CAPÍTULO 03

- ¿Dónde has pasado el día? -le preguntó Mary, una vez aposentados en la pequeña terraza de su habitación y frente a un par de jugosas hamburguesas de carne.

- He estado recorriendo los alrededores, explorando un poco la zona.

- ¿Y qué has encontrado?

- Nada, salvo las típicas carreteras serpenteantes entre las montañas. Este pueblo continúa retirado de la civilización, no he hallado ni rastro de vida humana salvo una pequeña aldea hacia el sur en la que no había más de veinte habitantes -mordió su hamburguesa y le sonrió con los ojos. -Me gusta esa sensación de libertad. Creo que es la primera vez en muchísimos años que puedo gozar de mi anonimato.

- ¿Es duro?

- Tiene su parte positiva y su parte negativa, como casi todo en la vida. Me gusta la fama pero también me gusta esto.

- Me has sorprendido de manera muy positiva.

- ¿Ah sí? ¿Y eso por qué?

- Pensaba que el éxito te habría cambiado, ya sabes, que te creerías mejor que nadie y que mirarías a todo el mundo por encima del hombro.

- ¿De verdad piensas que la fama puede cambiar tanto a una persona? -Mary no respondió y Michael se vio obligado a explicarlo-. Nunca he olvidado el lugar del que procedo ni mis orígenes humildes. Eso es algo tan inherente en mí que ni todo el éxito del mundo podría cambiarlo. Me siento orgulloso de haber logrado todo lo que actualmente poseo pero, al mismo tiempo, tengo los pies muy plantados en la tierra -dijo con total sinceridad.

Mary sabía que era completamente cierto.

Cuanto más tiempo pasaba a su lado, más le recordaba al Michael Gaines actor, al chico que ella conociera diecisiete años atrás. Parecía que el tiempo no hubiera transcurrido para ellos. Estar junto a él era algo tan natural que Mary tenía la sensación de que nunca se habían separado.

Le observó de soslayo mientras él masticaba un trozo de hamburguesa y escudriñaba la tranquila calle a la que daban las terrazas de la pensión. Sus ojos eran tan negros como su cabello y cada vez que la miraban Mary sentía una extraña carga de energía que le recorría toda la piel. Dada su situación sentimental no debería experimentar ese tipo de atracción por ningún otro hombre, salvo que ese hombre fuera Michael, el primer amor de su vida. Cambió de tema para darle esquinazo a esos pensamientos.

- Esta tarde he vuelto a encontrarme con Bruno.

- ¿Bruno? ¿Y ese quién es?

- El perro que nos dio la bienvenida cuando llegamos a Alvertoon.

- ¿La bestia peluda de los dientes afilados?

Mary se echó a reír.

- Me siguió hasta el río Wabash y ya no se separó de mí en toda la tarde. La dueña de la pensión me dijo que no tiene amo pero que todo el mundo en el pueblo le quiere y cuida de él.

- ¿Y quién te quiere y cuida de ti en Chicago?

Aquella pregunta la pilló totalmente desprevenida. Mary no supo qué contestar y ante su falta de respuesta, Michael dejó de observar los alrededores para centrarse en aquellos bonitos ojos azules que rehuyeron los suyos casi al instante.

- Ése es un tema muy largo.

- Tengo toda la noche.

Mary se mordió la comisura del labio y vaciló. Nadie a quien hubiera conocido a lo largo de su vida, ni siquiera su mejor amiga, Lauren, había llegado a comprenderla tan bien como el hombre que ahora había sentado a su lado. En el fondo de su corazón, Mary sabía que la afinidad entre los dos continuaba existiendo como el primer día.

- Justo antes de venir aquí, dejé a mi novio plantado en el altar de la iglesia.

Michael alzó las cejas. No esperaba una revelación tan aplastante.

- ¿Y qué te ha llevado a hacer una cosa así?

- Las dudas me carcomían.

- ¿El día de tu boda?

- No, en realidad, siempre he dudado. Creo que entre unos y otros me he visto arrastrada a dar ese paso. He visto anulada mi capacidad de tomar decisiones y hasta que no me vi con un pie en el altar, no fui capaz de tomar las riendas de mi vida para decidir por mí misma lo que quiero y lo que no. Conozco a Greg desde que tenía dieciséis años y nos instalamos en Chicago.

Mis padres y los suyos se conocieron en el club de golf y se hicieron inseparables. Siempre decían que Greg y yo terminaríamos casándonos y formando una familia.

