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Punto muerto sobre las condiciones para Alemania
La cuestión de las reparaciones aún no se había resuelto cuando Wilson regresó a París el 14 de marzo, y también estaba pendiente el asunto de Renania. El presidente sostuvo una rápida entrevista privada con Lloyd George, que sugirió que algún tipo de garantía militar, más, por supuesto, su querido túnel bajo el Canal, podía satisfacer a los franceses.1 Decidieron brindarse a ayudar a Francia si Alemania la atacaba. A cambio de ello, Francia tendría que abandonar sus planes de crear un Estado renano independiente.2 Wilson pensaba que se podría convencer a Clemenceau: «Cuando lo tienes enganchado, primero tiras un poco, luego aflojas el sedal, luego vuelves a tirar, finalmente lo cansas, lo vences y lo sacas del agua».3
Aquella tarde Clemenceau se reunió con los dos en el Crillon. Volvió a hablar de los sufrimientos de Francia, de sus temores ante el futuro, de su necesidad de que Alemania llegara sólo hasta el Rin. Lloyd George y Wilson hicieron su propuesta. Clemenceau se mostró encantado, pero pidió tiempo para pensárselo. No se tomó la molestia de consultar con su gabinete ni con Poincaré. Durante dos días Clemenceau y sus asesores más allegados, entre ellos su ministro de Exteriores, Pichón, y Tardieu, meditaron sobre ello. Desde luego, según dijo Tardieu, sería un crimen rechazar la propuesta, pero había un problema: «Un Gobierno francés que se diera por satisfecho con esto y nada más sería igualmente culpable.»4 La respuesta oficial se dio el 18 de marzo y decía que Francia necesitaba otras garantías: los Aliados debían ocupar Renania y las cabezas de puente durante un mínimo de cinco años; no debía haber tropas alemanas allí ni en un radio de unos ochenta kilómetros de la orilla oriental del río.5 La respuesta irritó mucho a Wilson. Hablar con los franceses era como apretar una pelota de goma. «Tratabas de dejar huella, pero en cuanto apartabas el dedo la pelota volvía a ser esférica.»6 Hasta Balfour perdió su calma habitual. Dijo a Lloyd George que Francia estaría mejor trabajando para un sistema internacional fuerte, y que muchos franceses «se burlan sin apenas disimulo de esta posibilidad». En caso contrario, «ninguna manipulación de la frontera del Rin hará que Francia sea algo más que una potencia de segunda clase, que temblará ante el menor gesto de sus grandes vecinos del este y dependerá día a día de los cambios y los avatares de una diplomacia movediza y unas alianzas inciertas».7
Durante el mes siguiente hubo un ir y venir de memorandos y notas al tratar los franceses de envolver la garantía anglo-americana con disposiciones complementarias. Día tras día Clemenceau y sus colegas acorralaban a británicos y estadounidenses con nuevas propuestas: ampliar la zona desmilitarizada en la orilla oriental, crear una comisión de inspección dotada de amplios poderes o dar a Francia el derecho de ocupar Renania, si Alemania infringía alguna de las otras disposiciones del tratado de paz, desde el desarme hasta el pago de las reparaciones.8
Y volvieron a pedir el Sarre, donde el borde sudoccidental de Renania se encontraba con Alsacia y Lorena. Lo que en otro tiempo era una tranquila región agrícola con bellos valles fluviales se había convertido en una importante zona minera e industrial en el siglo XIX. En 1919, cuando el carbón satisfacía casi todas las necesidades de combustible de Europa, la región era muy valiosa. Por desgracia para Francia, casi la totalidad de sus 650.000 habitantes eran alemanes. Los franceses aducían argumentos históricos: la ciudad de Saarlouis se había construido por orden de Luis XIV, la región había pertenecido brevemente a Francia durante la Revolución francesa y las fronteras de 1814 daban a Francia la mayor parte de ella. «Basan ustedes su reivindicación», dijo Wilson a Clemenceau, «en lo que tuvo lugar hace ciento cuatro años. No podemos modificar Europa basándonos en condiciones que existían en un periodo tan remoto.»9 Los franceses obtuvieron mejores resultados en el caso de las reparaciones. En sus Catorce Puntos Wilson había hablado de compensar a Francia por los daños causados por Alemania, y todo el mundo estaba de acuerdo en que los alemanes habían destruido deliberadamente las minas de carbón francesas.10 Los expertos británicos y estadounidenses, que venían trabajando juntos en privado desde febrero, aconsejaron que Francia controlara el carbón del Sarre.11 Los franceses insistieron en la anexión sin más.
