CAPÍTULO 01
Emprendió ese viaje sin destino específico porque deseaba dejar de ser Michael Gaines durante una temporada. Necesitaba un respiro antes de meterse en la vorágine que acarreaba la promoción de su próxima película, aunque en esta última, la promoción iba a ser mínima comparada con la que había hecho con películas anteriores.
Carretera desierta estaba en la fase de postproducción y era una película independiente.
Mucha gente se había opuesto a que Michael «el gran filón del cine actual» malgastara un año de su vida en hacer una película que no obtendría tantos beneficios como los que estaba acostumbrado a recibir, pero ya tenía el suficiente prestigio en Hollywood como para permitirse ciertas licencias.
Con ese viaje esperaba encontrarse a sí mismo. Los últimos cinco años habían pasado como un ciclón ante sus ojos y no le había dado tiempo a detenerse para reflexionar sobre su vida. Habían sucedido demasiadas cosas, algunas muy buenas y otras no tanto, divorciarse de Beth; la muerte de su padre; el año oscuro en el que estuvo coqueteando con el alcohol… ya estaba curado de todo eso, o al menos eso creía, pero se sentía vacío por dentro a pesar de que, aparentemente, tenía todo cuanto una persona podía desear.
Así, Michael hizo su maleta, se montó en su Harley Davidson y salió a la carretera con la intención de dar un paseo por los alrededores de los Ángeles. Pero el paseo le había llevado a cruzar los límites de California y, una vez cruzados, continuó mucho más allá sin rumbo fijo, hasta que un cartel al lado de la polvorienta carretera le indicó que había llegado al Estado de indiana.
Indiana.
Aquellas palabras tenían mucho significado para él. Indiana era el Estado que le había visto nacer y crecer. No había vuelto por allí en muchísimos años porque había recuerdos que estaban ligados a ese lugar y que Michael prefería olvidar. Sin embargo, ahora que había pasado junto a la señal de la carretera, en su interior se despertó una especie de impulso por continuar avanzando hacia Alvertoon Ville.
Tenía dieciocho años cuando él y su familia se marcharon del pueblo para buscar una vida mejor en California. Habían pasado diecisiete años desde entonces, por lo tanto, era más que probable que nadie se acordara ya de él.
Tenía un vago recuerdo de todo eso. Hacía dos días que viajaba sin contratiempos, y estimaba que esa misma tarde llegaría a Alvertoon Ville si las inclemencias atmosféricas se lo permitían pues, hacia el oeste, se estaba formando una gran masa de oscuros nubarrones, de esos que anunciaban tormenta. Precisamente sobrevolaban el lugar hacia el que él se dirigía. En indiana había campos y más campos de diferentes cultivos, prados verdes y altas montañas en el horizonte.
Torció una curva en el camino y, al fondo de la desierta carretera, se encontró con que una figura humana transitaba por el arcén. Era una mujer, probablemente la dueña del viejo Chevy que Michael había visto abandonado en la carretera un par de millas atrás. Llevaba un vestido blanco y sostenía una maleta que debía pesar una tonelada, a juzgar por lo que le costaba mantener el equilibrio.
Michael jamás habría recogido a un autoestopista en la carretera, pero aquella mujer no parecía representar ninguna amenaza para él. Frenó y se hizo a un lado de la calzada. Luego se quitó el casco y esperó a que la chica llegara a su altura. Michael se quedó sin aliento cuando un par de ojos azules como el cielo de verano se encontraron con los suyos y se abrieron desmesuradamente al reconocerle. La sonrisa de agradecimiento que esbozaban sus labios pintados de un discreto color rosa se congeló y Michael parpadeó a su vez, como si estuviera viendo un espejismo. Durante largos segundos, se miraron el uno al otro sin que las palabras consiguieran salir de sus gargantas.
- Michael… dios mío -susurró ella, llevándose la punta de los dedos a los labios.
- ¿Mary Cassat? Que me parta un rayo, no puedo creerlo -Michael dio un paso hacia atrás para mirarla desde otra perspectiva; estaba muy impresionado por tan inesperado reencuentro-. ¿Es que sigues viviendo en Alvertoon? Eres la última persona a la que esperaba encontrar en este lugar.
- Oh no, mi familia y yo nos mudamos a Chicago el año después de que te marcharas tú y no he vuelto a Alvertoon en todo este tiempo -Mary por fin recordó cómo parpadear, pero estaba tan nerviosa que agarró el asa de su maleta con las dos manos para que no le temblaran.
Michael sonrió y cruzó sus fornidos brazos sobre el pecho. Mary pensó que sus enigmáticos ojos negros continuaban teniendo esa mirada penetrante que tanto la alteraba de jovencita. A lo largo de los años le había visto muchas veces en la gran pantalla, pero tenerle ahora frente a frente era completamente diferente. La sensación de sostenerle la mirada era muy familiar para ella, pues Mary no sentía que estuviera viendo al personaje famoso, sino al Michael Gaines que ella conoció.
- ¿Y qué estás haciendo por estas tierras? -preguntó él con interés.
