CAPÍTULO 05

- ¿Qué haces con la bestia peluda?

- Nos hemos hecho grandes amigos -acarició la barriga de Bruno-. Lo encontré esta mañana temprano cuando salí a desayunar y ha seguido cada paso que he dado a lo largo del día.

- Después de todo, parece que tienes ojo con los animales. ¿Puedo? -señaló al suelo y Mary asintió gustosa.

- Claro, siéntate -lo invitó-. ¿Qué tal tu día?

Michael tomó asiento, apoyó la espalda contra el tronco del árbol y flexionó las largas piernas.

- Ha habido un poco de todo. He encontrado aquel viejo lago al que se accedía subiendo por la montaña. ¿Lo recuerdas? -Mary asintió, fueron allí muchas veces cuando eran adolescentes-. Ahora el acceso es todavía más complicado, el camino es mucho más estrecho y la pendiente más pronunciada, pero vale la pena subir hasta allí arriba. El lago permanece intacto -Mary estuvo a punto de decirle que le habría gustado ir con él-. Después he viajado hacia el sur y entonces es cuando me he topado con una manada de toros salvajes que han estado a punto de enviarme sin billete del vuelta hacia el otro barrio.

- ¿Una manada de toros salvajes? -preguntó con sorpresa.

- Pastaban tranquilamente en un prado a varias millas de aquí, en aquella dirección -señaló hacia el sur-, cuando me di cuenta de que el sonido del motor les estaba alterando ya era demasiado tarde para retroceder. Empezaron a correr campo a través en dirección a la carretera y parecían salir de todas partes. Faltó así -juntó las yemas de los dedos hasta casi rozarlas- para que me embistieran. Los dientes de la bestia peluda son un juguete infantil si los comparo con los cuernos enormes y puntiagudos que tenían los toros.

- Dios mío, no puedo creerlo…

A Mary se le distendió el rostro hasta que irrumpió en carcajadas. Michael presenció con una mueca de ironía cómo a ella se le saltaban las lágrimas de los ojos y se retorcía de la risa.

Una risa que sonaba sexy y embaucadora.

- ¿Te he dicho ya que he estado a punto de morir?

Mary apenas podía hablar, cada vez que lo intentaba un nuevo golpe de risa se tragaba sus palabras. Se retiró las lágrimas de los ojos con las yemas de los dedos e hizo unas inspiraciones profundas hasta que las carcajadas disminuyeron de intensidad.

- Creo que es lo más gracioso que he escuchado nunca.

Michael arrimó su hombro al de ella y le asestó un pequeño empujoncito.

- Te lo parece porque no eras tú la que conducía.

- Evidentemente -sonrió Mary-. Me encantan los animales pero, sobre todo, los que no tienen cuernos.

- Me pregunto quién diablos es el propietario de esa manada de toros salvajes y qué demonios hacían pastando al aire libre al lado de una carretera -movió la cabeza-. Debería denunciarlo.

- Supongo que no hay mucho tráfico por las carreteras secundarias y por eso no hay ninguna clase de control.

- Por si no lo recuerdas, todo son carreteras secundarias desde aquí hasta Indianápolis -dijo con aspereza-. El subidón de adrenalina me ha provocado un hambre voraz. ¿Te apetece compartir una pizza grasienta conmigo?

Todavía faltaba una hora para la cena, el sol ni siquiera se había puesto por detrás de las montañas, pero a Mary le pareció buena idea porque no había comido mucho y sentía un poco de hambre. Además, después de pasarse todo el día sola -sin subestimar la compañía de Bruno- le apetecía un poco de conversación con otro ser humano. Así que, aceptó.

Michael se levantó de un salto, mostrando una agilidad increíble para un cuerpo tan grande y de una estatura tan elevada. Se dirigió hacia las alforjas de su Harley y sacó el envase de cartón con el logotipo de la pizzería del pueblo. También sacó dos cervezas frescas, una de ellas se la tendió a Mary cuando volvió a tomar asiento.

Ella creyó que regresarían al pueblo para cenar en la pizzería, no esperaba que Michael hubiera traído la cena consigo. No obstante, ese plan le gustó mucho más que el otro. No había ni punto de comparación entre una cena en plena naturaleza y otra encerrados en la destartalada pizzería de Alvertoon.

