IV
La silueta de la costa era confusa. Avanzaron chapoteando por las aguas transparentes, entre la niebla blanca, blandiendo las espadas por encima de las cabezas. Las espadas eran sus únicas armas. Cada uno de los Cuatro poseía una hoja de tamaño y forma inusual, pero ninguno tenía una espada que en ocasiones murmurara en voz baja como la Tormentosa de Elric. Éste volvió la vista atrás y distinguió al Capitán apoyado en la borda, con su rostro ciego vuelto hacia la isla y sus labios pálidos temblando como si hablara consigo mismo. El agua les llegaba ahora por la cintura y, bajo los pies de Elric, la arena se hizo compacta hasta convertirse en una roca lisa. Continuó avanzando con cautela, preparado para lanzar su ataque contra los posibles defensores de la isla. Sin embargo, la niebla empezaba a dispersarse, como si no pudiera sujetarse a la tierra, y no se observaba la menor señal de oposición.
Sujeta al cinto, cada hombre llevaba una antorcha con el extremo superior envuelto en un paño empapado en aceite para que la tea no estuviera húmeda en el momento de prenderla. De igual modo, cada uno iba equipado con un puñado de yesca de combustión lenta y sin llama, guardada dentro de una pequeña caja y ésta en el morral sujeto al cinto. De este modo, podrían prender fuego a las antorchas al instante.
—Únicamente el fuego destruirá a este enemigo para siempre —había repetido el Capitán mientras les entregaba las antorchas y las cajas con la yesca.
Cuando la niebla se levantó, dejó a la vista un paisaje de densas sombras que se extendían sobre unas rocas rojizas y una vegetación amarillenta. Eran sombras de todas las formas y dimensiones, que recordaban todo tipo de objetos. Parecían formadas por el enorme sol de color sangre que permanecía en un mediodía perpetuo sobre la isla. Sin embargo, la sensación más perturbadora que producían tales sombras era que no parecían responder a ningún objeto real, como si la materia cuya silueta recogían fuera invisible o existiera en otro lugar distinto a la isla. También el cielo parecía lleno de tales sombras pero, mientras que las de la isla estaban quietas, las del cielo se movían a veces, quizá desplazándose con las nubes. Y, en todo momento, el sol rojo derramaba su luz ensangrentada y bañaba a los veinte hombres con su inoportuno fulgor al tocar la tierra.
Y, en ocasiones, mientras el grupo progresaba tierra adentro con cautela, una curiosa luz parpadeante cruzaba la isla en ocasiones haciendo que los perfiles del lugar se hicieran imprecisos durante algunos segundos antes de recuperar su definición. Elric dudó de sus ojos y no dijo nada al respecto hasta que Hown, el Encantador de Serpientes, quien tenía dificultades para ejercitar sus piernas terrestres, comentó:
—Es cierto que rara vez he estado en tierra firme, pero creo que la calidad de la que ahora pisamos es más extraña que cualquier otra que haya conocido. Emite un tenue resplandor y se distorsiona.
Varias voces confirmaron sus palabras.
—¿Y de dónde salen todas esas sombras? —preguntó Ashnar el Lince mientras echaba un vistazo a su alrededor sin ocultar su temor supersticioso ni avergonzarse de ello—. ¿Por qué no podemos ver los objetos que las forman?
—Puede —respondió Corum— que sean las sombras formadas por objetos que existen en otras dimensiones de la Tierra. Si todas las dimensiones se juntan aquí, según parecen sugerir las palabras del Capitán, ésta podría ser una explicación coherente. —Se llevó la mano de plata al parche del ojo y añadió—: No sería éste el ejemplo más extraño de tal conjunción que yo hubiese presenciado.
—¿Coherente? —soltó Otto Blendker—. ¡Que nadie me ofrezca, entonces, una explicación incoherente, os lo ruego!
Tras esto, continuaron avanzando entre las sombras y bajo la extraña luz hasta que llegaron a las primeras ruinas.
Aquellas piedras, se dijo Elric, tenían algo en común con los restos de la ciudad de Ameeron que había visitado en su búsqueda de la Espada Negra. Sin embargo, éstas eran más vastas, semejantes a una serie de ciudades menores, cada una de ellas realizada en un estilo arquitectónico radicalmente distinto.