Los padres de Mary pertenecían a una clase social muy alta. Eran ricos terratenientes en Alvertoon y vendieron sus tierras para instalarse en Chicago. De hecho, jamás les pareció bien que su hija pasara tanto tiempo en compañía de Michael, que procedía de una familia muy humilde.

- Así que, te has escapado.

- Sí.

La mirada de Mary se tornó traviesa y Michael se echó a reír.

- ¿Y saben dónde andas?

- No tienen ni idea. Telefoneé a mi madre para tranquilizarla, pero no le dije a dónde me dirigía ni durante cuánto tiempo estaría fuera. Ahora tengo las ideas un tanto desorganizadas, pero necesitaba hacer esto.

- ¿Y estás arrepentida?

- No -contestó con firmeza-. No quiero casarme con Greg.

- Pero le habrás roto el corazón.

- ¿Y a quién no se lo han roto alguna vez?

Michael bebió un trago de su cerveza y asintió.

- Así que, no le quieres.

- Le quiero, pero no estoy enamorada de él. ¿Tú dudaste de tu matrimonio? -le preguntó Mary-. Me enteré por la prensa de que te casaste y también estoy al tanto de que te divorciaste pocos años después.

Michael se concedió unos segundos de silencio antes de responder.

- Yo estaba enamorado de Laura cuando nos dimos el sí quiero. Las dudas sobrevinieron al cabo de los años. Cuando te casas con alguien, por muy enamorado que estés, nunca hay garantías de que la relación vaya a funcionar.

Mary asintió y los dos quedaron suspendidos en un silencio mutuo, reflexivo y acogedor.

Ella se encargó de romperlo al cabo de unos segundos.

- ¿En Hollywood te espera alguna mujer?

- Ninguna con la que pueda plantearme algo serio.

- ¿Cómo es posible? Estoy segura de que tendrás una larga lista de chicas apuntadas en tu agenda.

- Precisamente por eso ando con pies de plomo.

No tengo manera de saber si esas mujeres se interesan realmente por mí o por mi fama. He llegado a un punto en el que no sé de quién puedo fiarme. Allí es todo mucho más artificial -Michael se limpió los dedos en una servilleta de papel y luego hizo una pelotita con ella-. De cualquier manera, en estos momentos de mi vida no me apetece tener un compromiso de índole sentimental.

En ese punto de la conversación, a Michael le asaltó un pensamiento un tanto desconcertante. Tenía treinta y cinco años y todas sus relaciones con mujeres siempre se resumían en tres puntos: un poco de conversación superficial; el típico flirteo y el posterior revolcón en la cama. El diálogo y el entendimiento también fueron puntos débiles de su matrimonio. Desde que su vida y la de Mary tomaron caminos diferentes, jamás había vuelto a tener una conversación tan sincera con una mujer. No era casualidad que fuera Mary Cassat la escogida nuevamente para intercambiar confidencias.

Cuando volvió a mirarla, Michael percibió que la energía fluctuaba entre los dos. Ella también la percibió porque Michael sintió que se inquietaba. A su mente acudió el dulce recuerdo de los primeros besos adolescentes que se daban a hurtadillas en cada rincón de Alvertoon, y cómo esos primeros besos inocentes se convirtieron en caricias más osadas junto a la ribera del río Wabash. Nunca llegó a suceder nada más entre los dos, nunca hicieron el amor, porque Michael y su familia se marcharon de Alvertoon no mucho tiempo después de que él y Mary comenzaran a explorar su sexualidad, pero recordaba perfectamente las noches en que se tendía en su cama y soñaba con tenerla desnuda entre sus brazos. La emoción de aquellos primeros contactos sexuales insatisfechos debía haber dejado un poso tanto en uno como en otro, pues la tensión todavía seguía allí, viva y densa como una capa de niebla.

Mary reanudó la conversación y la recondujo hacia terrenos más neutros mientras terminaban de cenar. Con el último bocado, recogió los envases vacíos y los introdujo en la bolsita donde Michael los había traído. Luego se levantó de la silla.

- ¿Te marchas?

- No, a menos que tú quieras irte ya a dormir -Michael negó con la cabeza-. Esta tarde compré una botella de champagne de regreso al hotel y la puse en la nevera.

- Sigues siendo una mujer impredecible -dijo con agrado.

- Sí, aunque a veces es más un defecto que una cualidad.

Michael entendió que se refería al panorama que había dejado atrás en Chicago.

- S mí me gusta, te hace mucho más interesante.

- Enseguida vuelvo -sonrió ella.

