Capítulo 18

—¿TE interesa? —le preguntó Garnet al hombre que tenía sentado delante. La superficie de la mesa del salón que había entre ellos estaba llena de marcas y agujeros, y conservaba las huellas circulares de los vasos demasiado llenos que se habían apoyado en ella. El rostro del interlocutor de Garnet estaba prácticamente tan lleno de marcas y agujereado como la mesa.

Bullfrog Espy dio un sorbo lento y largo a su cerveza antes de añadir otro círculo mojado a la mesa. Sus oscuros ojos resultaban fríos y parecían carecer de vida.

—¿Cuántos hombres crees que harán falta? —inquirió finalmente con una voz tan aguda y chillona como la de una mujer histérica. Su voz era la causa de su apodo, «rana», aunque él lo ignoraba, porque nadie en su sano juicio se hubiera atrevido a insinuar nada acerca de su voz a un hombre de su tamaño y crueldad.

—Cincuenta, más o menos.

—Son demasiados. No conozco a cincuenta hombres en los que pueda confiar.

Garnet se encogió de hombros. Él no confiaba en nadie.

—No importa que no confiemos en ellos siempre y cuando estén dispuestos a usar un arma.

—¿Y no estás interesado en el rancho?

—Puedes quedarte con el maldito rancho. Lo único que yo quiero es a una de las mujeres que viven allí.

—Tal vez yo también la quiera. Hace mucho que no he estado con una joven blanca.

—Ella no es la única blanca. Su hermana y su prima también lo son, y las dos son mujeres jóvenes y atractivas.

Bullfrog no se revolvía nerviosamente, como hacían la mayor parte de los hombres, y su inmovilidad inquietaba a Garnet. Pero era rápido con la pistola y no le importaba matar. Algunos tipos decían incluso que lo disfrutaba.

—Jake Roper, ¿eh? Ese bastardo es muy rápido; lo vi una vez en El Paso.

Garnet sonrió, pero el lento movimiento de los labios no suavizó la fría crueldad de sus ojos.

—No importa lo rápido que sea un hombre si estás a su espalda.

Bullfrog volvió a levantar su vaso.

—Eso es cierto —reconoció.

La luz del sol se deslizaba por las baldosas del recibidor, al contrario que la noche en que aquella oscura pesadilla de muerte y maldad tuvo lugar. Pero cuando se abrió la pesada puerta de entrada y la sombra de una cabeza y un torso avanzaron por las baldosas, algo se encendió en la mente de Jake, recordándole el momento, tantos años atrás, en que miró hacia abajo y vio el cadáver de su padre tirado en el suelo.

Sintió que la sangre le latía con fuerza en las sienes, y se quedó paralizado al otro lado de la puerta de la biblioteca con el rostro desfigurado por la ardiente marea de odio que lo consumía. Allí, a la izquierda de las escaleras era donde su madre había estado tirada con la cara magullada por el puño de McLain, allí era donde la había violado mientras el cadáver de su marido yacía sólo unos metros más allá con el rostro destrozado.

¡Que la maldita alma de McLain ardiera en el infierno! Si es que había tenido alma alguna vez.

Ben y él lo habían visto morir, pero no habían ganado. El recuerdo de McLain seguiría viviendo dentro de aquellas paredes, en la casa que había infectado con su presencia. Y su cuerpo y su sangre todavía vivían dentro de Victoria. Al verla ahora, proyectando la sombra que había despertado los recuerdos de Jake, se enfureció todavía más.

Últimamente, la joven se había sentido lo bastante bien como para salir de la casa y los vómitos habían ido disminuyendo de forma progresiva. El otoño se acercaba deprisa. Estaban en septiembre y los olmos se habían vuelto dorados.

Victoria cerró la puerta y se quedó parada un instante para permitir que los ojos se acostumbraran a la luz de la casa. No hubo ningún movimiento que le llamara la atención, ningún sonido, pero, de pronto, el vello de la nuca se le erizó mientras una sensación amenazante le congelaba la sangre. Giró la cabeza a un lado y vio a Jake.

Su rostro era una máscara de odio y los ojos le brillaban como brasas verdes.

Durante una décima de segundo, Victoria sintió pánico. Sin pensárselo dos veces, obedeciendo a algún instinto salvaje, salió corriendo. Jake se sobresaltó, apartando su mente del pasado al ver que se dirigía a toda prisa a las escaleras.

—¡Victoria! ¡Ten cuidado con los escalones! —gritó yendo tras ella.

La joven estuvo a punto de tropezar. Cuando sintió que se mareaba, se las arregló para agarrarse a la barandilla con las dos manos e incorporarse. Se le nubló la visión y pudo escuchar cómo Jake subía corriendo por las escaleras, con las botas golpeando con fuerza. Trató de subir un escalón más, pero sus piernas no le respondían. Con una extraña sensación de alarma y sorpresa, todo pareció volverse negro a su alrededor y empezó a caer.

Entonces unos brazos de acero la rodearon, unos brazos que a veces recordaba en sueños y que le dejaban el rostro bañado en lágrimas.