—Quizás esto sea Tanelorn —murmuró Corum, que había visitado el lugar—. O, más bien, todas las versiones de Tanelorn que han existido. Pues Tanelorn existe con muchas formas, cada una de las cuales depende de los deseos de aquel que más desea encontrarla.
—Esta no es la Tanelorn que yo esperaba encontrar —comentó Hawkmoon con amargura.
—Ni yo —añadió Erekosë, desolado.
—Quizá no es Tanelorn —dijo Elric—. Quizá no lo es.
—O acaso es un cementerio —añadió Corum con aire distante, entrecerrando su único ojo—. Un cementerio que contiene las versiones olvidadas de esa extraña ciudad.
Empezaron a salvar las ruinas, avanzando hacia el centro del lugar acompañados del estruendo de sus armas. Al contemplar la expresión circunspecta en el rostro de muchos de sus compañeros, Elric comprendió que éstos, como él, se preguntaban si no estarían viviendo un sueño. ¿Qué otra razón podría haberles impulsado a encontrarse en aquella extraña situación, en la cual ponían en riesgo sus vidas, y quizá sus almas, en una empresa con la cual ninguno de ellos se identificaba?
Erekosë se aproximó a Elric mientras avanzaban.
—¿Has advertido que, ahora, las sombras representan algo?
—En efecto —asintió Elric—. Las ruinas permiten hacerse una idea del aspecto que debían tener los edificios cuando estaban enteros. Esas sombras misteriosas corresponden a los edificios… a los edificios originales, antes de que se convirtieran en ruinas.
—Exacto —asintió Erekosë.
Un escalofrío recorrió a la vez a los dos hombres.
Por fin, el grupo de guerreros se acercó a lo que parecía el centro de las ruinas, donde se alzaba un edificio que no estaba derruido. Situado en mitad de una explanada despejada, estaba lleno de curvas y planchas metálicas y de relucientes tubos y cañerías.
—Parece más una máquina que un edificio —comentó Hawkmoon.
—Y más un instrumento musical que una máquina —musitó Corum.
El grupo hizo un alto y cada escuadra de cuatro hombres se reunió en torno a su líder. Nadie hizo la menor pregunta, pero no había duda alguna de que habían alcanzado su objetivo.
Cuando contempló con más detenimiento el edificio, Elric apreció que, en realidad, se trataba de dos edificios distintos, aunque absolutamente idénticos, unidos entre sí en varios puntos mediante diversos tendidos de cañerías y conductos que quizá fueran pasillos de conexión entre los edificios, aunque resultaba difícil imaginar qué tipo de criatura podía utilizarlos.
—Dos edificios… —murmuró Erekosë—. Para esto no estábamos preparados. ¿Qué debemos hacer, dividirnos y atacar ambos?
Por puro instinto, Elric consideró que tal acción sería una imprudencia y movió la cabeza en gesto de negativa.
—Me parece que debemos entrar todos en uno de ellos pues, de lo contrario, nuestra fuerza se verá debilitada.
—Estoy de acuerdo —asintió Hawkmoon, a quien pronto imitaron los demás.
Así pues, sin protección alguna tras la cual refugiarse, el grupo avanzó atrevidamente hacia el edificio más próximo, dirigiéndose a un punto donde podía apreciarse una oscura entrada de proporciones irregulares. Seguía sin observarse el menor rastro de defensores y ello representaba una señal de mal agüero. El edificio latía, despedía un fulgor mortecino y, de vez en cuando, susurraba, pero eso era todo.
Elric y su escuadra fueron los primeros en entrar y se encontraron en un pasaje húmedo y cálido que doblaba hacia la derecha casi inmediatamente. Los demás guerreros les siguieron hasta reunirse todos en el pasaje, con la mirada cautelosamente fija en la negrura del pasadizo en previsión de un ataque. Sin embargo, éste no se produjo.
