CAPÍTULO 06
Mary tenía razón. No eran tan amenazantes como Michael se había figurado viéndolos desde arriba, de hecho, eran mucho más bajos que él y eran enclenques. Eso no significaba que no llevaran armas ocultas bajo sus harapientas ropas mientras que él sólo llevaba los vaqueros puestos. Si salía de esa, se encargaría de hacérselo pagar a Mary.
Los hombres les observaron con gesto descarado y no se movieron ni un centímetro de su posición original. Habían advertido que Michael no era el sheriff precisamente y que no podía detenerlos. Le daba la sensación de que opondrían resistencia y de que se creían en superioridad física porque ellos eran dos en contra de uno.
- ¿Qué creéis que estáis haciendo?
Llegados a esa situación, y ya que a Michael no le quedaba otra alternativa que enfrentarse a ellos, los increpó con dureza.
- Estupendo, los has asustado -susurró Mary muy flojito.
- Cállate -masculló él.
- ¿A ti que te parece? -preguntó el más harapiento de los dos, el de las barbas largas y apelmazadas.
A pesar la de poca visibilidad que había en la calle y de los seis o siete metros de distancia que les separaban, Michael juraría que a aquel tipo le faltaban un par de dientes.
- Deberíais largaros por donde habéis venido si no queréis que mi amigo se cabree -les espetó Mary.
Ambos tipos se miraron y esbozaron una sonrisa truculenta. A su vez, Michael buscó los ojos de Mary y le lanzó una mirada incendiaria con la que le advirtió que no quería que volviera a despegar el pico.
- ¿Has oído eso Neil? -le dijo el más joven al más mugriento-. ¿Y qué piensas hacer tú para detenernos guapa? ¿O vas a dejar todo el trabajo al mariquita de tu amigo?
Los dos hombres rieron por lo bajo, pero las sonrisas se congelaron en sus desaseados rostros cuando la pose de Michael se volvió amenazante. Con las mandíbulas apretadas y los puños cerrados, Michael se aproximó a ellos de forma lenta pero aplastante. Mary tuvo la sensación de que el insulto que acababa de recibir le había ofendido muchísimo más que el hecho de que se estuviera perpetrando un robo delante de sus ojos.
Michael paseó la mirada de los ojos del uno a los del otro y los hombres adoptaron una expresión de inquietud ante su enardecido avance.
- Deberíais hacer caso a la chica y desaparecer por donde habéis venido si no queréis que os machaque vuestras asquerosas caras.
- Mira tío, no tenemos nada en contra de ti. Sólo vamos a tomar prestados unos cuantos relojes para empeñarlos y comprar un poco de alcohol -sonrió el que no tenía dientes y se llamaba Neil-. Pero se los devolveremos al propietario en cuanto consigamos algo de pasta. Te lo prometemos.
- ¿Me tomas por un imbécil? Salid de la tienda de la tienda antes de que cuente hasta tres. No voy a repetirlo más veces -Michael se plantó en medio de la calle con las manos apoyadas en las caderas.
- Ni hablar -contestó el más joven-. No hemos hecho cientos de millas para llegar hasta aquí y marcharnos con las manos vacías.
- En ese caso os marcharéis con unos cuantos dientes de menos.
Mary estaba asombrada por aquel alarde de valentía de Michael. No es que lo considerara un cobarde, de hecho, era todo lo contrario porque en sus tiempos juveniles se había metido en más de una pelea. Lo que la asombraba era su cambio de actitud. Probablemente, se había dado cuenta de que no representaban ninguna amenaza porque no iban armados. No eran más que un par de borrachos mugrientos, como Mary le había comentado hacía unos minutos.
- No buscamos pelea, pero si la quieres y pierdes, nos llevaremos los relojes y violaremos a tu chica -le provocó el que se llamaba Neil, clavando sus pequeños y vivarachos ojos negros en el cuerpo de Mary.
Ella sintió un asco atroz al escuchar aquellas palabras expresadas con ese tono tan libidinoso y vejatorio, pero no le dio tiempo a responder porque Michael ya había apresado a uno de los borrachos por las solapas de su vieja chaqueta para arrastrarlo fuera de la tienda.
- Mary, vuelve a tu habitación. Esto se va a poner muy feo -le ordenó él.
