Victarion se reunió en proa con Nute el Barbero. Ante ellos se cernían la sagrada costa de Viejo Wyk y la colina cubierta de hierba que la dominaba; allí estaban las costillas de Nagga, que se alzaban de la tierra como troncos de inmensos árboles blancos, tan gruesas como el mástil de un dromón y el doble de altas.
«Los huesos de la sala del Rey Gris.» Victarion percibía la magia de aquel lugar.
–Balon estuvo debajo de esos huesos la primera vez que se proclamó rey -recordó-. Juró que recuperaría la libertad para nosotros, y Tarle el Tres Veces Ahogado le puso en la cabeza una corona de madera arrastrada por el mar. Todos gritaron: «¡Balon! ¡Balon! ¡Balon rey!».
–De la misma manera gritarán tu nombre -dijo Nute. Victarion asintió, aunque no compartía la seguridad del Barbero.
«Balon tuvo tres hijos varones y una hija a la que adoraba.» Eso mismo les había dicho a sus capitanes en Foso Cailin, cuando le insistieron para que reclamara su derecho al Trono de Piedramar.
–Los hijos de Balon han muerto -fue el argumento de Ralf Stonehouse el Rojo-, y Asha es mujer. Tú eras el brazo derecho de tu hermano, el brazo armado; tienes que recoger la espada que ha caído de su mano.
Victarion les recordó que Balon le había ordenado defender el Foso de los norteños.
–Los lobos están acabados, señor -le replicó Ralf Kenning-. ¿De qué serviría ganar este pantano y perder las islas?
–Ojo de Cuervo lleva demasiado tiempo fuera -apostilló Ralf el Cojo-. No nos conoce.
«Euron Greyjoy, rey de las Islas y del Norte.» La sola idea despertaba en su interior una cólera muy arraigada, pero aun así…
–Las palabras se las lleva el viento -les había contestado Victarion-, y el único viento bueno es el que nos hincha las velas. ¿Qué queréis? ¿Que me enfrente a Ojo de Cuervo? ¿Hermano contra hermano, hijo del hierro contra hijo del hierro?
Por mucho rencor que se interpusiera entre ellos, Euron seguía siendo su hermano mayor.
«No hay hombre tan maldito como el que mata a los de su sangre.»
Pero cuando llegó la convocatoria de Pelomojado, la llamada a la asamblea de sucesión, todo cambió.
«El Dios Ahogado habla por boca de Aeron -se recordó Victarion-, y si es deseo del Dios Ahogado que ocupe yo el Trono de Piedramar…» Al día siguiente dejó Foso Cailin bajo el mando de Ralf Kenning y subió por el río Fiebre hasta el lugar donde la Flota de Hierro se ocultaba entre juncos y sauces. Mares embravecidos y vientos caprichosos habían hecho que se retrasara, pero sólo había perdido un barco en la travesía.
El Dolor y el Venganza de Hierro siguieron de cerca al Victoria de Hierro tras pasar el cabo. Tras ellos surcaban las aguas el Mano Dura, el Viento de Hierro, el Fantasma Gris, el Lord Quellon, el Lord Vikon, el Lord Dagón y todos los demás, nueve décimas partes de la Flota de Hierro, que aprovechaban la marea de la tarde en una columna que se prolongaba a lo largo de muchas leguas. La sola visión de sus velas llenaba de satisfacción a Victarion Greyjoy. Jamás un hombre había amado a sus esposas ni la mitad de lo que el Lord Capitán amaba sus barcos.
A lo largo de la sagrada costa de Viejo Wyk, los barcoluengos se alineaban ante la orilla hasta donde alcanzaba la vista, con los mástiles erguidos como lanzas. Los trofeos navegaban por las aguas más profundas: cocas, carracas y dromones conseguidos en saqueos o durante la guerra, demasiado grandes para acercarse a la orilla. En todas las proas, popas y mástiles ondeaban estandartes conocidos.
Nute el Barbero entrecerró los ojos para escudriñar la costa.
–¿No es ese el Canción Marina de Lord Harlaw?
El Barbero era un hombre recio, de piernas torcidas y brazos largos, pero ya no tenía una vista tan aguda como cuando era joven. En aquellos tiempos lanzaba el hacha tan bien que se decía que con un lanzamiento podría afeitar a cualquiera.
