7

POR LA MAÑANA FUI A LAS GALERÍAS CLAIRBORNE y solicité una audiencia con Tai Chong. Mientras esperaba para verla, no dejé de andar nervioso por la zona pública de exposiciones, observando las distintas obras sin verlas en realidad. Después de que transcurrieran unos minutos sin que ella me hubiera llamado a su despacho, me dirigí a la parte de atrás de la galería, me senté a mi escritorio y contemplé los datos que se habían acumulado en el fichero de mi computadora sin leerlos. Un momento más tarde, Héctor Rayburn se me acercó con una sonrisa divertida en la cara.

- He oído que Abercrombie te despidió -comentó.

- Es verdad, Amigo Héctor -confirmé.

- Bueno, duraste más tiempo del que ninguno de nosotros habría pensado -continuó-. Bienvenido al trabajo.

- Sólo he regresado para ver a Tai Chong.

- ¿Oh? ¿Es que vas a volver a Bjornn?

- Mi mundo es Benitarus II. Mi pueblo son los Bjornn.

- Es lo mismo -dijo encogiéndose de hombros-. ¿Irás allí?

- No, Amigo Héctor -contesté con sinceridad, ya que no se permite que los deshonrados sean enterrados en Benitarus II.

Pareció perder interés en mi futuro.

- ¿Cómo es Abercrombie? -preguntó ansioso-. ¿Es tan rico y loco como cuentan?

- Es bastante rico, Amigo Héctor -dije, espiando un momento la puerta cerrada del despacho de Tai Chong-, No soy competente para analizar su estado mental.

- ¿Le encontraste alguna pintura de esa mujer? -Unas pocas -respondí. Me miró con fijeza.

- ¿Qué te pasa hoy, Leonardo? Por lo general no paras de hablar y de hacer preguntas… e incluso me resulta difícil seguirte. Actúas como si hubieras perdido a tu mejor amígo.

- He sido Avergonzado.

- ¿Cómo?

- Malcolm Abercrombie me despidió por deslealtad -dije, y mi color reflejó mi humillación.

- ¿Y qué? -comentó Rayburn-. Yo he sido despedido tres veces, y, probablemente, me despedirán otras cinco más. Es un riesgo del trabajo, eso es todo. Cuando sucede te tomas una copa, echas un polvo y lo olvidas. -Se detuvo-. Demonios, ní siquiera tienes que ir a buscar otro empleo. Todavía tienes uno con Clairborne.

- No es tan sencillo, Amigo Héctor.

- Es así de sencillo, Leonardo -respondió-. Lo que sucede es que vosotros, los Bjornn, no tenéis la perspectiva adecuada.

- Pero es nuestra perspectiva -repliqué-, y es con la que yo debo vivir. Mi computadora nos interrumpió para informarme que Tai Chong ya estaba preparada pafa recibirme.

- Mira -comentó Rayburn-, en cuanto acabes con ella, pasa por mi escritorio y saldremos a echar una cana al aire. Conozco un lugar pequeño a unas tres manzanas de Aquí que sirve a todo el mundo. -Sonrió-. Invito yo.

- Te agradezco la oferta y tu amistad, Amigo Héctor -dije, poniéndome de pie-, pero debo rehusar-. Se encogió de hombros.

- Bueno, si cambias de parecer, házmelo saber.

Le prometí que así lo haría. Después me dirigí al despacho de Tai Chong, me planté delante del sensor para que me identificara y entré en la oficina en cuanto la puerta se deslizó a un lado.

- Leonardo -saludó, incorporándose y acercándose a mí para cogerme la mano-, ¡Lamento tanto esta confusión!

- La culpa es mía, Gran Dama -afirmé-. He deshonrado a las Calerías Clairborne y a la Casa de Crsthionn.

- Tonterías -dijo, descartando mi confesión-. Ese fanático consiguió reunir menos de treinta pinturas en un cuarto de siglo. ¡Tú le encontraste dos en un mes y tuvo la temeridad de despedirte!

Permanecí inmóvil durante un momento, tratando de asimilar lo que ella había dicho. Por último, conseguí hablar.

- ¿He de entender que no estás enfadada conmigo, Gran Dama?

- Por supuesto que no.

- Pero fui despedido.

- Sin causa.

- Fue por hablar con Reuben Venzia.

- La libertad de palabra y la libertad de asociación son un par de derechos universales que parecen haber escapado a la atención de Malcolm Abercrombie -declaró con desprecio. Señaló su vidfono-. Estaba enfrascada en el proceso de recordárselos cuando llegaste hace unos minutos.

