Capítulo catorce
El tráfico era horrible. Incluso la moto de Mouna estaba parada. Normalmente conseguía abrirse paso, a pesar de atraer la ira del resto de los conductores que no podían hacer lo mismo, pero no aquel día. Miró el reloj, tenía diez minutos para llegar a la Corniche y ni siquiera estaba cerca. «¿Por qué seguimos teniendo policías que dirigen el tráfico. Estamos en el siglo XXI. ¿Por qué sigue el país en los años cincuenta?», pensó mientras esperaba que avanzaran los coches. Oyó la sirena de un coche de policía a lo lejos y puso los ojos en blanco. Seguramente se había producido un accidente y tendría que buscar una ruta alternativa. «¡Maldita sea!», maldijo. Llamó a Dina para decirle que estaba en un atasco y esta insistió en que fuera inmediatamente.
—Madame Chaiban, si tuviera alas, iría volando, pero no las tengo.
Cuando llegó a la torre Marina Garden eran ya las seis y media. Aparcó la moto y corrió hacia el edificio.
—Bonsoir, madame —la saludó el portero manteniendo la puerta abierta.
—Bonsoir —contestó pasando rápidamente por delante de él para buscar un ascensor que la llevara al piso 24.
—Madame, s’il vous plaît-gritó un hombre, pero Mouna no se detuvo y se dirigió hacia los ascensores—. ¡Madame, espere por favor! —Mouna apretó el botón para subir—. ¡Madame! —volvió a llamarla un hombre uniformado.
—Llego tarde. ¿Qué quiere?
—Madame, es un edificio con conserje.
—No sé lo que significa eso ni me importa. Me están esperando en el apartamento 2407 y llego media hora tarde.
—Madame, no puedo dejarla subir sin avisar antes.
—Mire, creo que no me ha entendido. La señora lleva esperándome desde las seis.
—Madame, he de avisar. No puedo dejarla subir.
—Pero esto es un caso de urgencia.
—¿A qué se refiere?
—Es una urgencia personal. Femenina... —aclaró entrando en el ascensor.
—De acuerdo. Dejad pasar a la enfermera, es una emergencia —dijo en su transmisor—. Lo siento mucho, madame —se excusó llevándose la mano al sombrero.
Mientras subía se preguntó por qué había insistido tanto en avisar a Dina. Al fin y al cabo, la había llamado ella. Llegó al apartamento y buscó el timbre, pero no había. Llamó con los nudillos suavemente y pegó la oreja a la puerta. No parecía haber nadie. Llamó con más fuerza, pero no obtuvo contestación. Al final sacó el móvil.
—Mira, Mouna, es muy tarde. Si todavía estás en ese atasco...
—Madame, estoy en la puerta.
Segundos más tarde, Dina apareció con una toalla en la cabeza y el móvil en la oreja, como si no hubiera creído que Mouna estuviera allí.
—Entra, ¿por qué no me han avisado? Se supone que es lo que han de hacer esos idiotas. Les pagamos para que pregunten quién viene y llamen para notificarlo. Si no, cualquiera podría entrar, ladrones, bandidos, delincuentes... Dios sabe quién. Por suerte eras tú. ¡¿Te han preguntado quién eras?! —Mouna se encogió de hombros, avergonzada. Por eso había insistido tanto. Jamás había estado en un edificio así y no tenía ni idea de cómo funcionaban—. Tendré que quejarme.
—¿Qué quiere que le haga primero? —preguntó para cambiar de tema.
—El pelo. Las manos no están tan mal.
Le quitó la toalla y empezó a trabajar. Echó un vistazo a su alrededor, así que esa era la casa de Amín. Le habría gustado ver alguna fotografía, pero no parecía haber ninguna. El apartamento era impersonal y frío.
—Sí, Amín —contestó Dina cuando sonó su móvil—. Por supuesto que estaré lista a las nueve. Recógeme abajo. Tengo a una chica que me está peinando y haciéndome las uñas. Ya sabes, la que immi encontró para la boda... ¿Qué? ¿Para qué quieres venir a casa ahora? Creía que tenías que ir a un cóctel... ¿Que lo han cancelado? ¿Cómo es posible que lo hayan cancelado a última hora? ¡No! No estaré lista... Vale, allá tú..., pero tendrás que esperarme —replicó antes de colgar—. ¡Hombres!
