CAPÍTULO 04

Michael se introdujo en el agua en primer lugar. Estaba fría pero no se quejó, le vendría bien para despejarse un poco y que se le enfriara la cabeza. El lecho del remanso era arcilloso y el agua le llegaba hasta un poco más arriba de la cintura. Michael se sumergió mientras ella se sentaba en la orilla e introducía los pies en el agua. Cuando volvió a salir a la superficie, Mary todavía se mostraba reacia a secundarle. No le quedó más remedio que acudir a su lado para animarla.

Le agarró las pantorrillas y acarició su piel suave hasta la parte interna de sus rodillas.

- Venga, el agua está buenísima.

- Está un poco fría -arrugó la nariz- y no tenemos con lo que secarnos una vez salgamos del agua.

- ¿Y me lo dices ahora?

- A ti tampoco se te ocurrió traer una toalla.

- Eh, si estoy aquí metido es responsabilidad tuya, así que, tienes dos opciones: o te metes en el agua conmigo por propia iniciativa o lo hacemos por la fuerza. ¿Qué decides?

- ¿Dónde está la tercera opción? Siempre hay una tercera.

- En este caso sólo hay dos.

- ¿Sabes? Creo que deberías salir del río inmediatamente -su cerebro buscó otra excusa con una rapidez increíble-. El agua fría tendrá un efecto perjudicial en tu contractura muscular y de nada servirá el masaje que te he dado.

- En ese caso me darás otro. No tengo ningún problema.

Michael continuaba acariciándole las piernas, desde las rodillas hasta los tobillos, enviando pequeñas descargas eléctricas que se propagaban a través de todas sus terminaciones nerviosas.

Mary entendió con total claridad la razón de su resistencia a bañarse, y no era porque el agua estuviera fría -que lo estaba- sino porque estaba empezando a sentirse, por segunda vez en su vida, deslumbrada por él.

Una aventura con Michael Gaines era lo último que Mary necesitaba. Sus sentimientos volverían a verse implicados y ya no eran un par de jovencitos cuyas vidas transcurrieran en paralelo. Ahora Michael era uno de los actores más importantes y valorados de Hollywood, y ella era una simple fisioterapeuta en Chicago. Sus vidas no podían ser más antagónicas.

No podía consentir que su amor por Michael resurgiera, pero cada minuto del tiempo que pasaba con él, parecía conducirla hacia ese destino fatal. Si era una mujer inteligente debía evitar ese tipo de acercamientos íntimos. Pero, por lo visto, no era nada lista, porque había sido ella la que había planeado el masaje y la visita turística al río.

Michael le separó las piernas por las rodillas, se metió entre ellas y la rodeó por la cintura con la firme intención de llevársela consigo al agua.

- ¿Qué estás haciendo?

- Te lo piensas demasiado.

Mary chilló por la impresión del agua fría lamiéndole la piel y se agarró a los hombros de Michael para no caerse hacia atrás. Él parecía una estufa a pesar de estar mojado y Mary buscó su calor apretándose contra él. Estaba claro que su corazón iba por un lado y su cabeza por otro y cada vez le resultaba más difícil que se pusieran de acuerdo.

- ¡Está congelada! -exclamó Mary-. Ahora recuerdo perfectamente porqué nunca llegué a bañarme de noche en el río. Por lo visto, de adolescente tenía más juicio que ahora.

Mary estaba enroscada a su cuerpo como una serpiente y Michael disfrutó de ese acercamiento rodeándola por la cintura. A su debido momento, cuando la expresión de Mary se calmó, Michael se sumergió en el agua hasta que sus cabezas desaparecieron bajo la superficie.

Al emerger, ella soltó un improperio y él se echó a reír.

- ¿Desde cuándo Mary Cassat dice tacos?

- Desde que alguien me obliga por la fuerza a que coja una pulmonía -masculló, retirándose el agua de los ojos con una mano.

- Exagerada.

Michael le acopló un largo mechón de cabello detrás de una oreja y sus ojos, tan negros como la superficie del río, la miraron de un modo que aceleró los latidos de Mary. Desde que encontrara a Michael en la orilla de la carretera el día anterior, ese instante que ahora compartían era el primero en el que Mary tuvo ganas de besarle de manera consciente. Por la manera en que él la observaba, Mary supo que Michael estaba pensando lo mismo.

Había llegado el momento de que el agua circulara entre sus cuerpos. Mary deshizo el abrazo con el que se aferraba a sus hombros y sus piernas se estiraron para que sus pies tocaran el suelo. Echó de menos el calor y la consistencia del cuerpo de Michael, pero estaba haciendo lo correcto.

- ¿Nadamos un poco para entrar en calor? -sugirió él.

- No veo nada, no sé por dónde moverme.

