CAPÍTULO 08
Se quedaron dormidos pasadas las cinco de la mañana, cuando el amanecer ya disolvía la oscuridad de la noche y la luz iba aclarando las espesas sombras de la habitación. Cuando Michael despertó estaba hambriento y la luz ya entraba a raudales a través de las cortinas blancas que cubrían la ventana.
Consultó la hora con los ojos entornados y su apetito se intensificó al comprobar que eran cerca de las doce de la mañana. Pero no sólo se intensificó su apetito, sino también su deseo cuando reparó en que Mary yacía completamente desnuda a su lado, y que una de sus piernas estaba enlazada a las suyas.
Michael la contempló y sintió una abrasadora emoción que hizo palpitar su corazón de manera más ligera. Le acarició el cabello desparramado por la almohada y al que la luz arrancaba destellos rojizos que brillaban como el fuego. Luego miró sus labios carnosos y no pudo remediar el impulso de besarlos. Ella despertó casi al instante y apresó su cara con las manos. El beso que ella le devolvió fue más atrevido y jugoso.
- Qué maravilloso despertar -susurró Mary contra sus labios abiertos.
Michael la rodeó por la cintura y la atrajo hacia su cuerpo. Tenía otra clase de apetito que también necesitaba saciar cuanto antes.
- Podemos mejorarlo -la volvió a besar, rozando su lengua contra la de ella.
- ¿Cómo? Quiero escucharte decir cómo podemos hacerlo.
- ¿Quieres una descripción detallada de lo que voy a hacerte?
- Sí -sonrió Mary.
- Vale -Michael la tumbó de espaldas y se subió sobre ella. La miró con expresión seductora y traviesa-. Ahora mismo voy a hacerte el amor con la boca.
El placer de Mary se anticipó y sintió un escalofrío que le recorrió la piel desde la punta de los pies a la cabeza.
El sexo y la ducha conjunta de esa mañana fueron más efectivos contra el dolor de espalda de Mary que tomar un analgésico. Ya estaba mucho mejor. Sentía dolor cuando hacía algún movimiento brusco o rápido, y tenía un chichón en la parte posterior de la cabeza, pero su corazón estaba feliz y su mundo tenía tanta luz que esas pequeñas molestias perdían toda la relevancia. La mano de Michael ya funcionaba con normalidad. Parecía increíble que hubiera roto una nariz con ella y que, a la vez, esa misma mano la hubiera acariciado a ella con tanta suavidad y ternura.
Mientras Michael se quedó en su habitación poniéndose ropa limpia, Mary bajó a recepción para que la señora Harris le abriera la puerta de la suya. Mary le explicó lo que había sucedido y la mujer la observó con una sonrisa pícara.
- Supongo que has pasado la noche en la habitación de ese hombre tan impresionante. Te brillan los ojos y tienes las mejillas sonrosadas, seguro que habéis gozado de una noche de pasión desenfrenada -sonrió la mujer, haciendo que Mary se sonrojara un poco más ante el descaro de sus insinuaciones-. Ya te dije que debías echarle el guante.
Mary se aclaró la garganta y trató de que le saliera una sonrisa sincera.
- Usted es sin duda una buena consejera.
Cuando abandonaron la pensión, vieron al sheriff Marshall y al señor Adams frente a la puerta de la joyería. El sheriff maniobraba sobre la cerradura, y el propietario tenía los brazos en jarras y la mirada ceñuda.
Michael y Mary no tuvieron que ponerse de acuerdo con palabras, cruzaron la calle de mutuo acuerdo y se detuvieron frente a los dos hombres, a los que Michael les ofreció la explicación pertinente.
- ¿Y dice que los redujo usted sólo? -preguntó el sheriff, incrédulo.
Michael observó al hombre y entendió que al viejo sheriff Marshall, cuya barriga era tan prominente y pesada como la de una embarazada de nueve meses, le pareciera un hecho heroico que hubiera derribado a dos ladrones haciendo uso de su cuerpo como única arma.
- Eran viejos y estaban borrachos, fue sencillo asustarlos y obligarles a que se marcharan.
- Me parece que usted hizo algo más que asustarlos -comentó complacido el señor Adams, señalando la sangre que había sobre la calle y que no provenía de Michael precisamente.
- Bueno, se resistieron un poco y fue necesario emplear los puños -sonrió de forma irónica.
- Hablo en nombre de Alvertoon al decirle que le estamos muy agradecidos por su hazaña -dijo el sheriff-. Pero debió haberme localizado, podrían haber ido armados.