–Sí, el Canción Marina. – Al parecer, Rodrik el Lector había dejado los libros por el momento-. Y también está el Tonante del viejo Drumm, y a su lado, el Vuelo Nocturno de Blacktyde. – Los ojos de Victarion seguían siendo tan agudos como siempre. Reconocía los barcos hasta con las velas recogidas y los estandartes inertes, como correspondía al capitán de la Flota de Hierro-. También está el Aleta Rápida. Habrá venido alguno de los hijos de Sawane Botley.
A Victarion le había llegado la noticia de que Ojo de Cuervo había ahogado a Lord Botley, y su heredero había navegado a Foso Cailin con él y había muerto allí, pero sabía que tenía hermanos.
«¿Cuántos? ¿Cuatro? No, cinco, de tres esposas diferentes, y ninguno de ellos debe de tenerle cariño a Ojo de Cuervo.»
Fue entonces cuando lo vio: un barcoluengo de un solo mástil, alargado, esbelto, con el casco rojo oscuro. Las velas estaban recogidas; eran negras como el cielo sin estrellas. Hasta anclado, el Silencio tenía un aspecto cruel y rápido. En proa lucía una doncella de hierro negro con un brazo extendido. Tenía la cintura fina, los pechos erguidos y orgullosos, y las piernas largas y bien formadas. La melena de hierro negro le caía por los hombros y los ojos eran de madreperla, pero no tenía boca.
Victarion apretó los puños. Con aquellas manos había matado a golpes a cuatro hombres y también a una esposa. Ya tenía el pelo salpicado de escarcha, pero conservaba la fuerza de siempre, el pecho ancho de un toro y el vientre plano de un joven.
«El que mata a los de su propia sangre está maldito a los ojos de los dioses y de los hombres», le había recordado Balon el día en que expulsó a Ojo de Cuervo.
–Ha venido -le dijo Victarion al Barbero-. Recoged velas; seguiremos sólo con los remos. Que el Dolor y el Venganza de Hierro se interpongan entre el Silencio y la salida al mar. El resto de la flota, que cierre la bahía. No quiero que nadie, ni hombre ni cuervo, salga de aquí si no es por orden mía.
Los hombres de la orilla ya habían identificado sus velas. Los gritos de saludo de amigos y familiares cruzaban la bahía. Pero ninguno procedía del Silencio. En sus cubiertas, una variopinta tripulación de mudos y mestizos se mantenía callada a medida que se acercaba el Victoria de Hierro. Su mirada se cruzó con la de hombres negros como la brea y otros achaparrados y peludos como los simios de Sothoros.
«Monstruos», pensó Victarion.
Echaron el ancla a veinte varas del Silencio.
–Bajad un bote. Quiero ir a la orilla.
Se colocó el cinto mientras los remeros ocupaban sus lugares; la espada larga le colgaba a un lado y la daga al otro. Nute el Barbero le abrochó el manto de Lord Capitán en torno a los hombros. Estaba confeccionado con nueve capas de tela de hilo de oro bordadas para darles la forma del kraken de los Greyjoy, con tentáculos que le colgaban hasta las botas. Debajo llevaba una pesada cota de malla gris que le cubría las prendas de cuero negro. En Foso Cailin había llevado la cota de malla día y noche; los hombros magullados y la espalda dolorida eran preferibles a las entrañas ensangrentadas. Bastaba con un roce de las flechas envenenadas de los demonios del pantano para que, a las pocas horas, el herido se retorciera y gritara mientras la vida se le escapaba piernas abajo en chorretones marrones y negros.
«Sea quien sea el que gane el Trono de Piedramar, me ocuparé de los demonios del pantano.»
Victarion se puso un yelmo de combate alto, negro, forjado en forma de un kraken de hierro, cuyos tentáculos le rodeaban las mejillas y se le entrelazaban bajo la mandíbula. Cuando terminó, el bote ya estaba listo.
–Te dejo a cargo de los arcones -le dijo a Nute al tiempo que saltaba al otro lado de la borda-. Asegúrate de que están siempre vigilados. – Era mucho lo que dependía de ellos.
–A tus órdenes, Alteza.
Victarion lo miró con acritud.
–Todavía no soy el rey. – Descendió al bote.
