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Mi querida Madre de Patrón:
Han sucedido muchas cosas en las últimas seis semanas que he estado al servicio del señor Malcolm Abercrombie, y ahora que he regresado a Lejano Londres, te relataré los detalles.
No obstante, primero creo que debería contarte algo sobre el propio señor Abercrombie, ya que expresaste cierta angustia porque empezara a trabajar para él, basándote en la primera descripción que te di.
En verdad, es un hombre de lo más inusual. Al principio pensé que se trataba de un fanático intolerante; estaba equivocado. Sería más justo decir que le desagradan todas las razas por igual, también la del Hombre. Sin embargo, ya no me siento incómodo en su compañía, posiblemente porque me trata con la misma carencia de cordialidad que emplea con todo el mundo, incluso con su nieta.
Y, como contradicción a mi evaluación, también es capaz de realizar actos de la mayor generosidad y lealtad, aunque no le gusta que se los agradezcan; en las ocasiones que yo lo intenté, se mostró de lo más irritado.
Por ejemplo, tuve que viajar a Binder X en una misión para él. Sólo una nave de pasajeros por semana vuela hasta allí desde Lejano Londres, ya que existe poco comercio con la Frontera Interior; cuando solicité un billete, me dijeron que los asientos de segunda clase estaban todos vendidos y que los alienígenas (es el curioso término que el Hombre emplea para los no-Hombres, ya que él mismo es alienígena en más de un millón de mundos) no tenían permiso para comprar compartimentos de primera clase, a pesar de que estaba claro que yo podía pagar uno y que más de la mitad aún seguían libres. Le informé de mi situación al señor Abercrombie, quien hizo una única llamada… y, de repente, no sólo me dieron un compartimento, ¡sino una suite de dos habitaciones! Fue un acto de tanta generosidad que no fui capaz de decirle que en cuanto despegó la nave abandoné en el acto mi alojamiento y pasé la mayor parte del trayecto en la sala de segunda clase, en contacto con los otros pasajeros no humanos. Si no es capaz de entender el concepto de la Casa, ¿cómo podría explicarle alguna vez el calor y la seguridad del Rebaño?
Cuando le agradecí que me evitara esa humillación imaginada, contestó que yo era su empleado y que el insulto iba dirigido a él. No era el trato a los alienígenas como seres inferiores lo que le molestaba; de hecho, es una idea con la que se muestra en total acuerdo. Sin embargo, el trato a los empleados de Malcolm Abercrombie como inferiores es algo que, evidentemente, no piensa tolerar, aunque ese empleado sea yo.
De verdad que es un hombre de contradicciones. Uno de los más ricos de Lejano Londres, capaz de comprar cualquier cosa que desee; no obstante, no parece disfrutar de su dinero. El conocimiento que tiene del arte es, como mucho, limitado y, sin embargo, ha gastado una considerable parte de su fortuna en él. La mayoría de los Hombres rehusan usar asistentes o empleados robóticos o no humanos, temiendo la proliferación de los primeros y sintiendo desprecio por los últimos. Pero la casa del señor Abercrombie está dirigida por tres robots, y yo soy el único ente inteligente que tiene acceso al lugar. Ha realizado una enorme contribución a un hospital local en nombre de uno de sus hijos muertos; sin embargo, desconfía tanto de los doctores que prefiere sufrir con un tumor muy doloroso en la base de su columna antes que permitir que uno de ellos se lo quite. Se niega a mencionar a cualquiera de sus hijos muertos, aunque percibo que los amó; constantemente habla de su hija y de su nieta, a las cuales -increíblemente- desprecia. Gasta miles de créditos en sus jardines, y nunca los recorre o los mira desde su ventana. Se dirige a mí de la manera más insultante y, no obstante, creo que jamás permitiría que ningún otro Hombre hiciera lo mismo, por lo menos mientras siga trabajando para él. Apenas me paga para subsistir, pero sé que ha establecido acuerdos generosos tanto con las Galerías Clairborne como con la Casa de Crsthionn. Posee un enorme stock de vino, whisky y otros estimulantes humanos, pero nunca le he visto disfrutar con alguno, y tampoco los guarda para los visitantes, que no tiene.
