18
LA DAMA OSCURA SE HALLABA DELANTE DE MÍ, con los brazos extendidos, llamándome para que la siguiera. Di un paso titubeante; luego, otro.
- Ven, Leonardo -entonaba-. Ven a ver aquellas cosas que sólo has soñado. Ven a cruzar la barrera conmigo. Ven a aprender los misterios eternos de la Vida y de la Muerte.
Di otro paso, éste más seguro.
- Ven -susurró-. Ven conmigo y aprende los secretos sublimes del Otro Lado. ¡Ven!
Me incorporé, sentándome erguido sobre la litera, con las manos temblorosas, y mi tonalidad fluctuando de forma frenética. Por último, al darme cuenta de que sólo había sido un sueño, me calmé.
¿O no había sido un sueño? Casi nunca soñaba, y cuando lo hacía, no era capaz de recordar los detalles al despertar… sin embargo, este sueño lo recordaba con perfecta claridad.
Cuanto más pensaba en ello, más me preguntaba si no había sido una visión, una manifestación de la Madre de Todas las Cosas. Parecía presuntuoso imaginar que ella podía visitarme a mi -menos aún a cualquier Bjornn macho-; no obstante, cada detalle de la experiencia permaneció fresco y claro en mi mente.
- ¡Luces! -ordené con voz ronca.
La habitación se iluminó al instante; me puse a andar de un lado a otro de la estancia, meditando en el significado de lo que había sucedido. Desde la biblioteca había ido directamente al hotel de Venzia para contarle lo que había descubierto. Él se había mostrado extraordinariamente agitado y me dijo que planeaba partir hacia Saltmarsh, el planeta nativo de Kobrynski, en menos de una hora. Se ofreció a llevarme, pero yo pensé que no podía abandonar Lejano Londres sin el permiso de Tai Chong, y aunque le había solicitado que retrasara su viaje hasta la mañana, él se negó, mientras su cara brillaba con un celo fanático.
Así pues, había regresado a mi habitación, angustiado por que mi participación en la saga de la Dama Oscura hubiera llegado a su fin. Me fui directamente a la cama. Como había estado en mis pensamientos toda la noche, era lógico suponer que, sencillamente, había soñado con ella, descargando de manera subconsciente mi frustración por quedarme atrás.
Ésa era la explicación lógica… pero, ¿era la correcta?. ¿La Dama Oscura sólo visitaba a machos humanos o también se me había aparecido a mi?. De ser así, ¿era de verdad la Madre de Todas las Cosas? ¿Era una blasfemia considerar la posibilidad o resultaba sacrilego no seguirla cuando me había llamado?
No lo sabía, y cuanto más pensaba en ello, más confundido me quedaba. Seguía meditando en las ramificaciones del problema cuando rompió el día y dejé mi habitación para ir a la galería.
Al bajar al vestíbulo pequeño y poco amueblado de mi hotel, Valentine Heath me esperaba, totalmente ajeno a las miradas curiosas de los residentes y a las furiosas de los humanos que observaban el interior al pasar por delante de la entrada.
- Buenos días, Leonardo -saludó-. Tienes un aspecto horrible.
- No dormí bien, Amigo Valentine -respondí.
- Siento oírlo.
- ¿Cómo supiste que vivía aquí? -pregunté-. Nunca te lo dije.
- No es muy difícil localizar a un alienígena en Lejano Londres -contestó con una sonrisa. De repente, ésta se desvaneció-. De verdad que deberías mudarte -continuó-. Las alfombras están gastadas, el empapelado de las paredes se cae y los empleados no dejan de mirarme con expresión hosca.
- Es el mejor hotel disponible para no humanos -respondí.
- ¡No me lo creo!
- Tampoco yo, hasta que visité algunos de los otros -dije. Me volví ligeramente para no ver al recepcionista, un canforita que nos miraba con fijeza y expresión de desagrado-. Ahora que me has encontrado, ¿qué quieres de mí?
- Lo mismo que ayer. -Calló un instante, incómodo-. Le debo a las Torres de Lejano Londres diecisiete mil créditos. Han exigido el pago para mañana a primera hora.
- Sólo llevamos en Lejano Londres cuatro días -comenté sorprendido-. ¿Cómo conseguiste gastar tanto dinero?
- Ya te lo dije: tengo gustos caros. La Suite Presidencial cuesta dos mil quinientos créditos por noche, sin contar comidas, y como vine aquí sin ninguna muda, ordené un nuevo guardarropa al sastre del hotel.