Ella observó que su mandíbula estaba muy tensa y que sus ojos destilaban una firme determinación por emprenderla a puñetazos con los dos hombres.
- No pienso irme a ningún sitio. Yo te he metido en esto y no voy a abandonarte ahora.
- Aquí no me sirves de nada.
- Encerrada en la habitación tampoco -replicó ella con mucha determinación.
El tipo de las barbas largas al que Michael tenía agarrado por las solapas de la chaqueta lanzó un puño huesudo hacia la cara de Michael. El puño sólo consiguió golpear el aire, pero el puñetazo que Michael le asestó no erró en su objetivo y se clavó en el estómago del ladrón. El hombre quedó doblado por la mitad, jadeando en busca de aire y mascullando palabrotas. En potentes vaharadas, a Michael le llegó su pútrido aliento a alcohol. El olor corporal que desprendía no olía mucho mejor.
El otro hombre, envalentonado y con una mueca de fiereza que distorsionada sus ya de por sí horrendas facciones, se quitó la mochila que colgaba de la espalda, se escupió en las sucias manos, y cargó con todas su fuerza contra Michael.
Aquel tipo engañaba, era más joven que el de las barbas y tenía la fuerza de un toro, así que, los dos cayeron sobre el polvoriento suelo sin asfaltar. Michael recibió el impacto de la caída sobre su espalda desnuda, y su adversario se subió a horcajadas sobre él, levantando un puño amenazador sobre su cara.
El olor era nauseabundo y casi logró atontarle, pero fue lo suficientemente rápido como para interceptar el puño con la mano, retorcérselo con violencia, y dirigir el suyo contra la mugrienta cara que le observaba desde arriba. Se lo quitó de encima de un empujón mientras el hombre soltaba alaridos y se frotaba la mandíbula dolorida. Justo cuando Michael se incorporaba, el otro oponente ya se había recuperado y cargó contra él como lo hacían los cobardes: por la espalda.
Un brazo huesudo y renegrido le rodeó por el cuello apretándoselo con fuerza.
- ¡Hijo de puta, ahora vas a ver lo que es bueno! -masculló cerca de su oreja. El olor volvió a revolverle las entrañas.
Sin demasiado esfuerzo por su parte, Michael arrancó el brazo que inútilmente trataba de asfixiarle y le hincó el codo en el estómago. Una, dos y hasta tres veces seguidas.
Lo dejó sin aliento.
Doblado por la cintura boqueaba como un pez, y Michael estaba seguro de que le había dejado fuera de juego y que podría dedicarse a doblegar al otro.
- ¡Michael, lo estás haciendo genial! -aplaudió Mary, fascinada por la facilidad con que los estaba reduciendo.
- ¡Cállate! -le ordenó él secamente.
Michael no podía negar que, después de todo, estaba disfrutando con la pelea, pero no soportaba pensar en la idea de que aquellos dos se valieran de alguna artimaña para tumbarlo y después cumplieran su amenaza. Imaginar que le hacían daño a Mary le enfermaba y por eso mismo le irritaba hasta exasperarle que ella permaneciera allí de pie como si estuviera contemplando un juego de niños. Quería que se largara y se escondiera, que se pusiera a salvo sólo por si las moscas. Pero Michael no podía obligarla a que acatara sus órdenes, no podía estar a tres bandas.
Michael se dio la vuelta para buscar al más joven, que ya estaba peligrosamente cerca de él, tanto que en esta ocasión le fue imposible esquivar el cuerpo del hombre. El ladrón le embistió por sorpresa y los dos rodaron por el suelo. El puño del maleante golpeó su cara con rabia, mientras le aferraba con la otra mano por el cuello.
Michael intentó desasirse antes de que el puño que blandía en lo alto de su cabeza volviera a impactar contra su cara. Pero aquel animal había enloquecido, y pese al alcohol que llevaba en el cuerpo y que podría haber tumbado incluso a un elefante, la ira había desentumecido por completo sus sentidos.
Michael lo agarró por los genitales y apretó sin contemplaciones. Su contrario aulló de dolor y le soltó inmediatamente, momento que Michael aprovechó para asestarle un golpe certero que lo dejó con la mandíbula temblando. Vio sangre en su boca antes de quitárselo de encima, y luego el hombre se puso a escupir mientras profería todo tipo de improperios y blasfemias.