Su biblioteca, de libros y cintas, es virtualmente inexistente, y tampoco posee un centro de entretenimiento en su casa; sin embargo, sale de ella en contadas ocasiones y prefiere seguir sus inversiones y transmitir sus órdenes por medio de la computadora. Afirma no sentir interés alguno por las razas alienígenas, pero siempre que menciono a los Bjornn no cesa de formularme preguntas acerca de ellos. En especial, le interesa la organización de la Casa, pero parece incapaz de entender que es el Patrón el que determina a la Casa en vez de ser al revés. Por turno, se muestra desconcertado y colérico por la idea de madres de sangre y Madres de Patrón, y aunque desdeña la compañía de su propia hija, no puede comprender por qué yo no siento interés alguno por mi madre de sangre. Le enfurece que su hija se haya casado con un hombre que él desaprobaba, lo cual es perfectamente comprensible; no obstante, y al mismo tiempo, le deja perplejo el hecho deque yo no ponga objeción a que la Casa haya elegido a mi Pareja de Patrón desde mi niñez.
Quizá lo más fascinante de este hombre singularmente fascinante es la obsesión que tiene por una mujer que puede que no haya existido jamás y que, si de verdad existió, lleva muerta por lo menos siete milenios.
De hecho, es esa obsesión la que me situó en mi actual trabajo, pues en su búsqueda de obras de arte en las que apareciera esa mujer, el señor Abercrombie me ha retenido en el empleo con la función dual de agente comprador e investigador.
Mi primera misión fue volar a Binder X para conseguir un holograma en el que fulguraba esta mujer en particular. El viaje duró cinco días en los que no sucedió nada, y donde conocí a un número de declanitas y darbenanos que iban a realizar transbordos en Binder con rumbo a sus propios planetas.
En cuanto llegué a Binder X, me hicieron falta dos días para localizar el holograma. Entonces me presenté ante su propietaria, una mujer llamada Hannah Comstock. No era la persona que lo había adquirido cuando asistí a la subasta en la que se vendió hace unos pocos años, aunque era evidente que lo había comprado de manos privadas en los años sucesivos.
La actitud hacia los no humanos es bastante más liberal en los mundos de la Frontera Interior, y no tuve problema alguno en conseguir que me invitara a visitarla a su casa, que se hallaba a unos ocho kilómetros del centro de Fort Rodríguez, la ciudad más pequeña de las cinco de Binder X.
Al llegar, le expliqué el objetivo de mi misión -que había sido autorizado a comprar el holograma por el señor Malcolm Abercrombie- y, después de su protesta inicial de que lo admiraba demasiado como para separarse alguna vez de él, estipuló un precio que yo consideré que superaba en la mitad lo que valía. Le trasmití la información al señor Abercrombie, quien se puso en contacto con ella y cerró la compra mientras yo dormía en mi hotel.
Cuando llegué a la mañana siguiente a la casa de la señora Comstock para llevarme el holograma, le pregunté si sabía algo de su historia. Me dijo que no, que lo había adquirido por el artista, un hombre llamado Peter Klipstein. Me resultó desconocido, y me explicó que era el hombre que había abierto el sistema Corvus a la colonización humana y que le consideraban un gran héroe. Por lo tanto, llegó a la conclusión de que el nombre de Klipstein le confería un gran valor al holograma, por lo menos para los colonos de Corvus, y que lo compró esencialmente como inversión.
Le pregunté si sabía de la existencia de otros hologramas realizados por Klipstein, y contestó que desconocía que los hubiera, y que le había sorprendido mucho averiguar que había creado éste, aunque autentificó la firma antes de comprarlo.
Como mi nave no partía a Nuevo Rodesia, nuestro próximo lugar de parada, fui a una biblioteca local y le pedí a la computadora principal que me pasara los datos biográficos de Klipstein. Fue un error, ya que ha sido objeto de no menos de veintisiete biografías completas. Por último, hice que la computadora las repasara y me proporcionara una historia del hombre de unas diez mil palabras, que ahora condensaré aun más para ti.
Peter Klipstein fue miembro del Cuerpo de Pioneros, esa rama del gobierno encargada de cartografiar y explorar los mundos nuevos para la colonización humana, allá por los primeros días de la República, hace unos veinticinco siglos. (Es evidente que el Cuerpo de Pioneros fue creado al comienzo de la Era Galáctica, sobrevivió a la República y a la Democracia, y sólo fue desmantelado después del advenimiento de la Oligarquía, hace unos cuatrocientos años.)
