CAPÍTULO 10
Las últimas noches habían sido tan ajetreadas que no se echaban a dormir hasta bien entrada la madrugada. Esa era la razón por la que despertaban tarde y con un apetito voraz. Sin embargo, esa mañana fue el sonido del móvil de Michael lo que les arrancó del sueño. Él ya había dejado claro en su entorno que no quería que lo llamasen mientras durara su periplo por tierras lejanas, así que, quien quiera que estuviera poniéndose en contacto con él debía necesitarle para algo urgente.
Abrió los ojos perezosamente y agarró el móvil de la mesita de noche. Mary se acurrucó a su lado, haciendo uso de piernas y brazos para atraparle contra su cuerpo, pero cuando Michael comprobó que se trataba de su agente, decidió contestar buscando la privacidad del baño.
Mary observó su cuerpo desnudo mientras cruzaba la habitación. Era tan perfecto y masculino lo mirara por donde lo mirara, que se sintió excitada de nuevo. No obstante, la excitación desapareció al escuchar la conversación. Eran asuntos laborales, y aunque Michael se había encerrado en el baño y hablaba casi en susurros, las puertas y paredes de la vieja pensión eran tan delgadas que Mary se enteró de todo sin necesidad de agudizar los oídos.
Su agente le obligaba a regresar a los Ángeles en el plazo de dos días improrrogables.
Teniendo en cuenta que viajaba en moto, tendría que salir de Alvertoon ese mismo día si quería estar allí en la fecha que le exigían. Escuchó a Michael protestar contra aquella decisión de su agente, pero por el curso en que derivó la conversación, Mary entendió que no tenía otra alternativa.
Sintió nauseas. El estómago se le contrajo y un repentino sudor frío le cubrió la piel de la espalda. Michael advirtió sus síntomas nada más abandonar el baño, eran tan evidentes que se le leían en la cara. Se quedó parado junto a los pies de la cama y la miró con expresión seria. Se pasó una mano por el pelo, apretó las mandíbulas y luego exhaló el aire en un áspero suspiro.
- Negocios ineludibles.
- Lo sé. No he podido evitar escucharlo -su voz sonó consternada, no podía fingir otro estado de ánimo-. ¿Cuándo te marchas?
Michael apretó el móvil con fuerza y luego lo soltó sobre la mesita de noche como si fuera un objeto nocivo. Se sentó sobre la cama, de espaldas a ella, pero Mary se incorporó, le rodeó la cintura con los brazos y apoyó la mejilla en su hombro. Michael cubrió sus manos femeninas con las suyas.
- Saldré mañana al amanecer.
Giró la cabeza para encontrarse con sus labios y la besó fugazmente. Luego se levantó y buscó en el armario unos vaqueros y una camiseta limpia y se dirigió directo a la ducha. No la invitó a que lo acompañara y Mary entendió que no era ella la única a quien la inesperada noticia de su marcha había dejado fuera de juego.
El rato que Mary pasó en la soledad de su habitación mientras también ella se duchaba y se ponía ropa limpia le sirvió para reflexionar y llegar a la conclusión de que si Michael la amara como ella a él, ya le habría propuesto que le acompañara. Si en algún momento se había hecho falsas ilusiones, sintió que ahora se desvanecían todas. No obstante, por muchos alfileres que sintiera clavados en su corazón, debía disfrutar de ese día a su lado porque mucho tenían que cambiar las circunstancias para que no fuera el último.
No se había mentalizado para asumir ese momento. ¿Cómo hacerlo? Todo había sucedido tan rápido entre los dos que se había dejado llevar como una barca a la deriva. Nunca se paró a pensar en las dolorosas consecuencias de verse otra vez en la situación de tener que decir adiós al hombre al que amaba.
Suspiró e hizo de tripas corazón, decidida a atesorar cada inexorable minuto del tiempo que restaba para el alba.
Cuando volvió a reunirse con Michael al cabo de unos minutos, él parecía haberse hecho las mismas reflexiones que ella, pues su semblante tenía una apariencia algo más distendida. De todas formas, mientras bajaban a la calle y luego la cruzaban en dirección a la cafetería, se percibía a la legua que los dos hacían esfuerzos por desdramatizar la situación.