Jadeando por el esfuerzo de la pelea y con la mano palpitando de dolor, Michael buscó al de las barbas y la larga melena y se quedó horrorizado con lo que presenció. Mary estaba encaramada a la espalda del pordiosero. Tenía las piernas desnudas enroscadas alrededor de su cintura y con un brazo le rodeaba el cuello. Con la mano libre golpeaba y tironeaba de los largos y grasientos cabellos, y el ratero giraba en círculos sobre sí mismo para quitársela de encima.
- ¡Ahora verás! -vociferaba ante el aluvión de golpes y tirones de pelo.
Michael sintió como si una mano invisible le estrujara el estómago cuando el tipo cesó de girar y, en su lugar, cambió de táctica y comenzó a correr de espaldas hacia la pared de la joyería para quitarse a Mary de encima.
- ¡Mary suéltate! -le gritó Michael a pleno pulmón, mucho más cabreado con la temeraria actitud de Mary que con el par de ladrones.
Mary no consiguió reaccionar a tiempo, y el impacto contra la pared le arrancó el aire de los pulmones. Su espalda y la parte posterior de la cabeza se llevaron la peor parte, y un dolor sordo y atronador se expandió hacia todos los lugares de su cuerpo. Los huesos le temblaron, los objetos se movieron y vio un centenar de estrellitas parpadeantes a su alrededor.
El andrajoso se separó de ella con una sonrisa de triunfo en los labios enterrados bajo la espesa pelambrera de su barba, y Mary se derrumbó en el suelo porque las piernas no la sostuvieron.
Michael surgió por la espalda de su agresor y le echó las manos a los hombros, interrumpiendo así la patada que el maleante estuvo a punto de propinarle a Mary. Jamás en su vida había visto a Michael tan fuera de sí. Vio tanta agresividad en el aluvión de golpes que sucedieron después, que temió que fuera capaz de matarlo con sus propias manos.
Cuando estampó el puño contra su nariz, Michael sintió el sordo crujido de sus huesos contra sus nudillos, y la sangre salió a borbotones de sus fosas nasales. Se la había roto y se alegraba de haberlo hecho, aunque la mano le dolía tanto que tuvo que apretar los dientes.
Michael volvió la cabeza un momento hacia ella, y sus ojos negros expresaron tanta preocupación que Mary se sintió enternecida.
- ¿Te encuentras bien? -le preguntó a Mary.
No, no se encontraba bien, le dolían hasta las pestañas, pero se hizo la valiente y trató de incorporarse para que Michael volviera a centrarse en los ladrones y dejara de preocuparse por ella.
- Estoy bien.
Mary trató de sonreír mientras la cabeza continuaba dándole vueltas. Necesitaba ir con urgencia a su habitación para tragarse unas cuantas aspirinas, pero aguantó con estoicismo el dolor y las náuseas.
- Luego hablaremos seriamente de eso que acabas de hacer -le dijo él con sequedad.
Mary no tuvo el valor de contestarle.
El harapiento ladrón lloriqueaba por el dolor de su nariz rota, y Mary estaba segura de que si todavía se sostenía en pie era porque las manos de Michael aún lo aferraban de las ropas. Le propinó un último golpe de gracia en el estómago que fue el definitivo. El hombre que se llamaba Neil cayó al suelo y se retorció de dolor, sin fuerzas para volver a ponerse en pie.
Ninguno de los dos ladrones parecía disponer de aliento para continuar con la pelea. Con los rostros ensangrentados y los cuerpos maltrechos, aunaron las pocas fuerzas que les quedaban para levantarse del suelo con el único propósito de alejarse renqueando por la calle. Michael les dejó ir en lugar de llamar al sheriff. No les había dado tiempo a llevarse nada de la joyería y estaba seguro de que no volverían a pisar Alvertoon nunca más.
Después fue al lado de Mary, que continuaba apoyada contra la fachada de la joyería. La tomó por los brazos y la miró seriamente a los ojos azules. Estaba un poco pálida y el dolor le hacía fruncir el ceño pero, aun así, le sonrió con los labios y con los ojos.
