«Tiene buen instinto el chico.»
–Los bandidos no anuncian su llegada con trompetas -le dijo Jaime-. No me hace falta la espada. Debe de ser mi primo, el Guardián del Occidente.
Cuando salió de la carpa, los jinetes ya estaban desmontando: media docena de caballeros y una veintena de arqueros y soldados a caballo.
–¡Jaime! – rugió un hombre desgreñado que vestía cota de malla dorada y capa de piel de zorro-. ¡Tan flaco, y todo de blanco! ¡Y con barba!
–¿Esto? Apenas una pelusa comparada con la tuya, primo. – La barba encrespada y el poblado bigote de Ser Daven se fundían con unas patillas espesas como arbustos, y estas, con la maraña de pelo rubio, aplastada por el yelmo que se estaba quitando. En medio de todo aquel pelo acechaban una nariz respingona y un par de ojos color avellana, llenos de energía-. ¿Te ha robado algún bandido la navaja de afeitar?
–Juré que no me cortaría el pelo hasta que vengara a mi padre. – Pese a su aspecto leonino, la voz de Daven Lannister tenía una extraña timidez-. Pero el Joven Lobo se encargó de Karstark antes que yo. Me arrebató la venganza. – Le tendió el yelmo a un escudero y se pasó los dedos por el cabello-. Está bien esto de tener barba. Las noches son cada vez más frías; un poco de follaje mantiene la cara caliente. Además, como decía la tía Genna, tengo un adoquín en lugar de barbilla. – Agarró a Jaime por los brazos-. Temimos por ti después de lo del bosque Susurrante. Se rumoreó que el lobo huargo de Stark te había desgarrado la garganta.
–¿Derramaste amargas lágrimas por mí, primo?
–La mitad de Lannisport te lloró. La mitad femenina. – La mirada de Daven se clavó en el muñón de Jaime-. Así que era verdad. Esos hijos de puta te cortaron la mano de la espada.
–Ahora tengo una nueva, de oro. Ser manco tiene sus ventajas. Bebo menos vino por temor a derramarlo, y rara vez siento la tentación de rascarme el culo en la corte.
–Bien pensado. A lo mejor me la corto yo también. – Su primo se echó a reír-. ¿Quién te lo hizo? ¿Catelyn Stark?
–Vargo Hoat.
«¿De dónde salen esas leyendas?»
–¿El qohoriense? – Ser Daven escupió-. Esto para él y para su Compañía Audaz. Le dije a tu padre que yo mismo me encargaría de conseguir provisiones, pero se negó. Me dijo que hay tareas adecuadas para los leones, y que el forrajeo se quedaba para las cabras y los perros.
Eran las palabras literales de Lord Tywin, Jaime lo sabía; casi le parecía oír la voz de su padre.
–Entra, primo. Tenemos que hablar.
Garrett había encendido los braseros, y las ascuas conferían a la carpa de Jaime un calor rojizo. Ser Daven se quitó la capa y se la tiró a Lew el Pequeño.
–¿Eres un Piper, chico? – le gruñó-. Pareces un tanto canijo.
–Soy Lewys Piper, si a mi señor le parece bien.
–Una vez le di una buena paliza a tu hermano en un cuerpo a cuerpo. El muy escuchimizado se ofendió cuando le pregunté si la que bailaba desnuda en su escudo era su hermana.
–Es el blasón de nuestra Casa. No tenemos ninguna hermana.
–Lástima. Vuestro blasón tiene unas tetas estupendas. Pero ¿qué clase de hombre se esconde detrás de una mujer desnuda? Cada vez que le daba un golpe en el escudo me sentía muy poco caballeroso.
–Ya basta -interrumpió Jaime entre risas-. Déjalo en paz. – Pia les estaba preparando vino especiado; removía el líquido con una cuchara-. Tengo que saber qué me voy a encontrar en Aguasdulces.
Su primo se encogió de hombros.
–El asedio continúa. El Pez Negro está cruzado de brazos en su castillo y nosotros en nuestros campamentos. La verdad, nos morimos de aburrimiento. – Ser Daven se sentó en un taburete de campaña-. Tully debería hacer alguna incursión para recordarnos que aún estamos en guerra. Y ya puestos, podría librarnos de unos cuantos Frey. De Ryman, para empezar. Se pasa la vida borracho. Ah, y de Edwyn. No es tan imbécil como su padre, pero está tan lleno de odio como un forúnculo de pus. Y nuestro Ser Emmon… Ay, no, Lord Emmon, los Siete nos amparen si se nos olvida su nuevo título… Nuestro Señor de Aguasdulces no para de decirme cómo tengo que llevar el asedio. Quiere que tome el castillo sin causar daños, porque ahora es su señorial asentamiento.
–¿Ya está caliente el vino? – preguntó Jaime a Pia.
–Sí, mi señor. – La chica se tapaba la boca al hablar.
Peck les sirvió el vino en una bandeja dorada. Ser Daven se quitó los guantes y cogió una copa.
–Gracias, chico. ¿Quién eres?
–Josmyn Peckledon, si a mi señor le parece bien.
–Peck fue todo un héroe en el Aguasnegras -dijo Jaime-. Mató a dos caballeros y capturó a otros dos.
–Debes de ser más aguerrido de lo que aparentas, chaval. ¿Eso que tienes en la cara es barba, o es que se te ha olvidado lavarte? La mujer de Stannis Baratheon tenía un bigote más poblado. ¿Cuántos años tienes?
–Quince, mi señor.
Ser Daven soltó un bufido.
–¿Sabes qué es lo mejor de los héroes, Jaime? Que como todos mueren jóvenes, los demás tocamos a más mujeres. – Tendió la copa al escudero-. Llénamela otra vez y yo también diré que eres un héroe. Tengo sed.
Jaime alzó su copa con la mano izquierda y bebió un trago. El calor se le extendió por el pecho.