Los guerreros, con Elric a la cabeza, continuaron avanzando unos instantes hasta que el pasadizo se puso a temblar violentamente; Hown, el Encantador de Serpientes, tropezó y cayó al suelo lanzando maldiciones. Cuando el hombre de la armadura verde mar logró incorporarse, se escuchó en el pasadizo una voz que parecía llegar de muy lejos y que, sin embargo, se apreciaba enérgica e irritada.
«¿Quién? ¿Quién? ¿Quién?», chilló la voz.
«¿Quién? ¿Quién? ¿Quién me invade?».
Las sacudidas del pasadizo remitieron ligeramente y se convirtieron en un movimiento de temblores constantes. La voz pasó a ser un murmullo distante y dubitativo.
«¿Qué me ataca? ¿Qué?».
Los veinte hombres se miraron, desconcertados. Finalmente, Elric se encogió de hombros y, encabezando la marcha, condujo a sus compañeros por el pasadizo. Muy pronto, éste se ensanchó para dar paso a una sala cuyos muros, techos y suelos estaban empapados en un líquido viscoso y cuyo aire resultaba difícil de respirar. Fue entonces cuando, como surgidos de los propios muros de la estancia, aparecieron los primeros defensores del edificio, unas bestias repulsivas que debían de ser los sirvientes de Agak y Gagak, la misteriosa pareja de hermanos.
«¡Atacad! —gritó la voz lejana—. ¡Destruid eso! ¡Destruidlo!».
Las extrañas bestias, formadas básicamente por una gran boca abierta y un cuerpo reptante, eran seres primitivos; sin embargo, su número aumentaba incesantemente mientras cerraban el cerco en torno a los veinte guerreros, quienes se apresuraron a formar las cuatro escuadras de combate y se aprestaron a defenderse. Las extrañas criaturas emitían un espantoso sonido susurrante al avanzar y hacían rechinar la osamenta en forma de sierra que les servía de dentadura, dejándola al descubierto y disponiéndose a lanzar sus dentelladas sobre Elric y sus compañeros. Elric descargó su espada a un lado y a otro, partiendo por la mitad a varios de aquellos seres sin apenas encontrar resistencia. Sin embargo, el aire se hizo entonces más difícil de respirar y un hedor insoportable, procedente del líquido que brotaba de los cuerpos heridos de las bestias, amenazó con dejarles a todos fuera de combate.
—Continuad avanzando —ordenó Elric—. Abríos paso entre los cuerpos y dirigíos hacia la abertura del otro lado de la sala —añadió, señalando con la mano izquierda el lugar indicado.
Así lo hicieron, segando los cuerpos de centenares de aquellas primitivas criaturas y aumentando con ello la nocividad del aire.
—Esas bestias no son adversario para la espada —jadeó Hown, el Encantador de Serpientes—, pero cada una que matamos nos roba un poco de nuestras posibilidades de supervivencia.
—Un plan muy astuto; obra de nuestros enemigos, sin duda —respondió Elric, consciente de la ironía.
Soltó una tos y descargó de nuevo la espada contra una decena de bestias que reptaban hacia él. Las criaturas eran valientes, pero también estúpidas. Carecían del menor sentido de la estrategia.
Por fin, Elric alcanzó el siguiente pasadizo, donde el aire era ligeramente más puro. Efectuó varias inspiraciones en aquella atmósfera más respirable y, aliviado, gesticuló a sus compañeros para que le imitaran.
A golpes de espada, el grupo fue adentrándose en el pasaje, seguido apenas por un puñado de las criaturas reptantes. Las bestias parecían reacias a penetrar en el pasadizo y Elric sospechó que dentro de éste debía de ocultarse un peligro que incluso aquellos seres repulsivos temían. Sin embargo, no les quedaba más opción que continuar adelante y Elric se limitó a alegrarse de que los veinte hubieran sobrevivido a la primera dificultad.
Los guerreros descansaron un momento para recuperar el aliento, apoyados en las paredes vibrantes del pasadizo y escuchando los murmullos de la lejana voz, ahora apagados e ininteligibles.
—Este castillo no me gusta nada —gruñó Brut de Lashmar mientras inspeccionaba un desgarro de su capa, alcanzada por un mordisco—. Está regido por la alta magia.