Sintiendo que el corazón le iba a estallar, Jake alzó el cuerpo inerte de su esposa entre sus brazos con la cabeza colgando hacia atrás. Por un terrible instante había temido no llegar a tiempo, y en su mente se formó el pensamiento de que no podría vivir sin ella. Abrió la boca para llamar a gritos a Emma o a Carmita, pero la cerró con la misma impulsividad con la que la había abierto. Victoria era su esposa; él cuidaría de ella. Había visto los suficientes hombres inconscientes como para saber cómo manejar un desvanecimiento.

No pesaba más que tres meses antes. Al sentirla entre sus brazos, Jake experimentó un placer agudo y nostálgico, abrumador y agridulce. No debería haber transcurrido tanto tiempo desde que la abrazó, la brecha entre ellos no tendría que ser tan profunda, tan ancha e insalvable.

Comenzó a llevarla hacia la habitación que habían compartido, pero cambió de opinión y se digirió hacia la de Victoria; se sentiría menos aturdida cuando despertara si no estaba en la cama en la que dormía Jake. La tumbó sin que mostrara ningún indicio de que fuera a despertar, y, cada vez más preocupado, le desabrochó la falda y luego la fina blusa azul que llevaba abotonada hasta el cuello. Podía sentir el calor de su suave piel, y cuando la blusa se abrió y cayó a los lados, reveló el pulso latiendo suave pero firmemente en la base del cuello. Al verlo, el propio pulso de Jake comenzó a acelerarse.

—Victoria, despierta —murmuró acariciándole el cabello para apartárselo de la cara. Ella seguía sin moverse. Le levantó la falda lo suficiente para quitarle los zapatos, y luego le quitó la almohada de debajo de la cabeza y la deslizó bajo sus delicados pies, cubiertos por medias blancas de algodón. El pulso de Jake latió con más fuerza.

Victoria era suya; su cuerpo era suyo. Le puso una mano en el vientre para buscar la prueba de la vida que había destrozado su matrimonio, comprobando asombrado que tenía el estómago tan suave y liso como siempre. Jake frunció el ceño. ¿Cuánto tiempo tenía que transcurrir para que a una mujer se le empezara a notar el embarazo? Victoria debería estar de más de cuatro meses, suficiente para que se le notara. Aunque por lo que él sabía, algunas mujeres no engordaban tanto como otras. Tal vez la ropa estuviera disimulando su tamaño.

Le levantó las faldas y la marea de enaguas, encontró las medias de algodón que le llegaban a los muslos y deslizó la mano hacia su vientre. Estaba caliente y liso.

Victoria movió entonces las pestañas e hizo un esfuerzo por abrir los ojos.

—¿Jake? —murmuró.

Él se inclinó sobre ella.

—Te has desmayado, pero estás bien —le aseguró en voz baja.

—Creí que ibas a... —Arrastró un tanto las palabras al hablar mientras trataba de apartar de sí los últimos rastros de inconsciencia. Parpadeó y se concentró en el rostro de su esposo. No vio ninguna señal del odio intenso que la había hecho correr como si la persiguiera el diablo, y, en su confusión, Victoria se preguntó si no lo habría imaginado.

—Shh... Nunca te haría daño. —A Jake comenzó a latirle el corazón con fuerza. Victoria tenía los labios suaves y ligeramente temblorosos. Estaba débil y desorientada, y su muro de hostilidad había caído. Antes de que volviera a reavivar su ira, Jake se inclinó y le cubrió la boca con la suya, ahogando un sonido de placer que surgió de lo más profundo de su garganta.

Utilizó la presión de la boca para abrirle los labios y deslizar la lengua en su interior. Y cuando sintió que Victoria levantaba los brazos y le rodeaba con ellos el cuello, la atrajo hacia sí besándola con más pasión, pletórico con la respuesta femenina.

Victoria llevaba tanto tiempo deseándolo, anhelándolo, que olvidó el motivo de su distanciamiento y sus sentidos se concentraron tan sólo en su esposo. El sabor de su boca le impedía morir de sed y sus manos alimentaban su deseo. Sumida en una placentera bruma, gimió al sentir su ruda mano liberándola de la restricción de la camisola y cubriendo uno de sus senos. Jake abandonó entonces su boca y le deslizó los labios por el cuello y el pecho para cerrarse sobre uno de los agrandados pezones.

La sensación resultó tan intensa que Victoria estuvo a punto de saltar de la cama. Tenía los senos tan sensibles que apenas podía soportar la presión de la ropa, y su cálida boca le provocaba una enloquecedora mezcla de dolor y placer.

No podía soportarlo. Las lágrimas cayeron de sus ojos y le empujó ligeramente.

—Por favor, ten cuidado —musitó.

Jake levantó la cabeza, con los ojos brillantes de pasión.

—¿Te estoy haciendo daño? —preguntó con voz ronca.

—Tengo los senos... doloridos. El bebé...

Él se echó hacia atrás de inmediato. La prueba de que el niño crecía dentro de ella estaba allí, en el sensibilidad extrema de sus senos, en el oscurecimiento de los pezones, en la forma en que se marcaba aquella delicada vena azul que discurría justo por debajo de la satinada piel de su pecho.