- ¿Cómo diablos se te ha ocurrido hacer una cosa así? ¿En qué estabas pensando? ¡Este tío podría haberte matado! -le espetó, furioso por su conducta insensata.
- Intentó agredirte por la espalda cuando tú estabas ocupándote del otro, y no pude permitir que lo hiciera -se defendió-. No deberías estar tan cabreado, hemos formado un buen equipo y ellos no se han salido con la suya.
- No quiero que vuelvas a hacer algo así jamás en tu vida.
Mary se mordió el labio inferior. Michael estaba realmente afectado y preocupado, pero ella se sentía halagada. Tenía la sensación de que la había defendido a ella más que a la joyería del señor Adams. Fue escuchar lo que los ladrones tenían pensado hacerle y Michael reaccionó como el héroe al que interpretaba en sus películas, sólo que ese héroe era de carne y hueso y tenía la mano hinchada por los puñetazos y un moretón en la mejilla.
- Vale -asintió Mary.
Michael movió la cabeza. La impulsividad de Mary era un rasgo encantador de su personalidad que a la vez podía resultar exasperante. Estaba empezando a recordar con total detalle las intensas emociones que sintió mientras estuvo con ella. Emociones que no había vuelto a experimentar jamás en su vida.
- ¿Puedes andar?
- Claro.
- ¿Dónde te has golpeado?
- En la espalda y en la cabeza. Pero estoy bien, ya apenas me duele -mintió-. ¿Cómo estás tú?
- Deseando meter la mano en una cubitera -contestó- y apesto como si me hubiera revolcado en una gorrinera.
- Yo también. Esos tipos no conocen la existencia del agua y el jabón -sonrió.
Michael alzó una mano y acarició el ovalo del rostro de Mary con la yema de los dedos. La repentina dulzura de aquel contacto, en contraposición con la rudeza que acababa de demostrar, hizo que las piernas de Mary flaquearan un poco más.
- Me he llevado un buen susto -le dijo él con la voz más calma-. Si te llega a pasar algo les habría matado.
Mary le creyó. Sus palabras no podían ser más directas y categóricas y a ella le llegaron directas al corazón. Lo mismo que aquella caricia sutil que él prolongó durante interminables segundos en los que Mary se olvidó de su dolor físico por completo.
Cruzaron la calle desierta y regresaron a la pensión en silencio. Con los cuerpos doloridos subieron las escaleras tratando de no hacer ruido para no despertar al resto de los huéspedes. A pesar del jaleo que se había organizado en la calle, las gentes de Alvertoon debían tener un sueño muy pesado y profundo porque nadie se hizo eco de la pelea.
Michael tomó un poco de hielo de una máquina del pasillo e introdujo la mano en la cubitera de plástico mientras Mary trataba de recordar dónde había puesto las llaves de su habitación. No las llevaba encima. Inclinó la cabeza, se llevó una mano a la frente en postura reflexiva y trató de recordar qué había hecho con ellas mientras Michael se aproximaba de nuevo y le preguntaba al respecto.
- ¿Qué te sucede? ¿De verdad te encuentras bien?
Le acarició el hombro desnudo, y un agradable estremecimiento fue la respuesta involuntaria de su cuerpo.
- Oh sí, estoy bien, es sólo que… -frunció el ceño y, finalmente, levantó el rosto hacia él- creo que me he dejado las llaves dentro de la habitación.
- Vaya…
- Sí, vaya. Tendré que despertar a la señora Harris. Si no recuerdo mal, tenía su vivienda en la planta baja.
- No hay necesidad alguna de que la despiertes. Puedes dormir conmigo -Mary abrió mucho los ojos y le miró en silencio sin pestañear-. La cama es grande y los dos somos adultos, no veo ningún inconveniente en que pasemos la noche juntos.
A Mary se le ocurrieron cien mil inconvenientes distintos en el transcurso de un segundo y ni una sola razón -aparte de no tener las llaves de su habitación- para hacerlo. Sin embargo, su corazón y su cabeza volvían a tirar por caminos opuestos.
- Tengo las aspirinas en mi bolsa de aseo. Ahora mismo las necesito como respirar -dijo ella, por poner una excusa.
- Yo también he traído aspirinas, vamos.