ETHAN
Arkarian nos transporta directamente a la sala de curas de la Ciudadela, una habitación revestida en su totalidad de cristal reluciente. Con brazos temblorosos deposita a Isabel sobre la estrecha mesa.
—¿Qué ha pasado?
Está tan pálida... Tiene las manos cerradas con fuerza en torno al puñal que le asoma del pecho, y el camisón rezuma sangre del cuello a la cintura.
—¿A ti qué te parece?
Arkarian afloja los dedos de Isabel, aferra el puñal con las dos manos y, con firmeza pero sin movimientos bruscos, lo extrae y cubre la herida con la palma de las manos.
—¿Quién ha sido?
—¡Marduke! ¿Es que no lo has visto?
—El dormitorio estaba a oscuras —contesta Arkarian con una voz que no denota emociones.
—Puedes curarla, ¿verdad, Arkarian? Esto es la sala de curas, ¿o no?
Se vuelve hacia mí con el rostro surcado de lágrimas, una estampa que me hiela la sangre.
—Ethan —dice lentamente—, Isabel tiene una puñalada en el corazón. Ya está muerta.
—¡Nooo! ¡Haz que regrese!
—¡Ojalá pudiera! —Sacude la cabeza y contempla de hito en hito la cara cenicienta de Isabel, como si estuviera hechizado—. Pero yo no soy sanador, y, aunque lo fuera, su alma ya ha partido.
—Pero su cuerpo está..., sigue en su habitación. Está durmiendo en su cama.
—De momento. Pero su alma no está en él.
—¿Y dónde está?
—Perdida.
—¡No! ¿Dónde? ¿Puedo ir a buscarla y traerla de vuelta?
Sus ojos violetas me traspasan.
—Su alma errará por el mundo intermedio el tiempo que le cueste cruzar el puente.
—¿Y qué pasará cuando lo cruce?
—Su cuerpo mortal dejará de respirar y su muerte será definitiva.
—Entonces aún existe una posibilidad de salvarla: encontrarla en ese lugar y traerla antes de que su cuerpo mortal deje de respirar.
—No es posible. Nadie lo ha hecho antes.
—Yo lo haré, Tú dime cómo. Ayúdame, Arkarian.
Alza las manos y después las baja en un movimiento de pánico. Se gira hacia un lado y después hacia el otro como si buscara algo, antes de darse cuenta de que no sabe en realidad lo que es.
—Isabel posee una afinidad con la luz, es parte de su don. —Está pensando rápido—. Lady Arabella lo reconoció, y por eso le concedió el don de ver con cualquier tipo de iluminación. Isabel se verá atraída por la luz de ese mundo intermedio.
—¿Qué quieres decir?
—Esa luz le enseñará el camino hacia el puente. Mientras que otros pueden pasarse años y años buscando, sin entender de verdad lo que persiguen, o ni siquiera por qué se encuentran en ese camino, Isabel se verá atraída directamente hacia él.
—¿Cuánto tiempo le llevará la travesía?
—Puede que unas horas, a lo sumo.
Para mí se trata de una elección sencilla.
—Iré.
—Ethan, esa tierra está habitada por todas las criaturas intermedias. Almas perdidas, almas que no pertenecen a nuestro mundo mortal ni se avienen con él.
—No tengo miedo.
—Hay otra cosa. Isabel debe oír tu voz o no se apartará de la luz.
—La llamaré. Gritaré si hace falta.
—No lo entiendes. —Noto en su voz cierto tono de histerismo que no conocía—. Sólo oirá la voz de su alma gemela.
—¿Qué? —Al momento lo veo claro y me doy un golpe en el pecho con la palma de la mano—. ¡Pues ése soy yo, Arkarian!
Sus ojos se posan lentamente en los míos.
—¿Cómo lo sabes?
—Desde pequeña ha estado loca por mí. Se cree que no lo sé. Y, bueno, cuando estábamos en el dormitorio de Juan de Gante nos besamos.
—Lo sé. Lo presencié.
—Pues ya ves, soy su alma gemela.
—Lo único que sé es que Isabel está enamorada de ti. Pero ¿tú qué? ¿Sientes lo mismo por ella?
Me detengo un segundo y busco la verdad en mi corazón. ¿Qué siento por Isabel?
—Yo... Vaya, yo... Le tengo cariño. Creo que es estupenda. Somos grandes amigos.
—¿La amas?
—No... no lo sé a ciencia cierta, pero... —Mi mirada se desplaza al cuerpo inmóvil y lívido de Isabel, desprovisto de sangre. Si soy su alma gemela, tengo una oportunidad de salvarle la vida. O sea, que tengo que serlo y punto—. Soy su alma gemela, Arkarian. Eso lo sé. Deja que vaya. Debo intentarlo.
—De acuerdo, Ethan. Pero antes hay unas cuantas cosas que debes saber.