Victoria salió de la cama por el otro lado y le dio la espalda mientras se recolocaba la camisola, la blusa y la falda en la posición adecuada.

—Gracias por traerme hasta aquí —dijo con voz tirante.

Jake recordó que ella había salido huyendo de él aterrorizada. Dios, ¿qué se habían hecho el uno al otro?

—No era mi intención asustarte —afirmó rotundo—. A partir de ahora ten cuidado al subir y bajar las escaleras.

—Sí. Lo tendré.

Estaba demasiado esbelta. La observó durante varios días, tratando de suavizar su incomodidad. Contó los días, tal y como Victoria le había dicho que hiciera, y trató de imaginar de cuánto tiempo tendría que haber estado antes de saber que estaba embarazada. ¿Un mes? ¿Dos meses? No lo sabía, pero estaba convencido de que ya se le tendría que notar. Por otro lado, sí él la había dejado embarazada de inmediato, estaría sólo en su tercer mes. Y eso explicaría que todavía no hubiera engordado.

Pensar en ello le hacía sudar cuando recordaba las cosas que le había dicho. La duda, una vez admitida, le carcomía.

Buscó a Carmita y la encontró sola.

—Estoy preocupado por la señora, Carmita. Está muy delgada. ¿No debería haber engordado ya? ¿Le ocurrirá algo al bebé? —preguntó, observando cuidadosamente su reacción.

El ama de llaves le dedicó una amplia sonrisa, negando con la cabeza.

—¡Ustedes, los padres primerizos se preocupan por todo! La señora ha perdido peso porque ha estado muy revuelta, pero las náuseas matinales han comenzado ya a desaparecer.

—Pero el vientre... está plano.

—Está sólo de tres meses, señor Jake. Probablemente falte todavía otro mes antes de que el niño haya crecido lo suficiente como para que se note.

De tres meses. Jake sintió un vacío frío en el estómago. Volvió a contar los días, pero los números no habían cambiado. Si estaba sólo de tres meses, eso podría significar que él... ¡Maldición, no podía ser! Le había estado ocultando algo desde el principio; ¿qué otra cosa podía ser si no se trataba de su embarazo? Y aquella historia absurda de que McLain no podía practicar el sexo era una mentira absoluta.

Seguramente no sabría la verdad hasta que naciera el niño. Pensó en ello durante largo rato y luego decidió que quizá Angelina pudiera aclararle algo. Se dirigió a su cuarto, que estaba detrás de los barracones, y cayó en la cuenta de que hacía tiempo que no la veía. Por su mente pasó la idea de que quizás se hubiera marchado, aunque enseguida la desechó. ¿Cómo se iba a haber marchado? ¿Andando? Por lo que él sabía, no tenía nada suyo excepto la ropa. Él mismo la habría echado mucho tiempo atrás, pero Victoria no había sacado el tema y Jake sentía una cierta lástima por aquella mujer, así que dejó las cosas como estaban.

Cuando llamó a su puerta, tuvo que esperar un rato a que Angelina abriera. La joven tenía los ojos hinchados por el sueño y su pelo le caía despeinado por la espalda. Jake la recorrió con la mirada sorprendido: Angelina estaba visible e innegablemente embarazada.

—Vaya, si es el patrón —ronroneó—. Sabía que vendría a verme tarde o temprano.

Al parecer, el embarazo no había cambiado su inclinación natural.

—¿Y qué te hacía pensar eso? —le preguntó Jake con curiosidad.

Ella echó la cabeza hacia atrás y se rió.

—Por lo que puedo hacer por usted, ¿qué otra razón podría haber?

—¿De quién es el niño?

Angelina se encogió de hombros.

—¿Cómo voy a saberlo? Pronto dejaré de interesarle a nadie, pero por ahora hay varios a los que les gusta. Hombres... —Volvió a encogerse de hombros, indicando que nunca comprendería sus gustos.

—McLain solía visitarte con frecuencia, ¿verdad?

Una ligera sonrisa de satisfacción curvó los labios de la joven.

—No podía estar lejos de mí. Incluso vino a verme la noche después de su boda. Él se creía un gran amante, pero yo apenas sentía que estaba dentro de mí.

—Entonces, ¿nunca tuvo problemas para estar contigo? —Jake empleó un tono de voz inexpresivo y Angelina lanzó una carcajada.

—Ningún hombre ha tenido problemas conmigo; ni siquiera el comandante. No se ponía duro con la señora porque ella era muy fría... —Al recordar de pronto que Victoria era ahora la esposa del hombre que tenía delante, Angelina se calló torciendo el gesto.

Jake sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. Le costó trabajo llenarse los pulmones con el aire suficiente para hablar.

—¿Cómo sabes que no pudo hacer nada con ella?

—Él mismo me lo dijo —murmuró Angelina—. Mantuve la boca cerrada porque sabía que si llegaba a sus oídos que lo había contado, me mataría o me echaría del rancho.