Aeron Pelomojado lo estaba esperando donde rompían las olas, con el pellejo de agua debajo de un brazo. El sacerdote era alto y flaco, aunque no tanto como Victarion. La nariz le sobresalía como una aleta de tiburón en el rostro huesudo, y sus ojos eran de hierro. La barba le llegaba a la cintura, y los mechones enmarañados de la cabellera le azotaban las pantorrillas cuando soplaba el viento.
–Hermano -lo saludó mientras las olas blancas y gélidas le rompían contra los tobillos-, lo que está muerto no puede morir.
–Sino que se alza de nuevo, más duro y más fuerte.
Victarion se levantó el visor del yelmo. La bahía le llenó las botas y le empapó los calzones al tiempo que Aeron le derramaba un chorro de agua marina sobre la frente. Y de esa manera rezaron.
–¿Dónde está nuestro hermano, Ojo de Cuervo? – le preguntó el Lord Capitán a Aeron Pelomojado cuando terminó la plegaria.
–Su carpa es la grande de hilo de oro, allí, donde más escándalo hay. Se ha rodeado de hombres impíos y de monstruos; es peor que nunca. La sangre de nuestro padre se pudrió en él.
–Y también la de nuestra madre. – Victarion jamás hablaría de asesinar a los de su sangre allí, en aquel lugar del dios, bajo los huesos de Nagga y la sala del Rey Gris, pero más de una noche había soñado con golpear el rostro burlón de Euron con el puño enfundado en el guantelete hasta que se le abrieran las carnes y la sangre corriera roja, libre. «Pero no puedo. Le di mi palabra a Balon»-. ¿Han venido todos? – le preguntó a su hermano, el sacerdote.
–Todos los importantes. Los capitanes y los reyes. – En las Islas del Hierro, capitanes y reyes eran una misma cosa, porque cada capitán reinaba en su cubierta y todo rey debía también ser capitán-. ¿Tienes intención de aspirar a la corona de nuestro padre?
Victarion se imaginó sentado en el Trono de Piedramar.
–Si el Dios Ahogado así lo quiere.
–Las olas hablarán -dijo Aeron Pelomojado al tiempo que daba media vuelta-. Escucha las olas, hermano.
–Así haré.
Se preguntó cómo sonaría su nombre susurrado por las olas y gritado por los capitanes y los reyes.
«Si la copa ha de ser para mí, no la apartaré.»
Una multitud se había congregado a su alrededor para desearle suerte y buscar su favor. Victarion reconoció a hombres de todas las islas: allí había miembros de los Blacktyde, de los Tawney, de los Orkwood, de los Stonetree, de los Wynch y de otras muchas familias. Los Goodbrother de Viejo Wyk, los Goodbrother de Gran Wyk y los Goodbrother de Monteorca también estaban presentes. Incluso habían acudido los Codd, aunque todos los hombres decentes los despreciaban. Los humildes Shepherd, Weaver y Netley se encontraban de igual a igual con los hombres de Casas antiguas y orgullosas; hasta los humildes Humble, de sangre de siervos y esposas de sal. Un Volmark le dio una palmada a Victarion en la espalda; dos Sparr le pusieron un pellejo de vino en las manos. Bebió un largo trago, se secó los labios y se dejó guiar hacia las hogueras para escuchar las charlas sobre la guerra, las coronas, los saqueos, y la gloria y la libertad de su reino.
Aquella noche, los hombres de la Flota de Hierro levantaron una gigantesca carpa de lona a la orilla del mar para que Victarion pudiera celebrar un banquete a base de cabrito asado, bacalao en salazón y bogavante con medio centenar de capitanes de gran fama. Aeron también acudió. Sólo comió pescado y bebió agua, mientras que los capitanes ingerían cerveza suficiente para que navegara toda la Flota de Hierro. Victarion perdió la cuenta de los que le prometían gritar su nombre. Muchos de ellos eran hombres de importancia: Fralegg el Fuerte, el astuto Alvyn Sharp, el jorobado Hotho Harlaw… Hotho le ofreció a una de sus hijas para que fuera su reina.
–No tengo suerte con las esposas -le respondió Victarion.
Su primera mujer había fallecido al dar a luz a una niña que nació muerta. Las viruelas le arrebataron a la segunda. En cuanto a la tercera…
–Todo rey debe tener un heredero -insistió Hotho-. Ojo de Cuervo ha traído a tres hijos varones para presentarlos a la asamblea.