Una vez cartografiados seis sistemas más, Klipstein llegó al sistema Corvus, donde encontró un mundo habitable, Corvus II, y supervisó la terraformación de otro, Corvus III.
Cuando se retiró del Cuerpo de Pioneros a la edad de cuarenta y siete años, se estableció en Corvus III, donde adquirió un terreno enorme que no era adecuado para la agricultura, y donde vivió en un aislamiento impensable, lejos de la familia y los amigos. La Democracia era incapaz de controlar todos los mundos de la Frontera que había acumulado, y cuando Corvus III fue invadido por los klokanni, su Flota no estaba en posición de ir en ayuda de los colonos atacados. Se conquistó el planeta en menos de tres días; fue entonces cuando Klipstein comenzó una campaña Individual de sabotaje y terrorismo que concluyó con el abandono de Corvus III por parte de los klokanni. Cuando todo acabó, le ofrecieron el cargo de gobernador de Corvus III, que fue rebautizado con el nombre de Klipstein. Lo rechazó y volvió a sus tierras para vivir los años que le quedaban en soledad. No había ninguna información en sus biografías acerca de su trabajo como artista, y sospecho que su obra fue mínima, porque aunque es obvio que el holograma fue mejorado por la computadora, sigue siendo una pieza impactante, y de haber guiado a su computadora para que produjera más trabajos similares, seguro que habría recibido cierta medida de reconocimiento en ese campo.
Mi otro deber, además del de comprar retratos de la mujer con la que tanto estaba fascinado el señor Abercrombie, era el de intentar localizar otras obras de arte en las que figurara ella. Como su aparición en pinturas creadas a miles de años y billones de kilómetros de distancia seguía siendo un misterio, tenía la esperanza, si es que había algo, de poder clarificarlo descubriendo qué tenían los diversos artistas en común. Con ese fin le indiqué a la computadora maestra de la biblioteca que intentara determinar qué antecedentes y experiencias podría haber compartido Klipstein con Christopher Kilcullen, un artista cuya pintura de la mujer había sido subastada hacía poco en Lejano Londres.
La respuesta fue desalentadora. Klipstein murió casi dos milenios antes de que naciera Kilcullen. Vivieron a cincuenta y cinco mil años luz de distancia. Klipstein era un explorador y cartógrafo, Kilcullen un oficial de carrera en la Flota. Ninguno de los dos estudió arte, y así como resultaba aparente que el holograma fue la única incursión seria de Klipstein en el campo, Kilcullen iba camino de establecerse una reputación en el momento de su muerte. Klipstein era ateo, Kilcullen miembro devoto de un culto cristiano pequeño. Klipstein nunca se casó, y las biografías dan a entender que puede que hubiera llevado una vida de total celibato; Kilcullen se casó cuatro veces, divorciándose de su primera esposa y sobreviviendo a las otras tres. Ciertamente, sus vidas fueron tan diferentes que sólo era capaz de descubrir que tenían una sola cosa en común: que en un momento de sus vidas lucharon contra una abrumadora fuerza enemiga con un valor encomiable, incluso con heroísmo.
Esto me hizo creer que la modelo quizá no fuera una mujer real, sino una representación de una antigua diosa de la guerra. Sin embargo, la computadora no pudo localizar ninguna diosa de la guerra de cabello oscuro en la mitología humana. Entonces, tuve que determinar si existió una mujer de pelo oscuro como miembro fundador, incluso santo patrón, de la Flota, a lo cual recibí una respuesta negativa, no muy sorprendente si se considera que la batalla de Klipstein no se puede calificar como una acción oficial de la Flota.
Pasé mis últimas horas en Binder X en la biblioteca, tratando de encontrar algún eslabón entre sus vidas que no fuera lo militar, mientras la computadora no dejaba de insistir en que no existía ninguno.
Por último, tuve que partir a Nuevo Rodesia, y subí a bordo de una pequeña nave de pasajeros todavía sin haber encontrado respuestas a mis preguntas. Afortunadamente esta nave también tenía una dotación de pasajeros no humanos, y pude pasar el resto del viaje entre ellos. Tuve que realizar un trasbordo en el pequeño mundo colonia de Morioth II. El resto del trayecto fue casi insoportable, ya que sólo había otros seis pasajeros, cinco Hombres y un canforita, y ninguno salió de su compartimento. Cuando aterrizamos, había llegado a la conclusión de que Klipstein estaba completamente loco, ya que ningún ser cuerdo se aislaría por propia voluntad del calor y la seguridad que le brindarían otros miembros de su propia especie.