Mouna fingió concentrarse en las uñas de sus pies.
—No los entiendo. Cambian de parecer y de planes más que las mujeres, pero si nosotras hacemos algún cambio, por pequeño que sea, nos acusan de ser unas locas que nos hacemos un lío. Y lo dicen de tal forma que nos lo creemos.
Mouna volvió a sonreír, se inclinó hacia delante y tuvo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para concentrarse en los pies de Dina.
—Creía que tenía tiempo hasta las nueve, y de repente ahora viene a casa —comentó encendiendo un cigarrillo—. ¡Qué lata! Odio que esté aquí cuando estoy pintándome las uñas, peinándome o maquillándome. No hace nada más que estorbar.
Mouna se encogió de hombros y asintió de forma evasiva. Dina se quedó callada un momento, como perdida en sus pensamientos.
—Mira, Mouna, no me pintes las uñas de los pies. Esta noche llevaré zapatos cerrados.
—Muy bien. —Si Amín iba a llegar pronto no sabía cómo se sentiría al verlo en su casa, con su mujer—. ¿Cuánto tiempo llevan viviendo aquí? —preguntó para intentar aliviar el estrés que le causaba el que su marido, al que se suponía que amaba, llegara antes de lo previsto.
—Mis padres nos compraron el apartamento hace un par de años, cuando nos prometimos.
—Parece nuevo.
—Contraté a un decorador minimalista —explicó, y al apagar el cigarrillo en un cenicero se le abrió la bata. Mouna no quería mirar, pero le pudo la curiosidad. Su piel parecía muy basta. Tenía manchas y se había puesto un sujetador en tonos rosas y demasiado color lavanda, con el que la piel parecía amarilla—. Ese rojo es muy bonito para las uñas —dijo indicando hacia los esmaltes que había llevado Mouna, que se apresuró a pintárselas, angustiada ante la idea de que Amín llegara en cualquier momento.
—¡Ya está! —anunció cuando acabó la última. Empezó a recoger a toda velocidad, ansiosa por irse.
—Mouna, lo siento mucho, pero no he sacado dinero de la caja. El conserje no me ha avisado de que venías.
—No le entiendo —se extrañó mirándola con recelo.
—Lo que quiero decir es que no tengo dinero a mano y no puedo abrir la caja hasta que se me sequen las uñas. Lo entiendes, ¿verdad?
—No, madame. ¿Me está diciendo que no puede pagarme?
—No digas tonterías. Te enviaré el dinero mañana. Mira a tu alrededor, ¿te parece que no tengo dinero?
Mouna intentó pensar una contestación, pero en ese momento se abrió la puerta y apareció Amín. «O se ha dado prisa, o estaba muy cerca, porque ha llegado en un tiempo récord», pensó. Notó que le clavaba los ojos, pero no se atrevió a mirarlo.
—¿Llevas dinero encima, Amín? —le preguntó Dina sin siquiera saludarlo—. ¿Puedes pagar a Mouna? Te acuerdas de ella, ¿verdad? —comentó soplándose las uñas—. Me peinó el día de la boda.
—¿Cuánto necesitas?
—No lo sé —respondió mirándose las manos con el entrecejo fruncido—. ¿Puedes ocuparte tú? Si quieres que salgamos a las nueve, tengo que cambiarme —añadió saliendo de la habitación sin dar las gracias o decir adiós.
A Mouna no le importó. Se le había acelerado el corazón. Había imaginado aquel momento muchas veces, lo que le diría, cómo se comportaría. ¿Le haría reproches? ¿Se mostraría enfadada, callada, calmada? ¿Lo dejaría plantado con elegancia? ¿Le daría una bofetada? Llegado el momento, no sabía cómo reaccionar. Por un lado quería abalanzarse sobre él, darle un bofetón, tirarle del pelo y castigarle por lo que le había hecho pasar, hacer que sintiera el dolor que había sufrido ella cuando al dejarla de repente y sin explicaciones la había convertido en una puta. Pero, por otro lado, ¿para qué? Si se lo hubiera encontrado por casualidad hacía unas semanas, cuando todavía se preguntaba qué había pasado, seguramente le habría sacado los ojos. Pero en ese momento, una vez que el fuego de su ira se había reducido a un par de brasas tibias, no sabía si merecía la pena.
