III

Salvo en que estaba orientada en la dirección contraria, la segunda cabina se parecía a la primera casi hasta el menor detalle. También allí encontró sentados a una decena de hombres, todos ellos experimentados soldados de fortuna por sus rasgos e indumentarias. Dos de ellos estaban sentados muy próximos en el centro del banco a estribor de la mesa. Uno llevaba la cabeza descubierta, era rubio y parecía lleno de inquietud; las facciones del otro le recordaron a Elric las suyas propias y el albino creyó observar que llevaba un guantelete de plata en la mano izquierda, mientras que la derecha aparecía desnuda. La armadura del hombre era delicada y exótica. Cuando Elric hizo su entrada, alzó la vista hacia él y hubo un destello de reconocimiento en su único ojo (el otro lo llevaba cubierto con un parche de brocado).

—¡Elric de Melniboné! —exclamó—. ¡Mis teorías cobran ahora más sentido! Mira, Hawkmoon —añadió, volviéndose hacia su compañero—, éste es de quien hablaba.

—¿Me conoces, señor? —preguntó Elric, perplejo.

—Tienes que recordarme, Elric. ¡Vamos! En la Torre de Voilodion Ghagnasdiak, ¿te acuerdas? Fue con Erekosë… aunque con un Erekosë diferente.

—No conozco ninguna torre con tal nombre, ni con otro que se le parezca, y ésta es la primera vez que veo a Erekosë. Tú me conoces y sabes mi nombre, pero yo ignoro el tuyo. Todo esto me resulta desconcertante, señor.

—Tampoco yo había conocido al príncipe Corum antes de que éste subiera a bordo —dijo Erekosë—, pero insiste en que hemos combatido juntos en cierta ocasión. Yo me inclino a darle la razón. El tiempo no siempre corre de idéntica manera en los distintos planos y el príncipe Corum podría muy bien existir en lo que nosotros llamaríamos el futuro.

—Pensaba que aquí iba a encontrar algún alivio de estas paradojas —murmuró Hawkmoon al tiempo que se pasaba la mano por el rostro. Con una débil sonrisa, añadió—: En cambio, parece que no hay ninguno en este momento presente de la historia de los planos. Todo está en pleno fluir y parece que incluso nuestras identidades tienen tendencia a alterarse en cualquier momento.

—Éramos Tres —insistió Corum—. ¿Lo recuerdas ahora, Elric? ¡Los Tres que son Uno!

Elric movió la cabeza en gesto de negativa. Corum se encogió de hombros y dijo en voz baja para si:

—Pues bien, ahora somos Cuatro. ¿Te ha dicho algo el Capitán de una isla que debemos invadir?

—En efecto —asintió Elric—. ¿Conocéis quiénes pueden ser esos enemigos?

—No sabemos ni más ni menos que tú, Elric —intervino Hawkmoon—. Yo busco un lugar llamado Tanelorn y a dos niños. Quizá también busco el Bastón Rúnico, pero no estoy muy seguro de eso.

—Una vez lo encontramos —dijo Corum—. Nosotros tres. Fue en la Torre de Voilodion Ghagnasdiak, y nos prestó una ayuda considerable.

—Igual que me la prestaría a mí —respondió Hawkmoon—. Yo le serví una vez. Le di mucho…

—Como ya te he dicho, Elric —insistió Erekosë—, tenemos mucho en común. Quizá hemos servido incluso a los mismos amos.

—Yo no sirvo a otro amo que a mí mismo —respondió Elric, encogiéndose de hombros.

De inmediato, se preguntó por qué todos los presentes se sonreían con aquel aire peculiar.

—En aventuras como ésta —comentó Erekosë en voz baja—, uno tiende a olvidar muchas cosas, como sucede en los sueños.

—¡Esto es realmente un sueño! —exclamó Hawkmoon—. En los últimos tiempos he tenido muchos parecidos.

—Si lo tomas así, todo es un sueño —concedió Corum—. Toda la existencia.

Elric no estaba interesado por las disquisiciones filosóficas.

—Sueño o realidad, la experiencia es la misma, ¿no?

