XII
A falta de un kairo, de un corredor que en su día servía al mismo tiempo de cerramiento, el muro nuevo que rodeaba el recinto del monasterio cerraba el primer patio, como si allí acabara, dibujando un enorme cuadrado y allí, en el centro del muro trasero que se había quedado sin el kairo, en la prolongación del eje central que pasaba por el Nan-Daimon y por el Chumon, había una tercera puerta incrustada en el muro de adobe, mucho más pequeña y mucho más modesta que sus compañeras, que era, de un lado, la última de la hilera y, de otro, servía efectivamente de puerta, es decir, su tarea, en el sentido más práctico de la palabra, consistía en permitir el acceso del recién llegado al siguiente patio, cuyo espacio se asemejaba más o menos al del exterior, es decir, se abría un cuadrado amplio y generoso, aunque sobre la superficie llana, cubierta con guijarros blancos y sumamente pulcra se alzaba, en este caso, a la izquierda una pagoda de tres plantas con su característicos tres techos parecidos a alas, una torre de madera noblemente estructurada que en su origen guardaba las reliquias de Buda, que, en efecto, anhelaba y prometía la presencia de Buda en persona y que no disponía de ninguna verdadera entrada, de ninguna verdadera puerta, de ninguna señal de abertura alguna, sino solamente de ventanas cegadas que no miraban a ninguna parte, de puertas cegadas que no daban a ninguna parte, de tal modo, pues, que se alzaba como un edificio completamente cerrado hasta una altura de tres pisos, en el que nadie podía entrar y del que nadie podía salir y que en verdad era, por tanto, la casa de Buda, donde durante mil años no lo había perturbado el hombre, durante mil años no lo había ofendido el hombre, donde él llevaba, si es que estaba, mil años intacto e invariable, mil años de aire y mil años de polvo, mil años de pesadas tinieblas y mil años de secretos, o sea, que lo habían mirado durante mil años, todos los días, en todos los miles de millones de momentos de duda, escrutando, temiendo, avergonzándose y no entendiendo nada, estúpidamente, examinando y midiendo y calculando y preguntándose si, habiendo permanecido mil años, realmente seguía hoy allí dentro.