- No encontramos su nombre en la guía y tuvimos que actuar con rapidez para que no se escaparan -le explicó Michael-. De todas formas, es a Mary a quien deben agradecerle que no se produjera el robo. Fue ella quién los vio por la ventana de su habitación y quien reaccionó con suma rapidez para detenerlos.
Las miradas complacidas de los dos hombres se dirigieron hacia ella y Mary sonrió.
- Eso es cierto, pero fue Michael quién impidió que le desvalijaran la joyería y quien les echó de aquí. Seguro que no vuelven a molestarles en la vida.
- Bueno, está claro que entre los dos forman un buen equipo -les dijo el señor Adams con un tono tan agradecido y jubiloso que parecía estar a punto de abrazarlos y besarlos-. Y como muestra de mi infinito agradecimiento, me gustaría obsequiarles con la pieza que deseen de mi joyería.
- Oh… señor Adams, se lo agradecemos muchísimo, pero no es necesario que nos obsequie porque nos sentimos muy orgullosos de lo que hicimos.
- Insisto. Me haría usted un honor aceptando mi ofrecimiento.
Mary titubeó y miró a Michael para que le echara un cable.
- Vamos, Mary, acepta gustosa el regalo del señor Adams. Te lo has merecido -sonrió Michael.
El sheriff Marshall se quedó en la calle hablando con el recién llegado, el cerrajero, y ambos pasaron a la tienda en compañía del señor Adams. La joyería apenas había cambiado de como ellos la recordaban. Le habían dado sucesivas manos de pintura a las paredes y el mobiliario y las vitrinas eran nuevos, pero la distribución era exactamente la misma.
- Puede elegir lo que desee sin atender al valor de los artículos. Por favor, mire cuanto desee.
A Mary le sabía mal y se sentía un poco incómoda en aquella situación. No se creía merecedora de ningún regalo y menos de uno de precio tan elevado. Ella había actuado de acuerdo a sus principios y no veía que eso tuviera que premiarse de ninguna manera. Sin embargo, sabía que, de negarse, ofendería al señor Adams, así que, se paseó entre las vitrinas y trató de buscar algo que le gustara.
En seguida, sus ojos hicieron contacto con unos pendientes preciosos. Eran unos zafiros engarzados en oro blanco y, aparte de bonitos, también eran discretos y muy elegantes. Michael se dio cuenta de que habían captado su interés por completo, los miraba fascinada. También captaron el suyo y no porque los pendientes en general le llamaran la atención. Pero podría haber reconocido aquellos entre un millón.
- ¿Te gustan? -le preguntó Michael, aunque ya sabía su respuesta.
- Son preciosos, pero no sé si debo…
- Claro que debes, el señor Adams ya te ha dicho que puedes escoger lo que quieras.
Mary seguía dubitativa, el precio le pareció excesivamente elevado.
- Son demasiado caros. Siento que estoy abusando de su generosidad.
- Si no fuera por ti, los ladrones habrían robado todos estos objetos de valor y ahora mismo el señor Adams no tendría negocio del que vivir.
Mary los observó mientras dejaba que las palabras de Michael la convencieran poco a poco.
- ¿A ti te gustan? -le preguntó ella.
- Son los pendientes más bonitos que he visto en mi vida.
Mary no esperaba esa respuesta tan apasionada y enigmática. A menos que hubiera cambiado de gustos a lo largo de los años, Michael jamás solía fijarse en las joyas. No distinguía unos pendientes de bisutería de unos diamantes auténticos. Mary le miró con curiosidad.
- Eran de mi madre -le explicó él.
Su respuesta la dejó con la boca abierta.
- ¿Eran de tu madre?
- Sí. Desde que tengo uso de razón los llevaba siempre puestos -comentó-. Cuando mis padres decidieron que nos marchábamos de Alvertoon, entre otras muchas cosas, mi madre se vio obligada a empeñarlos para conseguir algo de dinero para el viaje -sonrió tristemente-. Cógelos.
- No… no puedo llevármelos -se opuso-. Son de tu madre, seguro que le das una alegría inmensa si los recuperas para ella.
- Decía que algún día regresaría a por ellos, pero creo que ya no se acuerda de que están aquí -Michael abrió la vitrina y los tomó-. A mi madre le encantaría que los llevaras tú. Te quiso casi como a una hija -Michael cogió la mano de Mary con la palma vuelta hacia arriba y los depositó sobre ella-. A los dos nos haría muy feliz que los aceptaras -sonrió.
El señor Adams apareció a su lado y también él sonrió bajo su espeso bigote.
- Muy buena elección, señorita Cassat -el hombre admiró su gusto-. Pertenecieron a una mujer estupenda que se marchó de Alvertoon con su familia hace un montón de años. A usted le sentarán de maravilla, los zafiros harán juego con sus ojos.