—Mouna... —empezó a decir Amín.
—Tu mujer me debe sesenta mil libras —le espetó fríamente.
—¿Qué? Me parece un poco caro.
—¿No crees que las merece? —preguntó arqueando una ceja.
—No es eso... Simplemente me ha sorprendido... Mouna, por favor...
—Si no te importa, tengo prisa —contestó con la mano extendida—. He de ir a casa y vivo muy lejos de aquí, en Dahiya. ¿Quizá lo conozcas? Los suburbios pobres del sur de la ciudad.
Amín sacó seis billetes de diez mil de la cartera y se los dio.
—Gracias —dijo ella colgándose la bolsa al hombro.
—¿Puedo ayudarte?
Mouna lo miró con ojos iracundos.
—Una vez utilizaste esa frase conmigo y te creí. No volveré a hacerlo.
—Mouna, por favor, deja que te explique...
—Es inútil —subrayó antes de salir. Fue rápidamente al ascensor y apretó el botón.
Amín salió detrás de ella.
—Mouna, por favor... Lo siento mucho... —se excusó cuando se cerraban las puertas.
Creyó ver lágrimas en los ojos de Mouna.
Y las había, pero de cólera. Inspiró con fuerza para contenerlas. Ya había derramado demasiado llanto por su culpa. ¿Cómo se atrevía a hablarle? ¿Cómo osaba intentar disculpar su comportamiento? ¿Cómo podía pensar en justificar una aventura el día de su boda?, se preguntó mientras se sentaba en la moto y se ponía el casco. Había repasado lo sucedido cientos de veces, había creído en su palabra, pero él había mentido, engañado y traicionado no solo a ella, sino también a su mujer y a todos los que le rodeaban. «¡Qué asco!», se dijo. Recordó que en tiempos se derretía si sus dedos rozaban los suyos. Aquella noche su tacto le habría repugnado. Se preguntó qué la había atraído tanto. ¿Había sido porque le hacía sentir mujer, femenina y hermosa? ¿Porque le había deseado? Tuvo que admitir que al principio le gustaba esperar sus llamadas y notar un sobresalto en el corazón cada vez que oía su voz, pensar en él a todas horas, fantasear, pasar los días en un ensueño, estar radiante y feliz, por no mencionar los kilos que había perdido, pues el amor saciaba su apetito.
Le sorprendió que le molestara la idea de verlo, que se hubiera apresurado a acabar la manicura de Dina, y que se hubiera enfadado cuando apareció. Sintió cierta pena por él cuando había corrido detrás de ella por el pasillo. Parecía un niño al que hubieran castigado, con ojos tristes, desesperado por reparar el daño. ¿Para qué? ¿Para mitigar su culpa si le perdonaba? ¿Pensaba que iba a volver con él para que la tratara de nuevo como si fuera basura? ¿Qué se creía? Había empezado aquella relación porque estaba convencida de que era un hombre libre. ¿De verdad imaginaba que iban a retomar su aventura? ¿Sabiendo que estaba casado? ¿Conociendo a su mujer? Se alegraba de haberle vuelto la espalda, a pesar de que merecía algo peor. Al menos, había tenido la decencia de sentirse culpable; a muchos hombres les habría dado igual. «Bueno, en cualquier caso, que sufra», pensó mientras se dirigía hacia el aeropuerto. Aunque, seguramente, su matrimonio con Dina era suficiente castigo. ¿En qué estaba pensando? ¡Menudo fracasado! Ya había conocido demasiados de esos. No quería saber nada de él ni volver a verle. Había cortado por lo sano. Seguía su camino. Sonrió mientras la moto petardeaba. Sintió que había madurado, que había crecido, que había encontrado una fuerza interior que ignoraba tener. Finalmente sabía lo que quería: en su vida no cabían los quejumbrosos niñatos malcriados como Amín Chaiban.
Imaan y Nina estaban en una mesa del Claudia’s disfrutando de un vaso de vino blanco. Claudia se alegró al verlas y les contó que había estado con Lailah Hayek hacía poco y que había conocido a Nadine, de la que todas opinaban que era una mujer adorable.