- Las había de tres o cuatro sabores diferentes pero me decanté por la de queso y jamón. Si no recuerdo mal era tu preferida.

- Lo sigue siendo -asintió, agradecida por el detalle.

Michael colocó el envase entre sus dos cuerpos y el apetitoso olor flotó en el aire en cuanto retiró la tapadera. Tenía una pinta deliciosa. Bruno, que había permanecido dormitando durante todo el rato, alzó una oreja y abrió los ojos, probablemente, cautivado por el rico aroma. Mary tomó una de las porciones y se la dio a Bruno ante la áspera protesta de Michael. Él intentó recuperar el trozo, pero Bruno ya lo había apresado entre los dientes y no estaba dispuesto a soltarlo. Mary volvió a reír.

- Buen perrito -le rascó entre las orejas.

Michael le lanzó una mirada árida.

- No vuelvas a hacer eso. Yo estoy mucho más hambriento que el perro.

- Lo siento, pero cuando me pone esos ojitos no puedo evitarlo.

- ¿Así es como uno consigue lo que quiere de ti? ¿Poniéndote ojitos?

- Sólo funciona con los animales.

- Me lo suponía -dio el primer bocado y lo saboreó con deleite-. ¿Tienes animales en casa?

- Dos perros y una gata. A Rudolph y a Drako, los perros, los encontré abandonados en la calle cuando no eran más que unos cachorros. Missy me la regaló mi madre. Es una gatita de angora preciosa y tiene mucho carácter. Se lleva bien con los perros.

Michael no tenía nada en contra de los animales, le gustaban, pero prefería que estuvieran en casa de otros.

- ¿Y tú? ¿Qué has hecho a lo largo del día?

Mary se encogió de hombros.

- Nada interesante. Estuve en la plaza del pueblo dando un paseo.

- Se me había olvidado que por estas fechas tenía lugar la feria anual.

- Yo tampoco lo recordaba. Tendrías que ver la que están organizando -le describió un poco por encima todo lo que había visto-. No tiene nada que ver con las ferias que se organizaban hace años. Ahora hay muchos más puestos y casetas. Podríamos pasarnos pasado mañana -le sugirió con la voz un poco vacilante.

- Me encantaría volver a revivir todo aquel ambiente. Hace tanto tiempo que no hago las cosas que suele hacer la gente anónima que estoy disfrutando mucho de este viaje -Michael se chupó la punta de los dedos, había olvidado traer servilletas de papel-. ¿Has dicho que ahora tocan grupos en directo?

- Sí, estaban colocando los instrumentos en el escenario.

- Vaya, el alcalde ha tirado la casa por la ventana.

Apuraron las pizzas mientras conversaban sobre la feria anual y recordaban cómo eran en el pasado y las cosas que ellos solían hacer. Pasaron un buen rato hablando de ello hasta que comenzó a oscurecer. Recogieron los restos de la cena y regresaron al pueblo caminando porque Mary no quería dejar a Bruno solo si subían en la moto.

Esa misma noche de madrugada un sonido sordo y repetitivo arrancó a Mary de su sueño. Abrió los ojos, un tanto desorientada, pero cuando el sonido se filtró en su conciencia afinó los oídos, sin conseguir determinar cuál era su procedencia. Mary se incorporó lentamente sobre la cama, se puso en pie y luego caminó hacia la ventana de la habitación. Mientras se aproximaba escuchó unos susurros masculinos en el exterior, eran voces apagadas que le parecieron un tanto intrigantes. Su intuición no le falló, cuando se asomó por la ventana, vio a dos hombres apostados frente a la puerta de la joyería del señor Adams.

A pesar de que la calle estaba parcialmente a oscuras, el trémulo halo de luz de la farola más cercana iluminaba vagamente sus amenazantes siluetas. Eran dos maleantes sucios y harapientos cuyo propósito era saquear la joyería. Mary vio que estaban provistos de ganzúas con las que trataban de abrir la cerradura.

