15
Por primera vez, el gran vestíbulo parecía acogedor. Habían encendido varias antorchas en las paredes, ardía un fuego en el gran hogar y el cuarto se llenaba con los tentadores aromas de una comida en preparación.
—Creo que nos equivocamos de casa — susurró Tristram, sorprendido, mirando a su alrededor, pues ni siquiera en Navidad se había encendido un tronco—. Ojalá estuviera siempre así — agregó, con un olfateo complacido y un gruñido estomacal, pues se había quedado sin pan de jengibre.
—Así era siempre cuando vivían papá y mamá. Y cuando tú seas el dueño de Highcross encenderemos el fuego hasta en verano si nos place — dijo Lily, con intención de animarlo.
Pero sus palabras parecieron tener el efecto contrario.
—Jamás seré el dueño de Highcross, Lily. Nadie cree que yo sea hijo de Geoffrey Christian.
—Bueno, entonces yo te daré la propiedad, como corresponde por derecho.
Tristram la miró, incrédulo, con un temblor en los labios. — ¿Lo dices de veras, Lily? Pero aún así, los aldeanos no me aceptarían. Siempre me creerán bastardo.
—Que no vuelva a oírte decir eso. ¡No es verdad! — le reprochó la hermana enfurecida—. A mí tampoco me quieren. Pero, ¿qué nos importa lo que ellos piensen? — Echó una mirada curiosa por la sala vacía. — Los invitados deben de estar en el salón. Tal vez podamos llevar el cachorro a tu cuarto sin que nadie lo vea.
Por su parte, esperaba tener tiempo para llegar a su alcoba y cambiarse el vestido embarrado antes de que nadie la viera. Menos que nadie, Valentine. Quería lucir su mejor aspecto.
—Vamos — ordenó, tirando de Tristram y del cachorro hacia la escalera—. Si nos damos prisa podremos llegar al corredor.
Estaban muy cerca de las escaleras cuando una mujer robusta, de expresión belicosa, salió a grandes pasos por la puerta que daba a la cocina y al ala de los criados.
—Veo que ya habéis vuelto. Espero que no me hayáis ensuciado el vestíbulo, porque el señor tiene invitados y... — Al ver al cachorro, la cocinera, que estaba levantando presión, quedó muda. Olvidando que tenía las manos llenas de masa, apoyó los dedos contra la boca abierta.
—¿Qué es este perro pulgoso? ¿Lo sabe el señor? Desde que llegasteis los tres a esta casa no hay más que problemas. Él está más avaro que nunca y apenas quedan mendrugos para nosotros. Apuesto a que tú eres la responsable de esta travesura — agregó, tratando inútilmente de acobardar a Lily con una mirada colérica.
Tristram se adelantó, diciendo:
—Lo traje yo, como regalo para Dulcie.
La mujer, al reparar en su rostro magullado, estuvo a punto de sofocarse.
—¡Oh, lo que faltaba! ¡Cuando los Whitelaw vean esa cara! El pobre señor tendrá que darles muchas explicaciones. Casi matan a alguien cuando usted se cayó del tejado y enloquecieron por esa niñita enfermiza. Menos mal que el amo piensa enviarte a la escuela. Ya es hora de que te enseñen buenos modales a golpes. — La cocinera puso cara satisfecha al ver la mueca asustada del niño y se volvió hacia Lily. — Entonces sólo quedarás tú, señorita Lily, y estoy segura de que el señor también tiene algo pensado.
—Cállate la boca — dijo la muchacha, suavemente—. Te olvidas de que la señora de la casa soy yo. Hartwell Barclay es sólo mi tutor. Pronto dejará de serlo. Y entonces tal vez me parezca necesario buscar a otra cocinera.
—¡Ah, qué atrevida te pones, ahora que están los Whitelaw! Pero ya veremos, ya veremos.
De todos modos, Lily se dio cuenta de que todo eso era bravuconería. La mujer se había quedado preocupada. Tristram, acalorado, olvidó al cachorro para levantar el puño ante la cocinera.
—¡No voy a ir! — chilló—. Y le diré a la Reina que Hartwell Barclay azuzó a los niños de la aldea contra mí. Hasta puedo decirle al capitán que fue él quien me puso la cara así, si trata de alejarme de la casa. ¡Y cuando Lily me entregue Highcross te enviaré al diablo!
