ISABEL

Por un instante pienso que Ethan me está pidiendo que salga con él de verdad, pero al cabo de poco me doy cuenta del estúpido plan que se le ha ocurrido. ¿Cómo se me ha podido pasar por la cabeza que puedo interesarle? Tengo que ir con cuidado para que él tampoco crea que me gusta. Porque no es cierto. En absoluto.

Lo que yo siento es una gran curiosidad, y también confusión, aparte de que estoy alucinada. Que esta mañana se me haya curado el dedo solo ha sido muy raro. No puedo explicarlo. Espero que Ethan sí. Aunque no sé por qué iba a poder él. Pero en clase ha hecho eso con el bolígrafo y también ha sido raro que haya entrado en la montaña. No pienso decirle que lo he visto. ¿Qué pensaría si se enterara de que lo he seguido? Quizá le recordaría a cuando lo seguía por todos sitios cuando éramos pequeños.

¿En qué demonios estoy pensando? ¿Es que esta mañana me he levantado en un universo paralelo o qué? Yo no le gusto lo más mínimo a Ethan. Y lo de que haya conseguido atravesar una pared de roca debe tener alguna explicación.

Mientras le voy dando vueltas a esos inquietos pensamientos, observo a Ethan, que de pronto saca una linterna. Miro al cielo. Está azul, y aunque es la última hora de la tarde aún hay mucha luz natural. ¿Qué le pasa a este chico? ¿Está loco?

—¿Para qué la quieres?

—Oscurecerá cuando todavía estemos de camino.

Me paro en seco al oírlo.

—Le has dicho a Matt que sólo tardaríamos una hora.

—Le he dicho que tardaríamos una hora «más o menos», lo que me da cierto margen.

—Matt no entiende de márgenes.

Masculla algo para mostrar que está de acuerdo conmigo.

—¿Por qué es tan...? —empieza él.

—¿Paternalista? —Se encoge de hombros y asiente con la cabeza—. Cuando yo era pequeña, y quiero decir muy pequeña, mi padre... Bueno, las últimas palabras que mi padre le dirigió a Matt fueron que cuidara de su madre y de su hermana de la forma en que él no había sido capaz. Y Matt se las tomó al pie de la letra.

—No sabía que tu padre hubiese muerto.

—No está muerto... —No me gusta mucho hablar de ese tema porque me resulta muy incómodo. Pero curiosamente puedo hablar de él con Ethan con toda naturalidad—. Se fue de casa porque era alcohólico y, bueno, se dio cuenta de que tenía que irse para no seguir haciéndonos daño. —Pero os hizo más daño al irse, ¿no? De repente soy incapaz de tener los dedos quietos, como si me hubieran empezado a picar un montón de pulgas. Estiro las manos y hago crujir todos los nudillos.

—Qué va. Yo era demasiado pequeña cuando se fue. Ethan me observa como si no acabara de creerme. Yo no le presto atención, sigo mirando al frente, y entonces me pregunta:

—¿Os maltrató?

—Eso dicen. —Sigue un silencio incómodo. No me apetece hablar más del tema—. Mira, mi padre era un borracho y le pegaba a mi madre y a veces...

Me callo antes de contarle las experiencias de Matt bajo la correa de cuero de papá. Matt no querría que Ethan lo supiera. Tiene muy mala opinión de él. De niños eran inseparables, pero ahora Matt dice que Ethan ha cambiado, que se ha vuelto egoísta y engreído. Ethan empieza a silbar una canción alegre; me parece una falta de tacto teniendo en cuenta el tema del que estamos hablando. Se me ocurre que es probable que Matt esté en lo cierto. Y lo murmuro entre dientes. Me oye.

—No sé nada sobre el sufrimiento de vivir en una casa en la que hay malos tratos, Isabel...

—Ahora yo no sufro por nada —afirmo tajantemente. Vuelve a mirarme con incredulidad, pero prefiere no hacer ningún comentario.

—Pero entiendo el dolor de la separación, de perder a un miembro de tu familia, ya sea a causa de un divorcio o...