¿Cuál sería el teléfono del sheriff Marshall? ¿Continuaría ejerciendo él el cargo? Había una guía sobre su mesita con teléfonos de interés de Alvertoon, pero no recordaba haber visto el del sheriff. Aquel era un pueblo sumamente tranquilo y casi nadie requeriría de sus servicios y menos a horas tan intempestivas.

Mary salió a toda prisa de su habitación y se dirigió hacia la de Michael. En el pasillo estaban encendidas las luces de emergencia y le llegaron los ronquidos de algunos de los huéspedes. Michael iba a enfadarse mucho por despertarle a esas horas de la madrugada, pero no se le ocurría hacer otra cosa para detener a los ladrones.

Aporreó con los nudillos la puerta sin ningún tipo de miramientos y escuchó el áspero gruñido de Michael al otro lado de la puerta.

- ¿Quién diablos es?

- Soy yo, Mary. Abre la puerta -masculló.

- Lárgate a tu habitación -le dijo, con la voz pastosa por el sueño.

- Vamos Michael, necesito que abras la puerta ahora mismo. No quiero despertar al resto de huéspedes.

Michael no contestó.

- ¡Michael!

Volvió a tocar con los nudillos en la puerta y, desde dentro, le llegó una maldición.

- ¿Se puede saber qué es lo que quieres a las dos de la madrugada? -le espetó-. A no ser que vengas a buscar sexo será mejor que te largues a tu habitación.

Mary se quedó de piedra, pero estaba segura de que había soltado esa frase sin ser muy consciente de lo que le decía.

- Michael, ábreme ahora mismo. Tengo que tratar contigo un tema de suma importancia -lo increpó.

- ¿De qué diablos se trata?

Si se lo decía, probablemente hundiría la cabeza bajo la almohada y la ignoraría.

- Un bicho horrible se ha colado por la ventana de mi habitación. Está debajo de la cama haciendo un ruido que me pone los pelos de punta -improvisó-. Creo que quiere atacarme Michael. ¡Necesito que lo saques de ahí!

- Maldita sea.

Los muelles de la cama crujieron estrepitosamente bajo el peso de su formidable cuerpo y Mary se apartó un poco de la puerta. Cuando él la abrió la luz plata de las luces de emergencia se derramó sobre su cuerpo completamente desnudo. A Mary se le abrieron los ojos desmesuradamente y durante unos segundos larguísimos, no fue capaz de hacer otra cosa salvo recorrer con la mirada los centímetros y más centímetros de duros músculos que quedaban al descubierto. Algunos ya había tenido ocasión de verlos y hasta de tocarlos, pero el que más le llamó la atención fue el que no había visto antes, ése que pendía entre sus largas piernas. Como era lógico estaba flácido pero, aun así, tenía un tamaño espléndido.

Mary trató de apartar la mirada de ese punto tan interesante, pero su cuello se había quedado rígido y se negaba a obedecer. Michael no parecía muy consciente ni de su desnudez ni de los estragos que había causado en Mary, y no reparó en ello hasta darse cuenta de que Mary no apartaba la vista de su entrepierna.

- ¿Qué sucede? ¿Es que nunca has visto a un hombre desnudo?

- Pues… -Mary se aclaró la garganta y se obligó a mirarle a los ojos. Desde luego, nunca había visto a uno como ése-. Claro que sí pero… preferiría que te cubrieras con algo mientras… espantas al bicho que hay en mi habitación.

Michael se dio la vuelta, lo que favoreció otra magnífica vista de su trasero, y regresó con un cojín cubriéndose los genitales. Sólo entonces Mary fue capaz de recordar el motivo por el que estaba allí. Mary también había olvidado por completo que su pijama verde, formado por unos pantalones cortos hasta la ingle y una camiseta de tirantes muy escotada que se transparentaba, tampoco era muy decoroso. Además, conforme Michael se despejaba, también reparó en ello y eso contribuyó a que Mary se ruborizara un poco más.

- Me temo que con el cojín no será suficiente.

¿Eran imaginaciones suyas o había tartamudeado? Se mordió el labio inferior mientras Michael soltaba el cojín y agarraba unos vaqueros usados que se colocó frente a sus ojos aturdidos. Estaba segura de que esa visión le iba a perseguir de por vida y se iba a convertir en parte de sus fantasías.