Michael la tomó por la muñeca para que no se separara de él.

- Tú sígueme.

- Pero… ¿y si nos alejamos del remanso y la corriente nos arrastra río abajo?

Mary se agarró a su brazo con las dos manos. Él era tan alto, tan fuerte y tan aparentemente indestructible que, aferrándose a él, se sentía más segura.

- El remanso es muy amplio, te prometo que no nos alejaremos mucho de la orilla.

- A la luz del día no me pareció tan amplio -protestó.

Michael tomó impulso y comenzó a nadar despacio. A Mary no le quedó más remedio que secundarle.

- ¿Qué ha pasado con la chica que siempre había querido bañarse de noche en plena naturaleza?

- Creo que se ha quedado en tierra firme.

Su contestación hizo reír a Michael.

No la torturó demasiado, dieron un par de vueltas en círculo y abandonaron el remanso. A Mary le castañetearon los dientes cuando sintió la brisa de la noche sobre su cuerpo desnudo, y Michael le tendió su camiseta para que se secara.

- La dejaré empapada -señaló ella.

- No importa, yo no tengo frío.

Michael también la utilizó para secarse y luego le indicó que iba a quitarse el slip para no mojar los pantalones, a lo que Mary se dio la vuelta. Su idea era buena, por eso le pidió a él que se girara para hacer lo mismo. Fue un tanto inquietante estar desnuda a sus espaldas, él la hacía sentir muy consciente de su feminidad.

Aunque estaba cansada y eran casi las cinco de la mañana cuando regresaron a la pensión, a Mary le costó mucho conciliar el sueño esa noche. Su mente se negaba a desconectar de las experiencias que había vivido ese día y no paraba de recrearlas una y otra vez. Se durmió de puro aburrimiento cuando ya despuntaba el alba.

Cuando despertó tenía un poco de resaca, pero la ducha caliente y el par de aspirinas que se tomó la ayudaron a regresar a su estado natural. Mientras el agua y el oloroso gel de ducha tonificaban sus músculos, volvió a recordar lo que habían hecho Michael y ella la noche anterior: masaje, cena, baño en el río… al margen de que no deseara implicarse emocionalmente con él, la velada había sido especial y no pudo evitar experimentar cierta impaciencia por continuar gozando de su compañía.

Mientras se vestía, escuchó el rugido del potente motor de la Harley en la calle. Mary corrió hacia la ventana con tal ímpetu que la nariz casi chocó contra el cristal. Las ruedas de la Harley levantaron una gran humareda de polvo cuando se puso en movimiento, y luego le vio desparecer calle abajo en cuestión de segundos. Mary se sintió invadida por un amago de desilusión.

Había pensado que, tal vez, esa mañana podrían hacer algo juntos, como desayunar, inspeccionar el pueblo o incluso dar un largo paseo en su Harley por las carreteras de los alrededores. Esa era la actividad que, por lo visto, él tenía pensado llevar a cabo, salvo que había decidido ejercerla a solas. Michael demostraba ser mucho más inteligente que ella.

Mary había hecho ese viaje solitario con el propósito de aclararse las ideas y eliminar la confusión que reinaba en su vida, pero no estaba haciendo nada de eso. Había pospuesto sus problemas y la mayor parte del tiempo que no estaba con Michael, lo dedicaba a perderse en los recuerdos de aquellos maravillosos años y de los momentos que compartieron juntos. Era mucho más gratificante que pensar en el caos que había dejado atrás en Chicago y que tendría que arreglar cuando regresara.

Mary cogió su bolso, salió por la puerta de su habitación y bajó las escaleras hacia la planta baja de la pensión.

En la calle ya le esperaba Bruno y el perro hizo que Mary volviera a sonreír. Estaba sentado sobre sus partes traseras y ella le tocó la enorme cabezota, rascándole entre las orejas.

- Eres un buen perro. ¿Te vienes conmigo a desayunar?

Bruno movió la cola con mucho brío y Mary volvió a reír.

- Estupendo, a mí también me apetece un poco de compañía.

Como no se admitían perros en el interior de la cafetería que había un par de manzanas al oeste de la pensión, Mary tomó asiento en la terraza. Se habían colocado mesas y sillas con sus correspondientes sombrillas en el exterior para aprovechar la agradable mañana. Bruno se tumbó frente a sus pies y Mary pidió al camarero un café y un par de donuts, aunque uno de ellos lo devoró Bruno por completo. El perro tenía un apetito voraz.