- No debes enemistarte con él por mi culpa, Gran Dama -indiqué, mientras mi color reflejaba mi angustia.

- Lo hice por Clairborne -contestó con firmeza-. ¡Nadie va por ahí abusando de mis empleados!

- Es de lo que deseo hablarte.

- ¿De mi charla con Abercrombie?

- No. De mi posición como uno de tus empleados.

- Claro que eres uno de mis empleados -garantizó.

- He venido para presentar mi dimisión.

Se mostró sorprendida.

- ¿Tu dimisión? ¿De qué estás hablando, Leonardo?

- He deshonrado a mi Casa.

- No lo has hecho.

- Procedemos de culturas diferentes, y no tendría sentido que lo discutiera contigo, Gran Dama -declaré.

- Entonces, no lo discutas.

- No lo haré. Sin embargo, debo insistir en que aceptes mi dimisión.

- ¿Has solicitado otro trabajo? -preguntó de repente.

- No, Gran Dama.

Se relajó un poco.

- ¿Qué harás si acepto tu dimisión? ¿Regresar a tu Casa?

- Realizaré el ritual del suicidio.

- ¿Que harás qué?, -preguntó con una expresión de sobresalto.

- Me quitaré la vida para lavar el deshonor que he llevado a la Casa de Crsthionn.

- ¿Sólo porque te despidieron? -preguntó con incredulidad.

- Sí.

- ¡Eso es una locura!

- Para un humano, quizá -contesté con calma-. Pero para un Bjornn es lo adecuado y lo que se espera.

Sacudió la cabeza con vigor.

- No puedo permitir que te mates, Leonardo.

- No es decisión tuya, Gran Dama.

- Discutámoslo tranquila y racionalmente -dijo, aturdida.

- No es mi intención ofenderte, Gran Dama, pero preferiría que aceptaras mi dimisión sin demora alguna, ya que debo escribirle a mi Madre de Patrón y ordenar algunos asuntos personales antes de llevar a cabo el ritual.

Me miró en silencio durante un momento. Entonces, una expresión de comprensión cruzó fugazmente su rostro. Se aclaró la garganta y habló:

- Podrías haberte quitado la vida anoche -empezó, escuchando con atención sus propias palabras, como si cada frase la condujera a la siguiente-. Podrías haberlo hecho esta mañana. Sin embargo, primero viniste a mi despacho, e insistes en que acepte tu dimisión. -Calló y me miró fijamente a los ojos-.;Y si no la acepto, Leonardo?

- Jamás se me ocurrió que no honraras mi solicitud, Gran Dama.

- Tu Casa ha firmado un contrato de intercambio con Clairborne -dijo por fin, sin dejar de observarme-. Tu Casa -repitió despacio, recalcando la palabra-, no tú. ¿Y si insisto en que respetes ese acuerdo?

Suspiré.

- Si rechazas mi dimisión, entonces tendré que cumplir la obligación que une a mi Casa contigo.

- ¿Y no te matarás?

- No realizaré el ritual hasta que dicha obligación termine.

- Pues no acepto tu dimisión -afirmó con decisión.

- Eres una mujer muy inteligente -dije con pesadumbre.

- Y tú eres un empleado muy vivo de las Galerías Clairborne -contestó con una sonrisa de alivio-. Al menos, por los próximos diez meses.

- Nueve meses y veintitrés días -la corregí.

- Volveremos a hablar de ello cuando los dos nos encontremos en mejor estado de ánimo. -Respiró profundamente, como si de momento descartara el tema-. Mientras tanto, vuelves a trabajar para Malcolm Abercrombie.

- Nunca me readmitirá.

Ella exhibió una sonrisa triunfal.

- Ya lo ha hecho.

- Pero, ¿por qué?

Alzó el neoueño holograma de una pintura.

- ¿Te resulta familiar la modelo?

Lo observé. Era el retrato de la misteriosa mujer de Abercrombie.

- La reconozco -contesté-. Sin embargo, nunca había visto la pintura.

- Nadie de Lejano Londres la ha visto. -Hizo una pausa-. Cuando Abercrombie me llamó ayer para informarme de que te había despedido, yo, por supuesto, exigí saber el motivo. En cuanto averigüé que Venzia se había acercado a ti, se me ocurrió que no lo habría hecho a menos que creyera que tú tenías algo, o podías obtener algo, que él necesitaba. Así que pasé unas cuantas horas repasando los folletos electrónicos que recibimos cada semana sobre las próximas subastas y ventas privadas, y descubrí esto. -Indicó el holograma-. ¿Es lo que quiere?