Una exclamación ahogada se oyó al foral de la escalera, donde estaban Hartwell Barclay y sus huéspedes, mirando fijamente el enfrentamiento entre el niño ensangrentado y la enrojecida cocinera. Barclay se puso purpúreo. Quinta y Artemis parecían desacostumbradamente pálidas. El corazón de Lily se detuvo un momento al ver a un caballero alto detrás de ellas, pero de inmediato reconoció a sir Rodger Penmorley; desilusionada, buscó a la graciosa Honoria, pero no estaba allí. ¿Qué hacía sir Rodger en compañía de Quinta y Artemis?
En ese momento, el cachorro aprovechó su libertad para correr en círculos por el vestíbulo, ladrando frenéticamente. De pronto desapareció en la cocina y volvió con una dorada pata de cordero entre los dientes.
—¡Diablos, ladrón! ¡Deténganlo! ¡Ese es el desayuno de mañana para el señor! — aulló la cocinera, en tanto corría tras él, desparramando masa.
Para el cachorro, todo aquello parecía un juego. Siguió corriendo y agitando la cola entusiasmado para diversión de Quinta Whitelaw. Dulcie, gritando, bajó la escalera apresuradamente, llenos los ojos de alegría. Desde su enfermedad había en ella algo de etéreo.
—¡Un cachorrito, un cachorrito! ¿Es tuyo, Tristram?
—Oh, Dulcie, por favor, ten cuidado — pidió Artemis a su sobrina. Y rogó al caballero que la sostenía—: Rodger, por favor, haz algo. Si pierde pie...
Pero la niña había llegado al último escalón sin problemas y reía festejando las hazañas del cachorro.
—¿Cómo se llama, Tristram?
—No sé. Es tuyo, Dulcie. Tu regalo de cumpleaños.
—¿Mío?
—Iba a dártelo mañana — explicó el muchachito, encogiéndose de hombros—. Pero más vale hacerlo ahora — agregó, pensando que Hartwell no podría hacerle nada en presencia de los invitados.
La niña alargó los brazos hacia el perro, que se lanzó como arrojado por una catapulta derribándola.
—¡Oh, Dulcie, no te dejes lamer así! ¡Puede morderte! — exclamó Artemis, tratando de bajar la escalera apresuradamente.
—Cuidado, Artemis — le advirtió sir Rodger, tomándola por la cintura para servirle de apoyo—. Es sólo un cachorro juguetón. Y si no me equivoco, crecerá hasta convertirse en un perro muy grande y alegre.
—¡Un mastín! — tartamudeó Hartwell Barclay incrédulo—. ¿Aquí, en Highcross? Ni pensarlo. ¡Imposible! ¿Cómo lo vamos a alimentar?
Quinta Whitelaw miró las piernas regordetas de Hartwell con una leve sonrisa.
—¡Qué sagaz ha sido, Hartwell, al comprender que un perro será un admirable protector para la niña! Sobre todo ahora que Dulcie duerme sola en ese cuarto enorme. A veces usted se muestra brillante — declaró, antes de bajar la escalera con un espléndido susurro de sedas.
—¡Qué maravilla! ¡Tengo un perro! — gritaba Dulcie, abrazada al cachorro.
Acababa de levantarse e iba a dar un beso a su hermano cuando le vio las magulladuras y lanzó un chillido de espanto. Para horror de Tristram, se puso a llorar, llamando la atención de todos hacia su lamentable estado.
—¡Por Dios! — exclamó Quinta, que, en el alboroto, había olvidado momentáneamente la cara del niño.
—¡Oigan, yo no le puse un dedo encima! ¡Entró así! — clamó la cocinera.
Aprovechó la oportunidad para apoderarse de la pata de cordero y volvió a la cocina, convencida de que Highcross ya no era sitio para las personas decentes. Ya se encargaría ella de que Tillie limpiara todo lo que ese perro ensuciara.
—Qué mujer horrible e impertinente — comentó Quinta—. Debería despedirla, Hartwell.
—Esa cara, Tristram — inquirió Artemis, alargando una mano para consolarlo.
Pero el muchacho no estaba de humor para mimos y retrocedió.
—Obviamente, el niño ha estado defendiendo su honor. Es lamentable, pero necesario, a veces — aclaró sir Rodger, comprensivo, sujetando a Artemis para que no lo abochornara más.
—Sí, señor. Pero prefiero no decir nada más sobre el asunto. A lo hecho, pecho — replicó Tristram, ronco, aliviado al notar que alguien, siquiera, comprendía.
Pero tenía que subir pronto a su cuarto antes de arruinarlo todo echándose a llorar.
—Por supuesto. Muy honorable de tu parte. Comprendemos — murmuró el caballero, al captar el brillo de lágrimas.