–Estabas hablando de los Frey que querrías ver muertos. Ryman, Edwyn, Emmon…
–Y Walder Ríos -añadió Daven-. Menudo hijo de puta. Odia ser bastardo y odia a todo el que no lo es. Ser Perwyn, en cambio, parece buena persona; a ese, que no lo mate. Las mujeres tampoco están mal. Tengo entendido que me voy a casar con una. Por cierto, tu padre podría haber tenido la cortesía de consultarme lo de este matrimonio. Mi padre ya estaba en tratos con Paxter Redwyne antes de lo del Cruce de Bueyes, ¿lo sabías? Redwyne tiene una hija que viene con una buena dote…
–¿Desmera? – Jaime se echó a reír-. ¿Tanto te gustan las pecas?
–Si tengo que elegir entre los Frey y las pecas… Qué quieres que te diga, la mitad de los cachorros de Lord Walder tienen cara de comadreja.
–¿Sólo la mitad? Ya puedes dar las gracias. En Darry conocí a la esposa de Lancel.
–Ami Torre de Entrada, por los dioses. Cuando me enteré de que Lancel había elegido a esa, no me lo podía creer. ¿Qué le pasa a ese chico?
–Se ha vuelto devoto -replicó Jaime-. Pero la elección no fue cosa suya. La madre de Lady Amerei es una Darry. Nuestro tío pensó que esa esposa ayudaría a Lancel a ganarse a los campesinos.
–¿Cómo? ¿Follándoselos a uno detrás de otro? ¿Sabes por qué la llaman Ami Torre de Entrada? Porque levanta el rastrillo a cada caballero que pasa. Más vale que Lancel se busque un armero que le haga un yelmo con cuernos.
–No va a hacer falta. Nuestro primo vuelve a Desembarco del Rey para profesar los votos como espada del Septón Supremo.
Ser Daven no se habría quedado más atónito si Jaime le hubiera dicho que Lancel había decidido hacerse mono de titiritero.
–¡No puede ser verdad! Me estás tomando el pelo. Ami Torre de Entrada debe de tener aún más cara de comadreja de lo que se dice, para que el chico acabe así.
Cuando Jaime había ido a despedirse de Lady Amerei se la había encontrado sollozando por la disolución de su matrimonio, mientras Lyle Crakehall la consolaba. Sus lágrimas no lo habían preocupado ni la mitad que las miradas airadas que le lanzaron sus parientes en el patio.
–Espero que no estés pensando en profesar los votos tú también, primo -le dijo a Daven-. En cuestión de acuerdos matrimoniales, los Frey son muy quisquillosos. No me gustaría disgustarlos otra vez.
Ser Daven soltó un bufido.
–Me casaré y me llevaré a mi comadreja a la cama, no temas. Recuerdo lo que le pasó a Robb Stark. Pero por lo que me cuenta Edwyn, más vale que elija a una que todavía no haya florecido, o lo más probable es que me encuentre con que Walder el Negro ya ha pasado por mis tierras. Seguro que se ha tirado a Ami Torre de Entrada, y más de una vez. Puede que eso explique la santurronería de Lancel y el enfado de su padre.
–¿Has visto a Ser Kevan?
–Sí. Pasó por aquí de camino al oeste. Le pedí que nos ayudara a tomar el castillo, pero no quiso ni oír hablar del tema. Se pasó cavilando todo el tiempo que estuvo aquí. Cortés, desde luego, pero gélido. Le juré que yo no había pedido que me nombraran Guardián del Occidente, que ese honor debería haberle correspondido a él, y me dijo que no albergaba ningún resentimiento hacia mí, pero cualquiera lo habría dicho por su tono de voz. Estuvo tres días, y si me dirigió tres palabras, fueron muchas. Ojalá se hubiera quedado; me habría venido bien su consejo. Nuestros amigos Frey no se habrían atrevido a fastidiar a Ser Kevan tanto como a mí.
–Cuéntame -dijo Jaime.
–Te contaría, pero ¿por dónde empiezo? Mientras yo construía arietes y torres de asalto, Ryman se dedicaba a erigir un patíbulo. Todos los días, al amanecer, saca a Edmure Tully, le pone una soga al cuello y amenaza con ejecutarlo si el castillo no se rinde. El Pez Negro no hace ni caso de su pantomima, así que al anochecer vuelven a llevarse a Lord Edmure. Su esposa está embarazada, ¿lo sabías?
No se había enterado.
–¿Se acostó con ella después de la Boda Roja?
–Se estaba acostando con ella durante la Boda Roja. Roslin es una muchacha muy bonita, sin cara de comadreja, y por raro que parezca, le tiene cariño a Edmure. Perwyn me ha dicho que reza para que sea una niña.
Jaime meditó un instante sobre aquello.
–Cuando haya nacido el hijo de Edmure, Lord Walder ya no lo necesitará.
–Lo mismo me parece a mí. Nuestro tío político, Emmm… Perdón, quería decir Lord Emmon, quiere que ahorquemos a Edmure de inmediato. Que haya un Tully señor de Aguasdulces lo preocupa casi tanto como la perspectiva de que nazca otro. No pasa un día sin que me suplique que obligue a Ser Ryman a ahorcar a Tully, sea como sea. Y mientras, tengo a Lord Gawen Westerling tirándome de la otra manga. El Pez Negro tiene en su castillo a su señora esposa y a tres de sus mocosos. Su señoría tiene miedo de que Tully los mate si los Frey ahorcan a Edmure. Una de esos mocosos es la reina del Joven Lobo.
Jaime creía haber visto en alguna ocasión a Jeyne Westerling, pero no recordaba su aspecto.
«Debe de ser muy hermosa para valer un reino.»
–Ser Brynden no matará a ningún niño -le aseguró a su primo-. No es un pez tan negro. – Empezaba a comprender por qué Aguasdulces no había caído todavía-. Dime cómo lo has dispuesto todo, primo.
