CAPÍTULO 07
Una ducha rápida y por turnos les devolvió su anterior aspecto y se llevó todo rastro del insoportable hedor que aquellos tipos habían dejado en sus ropas y en su piel. Mary se había puesto una camiseta de algodón que Michael le había prestado y que apenas le cubría hasta las ingles, y él apareció con un slip negro que se le adherían como un guante a aquella pelvis tan sexy. Él ya había demostrado no tener ningún problema en exponer su desnudez, así que, Mary renunció a la idea de comentarle que se cubriera con algo más de ropa si iban a compartir la cama.
Michael volvió a introducir la mano en la cubitera y se sentó en la cama.
- ¿Qué tal tu cabeza?
Mary se frotó el lugar donde se había golpeado. Tenía un chichón de considerables dimensiones pero el dolor había menguado un poco.
- Las aspirinas comienzan a hacer su efecto -comentó, sin saber muy bien si debía meterse en la cama o continuar dando vueltas por la habitación.
Michael la observó con creciente curiosidad, pero pronto focalizó su atención en las bonitas piernas de Mary. No creía que fuera capaz de pegar ojo en toda la noche con ella tendida en su cama. La relación entre los dos comenzaba a guiarles por los mismos derroteros que antaño y, a cada minuto que pasaba a su lado, le costaba más controlar la atracción que sentía hacia ella.
Conocía a Mary lo suficiente como para saber que a ella le sucedía lo mismo.
- ¿Y tu mano? -preguntó Mary.
- Mucho mejor también.
De repente, parecía como si se les hubieran agotado todas las conversaciones y no tuvieran nada que decirse excepto aquel cruce de palabras cordiales. Trataban de ignorar que la atmósfera se había cargado de tensión sexual, pero era imposible esconderse de ella. Había terminado sucediendo pese a los vagos esfuerzos de ambos -muy vagos- por mantener a raya la atracción que sentían el uno por el otro.
Michael dejó la cubitera de hielo sobre la mesita de noche y consultó la hora. Eran las tres y media de la madrugada y los ojos le escocían como si tuviera arena en ellos.
- Venga, deja de dar vueltas por la habitación y durmamos un rato -señaló el lado de la cama de Mary y se tumbó.
- Sí, durmamos -dijo ella.
Mary estaba atrapada en la conclusión de que debía haber despertado a la señora Harris para que le abriera la puerta de la habitación. Pero ya era demasiado tarde para buscar otra solución.
Desde que había llegado a Alvertoon y se había encontrado con Michael, no hacía otra cosa más que favorecer ese tipo de situaciones tan íntimas, pero ésta trasgredía todos los límites y controles. Era imposible pensar con frialdad cuando iba a pasar la noche compartiendo la cama con Michael, el cual estaba prácticamente desnudo.
Durante los años posteriores a su marcha de Alvertoon, Mary siempre se preguntó cómo habría sido hacer el amor y perder la virginidad con Michael. Él se lo proponía siempre que sus caricias y sus besos se volvían tan fogosos que era una tortura detenerse. Si Mary siempre se negó no fue porque no estuviera segura de sus sentimientos hacia Michael o porque no le deseara tanto como él a ella. Tenía miedo a la posibilidad de quedarse embarazada y a las represalias de sus padres, cuyas medidas habrían sido drásticas y radicales. En más de una ocasión les escuchó decir que deberían internarla en algún centro privado de la ciudad por el simple hecho de que no les gustaba que anduviera en la compañía de Michael Gaines.
A Mary se le quedó esa espina clavada y siempre se arrepintió de no haber consumado con Michael el amor que los dos sentían. Le habría gustado que él fuera su primer hombre en todos los aspectos.
Y ahora, diecisiete años después, iba a pasar la noche con él. Y le deseaba de una manera desmedida, le apetecía tanto enredarse entre sus brazos y que le hiciera el amor que la necesidad, tanto física como emocional, le dolía.
Secundó a Michael y se tumbó en la orilla de cama para que sus cuerpos no se rozaran. Alargó la mano y apagó la luz de la lamparilla que había sobre la mesita de noche. La habitación no quedó en tinieblas, sino que una suave luz grisácea se filtraba a través de las cortinas raídas que ocultaban la ventana. Mary se puso boca arriba y entrelazó las manos por encima del vientre. Aunque no se tocaban, era tan consciente de la presencia de Michael que podía sentirle con cada uno de sus cinco sentidos. Cerró los ojos y trató de dormir, pero los minutos iban pasando lentos y monótonos, y sabía que Michael tampoco lograba conciliar el sueño porque, de vez en cuando, se removía a su lado.