- Eso no fue inteligente, Amigo Valentine. Deberías haberte alojado en un hotel menos caro.
- ¿Qué diferencia hay? -respondió con una sonrisa-. Dadas mis circunstancias actuales, no puedo permitirme ninguno hasta que no me descongelen las cuentas.
- Pero, ¿por qué la Suite Presidencial? Seguro que no necesitas tanto espacio.
- Necesito mis pequeños lujos -respondió a la defensiva-. Además, ya no importa. Debo ingresar algo de dinero o me arrestarán a primera hora de la mañana.
- Quizá deberías abandonar el planeta -sugerí.
- No puedo comprar combustible para la nave, ni siquiera pagar la tarifa del hangar. -Calló de nuevo-. Anoche fui al hotel de Venzia para ver si me prestaba algo de dinero, pero se había marchado una hora antes de llegar yo.
- Lo sé.
- ¿Dónde está?
- Camino de Saltmarsh.
- ¿Saltmarsh? -repitió Heath-. Jamás oí hablar de él.
- Es un planeta pequeño del Cúmulo Albión.
- ¿A qué ha ido?
- A conocer a la Dama Oscura.
- ¿Cómo sabe que se encuentra allí?
- Se lo dije yo.
- De acuerdo: ¿cómo lo supiste tu?
- Lo deduje, con la ayuda de la computadora de la biblioteca.
- ¿Estás seguro de que no te equivocas?
- Eso creo.
- Entonces, ¿por qué no fuiste con Venzia?
- Tengo otras obligaciones.
- ¿Con Clairborne?
- Creí que eran más importantes cuando hablé con el Amigo Reuben anoche -contesté-. Ahora ya no lo sé.
- ¿Qué ha cambiado?
- Te reirás si te lo cuento.
- Ni aunque quisiera -afirmó-. ¿Qué sucedió, Leonardo?
- Puede que la Dama Oscura se me haya aparecido en una visión.
- ¿Puede?, -repitió con el ceño fruncido.
- Quizá sólo haya sido un sueño -respondí con sinceridad-. No lo sé. -Callé un instante-: Pero si fue una visión, entonces debo verla otra vez.
- ¿Cuan importante es para ti, Leonardo? -inquirió Heath.
- Si fue una visión, puede ser lo más importante de mi vida -contesté con un suspiro abatido-. Sin embargo, no tengo dinero para comprar un pasaje a Saltmarsh, así que nunca lo sabré.
- No estés tan seguro -afirmó.
- ¿Qué quieres decir? -pregunté con suspicacia.
- Si me revelas lo que quiero saber sobre el sistema de seguridad de Abercrombie, mañana a primera hora no sólo dispondré de dinero para ponerle combustible a la nave, sino que deberé abandonar Lejano Londres a toda prisa. -Calló significativamente-. No veo razón alguna para no ocultarme en Saltmarsh y llevarte conmigo.
- No permitiré que me hagas chantaje -contesté con obstinación.
- No es chantaje. Es un trato justo. Si tú no me das lo que necesito, yo no puedo darte lo que tú necesitas. Es así de sencillo.
- No puedo hacer lo que pides, Amigo Valentine.
- Me gustaría que cambiaras de parecer, Leonardo. Pero, aunque no lo hagas, he de intentar robar su colección esta noche. Sencillamente, ya me es imposible esperar más tiempo. -Guardó silencio-. Si cambias de parecer, contacta conmigo en mi hotel. Estaré allí hasta la medianoche.
- No cambiaré de parecer.
Extendió la mano.
- Entonces, deséame suerte.
Estreché su mano, pero no hice ningún comentario; pasado un momento, dio media vuelta y se dirigió a la puerta. Le observé hasta que se perdió en la multitud de la hora punta; después comencé a andar hacia las Galerías Clairborne, con la imagen de la Dama Oscura todavía fija en mi mente.
Cuando llegué, fui directamente a mi escritorio y comencé a escribir una carta.
Querida Tai Chong,
Me encuentro en un doloroso dilema moral. Existe una posibilidad de que la Dama Oscura me haya visitado en una visión, y de ser así, debo encontrarla y determinar con exactitud quién es y qué es lo que quiere de mí… pero, para poder hacerlo, debo ayudar a un amigo a cometer un acto criminal, y yo mismo he de disfrutar de los frutos de ese delito.
Sin embargo, si no le ayudo, no seré capaz de visitar el mundo donde realizará su próxima aparición, y si es quien realmente yo sospecho que es, puede constituir, literalmente, un acto de herejía.