Sus palabras me sorprenden y entonces recuerdo la historia de la muerte de su hermana. Yo era demasiado pequeña para darme cuenta de ello en aquel momento, pero Matt y mamá la han mencionado alguna vez a lo largo de los años.

—¿Cómo murió tu hermana?

Al principio pienso que no va a responder, aunque luego se encoge de hombros y responde:

—Es un poco misterioso.

—¿Ah, sí? Creo que mi madre decía que había estado enferma.

—La autopsia señalaba como causa una gran hemorragia cerebral provocada por un extraño aneurisma que debía de tener de nacimiento.

—Es terrible.

—Pero sólo tenía diez años y nunca había mostrado síntomas de la enfermedad. Ni siquiera un dolor de cabeza.

—¿Cómo lo superasteis?

Aparta un tronco medio caído que nos corta el paso.

—No me acuerdo de nada —contesta rápidamente.

—Seguramente eras demasiado pequeño.

—Tenía cuatro años —dice, y de repente se estremece.

Empiezo a desear que nunca nos hubiéramos puesto a hablar del tema.

—Yo no recuerdo muchas cosas de cuando tenía cuatro años —comento en voz baja. Ésa fue la edad en que nos abandonó mi padre.

Ethan se sacude como si quisiera deshacerse del recuerdo.

—Creo que mi padre fue el que se lo tomó peor.

—¿Cómo?

—Sí, desde entonces no ha vuelto a ser el mismo.

—¿Por qué?

—Mamá dice que era más sociable, más atrevido. Un hombre audaz. Alguien con quien te gustaba estar. Alguien de quien yo me habría sentido orgulloso.

Pienso en lo que sé del señor Roberts ahora, que vende sus artículos de marroquinería en uno de los talleres de artesanía del Ángel Falls Café. Es un hombre callado y modesto que apenas habla.

—Es un artesano con talento. Sus artículos de piel son preciosos.

—Mi madre dice que podría haber llegado a ser lo que él hubiese querido.

—A lo mejor eso es lo que quiere.

—Entonces, ¿por qué no sonríe nunca? Mi casa parece un velatorio.

Mientras pienso en lo que sería vivir con una persona que nunca sonríe, Ethan me toma de un brazo y me arrastra detrás de un arbusto que está floreciendo.

—¿Qué pasa?

Me obliga a agacharme más, se pone un dedo en los labios y frunce el entrecejo, como si no estuviera muy seguro de lo que hacemos. Su reacción me invita a pensar que estamos haciendo algo que no deberíamos. Como cuando se ha ido corriendo esta mañana sin dejar de mirar por encima del hombro. Se levanta con gran cautela para echar un vistazo y luego sonríe aliviado.

—No es nada —contesta, y me tira de la manga del jersey para que siga andando.

Miro un momento hacia atrás y veo a un fotógrafo que saca fotos del valle que hay más allá de las montañas. Sin embargo, la inquietud de Ethan despierta mi curiosidad.

—Dime por qué me has traído aquí.

—Quiero enseñarte una cabaña. De hecho, ahora ya no es ni eso. Tan sólo quedan los restos. Allí podremos hablar.

—¿Una cabaña abandonada? ¿En medio del bosque? Me pregunto por qué no le has dicho a Matt adonde vamos...

Sigue andando sin hacer caso de mi sarcasmo en dirección a una zona de bosque más espesa. Al cabo de poco enciende la linterna ya que la bóveda formada por las copas de los árboles es cada vez más espesa y no deja pasar la luz del atardecer. Empiezo a sentir escalofríos y agarro a Ethan del brazo.

—Eh, creo que deberíamos regresar.

Él se detiene y se vuelve.

—¿Por qué? Ya casi hemos llegado.

Con un amplio movimiento del brazo señalo el bosque tenemos alrededor, cada vez más frondoso.

—Aquí sólo hay árboles y se hace más oscuro cuanto más adentramos. Da miedo.

Pero entonces él dice:

—¿Dónde está ese incordio de niña que conocía yo, que no podía parar de subirse a los árboles, saltar por precipicios y meterse en líos?

Ladeo la cabeza. Está apelando a esa parte de mí que tanto me ha costado siempre negar.