—Tienes toda la razón —asintió Erekosë con una lánguida sonrisa.

Continuaron charlando un par de horas hasta que Corum se estiró, bostezó y comentó que le estaba entrando sueño. Los demás aseguraron estar cansados también y, abandonando la cabina, se dirigieron a la cubierta inferior de popa, donde había literas para todos los guerreros. Mientras se tendía en uno de los catres, Elric comentó a Brut de Lashmar, que había subido a la litera superior:

—Convendría saber cuándo empezará la lucha.

Brut se asomó desde arriba y, mirándole, respondió:

—Creo que será pronto.

Elric se hallaba solo en cubierta, apoyado en el pasamanos, y trataba de escrutar el mar, pero éste, como el resto del mundo, quedaba oculto tras las volutas blancas de la niebla. Elric se preguntó si la quilla del barco estaría surcando realmente las aguas. Alzó la vista hacia la vela, hinchada y tensa en el mástil, que impulsaba un viento cálido y potente. Era de día pero, una vez más, resultaba imposible determinar la hora. Desconcertado por los comentarios de Corum sobre un encuentro anterior, Elric se preguntó si habría tenido en su vida otros sueños como debía ser éste: unos sueños que hubiera olvidado completamente al despertar. Sin embargo, se dio cuenta rápidamente de la inutilidad de tales especulaciones y volvió la atención a cuestiones más inmediatas, mientras se preguntaba por el posible origen del Capitán de aquel extraño barco que navegaba por un océano todavía más extraño.

—El Capitán ha pedido que nosotros cuatro le visitemos en su cabina —dijo la voz de Hawkmoon, y Elric se volvió para dar los buenos días al guerrero, alto y rubio, que lucía una extraña cicatriz regular en el centro de la frente.

Los otros dos emergieron de la niebla y juntos se encaminaron a proa, donde llamaron a la puerta pardorrojiza y pasaron inmediatamente a presencia del ciego Capitán, que ya tenía cuatro copas de vino preparadas para ellos. Con un gesto de la mano hacia el gran arcón sobre el cual estaba el vino, dijo:

—Servíos, por favor, amigos míos.

Así lo hicieron, permaneciendo en pie con la copa en la mano. Eran cuatro guerreros altos, perseguidos por el destino, cada uno con un conjunto de facciones y rasgos profundamente diferentes, pero dotados todos ellos de cierto carácter, de cierto porte, que les identificaba como miembros de una misma estirpe. Elric lo advirtió claramente, pese a ser uno de ellos, y trató de recordar los detalles de lo que Corum le había confiado la noche anterior.

—Nos acercamos a nuestro destino —informó el Capitán—. No tardaremos en desembarcar. No creo que nuestros enemigos nos esperen, pero tendremos que luchar duramente para vencerles a los dos.

—¿A los dos? —repitió Hawkmoon—. ¿Sólo son dos?

—En efecto, sólo dos —asintió el Capitán con una sonrisa—. Son dos brujos, hermano y hermana, de un universo muy diferente del nuestro. Debido a recientes desgarros en el tejido de nuestros mundos (de los cuales algo sabes tú, Hawkmoon, y también tú, Corum), han quedado en libertad ciertos seres que, de otro modo, no tendrían el poder que hoy poseen. Y, poseyendo tal poder, sólo ansían tener más y más, hasta adueñarse de todo lo que existe en nuestro universo. Estos seres son amorales de una manera diferente a como lo son los Señores de la Ley y del Caos. No combaten por la influencia sobre la Tierra, como esos Señores; lo único que buscan es convertir la energía fundamental de nuestro universo en una herramienta para sus fines. Creo que persiguen cierta ambición en su universo propio y que la alcanzarían si consiguieran su propósito en el nuestro. Hasta el momento actual, a pesar de disponer de unas condiciones muy favorables para sus planes, no han conseguido aún toda su fuerza; sin embargo, no pasará mucho tiempo antes de que la logren. Agak y Gagak son los nombres que reciben en las lenguas de los hombres, y son más poderosos que cualquiera de nuestros dioses. Por eso ha sido convocado un grupo que puede superar su fuerza: vosotros. Aquí está el Campeón Eterno en cuatro de sus reencarnaciones (y cuatro es el número máximo que podemos arriesgarnos a reunir sin exponernos a precipitar nuevos desequilibrios perniciosos entre los planos de la Tierra): Erekosë, Elric, Corum y Hawkmoon. Cada uno de vosotros mandará a otros cuatro, cuyos destinos están ligados al vuestro y que son grandes guerreros por derecho propio, aunque no comparten vuestro destino en todos los aspectos. Podéis escoger libremente a los hombres con quienes queráis luchar. Creo que os resultará bastante fácil decidiros. Avistaremos la costa muy pronto.