A finales de marzo Lloyd George estaba seriamente preocupado por la forma en que iban perfilándose las condiciones del tratado de paz con Alemania. Los franceses insistían en controlar estrechamente Renania y anexionarse el Sarre. En el este, Polonia estaba adquiriendo territorio en el que había no sólo unos tres millones de alemanes, sino también los grandes yacimientos de carbón de Silesia. La opinión pública francesa parecía decantarse por una paz rápida y razonablemente moderada. Los expertos militares y financieros franceses hacían advertencias sobre los costes de tener fuerzas numerosas en diversas partes del mundo. Clemenceau también estaba preocupado por la agitación laboral en Francia y la revolución en Europa. El 21 de marzo llegó la noticia de que los comunistas se habían adueñado del poder en Hungría.
Al día siguiente Lloyd George y varios de sus asesores más íntimos, entre ellos Kerr, Hankey y Henry Wilson, se tomaron un descanso de las negociaciones sobre el tratado con Alemania y fueron a pasar el fin de semana en el Hotel de France et d’Angleterre en Fontainebleau, la encantadora población de las afueras de París. El grupo visitó el palacio y su precioso parque, pero su verdadero propósito era echar un nuevo vistazo a todo el tratado y encontrar algo que Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos pudieran aceptar. A primera hora de la tarde Lloyd George hizo pasar a sus colaboradores a su salita de estar privada y asignó un papel a cada uno de ellos, el de aliado o el de enemigo. Que nosotros sepamos, nadie interpretó el de Estados Unidos. Hankey, que encarnó a Gran Bretaña, arguyó que Alemania merecía un castigo y que, sin duda, debía perder sus colonias. Los Aliados, con todo, no debían ser vengativos o entregarían el centro de Europa al terrible peligro del bolchevismo. Por el bien de Europa y del propio pueblo alemán, había que rehabilitar a Alemania, que tenía que convertirse en parte de la Sociedad de Naciones. Esto convenía a Gran Bretaña, ya que evitaría la presencia permanente de tropas británicas en el continente. Hankey también recordó a sus oyentes que una vez más la marina de guerra británica había salvado al país; era necesario permanecer vigilantes por si aparecía alguna amenaza a su poderío marítimo.
Henry Wilson interpretó sus papeles con entusiasmo. Primero se puso la gorra al revés para hacer de oficial alemán. «Expliqué mi situación en aquel momento y mi deseo de llegar a un acuerdo con Inglaterra y Francia, pero no veía ninguna esperanza, porque leía en las apabullantes condiciones que imponían su decisión de matarme en el acto. Como no podía permanecer solo, recurriría a Rusia y con el tiempo ayudaría a ese desdichado país a restaurar la ley y el orden y entonces me aliaría con él.»12 Luego se convirtió en una francesa, el factor importante, según dijo, en formar la opinión en Francia. Pintó un cuadro conmovedor de «las pérdidas de tantos esposos, hijos y hombres, la angustia insoportable y las largas separaciones, las pérdidas económicas y la lucha desesperada y el exceso de trabajo para mantener sus hogares». Por supuesto, querían venganza y compensación de Alemania, y querían que se les garantizase que los alemanes nunca podrían hacerles daño otra vez.13
Lloyd George escuchó atentamente y luego dio a conocer sus propias opiniones. Su punto de vista principal era que las condiciones de paz no debían destruir a Alemania. Las conversaciones continuaron y Kerr recibió el encargo de dar sentido a lo que se trató en ellas. El lunes por la mañana ya había mecanografiado un escrito definitivo: el Memorándum de Fontainebleau. Lloyd George volvió a París lleno de energía. «Esta semana va a ir muy en serio», informó Francés Stevenson. «No piensa aguantar más tonterías de los franceses ni de los estadounidenses. La perspectiva con que ve la paz es amplia, e insiste en que debe ser una paz que no deje un rastro de rencor durante años que probablemente llevaría a otra guerra».14 (Stevenson pasó lealmente por alto la contribución de Lloyd George tanto al rencor como a la demora en redactar las condiciones para Alemania).