(De hecho, mi reverenciada Madre de Patrón, se me ocurrió la idea de que la galaxia está dominada por una raza absolutamente loca, ¿ya que quién, salvo el Hombre, atesora el aterrador concepto de la intimidad? Ciertamente, se podría escribir al respecto.)
Nuevo Rodesia es un hermoso mundo verde y azul. Su continente occidental está compuesto casi en su totalidad por montañas muy boscosas; sin embargo, sus dos continentes orientales, planos y atravesados por cientos de ríos, son ideales para la agricultura. Tiene un único acuerdo comercial con su mundo hermano, Nuevo Zimbabwe, que se encuentra a unos siete años luz de distancia, y le suministra todos los metales y materiales fisionables que necesita a cambio de trigo y carne. Más aún, los dos planetas han combinado sus recursos para formar una cooperativa económica en el comercio que realizan con los demás mundos de la Oligarquía.
El embajador lodinita fue a recibirme al espaciopuerto (sólo Lodin XI, Canfor VI y Vil y Galaheen IX, de todos los mundos no humanos, tienen embajadas en Nuevo Rodesia). Con su ayuda me llevó menos de una hora localizar al propietario de la pintura que buscaba, ya que Nuevo Rodesia, al ser esencialmente un mundo agrícola, está mucho menos poblado que Nuevo Zimbabwe, donde reside casi el ochenta por ciento del pueblo de esta única cooperativa económica. El embajador me advirtió que los neorodesianos eran más xenófobos de lo normal para un mundo de la Frontera, e incluso con su intervención en mi nombre me pasé todo un día abriéndome camino a través de un excesivo número de restricciones y mezquinas reglas antes de que me permitieran salir del espaciopuerto y dirigirme a mi destino.
El hombre que buscaba era Orestes Minneola, un químico dietista retirado que vivía en un lujoso apartamento en Salisbury, una ciudad llena de gente que se hallaba situada a unos trescientos kilómetros del espaciopuerto. Me invitó a pasar a su salón y me trató con civismo; sin embargo, me di cuenta de que mi presencia le ponía incómodo. Cuando descubrió el propósito de mi visita, me permitió examinar la pintura, que colgaba de la pared de otro cuarto, pero declaró que no estaba a la venta, ya que para él poseía un valor sentimental. Le expliqué que el señor Abercrombie le pagaría una cantidad considerablemente mayor que la que él mismo había pagado por la obra. Pero persistió en su obstinación.
Por último, cuando me convenció de que no estaba adoptando una actitud agresiva para obtener más beneficio por la pintura, si no que de verdad no tenía intención de separarse de ella, le pregunté qué lazo en especial le unía al cuadro. Contestó que Rafael Jamal, el artista, era uno de sus héroes y, supuestamente, se había pasado los últimos años de su vida trabajando en la pintura.
Esto pareció confirmar mi convicción de que la modelo procedía de un antiguo mito de guerra; le pregunté si Jamal había luchado con la Flota o para alguna fuerza independiente. El señor Minneola pareció confundido; al final reconoció que desconocía cuál podía ser el historial militar de Jamal.
Fue mi turno de quedar confuso, pues nunca había oído que llamaran héroe a un Hombre a menos que hubiera sobresalido en una acción militar. Mi anfitrión me indicó que estaba equivocado, salió un momento del cuarto y regresó con un álbum de recortes de posters de circo de toda la galaxia, diciendo que era entusiasta de los circos y estudiante de su historia. Buscó en el álbum hasta que llegó a un anuncio llamativo, aunque mal impreso, de un hombre muy joven y de aspecto atlético vestido con unos leotardos cubiertos de lentejuelas que oscilaba en un aparato llamado trapecio. Se trataba de Jamal, y, según el señor Minneola, era un famoso artista de circo cuya especialidad era un quíntuple salto mortal de un trapecio a otro sin que hubiera de por medio una red. Su carrera había terminado con un trágico accidente que le dejó paralizado de cintura para abajo; había muerto unos cuatro años después.