—Pues yo estoy decidida a averiguar lo que ha pasado, Rodger — se opuso Artemis—. Presentaré una denuncia a las autoridades. ¿Cómo es posible que alguien levante la mano a Tristram, que es...?
—¡Que es un bastardo! — estalló el niño, dando rienda suelta a las lágrimas—. ¡Eso es lo que pasó!
—¡Y usted, Hartwell Barclay! — prosiguió Artemis, indignada, volviéndose hacia el ruborizado caballero—. ¿Cómo puede permitir que hagan algo así?
—¡Pero ni siquiera sé lo que ha pasado! ¿Qué culpa tengo si ese niño se comporta como un rufián?
Quinta, ya irritada por la voz chillona de Barclay, intervino:
—¿Qué pasó, Lily?
—Un grupo de niños aldeanos arrinconó a Tristram en los establos y le obligaron a pelear, insultándolo e insultando a nuestra madre. Tristram no hizo sino defenderse, y no sé qué habría pasado si nosotros no hubiéramos llegado a tiempo.
En aquel momento, las pesadas puertas del vestíbulo se abrieron dando paso a una figura alta, envuelta en un manto. Lily reconoció el paso impaciente de aquellas piernas largas y, sin poder dominar los rubores, fijó la vista en ella.
—Habéis vuelto sin problemas, gracias a Dios. Estaba preocupado por vosotros, con la ventisca que se aproxima.
—¿Simon?
Simon Whitelaw sonrió ampliamente al detenerse ante Lily, con visible admiración en los ojos negros.
—Lily. Más hermosa que nunca — la saludó, besándole la mano.
Ella notó, con sorpresa, que los dedos le temblaban un poco al percibir el aliento cálido contra su piel.
—Pero ¿dónde...? — preguntó, buscando otra silueta en el vano de la puerta.
—¿Dónde estaba? — inquirió él, comprendiendo mal—. Como ni vosotros ni el criado que Barclay envió a buscaros volvía, temí que se os hubiera roto una rueda.
—¡Mira, Simon! ¡Mira lo que me regaló Tristram para mi cumpleaños! — gritó Dulcie, guiando fácilmente al cachorro por la cinta azul—. ¡Siéntate! — ordenó, encantada al ver que obedecía.
Simon se arrodilló junto a ella para admirar al desgarbado cachorro.
—¡Qué bien! ¿Cómo se llama?
Dulcie frunció el entrecejo, mirando al animal expectante.
—Rafael. Así lo llamaremos: Rafael, porque siempre me cuidará como un arcángel. Y me gusta esta cinta azul. ¿Podremos dejársela?
Simon meneó la cabeza, apenado.
—Cuando Rafael sea grande no habrá cinta suficiente para rodearle el cuello. Va a ser como un toro.
—Será mejor que vaya a atender a Tristram — se disculpó Lily. Pero antes de llegar a la escalera se volvió, ansiosa—. ¿Y Valentine?
—Se hizo a la mar poco después de Navidad. Ahora estará en las costas de África. Yo quería ir con él, pero mi madre no me deja siquiera hablar del asunto.
Simon sonreía, pero había un dejo de amargura en su voz.
—Tu madre ya ha perdido a un hombre al que amaba mucho. También se preocupa por Valentine — le recordó Quinta—. Y yo estoy completamente de acuerdo con ella. Si por mí fuera, tú jamás pondrías un pie fuera de Inglaterra, Simon, suspirando, se quedó contemplando la roja cabellera de Lily.
—¿Cuándo volverá? — preguntó la joven, tratando de ocultar su desilusión.
—Puede tardar meses. La última vez estuvo navegando casi un año.
—Hace más de dos años que no lo veo — murmuró ella, mientras comenzaba a subir la escalera, arrastrando un poco los pies.
—Tal vez te interese saber, Lily, que Valentine ha estado acosando a cierto capitán español desde que os rescató. Ataca a los barcos que van hacia España y luego les ordena decir a don Pedro Enrique Villasandro que Valentine Whitelaw lo está esperando.
Lily se detuvo para mirar a Simon, que sonreía, satisfecho.
—Ese cobarde de don Pedro, tío tuyo... Uno de estos días, Lily, Valentine lo enviará al fondo del mar — aseguró el muchacho—. Y ese día quiero estar a bordo del Madrigal.
—Tú y yo estaremos allí, Simon. Prométeme que no me dejarás atrás si sabes algo de don Pedro — pidió Lily.
—Lo prometo — respondió inmediatamente el muchacho, aún sin saber cómo podría cumplir.