–Tenemos el castillo rodeado. Ser Ryman y los Frey están al norte del Piedra Caída. Al sur del Forca Roja se encuentra Lord Emmon, junto con Ser Forely Prester y lo que queda de tu antiguo ejército, además de los señores de los ríos que se nos unieron tras la Boda Roja. Siempre están de mal humor. Valen para sentarse enfurruñados en sus carpas y poco más. Mi campamento está entre los ríos, frente al foso y la puerta principal de Aguasdulces. Hemos tendido una barrera flotante que cruza el Forca Rojo, río abajo. Manfryd Yew y Raynard Ruttiger están al mando de su defensa, así que nadie podrá escapar en barca. También les he dado redes para pescar. Así nos abastecemos.
–¿Se puede rendir el castillo por hambre?
Ser Daven negó con la cabeza.
–El Pez Negro echó de Aguasdulces a todas las bocas inútiles y limpió las tierras de provisiones. Tiene suficientes reservas para mantener dos años enteros a todos sus hombres y a sus caballos.
–¿Y cómo estamos nosotros de provisiones?
–Mientras haya peces en los ríos, no nos moriremos de hambre, aunque no sé cómo vamos a dar de comer a los caballos. Los Frey bajan comida y forraje desde Los Gemelos, pero Ser Ryman asegura que no tienen suficiente para compartir, así que tenemos que buscar comida por nuestra cuenta. La mitad de los hombres que envié en busca de alimentos no han vuelto. Unos han desertado; a otros los hemos encontrado colgados de los árboles como si fueran fruta madura.
–Ayer nos tropezamos con unos cuantos -asintió Jaime.
Los exploradores de Addam Marbrand los habían encontrado colgados de un manzano silvestre, con los rostros ennegrecidos. Los asesinos habían desnudado los cadáveres y le habían metido a cada uno una manzana entre los dientes. Ninguno presentaba heridas; era evidente que se habían rendido. Jabalí se había enfurecido, y había jurado una sangrienta venganza a quienes habían atado a unos guerreros para que murieran como cochinillos.
–Puede que fueran los bandidos -comentó Ser Daven tras escuchar a Jaime-. O no. Por aquí todavía quedan bandas de norteños. Y tal vez esos señores del Tridente hayan doblado la rodilla, pero me parece que en el fondo siguen siendo un poco… lobos.
Jaime observó a sus dos escuderos más jóvenes, que rondaban en torno a los braseros y hacían como que no escuchaban. Lewys Piper y Garrett Paege eran hijos de señores de los ríos. Les había cogido cariño; no le gustaría nada tener que entregárselos a Ser Ilyn.
–Las cuerdas son más propias de los Dondarrion.
–El señor del relámpago no es el único que sabe hacer un nudo corredizo. No empecemos con Lord Beric. Está aquí, está allí, está en todas partes, pero cuando se envían hombres a por él, se evapora como el rocío. Los señores de los ríos lo están ayudando, no me cabe duda. A un jodido señor marqueño, ¿qué te parece? Un día dicen que ha muerto, y al siguiente, que no puede morir. – Ser Daven dejó la copa de vino-. De noche, mis exploradores divisan hogueras en lugares elevados. Creen que son señales. Como si nos estuvieran vigilando. También hay hogueras en los pueblos. Algún dios nuevo…
«No, un dios antiguo.»
–Thoros, el sacerdote myriense, aquel gordo que bebía a veces con Robert, está con Dondarrion. – Su mano dorada estaba encima de la mesa. Jaime la rozó y observó el resplandor del oro a la escasa luz de los braseros-. Ya nos encargaremos de Dondarrion si hace falta, pero lo primero es el Pez Negro. Tiene que saber que no hay esperanza. ¿Has probado a hacer un trato con él?
–Ser Ryman lo intentó. Cabalgó hasta las puertas del castillo medio borracho, gritando fanfarronadas y amenazas. El Pez Negro se asomó a las almenas el tiempo justo para decirle que no pensaba desperdiciar palabras con un ser tan nauseabundo. Luego le disparó una flecha a la grupa del palafrén, que se encabritó, y Frey cayó al barro. Me reí tanto que estuve a punto de mearme encima. Si el del castillo hubiera sido yo, le habría clavado la flecha en esa boca mentirosa.
–Me pondré gorjal cuando vaya a tratar con ellos -replicó Jaime con una ligera sonrisa-. Tengo intención de ofrecerle unas condiciones muy generosas.
Si conseguía poner fin al asedio sin derramamiento de sangre, no se podría decir que hubiera esgrimido armas contra la Casa Tully.
–Inténtalo si quieres, mi señor, pero dudo mucho que consigamos nada hablando. Vamos a tener que atacar el castillo.
Hubo tiempos, y no tan remotos, en que Jaime habría tomado aquella misma decisión sin dudarlo. Sabía que no disponía de dos años para rendir por hambre al Pez Negro.
–Hagamos lo que hagamos, tendrá que ser deprisa -le dijo a Ser Daven-. Mi lugar está en Desembarco, con el rey.
–Claro -asintió su primo-. Comprendo que tu hermana te debe de necesitar. ¿Por qué envió fuera a Kevan? Yo creía que lo nombraría Mano.
–No aceptó.
«No estaba tan ciego como yo.»
–Kevan debería ser el Guardián del Occidente. O tú. No es que no agradezca el honor, claro, pero nuestro tío me dobla en edad y tiene mucha más experiencia de mando. Espero que sepa que yo no pedí este cargo en ningún momento.
–Lo sabe.
–¿Cómo está Cersei? ¿Tan guapa como siempre?
–Radiante. – «Veleidosa»-. Dorada. – «Más falsa que el oro de un bufón.» La noche anterior había soñado que la sorprendía follando con el Chico Luna. Él mataba al bufón, y a su hermana le rompía los dientes con la mano dorada, igual que había hecho Gregor Clegane con la pobre Pia. En sus sueños, Jaime siempre tenía dos manos; una era de oro, pero funcionaba igual que la otra-. Cuanto antes terminemos con el asunto de Aguasdulces, antes podré volver con Cersei. – Lo que no sabía era qué haría a continuación.
Siguió hablando con su primo durante una hora más, hasta que se marchó. Después, Jaime se puso la mano de oro y una capa marrón para pasear entre las tiendas.