—¿Cómo es posible que Nadine no tenga problemas? —preguntó Imaan cuando se quedaron solas—. Parece contenta con su matrimonio con Chucri.
—Son una pareja un poco extraña. Chucri se comporta como un payaso, pero Nadine tiene más compostura.
—Quizá funciona porque se equilibran el uno al otro.
—No sé. Yo no he encontrado ese equilibrio en mi vida —confesó Nina con tristeza dando vueltas a la copa por el pie.
—Conozco esa cara. ¿Qué te pasa?
—No lo sé, Imaan... Estoy confusa, harta, no soy feliz.
—¿Por qué?
Nina se encogió de hombros.
—¿Es reciente?
—No —confesó mirándola con el rostro entristecido—. Hace tiempo que estoy así.
—¿Y por qué no me lo has dicho antes, habibti? —Nina suspiró y volvió a encogerse de hombros—. ¿Es por Charley?
—¿Y por quién si no?
—No lo entiendo, creía que erais felices. Todo el mundo piensa que sois la pareja perfecta.
—Oh, Imaan. No sé cómo explicártelo. —Imaan le apretó la mano—. Está enfrascado en la reconstrucción de Beirut, sobre todo después de la muerte de Hariri. Cree que está obligado a cumplir su sueño..., aunque tenga que prescindir de todo en su vida, incluida yo. Cada vez se aleja más de mí. Me paso semanas sin hablar con él, sin siquiera verlo.
—¡Oh, no! —exclamó Imaan, apenada.
—No sé qué pasa con nuestro matrimonio. Me asusta pensar que trabajar tanto le lleve a la tumba —Hizo una pausa—. Es como si no estuviéramos casados.
—Si puedo hacer algo...
—Gracias, Imaan, pero dejemos mi vida. Se supone que deberíamos estar hablando de ti.
—Y lo hacemos, pero como últimamente solo nos vemos en cócteles y cenas rodeadas de gente, como la rastrera de Rima, quería tomar una copa tranquila contigo.
—¡Dios mío! ¡Rima! Fuiste tú la que me la presentaste en un cóctel que organizó Hariri hace unos años. ¿Te acuerdas?
Imaan asintió y sonrió al recordarlo.
—No es tan tonta como parece.
—Es una sinsustancia y una borracha.
—No la infravalores. Utiliza ese estúpido y tímido comportamiento para despistar. Para que bajes la guardia y la aceptes.
—Pero ¿cómo puedes tomarla en serio después de que vomitara en el jardín?
—Porque sabe lo que quiere y no tiene escrúpulos para hacer lo que sea por conseguirlo.
—¿Y qué es lo que quiere?
—Siempre ha deseado tener un marido rico con estatus social. Proviene de una familia pobre, el dinero la ciega.
—Bueno, pues, si le gusta tanto, ¿por qué no lo gana ella?
—¿Y para qué esforzarse y trabajar si puede casarse y disfrutar?
—¿Su marido no tiene dinero?
—No creo. Trabaja mucho, pero nunca se ha hecho rico.
—Entonces, ¿por qué se casó con él?
—Porque fue el único que se lo ofreció. Nadie la quería como esposa. Se había follado a medio Beirut, y ya sabes cómo vuelan las noticias. Tenía mala reputación y las mujeres de la alta sociedad la etiquetaron de puta. Ninguna de ellas quería que su hijo le propusiera matrimonio.
—¿Y qué pasó? ¿De dónde salió Tony?
—Tony vivía en Estados Unidos y no sabía nada. Cuando volvió, Rima hizo lo habitual, lo sedujo con su timidez pensando que tenía dinero, pero no lo tenía. Y, por supuesto, Tony se tragó sus embustes y se declaró. —Nina sonrió y asintió—. La madre de Rima insistió en que se casara porque, como bien dijo, ya no era tan joven ni le llovían las propuestas.
—¿Es feliz con él?
—No creo que sea feliz ni consigo misma. En cuanto a Tony, me da pena porque me cae bien. Es una buena persona, pero Rima se burla de él porque no tiene el estatus que cree que merece ni es lo suficientemente rico.
—¿Y por qué no se divorcia y hace lo que le dé la gana?