–Todos bastardos y mestizos. ¿Cuántos años tiene tu hija?
–Doce -respondió Hotho-. Es hermosa y fértil: acaba de florecer, y tiene el cabello del color de la miel. Sus pechos son pequeños aún, pero tiene buenas caderas. Ha salido más a su madre que a mí.
Victarion sabía que con eso quería decir que la niña no era jorobada. Cuando trató de imaginársela, sólo pudo ver a la esposa que había matado. Había acompañado con un sollozo cada uno de los golpes que le asestó, y después la llevó a las rocas para que la devoraran los cangrejos.
–Será un placer conocer a la niña después de que me coronen -dijo.
Hotho no podía pedir más, de modo que se alejó satisfecho.
Complacer a Baelor Blacktyde fue más complicado. Se sentó junto a Victarion ataviado con una túnica de lana de cordero, verada en verde y negro, y una gruesa capa de marta; parecía más un hombre de las tierras verdes que un hijo del hierro.
–Balon estaba loco; Aeron, más loco todavía, y Euron es el más loco de los tres -dijo-. ¿Qué hay de ti, Lord Capitán? Si grito tu nombre, ¿pondrás fin a la locura de esta guerra?
Victarion frunció el ceño.
–¿Quieres que hinque la rodilla?
–Si hace falta, sí. No podemos enfrentarnos solos a todo Poniente. El rey Robert nos lo demostró demasiado bien. Balon decía que pagaría el precio de la libertad, pero fueron nuestras mujeres quienes compraron las coronas de Balon con sus lechos vacíos. Mi madre fue una de ellas. Las Antiguas Costumbres han muerto.
–Lo que está muerto no puede morir, sino que se alza de nuevo, más duro, más fuerte. Dentro de cien años se cantarán las hazañas de Balon el Bravo.
–Para mí será siempre Balon el Hacedor de Viudas. De buena gana cambiaría su libertad por un padre. ¿Me podrás dar tú un padre?
Al ver que Victarion no respondía, Blacktyde soltó un bufido y se marchó.
El ambiente en el interior de la carpa se fue haciendo más asfixiante con el humo y el calor. Dos hijos de Gorold Goodbrother empezaron a pelearse y derribaron una mesa; Will Humble perdió una apuesta y se tuvo que comer una bota; Lenwood Tawney el Pequeño tocó el violín mientras Romny Weaver cantaba «La copa sangrienta», «Lluvia de acero» y otras viejas canciones de saqueo. Qarl la Doncella y Eldred Codd bailaron la danza del dedo. Un rugido de risa estremeció la carpa cuando un dedo de Eldred fue a caer en la copa de vino de Ralf el Cojo.
Entre los que se reían había una mujer. Victarion se levantó y la vio junto al faldón de la carpa; estaba susurrando al oído a Qarl la Doncella algo que lo hacía reír. Había albergado la esperanza de que no cometiera la estupidez de presentarse allí, pero, pese a todo, no pudo contener una sonrisa al verla.
–Asha -llamó con voz imperiosa-. Ven aquí, sobrina.
La joven cruzó la carpa para ir a su lado, ágil y esbelta, con botas altas de cuero descolorido por el salitre, calzones de lana verde, una túnica marrón almohadillada y un jubón de cuero sin mangas medio desatado.
–Hola, tío. – Asha Greyjoy era más alta que la mayoría de las mujeres, pero se tuvo que poner de puntillas para besarle la mejilla-. Me alegro de verte en mi asamblea de sucesión.
–¿Tu asamblea de sucesión? – Victarion no pudo contener una carcajada-. ¿Estás borracha, sobrina? Siéntate. No he visto tu Viento Negro en la costa.
–Lo he atracado al pie del castillo de Norne Goodbrother y he cruzado la isla a caballo. – Se sentó en un taburete y, sin pedir permiso, se bebió el vino de Nute el Barbero. Nute no tuvo nada que objetar; hacía rato que se había desmayado, borracho-. ¿Quién defiende el Foso?
–Ralf Kenning. Una vez muerto el Joven Lobo, sólo nos acosan los demonios del pantano.
–Los Stark no eran los únicos norteños. El Trono de Hierro ha nombrado Guardián del Norte al señor de Fuerte Terror.
–¿Me vas a dar lecciones de táctica militar? Yo ya luchaba en batallas cuando tú aún mamabas del pecho de tu madre.