Se negó a contarle nada más. Pero Jake ya sabía lo suficiente.

Regresó a la casa con el rostro pálido. Victoria le había dicho la verdad. El hijo que esperaba era suyo, no de McLain. ¡Dios, las cosas de las que él le había acusado! Recordó el fuego frío de sus ojos, y por primera vez comprendió la violencia real que escondía detrás.

Victoria le había amenazado con irse con el niño una vez que hubiera dado a luz; y él estaba tan enfadado en su momento que no tomó sus palabras en serio. Ahora que sabía la verdad se daba cuenta de que esa furia estaba plenamente justificada, y en su interior se abrió paso un miedo frío a que cumpliera su amenaza. Dios, podría perder a Victoria y a su hijo.

¡Su hijo! Ella había sido verdaderamente inocente en cuestiones sexuales. Él era el único hombre que le había hecho el amor. Y Victoria estaba tan furiosa con él que no había cedido terreno en ningún momento y ni siquiera había pensado en perdonarle. Qué diablos, ¿y por qué iba a hacerlo? Hasta aquel momento, Jake había seguido insistiendo en que el bebé no era suyo.

Tenía que disculparse, rogar su perdón, arreglar las cosas con ella de alguna manera... Pero al recordar la frialdad de su rostro cuando lo miraba, sintió cómo se le tensaban los músculos del estómago. Nunca hubiera creído que alguien tan dulce como Victoria pudiera permanecer enfadada durante tanto tiempo. Aunque, ¿por qué no iba a ser así? La había insultado y negado su paternidad, y ella era tan orgullosa como dulce. No era sólo su origen aristocrático lo que la hacía erguir la espalda de aquella manera; estaba hecha de acero puro.

No tenía sentido retrasarlo. Cuanto antes se aclararan las cosas entres ellos, tanto mejor para todos. Buscó a Victoria por toda la casa, y la encontró por fin en el patio, donde los muros la protegían de la brisa del otoño. Estaba aprovechando la brillante luz del sol para coser una pequeña prenda muy fina. La visión de aquella tela tan delicada entre sus manos le provocó un nudo en la garganta.

Cuando ella advirtió su presencia, alzó la vista y le dirigió una mirada inexpresiva.

Jake se sentó sobre sus talones frente a ella, tratando de pensar en algunas palabras que lograran expresar su pesar. Era dolorosamente consciente de que los próximos minutos podrían ser los más importantes de su vida.

—Victoria... Estaba equivocado —susurró decidiendo no dar rodeos—. Lo siento. Tendría que haberte creído. Sé que el niño es mío.

—¿De veras? —respondió ella con frialdad, tras un instante de silencio en el que el corazón de Jake dejó prácticamente de latir—. ¿Y cómo lo sabes ahora, si hace un par de meses estabas convencido de lo contrario? —Sin manifestar ninguna inquietud, siguió con su tarea y cortó un hilo con los clientes.

Maldición, no estaba dispuesta a ceder ni un centímetro, y no podía culparla. Tenía derecho a vengarse, incluso a pegarle un tiro, pensó Jake observando su delicada piel blanca, sonrojada por el calor del sol y el regreso de la buena salud. Los senos se le apretaban contra el vestido y se sintió abrumado por el profundo deseo de ver los cambios que su hijo había provocado en su cuerpo.

—Sé que actué como un malnacido...

—Sí —reconoció ella antes de retomar la pregunta que le había formulado—. ¿Qué te ha hecho cambiar de opinión respecto al bebé?

—No has engordado casi y...

—El comandante murió sólo dos días antes de que me hicieras tuya.

Jake se puso de pie, furioso ante el hecho de que Victoria le arrojara a McLain a la cara sabiendo perfectamente que aquel bastardo no la había tocado.

Y ahora él también lo sabía. Las mujeres eran las criaturas más contradictorias de la tierra; después de cómo había tratado de convencerle de que el bebé era suyo, ahora ni siquiera parecía importarle.

—¡Maldita sea, sé que McLain no se acostó contigo! —afirmó apretando los puños—. Angelina me dijo que no pudo...

Ella alzó bruscamente la cabeza, y Jake se dio cuenta demasiado tarde del error que la rabia le había llevado a cometer.

Cuando Victoria habló, lo hizo con voz gélida.

—¿Se supone que tengo que alegrarme de que aceptes la palabra de una prostituta antes que la mía? ¿De que hayas estado hablando de mí con esa mujer? ¡Puedes coger tu disculpa e irte al infierno, Jake Sarratt!

Se puso en pie y dejó la costura en la cesta con el rostro rojo de furia.

—Cálmate —le pidió Jake con voz suave, acercándose para agarrarla del codo—. Si te mueves muy deprisa podrías desmayarte.

—Si me desmayo o no, no debe importarte, señor Sarratt. Ni yo ni mi hijo somos asunto tuyo.

Los ojos de Jake se convirtieron en dos brillantes rendijas verdes. Victoria lo había presionado siempre más allá de lo que nadie se había atrevido jamás, como haría un niño que juega con un tigre sin darse cuenta del peligro que corre. La vio dirigirse hacia la casa con su arrogante nariz en alto, y el sol dejó de brillar cuando Jake se dio cuenta de la verdad en aquel mismo instante.