Mary volvió a mirar a Michael, como esperando una nueva confirmación de que estaba haciendo lo correcto. Él asintió con la cabeza y esbozó una sonrisa tierna que terminó de convencerla por completo.
Con los pendientes guardados en una cajita azul que Mary metió en su bolso, abandonaron la joyería del señor Adams y se encaminaron hacia el restaurante donde Mary había desayunado el día anterior. Bruno apareció desde algún sitio. Movió el rabo con brío, echó una rápida carrerita y se les unió. Mary le recibió con mucho entusiasmo y, en esta ocasión, hasta Michael se agachó para prodigarle unas cuantas caricias que el perro recibió de buen agrado.
- Terminarás cogiéndole cariño a Bruno.
Michael le removió la negra pelambrera del cuello y le rascó entre las orejas. El perro respondió jubiloso y movió el rabo con más ímpetu.
- En el pasado solía ser así ¿recuerdas? -comentó Michael.
- ¿A qué te refieres?
- A lo contagioso que podía llegar a ser el entusiasmo que tú demostrabas por las cosas -le contestó él, sin duda, complacido de que esto fuera así-. Eres una mujer asombrosa.
Ella no se consideraba asombrosa ni nada que se le pareciera. Se tenía por una mujer bastante normalita, sin grandes cosas que destacar. Sin duda, Michael la miraba con buenos ojos.
A Mary le habría gustado creer que era el amor que Michael sentía hacía ella el que le hacía verla con todas esas cualidades. Sin embargo, que se hubieran amado en el pasado y que hubieran hecho el amor la noche anterior, no significaba que todavía la amara. Pensó en sus propios sentimientos hacia él y llegó a una conclusión rotunda: ella sí que estaba enamorada de Michael. Hasta la raíz.
- ¿En el mejor sentido de la palabra? -preguntó con desenfado.
- En el mejor -sonrió él.
El camarero les sirvió una ensalada y un par de platos combinados compuestos de carne a la plancha, patatas y verduras. Era tan tarde y habían descargado tanta energía, primero con la pelea y luego en la cama, que los dos comieron con mucha avidez.
Michael le habló de lo horrorosa que era la comida en la costa oeste de Estados unidos y se declaró un fiel admirador de la comida del sur.
- Aunque los platos más sabrosos se cocinan en Europa. España, Francia, Italia… ¿Has estado alguna vez en Europa?
- No, no he salido de Illinois en años. Estuve en Ontario hace más de una década, en una despedida de soltera que organizó una buena amiga mía, pero no he vuelto a salir desde entonces.
- ¿No te gusta viajar?
- Me encanta, pero no he encontrado la ocasión de hacerlo. Todas mis amigas ya están casadas y Greg… bueno, él trabaja demasiado y siempre está viajando por motivos de negocios, así que, cuando tiene unos días libres prefiere quedarse descansando en Chicago.
Mary torció el gesto tras mencionar a su ex-prometido. Una sensación de culpabilidad le pesó en el cuerpo como si la llevara cargada a cuestas en una mochila. Para Mary, su huida de la iglesia implicaba una ruptura en toda regla de su compromiso y de su relación, pero era posible que Greg no tuviera la misma visión y estuviera esperándola en Chicago para arreglar las cosas entre los dos. El sentido de culpabilidad se intensificó. Ella estaba acostándose con otro hombre a los pocos días de su huida y Greg estaría hecho un manojo de nervios.
Levantó el rostro y miró a Michael, entonces su culpa le pesó un poco menos. Ese hombre con el que se había acostado no era cualquier hombre, era Michael Gaines, su Michael, el hombre al que había amado durante toda su vida. El hombre al que todavía amaba con toda la fuerza de su corazón.
- ¿Estás bien? -le preguntó él, intuyendo sobradamente cuál era el asunto que daba vueltas en su cabeza.
- Sí -contestó escuetamente.
- ¿Quieres hablar de ello?
Mary negó con la cabeza.
A Michael le habría gustado decirle que él estaría más que dispuesto a llevarla consigo en uno de sus múltiples viajes de promoción, pero se contuvo antes de decir algo inapropiado de lo que tuviera que arrepentirse después. Observó su rostro encantador, ahora un poco abstraído por sus conflictos personales, y se preguntó en qué desembocaría todo lo que se estaba fraguando entre los dos. Era tan complicado llegar a una conclusión que rehuía el hecho de analizar la situación. De lo único de lo que estaba seguro era de que los sentimientos entre los dos jamás habían desparecido. Siempre habían estado ahí, aletargados y dormidos, aguardando la ocasión de volver a florecer.