A su debido momento, Mary sintió la necesidad de establecer diálogo con él. Tal vez así se disolvería la tensión.
- Perdona por haberte metido en este lío.
- Hiciste lo que tenías que hacer. Tengo un despertar horrible si no he dormido las horas que mi cuerpo necesita y me costó bastante comprender la gravedad de la situación. Pobre señor Adams, su familia entera vive de ese negocio para que vengan un par de ladrones a tirar por tierra en unos minutos todo lo que él ha levantado a lo largo de una vida -reflexionó, con el timbre relajado y ronco.
- Imagino que mañana tendremos que dar cuentas al sheriff Marshall de lo que ha sucedido. El señor Adams verá que la cerradura de la puerta ha sido forzada y lo denunciará -comentó ella. Volvió la cara hacia Michael y estudió su perfil-. Has estado muy bien. Pero reconozco que a veces soy demasiado imprudente. Podrían haber sacado una navaja de cualquier sitio y… no podría perdonarme que te hubieran hecho daño por mi culpa.
- Cuando les vi de cerca supe que podría reducirles con facilidad -buscó su mano en la oscuridad y la apretó ligeramente-. Lo que me he enfureció de veras fue verte encaramada a la espalda de ese tío -le reprochó otra vez, con los ojos negros clavados en ella.
Mary se puso de lado y observó su rostro apenas iluminado en la penumbra de la habitación. Sin pretenderlo, su rodilla rozó el muslo desnudo de él y Mary se estremeció, pero no rompió el contacto.
- Me siento muy feliz por haber vuelto a encontrarte -le dijo Mary.
Michael sonrió.
- Yo también. Me he acordado mucho de ti a lo largo de todos estos años.
- ¿En serio? ¿Con lo ocupado que habrás estado?
- Eso es indiferente, el pensamiento es libre -contestó él-. Me he preguntado muchas veces qué habría sido de ti. Si todavía continuarías viviendo aquí, si te habrías casado y tenido hijos, si tú también te acordarías de mí…
- Te he recordado cada día de mi vida -le confesó ella-. Fuiste mi primer amor y no he vuelto a amar a nadie como te quise a ti. Tampoco he vuelto a conocer a ningún hombre como tú.
El corazón de Mary se aceleró cuando Michael llevó la mano hacia su rostro y le acarició la mejilla con el pulgar. Después le tocó los labios, que se abrieron por inercia ante tan sinuosa caricia.
- ¿Tú crees en el destino? -susurró Mary contra la yema de su dedo.
- No, pero ahora mismo no sé qué pensar.
- Es que todo me parece demasiado fortuito como para achacárselo a la casualidad.
- Quiero besarte.
- ¿Y por qué me pides permiso?
- Porque si empiezo no podré detenerme.
- Pues no te detengas.
Michael se incorporó levemente sobre la cama y descendió la cabeza sobre la de Mary hasta que sus labios hicieron contacto con los de ella. Los movió con suavidad y Mary respondió a su beso con entrega. Después se separó para mirarla y le gustó lo que vio. No había dudas ni reservas en sus ojos azules, sólo una plena predisposición a abandonarse a él por completo.
Mary enlazó los dedos en sus cabellos negros y le miró con los ojos anhelantes. Entonces la besó con mayor determinación, acariciándole los labios con la lengua e indagando su sabor.
Michael la preparó con esmero hasta que Mary gimió contra su boca. Su lengua se unió a la de ella y el beso se tornó hambriento por parte de los dos. El calor de Michael la abrasó y se sintió crepitar como leña consumida por el fuego. Michael se acomodó sobre el cuerpo de Mary, apoyándose en los brazos para no lastimarla y tomó su cabeza entre las manos mientras profundizaba el beso y absorbía con deleite los gemidos y ronroneos que se escapaban de la garganta de ella. Mary le echó los brazos alrededor de los hombros y enlazó los dedos entre mechones de cabello. Sentir su cuerpo grande y fuerte sobre el suyo la excitó tanto que le buscó con las caderas.
Michael se separó un momento de ella. Los dos jadeaban y los dos querían dejarse llevar por el deseo que nunca pudieron satisfacer de jovencitos. Michael acarició su mejilla con los nudillos, se inclinó sobre ella y apoyó la frente en la de Mary.
- Deseo hacerte el amor más que cualquier otra cosa en el mundo -su voz era un ronco susurro-. Pero si tienes alguna clase de duda, por mínima que sea, dímelo ahora. Después ya será demasiado tarde -insistió.