—¿Tú nos conducirás? —preguntó Hawkmoon.

—No puedo. Lo único que puedo hacer es conduciros a la isla y aguardar a los supervivientes, si hay alguno.

—Me parece que ésta no es mi lucha —dijo Elric frunciendo el ceño.

—Es la tuya —replicó el Capitán, con sobriedad—. Y es la mía. Yo saltaría a tierra con vosotros si me estuviera permitido, pero no es así.

—¿Por qué? —preguntó Corum.

—Otro día lo sabréis. No tengo valor para decíroslo. Sin embargo, no tengo hacia vosotros sino los mejores deseos. De eso podéis estar seguros.

—Bien —dijo Erekosë, frotándose el mentón—, ya que es mi destino combatir y ya que, como Hawkmoon, continúo buscando Tanelorn, y dado que parece que se abrirá ante mí alguna posibilidad de alcanzar mi ambición si triunfo en esta empresa, acepto por mi parte ir contra esos dos, Agak y Gagak.

—Yo iré con Erekosë por parecidas razones —asintió Hawkmoon.

—Yo también —dijo Corum.

—No hace mucho —declaró Elric—, me encontraba sin camaradas. Ahora tengo muchos. Sólo por esta razón, combatiré con ellos.

—Quizá la tuya es la mejor de las razones —comentó Erekosë con gesto de aprobación.

—Vuestro empeño no tendrá recompensa, salvo la seguridad de que el éxito ahorrará al mundo muchas penalidades —dijo el Capitán—. En cuanto a ti, Elric, la recompensa será menor aún de lo que puedan esperar los demás.

—Quizá no —respondió Elric.

—Como tú digas. —El Capitán hizo un gesto hacia la jarra de vino—. ¿Más bebida, amigos míos?

Todos aceptaron mientras el Capitán continuaba hablando con su rostro ciego vuelto hacia el techo de la cabina.

—Sobre esa isla se alzan unas ruinas (quizás en otro tiempo fueron una ciudad llamada Tanelorn), y en el centro de esas ruinas se levanta un edificio intacto. Éste es el lugar que utilizan Agak y su hermana. Ése es el que debéis atacar. Espero que lo reconoceréis en seguida.

—¿Y debemos matar a esa pareja? —preguntó Erekosë.

—Si es posible. Tienen sirvientes que les ayudan. A estos debéis matarlos también. Después, debéis prender fuego al edificio. Esto es importante —el Capitán hizo una pausa e insistió—: Incendiadlo. No debe ser destruido de ninguna otra manera.

—Existen pocas maneras más de destruir un edificio —comentó Elric con una sonrisa seca.

El Capitán le devolvió la sonrisa e inclinó levemente la cabeza en gesto de reconocimiento.

—Sí, es cierto. Con todo, merece la pena recordar lo que os acabo de decir.

—¿Sabes qué aspecto tienen esos Agak y Gagak? —preguntó Corum.

—No. Es posible que parezcan criaturas de nuestros mundos y es posible que no. Poca gente les ha visto, pues no han conseguido materializarse hasta hace muy poco tiempo.

—¿Y cuál es el mejor modo de derrotarlos? —quiso saber Hawkmoon.

—Mediante el valor y el ingenio —respondió el Capitán.

—No eres muy explícito, señor Capitán —dijo Elric.