—Hace lo que le da la gana de todas formas. Persigue lo que y a quien quiere, y le da igual si hiere o pisotea a alguien. Lo único que le importa es el dinero y la posición social.
—¿Por qué estamos hablando de ella?
—Porque la voy a utilizar como motivo de divorcio.
—¿Qué?
—Necesito un pretexto para divorciarme. He de alegar razones de por qué no funciona el matrimonio.
—Lo siento mucho, Imaan. ¿Estás segura de querer hacerlo?
—Sí, estoy decidida.
—Eres muy dura.
—Soy como un cirujano. Cuando algo no funciona, corto por lo sano.
—Así pues, imagino que no funciona.
—No, desde hace muchos años.
—¿Y por qué utilizar a Rima? ¿Por qué no alegas diferencias irreconciliables?
—Porque se folló a Joseph en la fiesta. En mi casa, en mis narices —aseveró con toda naturalidad.
—¿Qué? ¿Lo dices en serio?
—Sí —contestó antes de encender un cigarrillo—. Necesito un divorcio rápido. No quiero que el caso se retrase en los tribunales. Si alego y demuestro que me fue infiel, en mi casa, me lo concederán enseguida, casi instantáneamente. —Hizo una pausa—. Sé que te escandaliza, que te parece una forma muy fría de abordar la cuestión, pero quiero olvidarla rápidamente. Antes de ir a Londres me gustaría hacer borrón y cuenta nueva. No me apetece estar pendiente de ese tema.
—¿Y qué prueba tienes de que estuvo con Joseph?
—Me lo dijo Shehla, la ama de llaves —explicó dando una calada.
—¿Estás segura de que no miente?
—Shehla es la persona que más sabe de las actividades extracurriculares de Joseph.
—Me sorprende lo calmada que estás.
—No es la primera vez.
—¿Con Rima o en general?
—Nina, no seas ingenua. Sabes que Joseph es un mujeriego. Lo ha sido desde que lo conocí, pero, estúpida de mí, creí que podría cambiarlo.
—No te castigues, todas creemos que podemos cambiarlos. Nuestra vida sería mucho más fácil si no tuviéramos esperanzas de hacerlo. —Imaan asintió—. Lo que no entiendo es por qué no fue más discreto.
—¿Como tú?
A Nina se le encogió el corazón.
—¿Lo sabes? —preguntó ruborizándose. Imaan volvió a asentir—. ¿Cuándo te has enterado?
—No te engañes, cuando vine a comer era evidente que había química entre vosotros.
—Por favor, no me juzgues.
—No voy a hacerlo. Eres mi amiga y una persona leal. Estoy segura de que tienes tus razones, y que son buenas.
—Gracias, Imaan —suspiró aliviada.
—¿Eres feliz?
—Mucho.
—Es lo que parece.
—Es tan distinto a Charley. Me gusta muchísimo. No podemos quitarnos las manos de encima.
—Y... —la apremió.
Nina apuró la copa.
—Creo que me he enamorado de él. No sé si podría vivir sin él.
—Bueno, pues tienes un problema —razonó Imaan tras inspirar con fuerza.
—Lo sé, lo sé —aceptó sirviéndose más vino—. Sé que pensar que podremos estar juntos siempre, que abandonará a su mujer y a sus hijos, y que yo dejaré a Charley, es una locura. Pero no puedo evitarlo, pienso en él a todas horas.
—Ya Allah! Vaya lío en que te has metido.
—Pero cuando estoy con él ese sueño no parece tan inverosímil. Dice que me quiere, que desearía haberme conocido hace años, antes de casarse.
—No seas tonta. Es una aventura, nada más, y se acabará. Si sigues así, lo único que conseguirás es hacerte daño.
—Sé que me quiere. Sé que es verdad, lo siento así... —Imaan guardó silencio—. Con Ahmed tengo lo que siempre había soñado en un hombre. El tipo de amor que tuvieron mis padres. Cuando conocí a Charley creí que me lo daría, pero no fue así. Jamás he sentido por él lo que siento por Ahmed.
—Nina, has infringido la regla principal de una aventura; Ahmed jamás abandonará a su mujer.
—¿Y por qué no? En estos tiempos, los divorcios están a la orden del día.