–Sí, y perdías batallas. – Asha bebió un trago de vino.
A Victarion no le gustaba que le recordaran el asunto de Isla Bella.
–Todo hombre debería perder una batalla de joven; de esa manera no perderá una guerra de mayor. Espero que no hayas venido a aspirar al trono.
Ella le dedicó una sonrisa burlona.
–¿Y si es así?
–Aquí hay hombres que te recuerdan de cuando eras una niñita, nadabas desnuda en el mar y jugabas con muñecas.
–También jugaba con hachas.
–Es verdad -tuvo que reconocer-, pero lo que necesita una mujer es un marido, no una corona. Cuando sea rey, te lo buscaré.
–Qué bueno es mi tío conmigo. ¿Quieres que te busque una esposa bonita cuando sea reina?
–No tengo suerte con las esposas. ¿Cuánto tiempo llevas aquí?
–Lo suficiente para darme cuenta de que el tío Pelomojado ha removido las cosas más de lo que pretendía. Drumm también aspira al trono, y se ha oído decir a Tarle el Tres Veces Ahogado que Maron Volmark es el auténtico heredero de la estirpe negra.
–El rey debe ser un kraken.
–Ojo de Cuervo es un kraken. El hermano mayor tiene derecho por encima del menor. – Asha se inclinó hacia él-. Pero yo desciendo de la sangre del rey Balon, de manera que estoy por delante de vosotros dos. Escúchame, tío…
Pero de repente se hizo el silencio. Las canciones cesaron; Lenwood Tawney el Pequeño bajó el violín, y los hombres volvieron la cabeza. Hasta el ruido de las bandejas y los cuchillos se apagó.
Una docena de recién llegados acababa de entrar en la carpa del banquete. Victarion vio a Jon Myre Carapicada, a Torwold Dientenegro y a Lucas Codd, el Zurdo. Germund Botley cruzó los brazos sobre la coraza dorada que le había quitado a un capitán de los Lannister durante la primera rebelión de Balon. Orkwood de Monteorca se encontraba junto a él, y detrás estaban Mano de Piedra, Quellon Humble y el Remero Rojo, con sus trenzas de cabello color fuego. Y Rafe el Pastor, Rafe de Puerto Noble y Qarl el Siervo.
Y Ojo de Cuervo, Euron Greyjoy.
«No ha cambiado nada -pensó Victarion-. Está igual que el día en que se me rió en la cara y se marchó.» Euron había sido siempre el más atractivo de los hijos de Lord Quellon y, por lo visto, los años no afectaban a su belleza. Seguía teniendo el cabello tan negro como el mar de medianoche, sin una ola de espuma blanca, y todavía tenía el rostro terso y claro bajo la cuidada barba negra. Se cubría el ojo izquierdo con un parche de cuero negro, pero el derecho era azul como el cielo de verano.
«El ojo sonriente», pensó Victarion.
–Ojo de Cuervo… -saludó.
–Llámame Alteza Ojo de Cuervo, hermano.
Euron sonrió. Tenía algo extraño en los labios. A la luz de las antorchas parecían muy oscuros, magullados, azules.
–Sólo la asamblea puede elegir al rey. – Pelomojado se puso en pie-. Ningún impío…
–… puede sentarse en el Trono de Piedramar, sí, sí. – Euron echó un vistazo a los presentes-. Pues da la casualidad de que últimamente me he sentado muchas veces en el Trono de Piedramar, y hasta la fecha no ha puesto objeciones. – El ojo sonriente le brillaba-. A ver, amigos míos, decidme, ¿quién conoce más dioses que yo? Dioses de los caballos y dioses del fuego, dioses de oro con ojos de gemas, dioses tallados en madera de cedro, dioses esculpidos en montañas, dioses de puro aire… Conozco a todos los dioses. He visto a sus pueblos ponerles guirnaldas de flores, derramar en su nombre la sangre de cabras, de toros y de niños. He oído como les rezan. A todo lo largo y ancho de este mundo, en un centenar de idiomas, siempre rezan igual. Cúrame la herida de la pierna, haz que esa doncella me quiera, concédeme un hijo varón fuerte. Sálvame, socórreme, hazme rico… ¡protégeme! Protégeme de mis enemigos, protégeme de la oscuridad, protégeme del dolor de tripa, de los señores de los caballos, de los esclavistas, de los mercenarios que hay ante mi puerta. Protégeme del Silencio. – Se echó a reír-. ¿Crees que soy un hombre sin dios? Vamos, Aeron, ¡tengo más dioses que nadie que haya izado una vela! Tú, Pelomojado, sirves a un dios, pero yo he servido a diez mil. Desde Ib hasta Asshai, cuando los hombres avistan mi barco… empiezan a rezar.