—Ya conocíamos tal cosa antes de desembarcar —le recordó Ashnar el Lince con voz enérgica, exigiendo a Brut que controlara su pánico.
Los huesecillos de las trenzas de Ashnar vibraban al compás de los temblores de las paredes mientras que el gigante bárbaro ofrecía un aspecto casi patético, recuperando la presencia de ánimo necesaria para continuar.
—Esos brujos son unos cobardes —dijo Otto Blendker. Luego, en voz más alta, añadió—: No se atreven a presentarse. ¿Acaso su aspecto es tan repulsivo que tienen miedo a que les veamos?
El desafío no tuvo respuesta. Continuaron avanzando por los pasadizos sin encontrar el menor rastro de Agak o de su hermana, Gagak. Según la zona que cruzaban, la luminosidad aumentaba o disminuía. A veces, el pasadizo se estrechaba hasta el punto de que era difícil escurrir el cuerpo entre las paredes; en otras ocasiones, el pasaje se ensanchaba hasta casi formar salas. Elric apreció que, la mayor parte del tiempo, los guerreros parecían ir ascendiendo hacia lo alto del edificio.
Intentó adivinar la naturaleza de los habitantes del castillo. La fortaleza no tenía escaleras, ni artefactos que pudiera reconocer. Sin ninguna razón concreta en que basarse, imaginó a Agak y Gagak como seres de forma reptiliana, pues los reptiles preferirían las rampas de subida no muy acusada a las escalinatas y, sin duda, tendrían poca necesidad de mobiliario convencional. Sin embargo, una vez más, era posible que los dos hermanos tuvieran el poder de cambiar de forma a voluntad, asumiendo el aspecto humano cuando así les conviniera. Elric se sentía ya impaciente por encontrarse frente a frente con uno de los brujos o con ambos a la vez.
Ashnar el Lince tenía otras razones —o eso dijo, al menos— para la impaciencia que le consumía.
—Decían que aquí encontraríamos un tesoro —murmuró—. Yo decidí arriesgar la vida por una buena recompensa, pero no he visto aquí nada de valor. —Apoyó su mano callosa contra el material viscoso que formaba las paredes y añadió—: Ni siquiera hay piedra o ladrillo. ¿De qué están hechos esos muros, Elric?
—Es algo que a mí también me intriga, Ashnar —respondió Elric, sacudiendo la cabeza en gesto de negativa.
En ese instante, apreció unos ojos grandes y feroces que le miraban desde las tinieblas que tenía delante. Escuchó un sonido de pisadas aproximándose a toda prisa y vio que los ojos se hacían más y más grandes. Tuvo tiempo de ver una boca encarnada, unos colmillos amarillentos y una pelambre anaranjada; luego, sonó un rugido y el desconocido animal saltó sobre él mientras Elric alzaba la Tormentosa para defenderse y daba la voz de alerta a los demás. La bestia era un babuino, pero de enorme tamaño, y detrás del primero apareció una decena de ejemplares más. Elric impulsó el cuerpo hacia adelante tras la espada, hiriendo a la fiera en el bajo vientre. Las zarpas del animal se agarraron al hombro y a la cintura de Elric, quien lanzó un gemido al notar que, al menos en uno de los dos lugares, se le habían clavado en la carne. Tenía ambos brazos atrapados y no podía mover la Tormentosa de su posición. Lo único que podía hacer era mover su filo en la herida que ya había abierto. Reuniendo todas sus fuerzas, dio una vuelta a la empuñadura. El enorme simio lanzó un grito, con una expresión furiosa en sus ojos inyectados en sangre, y descubrió sus colmillos mientras lanzaba el hocico hacia el cuello de Elric. Los dientes del animal se cerraron en torno al cuello del albino y el aliento de la fiera estuvo a punto de dejarle sin sentido. Elric dio una nueva vuelta a la espada. El babuino lanzó un nuevo grito de dolor.