Bruno, su fiel e inseparable amigo, bajaba al trote desde la calle que conducía a la plaza y dirigió sus pasos hacia ellos en cuanto los vio tomar asiento en la terraza de la cafetería. Mary se alegró mucho de verlo y le acarició con mucho mimo en cuanto se detuvo a su lado. Luego, Bruno adoptó su postura favorita y se recostó a los pies de Mary.
El camarero les sirvió un par de cafés y unas tostadas para untarlas con mantequilla, y en el curso del desayuno, mientras Michael se esforzaba por sacar conversaciones entretenidas que les alejaran del mal sabor de boca que les había dejado la llamada de su agente, a Mary le sobrevino un recuerdo del pasado lejano. Era un recuerdo maravilloso, relativo a algo importante que hicieron juntos antes de que el destino los separara. Mary no entendía cómo era posible que lo hubiera olvidado por completo hasta ahora.
- Michael -pronunció su nombre con repentina excitación y levantó la mirada de su tostada para mirarle. Él la observó con atención-. ¿Recuerdas lo que hicimos el último verano que pasamos juntos?
- ¿Besarnos por cada rincón del pueblo?
Mary esbozó una sonrisa y negó con la cabeza.
- Aparte de eso.
- Hicimos muchas cosas. Recuerdo los paseos en aquella vieja moto de mi padre, las meriendas en el Wabash, los besos y las caricias en el viejo autocine… y también recuerdo la cara de sabueso que ponía tu padre cada vez que me veía acompañarte a casa.
- En el fondo le caías bien.
- Le habría caído mejor si mis padres hubieran tenido dinero -aseguró. Ese no era un tema que agradara a Mary, por eso rectificó la trayectoria de la conversación-. Cuéntame qué es eso que has recordado.
Mary se limpió la comisura de los labios con una servilleta de papel.
- Enterramos un bote de cristal.
Michael frunció las cejas y luego las arqueó.
- Es cierto. Lo había olvidado por completo -a continuación, sonrió-. Cada uno guardó en el interior algo de valor.
- Sí, y escribimos unas notas en las que pusimos cómo nos veíamos en el futuro. Se suponía que regresaríamos a ese mismo lugar diez años después y lo desenterraríamos -Mary se mostró entusiasmada y luego adoptó una expresión de concentración-. No consigo recordar lo que puse.
- Yo apenas recuerdo lo que hice hace dos días.
- Tenemos que recuperarlo -dijo con determinación.
- ¿Recuerdas el lugar exacto donde lo enterramos? -preguntó.
- Junto al viejo roble donde hacíamos nuestros picnics. A diez pasos desde el tronco del árbol y en dirección al río.
Compraron una pala pequeña -de esas que se usan en jardinería- en unos pequeños almacenes del pueblo y, por la tarde, emprendieron la marcha hacia el río con la inseparable compañía de Bruno.
El curso del río Wabash estaba circundado por una larga hilera de macizos robles milenarios, por lo que, después de diecisiete años sin pasar por allí, todos los árboles les parecían iguales. Discutieron sobre cuál podía ser aquel al que siempre acudían para disfrutar de sus momentos de intimidad, ése en cuyo pie habían enterrado el bote de cristal. Pero no se ponían de acuerdo.
- Estaba junto a un remanso del río donde crecían unas flores de color violeta preciosas -comentó Mary.
- Esto está lleno de flores violetas -dijo Michael con tono irónico.
- Aquellas eran más grandes y olorosas que el resto. Eran especiales -murmuró, suspendida en sus cavilaciones.
Entonces lo vio. En la corteza de uno de los robles junto al que pasaron, estaban grabadas las iniciales de sus nombres que, a su vez, estaban encerradas dentro de un corazón.
Mary sonrió y se acercó al árbol para verlo de cerca. Michael la siguió y puso cara de desagrado en cuanto vio lo que tanto había llamado la atención de Mary.
- No me lo puedo creer -masculló él, casi ofendido por la visión de aquel corazón que contenía sus nombres-. ¿Yo hice eso?
- Sí, con tu navaja.
- ¿Cómo es posible que en aquella época fuera un tío tan rematadamente cursi?