Victarion se dio cuenta de que el sacerdote estaba temblando de ira. Lo vio alzar un dedo huesudo.
–Rezan a árboles, a ídolos de oro, a abominaciones con cabeza de cabra. A dioses falsos…
–Exacto -asintió Euron-. Y por ese pecado los mato. Derramo su sangre en el mar y siembro a sus mujeres aullantes con mi semilla. Sus dioses son tan débiles que no me pueden detener, así que es evidente que son falsos dioses. Soy aún más devoto que tú, Aeron. Mira, igual deberías arrodillarte ante mí para que te bendijera.
El Remero Rojo soltó una carcajada y los demás lo imitaron.
–¡Idiotas! – gritó el sacerdote-. ¿Es que no veis lo que tenéis delante de las narices?
–Un rey -replicó Quellon Humble.
Pelomojado escupió al suelo y salió de la carpa a zancadas.
En cuanto estuvo fuera, Ojo de Cuervo dirigió su ojo sonriente hacia Victarion.
–Lord Capitán, ¿no le das la bienvenida a tu hermano, que lleva tanto tiempo ausente? ¿Tú tampoco, Asha? Por cierto, ¿cómo está tu señora madre?
–Mal. – El tono de Asha era frío y cortante-. Alguien la dejó viuda.
Euron se encogió de hombros.
–Me habían dicho que el Dios de la Tormenta acabó con Balon. ¿Quién crees que lo mataría? Sólo tienes que decirme su nombre, sobrina, y lo vengaré.
–Conoces su nombre tan bien como yo -dijo Asha, poniéndose en pie-. Llevabas tres años fuera y, de repente, el Silencio regresa un día después de la muerte de mi señor padre.
–¿Me estás acusando? – preguntó Euron en voz baja.
–¿Debería?
La brusquedad de Asha hizo fruncir el ceño a Victarion. Era peligroso hablar así a Ojo de Cuervo, aunque su ojo sonriente brillara de diversión.
–¿Acaso tengo control sobre los vientos? – les preguntó Ojo de Cuervo a sus mascotas.
–No, alteza -respondió Orkwood de Monteorca.
–Nadie controla los vientos -añadió Germund Botley.
–Ojalá los controlaras -aportó el Remero Rojo-. Navegarías adonde quisieras y nunca te quedarías encalmado.
–Ya has oído a estos tres valientes -dijo Euron-. El Silencio estaba en alta mar cuando murió Balon. Si dudas de la palabra de tu tío, te doy permiso para preguntar a mi tripulación.
–¿A tu tripulación de mudos? De gran cosa me iba a servir.
–Yo sé qué te serviría de mucho: un marido. – Euron se volvió de nuevo hacia sus seguidores-. Refréscame la memoria, Torwold, ¿tú tienes esposa?
Torwold Dientenegro sonrió y dejó claro cómo se había ganado aquel sobrenombre.
–Sólo una.
–Yo no estoy casado -anunció Lucas Codd, el Zurdo.
–Con motivo -bufó Asha-. También las mujeres, todas, desprecian a los Codd. No me mires así, Lucas. Aún te queda tu famosa mano. – Hizo un gesto de bombeo con el puño cerrado.
Codd la insultó hasta que Ojo de Cuervo le puso una mano en el pecho.
–Qué falta de educación, Asha. Has herido el orgullo de Lucas.
–Es más fácil que herirle la polla. Lanzo el hacha tan bien como cualquier hombre, pero con un blanco tan diminuto…
–Esa cría no sabe cuál es su lugar -gruñó Jon Myre, Carapicada-. Balon le hizo creer que es un hombre.
–Tu padre cometió el mismo error contigo -replicó Asha.
–Déjamela a mí, Euron -propuso el Remero Rojo-. Le voy a dar tal tunda que se le va a poner el culo tan rojo como mi pelo.
