EPÍLOGO
EN CAER GAI los árboles habían invadido las ruinas romanas y las raíces de los robles habían roto las piedras y levantado las losetas de los suelos. Pero aún así todavía se podía encontrar refugio allí y había gente por las colinas dispuestas a trabajar a cambio de que les quitaran algún furúnculo con lanceta o les recetaran medicamentos o curas para la fiebre.
Odin estuvo próximo a la clarividencia, porque alrededor de un enorme tronco hueco, tan viejo que había germinado antes de que los druidas nacieran, alguien había construido unas habitaciones aprovechando la piedra romana que había por allí. Myrddion sintió que necesitaba el poder de ese viejo roble para volver a confiar en alguna razón que diera sentido a su larga y espinosa vida. Puede que la gente de las colinas considerara rara su decisión, pero si lo hacían, no decían nada. Esta gente veneraba los árboles y las piedras y en su fuero interno se mantenían fieles a las viejas tradiciones.
La casa de Myrddion no era grande, ni elegante, pero los juncos que cubrían el tejado la protegían de la lluvia, el granizo y la nieve y el árbol venía a ser una inmensa coraza protectora.
Myrddion se pasaba los días sanando a gente, leyendo y escribiendo las crónicas de dos reyes, mientras Niniana trabajaba la tierra para hacer un jardín. Con el tiempo nacieron flores en la fortaleza y hierbas y frutas y verduras. Como eran de gustos sencillos, tenían todo lo que querían.
Para regar aprovecharon un manantial de agua dulce y Myrddion se entretenía construyendo una fuente y un baño, aunque carecía de la habilidad de los antiguos romanos.
Con el tiempo la gente empezó a apreciar a Myrddion y Niniana por su sabiduría y los protegía del mundo exterior, porque los robustos habitantes de las colinas no pensaban permitir que nadie les arrebatara a esos amantes tan juiciosos.
Pese a que seguían siendo extraños venidos de otras tierras, Myrddion y Niniana resultaban agradables, por mucho que tuvieran en su casa relucientes armas de hierro. Las mujeres que estaban de parto sabían que sus vecinos acudirían en caso de que se complicara su situación y las heridas de caza que en su momento resultaban mortales ahora curaban y recibían tratamiento seguro.
Los habitantes no hablaban a nadie de las grandes personas que habían llegado al pueblo, por miedo a que desaparecieran con el viento.
Y con el tiempo, Niniana le dio a Myrddion un hijo, un muchacho fuerte con el pelo de color caoba, salvo un mechón de plata que le nacía en la frente. Tenía los ojos de azul intenso, como la medianoche, y la mirada mucho más versada de lo que suele ser la mirada de un niño.
Lo llamaron Taliesin.