La verdad era que le gustaba aquella vida. Se sentía más cómodo en el campamento, entre soldados, que en la corte, y sus hombres también parecían cómodos con él. Junto a una hoguera de cocina, tres ballesteros le ofrecieron un trozo de la liebre que habían cazado. Al lado de otra, un joven caballero le pidió consejo sobre la mejor manera de defenderse de una maza. Más abajo, a la orilla del río, contempló como dos lavanderas justaban a hombros de un par de soldados. Las chicas estaban medio borrachas y medio desnudas; se reían y se lanzaban golpes con capas enrolladas mientras una docena de hombres las jaleaba. Jaime apostó una estrella de cobre por la rubia que montaba a Raff el Dulce, y lo perdió cuando los dos cayeron chapoteando entre los juncos.
Al otro lado del río, los lobos aullaban; el viento soplaba entre los sauces y hacía que las ramas se mecieran y susurraran. Jaime dio con Ser Ilyn Payne en el exterior de su carpa. Estaba afilando el mandoble con una amoladera.
–Vamos -dijo, y el caballero silencioso se levantó con una tenue sonrisa.
«Esto le gusta -comprendió-. Le gusta humillarme noche tras noche. Puede que le gustara aún más matarme.» Quería creer que iba mejorando, pero la mejoría era lenta y tenía un precio elevado. Bajo la armadura de acero y las prendas de cuero y lana, Jaime Lannister era un tapiz de cortes, costras y magulladuras.
Un centinela les dio el alto cuando salían del campamento con sus caballos. Jaime le palmeó el hombro con la mano dorada.
–Seguid alerta. Hay lobos por los alrededores.
Cabalgaron a lo largo del Forca Rojo hasta los restos de una aldea incendiada que habían cruzado aquella tarde. Allí tuvo lugar su danza nocturna, entre piedras ennegrecidas y cenizas frías y viejas. Durante un rato, Jaime llevó la iniciativa. Durante un momento se permitió creer que tal vez estuviera recuperando su antigua habilidad. Tal vez aquella noche fuera Payne quien se acostara magullado y ensangrentado.
Fue como si Ser Ilyn le leyera el pensamiento. Detuvo como si tal cosa el último golpe de Jaime, y lanzó un contraataque que lo hizo retroceder hasta el río, donde resbaló en el barro. Acabó de rodillas, con la espada del caballero silencioso en la garganta, mientras que la suya se había perdido entre los juncos. A la luz de la luna, las marcas de viruelas del rostro de Payne eran grandes como cráteres. Emitió aquel sonido chasqueante que tal vez fuera una carcajada, y subió la espada por el cuello de Jaime hasta que la punta reposó entre sus labios. Luego retrocedió y envainó el acero.
«Más me habría valido desafiar a Raff el Dulce con una puta a hombros -pensó Jaime mientras se sacudía el barro de la mano dorada. Una parte de él tenía ganas de arrancarse el maldito trasto y tirarlo al río. No servía para nada, y la mano izquierda tampoco era gran cosa. Ser Ilyn había vuelto con los caballos, dejándolo solo para que se pusiera en pie-. Por lo menos, aún tengo dos piernas.»
El último día de viaje había sido frío y ventoso. El viento sacudía las ramas de los árboles en los bosques sin hojas e inclinaba los juncos de los ríos a lo largo del Forca Rojo. Pese a la capa invernal de lana de la Guardia Real, Jaime sentía los dientes acerados del viento mientras cabalgaba con su primo Daven. La tarde estaba muy avanzada cuando avistaron Aguasdulces, que se alzaba en el estrecho cabo donde el Piedra Caída confluía con el Forca Rojo. El castillo de Tully parecía una gran nave de piedra cuya proa apuntaba río abajo. La luz teñía de rojo y dorado los muros de arenisca, que parecían más altos y gruesos de lo que Jaime recordaba.
«Será un hueso duro de roer», pensó, sombrío. Si el Pez Negro no se atenía a razones, tendría que romper el juramento que le había hecho a Catelyn Stark; el que le había hecho a su rey tenía prioridad.
La barrera del río y los tres grandes campamentos de asedio eran justo como le había descrito su primo. El de Ser Ryman Frey, al norte del Piedra Caída, era el más grande, y también el más desordenado. Un enorme cadalso gris, alto como un trabuquete, se alzaba por encima de las tiendas. En él divisó una figura solitaria con una cuerda en torno al cuello.
«Edmure Tully. – Sintió una punzada de compasión-. Es una crueldad tenerlo ahí, de pie, día tras día, con la soga al cuello. Sería mejor cortarle la cabeza y acabar de una vez.»
Detrás del cadalso se extendían tiendas y hogueras en una maraña desorganizada. Los Frey menores y sus caballeros habían erigido sus pabellones río arriba, más allá de las trincheras de letrinas; río abajo había chozas de barro, carromatos y carros de bueyes.
–Ser Ryman no quiere que sus chicos se aburran, así que les proporciona putas, peleas de gallos y cacerías de jabalíes -le contó Daven-. Hasta tiene un bardo, joder. Nuestra tía trajo a Wat Sonrisablanca de Lannisport, ¿te lo puedes creer?, así que Ryman también tenía que tener un bardo para no ser menos. ¿Qué tal si hacemos una presa en el río y los ahogamos a todos, primo?
Jaime divisó a los arqueros que se movían tras las almenas en las murallas del castillo. Por encima de ellas ondeaban los estandartes de la Casa Tully, con la trucha de plata desafiante sobre campo de gules y azur. Pero en la torre más alta se veía una bandera diferente, grande, blanca, con el lobo huargo de los Stark.
–La primera vez que vi Aguasdulces, era un escudero más verde que la hierba del verano -le dijo Jaime a su primo-. El viejo Sumner Crakehall me envió a entregar un mensaje; insistía en que no se lo podía confiar a un cuervo. Lord Hoster me retuvo una semana mientras meditaba la respuesta. Me sentó junto a su hija Lysa en todas las comidas.