–Inténtalo si quieres -dijo Asha-. Sólo que después te llamarán el Eunuco Rojo. – Tenía un hacha arrojadiza en la mano. La lanzó al aire y la volvió a atrapar con destreza-. Este es mi esposo, tío. El hombre que me quiera tendrá que hablar antes con él.
Victarion dio un puñetazo en la mesa.
–No toleraré ningún derramamiento de sangre aquí. Euron, coge a tus… mascotas y márchate.
–Esperaba una bienvenida más afectuosa de ti, hermano. Soy mayor que tú… y pronto seré tu rey legítimo.
–Esperemos a que hable la asamblea y entonces veremos quién se ciñe la corona de madera -dijo Victarion con el rostro ensombrecido.
–En eso estamos de acuerdo.
Euron se llevó dos dedos al parche con el que se cubría el ojo izquierdo, dio media vuelta y salió. Los demás lo siguieron como perros callejeros. A sus espaldas se hizo el silencio hasta que Lenwood Tawney el Pequeño volvió a coger el violín. El vino y la cerveza corrieron de nuevo, pero a muchos invitados se les había pasado la sed. Eldred Codd se marchó apretándose la mano ensangrentada. Luego se marcharon Will Humble, Hotho Harlaw y un montón de los Goodbrother.
–Tío. – Asha le puso una mano en el hombro-. Salgamos, vamos a dar un paseo.
En el exterior de la carpa, el viento soplaba cada vez con más fuerza. Las nubes cruzaban la cara blanca de la luna, y a ratos parecían galeones que embestían a otros barcos. Las estrellas eran escasas y de luz tenue. Las naves descansaban a lo largo de la costa; los altos mástiles formaban un bosque sobre las aguas. Victarion oía el crujido de los cascos mientras caminaban por la arena. Oía el chirrido de los aparejos y el aleteo de los estandartes. Más allá, en las aguas más profundas de la bahía, habían echado el ancla los barcos de mayor calado, que resaltaban como sombras tenebrosas en medio de la niebla.
Recorrieron la orilla justo por el borde de las olas, lejos de las carpas y las hogueras.
–Dime la verdad, tío -pidió Asha-. ¿Por qué se marchó Euron tan de repente?
–Ojo de Cuervo emprendía a menudo expediciones de saqueo.
–Nunca tan largas.
–Llevó el Silencio al este. Es un viaje muy largo.
–Te he preguntado por qué, no adónde. – No obtuvo respuesta-. Yo estaba ausente cuando zarpó el Silencio -insistió Asha-. Había llevado el Viento Negro al Rejo y a los Peldaños de Piedra para robarles unas fruslerías a los piratas lysenos. Cuando volví a casa, Euron se había marchado y tu última esposa había muerto.
–No era más que una esposa de sal. – No había vuelto a estar con una mujer desde que la entregó a los cangrejos. «Cuando sea rey tendré que tomar esposa. Una esposa de verdad, que sea mi reina y me dé hijos. Todo rey necesita un heredero.»
–Mi padre se negó a hablarme de ella -dijo Asha.
–No sirve de nada hablar de lo que no se puede cambiar. – Estaba harto de aquel tema-. He visto el barcoluengo del Lector.
–Tuve que recurrir a todos mis encantos para arrancarlo de su Torre de los Libros.
«Entonces cuenta con el apoyo de los Harlaw.» Victarion frunció el ceño más todavía.
–No tienes la menor esperanza de gobernar. Eres una mujer.
–¿Por eso pierdo siempre en las competiciones de quién mea más lejos? – Asha se echó a reír-. No sabes cuánto me duele reconocerlo, tío, pero puede que tengas razón. Llevo aquí cuatro días y cuatro noches, he estado hablando con los capitanes y los reyes, he escuchado lo que decían… y lo que no decían. Los míos me apoyan, así como muchos de los Harlaw. Cuento también con Tris Botley y con unos cuantos más. Pero no son suficientes. – Dio una patada a una piedra y la lanzó al agua, entre dos barcoluengos-. He decidido gritar el nombre de mi tío.
–¿Qué tío? – preguntó-. Tienes tres.
–Cuatro -respondió-. Escúchame bien, tío: ningún rey puede gobernar solo. Hasta cuando los dragones ocupaban el Trono de Hierro tenían hombres que los ayudaban. Los llamaban Manos. Yo misma te pondré la corona de madera… si me nombras tu Mano.