Le di las gracias al señor Minneola por el tiempo prestado y su cortesía, comencé la búsqueda de un hotel (unos cuantos tenían habitaciones libres, pero no se permitía que las ocuparan no humanos) y, por último, encontré uno ruinoso en las afueras de lo que los colonos llamaban el Distrito Nativo (aunque no había nativos inteligentes en Nuevo Rodesia; sólo era un eufemismo de gueto) y, desde allí, le informé al señor Abercrombie que había localizado la pintura pero que el propietario se negaba a separarse de ella a ningún precio. Lejos de mostrarse desanimado, la noticia pareció estimularle; como la mayoría de los Hombres, parecía valorar sólo aquellas cosas por las que tenía que luchar.
En el vuelo de regreso, se suponía que debía cambiar de nave en Pellinath IV, en el hangar en órbita; sin embargo, en el último instante, tuvimos que desviarnos a Pico II, ya que los Bellum, la única raza inteligente de Pellinath, se estaban resistiendo a ser incorporados al sistema económico de la Oligarquía, y la Flota había hecho acto de presencia para convencerles a la fuerza de que lo reconsideraran. No se permitía la entrada en la región de ningún ciudadano o miembro asociado de la Oligarquía, y me vi obligado a esperar tres días en Pico hasta que los Bellum fueron aplastados y convencidos.
Aunque encontré fascinantes su paisaje desolado y sus volcanes apagados, me informaron que la Oligarquía consideraba a Pico II un mundo menor y sin importancia, su único reclamo a la fama era el hecho de que el famoso criminal Santiago había estado encarcelado allí hacía más de dos mil años. Por entonces se trataba de un mundo relativamente poco poblado, y así seguía siendo en la actualidad.
Visité la biblioteca local y le pedí a la computadora que me diera datos biográficos de Rafael Jamal, con una atención especial a su historial militar. Buscó en su memoria durante casi tres minutos antes de informarme que la única referencia que tenía de Jamal era sólo un artículo-cínta que hablaba de su accidente. Le sugerí que enlazara con una computadora más grande en Pellinath o algún otro mundo cercano y descubrí que el precio por gastar tanta energía en este planeta pobre en energía era exorbitante y, a cambio, decidí que me pasara los nombres de los artistas de la colección de Abercrombie. Los primeros siete nombres sí habían servido en el ejército… pero el octavo no, y cuando la computadora hubo procesado los diecinueve nombres que pudo localizar en su memoria, resultó que cinco carecían de historial militar. Me negué a abandonar la teoría de que la mujer era una figura mítica militar antigua hasta que hubiera determinado si los cinco habían pertenecido a una especie de guerrilla extraoficial, pero me di cuenta de que debería esperar hasta que pudiera tener acceso a la computadora de Lejano Londres.
Cuando se hizo obvio que nuestra estancia en Pico II iba a durar más de unas horas, decidí pasarme el resto de la tarde en la Sala de Rarezas y Coleccionares. Había algunos libros allí -libros de verdad, con papel y tapas-, y como nunca antes había visto uno, seleccioné una serie de antiguos y pesados volúmenes que versaban sobre el arte humano, me dirigí a un cubículo de la Sección Alienígena y comencé a hojear las páginas de un libro de paisajes espaciales modernistas. Una hora después había inspeccionado la mitad de los tomos cuando, de repente, di con otro retrato de la mujer desconocida del señor Abercrombie.
Como siempre, vestía de negro y, como siempre, la exquisita regularidad de sus facciones estaba realzada por una expresión de infinita pena. De inmediato comprobé los datos pertinentes y descubrí que el retrato se completó en la Tierra, en 1908 d.C., en un país llamado Uganda. El artista era un naturista llamado Brian McGinnis, al que se conocía en especial por su descubrimiento de dos especies raras de orquídeas que crecían en las pendientes de una montaña volcánica; su única obra de arte anterior había sido una serie de acuarelas de diversas orquídeas.
El boceto biográfico de McGinnis continuaba diciendo que había nacido en un país llamado Escocia, que había recibido su educación en botánica y biología, que había servido cuatro años en el ejército y que se había marchado a Uganda, una tierra salvaje y primitiva, a la edad de veintiocho años. Publicó diecisiete monografías, trece sobre orquídeas, tres sobre la fauna local y una sobre formaciones volcánicas, y murió de una enfermedad desconocida a la edad de treinta y seis años, en el año 1910 d.C.