Mary no era la única clienta de la cafetería. La mayoría de las mesas, tanto del interior como del exterior, estaban ocupadas por la clientela habitual. Había un grupo de mujeres de mediana edad a su lado que mantenían una animosa conversación sobre las fiestas del pueblo que estaban a punto de tener lugar. El pueblo ya estaba totalmente engalanado para recibirlas. Todas las calles estaban repletas de banderillas de colores que las atravesaban de punta a punta, aunque todavía no había tenido oportunidad de dirigirse andando hacia el interior del pueblo para inspeccionar la plaza. Las mujeres decían que estaba «preciosa». A ella se lo pareció cuando hacía dos días pasaron por allí en la Harley de Michael, pero ahora quería verlo con sus propios ojos.

Decidió que después de desayunar daría un paseo hasta allí. Tal vez Bruno quisiera acompañarla como la tarde anterior. Había venido para estar sola, pero algo en su interior había cambiado en las últimas horas y lo cierto es que le agradaba sentirse en compañía. La de Bruno podía servir.

Alvertoon bullía excitado ante la inminente celebración de la feria anual incluso a horas tan tempranas. Las calles del pueblo ya gozaban de mucha actividad y en el centro se estaba montando un mercadillo formado por casetas en las que se vendían todo tipo de artículos. Mary contó hasta treinta casetas diferentes.

Era tan grande que todavía había espacio para un improvisado escenario donde imaginó que tocaría algún grupo de country, la música más popular de aquellas tierras. También se estaba montando una gran hilera de puestos de comida y bebida frente a las casetas de suvenires, y antes de que tuviera ocasión de preguntar, escuchó que alguien decía que en un par de días la feria tendría comienzo.

En su adolescencia, la feria anual era mucho más pequeña y, desde luego, no se montaba ningún escenario para música en directo. Se conformaban con un equipo de música conectado a unos grandes altavoces.

A Mary le llamó mucho la atención que nadie la reconociera, no creía que hubiera cambiado tanto. Ella, por el contrario, sí que reconoció muchos rostros a su alrededor, sobre todo los de las personas de avanzada edad que a Mary ya le parecían mayores cuando se trasladó de Alvertoon. Mejor así, le gustaba sentirse desconocida por todo el mundo.

Mary se sentó un rato junto a la fuente, acompañada en todo momento de Bruno, y dedicó un buen rato a curiosear los movimientos de los vecinos, de los mercaderes y de los montadores.

Mary se embriagó del ambiente festivo que se respiraba allí y tuvo ganas de que llegara ese día para disfrutar de la fiesta como cualquier ciudadano más. Michael acudió a su imaginación y se vio con él paseando entre los puestos, comiendo perritos calientes e incluso bailando al ritmo de la música.

Sacudió la cabeza para liberarse de esos pensamientos tan poco apropiados.

- Detente, Mary -se regañó a sí misma.

Comió en el bar de Billy y volvió a pasar la tarde caminando y meditando a orillas del río.

Cuando pasó junto al remanso en el que se habían bañado la noche anterior, no pudo evitar que la sonrisa volviera a aflorar a sus labios. Lo que sintió por Michael en el pasado e incluso la perfecta armonía que todavía existía entre los dos, era algo que jamás había sentido con Greg.

Tal vez las formas no habían sido las adecuadas al dejarle plantado en el altar, pero había tomado la decisión acertada al no casarse con él. Ahora que había vuelto a encontrar a Michael y las viejas emociones se habían removido en su interior, sabía que no podía conformarse con un hombre por el que sintiera menos.

Mary se sentó al abrigo de un roble y estiró las piernas. Bruno, que no se había separado de ella desde por la mañana temprano, se recostó sobre la hierba fresca decidido a echarse una siesta. Mary también cerró los ojos y dejó la mente en blanco, con la intención de disfrutar de la tarde. La brisa que le acariciaba el rostro era cálida y el susurro que arrancaba a las hojas del árbol era una melodía hipnótica y relajante que la condujo a un agradable estado de duermevela.

Supo que se había quedado dormida cuando el lejano sonido de un motor la despertó de improviso. El rugido se intensificó paulatinamente y Mary buscó su procedencia llevándose una mano a la frente con la que hizo de visera. Circulando por el camino que conectaba el pueblo con el río Wabash, una espléndida Harley Davidson con su espléndido dueño a bordo, se acercaba velozmente hacia el lugar donde se hallaba ella. Bruno abrió un ojo castaño pero volvió a cerrarlo para continuar dormitando, pero Mary se despejó por completo y aguardó con los cinco sentidos avivados a que Michael llegara a su altura.

Michael se apeó de la moto y sonrió al encontrarse a Mary en compañía del perro. Estaba preciosa y aunque sólo hacía dos días que estaban allí, sus largos paseos bajo el cielo de verano habían hecho que su piel adquiriera un bonito tono bronceado. Michael se quitó las gafas de sol y se aproximó al árbol donde Mary estaba sentada.