–No me extraña que vistieras el blanco. Yo habría hecho lo mismo.
–Hombre, Lysa no estaba tan mal.
En realidad era una joven bonita, delicada, con hoyuelos y larga cabellera castaña.
«Pero era muy tímida. Dada a largos silencios y a ataques de risa tonta; no tenía nada del fuego de Cersei.» Su hermana mayor parecía más interesante, pero Catelyn estaba prometida a un norteño, el heredero de Invernalia. De todos modos, a aquella edad no había ninguna chica que interesara a Jaime tanto como el famoso hermano de Hoster, que había ganado renombre combatiendo a los Reyes Nuevepeniques en los Peldaños de Piedra. Cuando estaba sentado a la mesa hacía caso omiso de la pobre Lysa mientras presionaba a Brynden Tully para que le contara anécdotas de Maelys el Monstruoso y el Príncipe de Ébano. «Entonces, Ser Brynden era más joven que yo ahora -reflexionó Jaime-, y yo era más joven que Peck.»
El vado más cercano para cruzar el Forca Rojo estaba corriente arriba, más allá del castillo. Para llegar al campamento de Ser Daven tuvieron que atravesar a caballo el de Emmon Frey, y pasar ante los pabellones de los señores de los ríos que habían doblado la rodilla para volver a la paz del rey. Jaime se fijó en los estandartes de Lychester, Vance, Roote y Goodbrook, en las bellotas de la Casa Smallford y en la doncella bailando de Lord Piper, pero los que le dieron que pensar fueron los que no vio. El águila plateada de los Mallister no estaba por allí, ni tampoco el caballo rojo de los Bracken, el sauce de los Ryger ni las serpientes entrelazadas de los Paege. Todos ellos habían renovado su lealtad al Trono de Hierro, pero no se habían unido al asedio. Jaime sabía que los Bracken estaban luchando contra los Blackwood: eso explicaba su ausencia, pero los demás…
«Nuestros nuevos amigos no son tan amigos. Su lealtad es superficial.» Había que tomar Aguasdulces cuanto antes. Cuanto más durase el asedio, más ánimos cobrarían otros recalcitrantes, como Tytos Blackwood.
En el vado, Ser Kennos de Kayce hizo sonar el Cuerno de Herrock.
«Esto debería atraer al Pez Negro a las almenas.» Ser Hugo y Ser Dermont guiaron a Jaime hasta el otro lado del río; los cascos de sus caballos chapotearon en las lodosas aguas rojizas mientras el estandarte blanco de la Guardia Real, y el león y el venado de Tommen, ondeaban al viento. El resto de la columna los seguía de cerca.
El campamento de los Lannister retumbaba con el sonido de los martillos contra la madera allí donde se alzaba una nueva torre de asalto. Ya había otras dos terminadas, semicubiertas con cuero de caballo sin curtir. Entre ellas vio un ariete, un tronco de árbol con la punta endurecida al fuego, colgado con cadenas de una estructura de madera.
«Parece que mi primo no ha estado ocioso.»
–Mi señor, ¿dónde queréis que plante vuestra carpa? – le preguntó Peck.
–Allí, en aquel alto. – Señaló con la mano de oro, aunque no era el instrumento ideal para aquella tarea-. Las provisiones y equipajes aquí; los caballos, al otro lado. Utilizaremos las letrinas que tan amablemente nos ha excavado mi primo. Ser Addam, inspeccionad nuestro perímetro por si hay algún punto débil. – Jaime no preveía ningún ataque, pero tampoco había previsto el del bosque Susurrante.
–¿Llamo a las comadrejas para una reunión del consejo de guerra? – preguntó Daven.
–Antes quiero hablar con el Pez Negro. – Jaime hizo una seña a Jon Bettley, el Lampiño, para que se le acercara-. Buscad un estandarte de paz y llevad un mensaje al castillo. Informad a Ser Brynden Tully de que quiero hablar con él mañana al amanecer. Me acercaré al borde del foso y nos reuniremos en su puente levadizo.
Peck lo miró, alarmado.
–Pero mi señor, los arqueros pueden…
–No lo harán. – Jaime desmontó-. Plantad la carpa y poned mis estandartes.
«Y veamos quién viene corriendo y a qué velocidad.»
No tuvo que esperar mucho. Pia estaba muy ajetreada encendiendo un brasero. Peck fue a ayudarla. Las últimas noches, Jaime se iba a dormir con el sonido de fondo de los dos jóvenes que follaban en un rincón de la carpa. Garrett le estaba desabrochando las correas de las grebas cuando se abrió la solapa de la carpa.
–¡Eh, ya estás aquí! – retumbó la voz de su tía. Su corpachón ocupaba todo el umbral, mientras su esposo Frey observaba tras ella-. Ya era hora. ¡Venga, un abrazo para la gorda de tu tía!
Le tendió los brazos, con lo que no le dejó más remedio que estrecharla.
De joven, Genna Lannister tenía curvas generosas, siempre amenazando con salirse del corpiño, pero con el tiempo se había vuelto cuadrada. Tenía el rostro ancho y terso; su cuello era una gruesa columna rosada; su busto era inmenso. Con su carne habría bastado para hacer dos hombres del tamaño de su marido. Jaime esperó obediente a que su tía le pellizcara la oreja. Llevaba pellizcándole la oreja desde que tenía uso de razón, pero aquel día se contuvo, y sólo le plantó un beso húmedo y blando en cada mejilla.
–Siento mucho tu pérdida.
–Ahora tengo una mano nueva, de oro. – Se la mostró.
–Muy bonita. ¿También te vas a hacer un padre de oro? – La voz de Lady Genna era áspera-. Me refería a la pérdida de Tywin.
–Un hombre como Tywin Lannister sólo aparece una vez cada mil años -declaró su esposo. Emmon Frey era un hombrecillo irritable de manos nerviosas. Pesaba poco más de cinco arrobas… y eso, mojado y con la cota de malla. Era un junco vestido de lana y sin atisbo de barbilla, un defecto que la nuez prominente hacía aún más absurdo. Había perdido la mitad del pelo antes de cumplir los treinta. A aquellas alturas tendría ya unos sesenta, y sólo le quedaban unos mechones blancos.
