Mi nombre es Angus Longworth, caballero de la Orden de San Miguel y San Jorge, y miembro de la Orden del Imperio Indio. Soy, y he sido durante muchos años, el médico encargado del hospital central de Lakena, territorio de las islas del mar del Sur perteneciente al reino de Gran Bretaña. Tengo actualmente cincuenta y dos años; veintinueve de ellos los he entregado a la investigación de ciertas enfermedades pulmonares que son frecuentes en estos parajes. Puede deducirse, por lo tanto, que soy un hombre de ciencia serio, en pleno uso de sus facultades mentales y poco dado a la imaginación o a las supersticiones que son propias de individuos ignorantes. Considero que las aclaraciones dadas son imprescindibles, pues el futuro lector de estos papeles puede estar seguro de que el juicio que daré sobre las narraciones del capitán Baudesson está basado no sólo en un análisis racional riguroso, sino en los innumerables años de experiencia que he tenido como jefe del hospital más importante de Polinesia.
Hace dos meses un indígena kiva que trabaja como enfermero en la isla de Molokai, donde habitan los leprosos expulsados del archipiélago, me trajo unos manuscritos que, según él, había encontrado en una de las grutas de la parte alta de la isla. Me dijo, presa del pánico, que lo narrado en esos papeles era verídico y que él, que comprendía sin problemas el inglés y el francés, había hablado en varias ocasiones con el propio capitán Baudesson, cuya historia se encontraba en las hojas que ahora dejaba a mi cuidado. Luego salió del hospital sin dar más razones. En los días siguientes lo busqué, pregunté por él en las islas vecinas, pero fue en vano: el hombre había desaparecido por completo. Según me dijeron, embarcó para el Japón en un navío holandés.
Ahora, he releído varias veces el manuscrito y creo que puedo resumir mi opinión en tres puntos fundamentales:
1. Conozco al padre Damián, sacerdote belga encargado de la misión de Molokai, desde hace ocho años: es un hombre extraordinario, muy instruido, excelente lector, dedicado a sus enfermos e incapaz de hacerle mal a alguien. Acostumbra venir de vez en cuando por drogas y medicamentos, y cuando no viene de urgencia lo he invitado a pasar algunas veladas en mi casa, en las cuales hemos tenido largas conversaciones sobre diferentes temas. Por eso estoy convencido de que las afirmaciones del capitán Baudesson sobre él son falsas.
2. Los leprosos de la misión son seres trabajadores, devotos de sus obligaciones religiosas, que con grandes esfuerzos han construido sus casas y labrado sus campos. No es posible imaginar en ellos una vida distinta del recogimiento y la austeridad.
3. Es obvio que el capitán Baudesson inició su relato luego de fuertes conmociones cerebrales y que muy probablemente los nervios y la desesperación le produjeron el amok, que es frecuente en estos casos. Además, en las últimas hojas se ve un trazo difícil, propio de alguien que necesita hacer mucho esfuerzo para dirigir su mano. Como si esto fuera poco, el propio capitán confiesa haber tenido pesadillas y alucinaciones, que con seguridad fueron producto de una fiebre aguda en estado muy avanzado.
Todo ello me inclina a pensar que la narración pertenece a un demente y que los hechos allí descritos no pueden ser tomados como verosímiles. Había pensado destruir el manuscrito y olvidarme de esa historia. Sin embargo, un amigo mío se ha interesado en él y viajará a Gran Bretaña para publicarlo, luego de ser estudiado por el Royal Anthropological Institute y la Royal Asiatic Society de Londres.
Angus Longworth,
a marzo 16 de 1861.