Mary intentó borrar su mueca de aversión tomándolo de la mano.
- No eras cursi. Estabas enamorado.
Michael la miró, cautivado por el tono que Mary había empleado para pronunciar esas palabras. Estaba preciosa rodeada de todos aquellos elementos de la naturaleza y Michael sintió una intensa necesidad de rodearla entre sus brazos y besarla hasta que los dos se quedaran sin respiración. Sin embargo, fue ella la que se alzó de puntillas y le besó en los labios. Su contacto fue tierno y breve y a sus ojos azules asomaron cientos de emociones cuando se separó de él.
- Y yo estaba loca de amor por ti.
- Lo recuerdo -asintió Michael. Tragó saliva y esbozó una perezosa sonrisa que aceleró el corazón de Mary-. Lo recuerdo como si fuera ayer mismo.
Mary suspiró y se mordió el labio inferior. No había querido pensar mucho en ello, pero era consciente de que los sentimientos la estaban sobrepasando. ¿Podría soportarlo de nuevo? Se sintió nuevamente angustiada mientras aquellos ojos negros de mirada enigmática la taladraban en silencio. Mary se mordió el labio un poco más fuerte y luego rompió el contacto de sus miradas. Entonces se puso en acción para mantener su cerebro ocupado. No quería pensar.
Mary se apoyó de espaldas contra el tronco del roble y contó los diez pasos hasta el punto donde, supuestamente, habían enterrado el bote de cristal. Michael la observó con atención, también él había recuperado la normalidad tras aquel intenso momento emocional. Mary se detuvo en un punto, hizo una señal con el pie sobre la tierra y se volvió hacia Michael.
- Según mis cálculos, debe estar aquí.
- Lo comprobaremos inmediatamente.
Michael agarró la pala de jardinería por el mango y se arrodilló sobre el suelo terregoso para cavar en la señal que había trazado Mary. Bruno le dificultó la labor enterrando el hocico en la tierra húmeda que iba a apartando del hoyo, y protestó un par de veces cuando sintió la lengua húmeda del perro lamiéndole los dedos.
- Aparta al chucho de aquí, me está pringando con sus babas -masculló, al tiempo que lo retiraba con el brazo.
Bruno volvió a las andadas y, entre risas, Mary se agachó a su lado para prodigarle todo tipo de caricias que desviaron su atención del trabajo que realizaba Michael.
Ya había cavado un agujero de al menos veinte centímetros de profundidad pero la pala sólo topaba contra la tierra húmeda del río. Mary inspeccionó los alrededores por si había errado en sus cálculos, pero estaba convencida de que ese era el lugar concreto.
- Creo que aquí no hay nada o ya lo habríamos encontrado -comentó él.
- Es posible que lo enterráramos mucho más profundo para que nadie pudiera encontrarlo jamás -sugirió ella-. Continúa cavando un poco más.
Un par de minutos después, la pala chocó contra una superficie dura. Michael alzó la cabeza hacia Mary y ella sonrió.
- Creo que lo hemos encontrado.
Allí estaba, un bote de cristal con una tapadera de asas, de esos que utilizaba la madre de Mary para guardar las galletas caseras que hacía en el horno de casa. Michael se lo entregó a Mary para que hiciera los honores, pues se la veía tan ilusionada con cada paso de aquel ritual que disfrutaba mucho observándola.
Mary dejó la tapadera a un lado y se dispuso a extraer el contenido. Sacó dos sobres de colorido amarillento que debían contener las cartas que habían escrito y que estaban referidas a sus predicciones sobre su futuro. En la cubierta, sus nombres estaban escritos a mano, y Mary las dejó apartadas a un lado para leerlas en último lugar. Con ademanes ceremoniosos, a continuación sacó los objetos que habían guardado en su interior y que, por aquel entonces, gozaban de un valor sentimental incalculable para cada uno de los dos.