Quinta se estremeció como ante un mal presentimiento. Hubiera querido convencerlos de que la venganza no les haría felices, que no devolvería la vida a Basil ni a los padres de Lily. Hasta Valentine le parecía desconocido cuando hablaba de ese capitán español. Sólo cabía rezar que su venganza no acabara por aniquilarlo.
—¿Y si voy contigo a ayudar a Tristram, Lily? — ofreció—. Te hará falta ayuda con los niños, ahora que Maire Lester ya no está aquí. También de eso querría que habláramos. Parecía una mujer muy inteligente.
Simon sonrió, diciéndole:
—Yo espero tener la oportunidad de hablar contigo durante la cena.
El corazón le latía con tanta fuerza que lo ensordecía. Lily, en tanto, volvió a preguntarse si Simon sabía lo idéntico que era a su padre, en sus gestos, en el modo de llenarse de arrugas en los ojos cuando sonreía. Tal vez por eso le gustaba tanto: lo quería casi como a un hermano.
Quinta los observaba a ambos con un brillo de entendimiento en los ojos oscuros. Pero no era la única que había notado el intercambio de miradas tiernas entre los jóvenes: también Hartwell Barclay los miraba con creciente intranquilidad, adivinando que Simon Whitelaw estaba enamorado de Lily. En el curso de los dos últimos años, la niña se había convertido en una verdadera belleza. Se secó la frente nervioso. No podía permitir que Simon se casara con Lily Christian; en ese caso, los Whitelaw se apoderarían de Highcross, como pretendían desde un principio. Highcross le pertenecía a él... y Lily también.
—¿Os acompaño? — propuso Artemis—. Tal vez pueda ayudar.
—¿Ayudar a qué? — inquirió Simon—. ¿Te sientes mal, Lily?
—No, pero Tristram se enredó en una pelea y está lastimado. — Entonces iré yo también. Tristram debe necesitar un hombre con quien hablar.
—Eso le hará muy bien — concordó Quinta—. Y tú, Artemis, puedes hacer que la cocinera prepare un batido de leche caliente y huevos. No vuelvas a subir la escalera; no te hará bien en tu estado.
Lily echó una mirada hacia atrás. Sir Rodger susurraba algo al oído de Artemis, para regocijo de ella. La muchacha, con el entrecejo fruncido, dirigió una muda pregunta a Quinta.
—¡Oh, querida, no te enteraste! Es una conducta escandalosa, ¿verdad? — exclamó la mujer, dándole unas palmadas en el brazo—. Artemis y sir Rodger se casaron este verano. ¿No es una maravilla? Fue una sorpresa para todos, porque apenas se miraban. Caramba, yo pensaba que sir Rodger se casaría con Cordelia Howard, pero esa mujer no se decide nunca. Sin embargo, me parece que será la esposa de Valentine antes de que vuelva el verano. Pasó unos días en Ravindzara y no había modo de separarlos. Al parecer, esta primavera fue excelente para los enamorados. ¿Recuerdas a Thomas Sandrick? Se casó con Eliza Valchamps; hasta la Reina asistió a la boda. A propósito: su hermano, sir Raymond Valchamps, nunca deja de preguntar por ti, querida. Cosa extraordinaria, considerando las múltiples relaciones con que cuenta, ahora que es favorito de la Reina.
—Bueno, basta de chismes. El caso es que sir Rodger habló con Valentine para pedirle la mano de Artemis; y a pesar de las diferentes religiones y los viejos resquemores familiares, es un buen partido. Nunca he visto a Artemis tan feliz. Ni a sir Rodger.
Sus palabras zumbaban en los oídos de Lily, que trataba inútilmente de sonreír. Con que Valentine y Cordelia Howard se casarían en el verano. Se mordió los labios y apretó con fuerza los paquetes contra el pecho, como si fueran un escudo contra el dolor que le acababan de causar las tranquilas palabras de Quinta.
—¿Te sientes bien, Lily? Estás muy pálida — preguntó Simon, preocupado.
—Caramba, querida, estás temblando. ¿Por qué no vas a cambiarte esa ropa húmeda? Simon y yo nos encargaremos de Tristram. — Apretó la mano contra la frente de la muchachita. — Tienes un poco de fiebre, querida. Voy a hablar seriamente con ese tutor vuestro. Es una locura haberte permitido ir a caballo a la aldea con tan mal tiempo. Tiene coche. Debería utilizarlo para algo más que ir a Londres una vez al año. Ve a tu cuarto; haré que te enciendan el fuego allí.
Y agregó, mientras Simon seguía inmóvil, mirando a la joven:
—A veces esta casa me parece más fría que una tumba.
La silueta solitaria de Lily desapareció por el sombrío corredor.