- Nunca en mi vida he estado tan segura de querer hacer algo. Me arrepentí tanto de no hacer el amor contigo cuando tuvimos la ocasión…
- Quizás no fue el momento. Apenas eras una niña y yo era un joven de dieciocho años con las hormonas descontroladas.
- Pues ahora estamos en igualdad de condiciones.
Ella le tentó volviendo a mover las caderas contra las suyas. El contacto de su miembro rígido contra su pubis le arrancó un suspiro de placer que Michael sintió como un atentado contra su control. Mary buscó su boca y reanudó un beso cargado de pasión que les condujo rápidamente al límite. Entre ellos había algo más que deseo sexual. Las caricias incesantes, los besos sedientos, los murmullos de éxtasis y las miradas tiernas e intensas rezumaban tantos sentimientos como deseo.
Michael tomó la camiseta de Mary por la cinturilla y tiró de ella hacia arriba hasta sacársela por la cabeza. Conocía sus senos, cómo olvidarlos, pero ahora eran más plenos y Michael se dedicó a lamerlos y chuparlos, a moldearlos a su antojo con las manos mientras ella se retorcía bajo su cuerpo y le suplicaba que se apresurara.
Mary descendió una mano entre sus cuerpos hasta que topó con la durísima erección todavía apresada por el slip. Él murmuró entre dientes cuando Mary introdujo la mano bajo la tela para apropiarse de su miembro. Mary cerró la mano en torno a su grosor y lo recorrió con dedos impacientes hasta que lo sintió crecer y endurecerse un poco más contra la palma de la mano.
Mary buscó en sus ojos su respuesta y la encontró en cuanto Michael alzó la cabeza de sus pechos y la miró con los ojos ensombrecidos de deseo. Ella intensificó la caricia y Michael apretó los dientes.
- Vas demasiado rápido.
- ¿Diecisiete años de espera te parece ir rápido? -Michael sonrió-. Estoy preparada y quiero ir al grano, no necesito ningún preámbulo.
Michael agradeció su impaciencia, le encantó su tono autoritario y se dejó llevar complacido por él. Deslizó sus braguitas por las caderas y luego acarició su pubis suavemente.
Mary se removió con la respiración agitada y Michael internó los dedos entre los pliegues lubricados y los movió para familiarizarse con ella y con sus reacciones. El éxtasis desfiguró sus facciones y Michael comprobó por sí mismo que sus palabras eran ciertas, Mary no necesitaba de jueguecitos sexuales y él tampoco.
Michael abandonó aquella cálida y estrecha gruta y la tomó por las nalgas desnudas para encajarla debidamente contra sus caderas. Mary sintió su erección pugnando contra su inflamado sexo y emitió un prolongado suspiro de placer. El cuerpo se le puso en tensión, expectante y preparado para recibirle, pero él se empeñaba en retrasar todo lo posible el momento de penetrarla.
Michael atacó su cuello con la boca y su lengua hizo virguerías sobre su piel. Mary separó las piernas y le rodeó los riñones. La ansiedad por tenerle dentro de ella crecía y le quemaba las entrañas.
- Ahora, Michael -le suplicó Mary con la voz deformada.
- Si supieras la de veces que fantaseé con esto… todas las noches me tumbaba en mi cama y soñaba con tenerte tal y como te tengo ahora -hizo un poco de presión e introdujo la mitad de su miembro dentro de ella. Mary ahogó un jadeo y Michael apretó las mandíbulas-. Ya entonces sabía que hacer el amor contigo tenía que ser una experiencia maravillosa pero, francamente, lo que estoy sintiendo ahora supera todas las expectativas.
Mary hincó los dedos en su espalda y se mordió el labio mientras él continuaba empujando, sin apartar la mirada de sus ojos azules.
- Estoy… estoy de acuerdo contigo. Dios mío…
Cuando Michael se enterró en Mary por completo, ella tenía el pulso tan acelerado y la entrepierna tan estimulada que supo que tendría un orgasmo rápido y aplastante. A Greg le costaba lo suyo conducirla a ese estado, pero Michael solo tuvo que poner sus dedos encima de ella para hacer que su cuerpo estallara en llamas.
A Michael le embargaba una emoción inexplicable. Pasado y presente se estaban mezclando en su cabeza y los diecisiete años transcurridos se esfumaron de un plumazo. Volvía a sentir el ímpetu y la fogosidad de la juventud, volvía a sentir que deseaba a Mary Cassat por encima de todas las cosas. Lo único que le importaba en ese momento era hacerla suya, el mundo podría extinguirse y a él no le importaría lo más mínimo.