—¿Te imaginas cómo se sentiría Charley si le pidieras el divorcio? ¿Serías capaz de causar semejante dolor a un hombre que evidentemente te quiere y ha cuidado de ti? —Nina pareció avergonzada—. Mira, Ahmed está muy bueno y estás disfrutando del mejor sexo de tu vida; jamás has tenido semejantes orgasmos y quieres más y más, pero no confundas el amor con el sexo ni dejes que eso te impida ver lo que es mejor para ti. No tires por la borda la vida que has consolidado con Charley ni destruyas su reputación y la tuya por una aventura. Porque, al cabo de un par de años, o quizá de tres o cuatro, cuando el sexo deje de ser algo novedoso y excitante, la realidad se hará patente..., y no hay nada como la rutina para acabar con una aventura.
Nina asintió, pero Imaan no estaba segura de si la había entendido ni de si haría caso a sus consejos. De nada servía hablarle con sensatez a una mujer inmersa en una apasionada aventura.
—Bueno, ya vale de hablar de mí —pidió Nina tras un corto silencio en el que ambas se perdieron en sus pensamientos—. ¿Vas a seguir adelante con lo del divorcio?
Imaan asintió y volvieron a quedarse en silencio.
—Me siento fracasada —admitió Imaan.
—¿Y por qué crees que tienes la culpa? Las relaciones son cosa de dos.
—Sí, pero he sido muy egoísta. Al principio, cuando estábamos en España, Joseph era fantástico. Apoyaba mi carrera y mis ambiciones, era generoso, siempre estaba dispuesto a ponerme por delante, a dejarme acaparar el protagonismo..., y yo no hice nada por él. Acepté lo que me dio sin ofrecer nada a cambio, y con el tiempo ni siquiera valoré lo que hacía, ni a él. Nunca le pregunté qué tal se sentía, ni me importaba; solo pensaba en mí misma y en lo que estaba haciendo. Sabía que había empezado a hacer negocios por su cuenta, inversiones y cosas así, pero no le fueron bien. Al poco se volvió pesimista y negativo. Se estresaba sin motivo y se quejaba de que nada de lo que hacía le salía bien. Todo era una pérdida de tiempo porque siempre acababa mal. Así que dejé de prestarle atención, no podía tolerar semejante desánimo.
—Te entiendo.
—A mí me iban bien las cosas, disfrutaba con lo que hacía y estaba en racha. Lo siento tanto...
—¿Por qué te disculpas?
—Porque no quería que me arrastrara con él, y en vez de ayudarle, como debería haber hecho, lo dejé tirado y solo me preocupé de mí misma. —Hizo una pausa—. No me di cuenta de cuánto me necesitaba ni de que intentaba llamar mi atención. Estaba demasiado absorta en ser la diplomática importante como para preocuparme por él, era excesivamente arrogante como para preocuparme por un hombre que creía era un fracasado —confesó sin ningún tipo de rodeos.
—¿Y ahora?
—Ahora creo que el daño es irreparable.
—El matrimonio no funciona con todo el mundo.
—Mira a tu alrededor. Estamos en Beirut, en el Líbano, en un país en el que las mujeres son mujeres, y los hombres, hombres; en el que el matrimonio forma parte de la vida...
—Una parte muy importante —la interrumpió.
—Un país en el que la mayor ambición de toda mujer es casarse y tener hijos; en el que nuestras madres se casaron para toda la vida. Y aquí estoy yo, una representante del país en el extranjero, incapaz de hacerlo.
—¡Imaan! —exclamó Nina en tono jocoso—. Si fueras la típica mujer libanesa, no habrías llegado tan alto en tu carrera. Estarías casada, tendrías diez hijos y prepararías manush todos los días.
Las dos se echaron a reír.
—¿Debería darle una segunda oportunidad? ¿No es lo que habrían hecho nuestras madres? ¿Debería ir con él a Londres o es demasiado tarde?