Mary se retiró un mechón de cabello pelirrojo que el viento trajo a sus ojos.
- La verdad es que no estoy segura. Paso por un momento de mi vida un tanto complicado y necesitaba estar unos días a solas. Se me ocurrió que me vendría bien reencontrarme con mis raíces, ya sabes lo sentimental que puedo llegar a ser -sonrió-. Es mucho más curioso encontrarte a ti aquí. ¿Es que estás rodando alguna película por los alrededores?
Michael negó con la cabeza y esbozó una media sonrisa.
- Nada de eso. En realidad yo también necesitaba alejarme unos días de todo y de todos. Salí a dar una vuelta en moto por los alrededores de los Ángeles y mírame, aquí estoy. Me he dejado llevar por un impulso -los ojos de Mary se rasgaron-. ¿El viejo Chevy abandonado un par de millas en aquella dirección es tu coche?
- Sí -resopló con fastidio-. Lo alquilé en el aeropuerto de Indianápolis pero ha decidido que no quiere continuar el viaje conmigo. El motor comenzó a echar humo y me dejó tirada en la carretera. Ha sido una suerte encontrarme contigo, no he visto circular ni un solo coche desde que abandoné el mío.
- Más que una suerte ha sido un milagro. Apenas salgo de mi asombro - Michael volvió a contemplarla de arriba abajo con creciente entusiasmo-. Ven aquí.
Tiró de su muñeca, la encerró entre sus brazos y le plantó un inesperado beso en la mejilla que ella le devolvió con muchísimo afecto. Hubo una época en la que fueron inseparables, en la que no existía mejor compañía que la que se ofrecían el uno al otro.
- Me alegra mucho volver a verte, Mary.
- A mí también -aseguró ella, sintiendo que aquel estrecho contacto hacía revivir las ascuas de lo que una vez fue una hoguera.
Michael le lanzó una última mirada para constatar que sus rasgos más cautivadores continuaban siendo sus preciosos ojos azules y su melena pelirroja. Pero ahora había más. Mucho más. Su cuerpo de adolescente de quince años se había transformado en uno mucho más sexy que ella cubría con un bonito vestido blanco veraniego. Mary Cassat era una mujer de una belleza muy natural, sin aditivos, alejada de los cánones que Hollywood marcaba y de los que Michael estaba tan aburrido a la vez que acostumbrado.
Michael cogió la maleta del suelo y la amarró con unas correas en la parte trasera de su Harley, junto a la suya. Mary aprovechó que no la miraba para observarle con mucho más detenimiento. Mary sabía que su aspecto físico tal y como él lo conociera había cambiado sustancialmente, pero era Michael sin duda el que más había cambiado de los dos. De jovencito, él era un chico muy guapo y muy popular en el instituto, pero la madurez de su treintena le había convertido en un hombre imponente, masculino y muy atractivo. Era el hombre más deseado del cine actual, no había mucho más que añadir al respecto.
- ¿Nos ponemos en marcha?
- Claro.
Con su ayuda, Mary se subió a la Harley y se colocó el vuelo del vestido sobre los muslos. Él puso en marcha el motor, le dijo que se agarrara a él con fuerza y luego salieron disparados hacia el oscuro y tormentoso horizonte. La carretera parecía interminable, una línea recta entre llanuras que parecía ascender hasta el cielo. Mary se sentía exactamente así, como si levitara hacia el cielo. Estaba absolutamente conmocionada y entusiasmada. ¡Sus brazos estaban rodeando la cintura de Michael!
- Puedes aflojar un poco, me estás cortando la respiración -bromeó él, alzando la voz para que pudiera escucharle por encima del rugido del motor.
- Oh, lo siento. La velocidad me da un poco de miedo.
Michael lo sabía, así como otras muchísimas cosas de ella. A su mente no paraban de llegar información y recuerdos que ya casi tenía olvidados.
- ¿Quieres que vaya más despacio?
- No te preocupes. Me siento segura -contestó ella-. Al final te compraste una Harley Davidson.
- Sí, lo hice con los beneficios de mi primera película. Ya sabes que para mí era un sueño que nunca pensé que pudiera permitirme.
Viajaron durante dos horas más hasta que la carretera comenzó a serpentear entre las montañas y, a la vuelta de un bosque de coníferos que los dos reconocieron al instante, Alvertoon Ville apareció ante su vista.
No había cambiado mucho. Se habían construido algunas viviendas nuevas en la periferia del pueblo, pero las calles principales con sus negocios habituales continuaban siendo las mismas. A simple vista nadie pareció reconocerles, a pesar de que los habitantes se les quedaban mirando fijamente a medida que atravesaban las calles. Cuando cruzaron la plaza del pueblo se toparon con una algarabía de personas que trabajaban en el montaje de una feria. La feria anual de Alvertoon. Había banderillas de colores colgando de los postes y de los tejados de las casas y se estaban montando casetas y el escenario donde tocaban los grupos que el ayuntamiento contrataba. La fuente redonda con la escultura de la mujer que sostenía un cántaro de agua presidía la plaza principal y de ella continuaba brotando un chorro incesante de agua, del que tantas veces habían bebido los dos.