La amaba.

Al principio no, aunque siempre había existido aquella fuerte atracción sexual que lo arrastraba hacia ella. Si no la hubiera amado, creer que estaba esperando un hijo de McLain no hubiera sido tan duro para él; se habría encogido de hombros, la hubiera enviado a Santa Fe y hubiera seguido adelante con su vida. Pero Victoria... No podía soportar la idea de vivir sin ella. Ahora que sabía lo mucho que significaba para él, le entró pánico ante la idea de perderla. No podía dejar que eso ocurriera. Impediría que se marchara aunque tuviera que mantenerla prisionera en la casa hasta que pudiera arreglar las cosas con ella y consiguiera que lo perdonara. Ya había perdido tres meses por culpa de su estupidez. ¡Tres malditos meses!

Pero ni un día más.

Con el rostro tallado en piedra, se dirigió a grandes zancadas a la casa y sus botas resonaron con fuerza sobre las baldosas.

Ella se había detenido en el comedor para hablar con Emma y Carmita, que estaban haciendo algo en la mesa. Jake ni siquiera se percató de la presencia de las otras dos mujeres y cruzó la habitación directo hacia Victoria. Ella alzó la vista y lo miró; una expresión de sorpresa cruzó su rostro, seguida al instante de otra de cautela, y luego de puro miedo. Dejó caer la cesta de costura y retrocedió. Emma abrió la boca en gesto de asombro y, al ver la expresión de Jake, dio un paso instintivo hacia atrás.

Jake llegó hasta Victoria, se inclinó y la levantó en brazos. Ella lanzó un gemido y trató de golpearle, pero él giró la cabeza hacia un lado. Antes de que pudiera volver a intentarlo, la recolocó entre sus brazos y le cubrió la boca con la suya. Fue un beso apasionado, brusco y hambriento; tenía la sensación de que nunca se saciaría de su boca, ni del placer de sentirla estrechada contra sí.

Victoria apartó la cabeza, girando el rostro hacia un lado para que no pudiera volver a besarla.

—¡Bájame! —le exigió.

—Lo haré —le aseguró con violencia susurrada, apretándola contra su pecho—, en mi cama, el lugar al que perteneces y donde te vas a quedar.

Dejando atrás a Emma y a Carmita, que seguían boquiabiertas, la llevó escaleras arriba subiendo los escalones de dos en dos. Ella le dio patadas, luchó y arqueó la espalda tratando de librarse de sus brazos, pero la fuerza de Jake resultaba abrumadora y se limitó a sujetarla con más fuerza. Cuando llegaron a su dormitorio, cerró la puerta tras él con una patada que resonó como un trueno.

Victoria trató de morderle, luchando contra él de un modo que el orgullo no le había permitido hacer con anterioridad.

—No hagas eso —gruñó Jake poniéndola con extrema delicadeza en la cama y dejándose caer a su lado. Con cuidado, le sujetó las manos entre una de las suyas, colocándoselas por encima de la cabeza—. Cálmate —le pidió—. Esto no puede ser bueno para el niño.

El cabello se le había soltado por el esfuerzo y le caía sobre los hombros. Tenía el rostro sonrojado y estaba tan enfadada que sus ojos azules brillaban con rabia.

—¿Y a ti qué diablos te importa?

—Menudo lenguaje —se burló Jake volviendo a tumbarla cuando ella casi consiguió arrojarse por un lado de la cama.

Una vez estuvo bien sujeta, con las piernas atrapadas entre las suyas y los brazos colocados de nuevo encima de la cabeza, utilizó la mano libre para buscar el cierre de la falda y se la abrió. Las cintas de las enaguas no supusieron ningún problema y comenzó a desrizarle las prendas por las caderas y los muslos.

Victoria dejó escapar una sonora protesta y trató una vez más de morder el musculoso brazo que se estiraba por encima de su cabeza, aprisionándole las muñecas. Jake se rió y se apartó de sus dientes sin disminuir siquiera la presión. Sus ojos verdes brillaban con intensidad.

—¿Por qué no te vas con tu querida prostituta? —le gritó ella.

—Porque prefiero estar contigo —replicó Jake negándose a permitir que Victoria le enfadara. Sin piedad, hundió la cabeza en la suave curvatura que se le formaba entre el cuello y el hombro, inhalando su dulce aroma. Aquel olor le había perseguido durante las noches, cuando soñaba con ella y la buscaba inútilmente en la cama vacía para atraería hacia sí.

—No quiero estar contigo —afirmó Victoria apretando los dientes.

—Querrás —le prometió, acariciándole el vientre—. ¿Te acuerdas de la primera vez? Entonces tampoco querías estar conmigo, pero cambiaste de opinión. ¿No me has echado de menos? ¿Por aquí? ¿Ni por aquí? —Su mano errante le tocó primero los senos con extrema delicadeza para no hacerle ningún daño, y luego descendió por los muslos. Los mantenía unidos, pero Jake se las arregló para deslizar un dedo entre ellos y encontrar la apertura de los pololos. Los suaves y cálidos pliegues de su feminidad estaban húmedos, y Jake se estremeció súbitamente mientras la exploraba con cuidado.