- Sólo la información, Gran Dama -dije-. No la pintura en sí misma. Colecciona información de la mujer igual que Abercrombie colecciona sus retratos.

- Me pregunto por qué.

- No lo sé, Gran Dama.

Guardó silencio, como si estuviera pensando en el interés de Venzia; luego se encogió de hombros.

- En cualquier caso, este retrato lo vende Valentine Heath, un coleccionista con el que hemos tratado algunas veces en el pasado. Antes que pasar por las molestias y la incertidumbre de una subasta, prefiere vendernos directamente a nosotros. Cuando entraste, le estaba diciendo a Abercrombie que habíamos localizado otro retrato de su dama, y que la condición de que lo adquiriéramos era que te volviera a contratar y que se disculpara por escrito ante ti, Clairborne y la Casa de Crsthionn.

- Es un hombre orgulloso -comenté-. Seguro que no aceptó tus términos.

- También es un hombre obsesionado -indicó.

- ¿Aceptó?

- Aceptó -sonrió-. Vuelves a trabajar para él.

- ¡Pero no quiero hacerlo! -exclamé, sorprendiéndome con mi audacia.

- Sin duda es preferible al suicidio.

- El suicidio es honorable -declaré-. No hay nada honorable en trabajar para un hombre que me desprecia y me considera un mentiroso.

- Demuéstrale que se equivoca.

- Pero…

- Mira, Leonardo -interrumpió-. Héctor se burla de mí porque siempre estoy haciendo campaña a favor de nuestros hermanos alienígenas, y, en cierto aspecto, tiene razón: pronuncio muchos discursos y participo en muchas marchas; sin embargo, jamás consigo nada tangible. Bueno, ésta es mi oportunidad de hacer algo y de enseñarle a un hombre muy desagradable una lección muy desagradable al mismo tiempo. -Calló y me sonrió-, Y el hecho de que tú seas un empleado de Clairborne hará que sea más dulce.

- Pero, ¿no podría alguna otra persona ir a trabajar para el señor Abercrombie? -pregunté-. No sólo es que sintamos un desagrado mutuo, sino que el motivo de mi presencia aquí es el de aprender vuestra metodología e incrementar mi contacto con diferentes escuelas de arte, cosas que no he hecho desde que empecé a trabajar para él.

Sacudió la cabeza.

- Tú fuiste el despedido; tú eres a quien volverá a contratar. Además, ¿cómo podré defender la igualdad total y no hacerla valer cuando por fin dispongo de la oportunidad? -Juntó las manos delante de ella-. No te muestres tan apesadumbrado, Leonardo. Incluso conseguí que diera unas compensaciones sustanciales para tu Casa.

- ¿De verdad?

- Sí. Nadie abusa de mis alienígenas.

- Te estoy muy agradecido, Gran Dama -contesté con sinceridad.

- Demuéstralo no matándote -dijo Tai Chong.

- He prometido que no realizaría el ritual mientras trabaje para ti -aseguré.

- ¿Aún piensas hacerlo cuando te marches? -inquirió sorprendida-. ¿Aunque haya aceptado readmitirte?

- No lo sé -contesté-. Me hará falta guía ética de mi Madre de Patrón.

- ¡Seguro que te dirá que no lo hagas! ¡Tu Casa ahora está recibiendo más dinero que antes!

- Es el dinero de una conciencia culpable.

- ¡Tonterías! -restalló-. Es el dinero de un estúpido intransigente que cometió un serio error y tiene que pagar por él.

- Consideraré tu afirmación -comenté sin comprometerme.

- Volveremos a hablar de ello más adelante -prometió. Reinó un silencio incómodo-. Tengo la sensación de que tu entrevista ha terminado, Leonardo.

- Entonces, ¿debo presentarme en este momento ante el señor Abercrombie?

- No. De hecho, ya te he reservado billete a Carlomagno.

- ¿A Carlomagno, Gran Dama?

- No me pasa desapercibido lo que sientes hacia el señor Abercrombie -indicó-. Y alguien tiene que autentificar la pintura de Valentine Heath. -Se detuvo, inquieta-. No pude comprarte un compartimento de primera clase, Leonardo. Sencillamente, no permitían que lo ocuparas.

- No me ofendo, Gran Dama.

- Bueno, pues yo sí. Para compensarte, te he reservado la Suite Director en el mejor hotel de Carlomagno.

El planeta se encuentra muy cerca del centro de la Oligarquía -dije.

- Sí -contestó, mirándome con ojos inquisitivos.