Lloyd George presentó el memorándum a sus colegas del Consejo de los Cuatro. El documento instaba a los negociadores a firmar una paz moderada y duradera.
«Podéis despojar a Alemania de sus colonias, reducir sus armamentos a un simple cuerpo de policía y su marina de guerra a la de una potencia de quinta fila; a pesar de ello, si tiene la sensación de que se la ha tratado injustamente en la paz de 1919, acabará encontrando el medio de vengarse de sus vencedores».
No debían dejar a Europa otro legado envenenado colocando a millones de alemanes o húngaros u otras minorías bajo el dominio extranjero. No debían estimular a las fuerzas revolucionarias que se estaban abriendo paso a sangre y fuego por Europa. Sobre todo, no debían acorralar a Alemania.
«El mayor peligro que veo en la situación actual es que Alemania decida correr la misma suerte que el bolchevismo y ponga sus recursos, su inteligencia, su inmensa capacidad de organización a disposición de los fanáticos revolucionarios que sueñan con conquistar el mundo para el bolchevismo por la fuerza de las armas».
Lloyd George pintó otro futuro posible en el que Gran Bretaña, Estados Unidos, Francia e Italia acordarían limitar su construcción naval y sus ejércitos, y en el que la Sociedad de Naciones, la guardiana «del Derecho y la libertad internacionales en todo el mundo», admitiría a una Alemania nueva y democrática tan pronto como fuera lo suficientemente estable.
¿Cómo se conseguiría eso? Alemania debía perder territorio, pero no tanto como querían algunos. Polonia debía tener su pasillo hasta el mar, pero el menor número posible de alemanes debía acabar bajo dominio polaco. Renania, convenientemente desmilitarizada, debía seguir formando parte de Alemania. Lloyd George fue menos categórico en el caso del Sarre; quizá Francia podía tener las fronteras de 1814 o simplemente la propiedad de los yacimientos de carbón. Alemania, por supuesto, debía renunciar a todas sus colonias. Y, sí, debía pagar reparaciones.15 Wilson dio su aprobación; después de todo, hubiera podido escribir él mismo gran parte del Memorándum de Fontainebleau.16 Los franceses se pusieron furiosos.17 «Si la paz le parece demasiado severa», escribió Clemenceau a Lloyd George, «devolvamos a Alemania sus colonias y su flota, y no impongamos a las naciones continentales solas —Francia, Bélgica, Bohemia y Polonia— las concesiones territoriales que se requieran para apaciguar al agresor vencido.»18 Añadió que era «pura ilusión» pensar que se podía apaciguar a Alemania mediante condiciones moderadas.19
Ilusión o no, los británicos estaban decididos a desentenderse del continente y sus problemas. Un equilibrio de poder en la Europa continental siempre había servido bien a Gran Bretaña; únicamente era necesario intervenir cuando una sola nación amenazaba con dominar el continente entero. Alemania había sido esa amenaza, pero sería imprudente destruirla ahora y dejar la supremacía a Francia. Al calmarse las pasiones, los británicos recordaron tanto su antigua rivalidad con Francia como el potencial para la amistad entre Alemania y Gran Bretaña. Las industrias británicas necesitaban mercados y había setenta millones de alemanes. Gran Bretaña quería estabilidad en el continente en lugar del tipo de caos que tan claramente podía verse más al este; una Alemania sólida en el centro de Europa podía proporcionarla. El cambio de idea de Lloyd George sobre la condiciones de paz fue muy criticado, pero reflejaba una ambivalencia británica general.