Ningún rey de las islas había tenido jamás una Mano, y mucho menos necesitaba una que fuera una mujer. La sola idea incomodaba a Victarion.
«Los hombres se burlarían de mí cada vez que se emborracharan.»
–¿Por qué quieres ser mi Mano?
–Para terminar con esta guerra antes de que esta guerra termine con nosotros. Ya hemos ganado todo lo que podíamos ganar… y a menos que firmemos la paz, lo perderemos pronto. Le he mostrado toda la cortesía posible a Lady Glover y ella me jura que su señor hará un trato conmigo. Dice que si entregamos Bosquespeso, la Ciudadela de Torrhen y Foso Cailin, los norteños nos cederán Punta Dragón Marino y toda la Costa Pedregosa desde allí hasta Dedo de Pedernal. Son tierras poco pobladas, pero también son diez veces más amplias que todas las islas juntas. Un intercambio de rehenes para sellar el pacto, y los dos bandos acceden a formar un frente común en caso de que el Trono de Hierro…
–Esa Lady Glover te toma por idiota, sobrina. – Victarion soltó una risita-. Punta Dragón Marino y la Costa Pedregosa ya están en nuestro poder… igual que Bosquespeso, Foso Cailin y lo demás. Invernalia ha ardido, y el Joven Lobo se pudre decapitado bajo tierra. Tendremos todo el Norte, tal como soñó tu señor padre.
–Lo tendremos cuando los barcoluengos aprendan a navegar entre árboles. Un pescador puede capturar un leviatán gris, pero si no lo suelta, este lo arrastrará hasta las profundidades. El Norte es demasiado grande para que podamos defenderlo, y hay demasiados norteños.
–Vuelve con tus muñecas, sobrina, y deja que los hombres se ocupen de ganar las guerras. – Victarion cerró los puños y se los mostró-. Ya tengo dos manos. Nadie necesita tres.
–Pues yo sé de alguien que necesita la Casa Harlaw.
–Hotho el Jorobado me ha ofrecido a su hija para que sea mi reina. Si la acepto, tendré el voto de los Harlaw.
Aquello pareció tomarla por sorpresa.
–El señor de Harlaw es Rodrik. Hotho es su vasallo.
–Rodrik no tiene hijas; sólo libros. Hotho será su heredero, y yo seré rey. – Al pronunciar las palabras le parecieron muy reales-. Ojo de Cuervo lleva demasiado tiempo ausente.
–Hay hombres que de lejos parecen más grandes -le advirtió Asha-. Paséate entre las hogueras si te atreves, y escucha lo que dicen. No narran historias sobre tu fuerza increíble, ni sobre mi legendaria belleza. Hablan de Ojo de Cuervo… de los lugares lejanos que ha visto, de las mujeres que se ha llevado a la cama, de los hombres que ha matado, de las ciudades que ha saqueado, de cómo le prendió fuego a la flota de Lord Tywin en Lannisport…
–Yo fui quien quemó la flota del león -insistió Victarion-. Lancé la primera antorcha contra su nave insignia con mis propias manos.
–El plan fue de Ojo de Cuervo. – Asha le puso una mano en el brazo-. Y también mató a tu esposa… ¿verdad?
Balon había ordenado que no se hablara de aquel tema, pero Balon estaba muerto.
–Le puso un bebé en la barriga y me obligó a matarla. También lo habría matado a él, pero Balon no habría tolerado un fratricidio. Mandó a Euron al exilio con orden de que no volviera jamás…
–… mientras él viviera. – Asha frunció el ceño.
Victarion se contempló los puños.
–Me puso cuernos. No me dejó otra elección.
«Si se hubiera sabido, los hombres se habrían reído de mí, como se rió Ojo de Cuervo cuando se lo eché en cara. "Fue ella la que vino a mí, húmeda y dispuesta -alardeó-. Por lo visto, todo en Victarion es grande excepto lo que importa".» Pero aquello no se lo podía decir.
–Lo siento por ti -dijo Asha-. Y aún más lo siento por ella… pero no me dejas más remedio que aspirar yo misma al Trono de Piedramar.
«No lo hagas.»
–Desperdicia la saliva como quieras, sobrina.
–Eso haré -replicó.
Dio media vuelta y lo dejó a solas.