Empezó a moverse lentamente sobre Mary, dándole tiempo a que se habituara a él mientras observaba, embebido, sus rasgos desfigurados por el placer. Sin embargo, ella no mentía cuando decía que estaba preparada y pronto le exigió un ritmo mucho más rápido y profundo que Michael estuvo encantado de proporcionarle. Mary apretó los labios y ahogó como pudo los gemidos que le arrancaban su gozo, y Michael hubo de hacer un esfuerzo inhumano para controlar sus impulsos y que Mary llegara antes que él.
Michael halló la señal de que ella se aproximaba al clímax en lo rígido que se puso su cuerpo femenino bajo el suyo. Mary agarró las sábanas, arqueó las caderas contra las suyas y pronunció su nombre con la voz distorsionada. Él aceleró sus envites y sus pechos golosos bailaron frente a su hambrienta mirada. Los progresivos gemidos de Mary le indicaron que agradecía aquellas penetraciones desenfrenadas. Ella cerró las piernas alrededor de sus caderas y curvó el cuello sobre la almohada. Él le besó la garganta y lamió la piel donde sus pulsaciones se percibían desbocadas.
- No puedo creer que me haya estado perdiendo algo tan fabuloso -murmuró contra su oído.
- Estamos a tiempo de… de resarcirnos.
El orgasmo les alcanzó con la fuerza de un huracán. Mary llegó primero, y su placer fue tan afilado y prolongado que creyó marearse entre sus brazos. Michael la secundó al instante, con la sensación de que algunas partes de su cuerpo se habían derretido por completo. La besó en la boca para sofocar sus jadeos. A esas horas de la madrugada todo el mundo dormía y, como ya habían tenido ocasión de comprobar, las paredes eran de papel.
Con las fuerzas consumidas, Michael se desplomó a su lado y respiró profundamente para llenar de aire sus pulmones. Mary tenía la palma de la mano sobre sus pechos, que subían y bajaban rítmicamente. En cuanto Michael la miró al rostro arrebolado, supo que la satisfacción que acababan de obtener era efímera y que pronto sus cuerpos les reclamarían un segundo asalto.
Mary deslizó la mano sobre el colchón y entrelazó los dedos a los de Michael.
- Ahora entiendo que Martha siempre me esté repitiendo que el sexo para ella es algo glorioso -susurró Mary.
- ¿Quién es Martha?
- Mi mejor amiga. Aunque no creo que Martha pueda superar esto -sonrió.
No era un buen momento para hablar de si las relaciones sexuales de Mary eran o no satisfactorias, pero había dejado entrever que no lo eran. Michael no sintió la necesidad de agregar nada más, en su lugar, se volvió hacia Mary y le retiró de la frente un mechón de cabello pelirrojo.
- Eres una mujer increíble, Mary. No parece que el tiempo haya transcurrido para ti. Has madurado pero, en el fondo, sigues siendo la misma. Exactamente igual a como te recordaba -sus dedos acariciaron su mejilla, descendieron por su cuello y trazaron círculos sobre su seno hasta llegar a su pezón-. Bueno, en algo sí que noto que han transcurrido los años -rectificó, al tiempo que su pezón se erguía bajo el contacto de su tierna caricia-.tu precioso cuerpo de adolescente se ha convertido en un cuerpo tan femenino y tan sensual que siento ganas de devorarte.
Mary se echó a reír. Sí, habían transcurrido un montón de años entre la jovencita que fue y la mujer que era ahora aunque, desde que había vuelto a pisar las tierras de indiana, volvía a sentirse como si tuviera de nuevo quince años.
- Tú tampoco has cambiado tanto después de todo. Siempre imaginé que el éxito, el dinero y las mujeres habrían hecho de ti otra persona. Pero el único cambio que encuentro son estos músculos tan atractivos -paseó una mano sobre sus pectorales, acariciando el vello de su pecho-. Yo también quiero devorarte.
Fue Mary quien abandonó su lado de la cama para subirse sobre el cuerpo de Michael. Él le acarició las nalgas desnudas y el contacto de su entrepierna caliente contra su pene volvió a avivar su deseo.
- ¿Cuánto tiempo crees que nos llevará «resarcirnos»? -preguntó él.
- Nos llevaría toda la vida -contestó Mary.
Michael se echó a reír y luego le dio un beso profundo y devastador.
- No perdamos más tiempo entonces.