He analizado todos los datos que pude acumular acerca de los cuatro artistas, y sigo convencido de que mi teoría es correcta. Si Jamal había estado en el ejército, era lo único que tenían en común, aparte del hecho de que los cuatro eran varones humanos que habían reflejado a la misma mujer en una tela u holograma… Tengo la esperanza de que cuando disponga de acceso a la computadora de Lejano Londres confirmaré el servicio militar de Jamal.
Entonces, le pedí a la computadora de la biblioteca que determinara el actual paradero de la pintura de McGinnis; pero, una vez más, fue incapaz de ayudarme, ni tampoco pudo darme alguna información referente a Reuben Venzia, un hombre sobre el cual el señor Abercrombie desea información. Con sinceridad, me resulta imposible comprender por qué el pueblo de Pico II nunca se ha molestado en actualizar la computadora de su biblioteca.
Por último, regresé a mi habitación y me preparé para contactar con el señor Abercrombie y contarle este nuevo hallazgo; sin embargo, el haz subespacial del hotel carecía de la potencia necesaria para llegar hasta Lejano Londres, y el coste de transmitir el mensaje vía Zartaska y Gamma Leporis IX, la ruta menos complicada, era tal alto que tomé la decisión de que esperaría hasta volver a Lejano Londres para informarle en persona de mi descubrimiento.
Pasé el resto del tiempo en Pico 11 en la biblioteca, examinando cada volumen de arte con la esperanza de hallar otro retrato de la misteriosa mujer del señor Abercrombie, aunque sin éxito alguno; y cuando se anunció que la Flota había sometido a los Bellum, me dirigí a la nave y continué mi viaje a Lejano Londres.
Al llegar fui directamente a la casadel señor Abercrombie y, para mi asombro, observé que la pintura de Jamal ya colgaba en su galería. Expresé mi sorpresa de que la hubiera comprado tan pronto, dado que el señor Minneola había parecido tan decidido a no separarse de ella, y, con tono triunfal, contestó que cuando iba en busca de algo siempre obtenía lo que quería. En este caso, para emplear las propias palabras del señor Abercrombie (me disculpo por su vulgaridad): «Casi tuve que comprarle un maldito circo». Parece que su agente había conseguido atravesar el bloqueo de la Flota para traerle la pintura, lo que explica que llegara antes que yo.
Se mostró excitado cuando le hablé de la pintura McGinnis y me ordenó que no reparara en ningún gasto para localizarla. Al explicarle que no sabía por dónde comenzar, y cuando le sugerí que la pintura, que no era nada famosa y que había sido realizada hacía seis mil años, quizá ya no existiera, se puso a gritar e insistió en que yo trataba de sabotear los intentos que hacía de completar su colección, y exigió que abandonara su presencia y regresara al trabajo.
Al ansia de intimidad que antes mencioné, ahora he de añadir otro rasgo que posee el señor Abercrombie y que es único de la raza del Hombre, el cual bien podría ser un síntoma adicional de inestabilidad mental: la obsesión.
Sin duda esta mujer jamás existió. No puede tener algún significado para el señor Abercrombie. Nunca ha sido reflejada por un artista importante. No obstante, mi empleador ha gastado una parte considerable de su fortuna en comprar sus retratos, y estoy convencido de que si el señor Minneola no se hubiera mostrado dispuesto a venderle su pintura, el señor Abercrombie no habría vacilado en robarla. Todo ello debido a una mujer humana con una cara muy triste.
También podría añadir que la misma modelo sigue siendo un misterio fascinante. ¿Cómo es que hombres separados por miles de años y cientos de miles de años luz han llegado a plasmar a la misma modelo? ¿Por qué nunca la ha pintado uno de los grandes maestros? De hecho, ¿por qué sólo la han pintado artistas de la raza del Hombre? ¿Por qué nunca sonríe o luce ropas de otro color que no sea el negro? Aparte del hecho de que los hombres que la han pintado podrían haber estado involucrados en algún tipo de conflicto armado, ¿qué más tienen en común que yo haya pasado por alto? ¿Quién es y qué representa para ellos? ¿Por qué nunca se ha empleado su nombre en ninguno de los títulos de los retratos?
Constantemente pienso en estas preguntas fascinantes; estoy muy agradecido de ser un Bjornn y no un Hombre, porque también yo podría caer en las garras de la obsesión.
Como siempre, te deseo prosperidad para la Casa y seguridad para la Familia.
Tu devoto Hijo de Patrón