Mary desapareció en el interior de su habitación y regresó unos instantes después con un par de copas y la botella. Se la tendió a él para que la descorchara y luego volvió a tomar asiento a su lado. Bebieron en muy buena sintonía hasta más allá de las tres de la mañana, pero ninguno tenía prisa por finalizar la velada y continuaron charlando y bebiendo hasta que agotaron la botella.

Michael le contó un montón de divertidas anécdotas sobre su profesión que la hicieron reír hasta que se le saltaron las lágrimas y, ella, aunque no tuviera nada divertido o fascinante que contar sobre la suya, también hizo reír a Michael.

- ¿Sabes lo que me apetecería hacer en este preciso instante? -le preguntó Mary.

Michael sabía lo que le apetecería hacer a él pero, evidentemente, no lo dijo.

- Sorpréndeme.

- Me gustaría ir al río y bañarme completamente a oscuras, siempre he querido hacer algo así.

- No sé si es buena idea. Las aguas del Wabash son tranquilas pero tiene mucho caudal y tus facultades físicas no están precisamente en su máxima plenitud.

- No estoy borracha.

- No he dicho que lo estés, pero sí muy achispada.

- Se me pasará durante el camino -cuanto más lo pensaba más le apetecía la idea, así que se levantó y agarró a Michael de la muñeca-.Vamos, no puedo creerme que a un actor que rueda tantas escenas de acción le de miedo bañarse de noche.

A Michael no le daba miedo bañarse de noche, lo que realmente le tiraba para atrás era tener que presenciar cómo ella se quitaba la ropa y se zambullía en las aguas del río. No era un buen momento para verla semidesnuda, las cosas se podían complicar entre los dos si favorecían ese tipo de acercamientos. Pero si ella estaba dispuesta a provocarlos, desde luego, no iba a ser él quien los evitara.

- De acuerdo, pero te advierto que no he traído bañador -la informó él, con cierto aire pícaro que a ella le aceleró las pulsaciones.

- Yo tampoco, pero está tan oscuro que no importa que nos quedemos en ropa interior.

- Pues si tú no tienes ningún problema, te aseguro que yo menos.

Bajaron las escaleras de la pensión sin hacer el menor ruido y luego salieron a la calle. El pueblo estaba en silencio y a oscuras, salvo por la tenue iluminación del alumbrado público. Abandonaron el perímetro de Alvertoon y se dirigieron hacia el río Wabash paseando por los campos de cultivo. La oscuridad habría sido absoluta e impenetrable de no ser porque había luna llena.

Presidiendo la parte este del cielo nocturno, la luna parecía un gran foco de luz blanca que aclaraba en tonos grises la espesa negrura de la noche. El camino a seguir hacia el río discurría recto, sin curvas, y en menos de diez minutos se plantaron en su ribera. Olas de color plata oscilaban en su oscura superficie, pero en las orillas se formaban remansos poco profundos donde uno podía darse un baño sin correr ningún peligro.

Mary se agachó para adentrar la mano en el agua. No estaba tan fresca como había supuesto, aunque debía reconocer que el alcohol le había calentado bastante el cuerpo y quizás ése era el motivo de que la sensación fuera engañosa. De cualquier manera, la noche era calurosa y a Mary le apetecía mucho darse ese baño.

Cuando se irguió, Michael ya se había quitado la camiseta y se deshacía de sus vaqueros.

Ella le había dicho que no tenía ningún problema en desnudarse ante él porque la noche era tan oscura que apenas se verían el uno al otro, pero no había contado con que la luz de la luna fuera tan potente. Los rasgos y detalles no eran nítidos pero, aun así, los contornos y las formas desnudas eran claros. Mary ya le había visto tumbado sobre la cama, pero ahora las circunstancias eran otras porque también ella debía desvestirse.

- ¿Has cambiado de opinión? -Michael dejó sus ropas sobre el suelo y buscó sus ojos en la oscuridad-. Pareces indecisa.

Mary se aclaró la garganta.

- No, claro que no he cambiado de opinión.

Para hacérselo ver, Mary agarró su top de tirantes de la cinturilla y tiró de él hacia arriba.

Michael se fijó sin ningún disimulo en su sujetador blanco y en las redondeces que albergaba, ahora más prominentes que antaño. Cambió el curso de su mirada cuando Mary también se deshizo de sus pantalones cortos y mostró sus braguitas a juego. A Michael le habría gustado que amaneciera de repente sólo para poder observarla con mayor detalle. Empezó a tener la fuerte sensación de que no se irían de Alvertoon sin terminar lo que en su día quedó inconcluso.