A corto plazo los resultados del Memorándum de Fontainebleau fueron escasos. Los británicos y los franceses continuaron peleándose a causa de la parte de las reparaciones que les correspondía. Los franceses se negaron a presentar un cálculo de los daños que habían sufrido o de lo que querían que pagase Alemania. «Era un crimen», dijo Wilson indignado a Grayson, «perder el tiempo cuando cada hora significaba tanto para resolver las condiciones del mundo siguiendo las pautas apropiadas». Y, pese a ello, temía que si presionaba demasiado a sus aliados, sus gobiernos cayeran y la paz se retrasara todavía más.20
Parecía que Clemenceau endurecía ahora su postura en relación con Alemania. Señaló que Gran Bretaña y Estados Unidos estaban protegidos por el mar. «Nosotros debemos tener un equivalente en tierra.»21 Exigió el Sarre e insistió en la ocupación militar de Renania. «Los alemanes son gente servil que necesita la fuerza para apoyar un argumento». El 31 de marzo permitió que Foch hiciese un ruego apasionado al Consejo de los Cuatro a favor de un Estado tapón independiente. «La paz», dijo Foch, «sólo puede garantizarse por medio de la posesión de la orilla izquierda del Rin hasta nuevo aviso, es decir, mientras Alemania no se haya arrepentido.»22 Lloyd George y Wilson le escucharon cortésmente, pero con conspicua falta de atención.23
Wilson tenía la sensación de que lo único que pretendían los franceses era poner obstáculos. «Me siento terriblemente decepcionado», dijo a Grayson. «Después de discutir con Clemenceau durante dos horas y presionarle, prácticamente se mostró de acuerdo con todo, y justo cuando se iba volvió a la postura del principio.»24 El esfuerzo empezaba a notársele a Wilson, pero lo mismo les ocurría a todos. El Consejo de los Cuatro se reunía casi sin interrupción, el tiempo era horroroso y no paraban de llegar malas noticias: de Hungría, donde los comunistas dominaban firmemente la situación; de Rusia, donde parecía que los bolcheviques estaban ganando la guerra civil; de Danzig, donde las autoridades alemanas se negaban a permitir el desembarco de tropas polacas.
El 28 de marzo se exaltaron los ánimos, cuando Clemenceau planteó una vez más la reivindicación francesa del Sarre. Wilson dijo, injustamente, que los franceses nunca la habían mencionado como uno de sus objetivos en la guerra y que, en todo caso, dar la región a Francia era contrario a los Catorce Puntos. Clemenceau acusó al presidente de ser pro alemán y amenazó con dimitir antes que firmar el tratado de paz. Wilson, con la ira pintada en el rostro, respondió que era una mentira premeditada y que resultaba muy claro que Clemenceau quería que volviese a Estados Unidos. Clemenceau, igualmente enfadado, salió de forma precipitada de la habitación. Dijo a Mordacq que no había esperado encontrar una oposición tan inflexible a las exigencias francesas.
Lloyd George y Orlando, que habían presenciado la escena llenos de consternación, hicieron todo lo posible por zanjar las discrepancias durante la reunión de la tarde. Lloyd George soltó una risita apreciativa cuando, al disculparse por llegar tarde, Wilson contestó: «No me gustaría nada tener que decir el finadoNT-4 señor Lloyd George». Cuando Tardieu, con poco tacto, pronunció una larga perorata sobre los antiguos vínculos entre el Sarre y Francia, Orlando señaló que Italia, basándose en un razonamiento parecido, podía reivindicar las tierras del antiguo Imperio romano; resultaría engorroso, sin embargo, para su buen amigo Lloyd George. Todos rieron de buena gana excepto Clemenceau. Lloyd George sugirió una solución intermedia: un Sarre autónomo con las minas de carbón propiedad de los franceses. Se acordó pedir a los expertos que estudiaran la sugerencia. Clemenceau presentó sus excusas, si así podían llamarse, y habló de los lazos de afecto que unían a Francia y Estados Unidos; más tarde, hallándose con su círculo de asesores, habló de la extraordinaria intransigencia de Wilson. El presidente estadounidense hizo una referencia elegante a la grandeza de Francia. En privado se quejó amargamente de los franceses porque, según dijo, estaban entorpeciendo toda la Conferencia de Paz. Dijo que Clemenceau era como un perro viejo: «Da vueltas y más vueltas, lentamente, siguiendo su cola, antes de poner manos a la obra».25