Mary se echó a reír cuando vio la pulsera que le había regalado su abuela un par de años antes de que una larga y aparatosa enfermedad se la llevara consigo. Era preciosa, hecha a mano y formada por un entramado de hilos de bonitos y llamativos colores. «los colores de tu aura» solía decirle su abuela. La risa dio paso a la emoción, y los ojos se le nublaron mientras la acariciaba con la yema de los dedos. A su vez, Michael le acarició el cabello y se enterneció al ver sus ojos azules anegados en lágrimas que ella hacía esfuerzos por contener.
- Soy una tonta sentimental.
- Nada de eso. Sé lo mucho que querías a tu abuela y el cariño que le tenías a esa pulsera. Te costó mucho decidirte a quitártela para enterrarla junto a todo lo demás -conforme ahondaban en el pasado, los recuerdos acudían a la mente de Michael con mayor claridad-. ¿Me dejas hacer los honores?
- Claro -Mary se secó una lágrima furtiva que resbalaba por su mejilla y extendió el brazo hacia Michael, para que pudiera volver a ponerle la pulsera de su abuela-. Es preciosa, no volveré a quitármela nunca más.
A continuación, Mary extrajo el objeto del que se desprendió Michael y las lágrimas dieron paso a una sonrisa espléndida. Una sonrisa demasiado emotiva que penetró en el corazón de Michael.
- La navaja con la que tallaste nuestras iniciales en el tronco del árbol.
Se la tendió y él la observó con expresión grata. Aparte de tallar mensajes cursis de amor en los árboles, también la utilizaba para moldear todo tipo de figuras de madera. Le hizo feliz recuperarla, pues tenía un gran valor sentimental para él.
- Me la regaló mi padre cuando tenía once años. Mi madre estaba en contra de que yo tuviera una navaja, y sólo me la dejaba utilizar cuando mi padre me enseñaba a tallar la madera -sonrió meditabundo-. Leamos esas cartas.
- ¿Por cuál comenzamos?
- Por la mía -la señaló con la cabeza -dejemos lo más interesante para el final.
La carta de Michael era escueta pero directa. Ya con dieciocho años tenía las ideas tan claras como las agua del Wabash y sabía lo que deseaba conseguir en la vida. La nota estaba escrita con una caligrafía rápida y poco cuidada, y Mary la leyó con voz alta y emotiva:
Dentro de diez años ya no estaré viviendo en este pueblo de mala muerte. Me habré marchado a la ciudad donde encontraré un empleo que me hará ganar el dinero suficiente para comprarles a mis padres una casa mejor que la que tenemos. Me gustaría ser actor, pero sé que es una profesión difícil y que forma parte de un sueño inalcanzable más que de una realidad, así que me conformaré con cualquier empleo que nos saque a todos de la miseria.
Mary hizo una pausa para mirar a Michael y desplegó una sonrisa amplia. Esa parte de su sueño, la había conseguido con creces.
Mary y yo estaremos juntos, es probable que incluso tengamos unos cuantos hijos.
A Mary se le formó un nudo en la garganta y las letras se le emborronaron. Suspiró largamente para controlar sus emociones y prosiguió:
No necesito tener nada más, no me hace falta otra cosa salvo tener un trabajo honrado y el amor de Mary.
Se hizo un breve silencio entre los dos mientras Mary volvía a doblar la carta y la introducía en el sobre. Había conseguido esquivar las lágrimas, pero no el nudo que tenía en la garganta.
- Al menos conseguí cumplir lo referente al trabajo -rompió él el silencio, con la voz reflexiva-. No fue nada fácil, trabajé muy duro en una empresa de carga y descarga en el muelle de santa Mónica mientras me preparaba en la escuela de arte dramático. Me compré un coche destartalado con el primer sueldo que gané e iba hasta Hollywood una vez por semana para presentarme a todos los castings que tenían lugar en la ciudad. Conseguí mi primer papel cinco años después y, a partir de ese momento, yo y mi familia pudimos dejar de preocuparnos de pagar el alquiler y el recibo de la luz. Fueron años muy duros -Mary le observaba con una profunda atención-. Lee tu carta -la instó.
Mary tomó el segundo sobre y desplegó su propia carta. La letra era juvenil y redondeada y era mucho más extensa que la de Michael. Leyó con la voz contrita porque aunque no recordaba con detalle su contenido, sí tenía una clara idea de lo que iba a encontrarse en aquellas líneas.