–Últimamente nos llegan noticias muy extrañas -dijo Lady Genna después de que Jaime despidiera a Pia y a sus escuderos-. Ya no sabemos qué creer. ¿Es verdad que Tyrion asesinó a Tywin? ¿O es una calumnia que está divulgando tu hermana?
–Es verdad.
El peso de la mano de oro empezaba a resultarle molesto. Se desabrochó con torpeza las correas que se la sujetaban a la muñeca.
–Un hijo que alza la mano contra su padre -suspiró Ser Emmon-. Es monstruoso. Corren tiempos aciagos en Poniente. Con la desaparición de Lord Tywin, temo por todos nosotros.
–También temías por todos nosotros cuando vivía. – Genna aposentó las amplias nalgas en un taburete de campaña, que crujió de manera alarmante bajo su peso-. Háblanos de nuestro hijo Cleos, sobrino; dinos cómo murió.
Jaime desabrochó la última correa y dejó la mano a un lado.
–Unos bandidos nos tendieron una emboscada. Ser Cleos los puso en fuga, pero le costó la vida. – La mentira le salió natural. Vio que les había agradado.
–El muchacho tenía valor, siempre lo dije. Lo llevaba en la sangre. – A Ser Emmon le asomaba una salivilla rosada entre los labios cuando hablaba, cortesía de la hojamarga a la que era tan aficionado.
–Sus huesos deberían reposar bajo la Roca, en la Sala de los Héroes -declaró Lady Genna-. ¿Dónde fue enterrado?
«En ningún lugar. Los Titiriteros Sangrientos desnudaron su cadáver y lo dejaron para que los cuervos carroñeros se dieran un festín.»
–Junto a un arroyo -mintió-. En cuanto termine esta guerra, iré a buscar el lugar exacto y para llevarlo a casa. – Los huesos eran huesos; no había nada más fácil de conseguir en aquellos tiempos.
–Esta guerra… -Lord Emmon carraspeó; la nuez se movió arriba y abajo-. Ya habrás visto las máquinas de asalto. Arietes, trabuquetes, torres… No servirán de nada, Jaime. Daven quiere destrozar mis murallas y derribar mis puertas. Habla de brea ardiendo, de prender fuego al castillo. ¡A mi castillo! – Se metió la mano en una manga, sacó un pergamino y lo blandió ante el rostro de Jaime-. Tengo el decreto. Firmado por el Rey, por Tommen, mira, el sello real, el venado y el león. Soy el legítimo señor de Aguasdulces; no quiero que lo reduzcan a un montón de ruinas humeantes.
–Anda, guarda esa tontería -espetó su mujer-. Mientras el Pez Negro esté en Aguasdulces, ese papel te vale para limpiarte el culo y poco más. – Hacía cincuenta años que se había unido a los Frey, pero seguía siendo una Lannister. «Una enorme cantidad de Lannister»-. Jaime te entregará el castillo.
–Estoy seguro -asintió Lord Emmon-. Os demostraré que vuestro padre acertó al confiar en mí, Ser Jaime. Seré firme pero justo con mis nuevos vasallos. Blackwood, Bracken, Jason Mallister, Vance, Piper… Todos sabrán pronto que tienen en Emmon Frey un señor justo. Y también mi padre, sí. Es el señor del Cruce, pero yo soy el de Aguasdulces. Un hijo debe obedecer a su padre, sí, pero un banderizo debe obedecer a su señor.
«Los dioses se apiaden de mí.»
–No sois su señor, ser. Leed bien el pergamino. Se os otorga Aguasdulces, con todas sus tierras y rentas, pero nada más. Petyr Baelish es Señor Supremo del Tridente. Aguasdulces estará sometido al gobierno de Harrenhal.
A Lord Emmon no le hizo ninguna gracia.
–Harrenhal no es más que un montón de ruinas malditas -protestó-. En cuanto a Baelish… Por favor, sólo es un cuentamonedas, no un señor; su linaje…
–Si tenéis alguna queja, id a Desembarco del Rey y exponédsela a mi querida hermana. – Cersei se comería vivo a Emmon Frey y se limpiaría los dientes con sus huesos.
«Es decir, si no está demasiado ocupada follándose a Osmund Kettleblack.»
Lady Genna soltó un bufido.
–No hay por qué molestar a Su Alteza con esas tonterías. ¿Por qué no sales a tomar un poco el aire, Emm?
–¿A tomar el aire?
–O a mear, o a lo que quieras. Mi sobrino y yo queremos tratar asuntos de familia.
Lord Emmon se sonrojó.
–Sí, aquí hace calor. Esperaré fuera, mi señora. Ser… -Su señoría enrolló el pergamino y amagó una reverencia en dirección a Jaime antes de salir de la carpa.
Era difícil no despreciar a Emmon Frey. Había llegado a Roca Casterly cuando tenía catorce años para casarse con una leona de tan sólo siete. Tyrion decía siempre que el regalo de bodas de Lord Tywin había sido un vientre flojo.
«Genna también ha contribuido. – Jaime recordaba más de un banquete en el que Emmon se quedaba sentado en silencio hosco, picoteando la comida, mientras su esposa gastaba bromas obscenas al caballero que tuviera sentado a la izquierda, con su conversación siempre salpicada de carcajadas-. Eso sí, le dio cuatro hijos a Frey. Al menos dice que son suyos.» En Roca Casterly, nadie tenía el valor de insinuar lo contrario, y Ser Emmon menos que nadie.
En cuanto el hombrecillo salió, su señora esposa puso los ojos en blanco.
–Mi amo y señor. ¿En qué diantres estaba pensando tu padre cuando lo nombró señor de Aguasdulces?
–Supongo que en vuestros hijos.