Dos días después nevó. Aquel año abril en París empezó mal y empeoró rápidamente. Aunque el Consejo de los Cuatro se reunía en riguroso secreto, se filtraban detalles de sus conversaciones. Foch estaba desesperado y Henry Wilson escribió en su diario: «Profetizó [Foch] que en el plazo de una semana a partir de ahora la Conferencia de París fracasaría».26 Los rumores se propagaron, «bajo una neblina azul y sulfurosa», según dijo un delegado estadounidense.27 Un canadiense escribió a su familia que en Alemania habría una revolución.28 «Va acercándose a la destrucción», dijo la edición parisina del Daily Mail. El corresponsal del New York Times envió un telegrama que decía: «La Sociedad de Naciones ha muerto y la Conferencia de Paz es un fracaso».29
A Wilson, según dijo Baker, su ayudante de prensa, se le veía «cada vez más canoso y más ceñudo».30 El presidente se sentía solo en su lucha por edificar una paz justa. Orlando causaba problemas con las reivindicaciones italianas en el Adriático. Lloyd George era demasiado político; Wilson anhelaba decirle que «debe atenerse a lo que dice cuando está de acuerdo conmigo en un asunto y que no se le va a permitir que esté de acuerdo conmigo cuando se halla conmigo y luego, al marcharse, cambie de parecer y se una a la oposición».31 Clemenceau se había negado con tozudez a firmar un tratado de paz basado en los Catorce Puntos. «Nunca le había visto [a Wilson] tan irritado, tan furioso», escribió la secretaria de la señora Wilson. «Calificó la actitud de los franceses y las demoras de “deplorables”.»32 También ponían furioso a Wilson los ataques de la prensa francesa. «Imaginen», dijo según un periódico, «he descubierto que la primavera siempre sigue al invierno.»33 Con Lloyd George tuvo «una violenta explosión» y dijo que «nunca firmaría una paz francesa y volvería a casa antes que firmarla».34
El 3 de abril Wilson tuvo que guardar cama debido a un fuerte resfriado y House le sustituyó en el Consejo de los Cuatro. Clemenceau se alegró muchísimo: «Hoy está peor», dijo a Lloyd George el 5 de abril. «¿Conoce usted a su médico? ¿No podría persuadirle y sobornarle?»35 Mientras tanto, el enfermo cavilaba. «He estado pensando mucho», dijo Wilson a Grayson, «pensando cuál sería el resultado para el mundo si se diera carta blanca a estos franceses y se les permitiera salirse con la suya y obtener todo lo que dicen que corresponde a Francia por derecho. Mi opinión es que si se les dejara hacer, el mundo se desmoronaría al cabo de muy poco tiempo». Añadió, poniendo cara de alivio, que había tomado una decisión. Pidió a Grayson que diera orden de que el George Washington estuviese preparado en Brest, en la costa de Bretaña. «No quiero decir que me iré en cuanto encuentre un barco; quiero que el barco esté aquí». Al día siguiente la noticia se había filtrado, lo que, sin duda, era lo que pretendía Wilson. Su amenaza causó sensación. «La Conferencia de Paz, en crisis», dijo el titular del New York Times36
Los franceses quitaron importancia al asunto. «Wilson se comporta como una cocinera», dijo en broma Clemenceau a un amigo, «que tiene su baúl preparado en el pasillo. Todos los días amenaza con irse.»37 Un portavoz del Quai d’Orsay habló groseramente de «volver a casa de mamá».38 En realidad estaban preocupadísimos.39 Los censores se encargaban de que los comentarios en la prensa francesa fueran mínimos y Le Temps, cuyos vínculos con los círculos oficiales eran muy conocidos, se apresuró a publicar un artículo que decía que Francia no tenía la menor intención de anexionarse ningún territorio habitado por alemanes.40 El ayudante de Tardieu declaró ante los corresponsales estadounidenses que Francia había reducido sus exigencias a un mínimo y estaba contentísima, como lo había estado desde el principio, con aceptar las fronteras de 1871, que incluían Alsacia y Lorena, pero nada más. (Esto causó cierto regocijo.41)