- Mi especialidad es el trabajo del Cúmulo Albión, que se encuentra en el borde de la Frontera Interior. Sin duda, requerirás a otro para autentificar la pintura.

- Según Valentine, sólo tiene dos años de antigüedad -informó-. Tú haz que te presente al artista, y en lo que a mí respecta ya la habrás autentificado.

- Pero no sé cómo estimar su valor, Gran Dama -protesté.

- Es igual. No importa lo que le paguemos a Valentine, obtendremos beneficios cuando se la vendamos de nuevo a Abercrombie.

- Entonces, como tiene dos años y a ti no te importa su valor, ¿por qué enviar a alguien para autentificarla? -pregunté, intrigado.

- Por dos razones. La primera, pretendo pasarle a Abercrombie todos los gastos del viaje… y quiero que permanezcas tiempo en Carlomagno. Tómalo como unas vacaciones pagadas.

- ¿Y la segunda razón?

- No sé mucho sobre la mujer que aparece en las pinturas -continuó-. Pero, de acuerdo con la extensa colección de Abercrombie, es obvio que vivió y murió hace mucho tiempo… lo que significa que el artista que pintó el retrato que tiene Heath debió disponer de algún material original. Intenta averiguar qué fue. Si se trata de alguna obra de arte, quizá también esté a la venta y podamos comprarla para Abercrombie. -Calló un instante-. Otra cosa, Leonardo.

- ¿Sí, Gran Dama?

- Si Reuben Venzia contacta otra vez contigo, dile que has considerado su oferta y que estás dispuesto a tratar con él.

- Eso no sería ético.

- Para todos los efectos, ya hemos comprado la pintura de Valentine Heath. No existe manera de que Venzia pueda ponerle las manos encima… pero si dispone de información útil para nosotros, no queremos cortar toda la comunicación con él.

- ¿Y qué hay de Malcolm Abercrombie, que precisamente me despidió ayer por lo que tú ahora me ordenas que haga? -pregunté, súbitamente consciente de la ironía de la situación.

- Déjamelo a mí -declaró con sombría determinación. Se puso de pie y me escoltó hasta la puerta-. Todo saldrá bien. -Depositó ciertos documentos en mi mano-. Éste -señaló uno-, es tu Permiso de Trabajo, que te dará acceso a todos los edificios públicos de Carlomagno. Son bastante sofisticados allí, y no creo que nadie te lo pida. Y éste -señaló otro-, es tu Pasaporte Clase B, que te permitirá viajar en un espacio de quinientos años luz de Carlomagno durante un período de treinta días, en caso de que el artista se encuentre en algún mundo próximo. Como no tenemos oficinas en aquel sistema, éste es el código numérico para una línea de crédito que he establecido con la sucursal del Trustees Bank de Carlomagno. Responde a tu registro vocal, ya que tu retina-grama no deja de confundir a los sensores de seguridad. Puedes sacar hasta veinte mil créditos. -Se detuvo-. Es por si Abercrombie se arrepiente y no respeta su compromiso. Supongo que tienes los números de su cuenta y crédito, ¿no?

- Sí, Gran Dama.

- Éste es un holograma de Valentine Heath, de modo que puedas reconocerlo en el espaciopuerto.

- Imagino que será mucho más fácil para él reconocer a un Bjornn que desembarque de una nave humana, Gran Dama.

- Probablemente -acordó-. Pero por si se retrasa, encontrarás su dirección codificada en el reverso. Puedes contactar con él en su casa. -Extrajo un pequeño holograma-Y esto -anunció, pasándomelo-, es una reproducción de la pintura que autentificarás.

Lo estudié un instante.

- Es la misma mujer -dije.

- Lo sé. No se te olvida esa cara cuando ya la has visto.

Volví a mirar la reproducción y observé una extraña escritura en la parte inferior. Parecía casi legible; pero, cuanto más intentaba descifrarla, menos éxito tenía. Por último, se la di a Tai Chong.

- No consigo leer lo que hay escrito debajo, Gran Dama.

- Es una de las fuentes tipográficas más recientes que han empezado a usar en los catálogos -explicó-. Creo que se llama Amares Elegant. Es preciosa, aunque comprendo por qué te resulta difícil de leer. -La contempló-. Dice que el nombre del artista es Sergio Mallachi. ¿Has oído hablar de él?

- No -contesté-. ¿Indica también cuál es el título de la pintura?

- Sí -dijo Tai Chong. Se encogió de hombros-. Resulta más bien extraño, y un poco desconcertante.

- ¿Cuál es?

- La Dama Oscura.