También existe la posibilidad de que esté equivocado, de que ella no hubiera contactado conmigo y de que carezca de todo interés en los no humanos. No obstante, no puedo averiguarlo hasta que hable con ella, y no puedo hablar con ella a menos que ayude a mi amigo. Por lo tanto, si estoy equivocado, si no me visitó de verdad, habré ayudado a mi amigo a cometer ese acto criminal por ningún motivo superior que al del beneficio financiero, y compartiré su culpa.
Necesito guía moral y ética, y no hay nadie a quien pueda recurrir. Por ello, te suplico.
Sentí una mano en el hombro y me erguí, sobresaltado.
- La jefa quiere hablar contigo -dijo Héctor Rayburn.
- ¿Ahora mismo?
- Es lo que ha dicho.
- Gracias, Amigo Héctor.
Instruí a la computadora para que almacenara la carta en su memoria; me puse de pie y fui al despacho de Tai Chong.
- Pasa, Leonardo -dijo con una sonrisa agradable.
- Sí, Gran Dama -y entré en el cuarto.
De inmediato noté que había añadido un nuevo holograma a aquellos que exhibían sus premios y sus fotos con diferentes artistas. Éste la mostraba mientras era conducida a la cárcel de Kennicot por dos policías fornidos, con una expresión de triunfo en la cara.
- Interesante, ¿eh? -comentó, siguiendo la dirección de mi mirada.
- Aterrador, Gran Dama -contesté con sinceridad-. Los policías parecen muy fuertes y muy enfadados.
- Y es verdad -comentó con alegría-. Creo que me siento más orgullosa de ese holograma que de cualquiera de los otros.
No sabía qué contestarle a una persona que se deleitaba tanto con ser arrestada y quebrantar la ley, de modo que guardé silencio.
Pasado un momento, se aclaró la garganta y volvió a hablar:
- Me preguntaba si aún no habías recibido noticias de Valentine Heath.
- Hablé con él esta mañana, Gran Dama.
- ¿Y?
- Aún está decidido a robar a Malcolm Abercrombie.
- ¿Le contaste que quería verle?
Mi tonalidad se acentuó con la humillación.
- Lo olvidé, Gran Dama.
- Bueno, no importa. Pero, por favor, recuerda comentárselo la próxima vez que le veas.
- No volveré a verle, Gran Dama.
- ¿Oh? ¿Por qué?
- Porque intenta robar a Malcolm Abercrombie esta noche, y sin duda será apresado. -Callé un instante-. Se aloja en las Torres de Lejano Londres, Gran Dama. Quizá tú puedas disuadirle.
- Quizá. ¿Qué te hace estar tan seguro de que lo cogerán? Es un hombre muy inteligente.
- Porque nunca ha visitado el interior de la casa de Malcolm Abercrombie, y desconoce el sistema de seguridad. Me pidió que le ayudara, pero me negué.
- Ya veo.
Moví los pies incómodo.
- Tengo una solicitud que hacerte, Gran Dama.
- ¿Cuál es?
- ¿Tiene Clairborne sucursal en Saltmarsh?
- Es en el Cúmulo Albión, ¿verdad?
- Sí, Gran Dama.
- Creo que tenemos una oficina pequeña -contestó-. ¿Por qué?
- Deseo un traslado inmediato a Saltmarsh.
Frunció el ceño.
- ¿Por qué? ¿No eres feliz aquí?
- ¡No, Gran Dama! -exclamé-. Todo lo contrario: amo mi trabajo y soy feliz en mi entorno. Sin embargo, creo que la Dama Oscura pronto aparecerá en Saltmarsh, y es imperativo que hable con ella.
- ¿Porqué?
- Existe la posibilidad -no es una certeza, sino una posibilidad- de que tenga un enorme significado religioso para la raza Bjornn -respondí-. Comprendo que suena ridículo al decirlo, pero debo verla de nuevo para determinar la verdad.
- ¿Por qué no me lo mencionaste ayer? -preguntó.
- Lo averigüé anoche. Esperaba pedir un permiso eirá Saltmarsh con Reuben Venzia, pero él ya se ha marchado sin mí. -Me detuve-. Tú eres mi única esperanza.
Me miró pensativa.
- ¿Qué hay de Heath? -inquirió por último-. Sois amigos, ¿verdad?
- No tiene dinero ni para ponerle combustible a su nave -expliqué-. Es la razón por la que está tan ansioso por robar a Malcolm Abercrombie.