Clemenceau también tenía problemas con sus enemigos políticos en Francia. Diputados y senadores le instaban a mantenerse firme en cuanto a las exigencias legítimas de Francia. Foch inspiró una campaña de prensa pidiendo la ocupación de Renania. El generalísimo se estaba acercando peligrosamente a un desafío franco, negándose a transmitir las órdenes del Consejo de los Cuatro y exigiendo hablar con el gabinete francés. Esto era alarmante en un país con una gran tradición de intentos de golpe militar. También resultaba embarazoso. «Yo no confiaría el ejército de Estados Unidos», dijo Wilson después de un incidente, «a un general que no obedece a su propio Gobierno.»42
Destacados políticos, periodistas y militares fueron a advertir a Poincaré que Francia se encaminaba al desastre. Clemenceau estaba desperdiciando todas las oportunidades de asegurarse contra Alemania. ¿Tal vez Poincaré debía dimitir en señal de protesta? ¿O tenía la obligación, como subrayaban Foch y otros, de usar los poderes que le confería la constitución y encargarse él mismo de las negociaciones? Poincaré, típico en él, sumó sus críticas a las ajenas, pero titubeó en tomar cartas en el asunto. Clemenceau, cuyas fuentes de información siempre fueron buenas, se presentó en el Palacio del Elíseo y armó una escena tremenda, acusando a Poincaré de deslealtad. «¡Todos sus amigos están contra mí!», gritó, «¡Basta ya! Estoy reunido todos los días, de la mañana a la noche. ¡Me estoy matando!». Puso su cargo a disposición de Poincaré. Éste protestó: «Nunca he dejado de ser leal, no hace falta decirlo; pero, aparte de eso, he sido devoto y, si se me permite decirlo, filial». Clemenceau le acusó de mentir; Poincaré respondió con indignación. «Bien, ¿ve? ¡Me responde con insolencia!». A pesar de todo, al terminar la entrevista, los dos hombres se dieron un apretón de manos y Poincaré, con aires de estadista, dijo: «las circunstancias son serias, el futuro es negro, es esencial que los cargos públicos estén unidos». Sin perder un momento escribió lo que sentía en su diario. «En resumen, esta conversación me ha mostrado un Clemenceau que es atolondrado, violento, engreído, intimidador, despectivo, terriblemente superficial, física e intelectualmente sordo, incapaz de razonar, de reflexionar, de seguir una conversación.»43
Sólo Lloyd George se mantuvo alegre durante toda la crisis. «Hemos hecho grandes progresos», dijo al magnate de la prensa George Riddell. «Hemos resuelto prácticamente todas las cuestiones pendientes con la excepción de la que se refiere a las violaciones de las Leyes de la Guerra. La semana próxima empezaremos a redactar el Tratado de Paz.»44 Contaba con que las condiciones de paz definitivas estuvieran listas el domingo de Pascua, dos semanas después.45 Lloyd George se sentía especialmente complacido por haber impuesto su criterio en el caso de las reparaciones: la cifra definitiva no constaría en el tratado.
El 8 de abril, con Wilson ya recuperado, la primavera había llegado por fin y el clima de la Conferencia de Paz había mejorado de forma perceptible.46 El presidente aún estaba bastante «flojo», según dijo a Grayson, pero se sentía «mucho mejor mentalmente».47 Sin embargo, le resultó útil tener la amenaza del George Washington en reserva.48 Durante su ausencia se había hecho gran parte del trabajo preliminar correspondiente a los acuerdos. La cuestión del Sarre se resolvió de forma definitiva el 13 de abril. Los expertos habían encontrado una solución intermedia que daba a Francia la propiedad de las minas únicamente. La Sociedad de Naciones se hizo cargo de la administración del Sarre y se comprometió a convocar un plebiscito al cabo de 15 años para que los habitantes de la región pudiesen escoger entre la independencia, Francia y Alemania. En 1935 la atracción del nuevo Reich de Hitler resultó irresistible y el 90 por ciento de ellos votó a favor de reincorporarse a Alemania.