—¿Cuánto nos falta? Exactamente.

—Diez minutos, te lo prometo.

—¿Y cuando lleguemos a esa cabaña deshabitada y medio en ruinas me dirás cómo me he curado yo sola esta mañana?

—Te lo juro.

Me tiene en sus manos y lo sabe. Ni siquiera espera la respuesta y se echa a correr hacia delante. Tengo que apresurarme para alcanzarlo. Al cabo de diez minutos más o menos, se detiene y empieza a apartar enredaderas. Lo sigo, y antes de que pueda darme cuenta estamos bajo unas viejas vigas de madera.

—Ya hemos llegado —anuncia.

Doy una vuelta entera y me pregunto dónde está el resto de la cabaña. Después de diez minutos de apartar enredaderas aparecen los restos de una chimenea de ladrillos y parte de una pared casi derruida. Al parecer, es todo lo que queda de la cabaña, aparte de las dos vigas y de unos cuantos postes de madera podridos.

—¿Esto es todo? —le pregunto.

Él asiente todo orgulloso.

—¿Qué opinas?

Estoy empezando a pensar que este tío es más raro que un perro verde.

—Creo que es mejor que no lo sepas.

Se pone a andar por la cabaña y se detiene de vez en cuando para describir la habitación, las dos habitaciones, dice.

—La mampara estaba aquí. —Con una mano traza una línea imaginaria que cubre dos tercios de las vigas que quedan y luego señala al otro lado de mi hombro—. Aquí había una ventana pequeña. Lo recuerdo claramente. Tenía cortinas de percal recogidas con dos lazos de color amarillo intenso que hizo Rosalind. Ahora que lo pienso, lo hacía todo, incluida la ropa de la familia. —Una expresión de cariño algo confusa recorre su cara—. Le gustaba poner un toque de color siempre que podía. —Me mira—. Su ropa era muy gris. La mitad de las veces tenía que hacerla de sacos de arpillera viejos. —Anda hasta el otro extremo de la habitación imaginaria y pasa la mano por un objeto imaginario—. Aquí es donde estaba la cocina de leña. El pan que hacía es el más bueno que he probado nunca.

Esas palabras me resultan bastante raras. Empiezo a estar un poco nerviosa. ¿Cómo es posible que Ethan haya probado un pan hecho aquí o haya visto unas cortinas de percal?

—¿Ves ahí? —Señala algún lugar por encima de mi hombro izquierdo. Me vuelvo para mirar—. Es donde Rosalind colgaba el retrato de familia. Fue un regalo hecho a mano. Y fue la única vez que se permitió mostrar algo de orgullo.

—Ethan, ¿quién era esa gente?

—Familiares —responde como si yo debiera saberlo.

—Vale, pero es extraño que sepas tanto sobre ellos, como si... los hubieras investigado muy bien.

Me callo porque soy demasiado cobarde para preguntar lo que de verdad me apetece preguntar. No puede haber vivido aquí. Es posible pensar que quisiera vivir aquí ya que su casa parece un lugar deprimente, pero Ethan no se refiere a eso.

—Los he investigado muy bien. De primera mano.

Esto ya es demasiado raro. Decido ser valiente.

—Pero la gente que vivió aquí...

—Murió hace más de cien años.

—Entonces... ¿cómo...?

—¿Sé tanto del lugar donde vivían? —Asiento con la cabeza, asustada y sin habla—. Es muy sencillo. Mira, la mujer que vivía aquí, Rosalind Maclean, era una antepasada directa mía. Una tatara-algo por parte de mi madre.

—Aja.

—Y yo viví aquí con Rosalind y sus hijos, con los seis, durante tres meses. Tres grandes meses, a decir verdad.

Ahora estoy totalmente aterrorizada. Ethan es muy raro. Después de todo, Matt hacía bien en desconfiar de este chico. Obviamente sabía algo. Bueno, ojalá me hubiera contado antes de qué se trataba. Aquí estoy, en uno de los lugares más aislados del parque nacional, a solas con este chalado, casi a oscuras.

Creo que me he metido en un buen lío.