—¿No le has dado ya suficientes? Imagino que si sabes lo de Rima te habrás enterado de muchas otras. —Imaan asintió—. Mira, creo que en el fondo todavía le quieres y que te duele que no te preste atención y busque satisfacción en otras mujeres como Rima. —Imaan la miró atentamente—. Puedes argumentar, racionalizar y justificar el fracaso del matrimonio porque no le prestaste atención, pero la realidad es que él tampoco intentó ningún tipo de reconciliación. ¿Lo hizo? ¿Me explico? —Imaan asintió—. Siempre he pensado que un hombre que busca placer fuera del matrimonio quiere ser libre. Y si eso es lo que quiere, deja que lo sea, con la ventaja de que, al mismo tiempo, tú también lo serás. ¿Para qué irte a Londres sintiéndote atrapada y tensa, preocupada por lo que dirá o hará o por lo que sería capaz de hacer para ponerte en una situación violenta? Recuerda que la prensa británica es implacable.
—Sí, lo sé; por eso me preocupa tanto que venga conmigo.
—Vas a empezar un nuevo capítulo en tu vida. Ponle fin a este y comienza de cero. ¿Para qué cargar con el pasado?
Se produjo un violento silencio en el que las dos se abstrajeron en sus pensamientos.
—¿Otra botella de vino, signore? —las interrumpió Claudia.
Imaan y Nina se miraron indecisas.
—¿Por qué no? —contestó Nina.
—Brava! Brava! —aplaudió Claudia, que pidió vino, queso y el pan de romero y limón por el que era famoso el restaurante—. Aquí —indicó al camarero que la seguía, que le entregó la botella y dejó la comida en la mesa. Quitó el corcho y sirvió las copas—. Probadlo, es delicioso. Es siciliano, de una bodega que se remonta a los romanos.
—Entonces se habrá vuelto vinagre —bromeó Nina.
—Dai, dai. Pruébalo y verás.
A las dos mujeres les pareció delicioso.
—Ya os lo había dicho. Os dejo para que sigáis hablando de esos asuntos tan importantes.
—¿Es la impresión que damos?
—Lo han notado hasta en Sicilia, por eso he pensado que un poco de vino os ayudaría.
—Y has acertado. Basta de conversaciones serias. Sirve más vino —pidió Imaan.
—Certo, signora.
—¿Por qué no te tomas una copa con nosotras? —la invitó Imaan.
—Porque no me gustan las conversaciones serias. La vida es demasiado corta.
—Tienes razón —intervino Nina levantando la copa—. ¡Por la salud y la vida!
—Y por el amor, sin él la vida no es divertida. Las mujeres deberían estar enamoradas todos los días —añadió Claudia sirviéndose un poco de vino.
—¡Eso, eso! —jaleó Imaan.
—Cent’anni!-brindó Claudia.
—Cent’anni! ¡Por nosotras! —añadió Nina.
—Ahora, ¿qué bonita historia de amor vais a contarme? —preguntó Claudia.
—Parece que te apetece algo picante y sensual —bromeó Imaan.
—Y sexy —pidió Claudia.
—Bueno, Nina es la experta —bromeó Imaan levantando la copa en su dirección.
—¿Yo? ¿Por qué yo?
—Porque, querida, tú lo sabes todo del amore —aseguró Claudia.
—Igual que los italianos —replicó.
—Os voy a contar un cotilleo muy sabroso —anunció Imaan, sabedora de que Nina era demasiado discreta como para hablar de Ahmed, aunque conociera bien a Claudia.
—Dicen que Rima le ha echado el ojo a Rachid Hayek. Al parecer, ni siquiera ha desmentido el rumor. —Nina se quedó perpleja y Claudia puso cara de circunstancias—. Incluso ha comentado abiertamente las inclinaciones sexuales de Rachid.
—¡Santo Cielo! ¡Es increíble! —exclamó Nina.
—Sí, nuestra Rima es toda una puta —matizó Imaan.
—Me da asco —dijo Nina.
—Bueno, en lo que a él respecta, era el próximo. Ya se había acostado con prácticamente todo el mundo —añadió Imaan maliciosamente.
—No tiene vergüenza —comentó Nina.
—No, pero él tampoco. Los dos son implacables —precisó Imaan.
—Pero ¿por qué iba nadie a querer acostarse con Rachid? Es un asqueroso —preguntó Nina, asqueada.
—¿Y por qué iban a querer hacerlo con ella? —replicó Imaan, y las tres se echaron a reír.
Estaban tan ensimismadas en sus cotilleos y especulaciones que no se fijaron en la persona que se escondía tras una columna.