—No —dijo ella con voz ahogada, volviendo la cabeza a un lado para no mirarlo—. Por favor.

—Sabes que te voy a dar placer —murmuró él dejando de acariciarla un momento para quitarle completamente la falda y las enaguas. Su esbelto cuerpo quedó únicamente cubierto por la ajustada blusa, la camisola y los finos pololos de algodón. Tenía unas piernas preciosas, largas y torneadas. Se sujetaba las medias blancas con un sencillo liguero blanco, que consiguió que Jake se excitara como no lo habrían logrado un liguero de encaje negro y medias de seda transparente.

Utilizando la punta de la bota, Jake le quitó los suaves y planos zapatos y los arrojó fuera de la cama.

—No quiero que manches la colcha.

Victoria no se tomó bien la broma.

—¡Tú todavía tienes las botas puestas, bastardo! —exclamo llena de ira.

—Si quieres me las quito —se ofreció riendo en voz baja.

—¡No!

—Maldita sea, eres una mujer difícil de complacer. Supongo que tienes suerte de que sea un tipo duro.

La joven no tenía ninguna duda de a qué se refería, y si hubiera tenido una mano libre le habría vuelto a abofetear. Se estaba cansando muy deprisa, ya que no había recuperado todavía las fuerzas tras las largas semanas de náuseas casi constantes. Victoria rezó con todas sus fuerzas para que le sobreviniera en aquel instante uno de aquellos ataques de vómito, pero fue en vano.

Reunió las escasas fuerzas que le quedaban en un último y desesperado intento de escapar, y se arqueó con fuerza contra él tensando los músculos. Jake la controló sin esfuerzo, y, mortificada, Victoria se vio obligada a reconocer que no había nada que pudiera hacer. Su cuerpo se quedó laxo y apartó la cabeza mientras ardientes y amargas lágrimas recorrían sus mejillas.

Como el predador que era, Jake sintió su rendición y le soltó los brazos.

—No, por favor. No llores, cariño —Su voz se volvió profunda y reconfortante—. Siento no haberte creído, pero eso ya pasó. Déjame arreglar las cosas. Ha pasado mucho tiempo desde que estuvimos juntos, ¿no lo has echado de menos? ¿No te acuerdas de lo bien que te hacía sentir?

Victoria dejó escapar un profundo y tembloroso suspiro y luchó por controlarse.

—Sí, recuerdo todo lo que me hiciste sentir —le reprochó con voz entrecortada.

Jake sabía que se refería al momento en que la había acusado de mentir sobre su hijo y su rostro mostró un profundo pesar. La culpa que sentía por el dolor que le había causado le resultaba insoportable.

—Entonces ódiame —susurró, secándole las lágrimas con su áspero pulgar—. Pero te advierto que no te servirá de nada. Eres mi esposa y tu lugar está conmigo.

Victoria estaba agotada y le temblaban los músculos. No tenía sentido luchar contra él, así que cerró los ojos. Jake le desabrochó la blusa y luego se la sacó por los brazos, apartándola a un lado. Después le quitó la camisola y ella se quedó inmóvil, sin hacer ningún esfuerzo por cubrirse los senos.

Eran diferentes de la última vez que los había visto; más grandes, más firmes, y sus pequeños pezones se habían oscurecido y parecían distendidos. Jake se detuvo para quitarse las botas y la camisa sin apartar nunca la vista de sus pechos. Sin tocarla en ningún otro sitio, se inclinó y le lamió tiernamente en círculos uno de sus duros pezones.

Victoria gimió y se retorció. El contacto de su lengua la quemaba y un calor que conocía muy bien se concentró en su vientre. Sentía los senos insoportablemente sensibles y estuvo a punto de llorar de nuevo por aquel breve contacto, mezcla de exquisito dolor y cruel placer.

El cálido aliento de Jake se deslizó por su húmeda piel, haciéndola estremecerse aún más. Sin darle tregua, se giró hacia el otro pezón y lo sometió al mismo torturador y ardiente recorrido con la lengua. Victoria temblaba tratando de luchar contra el deseo que la inundaba, y apretó entre sus puños las sábanas que tenía debajo, retorciéndose. Oh, no, protestó en silencio, Jake tenía que detenerse, no podía soportarlo...

Con sumo cuidado, él le succionó el pezón con los labios presionando lo más suavemente posible.

De la garganta de Victoria surgió un sollozo estrangulado de rendición y levantó las caderas.

Jake le deslizó la mano entre las piernas, y esta vez se abrieron dándole la bienvenida. Le acarició con delicadeza la húmeda piel expuesta y luego introdujo un dedo en su interior. El recuerdo de su estrechez lo había atormentado durante aquellos meses, y volver a sentirla hizo que su torso denudo se perlara de sudor.