–Yo también pienso en ellos. Emm será un pésimo señor. Ty podría hacerlo mejor, si tiene el sentido común de aprender de mí y no de su padre. – Miró a su alrededor-. ¿Tienes vino?
Jaime encontró una frasca y le sirvió una copa.
–¿Qué haces aquí, mi señora? Tendrías que haberte quedado en Roca Casterly hasta que terminara la contienda.
–En cuanto se enteró de su nombramiento, Emm se empeñó en venir de inmediato para reclamar sus posesiones. – Lady Genna bebió un trago y se limpió la boca con la manga-. Tu padre tendría que habernos dado Darry. No sé si lo recordarás, pero Cleos estaba casado con una hija del labrador. Su afligida viuda está furiosa porque sus hijos no han recibido las tierras de su señor padre. Ami Torre de Entrada sólo es Darry por parte de madre. Mi nuera Jeyne es su tía; es hermana de Mariya.
–Hermana menor -le recordó Jaime-, y Ty recibirá Aguasdulces, una recompensa mucho mayor que Darry.
–Un regalo envenenado. La Casa Darry se ha extinguido por la línea masculina, y la Casa Tully, no. Ese cretino de Ser Ryman le pone una soga al cuello a Edmure, pero no está dispuesto a ahorcarlo. Y a Roslin Frey le está creciendo una trucha en la barriga. Mis nietos nunca estarán seguros en Aguasdulces mientras quede un Tully vivo.
Jaime sabía que no se equivocaba.
–Si Roslin tiene una niña…
–Se puede casar con Ty, siempre que el viejo Lord Walder dé su consentimiento. Sí, ya lo he pensado. Pero es igual de probable que tenga un niño, y un bebé con polla lo liaría todo. Y si Ser Brynden sobrevive a este asedio, puede que le dé por reclamar Aguasdulces para sí… o en nombre de Robert Arryn.
Jaime se acordaba del pequeño Robert, en Desembarco del Rey, todavía mamando a los cuatro años.
–Arryn no vivirá suficiente para engendrar. ¿Y para qué quiere Aguasdulces el señor del Nido de Águilas?
–Si un hombre tiene un cofre de oro, ¿para qué quiere otro? La gente es codiciosa. Tywin tendría que haber entregado Aguasdulces a Kevan, y Darry, a Emm. Es lo que le habría dicho si se hubiera tomado la molestia de consultarme; pero claro, tu padre nunca se molestó en consultar a nadie más que a Kevan. – Dejó escapar un profundo suspiro-. No creas, comprendo que Kevan quisiera el asentamiento más seguro para su hijo. Lo conozco demasiado bien.
–Pues parece que Kevan y Lancel quieren cosas muy diferentes. – Le habló de la decisión de Lancel de renunciar a su esposa, sus tierras y su posición para ir a luchar por la Sagrada Fe-. Si aún quieres Darry, escríbele a Cersei y exponle tu caso.
Lady Genna movió la copa como si desechara la idea.
–No, ese caballo ya no está en el establo. A Emm se le ha metido en ese diminuto cerebro que gobernará las tierras de los ríos. En cuanto a Lancel… Esto lo tendríamos que haber visto venir. Al fin y al cabo, una vida dedicada a proteger al Septón Supremo no es tan diferente de una vida dedicada a proteger al rey. Pero Kevan se va a poner furioso, tanto como Tywin cuando se te metió entre ceja y ceja vestir el blanco. Al menos a Kevan le queda un heredero, Martyn. Siempre puede casarlo con Ami Torre de Entrada para que ocupe el puesto de Lancel. Que los Siete se apiaden de nosotros. – Dejó escapar un suspiro-. Hablando de los Siete, ¿por qué permite Cersei que la Fe vuelva a tomar las armas?
Jaime se encogió de hombros.
–Sus motivos tendrá.
–¿Sus motivos? – Lady Genna hizo un ruido un tanto grosero-. Más vale que sean unos motivos excelentes. Los Espadas y Estrellas fueron un problema hasta para los Targaryen. El propio Conquistador cogía la Fe con pinzas para que no se enfrentaran a él. Y cuando Aegon murió y los señores se alzaron contra sus hijos, las dos órdenes estuvieron a un paso de la rebelión. Contaban con el apoyo de los señores más devotos y de la mayor parte del pueblo. Al final, el rey Maegor tuvo que ofrecer una recompensa por ellos. Si no recuerdo mal las lecciones de historia, pagaba un dragón por la cabeza de cada Hijo del Guerrero que no se hubiera arrepentido, y un venado de plata por el cuero cabelludo de cada Clérigo Humilde. Murieron a millares, pero otros tantos siguieron recorriendo el reino, desafiantes, hasta que el Trono de Hierro decretó la muerte de Maegor y el rey Jaehaerys otorgó el perdón a todos los que rindieran la espada.
–Se me había olvidado todo eso -confesó Jaime.
–Y a tu hermana también. – Bebió otro trago de vino-. ¿Es verdad que Tywin sonreía en su féretro?
–Se estaba pudriendo en su féretro. Se le retorció la boca.
–¿Sólo era eso? – Pareció entristecida-. Todos decían que Tywin no había sonreído nunca, pero sonreía cuando se casó con tu madre, y también cuando Aerys lo nombró Mano. Tyg juraba que también sonrió cuando Torre Tarbeck se derrumbó encima de Lady Ellyn, aquella zorra intrigante. Y sonrió cuando naciste, Jaime, eso lo vi yo misma. Cersei y tú, tan rosados, tan perfectos, idénticos como dos gotas de agua… Bueno, excepto entre las piernas. ¡Vaya pulmones teníais!
–Oye mi Rugido. – Jaime sonrió-. Ahora me dirás cuánto le gustaba reírse.
–No. Tywin no confiaba en la risa. Había oído a demasiada gente reírse de tu abuelo. – Frunció el ceño-. Te aseguro que este simulacro de asedio no le habría hecho ninguna gracia. Ahora que estás aquí, ¿cómo piensas ponerle fin?
–Negociando con el Pez Negro.