Los colmillos presionaban la gorguera metálica que protegía el cuello de Elric y que era lo único que le había salvado de una muerte inmediata. El albino trató de liberar un brazo al menos, y dio una tercera vuelta a la espada en la herida, moviendo luego el filo de un lado a otro para ensanchar la herida del vientre. Los gritos y aullidos del simio crecieron en intensidad y sus colmillos apretaron la presa, pero ahora, confundido entre los ruidos del simio, Elric empezó a escuchar un murmullo y notó latir en su mano a Tormentosa. Sabía que la espada estaba absorbiendo energía del animal igual que éste trataba de matarle. Y una parte de esa energía empezaba a invadir el cuerpo de Elric.
Desesperadamente, aplicó todas sus fuerzas a sacar la espada del cuerpo del simio, abriéndole el vientre de modo que la sangre y las entrañas del animal cayeron sobre él cuando, de pronto, consiguió liberarse y dio un paso atrás tambaleándose y sin dejar de mover la espada en el interior de la herida. También el simio retrocedió tambaleándose, contemplando con aire de estúpida sorpresa su terrible herida antes de caer al suelo del pasadizo.
Elric se volvió, dispuesto a prestar ayuda a su camarada más próximo, y tuvo tiempo de ver morir a Terndrik de Hasghan, pataleando entre los brazos de un simio todavía más gigantesco, con la cabeza arrancada de los hombros y bañado en sangre.
Elric hundió limpiamente la Tormentosa entre los hombros del babuino que había matado a Terndrik, alcanzándole en el corazón. La bestia y su víctima humana cayeron juntas. Dos hombres más habían muerto y otros estaban malheridos, pero los restantes guerreros seguían luchando, con las espadas y las armaduras teñidas de carmesí. El estrecho pasadizo hedía a simio, a sudor y a sangre. Elric continuó la lucha partiendo en dos el cráneo de un babuino que se disponía a acabar con Hown, el Encantador de Serpientes, quien había perdido su espada. Hown lanzó una mirada de agradecimiento a Elric mientras se agachaba a recoger su acero y se enfrentaron juntos al mayor de todos los simios. La fiera era mucho más corpulenta que Elric y tenía acorralado contra la pared a Erekosë, con la espada de éste atravesándole el hombro.
Hown y Elric hundieron sus armas en el simio por ambos costados y el babuino lanzó un rugido y se volvió hacia sus nuevos agresores. La espada de Erekosë vibraba, clavada en su carne. El animal se lanzó hacia ellos y los dos hombres le hirieron de nuevo, alcanzándole en el corazón y el pulmón de tal modo que, cuando lanzó un nuevo rugido, vomitó sangre por sus fauces. El animal cayó de rodillas, sus ojos se apagaron y, lentamente, rodó hasta el suelo.
Y, de pronto, se hizo el silencio en el pasadizo y la muerte flotó sobre los presentes.
Terndrik de Hasghan estaba muerto, igual que dos hombres de la escuadra de Corum. Todos los supervivientes del grupo de Erekosë sufrían heridas importantes. Uno de los hombres de Hawkmoon estaba muerto, pero los tres restantes habían salido prácticamente incólumes. Brut de Lashmar tenía el casco mellado, pero no presentaba otras heridas, y Ashnar el Lince estaba despeinado, simplemente. Ashnar había acabado con dos de los babuinos durante el combate pero ahora, mientras jadeaba apoyado en la pared del pasadizo, el bárbaro tenía la mirada perdida.
—Empiezo a sospechar que esta empresa es una mala inversión —dijo con una media sonrisa. Tras recuperar fuerzas, pasó sobre el cuerpo de un babuino para acercarse a Elric—. Cuanto menos tiempo empleemos en ella, mejor. ¿Qué piensas tú, Elric?
—Estoy de acuerdo —respondió Elric, devolviéndole la sonrisa—. Vamos.
Tras esto, abrió de nuevo la marcha por el pasadizo hasta llegar a una sala cuyas paredes despedían una luz rosada. No había avanzado mucho por ella cuando notó que algo le asía por el tobillo y, cuando miró al suelo, vio horrorizado que tenía una serpiente larga y delgada enroscada a la pierna. Era demasiado tarde para utilizar la espada; en lugar de ello, agarró la serpiente por detrás de la cabeza y logró separarla un poco de su pierna antes de cortarle la cabeza de un tajo. Los demás estaban ahora dando pisotones y lanzándose advertencias a gritos unos a otros. Las serpientes no parecían ser venenosas, pero las había a millares y parecían surgir del propio suelo. Carecían de ojos y tenían un color carnoso, más parecidas a gusanos que a otros reptiles, pero poseían una fuerza considerable.