—¿Recuerdas aquella vez en la biblioteca? —murmuró besándola en el cuello—. Tenía demasiada prisa como para desnudarte, así que desgarré tu ropa interior para poder acceder mejor a ti.

Victoria gimió, moviéndose sinuosamente contra sus dedos invasores. Intentó abrir los ojos, pero los párpados le pesaban demasiado.

—Jake.

El sonido de su nombre, pronunciado con aquel tono contenido, indefenso y lleno de deseo, le provocó un vuelco al corazón. Victoria era suya. Ya no luchaba, ya ni siquiera pensaba.

Ella levantó de nuevo las caderas y él supo que volvía a ser demasiado tarde para desnudarla. Abrió la juntura de los pololos y se deslizó por su cuerpo para darle placer con la boca. Los acogedores pliegues que ocultaban los más íntimos secretos de Victoria eran de un color rosado brillante. Incapaz de resistirse, Jake le acarició con la lengua cada rincón de su feminidad, cada valle, cada colina, necesitado de su sabor. Ella lanzó un grito ahogado y movió frenéticamente la cabeza de un lado a otro de la almohada. Como si tuvieran voluntad propia, sus muslos cubiertos por las medias de algodón se apretaron convulsivamente contra la cabeza de Jake, pero él volvió a abrirle las piernas y se las mantuvo así. Su lengua atacó con avidez, profundizó y se movió en círculos, y siguió así hasta que Victoria clavó los talones en la cama, le agarró el pelo con las manos y volvió a gritar al sentir el liberador clímax.

Cuando dejó de temblar, sintió que las piernas se le abrían de nuevo con debilidad. Se quedó tumbada luchando por recuperar la respiración, con los ojos cerrados y los senos brillando por una fina capa de sudor. Jake tiró de las cintas que le sujetaban los destrozados pololos a la cintura y se los quitó; luego se centró en su propio cinturón y en los pantalones. Una vez estuvo desnudo, entró en ella y Victoria abrió los ojos de par en par ante su lenta e inexorable penetración.

La joven casi había olvidado aquella poderosa sensación de plenitud. Su cuerpo había estado ocupado con el embarazo, pero Jake había hecho resurgir el deseo. Él gimió mientras se introducía más profundamente, y el sonido se transformó en un gruñido cuando se detuvo por temor a herirla.

—¿Te estoy haciendo daño?

Victoria apretó sus hombros sudorosos y le rodeó las nalgas con las piernas.

—No. No te pares. No te pares, Jake, por favor.

Él reprimió una carcajada, surgida más de la satisfacción que del júbilo.

—No, no voy a parar.

Consciente de su embarazo, no la llenó por completo. Controló con rigidez sus embistes para alcanzar sólo una determinada profundidad, y mantuvo un ritmo lento pero suficiente. Victoria volvió a experimentar aquel placer cegador y sus músculos internos se contrajeron alrededor del miembro de Jake, haciendo que levantara con ansia las caderas y avanzando los centímetros que él le había negado. Los sentidos de Jake hicieron explosión y, con un contenido sonido de derrota, le dio lo que ella pedía mientras se vaciaba en su interior.

Las piernas cubiertas con medias blancas de Victoria permanecieron alrededor de las caderas masculinas. Su derrota, al menos a aquel nivel, era absoluta.

La respiración de Jake se había estabilizado y el corazón volvía a latirle con normalidad en lugar de intentar salírsele del pecho. Victoria, tumbada inmóvil a su lado, parecía dormitar. El sudor se había secado de sus cuerpos, y cuando Jake observó el primer síntoma de frío en la piel de su esposa, se incorporó, agarró la sábana y la cubrió con ella. Victoria abrió un segundo sus ojos azules, luego suspiró y volvió a cerrarlos.

Parecía satisfecha de estar tumbada a su lado, pero Jake sintió su retraimiento. Antes se quedaba entre sus brazos, con la cabeza apoyada en su hombro y su delicada mano acariciándole indolentemente el pecho. Ahora no quedaba nada de aquella muda intimidad, ni de aquellas tiernas caricias, ni del placer compartido que suponía quedarse juntos enredados aspirando el uno el aroma del otro. Jake no había sabido hasta ese momento por qué eran tan especiales aquellas horas adormecidas después de hacer el amor. La actitud distante de Victoria le indicaba que había ganado una batalla, pero que todavía debía ganar la guerra.

Recuperarla le costaría tiempo y paciencia. Y él sabía ser paciente; lo había demostrado a lo largo de veinte años mientras planeaba su venganza contra McLain. Estaba dispuesto a pasarse otros veinte años demostrándole a Victoria que podía amarlo y confiar en él, pero necesitaba que ella le concediera aquel tiempo.

Se apoyó sobre un costado y la estrechó entre sus brazos para acunarla. El placer que acababan de compartir había forjado un lazo que Jake sabía que ella no podría ignorar con facilidad. Utilizaría todas las armas que tuviera a su alcance y dejaría que la cercanía hiciera su propia magia, porque no quería arriesgarse a perderla.

—Háblame de ello —la invitó con dulzura, acariciando el fino cabello de su sien.

