ISABEL
Sale de la clase tan rápido que tengo que correr y esforzarme para seguirlo y no perderlo por los estrechos pasillos y la marabunta de estudiantes que cambian de aula. Corre en dirección a la puerta principal y la atraviesa sin detenerse para tomar aire.
—¡Eh, espera!
Se vuelve y me mira sorprendido. Ni siquiera sabía que he estado persiguiéndolo durante los últimos cinco minutos.
—¿Isabel? ¿Qué haces aquí?
Intento recobrar el aliento para hablar. En el fondo me alegro de que sepa mi nombre, pero aún me siento como la chica más imbécil del mundo.
—Ah, nada, sólo... me preguntaba...
—¿Te preguntabas qué?
—Me preguntaba adonde ibas. Quieres irte del colegio y sólo hemos dado tres clases.
Se acerca hasta donde estoy, delante de la puerta principal.
—Tengo que hablar con alguien importante y no puedo esperar hasta la tarde.
—Ah. ¿Y quién es? —No responde y le da una patada a una piedra. Obviamente no es asunto mío. ¿Por qué iba a decírmelo? Hace dos años que no hablamos—. Lo siento, no debería haber preguntado.
Se agarra a la verja de hierro, al lado de mis manos. De pronto tengo que concentrarme mucho para que mi respiración resulte normal. Sentimientos que hacía tiempo que creía muertos, o por lo menos enterrados profundamente, luchan por volver a la vida.
—Mira, quiero contártelo, pero tendría que empezar desde el principio y ahora mismo no tengo tiempo.
—¿Qué principio? No entiendo nada de lo que dices.
—Bueno, es que he hecho algo que no debería haber hecho.
—¿Ese truco con el bolígrafo?
Pone los ojos en blanco.
—Sí. A veces tengo la costumbre de hacer cosas y no pensar en sus consecuencias.
—¿Te acuerdas de que te he dicho que no entendía nada de lo que decías? —Arquea una ceja—. Pues me ocurre lo mismo otra vez.
Se echa a reír y empieza a parecerme un poco menos raro.
—¿Por qué has salido corriendo detrás de mí?
Se me acelera el pulso, pero lo que ha sucedido con el bolígrafo me hace pensar en el dedo que se me ha curado por arte de magia. Matt no me ha creído.
—Bueno, es que esta mañana me ha pasado una cosa rara, parecida a lo de tu bolígrafo.
—¿Ah, sí? —Tengo toda su atención, y por primera vez veo que sus ojos son de un azul intensísimo—. ¿Qué te ha pasado?
Doy un paso atrás. De pronto su presencia me abruma. Tal vez porque estoy a punto de decir algo que podría hacerme parecer una chalada.
—Estaba... —Hablo a trompicones—. Hum, bueno...
Señala mi mano con la cabeza.
—¿Está relacionado con el dedo?
Eso me pilla por sorpresa.
—¿Cómo lo sabes?
—Esta mañana me he fijado en que te lo mirabas como si de repente la uña te hubiera crecido diez centímetros o algo por el estilo.
Sus palabras me tranquilizan un poco.
—Me he cortado el dedo.
—Sí, ¿y?
Echo un vistazo a mi alrededor para asegurarme de que no hay nadie cerca que pueda oírnos y luego levanto la mano.
—Le he gritado para que se curara y al cabo de unos segundos, bueno, se ha curado. —Me mira y entorna los ojos—. Se ha curado solo —repito por si no me ha entendido la primera vez.
—Bueno, bueno, así que Arkarian no exageraba lo más mínimo.
—¿Cómo dices?
—Nada. Mira, debes de estar muy confundida.
Así que él tampoco me cree.
—Todos los chicos sois iguales, ¿no?
—¿Qué?
—Se lo he contado a Matt y ha reaccionado igual que tú: incredulidad total.
—Espera un poco, Isabel, no me malinterpretes. Yo sí te creo.
Sus palabras me hacen callar al instante.
—¿De verdad?
—Sí, te creo, pero ahora no tengo tiempo para explicarte nada. Tengo un problema que he provocado yo mismo. No te preocupes, volveré. Te lo prometo. ¿Puede esperar tu curiosidad unas cuantas horas más?
—Sí, bueno, pero...
Echa a correr de nuevo, aunque se gira un momento para decirme una última cosa.
—No le comentes nada a Matt, ¿vale? No lo entendería.
Estoy de acuerdo en que Matt no lo entendería, pero debo saber más. Primero lo del dedo que se cura solo, luego el bolígrafo que se pone a dar vueltas solo. Las dos cosas han ocurrido el mismo día y me han dejado alucinada. Ahora él se va a ver a alguien porque no puede esperar hasta que se acabe el colegio. Bueno, la verdad es que yo tampoco puedo esperar. Todo es demasiado misterioso para mí.
Echo un vistazo a mi alrededor de nuevo y no veo a ningún profesor, únicamente a unos cuantos chicos que pasan el rato antes de volver a clase. Uno de ellos es Dillon Kirby, un amigo de Matt y también de Ethan, creo, pero al final se va y ya no queda nadie cerca. Salgo en la dirección de Ethan, igual de rápido que él, y echo a correr con todas mis fuerzas hasta que lo distingo otra vez. Me mantengo a cierta distancia y me escondo tras los árboles, rocas y arbustos siempre que vuelve la cabeza, algo que hace a menudo, como si me anduviera buscando a mí o a cualquier otra persona que pudiese estar pisándole los talones.
Lo sigo durante un rato, que a mí me parece una eternidad, hasta la cima de las cataratas. Es una buena escalada, casi en vertical. La mayoría de la gente de por aquí las llama «la montaña». Empiezo a preguntarme si ha valido la pena saltarse las clases cuando de pronto Ethan se detiene delante de una pared rocosa. También de repente en la roca aparece un agujero del tamaño de su cuerpo, y Ethan entra... ¡dentro de la montaña!
Me froto los ojos y me acerco un poco, pero sólo encuentro la pared. Voy hasta las rocas y toco el lugar por el que he visto entrar a Ethan, pero es duro y sólido y tiene algunos salientes afilados. Hay un sitio donde se ha acumulado un poco de suciedad y ha empezado a crecer la hierba e incluso un árbol pequeño ha arraigado. Paso la mano por la zona por donde juro que he visto desaparecer a Ethan, pero nada parece fuera de lugar, nada se mueve.
Doy un paso atrás e intento recobrar un ritmo de respiración normal.
Todo esto es muy raro.