—Soy todo lo explícito que puedo. Y ahora, amigos míos, os sugiero que descanséis y preparéis las armas.

Cuando volvieron a las cabinas, Erekosë lanzó un suspiro.

—Nuestro destino está sellado —murmuró—. En poco depende de nuestra voluntad y pensar lo contrario es engañarse. Que perezcamos en esta empresa o sobrevivamos a ella no contará demasiado en la disposición general de las cosas.

—Creo que tienes el ánimo sombrío, amigo mío —comentó Hawkmoon.

La niebla serpenteaba entre las vergas del mástil, se retorcía en el aparejo e invadía la cubierta, enroscándose en torno a los otros tres hombres cuando Elric contempló a éstos.

—Más bien tengo el ánimo realista —replicó Corum.

La niebla se hizo más densa en la cubierta, envolviendo a cada uno de los hombres como un sudario. Las tablas de la nave crujieron con un sonido que a Elric le recordó el graznido de un cuervo. Ahora, la temperatura había descendido. Se dirigieron en silencio a sus cabinas para repasar los corchetes y hebillas de sus armaduras, limpiar y afilar sus armas y simular que conciliaban el sueño.

—¡Ah!, no me gusta en absoluto la hechicería —exclamó Brut de Lashmar mientras se mesaba su barba de oro—, pues los hechizos me trajeron la ignominia.

Elric acababa de contarle todo cuanto les había explicado el Capitán y le había pedido a Brut que fuera uno de los cuatro que combatieran con él después del desembarco.

—Aquí todo es cosa de magia —intervino Otto Blendker al escucharle. Luego, con una triste sonrisa, tendió su mano a Elric y añadió—. Combatiré a tu lado, Elric.

Otro guerrero, con su armadura verde mar reluciendo ligeramente a la luz del candil, se levantó al tiempo que mostraba su rostro echando hacia atrás la visera del yelmo. Era un rostro casi tan blanco como el de Elric, aunque sus ojos eran profundos y casi negros.

—Yo también —declaró Hown, el Encantador de Serpientes—, aunque me temo que no seré de mucha utilidad en tierra firme.

El último en levantarse ante la inquisitiva mirada de Elric fue un guerrero que apenas había intervenido en anteriores conversaciones. Su voz era ronca y vacilante. Llevaba un casco de acero sin adornos y bajo éste asomaba su larga cabellera pelirroja, peinada en trenzas. En el extremo de cada una de éstas llevaba un huesecillo que producía una especie de cascabeleo al golpear las hombreras de la armadura cuando se movía. Era Ashnar el Lince, un guerrero cuya mirada rara vez era menos que fiera.

—Yo no poseo la elocuencia ni la alta cuna de cualquiera de vosotros, caballeros —dijo Ashnar—, ni estoy familiarizado con la hechicería ni con esas otras cosas de que habláis, pero soy un buen soldado y mi alegría está en el combate. Acataré tus ordenes, Elric, si me quieres contigo.

—De buena gana —asintió Elric.

—Así pues, parece que no hay disputas —dijo Erekosë a los otros cuatro que habían elegido ir con él—. Todo esto está decidido previamente, sin duda. Nuestros destinos han estado vinculados desde el primer momento.

—Esta filosofía puede conducir a un fatalismo nada conveniente —intervino Terndrik de Hasghan—. Será mejor creer que nuestro destino está en nuestras propias manos, aunque las evidencias lo nieguen.

—Piensa lo que gustes —dijo Erekosë—. Yo he tenido muchas vidas, aunque de todas, salvo una, tengo recuerdos muy vagos. —Se encogió de hombros y añadió—: Sin embargo, supongo que me engaño a mí mismo creyendo que actúo para alcanzar el día en que encuentre esa Tanelorn y pueda quizá reunirme con el que busco. Esta ambición es lo que me da energía, Terndrik.

Elric sonrió y declaró:

—Yo lucho, creo, porque me complace la camaradería del combate. En el fondo, es un estado de ánimo melancólico, ¿no os parece?

—En efecto —murmuró Erekosë con la vista fija en el suelo—. Bien, ahora debemos intentar descansar.