A regañadientes, Michael siguió a Mary hasta su habitación.

- ¿Dónde está el maldito bicho? -Michael hizo ademán de encender la luz pero Mary se abalanzó sobre él.

- ¡No! No enciendas la luz. Podrían vernos.

- ¿Quiénes? ¿El bicho? No son horas para gastar bromas, Mary.

- Los ladrones. Ellos son quienes podrían vernos -murmuró.

- ¿Qué ladrones?

- Los que están intentando asaltar la joyería.

Mary tomó a Michael por la muñeca y, a oscuras, tiró de él hacia la ventana. El par de tipos forcejeaban con la cerradura y Mary se impacientó.

- Tenemos que detenerlos.

- ¿Detenerlos? ¿Nosotros? -dijo con voz incrédula-. ¿No se te ha ocurrido telefonear al sheriff Marshall?

- No conozco su número y en la guía no aparece.

- ¿Y pretendes que baje a la calle y me enfrente a dos ladrones que probablemente vayan armados?

- No creo que vayan armados. Sólo son un par de mendigos borrachos -replicó ella-. ¿No has visto cómo se tambalea el de las barbas?

- Escucha. En cuanto rompan la cerradura la alarma sonará y el sheriff se personará para controlar la situación. Yo me vuelvo a la cama.

- ¿Y si no hay ninguna alarma?

- ¿Cómo no va a haberla en una joyería?

- Pues porque esto es Alvertoon -contestó Mary.

- Dales un par de gritos desde la ventana. Eso servirá.

- ¡Michael! No puedo creer que no te importe que estén robando delante de nuestras narices -le reprochó en susurros, resistiéndose a soltarle la muñeca-. Es nuestro deber cívico impedírselo.

- Mary, tú y tus actos impulsivos…

Más abajo, la puerta cedió con un suave clic, pero ninguna alarma se puso a sonar para sorpresa de Michael. Mary lo miró con las cejas arqueadas, esperando una reacción por su parte que no se producía. Michael tenía el cerebro espeso por el sueño y ella no podía esperar a que se despejara para que entendiera la gravedad de la situación.

Mary corrió hacia sus ropas, que había dejado sobre el aparador. Se las colocó atropelladamente y se calzó unas zapatillas de deporte.

- ¿Qué haces? -le preguntó él desde la ventana.

- Detenerlos yo misma, por supuesto -aferró el pomo de la puerta al mismo tiempo que la mano de Michael aferraba su muñeca.

- ¿Has perdido el juicio? ¿Pretendes mirarlos a los ojos e intentar leer a través de ellos para ver si son o no peligrosos? ¡son ladrones, por el amor de dios! ¡Y tú no eres más que una chica imprudente con un vestido escotado que, lejos de espantarles, les excitará! -masculló él.

Michael por fin se había espabilado, pero Mary no atendió a sus razones. De un tirón se deshizo de la mano que la sujetaba y luego salió corriendo hacia el pasillo. No se lo hizo ver, pero suspiró aliviada al sentir que Michael bajaba las escaleras como una exhalación detrás de ella.

- Eres una loca obstinada. Tendremos suerte si no nos meten un tiro entre los ojos -gruñó a sus espaldas.

- Son unos rateros de poca monta y están medio borrachos. Estoy segura de que no llevan armas.

- ¿Y qué piensas decirles cuando salgas por la puerta?

- Que les darás una paliza tremenda si no se largan por donde han venido.

Michael soltó una carcajada desprovista de humor.

- Soy actor, no policía.

- Pero has interpretado muchos papeles de tipo duro. En cuanto vean tus músculos y tu estatura se echarán a temblar y saldrán corriendo. Lo mismo, incluso a esos tíos les gustan tus películas y te piden un autógrafo -bromeó, al tiempo que abría la puerta que daba al exterior.

A Michael no le hizo maldita la gracia. Luchó contra sus deseos de estrangularla cuando, de repente, se encontró en plena calle. Mary se quedó quieta a su lado, y los dos tipos, que todavía estaban bajo el umbral de la puerta abierta, se dieron la vuelta al escuchar sus ruidos.