Hown, el Encantador de Serpientes, entonó en ese instante una extraña tonada llena de notas líquidas, siseantes, que pareció ejercer un poder tranquilizador sobre los ofidios. Una a una al principio, y en número creciente más tarde, cayeron al suelo en un aparente letargo. Hown sonrió al advertir su éxito.
—Ahora entiendo a qué viene tu apodo —comentó Elric.
—No estaba seguro de que la canción diera resultado con ellas —respondió Hown—, pues son distintas de cualquier serpiente que haya visto nunca en los mares de mi mundo.
Se abrieron paso entre montones de serpientes dormidas y advirtieron que el siguiente pasadizo presentaba una subida muy pronunciada. En ocasiones, se vieron obligados a utilizar las manos para equilibrarse mientras subían por el extraño y resbaladizo material que formaba el suelo.
En aquel pasadizo hacía mucho más calor y todos estaban sudando, por lo que efectuaron varias pausas para secarse la frente. El pasadizo parecía ascender interminablemente; en ocasiones formaba alguna curva, pero en ningún momento se reducía la pendiente más que algunos grados. A veces, se estrechaba hasta convertirse en apenas un tubo por el que tenían que avanzar a rastras; otras el techo desaparecía entre las tinieblas sobre sus cabezas. Elric ya hacía mucho que había dejado de intentar calcular su posición respecto a lo que había visto en el exterior del castillo. De vez en cuando, unas criaturas minúsculas e informes corrían a su encuentro en masa, con la aparente intención de atacarles; sin embargo, los animalillos rara vez eran más que una pequeña molestia y pronto su presencia fue ignorada por el grupo mientras continuaba el ascenso.
Llevaban bastante tiempo sin escuchar la extraña voz que les había recibido a la entrada, pero ahora empezó a susurrar de nuevo, en tonos más urgentes que la vez anterior.
«¿Dónde? ¿Dónde? ¡Oh, el dolor!».
Los guerreros se detuvieron, tratando de localizar el origen de la voz; sin embargo, parecía provenir de todas partes a la vez.
Con expresión sombría, continuaron avanzando mortificados por miles de pequeñas criaturas que les picaban en la carne expuesta al aire como otros tantos mosquitos, aunque aquellos bichos no eran insectos. Elric no había visto nada semejante: eran criaturas informes, primitivas y absolutamente incoloras. Las notaba golpear su rostro al caminar, como si fueran una brisa. Medio cegado, sofocado y sudoroso, notó que las fuerzas le abandonaban. Ahora, el aire era tan denso, tan cálido, tan salado, que era como si se moviera en un líquido. Los demás guerreros estaban tan afectados como él; algunos avanzaban tambaleándose y un par de ellos cayeron al suelo, siendo ayudados a incorporarse por sus camaradas, casi tan exhaustos como los caídos. Elric se sintió tentado de despojarse de la armadura, pero sabía que con ello sólo conseguiría dejar más superficie de su cuerpo expuesta a la voracidad de aquellas pequeñas criaturas voladoras.
Continuaron la subida y un nuevo grupo de aquellas extrañas serpientes que habían encontrado antes empezó a reptar en torno a sus pies, dificultándoles más aún la marcha, pese a que Hown volvió a cantar su tonada hasta enronquecer.
—No podremos sobrevivir mucho más a esto —dijo Ashnar el Lince, acercándose a Elric—. Ni estaremos en condiciones de enfrentarnos a los brujos si llegamos a encontrarles.
—Eso mismo pienso yo —asintió Elric con un sombrío gesto de cabeza—, pero ¿qué más podemos hacer, Ashnar?
—Nada —respondió Ashnar en un susurro—. Nada.
«¿Dónde? ¿Dónde? ¿Dónde?».
La palabra se repitió en un susurro por el pasadizo, envolviéndoles. Muchos miembros del grupo se estaban poniendo visiblemente nerviosos.