La propuesta relativa a Renania y la garantía que los británicos y los estadounidenses habían dado a Francia tardó sólo un poco más en quedar lista. Wilson, que opinaba que ya había ido bastante lejos al ofrecer una garantía, envió un severo mensaje a Clemenceau el 12 de abril en el que decía que tendría que conformarse con una Renania desmilitarizada en lugar de una ocupación militar permanente por parte de los Aliados.49 Clemenceau reflexionó y dos días después hizo una visita a su viejo amigo House. Dijo que era una lástima que los italianos amenazaran con irse sin firmar el tratado con Alemania. Añadió que, desde luego, él estaba dispuesto a trabajar con sus colegas. Aceptó la postura estadounidense, aunque no era lo que él quería, y se opondría a los deseos de Foch. A cambio de ello sólo pidió que Wilson aceptara una ocupación francesa temporal de tres zonas alrededor de las principales cabezas de puente: los franceses evacuarían la primera zona, en el norte de Renania (incluida la cabeza de puente en torno a Colonia), después de cinco años; la segunda zona, la de en medio (incluida la cabeza de puente alrededor de Coblenza), después de diez años; y la tercera, en el sur (incluida la cabeza de puente en torno a Maguncia), al cabo de quince años.50
El 15 de abril el eccema que tenía en las manos había empeorado visiblemente y Clemenceau se quejaba de mareos. A última hora de la tarde, después de que House trajera la noticia de que Wilson estaba de acuerdo con la ocupación temporal, Clemenceau pareció otro. «Ya no estoy preocupado», dijo a Mordacq. «Todas las cuestiones importantes relativas a Francia ya están casi resueltas. Diez días más y muy probablemente habremos decidido las líneas principales del tratado. Hoy, en particular, aparte de los dos tratados sobre ayuda militar de Estados Unidos e Inglaterra en caso de un ataque alemán, he obtenido definitivamente la ocupación de Renania durante quince años con una evacuación parcial cada cinco años. Por supuesto, en el caso de que Alemania no cumpla el tratado, no habrá evacuación, ni parcial ni definitiva».51 Clemenceau prometió alegremente a House un favor a cambio y dijo a su secretario privado que todos los ataques de la prensa francesa contra Wilson debían cesar en el acto. Al día siguiente, hasta los periódicos que normalmente eran hostiles aparecieron llenos de alabanzas al presidente.52
Al regresar de Londres tras deshacerse triunfalmente de sus adversarios en el Parlamento, Lloyd George se enfadó. «Las provocaciones», escribió años después, «son la consecuencia inevitable de toda ocupación de territorios por tropas extranjeras. Los incidentes irritantes y de vez en cuando odiosos que acompañaron la ocupación de ciudades alemanas por soldados extranjeros, algunos de los cuales eran de color, tuvieron mucho que ver con el feroz estallido de sentimientos patrióticos en Alemania que encontraron su expresión en el nazismo.»53 Un poco a regañadientes, aceptó las cláusulas relativas a Renania el 22 de abril.
El 25 del mismo mes Clemenceau las presentó a su gabinete y tuvo que escuchar las críticas acaloradas de Foch y otros.54 Poincaré sorprendió a todo el mundo al limitarse a pedir que le aclarasen ciertos puntos. «Es el principal crítico de la República», dijo Clemenceau a Mordacq, «pero todas las veces que le pedí su consejo sobre las innumerables cuestiones delicadas que nos han ocupado durante tres meses y todavía nos ocupan, sólo recibí respuestas vagas.»55 El gabinete aprobó el acuerdo unánimemente y el 4 de mayo aprobó el conjunto de condiciones de paz, también por unanimidad; Foch dijo con amargura que Clemenceau era un criminal.56 Poincaré estudió la posibilidad de dimitir, pero, como en tantas ocasiones anteriores, se lo pensó mejor.57
Clemenceau siempre consideró que había obtenido el mejor trato posible para Francia y tenía razón. Había sacado de sus aliados más de lo que al principio estaban dispuestos a dar, había mantenido viva la alianza con Gran Bretaña y Estados Unidos, había dado a Francia un poco más de seguridad con la desmilitarización de Renania y su ocupación durante 15 años, y había hecho que el fin de dicha ocupación dependiera de que Alemania cumpliese los otros puntos del tratado. Tal como dijo a la Cámara de Diputados en septiembre de 1919, durante el debate sobre la ratificación, «El tratado, con todas sus cláusulas complejas, sólo valdrá lo que valgan ustedes; será lo que ustedes hagan de él… Lo que van a votar hoy no es ni siquiera un comienzo, es un comienzo de un comienzo. Las ideas que contiene crecerán y darán fruto. Han ganado ustedes la capacidad de imponerlas a una Alemania derrotada».58 La dificultad iba a ser siempre hacer que se cumpliera. Tal como descubrieron los sucesores de Clemenceau, entre ellos Poincaré, poco podía hacer Francia sin el apoyo británico y estadounidense. Ese apoyo no existió en la década de 1920, y en la de 1930 no había ningún Clemenceau que uniese a una Francia desmoralizada contra la amenaza nazi en Alemania. Y ya no había una Polonia digna de confianza al otro lado de Alemania.