Desde alguna parte de la plaza surgió un perro grande de color negro que salió a recibirles como si llevara tiempo esperando su regreso. Ladró enérgicamente y corrió a su lado mostrando una hilera de dientes que a Michael no le parecieron en absoluto inofensivos. Mary, sin embargo, se inclinó y llevó la mano hacia la cabeza del perro. Acarició su enorme cabezota y le rascó detrás de las orejas, entusiasmada por el jubiloso recibimiento. Michael no daba crédito a lo que veía. Recordaba perfectamente que a Mary le encantaban los animales, pero de ahí a que ella fuera tan imprudente mediaba un abismo.
- ¿Qué estás haciendo? ¿No has visto qué dientes tiene?
- Pero si no es más que un cachorro juguetón -sonrió ella-. Sus ojos expresan mucha nobleza. Por eso le acaricio, porque sé que no va a morderme.
Michael movió la cabeza. Empezaba a recordar con detalle las razones por las que Mary había sido el primer amor de su vida. Ya en aquel entonces ella era impredecible como el tiempo de aquella región, alegre como las cantarinas aguas del río Wabash y bonita como una puesta de sol. Seguramente, si los avatares de su vida no la habían cambiado como persona, Mary Cassat continuara siendo todas esas cosas.
Michael se alejó del perro y del centro, y se adentró en la calle en la que se hallaba la única pensión del pueblo. Esperaba que continuara en pie. Justo al final, frente a la joyería del señor Adams, la pensión de la señora Harris surgió tal y como ambos la recordaban. La fachada blanca y las puertas y ventanas pintadas con el color de la madera.
- ¿Continuará la señora Harris al mando del negocio? -se preguntó Mary.
- Debe tener cien años por lo menos.
- Como mínimo -sonrió ella.
- Es extraño que el edificio no se haya desplomado. Ni siquiera le han dado una mano de pintura.
Michael estacionó y los dos se apearon de la moto. Antes de coger sus maletas, entraron en la pensión. En el pequeño vestíbulo y tras el mostrador de madera deslustrada, la señora Harris hablaba por teléfono con aquel acento irritante y agudo que podía ponerle a uno dolor de cabeza. La mujer no había cambiado mucho en todos aquellos años, pero cuando colgó y les miró por encima de la montura de sus gafas, ella no pareció reconocerles. Mejor así. Los dos lo habían hablado en el camino y preferían pasar desapercibidos mientras durara su estancia en Alvertoon.
- Buenas tardes. ¿Tiene habitaciones disponibles?
- Por supuesto que las tenemos. ¿Vienen de lejos? -la mujer les miró de arriba abajo con mucha indiscreción.
- De muy lejos -sonrió Michael, sin dar explicaciones.
La señora Harris les tendió la llave de una habitación y Michael se aclaró la garganta.
- Queremos dos habitaciones.
- ¿Habitaciones separadas? -preguntó con extrañeza-. Les he visto muy juntitos subidos en ese chisme. Pensaba que estaban casados.
- No, no lo estamos. Sólo somos compañeros de viaje -contestó él con educación.
La mirada curiosa de la señora Harris viajó de los ojos de Mary a los de Michael. Le tendió una nueva llave a Mary y luego se inclinó sobre el mostrador para alcanzar su oído. En susurros que Michael pudo escuchar perfectamente le dijo:
- Es guapo y tiene las manos fuertes y grandes. Échale el guante.
- Lo intentaré -sonrió ella.
Volvieron a por las maletas y luego subieron por las ruinosas escaleras hacia la planta superior. Ella abrió el camino ascendiendo por aquel edificio cuyas paredes estaban desconchadas, la barandilla era inestable y los escalones rechinaban a cada peldaño que subían.
Michael no pudo evitar clavar los ojos en el trasero de Mary, cuya falda se amoldaba a él de forma sinuosa. Siempre fue una mujer delgada y continuaba siéndolo, pero ahora sus curvas eran más voluminosas y sensuales.
- ¿Lo intentaré? -repitió él a sus espaldas, en tono de mofa.
- Tal vez la señora Harris se me adelante y decida intentarlo ella primero -bromeó Mary. Es tan cotilla como la recordábamos ¿verdad?
- Es mucho peor -contestó él.
Mary se detuvo ante la puerta de su habitación y dejó la maleta sobre el suelo para maniobrar con la cerradura. Ya había anochecido y esa mañana se había levantado muy temprano. Estaba tan exhausta y con tanta falta de sueño, que se daría una ducha y se metería directamente en la cama. A su lado, frente a la puerta de la habitación contigua, Michael se la quedó mirando antes de desaparecer en el interior de su habitación.
- ¿Tienes planes para desayunar mañana? -le preguntó él.
- No sabría decirte, primero tendría que consultar mi agenda -sonrió ella.
- Ya… -Michael también sonrió-. Te espero a las nueve en la cafetería que hay en la esquina. Quiero que me cuentes cómo te ha tratado la vida.