–No te servirá de nada.
–Tengo intención de ofrecerle unas condiciones muy generosas.
–Para ofrecer condiciones hace falta que haya confianza. Los Frey asesinaron a sus propios invitados, y tú, bueno… Sin ánimo de ofender, cariño, mataste a cierto rey al que habías jurado proteger.
–Y mataré al Pez Negro si no se rinde. – La voz le salió más brusca de lo que había pretendido, pero no estaba de humor para que le refregaran por la cara lo de Aerys Targaryen.
–¿Cómo? ¿A base de insultos? – replicó en un tono cargado de desprecio-. Sólo soy una vieja gorda, Jaime, pero lo que tengo entre las orejas no es queso. Lo mismo le pasa al Pez Negro. No lo doblegarás con amenazas vacuas.
–¿Qué me aconsejas?
Su tía encogió los enormes hombros.
–Emm quiere que le corten la cabeza a Edmure. Puede que tenga razón, por una vez. Los amagos de ejecución de Ser Ryman nos han convertido en su hazmerreír. Tienes que demostrarle a Ser Brynden que tus amenazas van en serio.
–La muerte de Edmure podría acrecentar la resolución de Ser Brynden.
–Si hay algo de lo que nunca ha carecido Brynden el Pez Negro es de resolución. Eso te lo podría haber dicho Hoster Tully. – Lady Genna apuró la copa de vino-. En fin, no quiero que creas que te estoy diciendo cómo disputar una guerra. Sé cuál es mi lugar… A diferencia de tu hermana. ¿Es verdad que Cersei mandó prender fuego a la Fortaleza Roja?
–Sólo la Torre de la Mano.
Su tía puso los ojos en blanco.
–Habría hecho mejor en dejar tranquila la torre y quemar a la Mano. ¿Harys Swyft? ¡Por favor! Si hubo alguna vez un hombre que mereciera su blasón, ese fue Ser Harys. Y Gyles Rosby, los Siete nos amparen, ¡si creía que había muerto hacía años! Y Merryweather… Para que te enteres, tu padre llamaba Risitas a su abuelo. Tywin decía que Merryweather sólo servía para reírse cuando el rey decía algo supuestamente ingenioso. Creo recordar que su señoría se ganó el exilio a golpe de risitas. Cersei también ha metido a un bastardo en el consejo, y a un inútil Kettleblack en la Guardia Real. Ahora, la Fe se está rearmando, y los braavosis se dedican a reclamar el pago de los préstamos por todo Poniente. Nada de eso habría sucedido si hubiera tenido el sentido común de nombrar Mano a tu tío.
–Ser Kevan rechazó el nombramiento.
–Eso nos dijo. Lo que no dijo fue por qué. Hubo muchas cosas que no dijo. Que no quiso decir. – Lady Genna hizo una mueca-. Kevan siempre ha hecho lo que se le ha pedido. No es propio de él dar la espalda a su deber. Aquí pasa algo, me lo huelo.
–Dijo que estaba cansado.
«Lo sabe -le había dicho Cersei ante el cadáver de su padre-. Sabe lo nuestro.»
–¿Cansado? – Su tía apretó los labios-. En fin, tiene derecho a estarlo. Debe de haberle resultado duro pasarse toda la vida a la sombra de Tywin. Fue duro para todos mis hermanos. La sombra que proyectaba Tywin era larga y negra; todos tenían que debatirse para encontrar un poco de sol. Tygett trató de independizarse, pero nunca pudo competir con tu padre, y eso lo fue amargando con los años. Geron siempre estaba bromeando. Es mejor reírse del juego que jugar y perder. Pero Kevan se dio cuenta enseguida de cómo iban a acabar las cosas, así que se hizo un lugar al lado de tu padre.
–¿Y tú? – preguntó Jaime.
–No era un juego para niñas. Yo era la princesita adorada de mi padre, y también la de Tywin, hasta que lo decepcioné. Nunca encajó bien las decepciones. – Se puso en pie-. Ya he dicho todo lo que tenía que decir; no te robaré más tiempo. Haz lo que creas que habría hecho Tywin.
–¿Lo querías? – se oyó preguntar Jaime.
Su tía le lanzó una mirada de extrañeza.
–Tenía siete años cuando Walder Frey convenció a mi señor padre para que le entregara mi mano a Emm. A su segundo hijo, ni siquiera a su heredero. Mi padre era el tercer hijo, y los niños buscan la aprobación de los adultos. Frey vio este punto débil, y mi padre accedió sin más motivo que el de complacerlo. Mi compromiso se anunció en un banquete al que asistía la mitad de Occidente. Ellyn Tarbeck se echó a reír, y el León Rojo salió de la estancia hecho una furia. Los demás se quedaron sentados y en silencio. El único que se atrevió a oponerse al compromiso fue Tywin. Un niño de diez años. Nuestro padre se puso blanco como la leche de yegua, y Walder Frey temblaba, en serio. – Sonrió-. Después de aquello, ¿cómo no iba a quererlo? No significa que aprobara todo lo que hacía, ni que me gustara mucho estar con el hombre en que se convirtió… Pero toda niñita necesita un hermano mayor que la proteja. Tywin era grande hasta cuando era pequeño. – Dejó escapar un suspiro-. ¿Quién nos protegerá ahora?
Jaime le dio un beso en la mejilla.
–Tywin dejó un hijo.
–Cierto. Y eso es lo que más miedo me da.
Era un comentario muy extraño.
–¿Por qué te da miedo?
–Jaime -dijo mientras le pellizcaba la oreja-, cariño, te conozco desde que eras un bebé que mamaba del pecho de Joanna. Sonríes como Gerion y peleas como Tyg, y hasta tienes algo de Kevan; de lo contrario no llevarías esa capa… Pero el verdadero hijo de Tywin es Tyrion, no tú. Se lo dije a tu padre en cierta ocasión, y me retiró la palabra durante medio año. A veces, los hombres pueden llegar a ser tan estúpidos… Hasta los que aparecen una vez cada mil años.