Ella mantuvo los ojos cerrados.

—¿De qué? —preguntó en un tono de voz bajo y frío.

—De McLain.

Lo último que deseaba Victoria era hablar del comandante; estaba agotada y lo único que quería era dormir. Pero aunque hubiera estado completamente despierta, no habría querido hablar del tema con Jake. El hecho de que la hubiera vencido en el plano físico hería profundamente su orgullo, lo que, unido al resentimiento que sentía por él, hacía que no se sintiera muy predispuesta.

Se mordió el labio inferior, deseando que se fuera. Pero era obvio que él no tenía intención de moverse, así que respondió:

—No.

—Necesito saberlo —murmuró besando la delicada hendidura que tenía justo debajo de la sien.

Ella abrió los ojos.

—¡Necesitas saberlo! —La voz le temblaba de emoción contenida. El embarazo hacía que todas sus emociones estuvieran a flor de piel—. ¡Dime por qué debería importarme lo qué tú necesites! Yo necesitaba el apoyo de mi esposo, su confianza y su cariño; ¿te preocupaste tú de mis necesidades?

—Lo siento, Victoria. Te juro que lo siento. Haré cualquier cosa para compensarte. —Su sinceridad era evidente, y tal vez fue eso lo que hizo que ella le dirigiera una mirada rápida y penetrante.

—¿Cómo vas a arreglar algo así? —Cerró los ojos con un agotamiento que era tanto físico como mental—. No se me ocurre cómo podría ser posible.

—Deja que lo intente de todos modos. Estamos casados; vamos a tener un hijo. —Deslizó su mano por el cálido vientre de Victoria, lamentando haber perdido tres meses—. ¿Qué se siente? —En sus palabras se adivinaba una curiosidad dolorosa—. ¿Notas algo ya?

Ella soltó una carcajada amarga.

—Oh, sí, he sentido muchas cosas. He tenido tantas náuseas que apenas podía levantar la cabeza de la almohada. El olor a comida me da asco y tengo una necesidad constante de... de ir al baño —confesó, sorprendida y avergonzada por haber dicho algo semejante—. Siento una opresión aquí —le explicó, colocando la mano en la parte inferior del vientre—. Apenas puedo soportar que la ropa me roce los senos, y me mareo si trato de moverme demasiado rápido. Lloro varias veces durante el día sin razón ninguna. Estoy tan cansada que apenas puedo levantarme de la cama, y sin embargo no puedo dormir por las noches. Lo cierto es que me he estado divirtiendo mucho.

Los labios de Jake se distendieron en una tierna sonrisa antes de besarla de nuevo, esta vez en la boca en lugar de en la sien.

—¿Cuándo va a nacer?

—A finales de marzo. —Victoria no quiso negarle aquella información sobre su hijo.

Jake puso la mano sobre su vientre, acariciándolo, y luego la deslizó entre sus piernas. Ella jadeó y se puso tensa cuando sus dedos la abrieron perezosamente para acariciarla.

Victoria nunca hubiera creído posible responder con tanta prontitud tras un acto amoroso tan explosivo, pero la llama del deseo empezó a arder de nuevo en su interior.

—Eres maravillosa, tan caliente, húmeda y estrecha... Te deseo tanto que no puedo comprender por qué McLain no... —Su voz quedó ahogada contra su cuello.

Victoria contuvo la respiración, consciente de la verdad que revelaba su tono ronco. Jake, sencillamente, no lo entendía.

—Lo intentó —susurró—. Dos veces. Pero no pudo ponerse duro como te pones tú. Eso le enfurecía y me hacía daño, pero no consiguió hacer nada. Tras esas dos ocasiones, no volvió a intentarlo.

Jake cerró los ojos, luchando contra el dolor que le produjeron sus palabras.

—¿Cómo te hizo daño, amor mío?

Victoria no se percató de la palabra cariñosa. Tenía la atención cada vez más centrada en lo que le estaba haciendo sentir. Un largo dedo se deslizó en su interior y gimió en voz alta.

—Hizo... Lo que tú estás haciendo ahora. Me dolió mucho y había sangre. Fue espantoso; me horrorizó e hizo que lo odiara. Pero cuando lo haces tú... Es tan distinto...

Jake se inclinó sobre ella, y torturó con el pulgar el delicado y pequeño nudo de nervios que conformaba el centro del placer de Victoria, sin dejar de penetrarla con el índice. El corazón se le encogió al pensar en lo que debió de haber sido para ella, una virgen que desconocía todo lo relacionado con el sexo, estar con alguien tan brutal como McLain. Ahora entendía por qué no había sangrado cuando le hizo el amor la primera vez. No lamentaba haberse saltado la pérdida de aquella minúscula membrana, sólo que le hubieran hecho daño y se hubiera asustado. Él era el único hombre que le había hecho el amor, el único al que había recibido entre sus brazos y en su cuerpo. Aquella certeza lo llenó de un placer posesivo. Tanto si le gustaba como si no, Victoria era irremediablemente suya. Nunca permitiría que se fuera.

* * *