- ¿Siente algún interés por la Dama Oscura? -preguntó, al tiempo que trazaba líneas sin sentido en una hoja mientras hablaba.
- Sólo le interesa como propiedad, de modo que pueda vendérsela a Malcolm Abercrombie -contesté.
- Qué vulgar. -Pareció perderse en sus pensamientos durante un momento; luego, de repente, se puso de pie-. Me gustaría poder ayudarte, Leonardo -expresó con simpatía-; sin embargo, el hecho es que, sencillamente, me resulta imposible enviarte a nuestra oficina de Saltmarsh.
- ¿Se debe a los problemas de Carlomagno? -pregunté.
- No. Has sido completamente absuelto de todos los cargos. -Calló-. Pero tu contrato es con la sucursal de las Galerías Clairborne de Lejano Londres. La oficina de Saltmarsh carece de autoridad para emplearte.
- ¿No se puede hacer una excepción? -pregunté-. Quizá se trate de un asunto de vital importancia.
Sacudió la cabeza.
- Me temo que no, Leonardo. Si tuvieras los medios de llegar allí, yo, como mucho, podría concederte un permiso… sin embargo, debo justificar todos mis actos a mis superiores, y no puedo justificar el trasladarte a Saltmarsh sólo por tu conveniencia personal.
- Lo comprendo, Gran Dama -contesté abatido, mi tonalidad reflejando la desilusión que sentía-. Lamento haberte molestado.
- No ha sido ninguna molestia, Leonardo -contestó con tono tranquilizador-. Yo lamento no poder serte de más ayuda.
Salí de su despacho, regresé a mi escritorio, me senté completamente inmóvil y analicé mi conversación con Tai Chong. Hubo una época en que la habría aceptado sin vacilación; no obstante, mi continua asociación con los Hombres me había enseñado a cuestionar cada declaración y cada motivo… y mientras cuestionaba los de ella, comprendí que, más que querer disuadir a Valentine Heath de su interés por robarle a Malcolm Abercrombie, en realidad Tai Chong deseaba que tuviera éxito. Ésa era la razón por la que quería hablar con él: para decirle qué pinturas sería capaz de vender sin preguntas embarazosas por parte de sus clientes. Y era la causa por la que se había negado a trasladarme a Saltmarsh: para eliminar cualquier posibilidad de que yo volviera a ver a la Dama Oscura a menos que ayudara a Heath.
¿O quizá me equivocaba? Sabía que Tai Chong no era reacia a tratar con obras de arte de propiedad debatible; sin embargo, ¿podía una mujer tan inteligente y compasiva quedarse realmente al margen y dejar que robaran a uno de sus clientes? Y aunque ello fuera cierto, ¿de verdad intentaría manipular los acontecimientos para garantizar el éxito del robo?
No lo sabía, pero la experiencia me había enseñado que si un ser humano actuaba con uno de dos motivos posibles, el más egoísta era el válido. Con un suspiro, instruí a mi computadora para borrar la carta que le había estado escribiendo.
Trabajé hasta la hora del almuerzo; luego, en vez de ir a mi restaurante habitual, caminé hasta la sección más rica de la ciudad y, por fin, llegué hasta las Torres de Lejano Londres.
Recibí una serie de miradas hostiles mientras atravesaba el vestíbulo, aunque nadie trató de detenerme cuando llamé al ascensor y entré en él. Desconocía el número de la Suite Presidencial; sin embargo, deduje que debía encontrarse en la última planta, de modo que le ordené al ascensor que me llevara allí.
Salí a un corredor opulento, lleno de exquisitas esculturas procedentes de toda la galaxia y, por último, me detuve ante una gran puerta de madera doradusiana tallada a mano.
- ¿Quién está ahí? -preguntó la voz de Heath cuando el sistema de seguridad le informó de mi presencia.
- Soy Leonardo -respondí.
Un instante después la puerta se deslizó en silencio en la pared y pasé a una estancia lujosamente amueblada. Heath se levantó de un sillón que adquiría el contorno del usuario y cruzó la mullida alfombra.
- Tienes peor aspecto que esta mañana -comentó-. Ven y siéntate.
- Gracias -dije, dirigiéndome a un sofá que flotaba a unos pocos centímetros del suelo.
- ¿Te encuentras bien? -preguntó solícito-. Tu color no para de oscurecerse.
- Es la Tonalidad de la Vergüenza.
- ¿Oh?
Asentí.
- He venido para contarte lo que deseas saber -declaré.