.
- De acuerdo, era un asesino… pero ésa no es la razón por la que le perseguía -sorbió su brandy-. Fue por la mujer. Ella había dejado a Mallachi hace unos meses y se juntó con ese joven; entonces, Mallachi vino a buscarle aquí para matarle. Lo retó en mitad de este salón, y el Niño lo mató.
- Bien -comentó Heath-, nadie ha dicho que ser un cazarrecompensas te proporcionara un buen seguro de vida.
- Cierto -acordó Peres.
- ¿Y afirmas que lo mató un hombre joven?
- Correcto. Todo el mundo le llama el Niño -sonrió-. No muchos hombres usan sus nombres verdaderos aquí en la Frontera… en especial si los busca la ley.
- ¿Y la mujer? -inquirió Heath con interés-. ¿Qué le sucedió a ella?
- Se encuentra aquí mismo -contestó el alcalde con calma.
- ¿Aquí? -repitió Valentine, sorprendido-. ¿En este edificio?
El otro sacudió la cabeza.
- No. Aquí en Aquerón. Calle abajo, encerrada en la cárcel.
- ¿Qué hizo?
- Absolutamente nada.
- Entonces, no lo comprendo.
- El Niño sigue en Aquerón -explicó Peres-. Se halla en alguna parte del desierto.
- ¿Estás seguro?
Peres asintió.
- Mientras su nave siga aquí, sabemos que no ha abandonado el planeta.
Heath indicó con la cabeza a los tres hombres.
- ¿Y qué hacen aquí los cazarrecompensas? Deberían estar buscándole.
- El Niño ha usado Aquerón como su cuartel general durante casi cinco años, y conoce los túneles de las minas mejor que nadie. Un hombre debería estar loco para meterse en ellos e intentar sacarlo, en especial cuando existen mejores formas de conseguir que vuelva.
- ¿Usan a la mujer como cebo?
- Así es.
- ¿Cómo sabes que no se marchará sin ella?
- Hay otros dos cazarrecompensas de guardia en su nave.
- Si su guarida está bien equipada, podría quedarse allí durante años -señaló Heath.
Peres sacudió la cabeza.
- Aparecerá hoy o mañana -afirmó con confianza.
- ¿Qué te hace pensarlo?
- Transmitimos el mensaje por todas las frecuencias de radio de que iba a ser ejecutada mañana por la noche.
- ¿Y por qué te iba a creer?
- Por ningún motivo en especial -reconoció Peres-, Pero no fui yo quien lo envió. Fue ella. -Calló un instante-. De hecho, todo el asunto fue idea suya.
- ¿Ella quiere que se meta en una trampa?
- Evidentemente. -El alcalde no fue capaz de ocultar una expresión de perplejidad-. No tiene mucho sentido, ¿verdad?
- No, a menos que ella crea que será capaz de sobrevivir -acordó Heath.
- Imposible -dijo Peres-. Debe haber una docena de cazarrecompensas estacionados por la ciudad. Se corrió la voz de la muerte de Mallachi, y cayeron sobre Aquerón como langostas. -Suspiró-. Aún hay minerales en las minas. Tengo la impresión de que será mucho más difícil interesar a los inversores después de dos muertes en Aquerón… la que hemos tenido y la que vamos a tener.
- Quizá debería intentar anunciarlo como una atracción turística, con monumentos en los sitios donde Mallachi y su asesino cayeron -sugirió Heath-. De hecho -añadió pensativo-, no resulta inconcebible que el Niño se lleve a un par de cazarrecompensas con él, dándole así dos monumentos más.
- ¿Recorrerías tú toda esa distancia para ver dónde murió un puñado de asesinos? -preguntó Peres escéptico.
- No -admitió Valentine-. Pero…
- ¿Pero qué?
- Pero yo aborrezco todas las formas de delitos y violencia. Las personas sin mis escrúpulos podrían estar fascinadas.
- Tal vez -aceptó Peres sin mucha convicción.
Reinó un momentáneo silencio, mientras cada hombre terminaba su bebida.
- ¿Qué le sucederá a la mujer después de que ese joven sea abatido? -inquirió por último Heath.
- La soltaremos.
- Me pregunto si podría verla antes de marcharnos.
- ¿Por qué? -preguntó Peres con suspicacia.
- Vivió con él -replicó Heath-. Quizá sepa decirme si tenía algún heredero y dónde puedo encontrarlo. Además -continuó en tono confidencial-, siento curiosidad por conocer a una mujer tan interesada en llevar a su amante a la muerte.
- ¿Cómo sé que el Niño no te envió para ayudarla a escapar?
- Comprueba el diario de vuelo de mi nave. Llevamos tres semanas en el espacio, y has dicho que Mallachi fue asesinado hace dos semanas.
- No sé… -comentó Peres significativamente.
- Estaría muy agradecido -dijo Heath.
- ¿ Cuan agradecido?
Heath sacó un fajo de billetes y contó trescientos créditos.
- ¿También irá el alienígena?
- Sí -confirmó Valentine, añadiendo dos billetes de cincuenta créditos sobre la mesa.
Peres observó el dinero durante un momento; luego, lo cogió y se lo guardó en el bolsillo.
- Vamos -dijo, poniéndose de pie.
Me uní a ellos cuando se acercaron a la puerta y subieron por la rampa para salir a la calle caliente y polvorienta.
- Por aquí -indicó Peres, y giró a la izquierda. Caminamos unos quince metros y nos detuvimos-. Hemos llegado -anunció, indicando una estructura baja y de color claro-. Solía ser un edificio de oficinas; sin embargo, aquí no ha habido negocios en casi veinte años, y necesitábamos una cárcel, de modo que expropiamos el lugar y protegimos las puertas y las ventanas con un campo de fuerza electrónico.
Miré hacia donde señalaba y, de repente, la vi a ella. Sus facciones tenían una proporción tan exquisita que parecía hermosa incluso para un miembro de una raza diferente. Vestía toda de negro, los ojos oscuros se veían tristes y pesarosos, el cabello estaba exactamente igual que en todos los hologramas y pinturas. Se hallaba inmóvil ante una ventana, mirando más allá de nosotros al extremo más lejano de la calle.
- ¡Sabia que existía! -exclamó Heath.
- ¿Quién dijo que no? -preguntó Peres, intrigado.
- Oh, un tratante de arte -respondió Valentine con una sonrisa.
- De paso -dijo Peres, deteniéndose para encender un cigarro pequeño-, he de advertiros que no habla mucho. Cualquier conversación que queráis mantener con ella será bastante unilateral.
- No importa -comentó Heath, mirándola con intensidad.
- Bien -el alcalde reemprendió la marcha-. Creo que podríamos acabar ya con el asunto.
Súbitamente, delante de nosotros se abrió una puerta unos centímetros y de ella emergió un hombre alto, fornido y de piel oscura.
- Será mejor que salgan de la calle -dijo con voz suave, la mirada clavada en un punto a nuestra espalda.
- ¿Qué sucede? -preguntó Heath.
- ¡Haz lo que ordena! -restalló Peres con urgencia, empujando a Heath de un brazo hacia un edificio vacío mientras yo bajaba a toda velocidad por la rampa tras ellos.
- ¿Qué ocurre? -preguntó Valentine-. ¿Qué está pasando?
Peres nos condujo a una ventana y señaló la figura delgada de un joven rubio que se hallaba de pie, inmóvil, en el extremo de la calle.
- Ha venido por ella -anunció.